Fragmentos VI: Harwin Strong.

TW: Violencia explícita. Menciones de tortura (no tan explícitas, pero mejor prevenir).

Esta no la vieron venir, aqueno.

El capítulo va dedicado a Tijuana_Lover por haber adivinado.

De todas formas, a todas las que comentaron les envío un gran beso. Sus interacciones son la parte más bonita de escribir.

»I am not the only traveler
Who has not repaid his debt
I've been searching for a trail to follow again.
Take me back to the night we met«
The Night We Met. Lord Huron.

Harwin Strong no tenía corazón.

Harwin era un tipo frío, desalmado y poco piadoso. Disparaba sin escuchar, y manejaba el negocio familiar con una precisión escalofriante.

Harwin no tenía debilidades.

No tenía alma.

Era una máquina insensible, rutinario y obsesivo. Siempre iba a los mismos sitios, pasaba por los mismos lugares, comía las mismas cosas. Odiaba variar. Odiaba los cambios. Odiaba a su familia.

Un día su lugar de descanso habitual cerró, y Harwin se descubrió mascullando insultos mientras caminaba hacia otro. Cualquiera. Solo quería un café.

Harwin escogió una cafetería de apariencia bonita para esconderse de la nieve. Sonó la campanilla. Una chica lo saludó.

Harwin a veces recordaba que cuando era joven, más joven, le habían robado. Fue una estupidez suya confiarse de noche solo porque era alto. Se quedó sin billetera y collar. Y humillado por algún vándalo del luga

Harwin no tenía debilidades.

Pero entonces las tuvo.

¿Cómo no iba a tenerlas? Cuando Rhaenyra sonreía, Harwin podía respirar.

Harwin lloró por primera vez cuando Rhaenyra apretó su mano contra su vientre, y recibió un golpecito como respuesta. Después lloró cuando Jace lloró por primera vez. Y también lloró cuando Jace dio sus primeros pasos. También lloró durante su boda. Cuando Rhaenyra anunció su segundo embarazo y cuando anunció el tercero.

Harwin pasó de ser un sujeto desalmado, a ser un llorón empedernido.

—Te regalaré el paraísoprometió a Rhaenyra un día—. Y viviremos allí.

También lloró una noche bajo la lluvia, agradeciendo que el abundante diluvio pudiese esconder su debilidad a los ojos de su hermano.

No tengo nada contra ti —Harwin murmuró—. Lo sabes.

—Pero lo haces.

Harwin negó un par de veces, contando en una silenciosa precisión cuántos hombres comenzaban a rodearlo. Eran muchos. Más de los que Larys por sí solo contaba. Y no estaba agregando a los que ya había vencido, y estaban en el suelo a su alrededor.

Solo quiero una cosa —su hermano dijo—. Una cosa, y podrás volver con tus queridos niños.

Un relámpago iluminó sus figuras. Los ojos de Larys brillaron con un aire macabro cuando avanzó un paso.

Harwin sabía que él no podría volver esa noche, y lo destrozaba la realización.

Lo que quieres no podrá suceder jamásescupió—. No influyes miedo, no sabes dirigir, solo eres un sádico sediento de poder. Este negocio morirá conmigo, y lo que quede lo recibirá mi familia.

Harwin llevaba años rompiendo una por una las conexiones que volvían a su familia un peligro. Requirió tiempo, porque no deseaba acabar en malos términos con nadie, y eso implicaba presentar a más gente igual de poderosa que él. Había dejado a Borros para el final, únicamente porque la sola idea de hablar con él le provocaba repelús. 

Y Craghas. Pero él era un viejo amigo, no le daba miedo anunciar su retiro. Todo el mundo se iba en algún momento.

Morirás hoy, hermano —Larys aseguró—. ¿Por qué no mejor escoger algo sin dolor?

Si yo muero hoy, tú jamás tendrás lo que deseas. Podrás hacer el intento, pero nunca me sucederás, no oficialmente.

—Entonces los dos nos quedaremos sin lo que más queremos.

Harwin perdió la cuenta de cuantos golpes recibió en un lapsus de tiempo indefinido. Había intentado detener los primeros, pero era él contra tanta gente armada que eventualmente su energía se agotó, y él cayó de rodillas en un charco de su propia sangre.

Su nariz estaba rota, el dolor duplicaba su visión, la volvía poco confiable. De pronto ya no estaba sobre el asfalto mojado.

¿El paraíso?

—El paraísoRhaenyra había reído y negado—. ¿Qué tal algo en las Bermudas? ¿Una isla en Barbados? ¿Palaos?

—¿Palaos? —ella repitió—. Ni siquiera sé dónde queda eso.

—Mañana traeré un mapa.

Los dos rodaron encima de la cama, riendo por lo bajo para no desesperar a los niños. Finalmente Rhaenyra se situó arriba de él, y se encargó de llenar de besos su rostro. Harwin no pudo no sonreír.

—¿Gibraltar? ¿Fiji?

Rhaenyra se carcajeó.

¿Islas Turcas?

—Estás loco.

La risa resonó en sus oídos, y cuando volvió a abrir los ojos, las gotas golpeaban su cuerpo y estaba otra vez tendido en el cemento.

Luke lo odiaría por el resto de su vida por esto.

Hizo un intento por voltear para ponerse de pie, y entonces una presión dolorosa se instaló en su pecho. Harwin vio el pie de su hermano sobre él, apretando los moretones frescos.

¿Crees que valga la pena el dolor?

Rhaenyra rió contra sus oídos. Jace saltaba sobre él. Luke le pedía otra vez la historia de Balerion. Joffrey lanzaba risitas felices.

Su familia le dolía más que cualquier golpe. Más que cualquier traición o tortura.

Porque Harwin Strong no tenía un corazón, y cuando lo tuvo, lo destrozó él mismo como su austero intento de perdón hacia las personas que abandonaba. Al único amor que alguna vez conoció, y a los tres niños que eso trajo consigo.

Siempre.

—Entonces muere sufriendo.

Cuando volvió a ver a Rhaenyra, una campanilla resonó en algún espacio de su cabeza. Un eco débil y nostálgico.

Es bonito. . . —murmuró, al ver el brillo opaco de su collar.

Quería decir tantas cosas, tantas cosas, que su garganta se había bloqueado. Quería decirles que no quería morir. Que fuesen felices. Que los amaba. Los amaba y los amaría incluso después. Quería suplicarle que siguiese adelante. Que por favor, por favor, no sufriesen. Que estaría bien. Que los extrañaría. Que estaría ahí, junto a ellos. Que estaría siempre.

Lo siento. . . —exhaló—. Lo siento tanto. . .

Harwin Strong murió una noche, después de soportar horas de torturas. Sus secretos se fueron con él, porque prefirió el bienestar de su familia aún si eso significaba ignorar el suyo.

Harwin vivió para amar a sus tres hijos, y murió por ellos con una sonrisa en su rostro.

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