003.

𓂃 ˒ WILD FLAME
❪ chapter three  — part one ❫
❛ la loca suicida Gilbert 2.0 ❜

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𓂃 ˒ —¿Sabes? Al menos podrías haberme avisado, menudo idiota. Me corté la frente con un maldito vidrio —espetó Kaela con una dramatización lanzando una mirada mordaz a su hermano Elijah.

Él, sin siquiera dignarse a mirarla, pasó la página de su libro con absoluta calma, instalado cómodamente en el sofá como si su hermana no estuviera ahí, despotricando.

Casandra, por su parte, jugaba distraídamente con un mechón de su cabello, disfrutando silenciosamente de la escena.

Elijah suspiró, apenas condescendiente.

—No seas dramática, Kaela. Eres un vampiro. Sanaste en cuestión de segundos.

Kaela chasqueó la lengua, cruzándose de brazos.

—¿Y qué hay de la chica, Angelina? —replicó con tono afilado—. Ella sigue siendo humana. Casi la haces desangrarse en el suelo.

Esa vez, Elijah levantó la mirada de su libro, tomándose un momento para estudiar a su hermana. Su expresión, normalmente impasible, mostraba un destello de interés.

Ante eso, Kaela de inmediato recuperó su compostura con facilidad, vistiendo la máscara que siempre mostraba ante el mundo: arrogancia pulida como una piedra preciosa, acompañada de una media sonrisa que apenas ocultaba su aguda ferocidad.

—La necesitamos con vida, ¿acaso lo olvidas? —arqueó una ceja, un gesto que reflejaba su incredulidad ante la torpeza de su hermano mayor.

Elijah cerró el libro con elegancia y lo guardó en el estante, girando lentamente hacia ella. Con un gesto pausado, la señaló con el dedo.

—Debiste hacer algo. Si lograban que ese chico Slater…

—Él no iba a decir nada —lo interrumpió Kaela con absoluta seguridad—, porque lo hipnoticé mucho antes de que siquiera fuéramos con él. ¿Crees que no saqué nada de Rose-Marie? —su sonrisa se amplió, condescendiente, como si estuviera explicándole lo obvio a un niño—. Averigüé todo, Elijah. No soy una estúpida.

Elijah no respondió de inmediato. Su mirada se mantuvo fija en la de Kaela, como si estuviera calibrando sus palabras, su actitud… su control absoluto de la situación.

Kaela inclinó levemente la cabeza.

—Así que mejor mantente al margen y deja que haga mi trabajo.

Elijah presionó los labios en una fina línea antes de soltar un breve suspiro. Finalmente, volvió a sentarse y tomó su libro otra vez, como si nada hubiera pasado.

Casandra sonrió divertida.

—Oh, y por cierto, ya me encargué de él. —Kaela, satisfecha, dio media vuelta y salió de la habitación.

Cuando Elijah escuchó que sus pasos desaparecieron, giró levemente su cabeza hacia Cassandra.

—¿Notaste eso?

Ella levantó su mirada arqueando una ceja, divertida.

—¿Qué? ¿Que una vez más durante siglos compruebo que los Mikaelson son todos igual de dramáticos?

Elijah esbozó una sonrisa.

—No te dejes fuera.

[...]

La puerta se abrió con un chasquido seco, sin previo aviso.

Kaela se quedó de pie en el umbral, con su característica expresión fría e impenetrable. Sus ojos recorrieron la escena con el mismo entusiasmo con el que alguien vería una mancha en la alfombra.

Frente a ella, Elena, Rose y un chico al que no reconocía del todo, se quedaron congelados.

Elena jadeó levemente, sorprendida. Isaac, en cambio, se llevó una mano al pecho en un gesto dramático.

—Dios, ¿te entrenaron para moverte como un ninja o algo así? Porque eso fue aterrador. —Su tono era ligero, pero sus ojos la estudiaban con curiosidad, como si intentara descifrar qué demonios pasaba por la cabeza de la rubia.

Kaela apenas le dedicó una mirada.

—¿Tú la llamaste? —Elena se giró rápidamente hacia la vampiresa con el ceño fruncido.

Rose, atrapada, apenas tuvo tiempo de abrir la boca antes de que Kaela respondiera por ella.

—Sí, ella llamó. —Su tono fue seco, sin emoción, como si toda la conversación fuera una pérdida de tiempo—. Lo que me interesa saber es si tu hermana, la bruja rebelde, tiene idea de a dónde demonios vas a ir.

Elena apretó la mandíbula.

—No tiene por qué saberlo.

—Oh, claro, porque Angelina definitivamente no se va a enterar de que su hermana está a punto de hacer algo increíblemente estúpido —Kaela inclinó la cabeza con falsa consideración—. Es adorable que pienses que puedes mantener secretos de esa chica. En serio.

Elena bufó, cruzándose de brazos.

—No necesito tu permiso para hacer esto.

Kaela entrecerró los ojos con una pequeña sonrisa carente de calidez.

—No, pero sí necesitas mi ayuda.

Isaac, que había estado observando el intercambio como si fuera un partido de ping-pong, se inclinó un poco hacia Elena.

—Oye, ¿es solo mi impresión o ella se parece un poco a un robot asesino? —murmuró, lo suficientemente bajo como para que solo Elena lo escuchara.

Kaela lo fulminó con la mirada.

—No te hagas ilusiones, niño. Si fuera un robot asesino, tú serías el primero en caer.

Isaac levantó las manos con una sonrisa inocente.

—Wow, wow, ouch. Me gustas, eres aterradora.

Kaela rodó los ojos y se dio media vuelta dirigiéndose al auto.

—Caminen.

[...]

Rose tocó la puerta una vez más, con un poco más de urgencia.

—Slater, soy yo, Rose. ¡Abre ya!

Silencio.

Kaela reprimió una sonrisa. Estaban perdiendo el tiempo. No le sorprendía la falta de respuesta. Slater no iba a abrir la puerta. Slater estaba muerto.

—No está —dijo Rose con un suspiro.

—No vinimos hasta aquí para nada —declaró Elena, con esa misma testarudez que a Kaela ya le resultaba irritante.

—Y yo no conduje más de una hora para nada —agregó Isaac antes de acercarse a la puerta—. No puedo hablar por ustedes, pero yo no me voy sin respuestas.

Sin mucho esfuerzo, forzó la cerradura y la puerta se abrió con un crujido. Se giró hacia los demás con una sonrisa de satisfacción.

—Después de ustedes.

Kaela fue la primera en entrar, sin siquiera vacilar. Elena la siguió con expresión tensa, y Rose cerró la marcha.

—Slater, ¿estás aquí? —Rose llamó, avanzando unos pasos.

Pero se detuvo abruptamente.

Elena e Isaac se apresuraron a pararse junto a ella, solo para encontrarse con la misma imagen impactante: el cuerpo de Slater en el suelo, con el pecho desgarrado y su corazón arrancado.

Un silencio tenso llenó la habitación.

Isaac, por una vez en su vida, no supo qué decir de inmediato. Su mandíbula se apretó, y finalmente colocó una mano en el hombro de Rose en un gesto genuino.

—Lo siento mucho, Rose.

Ella asintió lentamente, la mirada perdida, como si aún estuviera procesando lo que acababa de ver.

Elena comenzó a revolver algunos papeles en la mesa, tratando de encontrar algo útil.

—Creo que quien hizo estallar la cafetería lo buscó y lo mató por su información.

—Sí… tal vez no quería que ayudara a gente como nosotras —susurró Rose.

Kaela, quien había permanecido en silencio observando la escena con los brazos cruzados, finalmente habló con tono seco.

—Bueno, qué tragedia. Realmente conmovedor. ¿Podemos seguir adelante ahora?

Elena se giró para fulminarla con la mirada.

—¿Eres real? Acaban de asesinar a alguien y eso es todo lo que tienes que decir.

Kaela ladeó la cabeza con fingida consideración.

—Oh, lo siento. ¿Debería llorar? ¿Tal vez escribir un poema en su honor? —Le lanzó una mirada aburrida—. Déjame ahorrarte el drama, Gilbert: lo que sea que él sabía, ya no importa. Está muerto. Y ustedes haciendo una vigilia aquí no va a cambiar eso.

Isaac se cruzó de brazos.

—Vale, es oficial. Eres peor que un Terminator.

Kaela lo miró con diversión.

—Y tú eres peor que un golden retriever con déficit de atención.

Isaac hizo una mueca.

—Oye, me gusta pensar que soy más un lobo feroz… o algo así.

Kaela ignoró su comentario y volvió su atención a Rose.

—¿Vamos a seguir llorando por un cadáver o vamos a encontrar lo que necesitamos? Porque, sinceramente, el tiempo se nos está acabando.

Rose apretó los labios y asintió, obligándose a recomponerse.

Elena, sin embargo, seguía observando a Kaela con ojos entrecerrados.

Isaac tomó una de las computadoras en el escritorio y comenzó a buscar información cuando unos rayos de sol que se filtraban por la ventana.

—¿Qué estás…? —empezó a preguntar Elena.

—Es vidrio polarizado, Elena —la interrumpió Isaac sin siquiera levantar la vista.

Elena frunció los labios pero no respondió.

—Solía venir aquí muy a menudo —murmuró Rose, su voz teñida de nostalgia mientras su mirada se perdía en el horizonte.

—Lamento lo de Slater —dijo Elena, tratando de sonar comprensiva.

Rose no contestó, desviando hábilmente el tema.

—¿Encontraste algo?

Isaac suspiró y se reclinó en la silla.

—Hasta ahora no. La computadora está protegida con contraseña.

—Entonces vámonos —dijo Rose, girándose hacia la salida.

Pero justo cuando dio un paso, un ruido en una de las habitaciones la hizo detenerse en seco.

Elena se adelantó, instintivamente moviéndose hacia la fuente del sonido, pero Isaac la sujetó del brazo impidiendo que se moviera.

—Detente ahí, heroína de pacotilla. Podría ser cualquier cosa.

Kaela arqueó una ceja.

—¿Quién iba a decirlo? —comentó con fingido asombro—. Parece que el cachorro tiene instintos después de todo.

—Lo que tengo es sentido común, gracias —replicó Isaac con sarcasmo.

—Quédense aquí —ordenó Rose, avanzando hacia la puerta.

Kaela, con los brazos cruzados, no pudo evitar chasquear la lengua. Ella había venido al departamento de Slater para matarlo, y ahora había alguien más aquí. Podía oír el frenético latido de su corazón. ¿Cómo demonios no había notado a la humana antes? Se maldijo internamente.

Para sorpresa de todos, una chica salió temblorosa de la habitación.

—¿Alice?

—¡Rose! —sollozó la chica, abalanzándose sobre la vampiresa—. ¡Slater está muerto!

Kaela apretó la mandíbula con tanta fuerza que casi sintió que sus propios colmillos perforaban su piel. ¿Cómo demonios no la había notado? La humana había estado ahí todo el tiempo, oculta a plena vista, y ella—una Mikaelson, una cazadora nata, una depredadora letal—no se había dado cuenta.

Si Elijah la hubiese visto cometer semejante error, habría hecho algún comentario mordaz, recordándole que ser cuidadosa y meticulosa era lo que los mantenía con vida.

Pero no necesitaba que nadie la reprendiera. Ella ya estaba maldiciéndose por dentro.

Falló.

Y Kaela Mikaelson no fallaba.

Isaac, por su parte, parpadeó varias veces y puso cara de dolor, como si estuviera soportando una tortura auditiva.

—Genial… otra melodramática —murmuró, pasándose una mano por la cara.

Rose llevó a Alice al sofá para que se calmara.

—Le traeré un té —dijo Elena, claramente usando la excusa para salir de ahí.

Isaac no tardó en seguirla.

—Voy contigo —anunció sin disimular su desesperación—. Tengo que recuperar mi audición.

En la cocina, Elena se puso a preparar el té, mientras Isaac invadía la nevera y los muebles, buscando algo comestible.

—Genial, bolsas de sangre y cafeína —resopló—. El paraíso de los vampiros.

Mientras tanto, en la sala, Kaela se sentó junto a Alice, obligándola a mirarla fijamente.

—Supongo que Slater te habló de mí —dijo, su voz suave pero afilada como una navaja—. Kaela Mikaelson.

Los ojos de Alice se tornaron vidriosos.

—Sí… Kaela Mikaelson… una de los Originales.

Kaela sonrió.

—Bien. Si te piden que cooperes, lo harás, pero no dirás nada sobre mí ni sobre mis hermanos. Nada que me relacione con ellos, ¿entendido?

—Entendido.

Kaela se alejó justo cuando escuchó los pasos de Rose, Elena y Isaac regresar.

Elena le entregó la taza de té a Alice antes de sentarse junto a ella.

—Te ves familiar… ¿conocías a Slater?

—No personalmente —respondió Elena—. Solo sabía que mantenía registros detallados de todos sus contactos con vampiros, y esperaba que pudieras darme el de Klaus.

—Lo dudo —contestó Alice—. A Klaus no le gusta ser encontrado.

Kaela, que estaba recostada contra la pared, se burló.

—Perdón por interrumpir esta fascinante charla —dijo con sarcasmo—, pero ¿te sabes la contraseña de Slater?

Alice giró la cabeza hacia ella, indignada.

—¿En serio me preguntas eso? ¡Acabo de ver a mi novio con una estaca en el corazón!

—Ajá… tragedia, llanto, bla bla bla… pero ¿te sabes la contraseña o no?

—¡¿Quién demonios crees que eres?!

Elena intervino rápidamente antes de que Alice explotara más.

—Lo que ella quiere decir es que si nos dices la contraseña, Rose te convertirá.

Los ojos de Alice brillaron. Rápidamente se levantó y se dirigió a la computadora, desbloqueándola.

Rose se inclinó hacia Elena y murmuró en su oído:

—Sabes que no le voy a dar mi sangre, ¿verdad?

—Lo sé, pero ella no tiene por qué saberlo —susurró Elena con una sonrisa de suficiencia.

—Alguien ya estuvo aquí —dijo Alice, frunciendo el ceño—. El disco duro está completamente borrado.

—Genial —gruñó Isaac—. Vinimos hasta aquí por absolutamente nada.

—Por suerte para ti —continuó Alice, mirando a Elena—, Slater era un paranoico. Todo está en un servidor remoto.

Isaac ladeó la cabeza mientras miraba los archivos en la pantalla.

—¿Kristen Stewart? —leyó en voz alta con una sonrisa—. Bueno, no lo culpo.

Elena rodó los ojos.

—¿Son enlaces a otros vampiros?

—Slater estaba obsesionado. Casi tanto como yo —respondió Alice.

Isaac señaló un nombre en la lista.

—¿Y qué hay de este? Cody Weber. Intercambió un montón de e-mails con Elijah. Eso tiene que significar algo, ¿no?

Alice asintió.

—Podría llamarlo.

Elena le entregó el teléfono sin dudarlo.

—Dile que el doppelgänger está viva y lista para entregarse.

Isaac, que estaba distraído con la pantalla, se giró con una expresión de absoluta incredulidad.

—¿Qué?

Su tono estaba cargado de ira, mientras Rose la miraba con los ojos muy abiertos.

Kaela la observaba con interés. Le daba crédito a la Gilbert, al menos tenía agallas. Casi se echó a reír al pensar en Klaus temiendo que la doppelgänger fuera como Katherine, cuando en realidad Elena estaba dispuesta a entregarse en bandeja de plata.

Antes de que Alice pudiera marcar el número, Isaac le arrebató el teléfono y, sin pensarlo dos veces, lo arrojó al suelo, destrozándolo.

Alice lo miró con horror.

Isaac salió detrás de Elena, su expresión endurecida por la frustración.

—¿Qué crees que estás haciendo? ¿Te estás entregando? ¿Me estás mintiendo? —espetó.

Elena se mantuvo firme, aunque su mirada evitó la de él por un instante.

—Estoy llamando la atención de Klaus —respondió con calma, tratando de sonar segura.

Isaac exhaló bruscamente, pasándose una mano por el cabello en un gesto de incredulidad.

—¿Y te parece una buena idea? ¿Arriesgar tu vida como si fuera un juego? ¿Como si no valiera nada?

Elena no respondió de inmediato, y ese silencio hizo que Isaac diera un paso más cerca.

—No puedes esperar que me quede tranquilo con esto —su voz bajó un poco, pero su mirada seguía siendo intensa—. No cuando tú vida está corriendo peligro.

Antes de que Elena pudiera decir algo, Alice irrumpió en la cocina con una sonrisa entusiasmada.

—¡Cody está en camino y realmente quiere conocerte!

Isaac le lanzó una mirada severa a Alice, quien se encogió ligeramente al notar la tensión en el ambiente.

—Por supuesto que conseguiste otro teléfono —murmuró con un deje de sarcasmo.

Alice retrocedió un poco, incómoda bajo la intensidad de Isaac.

Él volvió su atención a Elena.

—Si crees que voy a quedarme quieto mientras te arriesgas de esta manera, es que no me conoces lo suficiente.

Elena sintió que su determinación flaqueaba por un momento ante la sinceridad de sus palabras.

Pero antes de que pudiera responder, se marchó, dejando a Elena con el corazón latiendo con fuerza y una mezcla de culpa y algo más profundo que no podía ignorar.

Kaela se alejó con su teléfono en mano, marcando el número de Angie.

—Tu hermana es una completa idiota —soltó Kaela sin preámbulos—. ¿Sabes lo que acaba de hacer? Básicamente está llamando la atención de Klaus, se está entrando en bandeja de plata.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que Angie suspirara.

—Dime que estás bromeando.

—Ojalá lo estuviera —Kaela rodó los ojos, su irritación creciendo—. Pero no, ahí estaba, toda heroica y sacrificándose.

—¡Por Dios, Elena! —bufó Angie—. ¡¿En qué demonios estaba pensando?!

—Claramente, no en usar su cerebro —espetó Kaela—.

Angie resopló.

—Voy a matarla. Juro por Dios que voy a matarla.

—Haz fila —Kaela respondió con sorna—. Pero primero, ¿quieres venir y hacerla entrar en razón antes de que termine como cena? Porque te juro que si yo lo intento, la voy a estrangular.

Angie soltó una risa seca.

—Dame diez minutos.

Kaela cortó la llamada.

[...]

No Isaac se tensó al verla aparecer de la nada.

—¿Angie? —La confusión en su voz fue evidente. Elena, por su parte, se quedó pálida, como si acabara de ver un fantasma—. ¿Qué haces aquí?

Angie soltó un suspiro seco, observándolos con severidad. Sus ojos se movieron entre su hermana y el lobo antes de clavar una mirada acusadora en ambos.

—Esa no es la pregunta que deberías hacerme —espetó—. La verdadera pregunta es: ¿cómo voy a matarlos?

Isaac abrió la boca para responder, pero Kaela se adelantó, apoyándose con desinterés en la pared.

—Sinceramente, estaba esperando esta parte del espectáculo —ironizó con una media sonrisa.

Elena frunció el ceño y la fulminó con la mirada.

—Tú la llamaste, ¿cierto?

Kaela se encogió de hombros con total indiferencia.

—No se necesitó pensar tanto, ¿no crees? —respondió con arrogancia.

Isaac, incapaz de contenerse, ladeó una sonrisa, lo que solo aumentó la furia de Angie.

—¿En qué demonios estabas pensando? —le increpó, elevando la voz—. Claramente no con sentido común. Ese lo perdiste.

—Angie, no estoy para tus regaños —replicó Elena con descaro, alzando la barbilla—. Mi plan ya está en marcha.

Angie apretó la mandíbula y giró hacia Isaac con incredulidad.

—¿Y tú? —espetó, señalándolo con un dedo acusador—. Me lo espero de la loca de mi hermana, pero tú usualmente usas el cerebro.

Isaac se rascó la barbilla con cierta timidez antes de llevarse una mano al pecho.

—En mi defensa… —empezó con una sonrisa ladina— tenía todo bajo control. Sabes que no la dejaría hacerlo.

Angie cerró los ojos con frustración y se frotó el rostro, tratando de contar hasta mil antes de explotar.

Intentaba mantener la calma, por su propia salud, pero estaba segura de que un día todos ellos terminarían matándola. Y luego tenían el descaro de decir que no querían que se alterara. No ayudaban en absoluto.

Kaela rompió el silencio con una sonrisa burlona, haciendo que Angie bajara las manos.

—Yo les dije que Angie se los iba a comer vivos.

Angie ignoró el comentario y, con una mirada dura, se dirigió a los demás.

—Bien, nos vamos. —Ordenó con firmeza antes de acercarse a Elena.

Pero su hermana la miró con molestia y negó con la cabeza.

—¿Qué? No.

Angie apretó la mandíbula, sin paciencia para discutir.

—Y a mí no me interesa lo que quieras. Nos vamos. —Insistió, sujetándola del antebrazo—. No lo diré de nuevo, Elena.

Elena se soltó de golpe y la miró con determinación.

—Lo siento, Angie, pero no puedes obligarme a nada. Es mi decisión.

Angie la observó en silencio, su frustración creciendo hasta que tomó una decisión.

—¿Sabes qué? Estoy tan harta de esto. Voy a hacer las cosas a mi manera, y me importa muy poquito si te parece.

Susurró un hechizo y, antes de que Elena pudiera reaccionar, su cuerpo perdió fuerza y se desvaneció. Angie la sostuvo antes de que cayera al suelo.

Kaela soltó una carcajada impresionada.

—Esa no me la esperaba. —Comentó con diversión, mientras Isaac se apresuraba a acercarse—. Recuérdenme no hacerla enojar.

Isaac frunció el ceño, inclinándose sobre Elena.

—¿Qué haces? —Preguntó, mirándola con confusión—. ¿Qué le hiciste?

—Solo es un hechizo de sueño, nada grave… —aclaró Angie, pero Kaela la interrumpió con una sonrisa burlona.

—Y gracias a Dios. Me preguntaba cuándo su drama iba a terminar.

Angie rodó los ojos ante el comentario, mientras Rose se cruzaba de brazos y suspiraba.

—Yo ni siquiera me voy a meter en esto. —Dijo, alejándose sin más.

Isaac frunció el ceño, su voz reflejaba preocupación.

—¿Y cuál es tu plan? Ya saben que el doppelgänger está vivo.

Angie no dudó en responder con seguridad.

—Tú escóndela en el clóset, yo me haré pasar por el doppelgänger. Cuando entren, les sacaré el corazón con magia y no nos estarán buscando. Si huimos, nos seguirán hasta Mystic Falls y estaremos arruinados. Esta es mi única solución.

Isaac la miró sorprendido, pero antes de que pudiera decir algo, Kaela sonrió con algo parecido a la admiración.

—Eres buena en situaciones de crisis.

Angie le devolvió la sonrisa con un aire de confianza, mientras Isaac recogía a Elena y se la llevaba para esconderla.

Kaela, sin apartar la vista de Angie, caminó con calma hacia ella, con la mirada calculadora de quien ya tenía todas las respuestas pero quería ver cuánto le dirían.

—¿Por qué me llamaste? Has demostrado que los demás no somos de tu importancia.

Dio un suspiro, alargando el momento, como si la respuesta le divirtiera más de lo que le importara.

—No me conviene que ella muera, y tú pareces ser quien resuelve los problemas. Después de mí, claro.

Su tono era descarado, arrogante, como siempre. Angie entrecerró los ojos, analizándola. No se lo creía del todo. Sabía que había más en Kaela de lo que ella estaba dispuesta a admitir.

—Nah, yo creo que no eres tan fría como dices ser. —Dedujo Angie con convicción.

Kaela bufó, rodando los ojos con fastidio.

—Dicen que veo cosas que los demás no.

Se quedó en silencio por un instante, sopesando sus palabras. Luego frunció los labios antes de responder con su usual tono mordaz.

—Angelina, hacer cosas para tu conveniencia no te convierte en una buena persona. Solo te hace astuta. Y las personas astutas son las que sobreviven.

Angie suspiró, pero sus siguientes palabras fueron más suaves.

—Pero al final se quedan solas.

Kaela sintió un ligero estremecimiento en su interior. No porque le doliera, sino porque esas palabras tocaron algo enterrado muy dentro de ella. Un eco de algo que una vez fue.

Sus ojos verdes se nublaron por un segundo, no de tristeza, sino de reconocimiento. Era como si, por un instante, Angie la hubiera despojado de su coraza, de ese escudo afilado que siempre llevaba.

Pero fue solo un momento. Parpadeó y todo rastro de vulnerabilidad desapareció.

—No todos necesitan a alguien para vivir. —Respondió en seco.

Y sin más, se dio la vuelta y la dejó sola.

[...]

Kaela emergió de entre las sombras con una sonrisa divertida en los labios.


—Mira lo que trajo el gato —se cruzó de brazos mirándo a Damon con desdén—. A ti no te llamé.

—¿Y tú qué rayos haces aquí? —le cuestionó Damon con tono cortante.

Kaela inclinó la cabeza, observándolo como si fuera una molestia menor, pero con esa chispa de amenaza latente en su mirada.

—Oh, a mí no me hables así. Yo no soy uno de los niños con los que te juntas. Yo sí te extermino.

Angie sonrió con orgullo ante la actitud de Kaela, pero su atención volvió a Damon cuando este bufó con impaciencia.

—No seguiré con esto. —Su mirada se fijó en Angie—. Vámonos, nos vamos… —Buscó alrededor con frustración—. ¿Y tu hermana, la suicida 2.0?

Angie suspiró.

—En el clóset con Isaac.

Damon frunció el ceño, claramente desconfiado.

—Es parte de mi plan, Damon. Sé qué hacer.

—Dije que nos vamos.

Su tono autoritario hizo que Angie arqueara una ceja, inconforme.

—Oh, esto se va a poner bueno. —Kaela se cruzó de brazos, disfrutando el espectáculo.

Damon y Angie se miraron desafiantes, la tensión crecía entre ellos como una cuerda a punto de romperse.

—No iré contigo. —La voz de Angie fue firme, sus brazos se cruzaron en una postura fría y desafiante.

Damon no titubeó.

—Tú ya no puedes tomar decisiones.

Angie frunció el ceño, ofendida.

—Oh, me perdí la parte en la que tú me dices qué hacer. —Lo señaló—. Esto no funciona para los dos.

Damon meneó la cabeza con incredulidad, como si no pudiera creer la testarudez de Angie.

—¿Qué está pasando? —preguntó Isaac al salir de la habitación.

—Los padres están discutiendo. —Explicó Kaela con diversión.

Angie se mantuvo firme, enfrentando a Damon.

—No voy a dejar que lastimen a mi hermana ni a nadie que me importe. Deberías saberlo.

Damon soltó un suspiro frustrado antes de clavar su mirada en la de ella.

—¿Y quién va a salvarte?

Su voz se elevó, provocando que Angie arrugara las cejas, confundida.

¿Acaso había escuchado bien?

—No estás escuchando, Damon. No quiero que me salven. Yo puedo manejar mis propios problemas, no te necesito.

Damon apretó la mandíbula, su expresión endureciéndose.

—Sal de aquí por esa puerta antes de que te cargue en mi hombro y te lleve yo mismo.

El contacto visual entre ellos se volvió más intenso, más desafiante. Había algo más en su mirada, algo que parecía ir más allá de la simple obstinación.

Sus ojos azules penetraban los de Angie, tratando de doblegarla con su voluntad. Pero ella no era de las que se rendían fácilmente.

Damon la tomó del brazo con posesividad, y Angie forcejeó.

—No. —Se resistió, intentando zafarse.

—Hey, no la toques. —Isaac intervino con seriedad.

Damon, sin soltar a Angie, extendió su mano libre y empujó a Isaac con facilidad.

—No te metas, niño.

Angie intentó golpearlo, pero Damon atrapó su puño en el aire, provocando que ella retrocediera lentamente hasta que sus rostros quedaron peligrosamente cerca.

—Jamás vuelvas a hacer eso. —Su tono fue frío.

El contacto visual se mantuvo, intenso, cargado de algo que ninguno de los dos parecía dispuesto a reconocer.

Angie tragó saliva. Su corazón latía con fuerza, y por primera vez sintió algo diferente, algo que la inquietaba.

—Entonces, suéltame. Que me estoy conteniendo por ti.

La mirada de Damon descendió fugazmente a sus labios.

Era una sensación extraña, una tensión eléctrica, como si algo en ellos estuviera a punto de quebrarse.

Entonces, Angie sintió un tacto frío en su mano. Bajó la vista y vio una manicura impecable sosteniéndola.

—Suéltala. —La voz de Kaela fue una orden, carente de paciencia.

Damon la miró de reojo, pero el desafío en los ojos verdes de Kaela le dejó claro que no le daría opción.

—Ahora.

Separó a Angie de un tirón, y ella se sobó el brazo, sintiendo la incomodidad persistente de la presión con la que Damon la había sujetado.

Damon se alejó con frustración, pero Isaac se interpuso en su camino con una expresión desafiante.

—No me importa que seas un vampiro, si vuelves a tocarla, te mato. —Le advirtió con voz firme.

Damon esbozó una sonrisa burlona, con esa arrogancia característica.

—Me gustaría verlo. —Dijo con incredulidad.

Isaac resopló, cruzándose de brazos con molestia.

—Te juro que un día, mientras duerma, lo mataré. —Murmuró entre dientes.

Kaela, apoyándose en su hombro con una sonrisa cómplice, intervino.

—Yo no esperaría a que durmiera. —Alardeó con diversión.

Angie se dejó caer en el sofá, necesitando aire para procesar la tensión del momento.

—Iré a ver a Elena. —Decidió Isaac antes de salir de la sala.

Angie se acomodó el cabello, intentando recuperar la compostura. Kaela, sin perder la oportunidad, se sentó a su lado con curiosidad.

—¿En serio odias a Damon? —Le preguntó con un tono casual—. Porque lo que pasó hace rato…

Angie se levantó de inmediato, cortando cualquier insinuación.

—No fue nada. —Aseguró con frialdad—. Y sí, odio a Damon.

Kaela levantó los brazos con una sonrisa burlona.

—Oye, la cosa no es conmigo. Yo suelo decir lo que…

Se detuvo en seco cuando la puerta se azotó al abrirse de golpe. Tres hombres entraron con paso firme y miradas frías.

—Vinimos a ver al doppelgänger. —Habló uno de ellos con voz seria.

Angie tragó saliva, sintiendo cómo el miedo se instalaba en su pecho. Si su plan no salía como esperaba, todo se iría al demonio.

—Gracias por venir. —Expresó con una serenidad forzada.

Intentó dar un paso al frente, pero Damon se interpuso de inmediato, cubriéndola con su cuerpo.

—Te romperé el brazo. —Le advirtió con su tono más oscuro, sujetándola con firmeza.

Angie apretó los labios con frustración. Damon ya estaba comenzando a fastidiarla en serio.

—No hay nada aquí para ustedes. —Intervino Kaela con seguridad, sorprendiendo a Angie.

—Yo tengo algo que…

Su voz se apagó de golpe al ver cómo el cuerpo sin vida de uno de los intrusos caía al suelo con un sonido seco.

El desconcierto fue inmediato cuando los ojos de los presentes posaron en la figura de Elijah Mikaelson, el vampiro que había intentado llevarse a su hermana.

Elijah se acercó con los dos vampiros restantes mientras Rose, aterrada, desaparecía sin dejar rastro.

Kaela rodó los ojos con exasperación ante el dramatismo de su hermano, pero su cuerpo la traicionó. Su mandíbula se tensó, un gesto casi imperceptible que solo Elijah notaría. Porque lo conocía. Porque sabía que no dejaría pasar la oportunidad de hacerle notar su error.

Y lo peor de todo era que tenía razón.

Se suponía que debía mantener a la doppelgänger a salvo, protegerla de aquellos que la buscaban para Klaus. Y, sin embargo, ahí estaba, con tres cadáveres a sus pies y la fría mirada de su hermano clavándose en ella como un cuchillo afilado.

No era la primera vez que Elijah la miraba así.

Con desaprobación. Con juicio. Con esa maldita paciencia condescendiente que la hacía querer arrancarle la cabeza.

Pero lo que realmente la enfurecía era que, por mucho que intentara convencerse de lo contrario, parte de ella sabía que él tenía derecho a hacerlo.

—Yo te maté. Tú estás muerto. —Reprochó Damon, aún incrédulo.

Elijah respiró con calma antes de responder con ironía.

—Desde hace tantos siglos.

Angie miró de reojo a Kaela, notando que estaba igual de pálida que todos los demás.

Pero su mayor duda era clara…

¿Cómo demonios seguía vivo?

—¿Quién eres? —Preguntó Elijah a uno de los hombres.

—¿Tú quién eres? —Respondió el intruso con evidente confusión.

Elijah se irguió con esa presencia imponente que lo caracterizaba.

—Soy Elijah.

El hombre titubeó.

—Íbamos a llevártela, para Klaus. —Explicó uno de los hombres.

Elijah volteó a ver a Angie con incredulidad.

Era obvio que sabía que ella no era Elena. No había el más mínimo parecido entre ellas.

—Ella es el doppelgänger. —El hombre la señaló, y Angie suspiró con resignación—. No sé cómo ella existe, pero ahí está. A Klaus le gustaría verla.

Angie relamió sus labios con nerviosismo.

Elijah no apartó la mirada de ella cuando hizo la siguiente pregunta.

—¿Alguien más sabe que están aquí?

El hombre negó con la cabeza.

—No.

Elijah sonrió con calma.

—Bueno, pues fueron de mucha ayuda. Aunque fuera mal hecho.

En un parpadeo, sus manos se movieron con precisión letal, arrancando los corazones de los dos hombres con una facilidad aterradora.

Elijah extendió ambas manos y dejó caer los corazones con indiferencia.

Kaela soltó un comentario, rompiendo la tensa quietud.

—Espectáculo. —Dijo con tono ligero—. Uno de cine.

Angie la miró de reojo y, finalmente, respiró de nuevo.

[...]

La noche envolvía el departamento de Slater, apenas iluminado por el tenue resplandor de la ciudad filtrándose a través de las ventanas.

Kaela Mikaelson entró con la gracia de un depredador en caza. Sus tacones apenas hicieron ruido contra el suelo cuando cruzó la sala, su figura oscura tenía un contraste inquietante contra la luz de la luna.

Alice aún estaba ahí.

La humana se encogía en un rincón del sofá, los ojos abiertos como platos y la respiración entrecortada. Sabía. Desde el momento en que vio la silueta de Kaela en la puerta, supo que esta era su última noche.

—¿Qué… qué haces aquí? —Alice tartamudeó, su voz apenas un susurro ahogado.

Kaela ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo. Luego sonrió, un gesto lento y venenoso.

—No me gustan los cabos sueltos.

Alice se estremeció. Intentó levantarse, correr, hacer algo, pero su cuerpo se congeló en cuanto Kaela avanzó un paso. Había algo en la forma en que la observaba, con la misma curiosidad fría con la que un niño miraría un insecto antes de arrancarle las alas.

—Yo… yo no diré nada, lo juro.

Kaela rió, pero no había humor en el sonido. Solo burla.

—Oh, Alice… eso ya no importa.

El pánico golpeó a la humana como una ola implacable. Sus latidos eran tan fuertes que Kaela podía sentirlos vibrar en el aire. Un ritmo frenético. Desesperado.

—Por favor— Alice sollozó—, por favor, no me mates.

Kaela suspiró con falsa exasperación, como si la súplica fuera un inconveniente menor.

—Siempre lo hacen tan dramático.

En un instante, la distancia entre ellas desapareció. Alice apenas tuvo tiempo de soltar un grito ahogado antes de que Kaela la sujetara del cuello y la alzara con una facilidad aterradora.

—Si te sirve de consuelo…— murmuró Kaela, sus ojos fríos como el hielo mientras observaba la desesperación en el rostro de la chica—, será rápido.

Y con un movimiento limpio y brutal, le rompió el cuello.

El cuerpo de Alice cayó al suelo como un muñeco de trapo, sin más sonido que el eco hueco de su cráneo golpeando la madera.

Kaela se quedó ahí, mirándola por un segundo. Sin emoción. Sin remordimiento.

Luego, con la misma calma con la que había entrado, se giró y salió del departamento, dejando el cadáver tras de sí.

Sin cabos sueltos.

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