CAPÍTULO 17.

20 de diciembre, 2016.

El vuelo de papá ya había puesto rumbo a Carolina del Norte.

Estoy algo nerviosa por verlo, David —también conocido como papá—, siempre ha sido un hombre inteligente, algo chapado a la antigua, aunque a su ritmo, estaba modernizándose. El problema es que tenía la tendencia de hacer chistes pasados de moda o expresiones que la juventud de hoy en día pensábamos (y con razón) que eran arcaicos. A mí cuando me respondía con un "pero que me estás container" o "lo llevas clarinete" me producía entre nostalgia y vergüenza. Algo que, sin duda, no le decía a la cara porque tampoco era cuestión de meterme con él.

Aun así, seguía siendo mi padre. Sí, nos habíamos distanciado desde que se divorció de mi madre y, su adicción al trabajo y otros problemas habían sido fundamentales para no tratar de acercarme más a él.

Lo bueno es que, al haberse casado con mi madre, se había obligado a estudiar inglés y, aunque su vocabulario era un poco limitado y su acento había sido motivo de burla en Irlanda, yo admiraba su capacidad de hacerse entender en un idioma que no era el suyo. ¿Por qué la gente se sentía con el derecho a reírse de la pronunciación en hablantes no nativos? Vaya gilipollez.

Aún me costaba creer que fuera a verle después de tanto tiempo. Llevábamos demasiados meses lejos el uno del otro y limitándonos a llamadas telefónicas entre sus descansos del trabajo.

Y yo estaba terriblemente nerviosa.

Incluso me había confundido con un par de cambios en mi penúltimo turno en el supermercado y había recibido algún que otro improperio de estadounidenses malhumorados.

Que termine ya este turno de mierda, por Dios.

—¡Hola! —Saluda una voz femenina con cierta emoción fingida.

—Buenas —Empiezo a pasar sus productos sin levantar la cabeza—. ¿Va a pagar con tarjeta o en efectivo?

Ayudo a pasar los artículos y la ayudo a guardarlos en la bolsa de cartón antes de que agarre mi muñeca, ejerciendo presión y clavándome las uñas.

—¿Por qué no me miras a los ojos? —Se me congela la sangre con la frustración que me entra; era imposible no identificar su bonita voz: Sadie Dankworth—. Silvana, ¿verdad?

—Pero si ya lo sabes —Intento retirar la mano de su agarre e intensifica la fuerza en mi brazo sin que le suponga ningún esfuerzo—. Suéltame, estoy trabajando y me estás haciendo daño.

No tengo tiempo ni paciencia para este espectáculo tan grotesco e innecesario.

No se inmuta, ni siquiera parece que esté ejerciendo fuerza, pero joder, a mí me está reventando.

Sonríe, no le importa la cola que está creando y responde con cierta condescendencia a quienes les dicen algo.

Tiene los ojos castaños y algo brillantes, creyéndose victoriosa de alguna competición de la que a mí no se me ha informado.

—Hablo en serio, Sadie, suéltame.

Trato de zafarme y ella ejerce aún más fuerza en mi muñeca. Estoy segura de que voy a tener bien marcadas sus uñas en mi piel y tal vez algún moratón.

—Está bien que recuerdes mi nombre —Me suelta de mala gana—, es un consejo.

Reviso mi muñeca y noto cómo ha conseguido hacerme sangrar.

—¿Sabes que puedo denunciarte por agresión?

—Inténtalo, Silvana, quiero ver cómo lo logras.

No respondo de mis actos.

No es que fuera una persona violenta, no me lo consideraba. Pero tampoco era idiota y si me agredían, tenía como instinto básico devolverla.

Algunas personas se bloqueaban ante el miedo, yo replicaba lo que me hacían.

Y sin pensarlo dos veces agarro lo primero que está a mano y trato de darle con el datáfono en la cabeza.

Lo esquiva. Como si hubiera previsto mis intenciones y mostrando que sus reflejos son infinitamente mejores que los míos.

—No deberías evitarle —expresa antes de mandar a todo el mundo a otras cajas para que les cobren y tirar de mí hacia los vestuarios—. Nash es atractivo, está bueno y se le da muy bien follar, no es el típico que te la mete, se corre y te deja ahí.

Por alguna razón me ofende que hable así de él, como si un instinto de propiedad hacia él me surgiera desde lo más profundo del alma y me obligo a mí misma a rechazar ese sentimiento.

—¿Te ha mandado él a que me cuentes este discursito?

—No seas niñata, es evidente que no eres idiota —Rueda los ojos, sintiéndose superior y con derecho sobre el resto del mundo—. Como te iba diciendo, antes de que me interrumpieras...

—Sadie —La callo al nombrarla—, has venido a mi lugar de trabajo y estás montando un numerito creando colas eternas por algo que no comprendo.

—Ay, chica... En fin, que no te olvides de que Nash es un chico orgulloso y, aunque puedas pensar lo contrario, no tengo nada en contra de ti, me caes bien.

—No es un sentimiento recíproco.

—No lo estás haciendo fácil —Acaricia mi brazo y por inercia me alejo de ella, algo que consigue hacerla reír—. Sissi, puedo llamarte así, ¿no?

—No.

—Qué ordinaria —Hace un aspaviento con la mano y sigue hablando—. Sissi, me encantaría que conocieras su polla, sería una lástima que te quedaras sin probarla.

Cuento hasta diez.

El maldito número que tanto odio me produce.

—Sadie, no tengo tiempo para gilipolleces, estoy trabajando.

—Cállate, ya estarán cubriendo tu ausencia.

—Qué pesada eres —Me alejo de ella y me quito el mandil, tirándolo a un lado—. ¿Te pagan por arrastrarte? Porque, como consejo personal, no vale la pena hacerlo por un tío.

—Silvana, fóllatelo, aprovecha. Pero él es mío y como tal te estoy advirtiendo por las buenas: no intentes arrebatarme algo que me pertenece.

—Es una persona, Sadie, no un objeto. Si estáis juntos, es cosa vuestra, no mía, pero que no me busque; si es tu chico, le reclamas a él.

—¿Disculpa? —Finge ofenderse.

—Si tan tuyo es, déjale claro que no me busque, que no me bese y que intente controlar sus erecciones cuando... ¿cómo lo dice él? Ah sí, cuando intenta "cazarme". —Le guiño un ojo.

Estaba mal, pero no había podido evitar hacerlo.

Se muerde el labio inferior y se dirige hacia la puerta de salida del vestuario. Ni siquiera ha recogido sus compras ni pagado.

Sólo ha venido a montar un show.

—Te he avisado, Silvana, luego no quiero quejas.

—Pero ¿tú quién coño te crees para darme advertencias?

No obtengo respuesta y acabo dando un golpe con la mano abierta al metal de la taquilla ante la frustración cuando abandona el lugar.

Esto no podía estar pasándome a mí.

Me negaba a creer que estuviera viviendo la típica escena de película hollywoodiense.

─── ── ── ───

No pasa mucho tiempo desde que llego a casa cuando el timbre suena y miro por la mirilla.

Trago saliva.

Nash Callegher.

Me sereno todo lo que puedo y cuando veo su intención de volver a timbrar, abro de par en par la puerta.

—¿Qué haces aquí? —Doy un paso hacia atrás y evito mirarle a los ojos.

—No me has llamado —Pongo los ojos en blanco y apretando los puños alzo la mirada—. ¿Por qué?

—¿Por qué debía hacerlo? —Mi voz suena algo temblorosa y cruzo los brazos—. ¿Acaso habíamos establecido ese trato?

Red Deer... —Suena molesto y no entiendo por qué—. Dame permiso para entrar a tu casa.

—¿Por qué?

—Porque no creo que te apetezca que tengamos público.

—¿Perdón?

No espera a que ceda y entra, dejando que su altura se cierna sobre la mía. Mido un poco más de 1.70 y aun así me hace sentir pequeña su presencia. Sus hombros son anchos, sus pómulos están marcados, la espalda está trabajada y sus oblicuos son de revista. He visto lo que esconde debajo de la ropa y puedo asegurar que es mucho más impresionante de lo que cualquiera pueda imaginar. Además, las heridas en su cuerpo y la gran cicatriz que le atraviesa en la clavícula le disponen de un físico más que imponente.

Cierra la puerta y en un momento me tiene atrapada entre sus grandes brazos y la puerta.

—¿Qué estás haciendo?

No dice nada, no lo necesita. Sus manos me toman por la cintura y me atrae hacia él. Sus labios se acercan con peligro a los míos mientras que se cierne sobre mí, obligándome a notar el bulto de sus pantalones.

—No. Te. He. Rechazado.

Giro la cara, no sé si es que soy idiota, si estoy demasiado sensible o si el sentirme humillada me está bloqueando.

—No es como si le diera tanta importancia... —murmuro con la boca casi cerrada.

Sus dedos me toman el mentón y me gira para clavar las lagunas que tiene por ojos a los míos.

Creo que va a decir algo, no obstante, se abstiene y me pilla por sorpresa cuando su boca ataca la mía. Es primitivo, animal, ansioso, me atrevo a decir que llega a un punto de agresividad que me enciende por completo y me provoca responderle con tanta intensidad.

¡Por Buda! Necesitaba esto.

—Me escuchas poco cuando hablo, Red Deer: yo a ti no te rechazo, sólo te pongo el freno cuando nos obligas a alejarnos al uno del otro.

No me permite responder, se adelanta a los acontecimientos y me calla con otro beso. Uno que consigue relajarme y corresponderle como es debido. Dejo de sentir la vergüenza dentro de mi sistema y me permito disfrutar de él, de las sensaciones que me provoca, me siento deseada cuando susurra palabras llenas de promesas explícitas y siento que estoy en mi hogar cuando su aroma se cuela por mis fosas nasales.

Teníamos una conversación pendiente, pero mi necesidad de sentirme segura y despejada, también es primordial para mí.

—La próxima vez que quieras darte un capricho, pídemelo directamente a mí.

—¿Para qué? Si me has puesto a un segurata que puede hacerlo por mí. Te recuerdo que soy europea y estamos hartos de la burocracia, así que para una vez que me se me facilitan los trámites...

—Timothy no es tu chico de los recados, sólo me está haciendo un favor.

—Un favor que supone quitarme libertad y por tanto he decidido tomarme la justicia por mi mano —Me pellizca el puente de la nariz y se lo devuelvo con un apretujón en la piel de uno de sus costados—. ¿Por qué haces eso?

—Porque tengo muchísimos asuntos que resolver y no se te puede dejar sola.

—Hasta donde yo sé, soy una mujer independiente.

—Demasiado independiente.

—Por supuesto. ¿Qué tal por Delaware?

—Todo apañado, un poco aburrido, pero ya está solucionado.

—¿Qué pasaba?

—Teníamos que cerrar el negocio de una clínica, revisar contratos y yo tenía que hablar con varios allegados.

Mierda. He sonado como una celosa posesiva sin querer hacerlo y él no ha dudado en responder como si realmente quisiera hacerlo.

—¿Tienes familia en todo Estados Unidos?

—No, pero sí aliados.

—¿Y por qué necesitas... aliados?

Suelta un suspiro que me indica que seguramente acabe mintiéndome o ocultando parte de la verdad.

—Para lo que tú llamas secta.

—¿Sabes que eso hace sonar aún peor tu religión?

—Seguramente —Mira alrededor de la estancia y se percata de que he dejado varias cosas preparadas para dos personas—. ¿Cuándo llega tu padre?

—¿Cómo sabes...? —Me quedo callada y con algo de resignación caigo en la cuenta—. ¿Elleine y Nathan?

Asiente.

—¿Por qué escuchas tanto a... Gwendolyn?

—Creo que prefiere que le llamen Wendy.

—Me da igual. No me gusta que te relaciones con ella, preferiría que lo evitaras.

—¿Es tu forma educada y racional de exigirme que no vuelva a hablar con ella?

—Efectivamente.

—Qué pena que no te vaya a hacer caso.

—Lo suponía —Se cruza de brazos sin dejar de sonreír—. Por eso tengo a Coleman echándote un vistazo.

—Ajá. ¿No era solo un favorcito que te hacía un amigo, Callegher? —Hago un mohín y él reprime una sonrisa mientras pone los ojos en blanco.

—¿Has comido algo?

—No me ha dado tiempo, tengo que ir al aeropuerto...

—Te llevo yo —No sé si es que me está informando u ofreciéndose—. Primero vamos a comer, ¿nos da tiempo?

—Creo que sí —Reviso la hora en el móvil y lo confirmo—. Bien, puedes llevarme.

—Perfecto, pero antes vas a explicarme qué te ha pasado en la muñeca.

Trato de ocultar la rabia que siento por dentro.

—¿No te lo ha contado ya tu perrito faldero?

—No hables así de mi gente y no es algo que vaya a tolerar por mucho que... —Se queda callado, niega y tras respirar, sigue hablando—, por mucho que me gustes.

¿Se ha callado información importante o es que le costaba decir eso último?

—Ya sabes lo que ha ocurrido, ya ni me sorprendería que supieras hasta la conversación.

—Sadie es un poco complicada.

—No compro ese discurso, tu ex es obsesiva, así que te voy a ser clara: no pienso aceptar esta mierda.

—Yo tampoco, pero no puedo eliminarla de mi vida.

—¡Oh, Dios mío! —Suelto una carcajada de frustración—. No, simplemente, no. ¿Tú me has visto cara de gilipollas?

—Todo tiene una explicación, su familia es importante en...

—¿Tu puta secta de mierda? —Quizás no debería explicarme así, pero el cabreo que llevo encima me supera—. ¡No me da la gana verme envuelta en una americanada!

—¿Una qué?

—¡Da igual, joder! Te aviso, Callegher, no me interesan estos juegos.

—A mí tampoco; hablaré con ella. —Creo que es injusto que me indgine que esté tranquilo y que parezca que me dé la razón a consciencia y no como si yo fuera idiota. 

¿Tiene acaso eso sentido? Porque sé que no, y aun así, me siento ofendida.

—Haz lo que tengas que hacer, pero como vuelva a ponerme una mano encima: se come una denuncia.

—Sissi...

—¿Tú también vas a decir que no serviría de nada?

Sopesa su respuesta y acaba negando.

—Yo te acompaño, si vuelve a molestarte, yo voy contigo. Pero créeme, no volverá a  hacerlo.

—Necesito que me aclares que es lo que tienes con ella.

Necesitamos aclarar ese punto.

—Un pasado —Asevera—. No sé cómo será para ti, pero es más que evidente que me interesas tú. ¿Sabes lo que eso significa?

—Sorpréndeme. —Mi voz suena un poco más dulce, soy incapaz de no caer cuando me observa con una sonrisa y sus hoyuelos se marcan.

—Significa que lo estoy intentando contigo y eso significa que no hay nadie más: no Sadie, no otra. Sólo tú.

Tal vez soy una ingenua, pero elijo creer y sin poder evitarlo, soy yo la que lo besa, olvidando por fin lo que supuso su mini rechazo.

¡Hola! ¿Qué os ha parecido?

¡No os olvidéis de votar y comentar si os ha gustado!

Deja en este párrafo tu opinión sobre Sadie y la opinión que tienes de cómo gestiona Sissi su intruismo.

¿Os gusta Nash y su determinación? ¡Contadme!

¡Os leo!

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