━━prólogo
╭━━━━━━━━━━━━━━━━╮
╰━━━━━━━━━━━━━━━━╯
FUEGO. Ese era el primer recuerdo que relampagueó en la mente de Elin cuando abrió sus párpados. Fuego consumidor y salvaje. Indómito. Seguido de gritos, llantos, lamentos. Toda una cacofonía de dolor y terror reproduciéndose una y otra vez en su mente.
Luego hubo oscuridad y pequeños vestigios de lo que había sucedido después con ella. Viento golpeando contra su rostro, nubes colándose entre las hebras oscuras de su cabello, gotas del mar salpicando contra sus vestimentas rasgadas.
Eso era lo único que tenía de su vida pasada y, en ese momento, le hubiese gustado saber más. De dónde provenía, quiénes eran su familia, cómo volver.
Cuatro años habían transcurrido desde que los Nattsól le dieron un hogar y se convirtieron en su familia. Creció siendo una de ellos y aprendió su cultura, sus creencias. Formó parte de sus tropas, portó las ropas de cuero y pieles oscuras, y montó a lomos de su dragón, Hviti, viajando a lugares recónditos y desconocidos para todo humano.
El grupo diverso de los Nattsól creían y defendían su postura de que los dragones no eran bestias peligrosas. Cada uno de ellos tenían sus historias, que por muy diferentes que fueran siempre coincidían en un hecho; dragones los habían salvado.
Hasta la misma Elin fue llevada hacia los Nattsól gracias a Hersir, uno de los dragones más antiguos. Según los jefes una niña de cuatro años, de cabello oscuro y cuerpo pequeño, había llegado a los bosques rojos montada del dragón inmenso.
Esos detalles seguían siendo borrones para Elin, pero no tenía razones para dudar de las palabras de las personas que la cobijaron bajo sus brazos y la incluyeron como una más de la familia, como una más del grupo. Como una más de los Nattsól.
Aquel recuerdo trajo lágrimas a acumularse en los ojos enrojecidos de Elin, mientras miraba el manto azul, sintiendo cada parte de su cuerpo demasiado pesado para levantarse y largarse. De huir, correr, traer ayuda, aunque sabía que ésto último era imposible.
Todos habían muerto y, nuevamente, estaba sola.
Cómo todas las mañanas, había volado junto Hviti hacia nuevas tierras, nuevos lugares, en busca de dragones heridos o que necesitasen ayuda. O tal vez alguna persona perdida, desesperada por una mano amable en su dirección.
Su vuelo matutino no fue tan productivo como le hubiese gustado, pero a lo lejos pudo divisar sombras de lo que debían ser montañas y, tal vez, lugares nuevos para descubrir. Sobrevolando las aguas cristalinas de las tierras del norte, había estado feliz de ver las montañas verdosas a lo lejos.
Nunca se mantenían en un punto fijo, demasiado precavidos para asentarse en un lugar determinado. Solo buscaban refugio por un par de días para abastecerse y recorrer los lugares alrededor, antes de emprender vuelo nuevamente.
En los cuatro años que Elin vivió con ellos comprendió la importancia de aquel acto. Posibles amenazas no lograrían rastrearlos y derribarlos. Habían personas que detestaban a los dragones y estaban dispuestos a terminar con sus vidas a cualquier costo.
Aún cuando sabían como luchar, siempre buscaban una forma de alejarse de las batallas y vivir pacíficamente. La única razón por la cual los Nattsól existían era para proteger a los dragones, y eso los hacía peligrosos para los enemigos de las criaturas aladas.
Así que no le costó mucho a Elin comprender la razón de todo el caos entre los arboles pintados de cobre. Los dragones no la asustaron, los hombres matando a su gente, su familia, sí. Aún cuando cada parte de ella reaccionó en defensa, lista para correr, Hviti pensaba algo diferente.
Con rapidez sobrevoló los gritos, las muertes, la sangre, y desató su furia contra los invasores. A diferencia de muchos dragones que expulsaban plasma, Hviti disparaba hielo. Lluvias de granizos tan potentes que cada persona murió al instante.
Elin tomó parte de la batalla entonces, desvainando una espada que solo blandía en entrenamiento. Se sentía rara en su mano tensa y fue mucho más extraño ver la sangre derramar el suelo húmedo cuando le cortó el estómago a un hombre pálido y cojo, pero no había vuelta atrás.
Se detenía y moría, y los jefes se habían encargado de inculcarle que los Nattsól nunca se detenían. Nunca huían. La única forma de parar su estruendo, de detener su fuego, era la muerte.
Luego de minutos que sintió largos y eternos, Elin consiguió nuevos cortes en su piel tatuada, magullones y moretones. Su piel latía, sus ojos le escocían con el humo y sus extremidades estaban tensas, pero el cansancio no la detendría.
Solo la muerte.
Y estuvo a punto de conseguirla, de aceptarla con brazos abiertos, de no ser por Hviti y su rescate.
Cuando uno de los hombres, barbudo y grande como un oso, se acercó con un hacha goteante de sangre, Elin supo que su espada no sería un rival contra aquella bestia. Hviti también lo supo. Interponiéndose entre ambas personas, tomó entre sus patas a Elin y la sacó volando, logrando un tajo del hombre oso en su cola.
Desde las alturas ella pudo vislumbrar con más claridad el infierno desatado. Pocas personas, su gente, se mantenía en pie, aún luchando, pero uno no tenía que ser experto para comprender que también perecerían.
Vio los cuerpos de los jefes tendidos entre el inicio de las montañas, con sus dragones a sus pies. Muertos. Vislumbró a Ragna, la cocinera que siempre le daba una ración más de comida porque decía que era muy flaca. Muerta. El cabello rubio de Daven brillaba bajo el sol y parecía un río de oro sobre la tierra húmeda. Su cuerpo, que muchas veces la atrajeron en abrazos y la alzaron por el aire, estaba inerte sobre el suelo. Muerto.
Todos los rostros de su familia, sus amigos, sus iguales, todos muertos, y hubiese tenido la misma suerte de no ser por su dragón. Casi quiso, en ese momento, deshacerse del agarre y que la tierra la recibiera, su vida abandonando su cuerpo, pero estaba entumecida y cansada.
Cuando fue depositada en la tierra, lejos del peligro, no se movió más. Ni siquiera cuando Hviti emprendió vuelo nuevamente, con su cola aún goteante de sangre por la herida. Dejó que cada parte de ella se fundiese en la humedad del suelo y el abismo negro la reclamó.
No sabía cuanto tiempo había sucedido cuando despertó, ni que era real. Escuchaba gritos, el crepitar del fuego, rugidos de dragones, pero no podía dividir sus pesadillas de la realidad. Todo se entrelazaba, todo era uno.
«Déjala que muera», escuchó, casi tan leve como la brisa que rozaba su rostro, pero no supo quién lo dijo. Todo era demasiado confuso.
—Hviti —susurró Elin con la garganta obstruida, necesitando algo que la sacara de su desgracia. Necesitaba pararse, alejarse de las voces, sus pesadillas, los cuerpos de su gente. De todo—. Vamos, Hviti, te necesito.
Los pájaros trinaban en las copas de los árboles encima de ella y el sol comenzaba a hacer su retirada. Pronto oscurecería y el manto de la noche no sería piadoso con ella si seguía en ese lugar. Elin estaba dispuesta a morir, todos tenían el mismo destino, pero se negaba a dejarse llevar por la muerte de forma tan patética.
Intentó mover sus brazos, pero dolor la golpeó como un rayo, evitando su cometido de levantarse. Se sentía sofocada, demasiado caliente con las ropas de cuero negras y pieles oscuras, pero no podía hacer funcionar sus manos para deshacerse de las prendas pegajosas.
Elin maldijo en medio del bosque, preguntándose por qué estaba viva. El hacha hubiese cortado su cabeza con facilidad. Una muerte rápida y limpia. Su cuerpo habría estado sin vida en el bosque, siguiendo el destino de todos los Nattsól, sin embargo, no fue lo que sucedió.
Ella estaba viva, respirando, mientras todos los demás fueron arrebatados de éste mundo. Personas y dragones. Y su salvador no estaba en ninguna parte.
«Si el dragón no la mata, yo lo haré», dijeron a su lado y al mirar por el rabillo solo vio árboles y más árboles. Lágrimas saladas y calientes cayeron de sus ojos, rodando por sus costados y dejando una estela.
Tenía miedo. Con los sollozos que se desprendían de sus labios, Elin dejó que los sentimientos la arrollaran con ferocidad. El terror se aferraba a su cuerpo, filtrándose en cada poro. Nublaba su mente y apretaba su pecho.
Aquel sentimiento solo existió cuando llegó con los Nattsól. Los primeros días solo podía llorar y temblar del miedo ante todo lo desconocido. Con el tiempo aquello cambió a cariño y amor. Llenaron cada parte de ella con los recuerdos más hermosos que tenía, ahuyentando sus pesadillas y los pedazos que aún conservaba de su pasado.
Le habían dado un hogar y una familia, y ahora todo era un mero recuerdo. Nuevamente.
Entre las nubes que comenzaron a surcar el cielo, apareció Hviti, con sus escamas camuflandolo. Descendió con rapidez, hasta posar sus patas al lado de ella. Su hocico se acercó al rostro de Elin y sus ojos azules se encontraron con los oscuros de la chica.
—Ya era hora —le dijo ella, feliz de aún tenerlo con vida.
Por un momento llegó a pensar que el también yacía sin vida en algún lugar del bosque. El solo pensamiento le quitó el aliento.
Hviti movió su cabeza, dando a entender que estaba bien, y comenzó a olfatear el cuerpo de Elin. Lamió un par de heridas que tenía en sus brazos y estómago, y ella se sorprendió al sentir la frescura.
—¿Eso es hielo? —preguntó, al sentir la presión helada contra sus tajos—. No tenía idea que podías hacer eso.
Hviti siguió atendiendola, presionando hielo que creaba en áreas específicas y de a poco Elin comenzó a sentirse menos sofocada. Sus ropas ya no sentían tan gruesas ni calurosas, y la pesadez en sus extremidades disminuyó.
Hviti le ayudó a levantarse, cuando Elin se sintió con las fuerzas suficientes, y con lentitud se alzó en sus piernas temblorosas. Las escamas blancas bajo sus dedos le dieron cierto consuelo, mientras avanzaba en la tierra húmeda.
—¿Cómo está tu cola? —preguntó ella, intentando volver su vista hacia la parte trasera del dragón, pero Hviti movió su cabeza, evitando el cometido—. Puede que esté infectado, Hviti, necesito darle un vistazo.
Los ojos azules del dragón se encontraron con los oscuros de Elin, con la seriedad brillando en los pozos de mar. La chica mantuvo el contacto, sin estar dispuesta a echarse para atrás. Hviti podía ser testarudo, pero Elin le ganaba con creces.
Luego de varios minutos de silencio, el dragón resopló, dirigiendo a la chica hacia un tronco grueso y firme, a un par de pasos de distancia. Elin se apoyó en la corteza, con una pequeña mueca al sentir su espalda magullada siendo presionada, y la cola de Hviti se encontró en su campo visual.
Con dedos cuidadosos tocó el corte, que no lucía tan horrible como Elin se lo había imaginado, pero necesitaría limpiarlo y al dar una rápida mirada a su alrededor, supo que no encontraría lo necesario en el bosque.
—Necesito limpiar la herida —dijo ella y cuando el dragón estuvo dispuesto a llevar su cola hacia su boca, Elin lo detuvo—. Necesita agua y luego hielo. Hay que limpiar el corte antes de cerrarlo.
Hviti gruñó por lo bajo, sacudiendo su cabeza, pero igual se acercó a Elin, para que se subiese a su lomo. Ella maldijo cuando sintió sus cortes estirarse al montar al dragón, pero eso fue lo único que dijo todo el camino hacia el lago.
Volar fue lo que Elin necesitó para tranquilizarse y despejar su mente. Dejar el bosque y sumergirse entre las nubes trajo cierta tranquilidad a habitar su pecho. Hasta se permitió cerrar sus ojos y dejar que el viento golpeara su rostro.
«Es más que solo volar», le había dicho Halek, la primera vez que estuvo a lomos de Hviti para su primera lección. «Es sentir los cambios en el viento, en las nubes, en el cielo. Es estar en sincronía con tu dragón y ser un solo espíritu en las alturas».
Recordaba la sonrisa, el brillo en sus ojos verdes, su calvicie y barba oscura y densa. Las palabras que salían de su boca siempre eran fuertes, rotas, pero el sentimiento detrás era uno cálido, lleno de cariño.
«No somos jinetes, querida Elin. Somos Nattsól y ¿qué significa?»
—Sol de noche —murmuró Elin al viento, que se llevó sus palabras para perderse en el cielo—. Somos el sol que alumbra y da calor a aquellos que lo necesitan cuando la oscuridad los envuelve.
«Así es. Somos la luz en la oscuridad. Hemos jurado proteger a los dragones y aquellos que comparten nuestro ideal, dejando que nuestro fuego caliente, pero también consuma». Elin en ese tiempo, con cuatro años, no lograba comprender sus palabras a cabalidad. Ahora sí.
Lo que compartían con los dragones era algo mucho más potente que solo una relación entre jinete y criatura. Surgía desde el alma, uniendo las vidas hasta la muerte. Al volar, los corazones latían como uno y estaban en sincronización.
Elin se había sentido confusa cuando, al montar sus primeras veces, pudo sentir las emociones de Hviti. Sus intenciones. Al mirarle directo a los ojos, casi pudo escuchar sus pensamientos. Existía una línea de comunicación entre ellos que ella aún no comprendía del todo.
El gruñido de Hviti vibró bajo las piernas de Elin y la hizo abrir sus párpados.
—¿Qué sucede? —preguntó, viendo el punto en la tierra que al dragón le había molestado, y vio los cadáveres de su pueblo. Dragones y humanos por iguales, todos sin vida en la tierra húmeda. A Elin se le hizo un nudo en la garganta, que le dificultó el hablar—. Hay que enterrar sus cuerpos.
Eso es lo que hacían. En una ceremonia al atardecer, dejaban que los cuerpos volviesen a la tierra, al polvo, tan cercanos a los árboles como era posible. Los dragones abrían sus hocicos e iluminaban el lugar mientras las personas entre cánticos, enterraban a los muertos.
Elin no tendría tiempo ni energías suficientes para llegar al atardecer, pero no le importaba. Enterraría a cada persona y dragón. Depositaría sus cuerpos cerca de los árboles robustos entre cánticos y cubriría sus cuerpos con la tierra fértil.
Descendiendo con cuidado, Hviti se posó en el suelo, bajando todo lo posible para que a Elin se le fuese más fácil desmontar. Con el dolor ardiendo en su cuerpo, pisó la tierra con sus botas rotas y suspiró, viendo a su alrededor.
Los ojos la miraban sin expresión, en rostros pálidos pintados con sangre carmesí. Hviti caminó alrededor, rozando su nariz en cada dragón muerto que encontró y Elin le siguió, bajando los párpados de cada persona.
El silencio caía sobre ambos, con el sonido del viento como compañía constante, mientras caminaban bajo el cielo cada vez menos azul. No pararon todo su trayecto, susurrando palabras de pésame que no serían escuchadas más que por ellos y la quietud del bosque, pero que hizo que Elin se sintiese menos ahogada.
Cuando se arrodilló junto a un cuerpo grande que estaba boca a bajo, posó su mano en la cabeza, para voltear el rostro, cuando un quejido brotó de él.
Elin ahogó un grito de sorpresa, viendo como, aquella persona que creía que estaba muerta, volvía su rostro con dificultad hacia ella. Ojos verdes se encontraron con su mirada y ella retuvo las lágrimas que amenazaron con deslizarse por sus mejillas.
—E... Elin —susurró Halek, con una mueca de dolor permanente en sus labios—. ¿Al... guien m... más?
No era necesario que él dijese más. Sus palabras eran claras.
—Aún me queda por ver, pero no creo que nadie más esté vivo —susurró ella, inspeccionando cada parte de Halek, en busca de heridas—. ¿Cómo es que sigues vivo? Han pasado horas desde el ataque.
—Bueno, n... no lo es... taré por m... mucho tiem... po. —Cada palabra que salía era más dificultosa que la anterior y sudor perlaba la frente pálida de Halek—. Vi a... a Hviti llevar... te. Supe que... que volve... rías. Necesi... tas saber dónde... dónde diri... girte cuándo mue... ra.
Elin negó con su cabeza, no estando dispuesta a dejar que la muerte se lo llevase. Era su familia. No permitiría que muriese.
—Déjame curar tus heridas y luego hablaremos, ¿bueno? No dejaré que mueras cuando puedo sanarte.
La sonrisa pequeña que Halek formó en sus labios agrietados apretó el pecho de Elin con dolor.
—Me he de... desangrado por... por horas. Solo si... go vivo p... por la miseri... cordia de T... Thor. —Su respiración cada vez era más leve, más débil, y Elin temía que la vida abandonara sus ojos en cualquier segundo—. En mi... abrigo hay... hay un ma... mapa. Te lle... vará a un lugar se... seguro.
Con dedos temblorosos Elin sacó un pequeño papel, desgastado y doblado. Las esquinas estaban rotas y al abrirlo, casi temió que el material se deshiciese entre sus yemas, pero el carbón era fuerte y oscuro.
Los dibujos eran toscos y las líneas curvas e irregulares, pero ella comprendió dónde estaba el lugar. Habían pasado por ahí hace dos años y lo que encontraría en ese lugar le quitó un poco el miedo a Elin.
Ahí estaría a salvo. Lo sabía. Tanto ella como Hviti y Halek, si lograba que le atendiera sus heridas.
—Estaremos a salvo ahí, Halek. Ahora deja que cuide de ti.
—Está bien. Ni... niña persis... tente.
Con la mayor delicadeza posible y con ayuda de Hviti, voltearon a Halek y dejaron que su espalda tocara la tierra húmeda. El panorama que sus ojos vislumbraron le quitó el aliento.
Un pedazo de metal sobresalía de su estómago y al acercarse, Elin sintió la sangre húmeda de la tierra impregnar sus pantalones y colarse hasta su piel. Sus manos fueron a posarse alrededor del arma, y sus dedos se tiñeron de rojo.
Las ropas negras ayudaba a camuflar lo horrible de la gran herida, pero solo le bastó a Elin unos segundos inspeccionando a Halek para percatarse que él había estado en lo cierto. No viviría por mucho tiempo más.
Lágrimas saladas golpearon contra la piel de sus manos y vio el rostro sereno de Halek. Sus ojos verdes seguían llenos de vida, pero el brillo de a poco se iba opacando, y Elin solo quiso alejarse, para no presenciar su muerte.
Cada parte de ella la instaban a huir, correr lejos, aún cuando su cuerpo seguía débil. Ver los cadáveres era una cosa, algo que a penas podía soportar, pero observar como la vida abandonaba el cuerpo de alguien que amaba, amenazaba con romperla.
Pero, a pesar de todos los sentimientos que corrían con ferocidad por su interior, se obligó a permanecer al lado de Halek. Tomó su mano, con la sangre entre ambas pieles, y miró directamente a sus ojos.
—Lle... gará el... m... momento en que en... frentes al cau... sante de t... todo esto. Librarás a... a los dra... gones capturados de... de las m... manos de D... Drago Manodura. —Aunque su voz era baja y rota, su mano era fuerte, apretando los dedos de Elin con urgencia—. Eres la... la última N... Nattsól. Has lo q... que juras... te cuando to... tomaste tus votos y al llegar e... el mo... momento opor... tuno mata a Drago.
Las fuerzas abandonaron a Halek, pero en un último impulso elevó su mano y acarició la mejilla de Elin, manchándola con sangre.
—Lo haré. Por ti, por todos los Nattsól y los dragones. Juro que mataré a Drago Manodura cuando el tiempo correcto llegue.
Una sonrisa débil se perfiló en los labios pálidos de Halek, y bajó su brazo con pesadez.
—Bien.
Y con un último respiro, la vida abandonó sus ojos y su cuerpo quedó inerte. La leve sonrisa permaneció en su rostro pálido y Elin se quedó quieta, dejando que las lágrimas se desprendieran de sus ojos.
Su pecho estaba apretado en un nudo de dolor, que sacudía cada entraña de su cuerpo, pero solo miró el rostro pacífico de Halek. Dejó que sus ojos verdes, que en vida habían sido tan vivos como las hojas de los bosques de las cumbres, observaran el cielo que comenzó a pintarse en tonos anaranjados y rosáceos.
Hviti le acompañó, dejando que Elin se apoyase en su gran cuerpo y buscase calor cuando la noche cayó. Solo ahí se permitió levantarse y soltar el agarre que había mantenido en la mano de Halek. Sus dedos, pintados con sangre seca, bajaron los párpados y besó su frente con delicadeza.
—Lo mataré, Halek. Aunque me cueste la vida, mataré a Drago.
Con aquella promesa danzando en sus labios entumecidos, siguió su camino por el bosque. La luna llena bañaba todo de plata y Elin se encargó de buscar más cadáveres. Sus piernas estaban cansadas, su cuerpo dolía y sus heridas palpitaban, pero no paró.
La luna alcanzó su máximo punto en el cielo cuando Elin y Hviti comenzaron a sepultar a todos los Nattsól caídos, junto a los dragones que habían luchado con su vida. Los cánticos de la chica se elevaron en el bosque, sus palabras rotas por el dolor y el cansancio haciendo eco entre los grandes árboles.
En el momento en el cual los primeros rayos del sol rompieron y acariciaron el rostro de Elin, todos los cuerpos estaban bajo tierra, cercanos a los árboles y sus raíces. Los párpados de ella pesaban y estaba a punto de caer rendida en el suelo cuando Hviti se ubicó a su lado y dejó que su cuerpo fuera el soporte que Elin necesitaba.
Sus dedos acariciaron sus escamas, subiendo hasta su cabeza.
—Hay que irnos, Hviti. Buscar refugio, comida, agua. El viaje es largo y necesitaremos todas nuestras fuerzas y energías —susurró Elin, viendo el sol salir entre las montañas, más allá del bosque.
Hviti hizo un sonido de afirmación, pero permaneció a su lado, con los rayos danzando en su rostro. Ambos se quedaron quietos, dejando que los acontecimientos pasados fueran opacados por el amanecer.
Elin sabía que debían marcharse y tener un descanso. Ella misma sentía la fatiga en su cuerpo, sus extremidades débiles, su garganta seca, sus heridas punzantes, pero solo miró el sol salir. Era algo que siempre le había gustado. Le recordaba los buenos tiempos que vivió.
Hviti y ella sobrevolando los bosques, las montañas, con los primeros rayos rasgando el cielo. La calidez en sus rostros, que se entrelazaban con el viento. La sensación de felicidad, de paz, albergado en su pecho.
Así que permaneció al lado de su dragón, de su eterno compañero, solo dejando que el dolor fuese arrastrado por los dedos de luz. Disfrutando de un momento de tranquilidad antes que la realidad llegase a reclamarla. Sus sentimientos, sus votos, sus promesas. Sabía que en cuanto ese momento llegase a su fin, tendría que hacerle frente a todo.
Quiso, por un breve instante, solo ser una niña de ocho años normal. Sin preocupaciones, sin responsabilidades, sin embargo, no era posible, así que solo disfrutó de la pequeña felicidad que no sabría si volvería a tener luego de todo lo que se avecinaba.
════ ◇ ════
¡Y acá está!
Quise hacer ésta introducción a Elin y su pasado lo mejor que pude, así que me demoré un poco (mucho) en tener el prólogo listo, pero al fin está aquí😊.
¿Qué les pareció? ¿Qué cosas creen que sucederán? ¿Qué tal la primera impresión de Elin y Hviti? 😏
Nos leemos y felices lecturas❤,
daph
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top