Capitulo 6

La tarde se extendía lentamente en el horizonte, con el sol ocultándose detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un tono naranja suave. La ciudad estaba tranquila, las calles vacías después de un largo día, pero para Cho, la paz no provenía del entorno; provenía de Rochi. Cada vez que la tenía cerca, sentía que el mundo se desvanecía, que ya no importaba nada más.

Su trabajo junto a Patrick y el resto del equipo siempre había sido algo en lo que Cho se sumergía con disciplina, con la misma seriedad y concentración con la que abordaba cada aspecto de su vida. La misión en la que estaban trabajando en ese momento era importante, y él no podía permitirse distracciones. Pero la vida, como siempre lo hacía, encontraba su camino para interrumpir la intensidad de su rutina.

Rochi era un contraste a su mundo ordenado, su mundo frío y calculador. Mientras él se enfocaba en los detalles, en las pequeñas matemáticas de su vida, Rochi le enseñaba a ver más allá de los números, más allá de la lógica. Ella era el color que faltaba en su existencia en blanco y negro. Y aunque en principio eso lo había desconcertado, ahora, lo necesitaba más que nunca.

Cada mañana, cuando llegaba a la oficina con Patrick, el equipo de trabajo ya estaba allí, pero él no podía evitar que su mente divagara hacia Rochi, quien siempre le enviaba un mensaje rápido de buenos días, con algún detalle pequeño que hacía que su corazón se acelerara. En esos momentos, Cho, el hombre serio y callado que todos veían, era solo un ser vulnerable y amoroso, que respondía esos mensajes con una ternura que solo ella provocaba. Ella lo hacía sonreír, no de forma forzada, sino genuina, con una espontaneidad que le era extraña.

—Hoy veo que el día será productivo, ¿verdad, Cho? —le dijo Patrick una mañana, mientras revisaban los avances del proyecto. Patrick, como siempre, no perdía la oportunidad de hacer una broma o una observación sarcástica. Pero Cho solo asentía, centrado en su trabajo.

Lo que Patrick no sabía, lo que el equipo no entendía, era que su motivación para hacer todo aquello que hacía no solo provenía de un sentido del deber, sino de algo mucho más profundo. En cada aspecto de su día, desde las reuniones hasta las decisiones más pequeñas, Rochi estaba allí, incluso si no estaba físicamente presente. Su influencia estaba en el aire, como una suave brisa que nunca lo dejaba. Cho nunca lo admitiría abiertamente, pero sabía que él era mejor por ella, que estaba alcanzando metas mayores porque ella le hacía creer en un mundo mejor, uno más brillante.

Esa noche, después de un día ajetreado, Cho decidió que no podía más. Necesitaba verla, hablar con ella. Aunque su mundo exterior se mantenía imperturbable, su corazón palpitaba con la urgencia de tenerla cerca. Salió del trabajo antes de lo planeado y, al llegar a su casa, la encontró esperándole con una taza de té caliente, con ese gesto tan suyo, tan característico de ella: siempre preocupándose por los pequeños detalles, siempre buscando maneras de hacerle sentir a él que no estaba solo.

Rochi se levantó del sillón y, al verlo entrar, sonrió con esa sonrisa que él tanto amaba. En sus ojos brillaba una mezcla de alegría y tranquilidad que él no podía evitar admirar. Ella le ofreció la taza de té y se acercó para abrazarlo, un gesto tan simple, pero que lo derretía por dentro. Cho nunca había sido alguien que abrazara con facilidad, ni que se dejara tocar de manera tan abierta por otros, pero con ella, todo era diferente. Cuando sus brazos la rodeaban, sentía una calidez que no podía encontrar en ninguna otra parte del mundo.

—Te ves cansado, ¿estás bien? —preguntó ella con suavidad, observando sus facciones tensas. La mirada preocupada de Rochi le hizo sentir una extraña paz. Para él, el mundo podía ser caótico, y las personas podían ser frías e indiferentes, pero Rochi siempre veía más allá, siempre veía lo que realmente necesitaba.

—Solo un poco agotado, eso es todo —respondió Cho, dejándose llevar por la calidez de su abrazo. Pero lo cierto era que él necesitaba más que solo descanso. Necesitaba esa cercanía, esa sensación de ser amado, de ser visto tal y como era. No solo el Cho serio y calculador, sino el Cho vulnerable y lleno de inseguridades que nunca dejaba salir a la superficie.

Rochi se apartó ligeramente, pero solo lo suficiente para mirarlo a los ojos. Y ahí estaba, esa chispa de amor incondicional, esa mirada que le decía que no importaba cuán frío y distante fuera por fuera, ella siempre lo aceptaría. Lo amaba tal y como era.

—Cuando veo tu cara, no hay una sola cosa que quisiera cambiar —murmuró Cho en un susurro, sin poder evitarlo. Esa frase que tanto había pensado, y que siempre tenía en mente cada vez que la veía.

Rochi lo miró sorprendida, pero una sonrisa se dibujó en sus labios al escuchar sus palabras. Sabía que Cho, a pesar de su seriedad, jamás diría algo que no sintiera con todo su ser. Y en ese momento, con la sinceridad que solo él podía transmitir, sentía que realmente la amaba tal y como era.

—Eres increíble —continuó Cho, acariciando suavemente su mejilla—. Tal y como eres, eres la persona más hermosa y perfecta que he conocido.

Rochi, con una leve risa tímida, se acercó más a él, abrazándolo de nuevo. Esta vez, se sintió como si el mundo entero se desvaneciera a su alrededor. Cho, el hombre que nunca permitía que nadie entrara en su mundo interior, había abierto las puertas para ella, y ella no podía estar más agradecida. Lo abrazó con más fuerza, sintiendo su corazón latir con fuerza al saber que él sentía lo mismo.

—A veces no puedo creerlo —susurró Rochi, separándose un poco para mirarlo—. A veces pienso que no soy suficiente para ti.

Cho la miró, su expresión seria como siempre, pero sus ojos estaban llenos de una emoción que ella solo podía interpretar como amor profundo.

—Nunca digas eso —respondió, con una suavidad que contrastaba con su naturaleza. —Eres más que suficiente, Rochi. Eres todo lo que necesito. No te pido que cambies nada, ni siquiera que dejes de ser tan... ¿cómo decirlo? Tan increíblemente... tú.

En ese momento, Rochi sonrió abiertamente, y Cho sintió que su corazón latía más rápido. Ella lo hacía sentir cosas que nunca se había permitido experimentar con nadie más. Su risa, su dulzura, la forma en que lo hacía reír incluso cuando él pensaba que no había nada gracioso en el mundo... todo eso hacía que Cho se dejara llevar por un amor profundo, un amor que no había conocido jamás.

Lo que más le sorprendía era cómo, con ella, se permitía romper todas sus barreras. Había cosas que con otros nunca habría hecho: reír sin preocupación, sonrojarse ante un elogio, abrazar sin pensar en el futuro. Con Rochi, todo parecía estar bien, como si ella fuera la pieza que siempre le había faltado para completar su vida.

Mientras se sentaban juntos en el sofá, con la calma de la noche envolviéndolos, Cho dejó que su mente descansara por un momento. Rochi se recostó en su hombro, y él, con una sonrisa sutil, la rodeó con su brazo. En ese instante, supo que su vida ya no sería la misma. Había encontrado su alma gemela, su otra mitad. Y lo más hermoso era que ella también lo había encontrado a él, tal y como era.

Ella lo había hecho ver el mundo con otros ojos, y por primera vez, Cho sintió que todo estaba bien, tal y como era.

El BIC siempre había sido un lugar donde las mentes más brillantes se reunían para resolver los casos más complejos. Patrick Jane, conocido por su increíble capacidad de deducción, era el eje alrededor del cual giraba todo el equipo. Su habilidad para leer personas, anticiparse a los movimientos de los demás y hacer que cualquier pista fuera obvia era lo que lo hacía casi infalible. Sin embargo, cuando Lizzy llegó al BIC, algo cambió en él. No fue de inmediato, pero de alguna manera, Lizzy logró cruzar la línea entre el trabajo y lo personal de una forma que ni Patrick ni él mismo podían prever. Ella se convirtió en algo más que una colega, algo más que un elemento dentro de una misión. Ella se convirtió en la obsesión, la necesidad de Patrick, un amor profundo que se instaló en su corazón sin pedir permiso.

La dulce, empática y genuina Lizzy lo atrapó de una manera que ni siquiera el hombre más astuto y calculador del mundo podría haber anticipado. Patrick, que siempre había sido tan racional y calculador, no entendía cómo alguien podía convertirse en una obsesión de esta manera. Ella, con su sonrisa sincera, su mirada amable, su voz suave y su ser lleno de bondad, rompió todas las barreras que él había erigido. No solo se enamoró de ella, sino que se entregó de una manera que jamás había hecho con nadie. Cada vez que la veía, algo dentro de él se encendía, como si todo el universo girara a su alrededor. No solo amaba su apariencia, sus ojos azules que reflejaban la calma de un océano tranquilo, su cabello rubio y largo que caía con una elegancia natural, sino que amaba cada faceta de su personalidad: su inteligencia, su bondad, su capacidad para amar sin medida. Patrick no podía dejar de pensar en ella, de admirarla, de verla no solo como su compañera de trabajo, sino como la mujer que le completaba, la mujer con la que quería pasar su vida.

Y lo peor de todo para él era que Lizzy no tenía ni idea de lo que ella representaba para él. Cada vez que ella lo miraba, sonreía y hacía algún comentario ingenuo, Patrick sentía que su mundo se desmoronaba, no porque no quisiera mostrarle su amor, sino porque, en su mente, ella merecía algo más. Sin embargo, las palabras que más anhelaba escuchar de ella, las palabras de correspondencia, las que le mostraban que ella también lo amaba, eran las mismas que él nunca se atrevía a decirle directamente. En su lugar, se escondía tras su humor sarcástico, su actitud de siempre tan distante y precisa. Pero en su interior, sabía que Lizzy era lo único que necesitaba, lo único que lo completaba. La intensidad de su amor lo asustaba, lo atrapaba, pero no podía evitarlo. Ella era su alma gemela, su razón para levantarse cada mañana.

A lo largo de los meses, Lizzy comenzó a darse cuenta de que su relación con Patrick iba más allá de lo profesional. Al principio, se había acercado a él por su habilidad para resolver casos, por su increíble mente analítica que siempre los llevaba al fondo de los misterios más complejos. Pero pronto, empezó a ver una faceta diferente de Patrick. Bajo esa capa de ironía y sarcasmo, Lizzy comenzó a notar la ternura y la vulnerabilidad que Patrick solo mostraba cuando estaba con ella. Era fascinante cómo Patrick, con su mirada tan aguda y su capacidad para leer a los demás como si fueran libros abiertos, era incapaz de ver lo que ocurría dentro de su propio corazón. Su amor por ella era tan grande que no cabía en su mente, y de alguna manera, Lizzy no solo lo entendía, sino que también lo amaba con la misma intensidad.

La dulzura de Lizzy, su honestidad y su bondad lo atrajeron de una manera que Patrick nunca había experimentado. Mientras él se perdía en sus pensamientos, tratando de encontrar la mejor manera de no ser vulnerable frente a ella, Lizzy hacía todo lo posible por hacerle saber que ella lo veía, que ella lo entendía. Cada vez que se miraban, Patrick sentía que todo se desvanecía, que nada importaba más que estar a su lado. Lizzy lo hacía sentir más vivo, más completo. Ella tenía la capacidad de hacerlo reír, de mostrarle el mundo de una manera diferente, de hacerle ver la belleza en los momentos más simples, en las pequeñas cosas que antes le pasaban desapercibidas. Mientras él solía centrarse en la lógica y en lo racional, Lizzy lo arrastraba a un mundo donde las emociones importaban más, donde el amor era tan palpable como el aire que respiraban.

En su relación, no solo se trataba de lo físico, aunque Patrick también amaba cómo Lizzy lo hacía sentir a nivel superficial. Su belleza era innegable, con su cabello rubio y brillante, su cuerpo lleno de curvas que no podía dejar de admirar. Pero lo que más amaba de Lizzy no era solo su apariencia, sino su ser. Su bondad, su empatía, su capacidad para amar sin reservas, su genuina preocupación por los demás. Patrick había conocido muchas personas en su vida, pero nunca había conocido a alguien como Lizzy. Ella lo desarmaba de una manera que nadie más podía. Y, al igual que Wayne con Eugenia, él se sentía como si estuviera a los pies de Lizzy, completamente entregado, sin reservas.

Pero el amor de Patrick no era el único que florecía en el BIC. A su lado, Wayne Risgby, su compañero leal y confiable, vivía su propia historia de amor con Eugenia, la rebelde, apasionada y coqueta agente del BIC. Eugenia, con su actitud desafiante y su presencia imponente, había capturado el corazón del torpe y amable Wayne, quien nunca había sido el tipo de hombre que mostraba demasiado interés en los demás. Sin embargo, cuando Eugenia entró en su vida, algo cambió. De alguna manera, ella lo completaba, lo hacía sentir que todo lo que había vivido antes no había sido más que una preparación para ese amor tan único. Wayne, siempre tan serio y concentrado en su trabajo, encontró en Eugenia no solo una compañera, sino también una fuerza que lo impulsaba, que lo hacía sentirse más vivo, más completo. Aunque sus personalidades parecían tan opuestas, Eugenia con su fuego y pasión y Wayne con su calma y amabilidad, juntos formaban un equipo perfecto.

A diferencia de Lizzy, Eugenia no tenía esa inocencia tan pura y transparente, sino que era mucho más consciente de su poder, tanto sobre los hombres como sobre las situaciones. Su mirada profunda y su seguridad en sí misma eran parte de lo que había conquistado a Wayne. Mientras Lizzy podía ser dulce e ingenua, Eugenia era audaz, vivaz, llena de vida. En su relación con Wayne, ella tomaba la iniciativa, guiaba el camino, mientras él seguía con su nobleza y humildad, amándola en cada uno de sus gestos. Wayne se había convertido en un hombre más apasionado gracias a Eugenia, y su vida, que alguna vez había sido tranquila y ordenada, ahora giraba en torno a ella, a su energía y su vitalidad.

Era imposible no ver el paralelismo entre las relaciones de Patrick y Lizzy, y Wayne y Eugenia. Ambas parejas eran el ejemplo perfecto de cómo dos almas opuestas podían unirse, completarse y formar algo más grande que la suma de sus partes. Y, al igual que Patrick con Lizzy, Wayne con Eugenia también encontraba que su mundo giraba en torno a ella. La necesitaba, la quería, y aunque sus diferencias eran notorias, esas diferencias solo servían para hacerlos más fuertes, más unidos.

Dentro del BIC, el grupo también encontraba su fuerza en la unidad, en cómo cada uno de ellos se apoyaba mutuamente. Candela, la más dulce y amable de todos, representaba la ternura del equipo, mientras que Teresa y Grace eran las más estratégicas y calculadoras. Cada uno tenía su rol, pero Lizzy y Eugenia, al igual que Candela, se encargaban de aportar la calidez y el amor que todos necesitaban para mantenerse firmes en sus misiones.

Patrick, Wayne, Lizzy, Eugenia... todos ellos eran piezas de un rompecabezas que encajaban perfectamente. A pesar de las diferencias, a pesar de las personalidades opuestas, el amor, esa fuerza que ninguno de ellos había anticipado, los había unido. Y así, entre casos resueltos, peligros y secretos, Patrick y Lizzy, Wayne y Eugenia, descubrieron que el verdadero misterio en la vida no era resolver crímenes o desentrañar mentiras, sino entender el profundo y eterno lazo que unía a dos almas que se habían encontrado. Y tal como Patrick había caído por Lizzy, tal como Wayne había caído por Eugenia, Cho, en su momento, descubriría también lo que significaba ese amor sin reservas, el amor que lo transformaría para siempre.

Desde el momento en que Patrick Jane y Wayne Rigsby llegaron al BIC, no solo compartían una misión profesional, sino que, aunque en sus corazones ni siquiera se lo imaginaban, compartían algo aún más profundo y misterioso: un amor que lo cambiaría todo. Al principio, Patrick no entendía cómo Lizzy había llegado a ser tan importante para él, pero con el tiempo, los sentimientos crecieron de manera tan orgánica que ya no podía ver su vida sin ella. Lizzy, con su naturaleza suave y generosa, había penetrado cada rincón de su alma, cada fibra de su ser. Cada día, ella lograba conquistar un pedazo de su corazón de una manera que ningún caso, ningún desafío, ningún crimen por resolver podría hacerle olvidar.

Patrick, el hombre calculador y siempre tan lógico, nunca imaginó que alguien pudiera tener tanto poder sobre él. No solo pensaba en Lizzy cuando estaba con ella, sino también cuando no lo estaba. Era una constante en su mente, algo que se instaló en su vida de manera inevitable. Los casos que resolvían en el BIC, las pistas que descifraban, todo pasaba a un segundo plano cuando su mente se desplazaba hacia ella. Era imposible no pensar en la suavidad de su risa, en la bondad que irradiaba sin esfuerzo, en esos pequeños gestos que él había llegado a esperar: cómo se mordía el labio cuando estaba nerviosa, cómo sus ojos brillaban cuando le hablaba de algo que le apasionaba, o cómo se sonrojaba cuando él, tímidamente, le decía alguna palabra cariñosa.

A Patrick le fascinaba, y a veces le desconcertaba, cómo podía ser tan dependiente de Lizzy. Era como si ella hubiera tomado el control de su alma sin que él pudiera evitarlo. No solo pensaba en ella cuando la veía, sino que su amor por Lizzy lo invadía incluso en sus momentos de silencio, en sus horas de trabajo. Ella estaba en cada pensamiento, en cada acción, en cada respiro. No importaba cuánto lo intentara, Patrick sabía que Lizzy se había convertido en el eje alrededor del cual todo giraba. En la mañana, lo primero que deseaba era verla. En la noche, lo último que pensaba era en ella. En cada caso, en cada palabra, estaba presente. Su mente estaba tan llena de Lizzy que nada ni nadie podría sacarla de ahí. No le importaba lo que pasara a su alrededor. Lo único que le importaba era ella.

Y lo peor, o mejor dicho, lo más hermoso de todo, era que Lizzy le había dado algo que él nunca creyó posible: la necesidad de estar con ella. No solo le gustaba estar a su lado, sino que sentía que su vida no tenía sentido sin ella. Lizzy no solo era la mujer que amaba, sino el aire que necesitaba para respirar, la razón por la cual todo valía la pena. Era su vida, su razón de ser. En un mundo donde las deducciones eran claras y todo estaba ordenado, Lizzy había irrumpido como una tormenta que no podía predecir ni controlar, y él no deseaba nada más que estar perdido en ella. Como el sol al amanecer que es imposible de ignorar, Lizzy se había convertido en su necesidad diaria, en su obsesión.

A lo largo de los días, Patrick fue consciente de cómo su amor por Lizzy lo hacía más vulnerable, pero también más fuerte. Al principio, se veía a sí mismo como alguien que debía estar siempre en control, pero Lizzy había logrado quitarle esa coraza, esa capa de dureza que siempre había mostrado al mundo. Con ella, Patrick no tenía miedo de mostrarse tal como era, de ser el hombre que realmente sentía ser: alguien profundamente enamorado, totalmente dependiente de ella, completamente cautivado. Y se dio cuenta de que no solo se trataba de su cuerpo, de su belleza innegable que lo dejaba sin palabras, sino de cada parte de ella, de su esencia. Amaba cada faceta de su ser, desde los gestos más pequeños, como la forma en que se tomaba su tiempo para responder a una pregunta, hasta los más grandes, como su implacable bondad y su capacidad para amar.

Patrick entendió que Lizzy no solo era la mujer de sus sueños, sino que había llegado para transformar por completo su vida, para hacerle entender que, a pesar de sus habilidades mentales y de su inteligencia, nada era más importante que ella. Sin Lizzy, no había sentido en nada. Sin Lizzy, la vida carecía de color. Y aunque nunca lo dijera en voz alta, Patrick sabía que no podría vivir sin ella. Como el aire que respiraba, Lizzy era vital para él. Ella lo completaba, lo hacía sentir entero, lo hacía ser mejor persona, incluso cuando se sentía perdido en sus propios pensamientos.

En el otro lado del BIC, Wayne Rigsby también vivía una historia similar, pero con su propia dinámica. Eugenia, con su actitud tan audaz y su pasión desbordante, había capturado su corazón de una manera que Wayne jamás había esperado. Si Patrick había sido absorbido por Lizzy, Wayne no podía dejar de pensar en Eugenia. Su amor por ella lo hacía sentir como si estuviera completamente a sus pies, como si no hubiera nada en el mundo que quisiera más que estar cerca de ella, amarla, cuidarla. A pesar de su seriedad, a pesar de sus torpezas, Wayne había encontrado en Eugenia el equilibrio que su vida necesitaba. Eugenia, con su seguridad y su ardiente personalidad, se había convertido en el eje de su mundo.

La dependencia que Wayne sentía por Eugenia no tenía comparación. Cada día, su mente solo podía pensar en ella. Al igual que Patrick con Lizzy, Wayne la necesitaba para respirar, para vivir. Y su amor no solo era un deseo, sino una necesidad que calaba hondo, que se adentraba en cada rincón de su ser. Eugenia, con su mirada penetrante y su sonrisa segura, había conquistado el corazón de Wayne de una manera tan profunda que, cuando no estaba cerca de ella, sentía un vacío, una incomodidad que no sabía cómo llenar. El mundo de Wayne estaba completo solo cuando Eugenia estaba a su lado, y nada ni nadie podría separarlos.

Así como Patrick y Lizzy, Wayne y Eugenia compartían un amor tan intenso que sus vidas giraban en torno a esas mujeres. Eran sus pensamientos constantes, sus primeras y últimas preocupaciones del día. La dependencia que sentían por ellas era tan fuerte que, en muchos momentos, se preguntaban cómo habían vivido sin ellas, cómo habían sido capaces de respirar sin su amor. El amor que sentían por Lizzy y Eugenia era un amor que no podía entenderse desde fuera. Era tan grande, tan profundo, tan puro que las palabras no podían describirlo completamente.

Y, al final, lo que Patrick y Wayne comprendieron es que el amor verdadero no se trata solo de una necesidad emocional, sino de una conexión profunda, casi espiritual, con el ser amado. Lizzy y Eugenia, con sus personalidades tan diferentes, tan opuestas a ellos, habían logrado lo imposible: hacerlos rendirse por completo, hacerlos volverse más humanos, más reales. En sus corazones, no había espacio para nada ni nadie más. Cada pensamiento, cada respiro, estaba impregnado de ellas. Sin ellas, no eran nada. Y al igual que ellos, Cho comprendió que el amor podía ser tan intenso, tan necesario, que podría cambiar el curso de toda una vida.

La historia de Patrick y Lizzy, de Wayne y Eugenia, era un testamento de lo que significaba el verdadero amor: un amor que va más allá de lo que se ve, un amor que toca el alma, que se convierte en una necesidad tan profunda como respirar. Y así, todos en el BIC, cada uno a su manera, descubrieron que el amor no solo se encuentra en los detalles pequeños, sino en la profunda conexión entre dos almas que se entienden más allá de las palabras.

Cho, el siempre serio y calculador, el hombre que nunca había dejado que nada lo afectara profundamente, se encontraba frente a un espejo de emociones que nunca había anticipado. A lo largo de su vida, había sido testigo de las relaciones de sus compañeros en el BIC. Había visto cómo Patrick y Lizzy se tornaban más dependientes el uno del otro, cómo Wayne y Eugenia compartían una conexión tan profunda que parecía casi inquebrantable. Al principio, Cho había sido escéptico, observando todo desde una distancia segura, sin entender completamente esa necesidad de estar cerca de alguien de manera tan intensa. Para él, los sentimientos siempre habían sido secundarios, algo que no podía dejar que lo distrajera. Su trabajo, su enfoque en resolver casos, siempre había estado por encima de todo.

Sin embargo, todo cambió cuando Rochi entró en su vida.

Rochi, con su naturaleza vivaz, su energía contagiosa y su capacidad para hacerle ver la vida desde una perspectiva diferente, se convirtió en una presencia inesperada en su mundo. Al principio, Cho intentó mantener su distancia, como siempre lo hacía. Intentó mantener su fachada fría y distante, sin mostrar vulnerabilidad. Después de todo, nunca había creído en el tipo de amor que sus compañeros experimentaban. No creía que necesitara a nadie para ser completo. Pero algo en Rochi le hizo cuestionar esa creencia. Era como si ella tuviera la capacidad de penetrar en su alma sin esfuerzo, de hacerle ver el mundo con otros ojos. No se trataba solo de la química o la atracción, aunque también estaba ahí. Era algo más profundo, algo que Cho no podía explicar con palabras.

Al principio, Cho trató de ignorar sus sentimientos, pero, como le había sucedido a Patrick con Lizzy y a Wayne con Eugenia, Rochi fue una presencia que comenzó a invadir todos sus pensamientos. Cada vez que la veía, sentía una oleada de emociones que no podía controlar, una sensación de calma y paz que nunca había experimentado. Sus gestos, sus sonrisas, la forma en que se preocupaba por él de una manera tan genuina, lo desconcertaban. Era como si el tiempo se detuviera cada vez que ella estaba cerca. Su presencia era una necesidad en su vida, algo que no podía ni quería evitar.

Fue entonces cuando Cho comenzó a entender. Mirando a Patrick y Lizzy, y observando a Wayne y Eugenia, se dio cuenta de que lo que sentían no era algo aislado. No era una debilidad ni algo que pudiera simplemente descartarse. Era un amor tan profundo, tan fundamental, que transformaba a las personas. Patrick y Wayne se habían vuelto dependientes de sus respectivas chicas, no porque fuera algo que eligieran, sino porque el amor había dejado de ser una opción. Se había convertido en una necesidad, en algo tan esencial como respirar.

Cho entendió que no había nada de malo en ser vulnerable, en necesitar a alguien. De hecho, era lo más humano que podía experimentar. Había visto cómo Patrick, tan frío y calculador, se volvía un hombre completamente diferente cuando estaba cerca de Lizzy. Cómo su corazón latía por ella, cómo su mente, tan afilada y brillante, solo podía concentrarse en ella. Y lo mismo ocurría con Wayne y Eugenia. Aunque Wayne era un hombre extrovertido y torpe en muchos aspectos, cuando se trataba de Eugenia, su amor por ella era tan obvio, tan genuino, que Cho no podía evitar admirarlo, a pesar de sus diferencias.

Lo que Patrick y Wayne experimentaban con sus amadas no era una debilidad. Al contrario, Cho vio que eso era lo que les daba fuerza. El amor los completaba, los hacía ser mejores versiones de sí mismos, más humanos, más empáticos. Y fue en ese momento que Cho comprendió lo que realmente sentía por Rochi. Ella no solo era su compañera en el BIC, sino que había hecho que su mundo cambiara. Había puesto en su corazón una chispa de algo que nunca había sabido que necesitaba: el amor.

Cho comenzó a reflexionar sobre su propia relación con Rochi. Cada vez que la veía, su mente se llenaba de pensamientos de ella. No podía dejar de pensar en su sonrisa, en la forma en que siempre lograba hacerlo reír, incluso cuando su naturaleza seria y estoica intentaba resistirse. Rochi era su opuesto en muchos aspectos, pero eso solo hacía que se sintiera más atraído hacia ella. Mientras Cho era un hombre que controlaba todo, que mantenía las emociones a raya, Rochi era un torbellino de pasión y vulnerabilidad. Su calidez, su bondad, su energía desbordante, todo en ella lo atraía y lo desconcertaba a la vez.

Lo que antes consideraba una distracción, se convirtió en su mayor necesidad. Cho entendió que, como Patrick y Wayne, su vida ahora giraba en torno a Rochi. Ya no podía imaginar un futuro sin ella. Sus pensamientos, sus acciones, su corazón, todo estaba condicionado por el amor que sentía por ella. Incluso sus momentos de concentración en los casos del BIC se veían interrumpidos por la constante presencia de Rochi en su mente. La idea de pasar un día sin verla le resultaba insoportable. Cada vez que la miraba, no podía evitar notar cómo su corazón latía más rápido, cómo su cuerpo reaccionaba a su cercanía.

Cho, que había sido el más resistente al amor, comenzó a entender lo que Patrick había experimentado con Lizzy, y lo que Wayne sentía por Eugenia. No se trataba de ser "débil" ni de perder el control. Se trataba de algo mucho más profundo: de la conexión que solo se puede sentir cuando te entregas por completo a otra persona, cuando esa persona se convierte en una extensión de tu propio ser. Rochi no solo era su amor; era su compañera, su otra mitad. Cada vez que la miraba, Cho veía algo que no podía explicar: una razón para seguir adelante, una razón para ser mejor, para luchar por un futuro juntos.

Y así, Cho comprendió que el amor no solo se trataba de una emoción pasajera. Era algo que transformaba, que enriquecía, que hacía que todo tuviera sentido. Patrick había sido cambiado por Lizzy, Wayne había sido transformado por Eugenia, y ahora, Cho, el hombre que nunca había creído en el amor, entendía que Rochi había hecho lo mismo por él. Ella no solo ocupaba su mente, sino que se había apoderado de su corazón, de su alma. Era su todo.

Como Patrick con Lizzy, y Wayne con Eugenia, Cho había caído en la necesidad de tener a Rochi a su lado. La amaba con una intensidad que lo desconcertaba, pero también lo completaba. Ahora sabía que no había marcha atrás. Su vida ya no tenía sentido sin ella, y el amor que sentía por Rochi se había convertido en su motor, en la razón de su existencia. Como el sol para la tierra, Rochi era su fuente de energía, su razón para seguir adelante. Y Cho aceptó, finalmente, lo que había estado sintiendo desde el principio: el amor verdadero, profundo, y total.

El amor que había transformado a sus compañeros, el amor que había hecho de Patrick y Wayne hombres mejores, ahora también lo había transformado a él. Cho entendió que, al final, todos los casos del BIC, todas las investigaciones, todas las deducciones, palidecían en comparación con lo que realmente importaba: el amor, el lazo irrompible que había encontrado con Rochi. Y así, de la misma manera que Patrick y Wayne, Cho entendió que no había nada más importante que amar y ser amado, que entregarse por completo a esa persona que te hacía sentir completo.

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