Fragmentos II: Daemon Targaryen.

»If I was dying on my knees
You would be the one to rescue me
And if you were drowned at sea
I'd give you my lungs so you could breathe
I've got you brother.«
Brother. Kodaline

No me queda mucho.

Daemon no estaba listo para escuchar esas palabras de su hermano. Él jamás estaría listo para afrontar la soledad sin un apoyo.

Viserys era su otra mitad. Era con quien robaba bancos y forzaba puertas. Eran ellos dos contra el mundo. Siempre lo fueron. Era con quien se permitía flaquear y ser débil, Viserys había amado sus peores momentos y permanecido junto a él en los mejores.

Viserys estaba muriendo, lentamente, y él no podía hacer nada más que acompañarlo e intentar subirle el ánimo mientras su vida internamente se caía a pedazos.

Daemon no sabía cómo ser feliz, así que vivía la felicidad a través de los demás.

Daemon tampoco sabía qué era la felicidad, pero podía hacerse una idea en base a la risa chillona de Daeron cuando lo cargaba. Él quería a sus cuatro sobrinos por igual, pero no podía negar que ciertamente esos ojos lilas, grandes y expresivos, ablandaban una parte importante de su persona.

Daemon no podía tener a un favorito, él daría su vida por cualquiera de los cuatro; pero siempre tendría algo especial con ese enano hablador.

Daemon también podía hacerse una idea cuando estaba con su hermano. Ambos sentados frente a frente en una mesa. Viserys con un café y él con un té; discutirían el próximo robo o hablarían sobre Aegon y Haelena. O incluso Viserys se reiría de él porque Daemon odiaba el café y no entendía cómo su hermano era capaz de beberlo con tanta felicidad.

O quizás solo existirían uno al lado del otro en silencio.

Después de cada robo podía escuchar a Viserys contra su auricular al mismo tiempo que lo veía agitando una mano a la distancia.

—¿Me ves? —él preguntaba, su tono rebosante en una felicidad incalculable—. Estoy acá.

—Te veo —Daemon respondía, levantando su propia mano en respuesta. Así celebraban sus victorias.

Daemon no conocía la felicidad, pero conocía bien el dolor. Era algo punzante, abrasador, helado, apretado y asfixiante que atacaba directo al corazón y no soltaba jamás.

El dolor era algo curioso, Daemon pensaba, algo que podía variar dependiendo de la persona; porque le dolieron más cuatro palabras pronunciadas por Viserys, que todos los golpes que recibió en su vida.

Él lo había mirado, sus ojos liláceos reflejaban una profunda y completa aversión cuando anunció el por qué de su encarcelamiento. Aemond estaba un poco detrás de él, pálido y con casi la mitad de su rostro vendado.

"—Tú no eres mi hermano".

Cuatro palabras. Daemon habría preferido morir ahí mismo.

Fue Viserys quien falleció un año después. Daemon no se pudo despedir.

Un guardia se le había acercado un día mientras Daemon sostenía el teléfono contra su oído. Lo conocía, era un tipo bastante decente. Un paulatino timbre sonaba. Daemon sabía que no recibiría respuesta.

Él le dijo:

—Quería darte mi pésame, si necesitas tramitar un permiso para visitar su lápida, te puedo ayudar.

—¿Qué lápida? —Daemon cuestionó, dejando el teléfono donde mismo cuando la llamada lo envío al buzón.

El guardia lo miró. El silencio se extendió. El guardia dijo algo, con un tono cuidadoso y algo apenado. Daemon de alguna extraña forma fue incapaz de sentir algo más que un profundo vacío.

Una mano simplemente bajó de la nada, sostuvo su corazón, lo apretó y desgarró, y luego lo retorció para sacarlo.

Cuando Daemon volvió en si, estaba siendo arrastrado por cuatro guardias. Sus manos repletas de sangre aún tibia. Daemon no podría decir si eran de él o del guardia.

Fue la primera vez en su vida que Daemon pidió disculpas a alguien.

—Conocí a alguien —comentó, elevando su taza para beber un sorbo—. Una mujer. Es increíble, te la presentaré un día.

Daemon no recibió una respuesta, pero no la necesitaba para saber que estaba siendo escuchado.

—Trabajo con ella ahora, y con su hijo, tiene la edad de Daeron, creo. Ah, y dos más, uno más pequeño, es bastante adorable. Al otro no lo conozco.

Daemon dijo:

—Daeron pronto saldrá de la escuela, cumplirá dieciocho en unos meses, pero sabe usar las ganzuas mejor que yo.

Daemon dijo:

—Aemond tiene veintitrés, es brillante. Se encarga del taller como ninguno. Tiene una cabeza increíble.

Daemon dijo:

—Haelena está terminando su subespecialidad en entomología. Me dijo que pronto planea independizarse.

Daemon dijo:

—Aegon sigue enojado, no sé si conmigo o contigo, pero es feliz robando. Creo que por ahora basta con eso.

No recibió respuesta. Daemon no la esperaba, pero habría dado todo por obtener aunque fuese un pequeño sonido.

Los segundos se extendieron, Daemon ya no sabía qué decir, así que sacó una pequeña lista de su bolsillo, estaba arrugada y las marcas de los dobleses se marcaban de manera notoria, la leyó y después volvió a guardarla. 

—Sé que puedo hacerlo sin ti —pronunció—. Puedo vivir sin ti, hermano, y lo estoy haciendo. Lo estoy haciendo bien. Estoy intentando ser una mejor persona.

Daemon apoyó su espalda en la pequeña figura de cemento y frotó sus ojos. Dijo:

—Pero te extraño tanto. . .

Daemon también dijo:

—Me haces tanta falta. . .

Daemon pensó que si cerraba los ojos con suficiente fuerza, quizás la sombra de su hermano podría vislumbrarse como un sutil espejismo. Daemon no abrió los ojos, prefirió ignorar la realidad e imaginar.

Viserys estaría sentado al otro lado de la lápida, dándole la espalda pero escuchándolo con tanta atención como solo él le prestaba. Tendría una taza de café entre sus dedos, apestando todo con ese aroma amargo que a Daemon jamás le terminó de gustar.

—Solo vine a disculparme —murmuró—. A verte una última vez.

Daemon imaginó a Viserys sonriendo, porque Viserys siempre sonreía. Su figura sería ligeramente transparente y brillante, sus ojos estarían relucientes y saludables. Daemon sería capaz de sentir el calor de su cariño aún a través del cemento helado. Algo sutil y amable que se pegaría a su piel como una delgada tela de ropa.

Viserys apoyaría su cabeza justo contra la suya. Daemon jamás necesitó más que ese pequeño gesto para saber que contaba con él.

Estoy acá, junto a tiel tono de su hermano sería algo bajo y acorde, pacífico, feliz—. Y te veo, hermano, te veo.

Fue tan fácil imaginarlo que se descubrió abriendo los ojos y volteando la cabeza con una ilusión infantil asentándose en su interior.

Pero detrás de él solo se extendía un vasto cementerio vacío.

sígente, Daemon solo toma café porque le recuerda a sus buenos momentos junto a Viserys.

si todo va bien el capítulo siete estará el viernes.

saluditos.

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