41 | lo que estás buscando
1970
—Obviamente no naciste aquí, ¿no?
—La idea sobre mí sí —dijo Steve.
—Bien. Imagina que eres de S.H.I.E.L.D dirigiendo una organización de inteligencia casi fascista —dijo Tony—. ¿Dónde lo esconderías?
—A la vista de todos.
Alina estaba junto a Steve, vestida a la moda típica de los 70. Vestía una falda que le llegaba a las rodillas y una blusa holgada debajo de una chaqueta del mismo material del que estaba hecha su falda. Llevaba zapatos que le aprisionaban los dedos de los pies e incluso había logrado que su pelo replicara uno de los looks que había visto a otra mujer luciendo. Tony vestía un traje con una corbata floral y Steve estaba como un oficial, un par de lentes de sol ocultaban su identidad.
Miraron hacia los barracones del ejército al otro lado del patio, y Tony golpeó sus lentes. Cuando obtuvo lo que necesitaba, se volvió hacia Steve y Alina, quienes lo siguieron al interior de las instalaciones. Pasando un archivo de una mesa cercana, Alina se lo metió debajo del brazo para que pareciera que se suponía que debía estar allí y siguió a Tony. Se las arreglaron para entrar en un ascensor con una mujer adentro. Cuando ella levantó la mirada, observando a Steve con curiosidad, Tony se interpuso entre ellos y lo ocultó de la vista.
Cuando el ascensor sonó, Tony se volvió hacia ellos—. Buena suerte con su misión, Capitán.
—Buena suerte con su... proyecto, doctor —respondió Steve.
De pie, con la espalda contra la pared del ascensor, Alina abrió el archivo que sostenía y fingió leer. La mujer miró a Steve, sonriendo—. ¿Eres nuevo aquí?
—No precisamente —respondió Steve.
—¿Qué hay de ti? —preguntó la mujer, mirando a Alina.
—Uh, sí, trabajé con el Sr. Stark —dijo Alina, mintiendo sin problemas después de que Tony le diera una historia de tapadera—. Me trajo aquí para ayudar en el desarrollo de armamento táctico.
—Ya veo —dijo la mujer—. Es inusual que una mujer se involucre en un proceso así.
—Bueno, tuve buenos modelos a seguir —respondió Alina, mostrándole a la mujer una sonrisa.
Cuando el ascensor llegó a su piso, Steve y Alina dejaron a la mujer adentro. Steve le dio a Alina una mirada de soslayo—. Eres una mentirosa muy convincente.
—Es parte del trabajo —respondió Alina—. Ahora ve a realizar esa llamada telefónica.
Steve marcó el número de Hank Pym, esperando que contestara—. ¿Doctor Pym? Habla el capitán Stevens de envíos. Tenemos un paquete para usted... bueno, ese es el asunto, señor. No podemos... bueno, es que, señor, la caja está brillando, y a decir verdad, algunos hombres no se sienten bien... sí, sí. Será mejor que venga.
Cuando Steve colgó el teléfono, Alina hizo una mueca—. Eres un mentiroso espantoso.
—Como si pudieras hacerlo mejor.
Afuera, escucharon a Hank Pym correr por el pasillo, y tanto Steve como Alina entraron a su oficina. Alina se quedó de guardia junto a la puerta, y cuando Steve regresó con un puñado de partículas Pym, le entregó dos viales a Alina.
—Por si acaso —dijo Steve.
Ella asintió, deslizándolos en su bolsillo—. Bien.
Mientras caminaban por un pasillo, vieron acercarse a la mujer del ascensor con media docena de guardias de seguridad. Inmediatamente, Alina agarró la muñeca de Steve.
—Hay que separarnos.
—¿Qué?
—Será más difícil para ellos encontrarnos si no estamos en pareja —dijo Alina—. Escóndete en algún lugar y te encontraré en la salida.
—No te dejes atrapar —dijo Steve.
—Me subestimas, Capitán —respondió Alina, dándole a Steve un saludo burlón antes de desaparecer por otro pasillo.
Steve suspiró—. Los niños de hoy en día.
A pesar de que tenía casi veintidós años, Steve todavía veía a Alina como una niña. La había visto madurar en los últimos cinco años y sabía lo difícil que debía ser para ella. Aún así, cuando se metió en una oficina sin mirar el nombre, no se dio cuenta de que las cosas iban a ser mucho más difíciles para Alina.
Más seguridad llegó por el pasillo por el que ella caminaba, hablando por sus walkie talkies—. Estamos buscando a una mujer rubia que lleva una falda marrón y una chaqueta.
Alina maldijo mientras se metía en la oficina más cercana, ignorando el nombre en la puerta mientras la cerraba silenciosamente detrás de ella. Haciendo una mueca cuando la cerradura hizo clic en su lugar, casi le dio un ataque al corazón cuando escuchó un movimiento detrás de ella. Instintivamente, alcanzó el objeto disponible más cercano para usarlo como arma, deteniéndose cuando escuchó la voz de un hombre.
—¿Quién eres? —preguntó el hombre, luciendo un acento ruso.
Alina se volvió hacia el hombre que estaba parado detrás de un escritorio. Por primera vez, las palabras le fallaron—. Lo siento, debo haber encontrado la habitación equivocada. Estaba buscando... al Sr. Pym.
—Ah, está en el siguiente pasillo —dijo el hombre—. ¿Eres una de sus pasantes?
—Sí —dijo Alina—. Encuentro fascinante su trabajo con las partículas Pym.
—¿Es un acento ruso lo que escucho? —preguntó el hombre.
Alina asintió—. Soy de Rusia.
—¿Que hay de tus padres? —preguntó el hombre.
—Nunca conocí a mis padres —dijo Alina—. Murieron cuando era pequeña.
—Oh, lo siento mucho —dijo el hombre—. ¿Necesitas ayuda para encontrar su oficina? Entiendo que es un lugar confuso. A mi todavía me cuesta.
Alina no respondió. Estaba demasiado ocupada mirando el cartel con el nombre en el escritorio, sintiendo un escalofrío constante entrar en su cuerpo y congelarla en su lugar. Aleksei Orlova. No sabía cuántos más tenían el mismo apellido que ella, y se preguntó si su encuentro con Aleksei era una coincidencia o el destino.
—Uh... lo siento —dijo Alina—. ¿Cual era la pregunta?
—Te pregunté si necesitas direcciones —dijo Aleksei.
—En realidad, tengo algunas preguntas para ti —dijo Alina—. Uh, esta puede ser una pregunta bastante personal, pero ¿estás casado?
Aleksei levantó su mano izquierda, donde un anillo de bodas de oro estaba en su dedo anular—. Sí.
—Y... ¿y cuantos años tienes? —preguntó Alina.
—Acabo de cumplir veinte años —respondió Aleksei.
Alina se sintió mareada. Si el sentimiento que tenía en su corazón estaba en lo correcto, entonces estaba mirando a su padre, casi treinta años antes de que ella naciera, y actualmente era mayor que él. Se tambaleó levemente, agarrándose del gabinete a su izquierda para apoyarse.
Aleksei la tomó del brazo y la estabilizó—. ¿Estás bien?
—Sí —dijo Alina—. Lo siento, hace mucho calor afuera.
—Siéntate —dijo Aleksei—. Te traeré un poco de agua.
Alina se sentó en su escritorio y él regresó unos momentos después con un vaso de agua. Tomándolo con un pequeño agradecimiento, Alina miró fijamente al hombre que tenía delante, de repente capaz de verse a sí misma en sus ojos. Tenía su sonrisa, su nariz y las mismas arrugas en sus ojos cuando sonreía. Era como mirarse en un espejo.
—Uh... tu esposa —dijo Alina, bajando el vaso de agua—. ¿Cuándo te casaste?
—Hace unos meses —respondió Aleksei, volteando una fotografía enmarcada—. Su nombre es Irina. Nuestros padres nos consideraron tontos por casarnos tan jóvenes, pero lo hicimos de todos modos.
Alina recogió la fotografía, mirando a su madre por primera vez. Sus ojos se abrieron cuando pasó el pulgar sobre la fotografía, el rostro sonriente de su madre la miraba fijamente—. Es hermosa.
—Lo es —dijo Aleksei—. Nos conocimos en la secundaria. Mis padres se mudaron aquí para permitirme estudiar. Dijeron que mi educación no debería desperdiciarse en Rusia. Es bueno que lo hayan hecho, porque me dieron esta oportunidad.
Alina tenía tantas preguntas que no se atrevía a hacer. ¿Qué pasó con Aleksei e Irina? ¿A dónde fueron? ¿Por qué no había registro de ellos en las bases de datos de S.H.I.E.L.D? No cuadraba, pero al mismo tiempo tenía sentido. Tenía sentido porque Alina era ridículamente inteligente a pesar de que nunca había tenido un día de educación antes de los quince años. Y ahora entendía por qué fue elegida para el programa de la Habitación Roja. Con un padre que trabajaba para S.H.I.E.L.D con solo veinte años, no era de extrañar que su genética fuera prometedora.
—Y este es mi hijo —dijo Aleksei, volteando otra fotografía—. Su nombre es Viktor.
Alina sintió un nudo en la garganta cuando recogió la fotografía, mirando al bebé sonriente en ella. Tenía un hermano. Tenía una familia, y los estaba conociendo por primera vez.
—¿Estás bien? —preguntó Aleksei—. Lo siento. Sé que perdiste a tus padres.
Alina casi se lo dice. Casi queda como una completa tonta al decirle a su padre que dentro de treinta años, él tendría una hija, y luego sería borrado de la existencia como si nunca hubiera contribuido con nada al mundo de la ciencia.
—Estoy bien —dijo Alina—. Yo... supongo que no esperaba ver esto hoy.
Aleksei sonrió con tristeza—. Lo siento mucho.
—No, no te disculpes —dijo Alina—. Es... es agradable ver a tu familia.
Un golpe en la puerta los sobresaltó a ambos, y Aleksei dijo—: ¿Quién es?
—Doctor Orlova, estamos buscando a una mujer —dijo el oficial de seguridad fuera de la puerta—. ¿Ha visto a alguien?
Alina se volvió hacia Aleksei—. Me están buscando.
—¿Quién eres? —preguntó Aleksei—. ¿Una espía?
—No, no —dijo Alina—. No, te lo prometo... es una historia muy larga, pero cuando te digo que el destino del universo depende de que yo salga de aquí, necesito que confíes en mí.
Aleksei la miró durante mucho tiempo y Alina temió que la fuera a entregar a las autoridades. Luego se recostó en su silla, se enderezó las gafas y dijo—: No he visto a nadie. He estado en mi oficina todo el día.
—Si ve algo, repórtelo de inmediato.
Alina dejó escapar un suspiro—. Gracias.
—¿Salvar el universo? —dijo Aleksey, levantando las cejas—. ¿Cómo podría dejar pasar eso?
—Es posible que nos hayas ayudado —dijo Alina, poniéndose de pie—. ¿Conoces la forma más rápida de salir de aquí?
Aleksei asintió—. Ve a la izquierda por esta puerta, luego gira a la derecha. Los ascensores no son la opción más segura, así que toma la escalera de emergencia al final del pasillo.
—Gracias —dijo Alina.
—Siento que te conozco —dijo Aleksei.
—Yo también —respondió Alina, dudando antes de abrazar a Aleksei con fuerza—. Gracias.
—¿Por qué?
—Por... por no entregarme —dijo Alina, soltando a Aleksei—. Te... deseo lo mejor a ti y a tu familia.
Aleksei sonrió—. Espero que encuentres lo que estás buscando.
—Creo que ya lo encontré.
Cuando Alina salió de la oficina, rezó para que Aleksei tardara en darse cuenta de que faltaban sus fotografías. Prácticamente subió corriendo las escaleras, saliendo por la puerta cuando llegó arriba, sin aliento y conteniendo las lágrimas. Al ver a Steve al otro lado del patio, corrió hacia él tratando de no llamar la atención, y cuando lo alcanzó, lo agarró del brazo.
—¿Alina? —dijo Steve—. ¿Estás...?
—Vi a mi padre —dijo Alina sin aliento—. Yo... no sé cómo lo supe, pero era él. Steve, vi a mi padre.
Steve puso una mano en el hombro de Alina—. ¿Qué?
—Trabaja para S.H.I.E.L.D —dijo Alina—. Él... lo vi.
—Alina, respira —dijo Steve.
—Era él —dijo Alina—. Era mi padre.
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