Capitulo 16

La luz de la mañana se filtraba suavemente a través de las persianas, dibujando sombras tenues en las paredes del hospital. Rochi, recostada en la cama, comenzó a despertar lentamente. Sentía un peso en su pecho, un cansancio profundo que había marcado su cuerpo durante días, pero también percibía algo más. El dolor, aunque presente, parecía menos agudo. La sensación de estar viva, de estar mejorando, era un rayo de esperanza en su interior. Los recuerdos aún eran borrosos, pero lo que sí podía ver con claridad era el rostro de Donald, siempre cerca, siempre atento.

Donald estaba allí, como siempre, sentado en la silla junto a su cama. Su rostro cansado, pero sereno, estaba iluminado por la luz del sol matutino que entraba por la ventana. Aunque se notaba que la preocupación por ella no lo dejaba descansar, sus ojos brillaban con una ternura infinita cada vez que ella lo miraba. Él había estado allí todo el tiempo. En las horas difíciles, cuando su cuerpo no respondía y el dolor la dominaba, él le había dado fuerza. Le tomaba la mano, le hablaba con suavidad, le sonreía con la esperanza de que sus palabras pudieran aliviar su sufrimiento. Y, en cada uno de esos momentos, Rochi sentía el consuelo de su presencia.

"Hola, hermosa", dijo Donald en voz baja, acariciando su mano suavemente. Su voz estaba llena de amor y de la dulzura que Rochi había aprendido a valorar tanto. "¿Cómo te sientes hoy?"

Rochi intentó sonreír, aunque su cuerpo aún no respondía completamente. "Me siento... mejor", murmuró, sus ojos luchando por mantenerse abiertos mientras su mente trataba de procesar la realidad de su recuperación.

"Eso es bueno", respondió Donald, con una sonrisa que reflejaba una mezcla de alivio y cariño. "Te he estado esperando."

Las enfermeras, que venían a revisar sus signos vitales y cambiarle las medicinas, no pudieron evitar sonreír al ver la escena. Siempre había algo especial en la forma en que Donald cuidaba de Rochi. A menudo se escuchaba entre ellas, en sus charlas en el pasillo, lo afortunada que era Rochi por tener un amor tan sincero. Se comentaba cómo él se quedaba a su lado incluso en los momentos más difíciles, cómo no perdía la esperanza ni un segundo.

"Es impresionante lo dedicado que es", decía una enfermera mientras tomaba notas. "No he visto nunca una pareja tan unida. ¿Ves cómo la mira? Como si ella fuera su razón de vivir."

Otra enfermera, más joven, sonrió tímidamente. "Es tan dulce. Nunca se aparta de ella, ni siquiera cuando está dormida."

Y es que, para las enfermeras, Donald era un verdadero ejemplo de lo que significaba el amor verdadero. Cada gesto, cada palabra, cada mirada hacia Rochi era un testimonio de lo mucho que él la amaba. No importaba cuánto tiempo pasara, él siempre estaba allí. En las horas de dolor, en los momentos de desespero, y sobre todo, en los momentos de esperanza.

Mac, el padre de Rochi, había llegado al hospital temprano esa mañana. Con su rostro serio, como siempre, caminó hacia la habitación de su hija con paso firme. Su corazón latía con fuerza en su pecho al verla. Aunque intentaba mantener la calma, la preocupación por su hija nunca lo dejaba en paz. La vio ahí, acostada, pero con el color en su rostro mejorando y su respiración más tranquila.

Donald se levantó rápidamente al verlo entrar. Aunque Mac siempre había sido un hombre de pocas palabras, Donald había aprendido a reconocer la profunda preocupación que se ocultaba bajo su fachada seria.

"Mac", dijo Donald, con voz suave pero llena de respeto. "Está mejorando. Hoy parece estar mucho mejor que ayer."

Mac asintió con una leve sonrisa, aunque sus ojos seguían brillando con la preocupación que nunca abandonaba. "Gracias por estar aquí, Donald. No sé qué haríamos sin ti."

"Rochi es todo para mí", respondió Donald, con firmeza, mirándole directamente a los ojos. "Haré todo lo que sea necesario para que se recupere. Ella es mi mundo."

Mac no pudo evitar sentirse tocado por esas palabras. Había sido muy protector con su hija desde siempre, y aunque al principio le había costado confiar completamente en Donald, ahora veía lo mucho que él la amaba y lo mucho que hacía por ella. El vínculo entre ellos era claro, y Mac entendió que Rochi estaba en las mejores manos posibles.

Rochi, a pesar de su debilidad, miró a su padre y sonrió débilmente. "Papá, estoy mejor", susurró, y aunque su voz estaba débil, había en ella una esperanza que tocó el corazón de Mac.

"Lo sé, hija", respondió Mac, acercándose a su cama y acariciando su mano. "Lo sé."

A lo largo del día, Rochi comenzó a sentir más fuerza. El dolor disminuyó, y aunque aún le costaba moverse, algo dentro de ella comenzaba a mejorar. Donald no se apartó ni un segundo. Estaba a su lado en cada momento, cuidándola, dándole agua, animándola con palabras suaves. A veces, le leía en voz baja, historias que solían compartir en sus tiempos juntos, mientras él sujetaba su mano y le hacía sentir que todo iba a estar bien.

Las enfermeras, cada vez que entraban a la habitación, no podían evitar comentar lo afortunada que era Rochi por tener a alguien como él a su lado. Habían visto muchas historias de amor en su carrera, pero la devoción de Donald era algo que no podían dejar de admirar.

Al caer la tarde, Mac volvió a entrar en la habitación, esta vez acompañado por algunos compañeros de CSI Nueva York, quienes se habían tomado el tiempo para visitarla. A pesar de sus apretadas agendas y las responsabilidades laborales, todos querían estar ahí para ella. El ambiente se llenó de risas suaves, de bromas y comentarios que hacían sonreír a Rochi.

"Vamos, Rochi, ¿cómo te sientes ahora?", preguntó Danny, uno de los compañeros de CSI, con una sonrisa amable. "Te extrañamos en el trabajo."

"Sí, te necesitamos de vuelta", añadió Lindsay, su compañera, con una sonrisa cálida. "¿Te has recuperado ya? Porque si no, te vamos a poner a trabajar aquí, con todos nosotros."

Rochi se rió suavemente, sintiendo cómo el calor de sus amigos la envolvía. "Lo haré, lo prometo", respondió, su voz aún débil pero llena de gratitud.

Mac miró a todos con una sonrisa de orgullo. "Está mejorando, chicos. Gracias por venir a verla. Cada palabra de apoyo le ayuda más de lo que creen."

La noche cayó, y aunque Rochi estaba agotada, sentía una paz que nunca había experimentado antes. Rodeada de amor y cuidado, sabiendo que Donald siempre estaría allí, y con el apoyo inquebrantable de su padre y amigos, sentía que su recuperación era una cuestión de tiempo. No solo estaba mejorando físicamente, sino también emocionalmente, y eso era lo que realmente la hacía sanar.

"Te amo", susurró Donald, acunando su rostro entre sus manos. "Vas a salir de esto, lo prometo."

Rochi le devolvió la mirada, su corazón latiendo fuerte en su pecho. "Lo sé", respondió con una sonrisa, sintiendo que, con él a su lado, todo era posible.

Rochi se acomodó en su cama, intentando encontrar una postura más cómoda. A pesar de su debilidad, sentía una nueva energía fluir por su cuerpo. Sabía que su recuperación estaba lejos de completarse, pero la esperanza la invadía. Las risas y la compañía de sus compañeros de CSI Nueva York habían aliviado la tensión del día. Ahora, a su alrededor solo quedaban Lindsay, Stella y Sid, quienes se habían quedado a charlar un poco más con ella.

Lindsay fue la primera en romper el silencio, observando a Rochi con una mezcla de cariño y curiosidad. "¿Sabes? He estado pensando en lo afortunada que eres de tener a alguien como Donald a tu lado. Nosotras hemos visto cosas increíbles en nuestro trabajo, pero lo que él ha hecho por ti aquí... Es impresionante."

Rochi frunció el ceño suavemente, sintiendo una mezcla de sorpresa y gratitud. Sabía que Donald había estado a su lado todo el tiempo, pero no se había dado cuenta de cuánto había impactado su devoción a quienes lo observaban desde fuera. "¿A qué te refieres?" preguntó, con la voz aún algo débil.

Stella sonrió, pero había un dejo de seriedad en sus ojos. "Es casi imposible no notarlo. Donald no se ha movido de aquí desde que llegaste. Es decir, literalmente no se ha movido."

"Así es," añadió Sid, que siempre encontraba las palabras correctas. "Incluso cuando se ha ido al baño o a la ducha, ha dejado la puerta abierta para escucharte, para estar seguro de que si te despertabas, él estaría aquí en un segundo."

Rochi abrió los ojos, sorprendida. "¿En serio?" Preguntó en un susurro. No podía imaginarse la cantidad de sacrificio que había hecho Donald durante esos días que ella no recordaba con claridad. Había estado tan sumida en su propia batalla por sanar que no se había percatado de la intensidad de su devoción.

"Lo que sentimos nosotras desde afuera", continuó Lindsay, "es que para Donald tú eres su todo. Ni siquiera ha dormido correctamente. Si lo ha hecho, ha sido aquí, sentado a tu lado, sujetándote la mano. Es como si no pudiera despegarse de ti ni un segundo."

Stella asintió con una sonrisa melancólica. "Se preocupa tanto por ti, Rochi. Lo hemos visto quedarse despierto hasta las altas horas de la noche, simplemente mirándote, como si estuviera temeroso de que si parpadeaba, te perdería. Hay tanto amor en sus ojos cuando te mira."

Rochi sintió un nudo formarse en su garganta. Las palabras de sus amigas la hicieron darse cuenta de lo mucho que Donald había pasado por ella, de lo profundo que era su amor y de la vulnerabilidad que había dejado expuesta. "Yo no sabía que... que era tan intenso para él," confesó, mirando el techo del cuarto mientras intentaba mantener las lágrimas a raya.

"Él te ama, Rochi," dijo Stella, con esa calma característica suya. "Es más que evidente. Y no es solo que esté aquí cuidándote, es la forma en que te mira, como si fueras la razón por la que respira."

Lindsay dejó escapar un suave suspiro. "Todos lo hemos visto. Cuando hablas con él, cuando sonríes, es como si el mundo entero desapareciera para Donald. Tú eres su devoción. Es... como si fueras su droga."

El corazón de Rochi latía con fuerza. Sabía que Donald la amaba, pero escuchar esas palabras la estremecía de una manera que no había esperado. Ella siempre había sentido ese amor profundo, pero no había comprendido del todo lo que significaba para él. "Es tanto...", murmuró, sus pensamientos todavía desordenados por las revelaciones de las chicas.

"Lo es," afirmó Stella, mirándola con ternura. "Pero también es hermoso. No todos encuentran a alguien que los ame de esa manera. Donald... él lo ha hecho. Y tú también lo amas, ¿verdad?"

Rochi asintió, sin poder contener una lágrima que rodó por su mejilla. "Lo amo tanto. Pero no sabía que... que él lo sentía así."

Lindsay le apretó la mano suavemente. "Bueno, ahora lo sabes. Y estamos aquí para recordarte que no importa cuán difícil sea este camino, Donald siempre estará a tu lado. Él te necesita tanto como tú a él. Es su devoción. Su razón de ser."

Mientras tanto, en la cafetería del hospital, Danny y Don se habían sentado a tomar un café rápido. Había una camaradería cómoda entre ellos, un entendimiento silencioso que no requería muchas palabras. El ruido del hospital, con el ir y venir constante de personas, parecía lejano mientras ambos hombres se concentraban en la taza de café frente a ellos.

"¿Sabes, Don?" comenzó Danny, rompiendo el silencio con un tono reflexivo. "He estado pensando mucho en lo que has hecho por Rochi. No es algo que vea todos los días."

Don levantó la vista de su taza, un poco sorprendido por el comentario, pero asintió lentamente. "¿A qué te refieres?"

Danny esbozó una sonrisa, apoyándose contra la silla mientras miraba a su amigo. "Tu dedicación, hombre. Es imposible no notarlo. Desde el momento en que todo esto empezó, no has salido de su lado. Ni una vez. No recuerdo haber visto a nadie tan comprometido como tú lo estás con Rochi."

Don se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en el café. "Ella... es mi todo, Danny," respondió finalmente, su voz suave pero cargada de emociones profundas. "No puedo imaginar mi vida sin ella. Cada segundo que he pasado aquí... lo único que podía pensar era en lo mucho que la necesito."

Danny lo miró con comprensión. "Se nota. Cada vez que hablas de ella o la miras, tus ojos brillan de una forma que no puedo describir. Es como si Rochi fuera la única persona en el mundo que importa para ti."

Don dejó escapar un suspiro, su mente reviviendo los momentos más duros de los últimos días. "Lo es. Rochi es el amor de mi vida. Mi razón de ser. Y cuando estuvo tan mal... cuando no sabía si iba a despertar... sentí que perdía mi mundo."

Danny asintió, comprendiendo el peso de sus palabras. "Lo entiendo, hombre. Es difícil ver a alguien a quien amas pasar por algo así. Pero tú has sido increíble. Has estado allí para ella en cada momento."

"Es que no puedo perderla," confesó Don, su voz quebrándose un poco. "El simple hecho de pensar en la posibilidad de que... que ella no lo lograra... era como si el mundo se me derrumbara encima. Puedo salir ahí fuera y salvar el mundo cada día, pero si ella se va... siento que perdería el mío."

Danny sonrió, asintiendo con empatía. "Eso es amor, Don. Y no hay nada más fuerte que eso. Has hecho todo lo que podías por Rochi, y estoy seguro de que ella lo sabe. Ella también te ama. Lo ves en la forma en que te mira, en cómo se ilumina cuando te escucha hablar."

Don se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de su amigo. Había algo reconfortante en escuchar que sus sentimientos, su amor por Rochi, eran tan evidentes para los demás. Lo había dado todo por ella, porque ella era su todo. "Gracias, Danny," dijo finalmente, con una leve sonrisa en su rostro. "Gracias por decirme eso."

Danny le dio una palmada en el hombro. "De nada. Me alegra verte así, enamorado. Y me alegra ver que Rochi se está recuperando. Ambos se lo merecen."

Don asintió, con los ojos llenos de gratitud. "Ella es mi vida, Danny. Y mientras ella esté bien, todo estará bien."

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