doce || golpe

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*PRIMERA PARTE*

El pánico se había adueñado de mi cuerpo cuando al abrir la ventana y asomarme, vi cómo uno de los puños de mi padre parecía estar a punto de golpearle a Harry en la cara.

—Buenas tardes, señor —le dijo Harry, sonriendo alegremente. Sofoqué un jadeo. Sus palabras no estaban ayudándole. Mi padre le agarró aún más fuerte de la camiseta. Éste no era bajo, ni tampoco debilucho. Al contrario, era al menos dos palmos más alto que Harry, y más robusto. Cuando apretujó la tela de la camiseta entre sus dedos, el cuerpo de Harry se elevó unos centímetros y solamente podía mantenerse en pie de puntillas.

—¿Qué estabas haciendo en mi casa? —exigió mi padre.

—No me he tirado a su hija —sonrió Harry—. Es demasiado pura para esas cosas. —La cara de mi padre se volvió roja, completamente encolerizado.

—Mantente. Alejado. De. Ella —gruñó.

Harry suspiró.

—Lo he intentado, señor. Pero es ella la que no quiere dejarme solo —respondió. La confianza que tenía Harry en sí mismo era algo que yo no llegaba a entender. Como si fuese un ser invencible. O al menos, según pensaba él.

—Ni se te ocurra pensar que desaprovecharía la oportunidad de darte una paliza la próxima vez que te vuelva a ver —le advirtió mi padre.

—No lo dudaría ni un segundo —dijo Harry, sus labios alzándose en una maliciosa sonrisa.

Se estuvieron mirando fijamente durante un minuto, mi padre desafiándolo con la mirada y Harry sonriéndole, mientras que yo simplemente les observaba. Al final, mi padre liberó su agarre y se largó de allí. Los ojos de Harry se encontraron con los míos, me sonrió y alzó su mano para despedirse. Dios, este chico estaba como una cabra.

Dos segundos más tarde, mi padre irrumpió en mi habitación.

—¿Qué demonios estaba haciendo él aquí? —exigió saber. Pegué un salto cuando le escuché cerrar la puerta de un portazo.

—Tenemos que entregar un trabajo de Psicología el martes, y hoy lo hemos acabado —me crucé de brazos.

—¿Por qué ha salido por la ventana?

—Cree que no te cae bien —dije.

Mi padre escrutó mi rostro, y suspiró.

—No quiero volver a verte cerca de ese crío. ¿Entendido?

Lo miré durante unos segundos, hasta que al final murmuré.

—Entendido. —Aunque en mi cabeza se repetía la misma palabra: No.

••

Las escayolas permanentes eran moradas, ambas. Me resultaba extraño y difícil hacer ciertas cosas con sólo un brazo y las muletas. Aunque seguramente dentro un mes dejaría de usarlas. Sin embargo, la escayola del brazo no me la iban a quitar hasta dentro de seis semanas. Cuatro días después de las nacionales en Kentucky. Cuatro. Era como si alguien estuviese tomándome el pelo. Un castigo cruel, insólito e injusto.

El lunes en el instituto Harry me había dejado sola, pero el resto de estudiantes, no. Si mi padre pudiese resumirlo todo en una frase sería: "¿Qué te ha pasado? Oh, Dios. ¿De verdad que te caíste desde el tejado? Escuché que te peleaste. Wow. Qué mierda que no puedas disparar. ¿Puedo firmarte la escayola? Lo siento."

Había sido un día horrible.

El martes habíamos entregado nuestro trabajo y conseguimos sacar la máxima nota, pero Harry no me había dirigido la palabra a excepción de en esa clase. En Arte, habíamos tenido que dibujar el centro de nuestro universo. Acabé dibujando un boceto del rostro de Niall, del de mi padre, del de Shay, un lápiz y un bloc de notas, una flecha apuntando a su objetivo; todos apiñados entre sí. Harry, por su parte, dibujó unos ojos. No llegué a entenderlo.

Estos eran sorprendentemente reales y me resultaban tan familiares, de color gris, abiertos de par en par, tan inocentes. Unas largas pestañas y un ápice de maquillaje revelaban que probablemente perteneciesen a una mujer. Pero seguía sin entenderlo. Nunca sería capaz de entender cualquier cosa relacionada con Harry.

Ese mismo día, a la hora de comer, Shay y Niall se encontraban sumergidos en una profunda conversación sobre el vello facial masculino.

—Es demasiado sexy —suspiró Shay.

—Ni en broma —arrugó la nariz Niall—. No me gustaría estar sentado sobre una cara peluda.

—Qué asco —espetó la otra—. Es algo varonil.

—Toca —dijo Niall, pasándose las manos por su mandíbula—. Tan suave como el culito de un bebé.

—Porque eres medio tía —replicó Shay. Estuvieron discutiendo durante un rato.

Shay tenía el cabello rubio rojizo perfectamente liso, un cuerpo elegante y la piel tersa y pálida. Sus ojos eran de un color avellana oscuro y su cara, en sí, era preciosa. Era la clase de persona inteligente que no quería que nadie lo supiera. Shay podía leerse cuatro libros seguidos en una semana, e incluso releerse el mismo una y otra vez durante un mes entero. Sabía escribir maravillosamente bien, y sus ideas eran increíbles y asombrosas.

Niall, por el contrario, era el típico payaso. Siempre llevaba una sonrisa de oreja a oreja plantada en el rostro, o nos contaba chistes para hacernos reír. Se tintaba el pelo de rubio ya que el suyo natural era castaño, pero le quedaba bien. Sus ojos eran preciosos. Siempre había sentido gran atracción hacia aquel par de profundas gemas azules. Y en estos últimos años se había vuelto condenadamente atractivo, con unos dientes perfectos, su pelo, esos maravillosos ojos y su cuerpo tonificado. Las chicas no paraban de insinuársele, pero él aseguraba que estaba esperando a una persona especial. Jamás dudé de que Niall fuese guapo, incluso cuando tenía diez años, pero nunca me había enamorado de él.

Ninguno de los tres éramos "populares". No vestíamos con ropa elegante, ni salíamos de fiesta en fiesta. Tan sólo éramos nosotros mismos. En nuestra mesa de la cafetería sólo estábamos los tres. Y siempre iba a ser así.

—¿Estás bien, Auttie? —preguntó Niall.

No pude evitar poner los ojos en blanco ante aquel apodo. Seguramente había estado en babia durante un buen rato y se había dado cuenta. Al final asentí y le di un golpecito en el hombro, haciendo que se atragantara con las judías, aunque no tenían pinta de judías. Se habían puesto de color marrón grisáceo.

—Hemos pensando en ir a Buzz sobre las cuatro y media. ¿Quieres venir con nosotros? —dijo Shay.

—No salgo hasta esa hora de las prácticas. Llegaré tarde —le informé. Las prácticas. Una parte de mí que no tenía ganas de ir y enfrentarse al entrenador, a Claire, a Greyson; el dulce muchacho de dieciséis años con esos inocentes ojos y esas adorables pecas en la parte superior de sus mejillas, junto con su amplia sonrisa.

—Está bien. Entonces, ¿vienes? —dijo Niall.

Volví a asentir. Tras eso, se me quitaron las ganas de comer.

••

No fui a las prácticas. Le había dicho a Greyson que no me encontraba bien, aunque no había sido del todo mentira. Tenía pensado ir jueves, pero si volvía a sentirme como me estaba sintiendo hoy, probablemente tampoco fuera. Al final acabé bajándome con Niall, como todos los días.

Cuando llegué a casa me di cuenta de dos cosas: 1. El coche de mi padre no estaba. 2. En su lugar estaba el de Harry. Éste estaba recostado contra su coche, con los brazos cruzados y su típica sonrisa.

—Hey, Fall.

—Hola, Bola de Pelo —le saludé—. ¿Qué haces aquí?

—Pensé en invitarte a salir —dijo encogiéndose de hombros—. Hoy sólo has estado vagando por los pasillos, como si en realidad no hubieses estado allí en todo el día.

—Sí, supongo —suspiré.

Harry extendió su brazo en mi dirección. Ni siquiera vacilé cuando me aproximé a su cuerpo, apoyándome en su brazo, dejando las muletas contra el coche.

En seguida sentí cómo sus dedos hacían presión en mi hombro.

 —Vayamos a algún sitio. A Q-Spot —propuso.

Al escuchar sus palabras no pude evitar ponerme en tensión. El Q-Spot era un salón recreativo situado en el centro de la ciudad con billares, antiguas máquinas de juegos y zonas donde podías jugar al póker. Cada mes salían docenas de noticias en los periódicos acerca de ese lugar: violaciones llevadas a cabo en la parte trasera del recinto, gente que había sido apuñalada en su interior y menores de edad consumiendo bebidas alcohólicas.

Y por eso no podía creerme que Harry pensara llevarme a ese lugar.

—No eres fan de ese lugar, ¿cierto? —Se rió Harry—. No tienes que preocuparte. Sabes que te mantendré a salvo, cariño —sonrió ampliamente. Pero seguía sin poder relajarme. Y, al parecer, se dio cuenta porque acabó soltando un suspiro.

—Harry —me quejé.

—¿Qué pasa, Fall? ¿Te asusta ir a un salón recreativo? —El tono de voz en sus palabras me hacía querer golpearlo. Veía claramente esa arrogante sonrisa pegada en sus labios. Intenté cruzarme de brazos, pero la escayola no ayudaba.

—No —espeté—. Sólo que no me encuentro bien.

—Yo te veo bien —transformó su sonrisa en una maliciosa—. Aunque también puedo ir yo solo y dejarte aquí, viviendo tu aburrida vida de chica buena.

No podía ganarle ésta. Si iba, estaría dispuesta a cumplir todos sus deseos. Y si no iba, sería una miedosa.

—¿Cuál va a ser, Autumn? —sentí su aliento contra mi oreja. Como no le respondí, soltó una risilla—. Sabía que eras demasiado buena para divertirte.

Después de decir eso, comenzó a alejarse. Dio un paso, pero antes de que pudiera marcharse me lancé a por su brazo, sin poder evitar encogerme de dolor ante mi repentino movimiento. Harry se sorprendió, enarcando ambas cejas.

—Demasiado buena para divertirme —refunfuñé—. Aunque solamente si se trata de ti y los inmaduros de tus amigos.

Harry comenzó a reírse.

—Somos malos, tienes razón. Pero no inmaduros. Excepto Zayn. Aunque estoy de acuerdo en que eres demasiado buena para nosotros, ¿no, princesa? —La palabra "princesa" no era para nada entrañable. Al contrario, estaba a rebosar de sarcasmo.

 Entrecerré los ojos, mientras ladeaba la cabeza.

—Iré —dije al fin. Me sonrió, como si supiese que acabaría haciendo lo que él quisiera.

Me ayudó a meter las muletas en la parte trasera de su Mustang, guiándome después hacia el asiento del copiloto. No dijo nada durante todo el trayecto. Y me asustaba lo ruidoso que podía llegar a ser el silencio, como si demandara la interrupción de algún ruido. Pero ambos éramos demasiado cabezotas como para ser la primera persona en hablar.

Cuando llegamos, Harry me dijo que dejase las muletas en el coche. Podrían llegar a ser un problema pues podía hacer tropezar a alguien.

—Y —comenzó a decir Harry, sonriente—, puedes apoyarte en mí. Así no podrás huir.

Me sonrojé ante sus palabras a medida que su brazo rodeaba mis hombros en un intento de que no dejara todo mi peso sobre mi pie izquierdo. Era tan cuidadoso cuando hacía esas cosas que casi olvidaba que aún estaba molesta con él. Casi.

En cuanto abrió abrió la puerta, estuve a punto de ahogarme con el hedor que desprendía ese lugar. Incluso podía tener su propia fragancia: hombre gordo y sudoroso que fuma y bebe mientras se tira pedos y eructa a la vez, sin olvidar su ropa andrajosa sin lavar.

Harry inspiró una profunda bocanada de aire, soltándolo después por su boca, mientras me sonreía maliciosamente.

—Huele a vida —comentó alegremente.

—Todo lo contrario —refunfuñé. Estaba completamente segura de que aquí había muerto alguien. Pero Harry tan sólo se rió y comenzó a guiarme a través de la gente.

A los pocos minutos ya nos encontrábamos detrás de una vieja máquina viendo cómo Zayn jugaba a uno de los tantos videojuegos. Louis permanecía a su lado, con una cerveza en la mano. No me sorprendió verlos aquí, eran amigos de Harry. Menos mal que Louis me caía bien.

Mientras Louis se tomaba su cerveza sin alcohol, Zayn sostenía un cigarrillo entre sus labios mientras zarcillos de humo escapaban por su cavidad.

—Hola, bomboncito —dijo el moreno sin desviar la mirada de la pantalla—. ¿Te has replanteado mi oferta?

Harry intensificó su agarre mientras su fuego iba recorriendo cada rincón de mi organismo, haciéndome sentir mejor. Vi cómo le lanzó una mirada feroz a Zayn. Éste acabó sonriendo al rato con picardía, como si se hubiesen estado leyendo las mentes.

—Alguien se va a cabrear cuando vea que he superado su récord —dijo Zayn, liberando el humo contra la pantalla.

—En realidad —comenzó a hablar Louis—, alguien se va a cabrear cuando él o ella vea que has superado su récord. Alguien es singular, por lo que tienes que utilizar una palabra...

—Cállate, Lou —le cortó Zayn, riéndose—. No me vas nunca a corregir, ¿vale?

—Esa es una doble negación —murmuró Louis tranquilamente. Intenté sofocar una risilla. Me gustaba Louis. El nombrado alzó la mirada y me regaló una cálida sonrisa.

—¿Te gusta? —susurró Harry en mi oreja. Yo tan sólo me encogí de hombros, sintiendo mis mejillas arder—. ¿Te gusta más que yo? —Volví a encogerme de hombros mientras lo notaba sonreír en mi cabello. Su aliento calentaba la piel de mi cuello a medida que observábamos a Zayn jugar, antes de que por fin acabara suspirando, dejando que atraparan al personaje. Aun así, había batido el récord.

—Vayamos a por un par de bebidas —suspiró Zayn.

Para mi horror, Harry murmuró unas palabras de aprobación y comenzó a seguirlo. Por mi parte, no pude hacer otra cosa más que seguirlo, apoyándome en él para poder moverme. Me ayudó a sentarme en un taburete a pesar de mis protestas. Se me empezaría a hinchar la pierna de un momento a otro.

El barman sabía que yo era menor de edad, estaba segura, pero sus ojos me recorrieron de arriba abajo para después preguntarme qué quería. Murmuré un perceptible "nada" mientras Harry le lanzaba una mirada de pocos amigos.

—Quiere acostarse contigo —se inclinó, susurrando. En el Q-Spot ni siquiera estaba permitido servir alcohol. Eso era lo que ponía en su contrato cuando lo abrieron hace cinco años. Habían jurado que se harían responsables de cualquier pelea que sucediese y también de que no servirían bebidas alcohólicas. Sí, seguro.

Fruncí el entrecejo en su dirección, haciendo las arrugas aún más visibles cuando lo escuché pedirse una bebida.

—No me dijiste que esta noche no pudiera beber —sonrió, encogiéndose de hombros.

—Tienes que llevarme a casa.

—No me emborracharé. —Más le valía no mentirme.

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