━PROLOGUE.
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PRÓLOGO: ¡Aquí no vive ninguna
Hazel Potter!
Hazel Potter era, en muchos sentidos, un chica diferente. Por un lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año; y por otro, deseaba de verdad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a escondidas, muy entrada la noche. Y además, Hazel era una Bruja.
Era casi medianoche y estaba tumbada en la cama, boca abajo, tapada con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda de campaña. En una mano tenía la linterna y, abierto sobre la almohada, había un libro grande, encuadernado en piel (Historia de la Magia, de Bathilda Bagshot). Hazel recorría la página con la punta de su pluma de águila, con el entrecejo fruncido, buscando algo que le sirviera para su redacción sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV».
La pluma se detuvo en la parte superior de un párrafo que podía serle útil. Hazel se subió despreocupadamente las gafas redondas y acercó la linterna al libro y leyó:
En la Edad Media, los no magos (comúnmente denominados muggles) sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos aspectos.
Hazel se puso la pluma entre los dientes y buscó bajo la almohada el tintero y un rollo de pergamino. Lentamente y con mucho cuidado, destapó el tintero, mojó la pluma y comenzó a escribir, deteniéndose a escuchar de vez en cuando, porque si alguno de los Dursley —al pasar hacia el baño—, oía el rasgar de la pluma, lo más probable era que la encerraran bajo llave hasta el final del verano en la alacena que había debajo de las escaleras.
La familia Dursley, que vivía en el número 4 de Privet Drive, era el motivo de que Hazel no pudiera tener nunca vacaciones de verano. Tío Vernon, tía Petunia y su hijo Dudley eran los únicos parientes vivos que ella tenía. Eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval.
En casa de los Dursley nunca se mencionaba a los difuntos padres de Hazel, que habían sido brujos. Durante años, tía Petunia y tío Vernon habían albergado la esperanza de extirpar lo que Hazel tenía de bruja, teniéndola bien sujeta. Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de que alguien pudiera descubrir que Hazel había pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Lo único que podían hacer los Dursley aquellos días era guardar bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al inicio de las vacaciones de verano, y prohibirle que hablara con los vecinos.
Para Hazel había representado un grave problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes para el verano. Uno de los trabajos menos agradables —sobre pociones para escoger—, era para el profesor menos estimado por Hazel, Severus Snape, estaría encantado de tener una excusa para castigar a Hazel durante un mes. Así que, durante la primera semana de vacaciones, ella aprovechó la oportunidad: mientras tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban en el jardín admirando el nuevo coche de la empresa de tío Vernon (en voz muy alta, para que el vecindario se enterara), Hazel fue a la planta baja, forzó la cerradura de la alacena de debajo de las escaleras, cogió algunos libros y los escondió en su habitación. Mientras no dejara manchas de tinta en las sábanas, los Dursley no tendrían por qué enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar magia.
No quería problemas con sus tíos y menos en aquellos momentos, porque estaban ya enfadados con Hazel, y todo porque cuando llevaba una semana de vacaciones había recibido una llamada telefónica de un compañero mago.
Ron Weasley, que era uno de los mejores amigos que ella tenía en Hogwarts, procedía de una familia de magos. Esto significaba que sabía muchas cosas que Hazel ignoraba, pero nunca había utilizado el teléfono.
Por desgracia, fue tío Vernon quien respondió:
—¿Diga?
Hazel, que estaba en ese momento en la habitación, se quedó de piedra al oír que era Ron quien respondía.
—¿HOLA? ¿HOLA? ¿ME OYE? ¡QUISIERA HABLAR CON HAZEL POTTER!
Ron daba tales gritos que tío Vernon dio un salto y alejó el teléfono de su oído por lo menos medio metro, mirándolo con furia y sorpresa.
—¿QUIÉN ES? —voceó en dirección al auricular—. ¿QUIÉN ES?
—¡RON WEASLEY! —gritó Ron a su vez, como si el tío Vernon y él estuvieran comunicándose desde los extremos de un campo de fútbol—. SOY UN AMIGO DE HAZEL, DEL COLEGIO.
Los minúsculos ojos de tío Vernon se volvieron hacia Hazel, que estaba inmovilizada al pie de la escalera.
—¡AQUÍ NO VIVE NINGUNA HAZEL POTTER! —gritó tío Vernon, manteniendo el brazo estirado, como si temiera que el teléfono pudiera estallar—. ¡NO SÉ DE QUÉ COLEGIO ME HABLA! ¡NO VUELVA A LLAMAR AQUÍ! ¡NO SE ACERQUE A MI FAMILIA!
Colgó el teléfono como quien se desprende de una araña venenosa.
La bronca que siguió fue una de las peores que le habían echado a Hazel.
—¡CÓMO TE ATREVES A DARLE ESTE NÚMERO A GENTE COMO… COMO TÚ! —le gritó tío Vernon, salpicándola de saliva.
Ron, obviamente, comprendió que había puesto a Hazel en un apuro, porque no volvió a llamar. La mejor amiga de Hazel en Hogwarts, Hermione Granger, tampoco la llamó. Hazel se imaginaba que Ron le había dicho a Hermione que no la llamara, lo cual era una pena, porque los padres de Hermione, la bruja más inteligente de la clase de Hazel, eran muggles, y ella sabía muy bien cómo utilizar el teléfono, y probablemente habría tenido tacto suficiente para no revelar que estudiaba en Hogwarts.
De manera que Hazel había permanecido cinco largas semanas sin tener noticia de sus amigos magos, y aquel verano estaba resultando casi tan desagradable como el anterior. Sólo había una pequeña mejora: después de jurar que no la usaría para enviar mensajes a ninguno de sus amigos, a Hazel le habían permitido sacar de la jaula por las noches a su lechuza Hedblack.
Tío Vernon había transigido debido al escándalo que armaba Hedblack cuando permanecía todo el tiempo encerrada.
Hazel terminó de escribir sobre Wendelin la Hechicera e hizo una pausa para volver a escuchar. Sólo los ronquidos lejanos y ruidosos de su enorme primo Dudley rompían el silencio de la casa. Debía de ser muy tarde, porque a Hazel le picaban los ojos de cansancio. Sería mejor terminar la redacción la noche siguiente…
Tapó el tintero, sacó una funda de almohada de debajo de la cama, metió dentro la linterna, la Historia de la Magia, la redacción, la pluma y el tintero, se levantó y lo escondió todo debajo de la cama, bajo una tabla del entarimado que estaba suelta. Se puso de pie, se estiró y miró la hora en la esfera luminosa del despertador de la mesilla de noche.
Era la una de la mañana. Hazel se sobresaltó: hacía una hora que había cumplido trece años y no se había dado cuenta.
Hazel aún era un muchacha diferente en otro aspecto: en el escaso entusiasmo con que aguardaba sus cumpleaños. Nunca había recibido una tarjeta de felicitación. Los Dursley habían pasado por alto sus dos últimos cumpleaños y no tenía ningún motivo para suponer que fueran a acordarse del siguiente.
Hazel atravesó a oscuras la habitación, pasando junto a la gran jaula vacía de Hedblack, y llegó hasta la ventana, que estaba abierta. Se apoyó en el alféizar y notó con agrado en la cara —después del largo rato pasado bajo las mantas—, el frescor de la noche. Hacía dos noches que Hedblack se había ido. Hazel no estaba preocupada por ella (en otras ocasiones se había ausentado durante períodos equivalentes), pero esperaba que no tardara en volver. Era el único ser vivo en aquella casa que no se asustaba al verla.
Aunque Hazel seguía siendo demasiado pequeña y esmirriada para su edad, había crecido varios centímetros durante el último año. Sin embargo, su cabello negro azabache seguía como siempre: sin dejarse peinar. No importaba lo que hiciera con él, el pelo no se sometía. Tras las gafas tenía unos ojos verdes brillantes, y sobre la frente, claramente visible entre el pelo, una cicatriz alargada en forma de rayo.
Aquella cicatriz era la más extraordinaria de todas las características inusuales que Hazel tenía. No era, como le habían hecho creer los Dursley durante diez años, una huella del accidente de automóvil que había acabado con la vida de sus padres, porque Lily y James Potter no habían muerto en un accidente de tráfico, sino asesinados. Asesinados por el mago tenebroso más temido de los últimos cien años: lord Voldemort.
Hazel había sobrevivido a aquel ataque sin otra secuela que la cicatriz de la frente cuando el hechizo de Voldemort, en vez de matarla, había rebotado contra su agresor. Medio muerto, Voldemort había huido…
Pero Hazel había tenido que vérselas con él desde el momento en que llegó a Hogwarts. Al recordar junto a la ventana su último encuentro, Hazel pensó que si había cumplido los trece años era porque tenía mucha suerte.
Miró el cielo estrellado, por si veía a Hedblack, que quizá regresara con un ratón muerto en el pico, esperando sus elogios. Hazel miraba distraída por encima de los tejados y pasaron algunos segundos hasta que comprendió lo que veía.
Perfilada contra la luna y creciendo a cada instante se veía una figura de forma extrañamente irregular que se dirigía hacia Hazel batiendo las alas. Se quedó quieta viéndola descender. Durante una fracción de segundo, Hazel no supo, con la mano en la falleba, si cerrar la ventana de golpe. Pero entonces la extraña criatura revoloteó sobre una farola de Privet Drive, y Hazel, dándose cuenta de lo que era, se hizo a un lado.
Una lechuza de un color tan oscuro como la obsidiana penetró por la ventana, sosteniendo un paquete entre las patas. Aterrizó suavemente sobre la cama de Hazel y ululó alegremente.
Hedblack había regresado.
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