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          EL VIENTO PARECÍA CORTAR SOBRE LAS MEJILLAS DE ELIN, cuando, junto a Hviti, sobrevolaron los Montes de Sal y el mar que rodeaba al Bosque Antiguo. Sus pieles negras no hacían un gran trabajo en mantener el calor en su cuerpo, pero tanto tiempo soportando aquellas temperaturas la hacían casi anhelar el frío colar entre sus ropas.

Sus dedos estaban entumecidos bajo sus guantes de cuero, pero contra las escamas blancas de su compañero, no importaba. Hviti le daba todo el calor que ella perdía y provocaba que sus vuelos siempre fueran amenos y agradables.

Sus favoritos del día.

—¿Quieres dar una vuelta más allá? —preguntó Elin, acariciando su cabeza, y Hviti hizo un sonido que vibró en cada fibra del cuerpo de la chica y la hizo sonreír—. Eso pensé. Tu nos guías, amigo.

Desplegando más sus alas, se inclinó hacia atrás, subiendo hasta las nubes para que pudiesen tener protección. Luego de años de precaución ante su entorno, que se había hecho una costumbre. Siempre atenta a todo lo que ocurría a su alrededor, pequeñas señales o indicios. No importaba cuan minúsculo fuera, Elin tomaba todo en cuenta.

Once años habían transcurrido desde que, junto a Hviti, se embarcaron en una gran travesía de meses para buscar refugio. Once años desde que Drago Manodura había aniquilado a cada persona que ella consideraba su familia. Once años, pero aún los sentía cercanos.

Tal vez era por las pesadillas que nunca se alejaban de ella. Una mezcla entre lo que había sucedido en aquel bosque y de su lugar natal. Todo terminaba igual, en gritos, dolor y muerte. Las imágenes solían proyectarse en sus pensamientos, aún cuando no estaba dormida. Siempre acechándola, haciéndole recordar.

Lo cual Elin agradecía. No podía permitirse olvidar porque eso significaría que estaría rompiendo sus votos y sus promesa. Los votos que había pronunciado a todos los Nattsól, con su palma goteante y su sangre cayendo en las brasas al anochecer. La promesa que le había hecho a Halek, cuando el último soplo de vida se desprendió de sus labios agrietados y pálidos.

Todo lo que había hecho, hacía y haría era gracias a todas aquellas memorias pasadas, palabras cargadas y rotas pronunciadas en el pasado. Se dejaba guiar por ellas, dictaban su camino, sus pasos.

Drago Manodura había estado cerca de ella muchas veces durante todos esos años. Capturando y torturando dragones, acechando aldeas en busca de nuevos reclutas para sus filas. Llevando tormento con cada pisada que daba.

Hubiese sido fácil acabar con él. Sólo calcular el momento del día adecuado para hacerse presente y vengar cada vida que había arrebatado. Personas y dragones por igual.

Sabía que su capa lo protegía del fuego, pero dudaba que con el hielo de Hviti pasase lo mismo. Cortaría la piel, traspasaría las telas, la carne, los huesos, hasta llegar a su corazón. Solo un golpe directo y él ya no viviría.

Había tenido aquel pensamiento tantas veces que se volvió una especie de rutina, pero nunca lo llevó a cabo. Aquellas maquinaciones solo quedaban en sus pensamientos porque sabía que si lo hacía, si lo mataba, deshonraría la promesa que le había hecho a Halek.

«Juro que mataré a Drago Manodura cuando el tiempo correcto llegue», habían sido sus palabras, sintiendo la sangre cubrir su mejilla. Vio la vida abandonar a Halek y luego lo había enterrado, cantando para él, para cada Nattsól, repitiendo la misma promesa con cada cuerpo que enterraba, junto a Hviti.

Tenía la oportunidad de matar a Drago, sin embargo, el tiempo correcto aún no había llegado. Él aún escondía cosas que ella debía de desentrañar. Si moría, la información valiosa que escondía también lo haría.

Debía de ser inteligente. Debía de esperar al tiempo correcto y, luego, mataría a Drago Manodura.

Hviti gruñó bajo Elin, cuando sobrevolaron por grandes picos llenos de nieve.

—¿Estás cansado? —preguntó ella, acariciando sus escamas—. No sé cuanto tiempo hemos estado fuera, pero es momento de volver. Dudo que todos estén felices si llegamos tarde.

Su compañero hizo un sonido de afirmación y dando una vuelta rápida y ágil, tomaron el camino de vuelta a casa. Bajando de las nubes, para poder vislumbrar mejor todo lo que ocurría en la tierra, Elin evitó suspirar con tristeza al fijarse que no habían descubierto algún nuevo lugar.

Además de proteger y cuidar a los dragones, Elin había encontrado otra cosa que le apasionaba. Descubrir tierras nuevas y lejanas. La diferente vegetación, animales, climas, eran cosas que le fascinaban. A Hviti, no tanto.

Al ser un dragón de climas fríos, estar un par de días en temperaturas elevadas y tierras desprovistas de nieve o humedad, eran todo un calvario. Elin lo notaba, pero lo soportaba por ella, lo cual agradecía.

Los últimos años, sin embargo, solo se habían embarcado en tierras frías e inhóspitas. Las favoritas de su compañero y, por consiguiente, las de Elin. Su cuerpo ya se había adaptado al frío. Dejaba de temblar y solo disfrutaba el clima.

Vislumbrando los árboles de hojas amarillas del Bosque Antiguo, Elin supo que no demoraría tanto en llegar. Pasando un par de montañas más, siguiendo el camino del Bosque Blanco y cruzando los mares tranquilos, llegaría a tiempo para comer.

Repondría energías para comenzar a trabajar. Un par de dragones nuevos habían sidos rescatados en el transcurso de esos días, y necesitaban todo el cuidado y el amor que ella podía darles.

Estaban atemorizados y heridos, demasiado dañados para permitirle que Elin se acercase a ellos, pero no eran los primeros dragones que pasaron por ello y, lamentablemente, no serían los últimos.

Lucharía para que mejorasen y volviesen a confiar en qué habían personas dispuestas a protegerles y amarles como ellos merecían. Luego vivirían en el santuario, junto a todos sus hermanos dragones, en paz y tranquilidad.

Por mucho que le gustase permanecer más tiempo en aquel lugar, solo disfrutando del viaje a lomos de Hviti, era momento de trabajar, pero cualquier pensamiento relacionado con los dragones se esfumó cuando vio una columna de humo ascender desde los árboles bajo ella.

Podía ser algo pequeño, minúsculo, pero Elin no había sobrevivido todo ese tiempo dejando cosas al azar. Averiguaba todo, hasta las cosas que parecían más minúsculas.

Y también estaba el hecho que nadie iba hacia esos lugares, por una razón eran sus puntos favoritos para volar. Lo violento del clima hacía imposible que alguien se asentara o solo estuviese de paso.

A menos que sus presencias significasen una búsqueda y no una mera coincidencia.

Elin sintió a Hviti tensarse bajo sus piernas y no tuvo que emitir palabra alguna para que su compañero comprendiese que estaba pensando.  Descubrirían que estaba sucediendo.

Descendiendo en un movimiento silencioso y fluido, siguieron los rastros del humo hasta un suelo húmedo y lleno de hojas. Los pies de Elin fueron livianos al bajar de Hviti y caminar hacia dónde la hoguera anunciaba la presencia de aquellos intrusos.

Ella sabía que un cazador de dragones no sería tan descuidado para anunciar su presencia a personas externas, pero Elin prefería no correr riesgos. A menos que viera con sus propios ojos a alguien inofensivo, no pensaría en algo en concreto.

Sentía el aliento de Hviti en su cuello, moviendo los mechones cortos que rozaban su piel, y Elin llevó su mano hacia su costado, tocando su daga.

Evitó maldecir ante su decisión de dejar su espada en el santuario, y solo poder defenderse con un pequeño trozo de acero. Pero, si una batalla se desataba, haría valer su arma. De eso estaba segura.

Pasaron árboles de troncos secos y descascarados, y llegaron a un lugar más libre. La vegetación no crecía tan cerca una de otra, y el susurro de un río se escuchaba a unos pasos de distancia. Los copos altos de los árboles proyectaban sombras sobre los dos cuerpos tendidos en el suelo, y Elin se movió, sigilosa. Su mano desocupada cayó a su espalda, dónde desprendió su máscara.

Las escamas blancas parecían brillar contra los rayos, contrastando contra los dibujos en morado y azul. Su rostro fue cubierto, con solo sus ojos libres, y avanzó con cuidado.

La hoguera era un fantasma de lo que fue. Pequeñas brasas mantenían su refulgor, siendo tapadas por los girones grises que se elevaban. Los cuerpos de dos intrusos estaban tranquilos y, luego de mirar con más atención, Elin se percató que dormían. Los movimientos regulares de sus respiraciones eran claras.

Iba a dar otro paso, cuando su mirada se enfocó bien y todo su cuerpo quedó estático.

Un chico, de lo que parecía su edad, estaba durmiendo plácidamente. Sus mechones caoba caían sobre su frente y sus ropas eran de cuero oscuro, adornadas con rojo. Era alto, aún tendido en el suelo, y Elin vio que usaba una prótesis en un pie.

Pero lo que realmente la dejó de piedra fue el cuerpo atrás de él.

Lo que pensó que era un hombre corpulento en pieles negras, en realidad era un dragón. Un dragón durmiendo con tranquilidad tras el chico. Estaba recubierto por escamas negras como la noche y, luego de inspeccionar cada centímetro de él, dando pequeños pasos hacia su persona, se percató que era un Furia Nocturna.

Solo había visto a un Furia Nocturna con anterioridad. Con seis años ayudó a los Nattsól a llevar a cabo una ceremonia en honor a una Furia Nocturna muerta. La habían encontrado en los Prados de Agua, más allá de las Montañas Ventisca. Su cuerpo había estado inerte y sus ojos sin luz. Según lo que Halek le contó, debía de estar muerta hace días.

Los años que le siguieron nunca había tenido la opción de ver a otro de su especie. Se rumoreaba que estaban extintos a manos de Grimmel el grimoso y, luego de tanto tiempo sin observar a un Furia Nocturna, llegó a pensarlo.

Hasta ese momento.

Mirando por sobre su hombro, Elin se encontró con la mirada azulada de Hviti y vio el mismo asombro que ella misma sentía en sus entrañas.

Era algo grande tener a aquel espécimen tan cerca, comprender que no estaban extintos. Aún cuando sabía varias cosas acerca de los Furias Nocturnas, existía muchos espacios en blanco que pensó que permanecerían así hasta su muerte.

Verlo, tan próximo a ella, avivó la curiosidad que siempre salía a flote cuando se trataba de los dragones. Podía aprender de él, saber todas aquellas cosas que seguían en las penumbras acerca de su especie. Y, si él lo aceptaba, podía ayudarle.

Volviendo su vista hacia delante, casi trastabilló al encontrarse a tan solo unos centímetros del rostro serio del Furia Nocturna. Sus ojos eran rendijas, con verde y negro en su mirada dura, y de su pecho comenzaba a brotar un gruñido que se elevó en el bosque.

Elin sintió a Hviti moverse tras ella, pero con un movimiento de mano le instó a permanecer tranquilo. El acero de su navaja estuvo en el suelo, a centímetros de ambos, y sus dedos se elevaron hacia el dragón.

Su hocico se abrió, mostrando dientes afilados, y ella vio el magma morado formarse en lo profundo de su garganta, pero Elin no temió por su vida.

Con un movimiento de mano, siguiendo figuras gráciles y gentiles, el furia nocturna siguió el danzar en el aire, hasta caer de espaldas. Sus dedos tocaron las escamas negras, sintiendo sus músculos relajados bajo su tacto, y Elin sonrió bajo la máscara.

Por muy poderoso que se hubiese visto, al final del día seguía siendo un dragón. Todos siempre cedían ante una cosa; cariño y amor. Él no era la excepción.

Siguió con sus dedos líneas y curvas en su cuerpo, recordando muchas cosas que había leído. Era macho, de una edad cercana a la de ella, aún sin saber del todo su potencial.

Habían cosas ocultas para él. Podía verlo en los trazos duros en algunas áreas de su cuerpo, a diferencia de lo relajado que se encontraban los músculos que siempre utilizaba.

Estaba tan ensimismada acariciando al dragón, que Elin olvidó que no estaban solos hasta que una voz se hizo escuchar.

—¿Chimuelo?

Ella subió su mirada, encontrándose con unos ojos verdes y rostro confundido. El sueño aún se aferraba a sus líneas de expresión, pero su mirada era alerta, siguiendo los movimientos que Elin tenía en el estómago del Furia Nocturna.

Luego su mirada cayó a sus espaldas, dónde Hviti seguía tras ella, y cualquier confusión se volvió en seriedad. Con un movimiento rápido, sacó un artilugio raro, que se prendió en llamas solo segundos después.

Elin sintió la calidez traspasar su máscara cuando la punta se dirigió hacia su rostro.

—Deja a mi dragón y aléjate, a menos que quieras luchar y perder.

Su voz era tensa y sus ojos chispeantes en desagrado, y Elin solo alzó una de sus cejas, sabiendo que él no podría ver ese gesto.

Así que se encontraba frente a un jinete de dragón. Un jinete de un Furia Nocturna, demasiado confiado en sus habilidades para su propio bien.

Su arma podía ser novedosa, pero su técnica no era la mejor. Sus brazos estaban muy tensos, sus piernas muy separadas. Elin vio cada indicio de debilidad en su postura y eso solo la incitó a seguir acariciando las escamas del dragón.

Porque, aún sabiendo que ganaría si se enfrentaban, ella nunca le decía que no a un reto.

Y el chico no tenía idea en lo que se había metido.

——★——

¡Hola!
Encontré un tiempecillo entre todo el caos de mi vida ahora mismo (maldita u😢) y terminé éste primer capítulo, que esperaba que fuese más corto, pero no me dio pa'más (lo siento💔).
So, creo que es bastante claro con quienes se encontró Elin (🌚). La gran pregunta acá es, ¿qué creen que sucederá?
Si se pueden dar cuenta, Hipo nunca suele tener reacciones de ese tipo de inmediato, pero es algo que modifiqué (se comprenderá con el tiempo los pequeños cambios que ha tenido por su autoexilio😊).
¿Cuál es su pensamiento acerca de Elin y Hviti?
Quedo atenta ante sus comentarios y nos leemos💕,
daph

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