i. sweet princess.
BOSQUE REAL, año 124
después de la conquista.
Maegor se encontraba entrenando con la espada de madera, realizando movimientos tácticos y ágiles contra aquel árbol que se erguía como un adversario silencioso. La luz del sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando un efecto de destellos que parecían danzar en el aire. Tratando de concentrar su respiración, sobre todo su hambre, se acercó a donde estaba aquella princesa sentada sobre una manta de picnic sobre el suelo, tirándose sobre la manta con una gracia que parecía innata. Estiró su mano hacia la canasta, abriéndola y tomando unos bocadillos.
Helaena se encontraba leyendo sobre la Conquista de Aegon El Conquistador y sus hermanas-esposas, su rostro iluminado por la luz del sol que se reflejaba en las páginas del libro. — ¿No te interesaría aprender sobre el arte de la espada? — Preguntó el príncipe, acercándose al río y tomando un puñado de agua para pasarlo por su cabello platino y nuca sudorosa. El agua fresca parecía revitalizarlo, y su mirada se volvió más intensa al dirigirse a Helaena.
Helaena arqueó una ceja, dejando su lectura de lado. — ¿Aprender a usar una? Madre preferiría dejar que me coma un dragón antes de dejar que use una espada...—Respondió con voz suave, levantándose de la manta para comer unas galletas de jengibre. Su cabello castaño platinado, tan brillante como la luna se movía suavemente en la brisa.
— ¿Qué importa? La reina no tiene porque enterarse, te vendría bien aprender a defenderte. — Insistió Maegor, intentando convencer a la contraria. No era sorpresa de nadie que la Reina Consorte detestara a los vástagos de Rhaenyra, solía llamarlos bastardos a espaldas de la corte y el rey, pero, insinuandolo directamente en la cara de Rhaenyra y sus hijos.
Después de varios minutos insistiendo por parte de Maegor, Helaena aceptó, viéndose convencida. Se acercó al "campo de entrenamiento" como solía llamarlo Maegor. Desde aquel momento donde ambos se convirtieron más cercanos solían usar el lugar secreto del bosque real, usandolo como refugio para sus encuentros.
— Tienes que colocar las piernas de este modo...—Dijo Maegor, acomodando la postura de Helaena y colocando la espada en sus manos. — Luego giras la cintura. — La espada parecía pesada en las manos de Helaena, pero Maegor la ayudó a encontrar el equilibrio perfecto.
Helaena sintió el calor subir a sus mejillas cuando el contrario colocó sus manos en su cintura, pasándolas por allí suavemente, separándose al instante. —¿Qué pasa? —Preguntó, confundido de la acción repentina.
—No es nada...solo me arrepenti — Mintió, girándose del lado contrario para así no dejar a la vista sus mejillas enrojecidas. — Se está haciendo tarde, debo regresar al castillo antes de que madre pueda darse cuenta de mi ausencia.
— Si, es lo mejor. — Respondió, guardando la espada de madera dentro de un tronco donde tenía más armas de entrenamiento, ideales para la fuerza del príncipe. Se acercó a Helaena ayudándola a juntar algunas cosas para dejarlas posteriormente dentro del tronco junto a sus pertenencias.
Ninguno abrió la boca para decir nada, solo siguieron sus respectivos caminos. Maegor solía salir por una salida secreta escondida detrás de la cascada, la cuál llevaba a otra parte del castillo, y Helaena salía por la entrada principal cubierta de arbustos y vida verde, de este modo no los verían juntos y tampoco se enterarian de sus encuentros.
El camino era una especie de túnel, donde se conectaba con los pasadizos secretos del torreón de Maegor, facilitando la llegada a sus aposentos. La oscuridad del túnel era solo interrumpida por la luz tenue que se filtraba a través de las rendijas en la pared.
Maegor se movió con sigilo a través del túnel, acompañado de las ratas que recorrían la fortaleza. Finalmente, emergió de uno de los pasadizos y se encontró en su habitación, iluminada solo por la luz de la luna que se filtraba a través de la ventana. Se acercó a la cama y se sentó, sintiendo el silencio de la noche.
— ¿Mae? — Habló una voz tan dulce como la miel, Maegor se giró rápidamente, encontrándose con su hermanito pequeño, Lucerys.
— ¿Qué haces aquí, Luke? — Preguntó Maegor.
— Estaba buscándote — Respondió Lucerys, con una sonrisa inocente en su rostro. — ¿Qué estabas haciendo?
Maegor se encogió de hombros. — Nada, solo entrenando.
Lucerys asintió, pero Maegor podía ver la curiosidad en sus ojos. Le resto importancia, el menor era tan olvidadizo que no tardaría en olvidar aquella situación, con suerte sus preguntas también desaparecerían.
En ese momento, la puerta se abrió y Rhaenyra entró en la habitación, una sonrisa en su rostro. — Cariño, te estuve buscando — Dijo, acercándose a Maegor y acariciando su mejilla. Su vientre comenzaba a mostrar signos de su embarazo, y Maegor podía ver la forma en que su madre acariciaba su barriga, como si estuviera hablando con el bebé que llevaba dentro.
Maegor sonrió y se levantó de la cama, abrazando a su madre. — ¿Qué pasa, madre? — Preguntó.
Rhaenyra sonrió y se sentó en la cama, junto a Maegor. — Pronto será el onomástico de la princesa Helaena. El rey realizará un festín, y probablemente habrá un torneo.
Maegor se sintió un poco emocionado al escuchar la noticia. Un torneo sería una excelente oportunidad para demostrar su habilidad con la espada. Y, por supuesto, para ver a Helaena de nuevo.
Esa misma noche, Maegor fue convocado por el rey a sus aposentos, situados en la torre más alta del castillo, con vistas al mar y a la ciudad de Desembarco del Rey. El príncipe se encontraba emocionado, no había visto a su abuelo por unos días, debido a sus tratamientos delicados para tratar de aliviar el dolor de su cuerpo. Tomó un baño, y corrió hacia la habitación del rey, su corazón latiendo con anticipación. La puerta se abrió y uno de los guardias anunció su llegada. — El príncipe, su majestad. — Viserys hizo una seña, asintiendo. Maegor entró, y los guardias cerraron la puerta detrás de él. La habitación estaba iluminada solo por la luz de las velas, que creaban sombras danzantes en las paredes tapizadas con elegancia.
— Majestad. —Habló Maegor, haciendo una reverencia. Desde su nacimiento, el rey Viserys comenzó a consentir excesivamente al príncipe. En su quinto onomástico el rey lo sentó en el trono de hierro e hizo que todos se arrodillaran ante el futuro rey. Viserys amaba a sus nietos, con todo su ser, pero, Maegor era su debilidad, sobretodo porque le recordaba a las personas que más amaba en este mundo, Rhaenyra y Daemon.
— Deja las formalidades, nieto mío, acércate. —Dijo con voz cariñosa, haciéndole una seña para que se acercara. Maegor hizo caso omiso, observando la maqueta de la vieja valyria, recordando cuando solían armarla juntos. La maqueta estaba sobre una mesa de madera oscura, rodeada de libros y pergaminos. Maegor se acercó a la mesa, su mirada se posó en la maqueta, y luego se dirigió a su abuelo.
— Mi querido Maegor, pronto será tu onomástico, después del de Helaena. Hace unas lunas mande hacer un regalo especial para ti, planeaba dártela en tu onomástico, pero no pude contenerme. — Habló Viserys, pronto un herrero entró por la puerta y en sus manos, una hermosa espada, el herrero se acercó haciendo una reverencia, dejando una espada de acero valyrio en las manos del príncipe. Maegor observó los detalles con admiración, la espada cuenta con una hoja gruesa y pesada, excepcionalmente afilada, que brilla con el resplandor oscuro del acero. En el mango se encuentra un rubí adicional que resplandece intensamente. La empuñadura de oro negro presenta un dragón en relieve, con alas desplegadas, simbolizando fuerza y ferocidad. Se encontraba enamorado completamente, pronto cumpliría trece años y podría usarla correctamente, a pesar de sus ganas por usarla antes.
— Es...hermosa. — Habló, rompiendo el silencio que se había formado tras su larga admiración y observación. Viserys se rió frenéticamente tras la reacción de su nieto. — Sabía que te encantaría, la mande hacer con el mejor herrero del mundo, proveniente de Essos. Fue hecha por detalle, es un diseño similar al de Blackfire. Debido a tu fuerza descomunal ordené que sea hecha con una hoja robusta, de este modo pesará, no tanto para ti. — Habló, Maegor se acercó a su abuelo, abrazándolo con fuerza y murmurando un gracias, el cual llegó a los oídos del rey. — Úsala en el torneo, nieto mío, hazlo y representa a la Casa Targaryen con orgullo.
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