I. Devil


Las lágrimas recorrían su rostro; el dolor que sentía en su corazón era más del que podía soportar; el color carmín se apoderaba de a poco de sus ojos, resaltando enojo en ellos. Su respiración entrecortada por la ira del momento, exclamaba a gritos en su alma una cura de inmediato. Podía sentir el espeso aroma a tristeza, desprenderse de él. Las venas en su rostro, se iban marcando. El dolor en su nuca cada vez era más palpable, dejándolo asqueado; sabía que el maldito de su alfa, se estaba revolcando con alguna zorra, no le interesaba pero el dolor en su pecho le molestaba. Desesperado se dirigió al cuarto de baño, abrió el grifo del agua fría, rociando el agua en la horrible cicatriz para bajar la hinchazón y el ardor. Podía sentir el agua helada recorriendo lentamente su piel.

Sínicamente soltó una carcajada, pensando lo patético y débil que se debía ver; además de lo divertido que sería para la prensa jugar con él. Imaginaba a los medios de comunicación hablando sobre él armando un escandaloso título en la primera página: Omega asesinado por su pareja al descubrir su infidelidad. Pensándolo bien, eso lo convertiría en otro omega más, uno que solo utilizarían para producir más ganancias para esas avariciosas empresas; como odiaba esa injusticia. Cansado de su propia compasión, suspiró frustrado, mirándose en el espejo, quedó perturbado ante la imagen que el espejo le mostraba sobre si mismo; sus ojos ámbar que antes desbordaban vida, ahora carecían de brillo; su rostro demacrado, lleno de moretones; su piel nívea cubierta de hematomas y cortes; incluso su hermoso cabello cortado y maltratado, aún lo recordaba con ese bello color azul, lastimosamente ahora lucía como un estropajo de color blanco. En el fondo le dolía ver su reflejo hecho un asco, pero consideraba que no era tan malo pues en el futuro, tendría una vida tranquila. El sonido del teléfono, interrumpió su reflexión. Harto de todo, se aproximó a la cama en donde se encontraba el teléfono, envuelto entre tanta ropa.
Observó el número de la llamada, hastiado por la presión, contestó de inmediato.

—El auto te está esperando fuera del hotel—. Habló firme la voz al otro lado de la línea— El chofer tiene las indicaciones de llevarte al aeropuerto, una vez ahí, vas a tomar el avión directo—. Afirmó la gruesa pero relajante voz de un hombre al otro lado de la línea— El contrato se hará en las instalaciones, una persona de la asociación te guiará hasta tu nuevo hogar, ¿tienes alguna pregunta?— Cuestionó el hombre.

—No, esta bien.

Su repuesta fue brusca, cargada de enojo por todo lo que debía hacer.

—La asociación estará muy alegre de esta noticia.

No necesitaba ser un genio para saber que aquel hombre se encontraba de buen humor, la voz que escuchaba lo delataba bastante. Soltó una risa sarcástica. Seguido de un tono de corte. Había cortado la llamada.

Ordenó sus pocas pertenencias en la valija y salió a toda prisa del lugar, agradeciendo al hotelero el hospedaje, pagándole dinero extra para que guardara el secreto. Abrió la puerta del vehículo. Entró en el y se abrochó el cinturón de seguridad.

—Buenas tardes Secret Mask, el vuelo lo espera.

No contestó a la pregunta, se mantuvo callado para observar por la ventana del vehículo el exterior; las luces navideñas lucían en los tejados de casas, la nieve era la acompañante de todos aquellos que ahora compraban para las festividades.

Villancicos y cuentos relatados por gente disfrazada de San Nicolás. Extrañaba el pasado hermoso que había compartido con ese alfa. Pero en el fondo, lo odiaba. Odiaba todo lo referido a él, despreciaba el día en que se había enamorado de él. Nunca olvidará el día en que sus padres prácticamente lo vendieron con aquel supuesto prometido, y menos que este prometido fuera su destinado.
Los primeros años era dulce pero con el paso de los mismos, ese amor se transformo en un odio profundo. Después de un tiempo de casados, supo que en realidad no era importante para el alfa. Era un maniquí a su lado.

Sonríe si yo lo digo.
No hables si no te doy permiso. Nunca comas en publico, me dejaras en vergüenza.
Eres otro pedazo de basura.

La noche de bodas fue la más dolorosa; sentir sus golpes en el rostro y torso era doloroso, saborear el sabor de la sangre en su boca era repulsivo.
¿Cuántas veces soporto sus golpes? ¿Cuántas veces le había perdonado? ¿Cuántos métodos había utilizado para torturarlo? Cada día de cada semana era un infierno, siempre sometido al maltrato incesante.
Los hematomas en sus costillas bajas eran evidencia de aquella violencia. Su adolorido trasero de todas esas noches en las que llegaba solo para penetrarlo de forma violenta. Recuerda cuándo una de las muchachas trabajadoras del hotel, le había rescatado del noveno intento de suicidio. Muchas fueron las ocasiones en las que al mirar su cuerpo, le daba rabia.
Suplicar por la muerte era una plegaria sin fe que deseaba cumplir, en especial, al ver sus moretones y cortes en su lastimada piel.

¿Por qué ese maldito no terminaba lo que inicio y lo asesinaba de una vez?

La respuesta es simple, era un maldito sádico. Lo que antes era un deseo de vivir, se transformo en un deseo de morir.
Deseo que cambio después de aquella noche en la que el desgraciado lo violo hasta que perdió el conocimiento.
No fue hasta que los rayos del sol lo despertaron que pudo sentir como el esperma de ese desgraciado salía de su interior. Desde ahí decidió que era hora de escapar de aquel infierno que se hacia llamar vida, uno que ha repetido por unos largos y molestos 18 meses.

Molesto, acachó la cabeza. Sintió una lágrima recorrer su mejilla, con rapidez la limpio para evitar que el conductor lo viera.

El silencio en el automóvil le relajaba bastante. Aún con la mirada baja, observó su pequeño bulto en el abdomen. Acarició suavemente el pequeño bulto y susurró unas simples palabras.

No odiaría a ese pequeño. Pues era inocente, totalmente carente de malicia. Merecía vivir como cualquier persona. Evitaría que se convertiría en un monstruo, igual a su padre.
Recordar el dolor del pasado le producían nauseas. Esos malditos celos enfermizos que el alfa demostraba siempre a su lado. Lo asfixiaban. Sus golpes en cada ataque empeoraban. Recuerda que una vez le suplicó por muerte pero sus plegarias eran mudas ante los oídos de la locura. Su bella piel nívea siempre cargaría con aquellos "tatuajes" que le recordarían el infierno mismo.

Debía pelear para mejorar a la sociedad. Los alfas crecían con la idea de doblegar a betas, gammas, deltas pero sobretodo a omegas. Pero se acabaría pronto, los omegas tendrán sus derechos para poder defenderse. Tal vez si no hubiera sido violento, los hechos no se darían de esa manera. Pero los hubiera no existen. Y darle una oportunidad más era un desperdicio.

Él se convertiría en el héroe que todos necesitan. No viviría en las sombras, podría vivir sus sueños y seguir cada una de sus esperanzas, lo prefería así a tener una vida llena de amargura al lado de un monstruo.

Un monstruo que más tarde que temprano lo asesinaría a él y a su pequeño.

Mostró una sonrisa al chofer del automóvil para salir. El hombre le dijo unas cuantas palabras.

—Sitch entenderá lo que viviste. Hablará con la organización y así tendrás una oportunidad.

No respondió al hombre. Bajó del automóvil y agradeció por sus servicios (información).

En el aeropuerto, lo recibió una bella joven que tomó sus maletas después de ver el pequeño bulto en su vientre. Ella lo escoltaría a su vuelo. Fue ahí en la puerta del avión en donde le entrego a dos hombres su equipaje.
Dejándolo solo. Como agradecimiento sonrió coqueto a la chica quien le devolvió el gesto.
En definitiva era una dulce beta, amable y gentil. Ella era la única que le había brindado atención en mucho tiempo. Tal vez porque así se lo indicaron pero pudo ver en sus ojos el cariño y dulzura cuando observó su vientre. Comprendía el odio o la envidia que los omegas generaban en los betas y gammas. No era su culpa nacer de esa manera. Le había mirado con cariño, tal vez imaginándose que algún día ella podría tener un pequeño. La idea de que él pudiera mandar a alguien para matar a su pequeño le calaba los huesos. Lo incomodaba demasiado el pensar que solo era lástima o venganza.

El viento en su rostro le recordaba que no debía preocuparse más. Los escalones aún se movían llevándolo directo a la puerta corrediza del avión. Cerró sus ojos por un momento, sintiéndose mareado. Su rostro demacrado no ayudaba.

—Sr. Mask, ¿se encuentra bien?

Volteó a ver a quien le hacía esa pregunta, para encontrarse con un chico rubio de ojos ámbar y complexión delgada.

—¿Tú eres?

—Soy Genos. Yo le acompañaré todo el viaje. Mi compañero después le llevara a su departamento.

Secret guardó silencio. Observando al chico delante de él. Su mirada fría y sin emociones. Prótesis en su cuerpo le daban un toque fornido. Apuesto en muchos sentidos, pero a pesar de su apariencia de chico malo, su aroma no determinaba una casta en específico.

Asintió en respuesta para ser dirigido con cuidado hacía su asiento asignado. Genos mantuvo su distancia en todo momento. Secret replegó el asiento hacía atrás mientras se colocaba los audífonos del compartimento. Sus ojos pesaban demasiado. El calor que proporcionaba el ambiente no ayudaba mucho. Necesitaba un descanso. Después de todo, llegaría en siete horas a su destino, debía descansar, sí no quería que su amigo lo viera tan demacrado. Tampoco deseaba que le preguntase mucho. Antes de perder el conocimiento, pudo ver como el chico a su lado sacaba de su bolsillo un celular pequeño, marcando números desconocidos. No lo entendía, pero de algo si estaba seguro, es que ese joven lo ayudaría bastante. Pronto sería libre.

—Gracias, Genos.

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