Capítulo dos: "Bienestar y cuidado".

N/A: Pequeño recordatorio de que esta historia es paralela. Acá Aemond solo ha estado molestando a Luke, sin embargo la violencia de WG, y sus respectivas peleas, están disminuidas.

¿A qué voy? Acá el odio no existe como tal. En WG Luke y Aemond sí tuvieron que hacer ejercicios internos para aprender a tolerarse (siguen en proceso), acá es una rivalidad tensa y complicada, ellos no se caen bien, más no se odian en si. Y siendo un omegaverse, les cuesta menos conectar.

Serán tres capítulos y un bonus sorpresa, a quien adivine le dedico el próximo capítulo.

[Capítulo situado durante el capítulo ocho de wg, "lilas y café"].

Bechitos.<3

Aemond recuerda la piel de Lucerys amoldándose entre sus manos cuando bailaron hace cinco minutos.

Piensa en lo mucho que desea atrapar cada infima fracción de esa dermis y llenarlo de marcas lilas hasta escucharlo sollozar. Hacerlo suplicar, hundirse en él hasta que su propia esencia sea todo lo que puede olerse en ese cuerpo desagradable.

Supone que está loco, y ebrio, y algo caliente por su próximo celo, y que por eso sus pensamientos son tan irracionales.

Sí, es eso.

Lucerys ha salido, lo observó moverse después de esa pieza. Fue una silueta oscura oscilando entre el cúmulo de personas.

Aemond no sabe, ni le interesa, donde fue. No es su problema, solo mantienen una tregua momentánea porque se lo prometió a Daeron. Si Lucerys planea correr asustado después de un simple baile insignificante, Aemond no es quien para detenerlo. Seguro tiene delirios de Cenicienta. O le dio un pánico por su atracción hacia otro Alfa.

Está por servirse un tercer trago cuando algo golpea su nuca. Es un tirón, un sonidito desesperado, son muchas frases que llueven sobre él como ácido y erizan hasta el último de sus cabellos. Y siente el miedo, siente la rabia, siente la impotencia. Siente dolor, asco, terror. Es petróleo vertiendose sobre su cuerpo, ensuciando su piel y esparciendose como un virus por sus venas.

Siente hormigueos, siente fuego en su boca.

Siente a Lucerys, y todo se vuelve un borrón porque el susurro contra sus oídos suena desesperado.

Ayuda. Ayuda. Ayuda.

Aemond no sabe a cuántas personas empuja. Escucha algunos quejidos o alegatos a sus espaldas, pero no los procesa. Por el rabillo del ojo capta a su hermano intentando preguntar qué le sucede. Su rostro está ladeado en algo confundido, casi preocupado. Seguro verlo así es preocupante, Aemond jamás se había sentido tan desesperado. Se sentía enfermo, drogado, mal. Muy mal.

¿Qué se supone que le dirá? Daeron no lo sabe. Nadie lo sabe. Aemond no desea que sepan, y podría jurar que Lucerys tampoco.

Pero no puede detenerse. No cuando lo escucha, cuando grita y revienta su cabeza.

El aire helado azota su rostro, pero el terror termina por marearlo. No es suyo, son feromonas que arden en su nariz y lo alteran. Está por gritar, buscando al dueño, cuando lo ve. Y lo que ve lo paraliza.

—¡Suéltame!

—¿No lo prefieres así?

Es Lucerys, por supuesto que es Lucerys, retorciéndose entre los brazos de Cole.

—Te pondré una marca —Cole sisea, paralizándolo—. Nadie quiere a los juguetes usados.

Están en el suelo, Cole demasiado cerca inmovilizándolo contra el pasto húmedo. Su sangre hierve, porque alcanza a notar la mano de Cole colándose bajo la camiseta de Lucerys. Tocándolo. Lo ve hundir la cabeza en su cuello. Escucha a Lucerys gritar.

Y Lucerys. Lucerys. Su boca está partida, su pómulo rojizo, sus ojos empañados. Pelea, golpea, gruñe y rasguña; hasta su lugar llega el amargo aroma de sus feromonas. Apestan miedo.

Escucha un rugido, y es atronador. Se ve a si mismo moviéndose con una velocidad alarmante. Avanza uno, dos, tres pasos y entonces nada lo detiene de patear el costado de Cole y arrastrarlo por el suelo tirando de su cabello. Lo escucha emitir un sonido ahogado, corto y adolorido que no le impiden continuar su camino hasta que él y Lucerys tienen varios metros de distancia.

—¡Te lo dije, Cole! —sisea, pateando su estómago. Cole gime.

—¿Lo defiendes? —él balbucea—. ¿A esa basura?

Aemond cae en la realización de que lo mataría. Porque no es él mismo en ese instante quien controla su cuerpo, y el ser al mando solo tiene dos cosas en la cabeza.

Cuidar a Lucerys.

Matar al que lo lastimó.

Su pie se estampa contra la parte blanda de su estómago, recibiendo un nuevo sonido agónico. Lo golpea de nuevo, una y otra vez, sus manos duelen, el calor abrasa su cuerpo. Tiene lava recorriendo sus venas y un rugido ensordeciendo sus oídos.

Algo a sus espaldas susurra su nombre, y solo entonces Aemond se detiene.

—Si te mueves te arrancaré los dedos —gruñó—. No he terminado contigo.

El aroma a miedo anega sus pulmones, en intoxicante y doloroso, y solo se incrementa cuando se acerca a Lucerys. Él está encorvado detrás de un árbol, tenso y tembloroso, solo extiende una mano para detener su propio avance, y entonces devuelve el interior de su estómago otra vez. Y después otra. El sonido le provoca un revoltijo. No es asco, ni repulsión, es más bien el temor de saber que no puede evitar esa reacción por más que lo desee.

—Estoy bien —lo escucha susurrar, haciendo el ademán por retroceder.

Aemond entonces se acerca. Le arde la nariz porque Lucerys sigue siendo un Alfa, y sus feromonas son poderosas. Pero tiene, necesita, saber qué está bien. Que no lo tocó. Que no lo mordió.

—Yo no. . .

—Lucerys.

—Él iba–. . . —Lucerys se corta, su respiración es irregular y tormentosa—. Estaba. . .

Avanza un paso y Lucerys retrocede. Su corazón se quiebra un poco.

—Huelo como él —susurra—. Es nauseabundo. . .

Aemond quiere darse la vuelta y terminar de destrozar a Cole solo por haberse atrevido a impregnarse en él. Pero no debe tomar decisiones precipitadas.

—¿Me puedo acercar?

Observa su meditación silenciosa. Cole permanece tumbado en el suelo a varios metros, y espera que no se mueva porque Aemond se siente lo suficientemente sensible como para destrozarle un par de huesos si necesita reafirmar su orden. Le haría daño. Lo haría gritar. Es un aura de muerte y sangre la que lo rodea cada vez que piensa en la violencia que le genera su imagen.

Ve a Lucerys asentir y un sonidito agónico escapa de él mismo porque ya había sido demasiado tiempo alejado. Y Lucerys está pálido, con una zona rojiza en su rostro y temblando de una manera preocupante mientras se abraza a sí mismo como si de esa forma pudiese erradicar un poco el terror que debió consumirlo.

—Estoy bien. . . —Lucerys vuelve a decir. No suena bien, su voz es un hilillo débil y desgastado, y apuñala su propio pecho con dolorosa precisión.

Se acuclilla intentando mantener la calma, pero termina cayendo de rodillas a su costado, atrapa su rostro con las dos manos y debe admitir que no es muy cuidadoso cuando palpa toda su anatomía buscando heridas. Aprieta sus brazos, su estómago, ladea su cabeza y finalmente lo envuelve contra su cuerpo, hundiendo la nariz en su cabeza para respirar el aroma natural a café y shampoo de manzanilla. Una mano se enreda en su cabello y lo aprieta un poco más contra él.

Siente los dedos de Lucerys lentamente aferrándose a la tela de sus hombros, devolviéndole el abrazo, y entonces se permite soltar el aire contenido. Lucerys respira. Su corazón palpita a un ritmo acelerado pero saludable. Se siente tibio, contra su cuerpo puede esconderlo del frío, puede protegerlo del mundo.

—Estás bien —repite, casi como si necesitase convencerse a sí mismo más que a Lucerys—. Estás bien. Nadie te hará nada. Nadie va a tocarte.

Los mataría a todos.

Lucerys se remueve escondido en sus brazos con lentitud, de una manera torpe que Aemond no impide. Su boca deja un roce en su frente, el aroma a alcohol reina en su sistema y Aemond debe admitir que agradece un poco que no esté del todo sobrio. Le será más sencillo olvidar lo que sucedió, no tendrá que vivir con el recuerdo.

—Apesto. . . —él balbucea aún entre espasmos.

Niega, junta sus frentes y deposita un nuevo cariño sobre su pómulo. Después otro en su mejilla. Se encuentra repartiendo besos por toda la piel de su rostro y murmurando contra esta frases  cortas. Le da igual no ser él mismo, la idea de comportarse medianamente razonable se le hace ambigua y desagradable. Solo quiere, necesita, hacerlo sentir mejor.

Si debe bajar la voz, lo hará. Si debe permanecer con él, lo hará. Si debe moldear todo su ser para no infundirle miedo, lo hará.

No soporta verlo así. Así asustado. Herido. Pálido. Sus dedos están helados, sabe que debe entrarlo pronto para que no siga tomando más frío, pero no es capaz de moverse. No aún. No cuando no está seguro de cómo reaccionará si alguien se le acerca.

Solo está relajado porque necesita evocar calma en Lucerys, porque todo se resume a su pulso constante y respiración cada vez más pausada y tranquila. Y mientras sea así todo está bien. Piensa que si alguien más intentase interponerse, Aemond lo mataría.

Mientras estén los dos, y Lucerys sea suyo en su espacio todo estaba bien.

—Hueles bien —murmura, y su tono sale tan increíblemente amable, que Aemond hasta ese instante no estaba seguro de poseerlo—. No apestas. Él ya se fue, no te hará nada.

Era su aroma tibio a café, con su shampoo habitual. Un poco a él mismo, a alcohol, y Cole.

Ni siquiera se da cuenta cuando sus colmillos se revelan. Tiene que obligarse a inhalar profundamente y entonces son sus propias feromonas las que envuelven a Lucerys y cubren cualquier retazo de aromas externos. Lo escucha suspirar. Reparte caricias sobre su columna.

—Lo mataré.

—No.

Lo mataría. No es un tema que discutiría. Lo mataría y se encargaría de hacerlo sufrir en el proceso. Le haría daño. Moriría llorando.

—Aemond —Lucerys murmura, haciéndolo parpadear—. No lo vale.

—Te tocó —sisea.

Le cortaría las dos manos primero.

—No estás siendo racional —escucha. Quizás es cierto, no tiene ganas de serlo, solo quiere matarlo.

Voltea hacia la figura de Cole, y la reacción inmediata de Lucerys es tensarse. Él aprieta con más fuerza su ropa y el aroma a café se torna amargo, su nariz arde.

No me dejes.

Lucerys tiembla.

No te vayas.

Cuando baja la mirada, recae en la nueva palidez que asedia su rostro, y entonces él pierde color; la culpa es una cosa agónica que se estanca en su garganta y le duele. Está bien que duela, porque Lucerys le pidió algo y Aemond planeaba hacer lo contrario. Irse, cuando debía estar con él. Eso es incorrecto.

Lucerys emite un sonido bajo cuando Aemond niega y afianza el abrazo.

—No me voy —asegura—. No me iré, ¿sí? Perdóname, perdóname.

Los dedos de Lucerys permanecen aferrados a su ropa, pero una de sus manos se desliza con lentitud hasta la propia y entonces Aemond puede apreciar sus dedos entrelázandose. Las manos de Lucerys son más pequeñas, con dedos largos y elegantes. Sus nudillos se tornan pálidos a la mínima presión y provocan miles de millones de choques eléctricos en su propia anatomía.

Aemond vuelve a respirar su aroma tibio y se permite bajar ligeramente los hombros cuando todo lo que percibe es a él mismo impregnado en su cuerpo. Así está mejor, está mucho mejor.

Solo entonces es capaz de entender el nivel de conexión que existía entre los destinados. Es irreal. Su cordura fue puesta a prueba teniendo a Lucerys en peligro solo por cinco minutos, por más tiempo Aemond definitivamente podría haber rozado la locura histérica.

Un crujido enciende la alerta dormida en su sistema. Pero no voltea, en su lugar aprieta el cuerpo de Luke contra el suyo y gruñe.

—¿Aemond? —Aemond reconoce a Daeron. No hace algo para disminuir su propia tensión.

Otras pisadas se suman y alcanza a escuchar alguna expresión sorprendida, probablemente al descubrir a Cole. Cada ruido alerta más su sistema, lo eriza. La ira emana de él en oleadas y detiene de golpe el avanzar de sus hermanos, los escucha jadear en su lugar, como si no esperasen esa clase de ataque.

Le da igual. Nadie puede acercarse. Mataría a todos.

Su sangre burbujea desde el encuentro con Cole. Es un calor que se vuelve más insoportable cada segundo, especialmente con más personas a su alrededor. No logra procesar las presencias, solo siente aromas intrusos que lo enfurecen más y más.

Les está dando la espalda, por lo que no es capaz de verlos. Tampoco quiere hacerlo.

—¿Luke está bien?

Luke. Luke. Luke. Lucerys.

Sigue en sus brazos. Cuando baja la mirada Lucerys está ahí, un poco menos pálido. Lucerys acaricia sus dedos y esconde el rostro en su cuello. Lo escucha respirar. Al inhalar, todo lo que respira es el aroma suave a café.

—Nadie lo toca —masculla, aspirando una bocanada codiciosa—. Es mío.

—Tranquilo. . . —Lucerys murmura contra su piel.

Está tranquilo.

—Nadie lo tocará, hermano, es tuyo —Aegon dice, suena perturbadoramente calmado—. Solo tenemos que saber si está bien y nos iremos.

Aemond vuelve a enojarse. ¿Por qué mierda no se van ya? Su piel arde cada vez que una voz ajena invade sus oídos.

—Lo está —sisea—. Largo.

Pero no se van, y Aemond piensa que si Lucerys no estuviese abrazándolo en ese instante él definitivamente los habría atacado. Les habría hecho daño. Respira contra el cabello de Lucerys y se embriaga con sus palabras. El calor doloroso se aplaca considerablemente.

—Estoy bien —Lucerys dice lo suficientemente alto como para ser escuchado. Aemond esconde la nariz en la piel de su cuello, disfrutando la tibieza familiar, y exhala un suspiro. Lucerys aún reparte caricias—. Cole me atacó, pero está todo bien.

Aegon dice algo más. Aemond solo se concentra en la suave vibración que provocan las palabras de Lucerys al hablar.

Lucerys se mueve un poco y Aemond no lo impide, pero no lo suelta. Sus manos están frías y agradables cuando toman sus mejillas, Aemond no lo impide, en su lugar se presiona contra la piel y besa su palma. Lucerys observa sus ojos con detenimiento, dice algo.

Sus hermanos siguen allí, y Aemond intenta, realmente intenta mantener la compostura, sin embargo no pasa mucho cuando un nuevo gruñido burbujea desde su garganta y evoca un silencio tenso.

—Váyanse —ordena—. Llévenselo o lo mataré.

Se refiere a Cole, sus hermanos lo saben.

—Aem–. . .

Los voy a–. . .

Lucerys besa su mejilla, deteniendo su amenaza de golpe. Aemond baja los hombros y vuelve a sumergir el rostro en su cabello.

—Vamos a vaciar la casa —Aegon dice, Aemond alcanza a escuchar un sonido gutural que atribuye a Cole siendo arrastrado por alguno de los dos. Quizás ambos—. Luke. . .

—Estará bien.

—Cuídalo.

—Lo haré.

Los pasos se alejan y el silencio vuelve a envolverlos. Aemond merma un poco la presión con la que lo abraza únicamente para poder observar correctamente su rostro.

—¿Estás bien? —cuestiona, recibiendo un asentimiento.

—Esperemos un poco acá —Lucerys dice—. Tus hermanos harán que la gente se vaya.

No le interesa saber el por qué de la repentina amabilidad de sus hermanos. Solo le interesa respirar de su cuello, así que vuelve a esconderse ahí. Aspira y besa la piel tibia, notándolo estremecerse entre sus brazos. Su pulso vuelve a dispararse. Besa otra vez la zona, justo en el espacio entre su cuello y hombro, donde es capaz de sentir su arteria vulnerable a él. Está vulnerable. Indefenso. Expone su cuello para Aemond, solo para él. Debe marcarlo.

Necesita marcarlo.

—Aemond. . . —escucha a Lucerys, su voz es una sinfonía distorsionada y lejana—. Me aprietas. . .

Solo lo sostiene, así no se irá. Pero si lo marca, entonces estarán unidos. ¿Por qué Lucerys se habría expuesto sino? Porque es para él, y una marca lo evidenciará.

—Tus feromonas. . . —Lucerys vuelve a balbucear.

Así quitará la peste de Cole, Lucerys solo puede oler a él, debe oler a él. Necesita llenarlo completamente de él, así todos sabrán a quien pertenece. Morderlo, marcarlo, anegarlo de su esencia. Porque es suyo. Suyo. Suyo.

Él aún tiene los dientes de Lucerys marcados, ¿por qué sería distinto?

Lucerys dice algo, las palabras resuenan contra sus oídos, son voces inentendibles que Aemond no procesa. No desea procesar. Solo desea hundirse en Lucerys, fundirse con su cuerpo hasta que sea evidente quien es su pareja.

Aemond parpadea, y sus dientes se entierran sobre la piel, es inhumanamente veloz. Desgarran la primera capa como si fuese gelatina, con una facilidad tenebrosa y potente.

Lucerys jadea.

Pronto la sangre inunda su paladar, espabila un poco sus sentidos, es metálica y caliente, abundante y espesa. Ensucia la ropa de Lucerys y gotea en el suelo, sobre el pasto húmedo. Todo deja de oler a él e inunda su alrededor con el aroma inconfundible. Incluso aminora el agarre sobre Lucerys en su intento por procesar lo que acaba de hacer.

Sus dientes aún perforan la piel cuando lo siente retorcerse entre sus brazos. Entonces el dolor lo golpea, y la voz de Lucerys finalmente evoca consciencia en su cabeza.

Aemond parpadea y traga y respira y finalmente suelta su antebrazo. Su propio antebrazo. Más sangre cae, el dolor es electrizante, pero enfría un poco su cabeza. Un círculo perfecto brilla en su piel, ahí donde mordió en un intento desesperado por proteger a Lucerys de sí mismo. Sus reflejos salvándolo de su instinto.

Observa la expresión de impacto en Lucerys, ve su mano viajar hasta su cuello, como si no lograse aún entender el peligro al que se vio expuesto. Él definitivamente podría haberle causado un daño real, no estaba controlando su fuerza.

Aún observa la herida cuando una tela la cubre, deteniendo el sangrado. Levanta la mirada y descubre a Lucerys vistiendo únicamente una camiseta, mientras presiona su abrigo contra la herida abierta.

Sus colmillos emergen otra vez.

Aemond no idea algo mejor que empujar a Lucerys y cubrir su boca, retrocediendo hasta dejar al menos un metro de distancia.

—Necesito vendar la her–. . .

—¡Vete! —vocifera.

—Aemond. . .

Algo está mal. El fuego en sus venas parece destrozar todos sus sistemas, y duele. Duele mucho. Todo quema. Los ruidos martillean contra sus oídos, los aromas arden contra su nariz. Su piel se incendia, pica, duele y molesta. Y no es capaz de retraer los colmillos, no cuando Lucerys sigue delante suyo con tan poca ropa y tan bonito. Tan accesible. Tan para él.

Aprieta la herida y consigue un segundo de lucidez.

—Vete —repite—. Te haré daño.

—No lo harás.

Gruñe ante la contradicción, avanza un paso tentativo y Lucerys permanece en su sitio, esperándolo. El calor vuelve a pulsar en su sistema, especialmente cuando extiende una mano y roza, apenas un tacto mínimo y necesitado, la piel de su mejilla. Lucerys se ladea contra el contacto, buscando más y el placer recorre el sistema de Aemond.

Avanza más, rompe la distancia. Lucerys traga, pero no se mueve, ni siquiera cuando Aemond delinea la zona de su cuello que estuvo a poco y nada de morder.

Absorbe el aroma de Lucerys, su perfil calmado, su piel tibia. Lo absorbe por completo y después exhala algo tembloroso y débil. Su cuerpo es un pulso constante que arde y grita. Necesita paz. Necesita silencio. Necesita esconderse en algún sitio aislado y detener ese calor abrumador.

—Mi celo. . .—balbucea, obligándose a mantener una respiración calmada. Se escucha inhalar, es lento y ruidoso, le cuesta ingresar aire a sus pulmones cuando todo en él parece estar hecho de fuego y brasas—. Se–. . . se adelantó. . .

Pero Lucerys ya lo sabe, ¿desde hace cuánto? Aemond solo recae en su propia situación cuando se descubre bloqueando la vulgar necesidad de desnudar al chico que tiene delante y hundirse en él hasta hacerlo gritar.

Su consciencia oscila entre la lucidez y el instinto que comienza a arrasar con su cordura de una forma brutal e irremediable.

Tómalo. Tómalo. Tómalo.

Está ahí. Es tuyo.

Aprieta su herida otra vez, la sangre empapa la tela y Lucerys se acerca un paso que Aemond retrocede con un gruñido.

—Estoy perdiendo el control —advierte, sabe que sus pupilas a momentos se afilan porque las luces se vuelven borrones que inmediatamente se ajustan otra vez.

—Déjame ayudarte.

Exhala algo burlón y agónico. Su garganta se cierra y cuando traga, parece intentar bajar vidrio molido.

Tómalo.

—¿Cómo? —sisea, exhalando nubes de vapor—. ¿Me pondrás paños fríos y me harás cariño? No seas ingenuo, tú sabes que no puedes ayudarme.

Aunque puede aceptar que la idea no le es desagradable. Incluso un poco llamativa. El calor lo ataca otra vez y le saca un gruñido adolorido.

Es tuyo.

—Soy el único que puede ayudarte —Lucerys objeta.

Y está ahí, despeinado, con una camiseta que no lo cubre del frío que Aemond es incapaz de sentir. Su piel erizada por la brisa helada. Debe tragar y desviar la mirada, y admitir para sus adentros lo impresionante que es el atractivo de Lucerys.

Es una belleza idílica, brillante y oscura al mismo tiempo. Es bello como la luna llena asomándose entre las nubes. Bello como la nieve cayendo durante la noche sobre el asfalto humedecido, pero no cubierto, que refleja las luces de la ciudad. Una mezcla perfecta de luz y oscuridad, igual que él.

Es solo un segundo de distracción, ese instante que le lleva mantener la compostura, el que Lucerys usa para atrapar su mano. El café lo rodea como una manta ligera, casi puede apreciar las partículas levitando a su alrededor. Son amenas, suaves y amistosas, evidencian la intención detrás. Lucerys no desea verse amenazador, solo desea acercarse, acercarse como Aemond lo hizo cuando Lucerys estaba mal.

La ira se disipa. El calor se torna soportable y su visión se aclara. Llena sus pulmones, se envuelve inconscientemente de ese aroma tibio, permite que se impregne en su piel y calme su dolor.

—Déjame ayudarte —él vuelve a pedir.

Boquea, sopesando una negativa. Cualquier negativa. No tiene algo factible que usar para rechazarlo, ni siquiera desea rechazarlo. Quiere compartir con él, dejarse cuidar, cederle el control y simplemente permitir que la naturaleza siga su curso. Eventualmente sucederá.

Está cansado. Cansado de pelear, cansado de cargar con todo, cansado de las responsabilidades, cansado de solucionar problemas que no le corresponden, cansado de él mismo, cansado de no ser suficiente. Solo está cansado.

Baja un poco la cabeza y no se niega al contacto sutil que Lucerys deja sobre su antebrazo. Choques eléctricos lo recorren cuando recae en que es la zona tatuada.

—Si pierdo el control y–. . .

—Puedo contigo —Lucerys interrumpe.

Una sonrisa agotada tironea brevemente de sus labios.

—Sigo siendo más fuerte —musita, permitiéndose ese segundo de tranquilidad envuelto en feromonas—. Aún puedo vencerte.

—No hablo de una pelea.

Parpadea, intentando procesar lo que acaba de escuchar. Lucerys sabe bien lo que dijo, y el brillo felino en sus ojos es una prueba. Aemond está intrigado e impactado en partes iguales, y esa explícita insinuación provoca una nueva oleada de calor que sacude su cuerpo.

—Eres un mundo —sentencia, dejando caer la cabeza sobre su hombro. La mano de Lucerys se sitúa sobre su cabeza, la otra rodea sus hombros.

Aemond suspira, y permite que la inconsciencia instintiva se adueñe finalmente de su sistema. 

Lo atrapan brazos cálidos.

Es todo lo que necesita.

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