Capítulos veinte: "Jacinto silvestre".
TW: Escenas gatillantes. Acciones y situaciones ilegales. Violencia explícita.
Esta vez no es un simulacro JAJAJA.
Les deseo una bonita noche, me retiro avisando que el capítulo podría contener algunos errores ya que no está completamente editado.
BESOS.
»Feel, my skin is rough
But it can be cleansed
It can be cleansed, oh, oh, oh.
And my arms are tough
But they can be bent.«
Can't Pretend. Tom Odell.
Luke observaba a un sujeto delante de él que hablaba. Era un poco más alto, los músculos se le marcaban porque llevaba una camiseta sin mangas. Supuso que le gustaba presumir.
—Si necesitas a alguien para quemar algunas calorías, puedes llamarme —él comentó.
Todo lo que llegó a su mente fue que él no necesitaba quemar calorías en ese momento, porque según Aemond primero debía subir de peso. No lo entendía, pero Daeron estuvo de acuerdo así que no le quedó de otra.
Observó al sujeto. Era rubio, notó, no albino, rubio. Su cabello era de un dorado algo cobrizo. Se había presentado, pero Luke olvidó su nombre.
—Quizás en algún momento —dijo—. Estoy algo ocupado ahora.
Eso pareció convencerlo, porque le regaló una sonrisa de dientes blancos y desapareció hacia la zona de las máquinas. Luke estaba en la parte de boxeo, sentado y descalzo. Un elástico se tensaba cada vez que estiraba la punta de su pie; su tobillo dolía como respuesta. Pero no era un dolor agónico, simplemente un malestar latente.
Ya habían pasado algunas semanas del visto bueno del médico. Su costilla estaba sana y su tobillo necesitaba ejercicios para evitarse problemas. No entendía términos médicos, estaba bien, pero tenía que estar mejor.
Luke sentía un poco esos retazos de dolor. Cuando pisaba muy fuerte o caminaba mucho.
Se levantó cuando notó que sus dos acompañantes habituales comenzaban a llamar un poco la atención. Envolvió el elástico en una de sus manos y pisó asegurándose de que no hubiese dolor, solo entonces se movilizó hacia la zona donde el ruido era más audible.
Al menos tres hombres más observaban también a los hermanos Targaryen. Podía entender por qué.
Daeron tenía su pelo azabache sostenido por un cintillo blanco, y Aemond lo llevaba amarrado en un moño desarreglado por el constante movimiento. A diferencia de Luke, que estaba con una sudadera cubriéndolo del frío, Daeron llevaba su abdomen al descubierto y unos pantalones de chándal grises que le pertenecían.
Algunos parches blancos se adherían a su cuello y hombros, y otros más en sus brazos, donde las quemaduras por el incendio habían sido más profundas y seguían sanando.
La piel blanca brillaba por el sudor. Cuando Daeron se volteó, revelando su espalda, Luke se percató del tatuaje en forma de dragón que ondulaba por su columna, justo en el centro, ni exageradamente grande o demasiado pequeño. Tan negro como el azabache e idéntico al de Aemond, solo que el de Aemond se enroscaba en su antebrazo.
Aemond sí usaba una camiseta, negra igual que sus pantalones, de manga larga y ajustada. Él daba vueltas alrededor de su hermano, atento a sus movimientos. Lucía como un depredador, no de una forma que pudiese provocar vergüenza ajena, sino plenamente una concentración nata.
—El primero en caer lava los platos —Daeron dijo, dando saltitos en su lugar—. Hoy y mañana.
—Tres días.
—Hecho.
Los dos estaban descalzos.
Entonces Aemond comenzó a lanzar golpes que Daeron debió desviar o esquivar. Luke podía admitir que sí era entretenido verlos entrenar, porque se notaban bastante igualados en casi todo. Menos en tamaño; ahí ganaba Aemond.
En algún momento Daeron dejó de esquivar y comenzó a atacar, y entonces los dos se vieron envueltos en una pelea veloz que perfectamente podría incitar varias apuestas.
Daeron saltó lanzando un golpe con el empeine justo en su lado ciego, que Aemond bloqueó con los dos antebrazos. La fuerza estremeció su cuerpo, Luke pudo notar como sacudía sus manos para alejar los despojos de dolor.
Se apoyó en la cuerda que los separaba, para ojear más de cerca la pelea.
Daeron recayó en su presencia y su boca se torció en una sonrisa brillante.
—¡Luke!
—Perdiste.
Aemond giró sobre su cuerpo y regaló una patada en el trasero de Daeron, lanzándolo al suelo de una forma humillante y veloz.
Daeron cayó generando un ruido gracioso, y la gente se dispersó al definirse al ganador.
—Eres un tramposo —acusó, volteando para sentarse—. Eso no cuenta como victoria.
—Caíste, yo gané.
Luke no se perdió el movimiento fluido que Aemond empleó cuando levantó el borde de su camiseta y limpió algunas gotas de sudor de su frente, dejando en evidencia un gran porcentaje de su abdomen. Estaba marcado.
Pensó en la última vez que lo vio entrenando, también había estado sin camiseta. Posiblemente no fuese de su agrado lucir semidesnudo en público.
—¿Ya terminaste tus ejercicios?
—¿Por qué yo no puedo hacer eso? —alegó, señalando el ring con un gesto apreciativo—. Daemon estaba enseñándome algo parecido.
—Cuando Daemon te estaba enseñando, no estabas lesionado —Aemond dijo, sin interés.
—No estoy lesionado.
—Cojeas si pasas más de una hora de pie —él señaló—. Hasta que tu médico lo diga, no tienes permiso para hacer algo que no sea fisioterapia.
Luke blanqueó los ojos y se cruzó en brazos.
—No creo que estés enseñándome bien —observó, notando que eso sí pareció llamar su atención. Incluso Daeron volteó.
—¿A qué te refieres?
—Ya van tres tipos que se han ofrecido a entrenarme —Luke frotó su mentón. El último lo había hecho dos veces, pero era la misma persona así que no contaba—. Algo están haciendo mal.
Los dos compartieron una mirada.
—¿Entrenadores? —Daeron curoseó.
—Ni idea.
—¿Qué te dijeron?
—¿Eso importa?
—Lucerys.
Aemond se ganó una mala mirada.
—Que podían darme lecciones extra si tenía problemas con los ejercicios —enumeró, tocando sus dedos uno por uno—. Y algo sobre calorías.
—¿Calorías?
—Sí, quemar calorías.
La carcajada de Daeron calló lo que sea que Aemond hubiese dicho. Lo observó pasar una mano por su propio rostro como si estuviese tratando con un niño. Luke no iba a decir que se sintió ofendido.
Pero sí se sintió jodidamente ofendido.
Con el par sin llamar la atención, esa zona quedó vacía. Apenas escuchaban el ruido de otras personas entrenando. Supuso que era por la hora; no a muchos se les ocurría entrenar a las siete de la mañana.
—¿Qué? —cuestionó.
—Eres un idiota —Aemond indicó—. Te caíste de la cuna cuando bebé o algo. Te golpeaste muy fuerte la cabeza en el accidente y quedaste tonto.
—Vete a la mierda.
Daeron seguía riéndose.
—¿Le diste tu número a alguno?
—No —Luke dijo—. Dijiste que no necesitaba quemar calorías porque debía subir de peso.
Daeron se rió más fuerte, él sostenía su estómago desnudo y se carcajeaba con cada palabra que decía. Estaba rojo, los ojos le lagrimeaban, no concebía palabras coherentes.
—A ti te bautizaron con agua de mar.
—Bueno, ya —alegó, balanceándose en uno de sus pies—. Estaba distraído.
—No lo estabas —Aemond señaló. Sonaba indignado, sorprendido, perplejo, todo en uno. Incluso su voz había adquirido un tono más alto—. Tu inocencia roza lo absurdo, eres irreal.
Luke ladró un insulto.
—Ya déjalo —Daeron balbuceó entre risas—. Va a enojarse.
Sí, Luke iba a enojarse. No era un fanático de ser el centro de burlas, especialmente cuando no sabía de qué demonios se estaban riendo.
En su lugar chasqueó la lengua, los envió al demonio y se movió hasta una silla junto al cuadrilátero. Él mismo también estaba descalzo, salvo por la venda elástica que rodeaba su tobillo desde la planta del pie.
Su última visita al fisioterapeuta se resumía en un regaño constante porque Luke no había seguido correctamente las indicaciones y eso podía facilitarle una segunda lesión. Una más grave.
Tenía prohibido correr, ciertos tipos de zapatos, ejercicios bruscos, ejercicios de fuerza, golpes —más golpes—, y debía trabajar con precaución. Le recomendaron no usar su moto demasiado.
No notó cuando Aemond salió por entre las cuerdas, sino que directamente tuvo que enfrentarse a su rostro serio al voltearse para sentarse. El parche en su ojo hacía bien el trabajo de esconder la rosada cicatriz, si Luke no hubiese visto lo que había debajo, perfectamente creería que se debía a alguna operación reciente.
Aemond le permitió ver durante una borrachera compartida. Y Luke no lo dijo, pero realmente no encontró que fuese algo tan notorio. Era como ver un ojo cerrado, salvo por la línea que lo partía.
—Cojeas —le dijo, sacándolo de sus cavilaciones.
—Que observador.
Aemond cubría su ojo dañado con un parche de tela blanco. Según él, era más disimulado.
Luke observó en un silencio contemplativo la figura de Aemond situándose delante de él. Una rodilla tocó el suelo, sus ojos siguieron ambas manos cuando este las acercó a su tobillo vendado.
Estaba esta extraña convivencia a la que debió acostumbrarse después del robo a los Lannister. Partiendo por su inscripción a un gimnasio y el cambio de actitud de Aemond hacia él. No era menos malditamente insufrible, pero ya no estaba activamente tratando de asesinarlo.
De hecho, hasta parecía que se preocupaba un poco por su salud. Dijo que era porque ahora formaba parte del equipo, pero Luke sabía que era por haberlo salvado. Se sentía en deuda.
—¿Ya nos llevamos así de bien? —Luke curoseó, recibiendo un latigazo de dolor como respuesta cuando Aemond pasó a llevar una zona especialmente delicada—. Mald–. . .
—No entiendes la parte en la que estuviste a centímetros de destrozarte toda la pierna —Aemond señaló, tomando su pie con las dos manos—. Tus ligamentos se destrozaron, tienes tres lugares distintos aún convalecientes.
—Solo es un esguince.
—Eres un irresponsable —gruñó—. Te puede gatillar un desgarro, una mala curación, dolores crónicos o cojera. ¿Quieres ir por ahí con un bastón como tu tío?
Luke se estremeció y le lanzó una mala mirada.
—No aprenderás nada de defensa hasta que puedas saltar en un pie desde un extremo del gimnasio al otro.
Luke jadeó.
—Estás malo de la cabeza.
—Cállate.
Su índice tocó tres puntos estratégicos en algunas partes de su pie, provocando involuntarios choques veloces de dolor que Luke no admitiría en voz alta. Se distrajo siguiendo la forma nudosa que tenían sus falanges. Aún cinco de sus dedos estaban rodeados de vendas delgadas, y sus nudillos tenían curitas con estampados de animalitos.
Había visto cuando Joffrey se las regaló. Él había notado las heridas en sus manos después de haber noqueado a media discoteca, y como Aemond se quitaba las costras constantemente le entregó una caja repleta de tiras coloridas.
Solo pasaron unos días de eso, así que Aemond aún las usaba. No parecía molestarle el estampado infantil. Luke lo consideró tierno.
—Ya no me duelen los ejercicios —dijo.
—Entonces los haces mal.
—O ya sané.
El único ojo lila de Aemond le regaló una mirada hastiada. No discutió, en su lugar comenzó a deshacer el vendaje que abrazaba su pie con más cuidado del que Luke le había visto emplear en su vida.
Sus dedos eran largos, se deslizaban por su piel con una maestría impersonal y abarcaban sin problema toda la extensión de su extremidad. Algunos mechones de cabello blanco se le escapaban de su moño y perfilaban su rostro.
La venda cayó y Luke ojeó su pie magullado. Aún había algunos moretones rodeando el hueso cercano a su tobillo, pero al menos ya no lucía inflamado. Eso era porque se aplicaba compresas frías para el dolor, y debía abrigarse correctamente porque los remanentes del invierno lo acalambraban.
—Te dolerá —Aemond anunció, deslizando los pulgares por la planta de su pie.
—No va a–. . .—Luke se atoró cuando una corriente de dolor puro, eléctrico, vibrante y diluido escaló por su tobillo hasta su rodilla—. Joder. . .
—Apenas te toqué.
Quiso objetar, pero al bajar la mirada, recayó en que Aemond con suerte lo había movido.
—Empieza a ejercitar sin la venda —él indicó, rozando los hematomas de una manera puramente distraída—. Debe doler, pero no mucho. No debe superar un tres en la escala de dolor.
—¿Cómo sé que es un tres?
—Mh.
Aemond giró su pie, fue un movimiento ligero y cuidadoso, él lentamente ladeó apenas unos milímetros su extremidad antes de que el dolor comenzase a palpitar. Intermitente, punzante y helado.
Los dedos de sus pies se contrajeron, y Aemond se detuvo.
—No más que eso —dijo—. Sino, será contraproducente ¿lo entiendes?
Luke abrió y cerró sus dedos, recayendo en el cosquilleo que le provocó el sutil roce que Aemond dejaba sobre la planta de su extremidad.
—¿Cuándo te volviste fisioterapeuta? —preguntó por encima.
Sintió un par de manos deslizándose por su cabello. De reojo notó la figura de Daeron, y fue por ello que no impidió el contacto. Una camiseta holgada cubría ahora su cuerpo, y había amarrado el cintillo a su muñeca.
—Es una Barbie —él comentó, jugando con su cabello—. Empieza a investigar sobre algo y probablemente no pare hasta ser capaz de debatirle a un profesional. Aemond es como un genio, ¿no te dijo que se graduó a los quince?
Él se alzó de hombros, Aemond parecía más interesado en ladear su tobillo en distintas direcciones, buscando puntos de dolor.
—¿Es eso posible?
—Si es un niño genio, sí.
—Mi madre estuvo de acuerdo con que me adelantaran algunos años en la escuela —Aemond dijo—. A Daemon no le hizo gracia.
—Es cierto —Daeron convino—. Incluso yo lo recuerdo. Estaba hecho una furia.
A Luke no le costó imaginárselo.
—Tiene sentido —dijo, ganándose la mirada de ambos—. Que se haya enojado, digo.
Daeron detuvo lo que sea que estuviese haciendo con su cabello, pero fue Aemond el que preguntó:
—¿Por qué?
Él se encogió de hombros.
—Un niño es un niño —sus ojos bajaron hasta las manos apretando con cuidado su piel lastimada. Aemond finalmente dejó su extremidad y alcanzó la venda elástica para cubrirla otra vez—. Por más inteligente que sea, las etapas están por algo. Seguramente te fue difícil hacer amigos porque todos ya tenían dieciocho o diecinueve y tú apenas estabas cumpliendo quince. Sin mencionar la envidia, y tú inmadu–. . .
—Luke.
Luke dejó de hablar cuando Daeron lo interrumpió. No había molestia o peligro en su voz, solo un deje cuidadoso. Entendió la situación al percatarse de que Aemond había dejado de vendarlo.
Él no parecía enojado, simplemente ido.
—Termina de vendarte —dijo, poniéndose de pie—. Me iré a cambiar de ropa.
Se fue antes de que Luke pudiese procesar qué parte de sus palabras fueron las gatillantes. De reojo notó a Daeron frotando su nuca con una expresión puramente incómoda.
—Si dije algo–. . .
—No —Daeron negó—. Él evita el tema porque tienes razón.
Daeron se sentó a su costado, y le contó. No le costó mucho, porque no era su historia, solo lo suficiente.
Aemond entró a estudiar con dieciséis años siguiendo los deseos de su madre, escogió medicina. Daeron tenía once, pero, según él, a simple vista podía notarse lo consumido que Aemond se notaba por esa elección.
—Daemon se enteró de que lo molestaban cuando ya iba a entrar a su segundo semestre.
—¿A Aemond? —Luke no pudo evitar preguntar, porque la sola idea se sentía impensable.
—Tenía dieciséis, era pequeño y albino, y todo un nerd —Daeron se alzó de hombros—. Alguien divulgó que era gay, y él no quería que nuestra madre se enterara de esa forma —dijo—. Supongo que le daba vergüenza admitir que estaba en problemas, no lo sé.
—¿Cómo lo–. . .
—Helaena lo descubrió. Estaban en la misma universidad, en facultades diferentes. Fue a verlo un día y se dio cuenta que algunos cursantes de su generación lo estaban golpeando. Le dijo a Daemon y lo sacaron.
Luke asintió.
—¿Y la universidad los expulsó?
Daeron negó.
—Falta de pruebas —dijo—. Simplemente los dejaron en observación, no lo sé.
Los dos coincidieron en que la justicia estatal era una mierda.
—¿Y ellos–. . .
—Recibieron su karma —Daeron se alzó de hombros—. Si te contara todo lo que mis hermanos hicieron estarías de acuerdo en que soy el menos bélico de los cuatro. Soy un rayito de sol.
Luke no pudo evitar una sonrisita tironeando la comisura de su boca.
—Sí —dijo—. Eres un Santo. Tu bondad desmedida provocará la paz mundial. En mi vida conocí a alguien más pacífico y desinteresado, deberías predicar tus tácticas pacifistas para que–. . .
—Ya entendí, déjame.
Exhaló una risa entre dientes y se inclinó, disponiéndose a terminar de cubrir su tobillo con las vendas. Daeron se adelantó con rapidez, rodeándolo para situarse delante de él.
—Déjame a mí.
—Yo puedo —alegó.
—Déjame hacerlo —él no esperó una afirmativa, sino que directamente comenzó a vendarlo con el mismo cuidado—. Te lo debo.
—No me debes nada.
Los ojos de Daeron lo encontraron. Luke estaba serio, se sentía serio, porque fueron esas mismas palabras las que Aemond le había dicho hacía unos días cuando anunció que oficialmente pertenecía al equipo. Fueron esas, y en privado le prohibió devolverle el reloj o hablar alguna vez sobre lo sucedido en los baños.
Así que ahora Luke tenía un reloj que valía cuatro de sus sueldos, como mínimo, y una extraña sensación cada vez que recordaba que se había comido a besos a Aemond durante el apagón en la discoteca.
Aegon le había regalado palmaditas en la espalda, y se ofreció a enseñarle a usar las ganzúas. Daemon no parecía sorprendido, él le sonrió y le dio oficialmente la bienvenida.
Encajó correctamente el final del vendaje, pero no se movió de su sitio.
—Debes entender, Luke —Daeron empezó—, que tú nos salvaste ese día. Tú me salvaste, a mí y a mi hermano.
—Yo no–. . .
—Sí —era curioso ver a Daeron serio—. Puedes no estar enojado, pero eso no hace que nuestro error sea menos grave. Te lastimaron por nuestra culpa.
—Los golpes me los gané a pulso —Luke dijo, colocándose sus calcetines. Tenían estampados de caballitos de mar.
—¿Y ayudarnos? Podrías solo haber dejado que nos dispararan —Daeron tenía un tono ambiguo, extraño—. Siendo objetivo, nosotros solo te hemos causado problemas.
—Supongo —ató sus cordones y se alzó de hombros—. ¿No es lo que hacen los amigos? Cuidarse, quiero decir.
Daeron apretó los labios y sacudió sus rodillas cuando se puso de pie. Luke pudo escucharlo emitir una risita corta.
—La verdad, no estoy seguro —dijo—. Eres como, mi primer amigo.
Luke tuvo problemas creyendo eso.
—Tienes muchos amigos —indicó. Daeron negó—. ¿Esa gente en tu fiesta?
—No conocía ni a la mitad. Eran hijos de sujetos con dinero o conocidos de Aegon. Eras el único al que invité personalmente.
—Pero tienes muchos seguidores.
—¿Eso qué? Soy bonito y mi cuenta es pública —dijo—. Haz lo mismo y aumentarás inmediatamente tus seguidores a varios miles.
Eso tenía sentido.
Luke no tenía interés en dejar su cuenta pública.
Luke estaba a una resta de cometer un crimen de lesa humanidad.
—Solo nos queda ir al taller a buscar el dinero de Daeron —Aemond hizo girar un lápiz entre sus dedos, ojeando algunos cálculos. Cuando Daeron no respondió, los dos voltearon hacia él—. Sigue en el taller, ¿verdad?
Daeron asintió de forma ida.
—¿Qué te pasa?
—Hoy vi a Daemon contando el precio total de los productos en el supermercado, y sonriendo cuando veía descuentos —Daeron dijo, absorto en su plato con cereales—. Fue deprimente.
Fingió un sollozo cuando Daemon golpeó su nuca. Él se movió a través del espacio hasta la cocina, donde le escuchó poner el hervidor. Eran cerca de las nueve y media, a Laenor le tocaba abrir así que podían llegar un poco más tarde.
Observó a Daemon prepararse un café y sentarse a su costado. Luke estaba sentado junto a Aemond sacando cuentas basándose en los precios más accesibles que encontraban de diversos objetos en Internet.
Descubrió que necesitaban muchas cosas para poder robar. Y muchas eran muy caras.
—Deja de llorar, compramos las mismas cosas que tenían en su casa —Daemon señaló.
—Y se nos fue el sueldo en eso —lloriqueó—. ¡A los dos, dos sueldos! Los supermercados son unos bastardos abusivos, deberíamos desviarles la mercadería y revenderla más barata. Ganaríamos el triple.
Luke supo que tenía un problema sin retorno cuando se descubrió considerando seriamente la idea.
Pudo ver a Aemond frotando sus sienes. Su manejo del estrés era increíble.
—Iremos hoy al taller —sentenció, ignorando las palabras de su hermano—. Ya que hacer dos viajes en moto solo sería un malgasto, y Luke no puede llevarnos a los dos al mismo tiempo, viajaremos en bus.
—¿Bus?
—Sí, hay una parada cerca del edificio, llegaremos al taller en quince minutos.
Daeron parpadeó.
—¿Bus como. . . El trasporte público? ¿Esos rojos?
Luke se alzó de hombros. Daeron buscó en su hermano una negación que no llegó, y todo lo que hizo fue emitir un suspiro quejumbroso.
—Hombre. . .—alegó—. Esto de ser pobre ya no es divertido.
—Eres clase media —Luke corrigió, blanqueando los ojos.
—Soy desdichado.
—Jesús.
Daeron extendió su labio inferior, pero no volvió a hablar. Aemond deslizó su cuaderno con números en su dirección y dejó el lápiz encima.
—Revisa que los números cuadren —él indicó—. Después nos iremos.
—¿Estás delegando? —Daeron cuestionó, incrédulo—. ¿Tú?
—Cállate.
—Pesado.
Luke debió admitir que fue un día entretenido. Y que era mejor que Aemond en matemáticas.
Partieron por usar el transporte público, por primera vez para Daeron. Se ganaron miradas ya que Daeron no dejaba de comentar lo interesante que era, lo inseguro al tener dos pisos o que iba muy lento. Solo cuando Aemond lo amenazó con lanzarlo de vehículo en movimiento Daeron finalmente guardó silencio.
Llegaron a la mecánica después de caminar diez minutos, obtuvieron el bolso con doscientas mil libras en efectivo que Daeron había guardado sin cuidado entre algunas cajas de repuesto. Y de paso se llevaron otro bolso más que Luke no alcanzó a ojear sino hasta que llegaron otra vez al departamento de Daemon.
Daemon y Aegon no estaban porque tenían turno en la cafetería.
Luke tampoco pudo mirar el bolso ahí porque pronto tuvo que salir otra vez a buscar unos encargos de su madre. Y después tuvo que volver donde los Targaryen porque el encargo eran camisetas y delantales a medida con el logo de la cafetería que les había enviado a hacer aprovechando el alza en las ventas.
Porque hubo un gran alza en las ventas. Especialmente desde que iniciaron las clases, y la cafetería comenzó a viralizarse porque a Daeron le gustaba subir videos presumiendo a los atractivos camareros.
Ahora las mesas solían estar repletas de adolescentes o adultos jóvenes. O de señoras. O de gente, en general. Habían implementado entregas por delivery y mediante reservas ya que se llenaban bastante seguido.
Luke no podía negar que le hacía feliz saber que la gente disfrutaba de la comida del lugar. Además de todo, dejaban bonitos comentarios en su nueva página en Internet —cortesía de Daeron—, y los recomendaban.
Daeron también logró dejar su cuenta pública, y, en efecto, sus seguidores también aumentaron exponencialmente. Al único que no pudieron convencer fue a Aemond, pero Luke ya sabía que no había nada interesante en su perfil porque había empezado a seguirlo hace algunos días.
Dos fotos con su iguana, una con un gran perro negro, y otra con toda su familia. Sin historias destacadas ni biografía.
Pero al menos tenía una cuenta.
A Daemon le comentaron la idea, ignorando la parte en que era un sujeto de cuarenta y cinco cuya cercanía a las redes sociales era escasa debido a sus años en el reclusorio, y todo lo que dijo fue:
"—¿Qué es Instagram?"
Desistieron de intentar después de eso.
Luke depositó las cuatro prendas sobre la mesa frente al sillón y se dejó caer sobre este, agotado. Su pie palpitaba.
—Necesito que se prueben eso y me digan si les queda bien.
Daeron fue el primero en quitarse la camisa y ponerse la que tenía su nombre bordado en plateado al costado derecho de su pecho.
Aemond lo imitó. Su camiseta era igual, salvo por el nombre. Todas eran de manga corta porque la primavera estaba comenzando y eso implicaba más sol en las calles.
Les regaló un asentimiento distraído y se movió hasta los bolsos situados en la mesa del comedor. Uno contenía el dinero en efectivo, el otro llevaba picándole la curiosidad desde que lo llevaron consigo en la mañana.
Sus dedos apenas alcanzaron a rozar el cierre cuando la mano de Aemond detuvo el avance. Luke frunció el ceño y levantó la cabeza.
Aemond seguía con la camiseta de la cafetería. Se ajustaba a su cuerpo sin parecer incómoda, dejando en evidencia los músculos en sus brazos y el tatuaje aferrado desde su muñeca. La ropa negra lo hacía lucir el doble de albino.
Él le lanzó una mirada ceñuda sin mover su mano.
—¿Qué–. . .
—Son armas —él dijo.
Luke detuvo sus palabras en seco. Notó que Daeron los observaba a algunos pasos, también atento a su reacción. Se cruzó de brazos y se alzó de hombros.
—¿Y? No es como si no hubiese visto armas antes —alegó—. No voy a desmayarme por ver una pistola.
Lo vio rodar su único ojo bueno y mover el cierre, permitiéndole al fin evidenciar el interior de la bolsa.
En efecto, habían armas. No estaba seguro del tipo, pero todas lucían como esas invididuales que aparecían en las películas. Debía admitir que tenerlas en frente era imponente, casi un poco aterrador. Le ponía más peso a sus decisiones saber que en algún momento tendría que cargar una consigo, y, de ser necesario, dispararla.
Se preguntó si, llegado el momento, sería capaz de hacerlo.
Analizó la más cercana a su mano, sin embargo antes de tomarla volteó otra vez hacia Aemond.
—¿Puedo?
—Mientras no la dispares por accidente.
Aemond se encogió de hombros y Luke alzó el arma.
Primero notó que era pesada, luego que estaba fría. Lo recorrió un escalofrío ante el hecho de tener algo tan mortífero entre sus manos. La subió y bajó de forma leve y al final rozó el gatillo con uno de sus dedos, apuntando hacia abajo solo por si acaso.
Ya había visto armas en el pasado. Hacía no mucho pudo atestiguar como una apuntaba directamente a la frente de Aemond cuando los dos se encontraron con Mysaria. Siempre era bueno tener respeto a esos objetos. Luke habría preferido no tener que cargar con algo tan volátil de tener la opción a la mano.
—Es grande —observó al final, notando que sus dedos no alcanzaban a rodear completamente la empuñadura.
Por el rabillo del ojo pudo ver a Aemond emitiendo una risa entre dientes mientras volteaba.
Luke no supo si era más tenebroso verlo reír, o verlo reír solo.
Decidió que las dos.
Ganó la carrera de esa noche.
Rhaena no participó, y Daeron no pudo acompañarlo ya que habían llegado sus computadores y debía comenzar a organizar cosas demasiado tecnológicas para su entendimiento mundano.
Así que fue con Aemond.
Sugirió ir solo; recibió una negativa conjunta que Luke no agradeció.
Luke ya sabía que iba a ganar, él siempre ganaba.
Pero esa noche la luna no brillaba, y la tensión en el ambiente había erizado su cabello de una manera peligrosa. Intuía algo malo. Especialmente porque Luke no había ido solo a ganar un poco de dinero esa vez.
Tenía un trato con Mysaria que debía cumplir, y ya lo había extendido bastante.
Anunció a Aemond que iría a buscar su paga, y que podría tardar un poco, así que él se quedó apoyando en su moto. A Luke le pareció hilarante lo fácil que le era al sujeto situarse con tanto descaro en un vehículo que no le pertenecía.
Luke estaba por llamar a la puerta de la caseta cuando un sonido en el interior lo hizo saltar. Fue seco y potente. Único y peligroso. Paralizó sus dedos contra la madera tallada y, por algunos segundos, lo hizo dudar de si tocar en ese instante sería o no una buena idea.
No alcanzó a pensarlo mucho porque pronto la puerta se abrió y Cregan salió del lugar tenebrosamente pálido. La sombra en sus ojos era prominente, y el tono verdoso en su piel casi peleaba con el blanco preocupante. Parecía haber visto un fantasma, o su propia muerte. Luke pudo escuchar su respiración irregular, veloz.
Cregan golpeó su hombro al pasar, y solo entonces pareció notar su presencia. Luke alcanzó a percibir el borde rojizo en sus ojos antes de que el hombre se volteara otra vez y se moviese de una forma inestable a través del callejón hasta perderse en la oscuridad.
Luke lo siguió con la mirada y solo la volvió hacia la puerta cuando Borros se asomó. Su cara rechoncha daba muestras evidentes de agitación, pero las arrugas entre sus cejas le dejaron claro que lo mejor sería no preguntarle a él.
—¿Y tú? —cuestionó—. ¿Qué quieres?
—No me has pagado.
Borros volvió a entrar mascullando insultos inentendibles, y salió después de unos minutos. Le extendió un sobre blanco de mala gana.
—Toma, ahora lárgate, estoy ocupado —Luke asintió, estaba volteando cuando Borros agregó—. La próxima carrera será en tres días.
Y cerró.
Luke observó la puerta, y después escondió el sobre en uno de los bolsillos internos de su chaqueta. Sus manos se hundieron también dentro de esta y se movió alrededor de la caseta de una forma silenciosa. No temía a las cámaras porque no había en ese lugar; implicaban un peligro innecesario que Borros no estaba dispuesto a corregir.
Solo necesitaba algo que pudiese incriminarlo. Papeles, audios, una foto. Mysaria sabía que el hombre estaba metido en algún negocio turbio, y quería la información para extorsionarlo, o para acabarlo. Le daba igual. Él solo debía conseguir algo que le dijese que tenía razón, y el único lugar que podría tener alguna pista era esa roída cabaña en la que Borros se quedaba durante las cabañas.
Observó a través de todas las ventanas que tenía el lugar, hasta que una dio de lleno con lo que se notaba, era una oficina.
La ventana se deslizó en un silencio tétrico, Luke entró, y después cerró a sus espaldas.
Era un cuarto antiguo de madera, con una chimenea a leña, un armario de dos puertas con tallados a manos y una gran alfombra roja que tapizaba una parte importante de la madera en el suelo, y escondía sus propios pasos.
La habitación estaba a oscuras, Luke empleó la linterna de su celular para alumbrar a su paso, y fue directo a la pila de papeles ordenada sobre el escritorio.
Abrió los cajones cuando notó que los papeles solo eran cifras de negocios que posiblemente usaba para blanquear dinero, pero todo lo que encontró fueron plumas y sobres de papel.
En el siguiente tampoco había nada.
El último, para su sorpresa, estaba con llave.
Luke no demoró en palpar todos sus bolsillos hasta dar con el estuche de cuero que Daemon le había regalado. Daeron y Aegon se encargaron de enseñarle esas últimas semanas todo lo necesario para ser capaz de abrir algunos tipos de cerraduras en un tiempo mínimo. Seguía demorando algunos minutos, pero ya podía usarlas correctamente.
Aemond, asimismo, se aseguró de condicionarlo para llevar el estuche consigo a todos lados. Así que ahora era algo que siempre cargaba en algún bolsillo, igual que los Targaryen.
Los chasquidos hacían eco en la desolada habitación. De rodillas, Luke intentaba con todas sus fuerzas abrir rápido la condenada cerradura. Podía escuchar la voz de Aemond regañándolo a sus espaldas. Un susurro odioso e insistente. Luke debía admitir que había algo conciliador en saber que no estaba completamente solo en ese instante.
Esbozó una sonrisa triunfal cuando logró abrir el cajón, y dentro dio con dos sobres de papel café. Tomó uno, lo abrió y sacó una de las varias hojas para hojear con la luz de su celular el contenido.
Al principio, Luke pensó que era un sujeto que le debía dinero a Borros, ya que se trataba de una ficha técnica. Pero a medida que observaba más y más hojas, menos entendía el contenido. Mujeres y adultos jóvenes, ninguno sobrepasaba los veinticinco.
El siguiente sobre tenía el mismo formato, pero no el contenido.
De pronto el suelo bajo sus pies se volvió inestable, y el mundo insostenible. Las letras y fotografías entre sus dedos se difuminaron, los susurros de Mysaria sobre Borros se volvieron gritos inentendibles. Su mala espina. Las carreras. La fachada. Los sujetos visitando el lugar cada mes.
Luke no estaba seguro de poder sentir el latido de su propio corazón. Los segundos se tornaron horas, cada uno más pesado después de aquella nauseabunda revelación.
No tenía seguridad en la cantidad de tiempo que pasó hasta que fue capaz de escuchar algo más que su propia cabeza dando vueltas.
Fueron pasos. Fueron los tintineos de unas llaves entrando en la cerradura de la puerta, y dos voces conversando.
—. . . necesario.
Luke guardó los dos sobre dentro de su ropa y cerró el cajón.
—¿Tienes una idea de a quién acabas de asesinar? —alguien cuestionó.
La puerta se abrió de golpe. El silencio se extendió en la habitación.
—Mira nada más. . . —Borros pronunció—. Una rata que no pudo alejar las narices de mis asuntos.
Luke se paralizó.
Podía escuchar su corazón martillando en sus oídos, y los papeles crujiendo contra su pecho. Estaba quieto. Encandilado por el brillo de su propio miedo. Sus rodillas no respondían, su tobillo no alcanzaba a doler. Quizás era la adrenalina lo que le impedía en ese instante desmayarse.
—Era Roderick Dustin —el otro tipo corrigió—. ¿No se te ocurrió investigarlo antes de meterle un tiro para asustar a Stark?
El armario olía a humedad y colonia, la combinación picaba en su nariz y le provocaba un hormigueo en los ojos porque la apretaba con fuerza para evitar estornudar. Los abrigos entre los que estaba escondido casi tocaban el suelo por su largo.
—Deshazte de él —una gota de sudor frío resbaló por su sien cuando recayó en la orden de Borros—. Quiero que esté resuelto para mañana.
—Vamos a meternos en problemas por esto —el otro gruñó—. Sabes lo jodido que es esconder un cadáver.
Se hizo un silencio.
Su cuerpo perdió calor.
Sintió las rodillas débiles.
—Llama a Larys —Borros dijo al final—. Él es bueno con esas cosas. Llámalo ahora.
Luke se obligó a cerrar los ojos y respirar por la boca. Tragó las náuseas como un niño bebiendo un medicamento; el ácido quemó su garganta y le provocó lágrimas calientes.
—No hablo de eso —el sujeto gruñó—. La policía no se callará esto.
—La policía no lo sabe —Luke podía escuchar la tensión en la voz de Borros tanto como su propio corazón—. Y va a quedarse así. Solo era un viejo con mucho tiempo libre, se habría jubilado pronto.
—Era un veterano con experiencia y contactos con el MI6 —ladró el otro tipo—. Si alguien se entera, la policía va a ser el último de nuestros problemas.
Luke exhaló frente al silencio que se extendió por algunos segundos, e inspiró otra vez cuando los pasos se dirigieron directamente a su escondite.
—¿Qué esperas que haga? El sujeto ya está muerto, lo quiero fuera antes de que su cadáver empiece a apestar mi sótano.
La puerta izquierda del armario se abrió, y Luke dejó de respirar. El pánico palpitaba en sus oídos ante cada milisegundo, la luz inundó ese lado del mueble y pudo apreciar desde su sitio una mano entrando para comenzar a remover los abrigos.
Los dedos huesos rozaron un abrigo peligrosamente cercano a su rostro, cuando la mano se alejó.
Entonces la otra puerta se abrió, golpeando de lleno su escondite con la luz de la ampolleta. Borros sólo tendría que remover un abrigo y entonces Luke estaría muerto.
Los dedos rozaron el que lo ocultaba, Luke se tragó un sollozo.
—Quiere hablar contigo —dijo el sujeto—. Es importante.
Borros se detuvo.
No cerró la puerta, pero pudo apreciar por las pisadas como se alejaba.
La voz de Borros hablando por el teléfono se diseminó en el ambiente, permitiéndole a Luke saber que se había ido. Otro par de pasos pronto fueron detrás de él.
La habitación volvió a oscurecerse, y Luke no se demoró en salir entre tropezones torpes. Subió la ventana, salió golpeando sus rodillas con la tierra, y la bajó otra vez. Estaba terminando de cerrarla cuando la puerta se abrió otra vez. Luke alcanzó a ver por el marco del vidrio a Borros tomando un abrigo con una mano, mientras empleaba la otra para sostener el teléfono contra su oído.
Entonces Luke corrió.
Corrió hasta que sus piernas ardieron y fue incapaz de respirar. Corrió hasta que su corazón se sintió a un pálpito de detenerse. Su tobillo palpitó, pero no se permitió cojear para reducir el dolor. En su lugar corrió más rápido, hasta ser capaz de ver las ruedas brillantes de su motocicleta.
Las llaves se hundieron en la palma de su mano, su visión borrosa lo logró distinguir la moto de la figura que estaba sobre ella hasta que fue incapaz de detenerse; colisionó con el cuerpo firme de Aemond sacándole un chasquido como queja. Luke notó que había detenido su carrera con las dos manos.
Aemond arrugó el entrecejo y lo observó de pies a cabeza sin soltar sus hombros.
—Te dije que no podías correr —él alegó, y después observó por encima de su hombro—. ¿Te están siguiendo?
—Vámonos.
—¿No me–. . .
—Ponte el puto casco —siseó, empujando el objeto blanco contra su pecho—, y vámonos.
Aemond volvió a observarlo con un aire crítico antes de obedecer.
Sus manos se situaron sobre su estómago cuando subió detrás suyo. Luke no pudo pensarlo, no pudo pensar en nada. Todo era ruido y silencio, las luces delanteras brillaron y generaron pequeñas partículas que bailoteaban detrás de sus córneas.
Aemond dijo algo.
Luke escuchó a Borros susurrando contra sus oídos. El manubrio vibrando bajo sus palmas, porque en algún momento había puesto la moto en movimiento. Borros hablaba, ordenaba muerte. Le provocaba un sudor frío que helaba sus mejillas tibias por la reciente carrera.
Aemond volvió a hablar.
Luke solo podía escuchar su propio corazón. Rápido. Muy rápido. Demasiado rápido.
—¡Lucerys!
Luke frenó de golpe cuando recayó en la velocidad con la que se acercaba a la curva cerrada que daba a la salida del lugar.
Las manos en su estómago se apretaron hasta provocar dolor en el moretón, y después lo liberaron al recaer en el esfuerzo desesperado de Luke por bajar al detenerse con un frenazo peligroso que levantó una nube de tierra.
Se quitó el casco. Tropezó. Se enredó con sus guantes. Tosió. Aemond hablaba. Luke no respiraba. Jadeó. Le dolía el pecho. Le dolía todo. No escuchaba nada.
El frío abrazó su cuerpo cuando bajó el cierre de su chaqueta y se la quitó por completo, lanzándola al suelo. Sus guantes la siguieron. El frío pinchó sus manos desnudas, y Luke quiso pensar en eso para distraerse. Distraer su falta de oxígeno. Pero llenar sus pulmones le estaba siendo demasiado difícil.
No era difícil. No podía.
Llevó una mano hasta su garganta y tosió otra vez. Y otra. Y las luces lo cegaban y Aemond hablaba. Y Luke caminaba sin rumbo.
Su antebrazo se vio atrapado por una sola mano, y al voltear, recayó en Aemond deteniendo su andar. Debía estar bastante mal considerando la mueca preocupada en sus facciones.
Él no alcanzó a preguntar nada antes de que Luke reaccionase.
—¡Suéltame!
Luke se retorció y terminó tambaleándose hasta caer al suelo de rodillas. La tierra se enterró en sus manos y le ardió. Sus palmas extendidas fueron capaces de sentir cada pequeña piedrita incrustándose en su dermis, y se obligó a concentrarse en el dolor para no pensar en lo imposible que le estaba siendo respirar.
Una mano se aferró a su camiseta, justo donde encima de su pecho. La otra temblaba aún sobre la tierra. Por el rabillo de su ojo fue capaz de apreciar a Aemond aún a su costado.
—Mi corazón. . . —Luke susurró, escuchando el palpitar acelerado contra sus oídos. Demasiado rápido. Iba a detenerse. Luke iba a morir—. No puedo. . . Voy a–. . . Necesito–. . .
Cuando logró ponerse de pie, notando el temblor peligroso en sus piernas, volteó, dispuesto a caminar hasta su moto. Volteó, perdido. Tropezó. El mundo daba vueltas a su alrededor.
Ni siquiera dio dos pasos antes de que Aemond lo detuviese otra vez. Sintió el par de manos heladas atrapando su rostro, pero antes de que Luke pudiese objetar, estas se movieron a sus hombros en un agarre sutil.
Su corazón se apretó. El puño en su garganta ardió, se estancó ahí, Luke no pudo tragar. Y tampoco respirar. Abrió la boca para intentar pronunciar algo, lo que fuese, y todo lo que escapó fue un sonido bajo y ahogado. Agónico.
—No pued–. . . Est–. . .
—Sabes lo que es —Aemond dijo. Sonaba más calmado de lo que se veía—. Estás bien, debes respirar, necesito que respires. Puedes hacer eso.
Luke negó.
—Voy a m–. . .
—No.
Algo doloroso escapó de su garganta.
—No. . . No puedo resp–. . .—susurró demasiado rápido, apretando la tela de sus antebrazos con fuerza. Sus dedos temblaban al ejercer presión, se sentían anclados a esa prenda, cuando Aemond se acercó un poco más, Luke se permitió ser abrazado—. No puedo. . . Van a matarme. . . Vendrán por mí. . . Van a–. . .
—Nadie te tocará un cabello —él juró—. Estás a salvo, te lo prometí.
Se encontró negando otra vez. Varias veces. Muchas veces. Sus piernas amenazaron con doblarse, Aemond debió notarlo porque anunció que se sentarían y entonces Luke se descubrió sentando entre sus piernas cruzadas.
Ahogado. Solo. Muriendo.
Su pecho dolía, palpitaba rápido. Muy rápido. Luke seguía tosiendo. Su visión se duplicó otra vez y solo logró aumentar el terror en escalada que se apropiaba de su cuerpo.
Exhaló el aire atrincherado en sus pulmones mediante una tos adolorida, y solo entonces recayó en la tibieza que se deslizó suavemente por sus mejillas.
No tardó en cubrir su rostro con una mano.
—Estoy–. . . Estoy volviéndome loco. . . —Luke sollozó—. No puedo con mi propia vida. . .
Aemond no respondió.
Pudo sentir sus dedos enredándose en el cabello de su nuca, y acercándolo hasta que Luke pudo esconderse en la curvatura de su cuello. El aroma a shampoo y loción invadió sus pulmones adoloridos, era bueno poder inhalar algo familiar después de la humedad y polvo que lo había atormentado en ese armario.
El solo recuerdo apuñaló su garganta.
—Respira —él murmuró. Su voz estaba diluida, baja, armónica, era suave y agradable. Como un bálsamo—. No pienses.
Obedecer se sintió tan fácil que Luke lo hizo sin cuestionarlo, y lentamente fue capaz de obtener un poco de aire sin ahogarse en el proceso.
Se concentró en la respiración de Aemond. En sus dedos helados hundidos en el cabello de su nuca. Recayó en que él dejaba caricias ahí, eran ligeras, apenas un roce con su pulgar. Pero estaban, y podía pensar en eso. En el suave cosquilleo que quedaba hormigueando sobre su piel.
Luke perdió la cuenta de los minutos que se deslizaron por ellos. Fueron varios, y pasaron rápido. Quizás cinco o diez. Todo lo que hizo fue escuchar su respiración y contar el pulso de Aemond.
—Le diré a Daeron que venga por nosotros —Aemond musitó, sin moverse de su lugar.
Luke negó. Él definitivamente no quería que Daeron lo viese así. Debía lucir terrible. Sería humillante.
—No vas a manejar.
—Hazlo tú.
Notó la ronquera en su voz, algo gangosa por haber estado llorando y demasiado baja como para haber sido escuchado por alguien que no fuese el sujeto que lo seguía abrazando.
—Sabes manejar —agregó, manteniendo ese tono bajo—. Y el camino. . .
Aemond no habló en seguida. Luke aprovechó ese lapsus de silencio e intentó hacer memoria de alguien más que hubiese conducido alguna vez su vehículo. Coincidió en que no había nadie. Aunque habría dejado a Daeron si él tuviese la licencia.
—¿Estás delegando? ¿Tú?
Luke demoró algunos segundos en percatarse del ligero deje bromista en su voz. No pudo esconder una risa cansada.
—Idiota.
No lo escuchó reír, supuso que al menos sonrió.
—¿Estás mejor?
Luke asintió.
—¿Estás seguro?
Luke no respondió.
Ni siquiera hizo el intento por sentir algo cuando fue medianamente consciente de que seguía casi ovillado en su regazo. En el suelo. Sobre la tierra. Siendo abrazado.
Surrealista.
Aemond se removió solo cuando Luke lo hizo, y Luke lo hizo poniéndose de pie con una lentitud penosa. Sus manos tenían algunos raspones que ardían y su tobillo palpitaba, pero no se sentía como si se hubiese empeorado la lesión. Aemond le extendió su chaqueta y Luke se la puso en silencio. Después le entregó también los guantes. Luke negó.
—Tú vas a conducir.
—Puedo hacerlo sin guantes —él dijo—. No creo que me queden los tuyos, de todas formas.
—Te van a quedar.
Aemond le lanzó una mirada poco convencida, sin embargo se los puso. El cuero sintético se acopló a sus manos correctamente, y crujió con suavidad cuando abrió y cerró una mano para asegurarse de que estuviesen bien.
Supo que Aemond quiso preguntar incluso antes de que él mismo estuviese seguro de querer responder. Se movió recogiendo su casco del suelo y musitó un único:
—Eran de mi padre —Aemond apretó los labios—. A mí me quedan grandes.
Él no dijo nada, y Luke lo agradeció. Sacó sus llaves de uno de sus bolsillos y las extendió. La sola acción se sentía ajena. O quizás solo era Luke sintiéndose perturbadoramente perdido. No estaba seguro de ser él en ese instante.
No estaba seguro de nada.
Aemond las recibió en silencio, pero no subió de inmediato al vehículo. En su lugar tomó el casco negro que aún residía entre sus manos y lo pasó por arriba de su cabeza, colocándoselo.
Luke parpadeó, teniendo problemas en aceptar que Aemond estaba ayudándolo en algo tan básico como ponerse su propio casco.
Aemond subió después de Luke, e hizo andar el vehículo sin problemas.
Luke terminó por deslizar sus manos desnudas hasta el único bolsillo frontal que poseía la sudadera negra de Aemond, y esconderlas ahí.
Su cabeza protegida se presionó contra su espalda, y al no ser el principal receptor de la helada ráfaga de viento que los azotaba, se permitió cerrar los ojos y exhalar un suspiro bajo.
Se pasó el resto del viaje concentrándose en no quedarse dormido.
Daemon estaba recogiendo su última mesa cuando escuchó a Rhaenyra hablar por teléfono desde el interior de la cocina. Su ceño estaba fruncido, formando una arruga sutil entre sus cejas. Ella mordía una de sus uñas y se daba vueltas por el espacio.
—¿No pudieron avisar antes? —ella alegó.
Se preguntó cómo era posible que incluso enojada, pudiese tener un tono tan ameno.
—¿Todos ya se fueron? —Rhaenyra chasqueó la lengua—. ¿Saben qué? Son unos irresponsables, quiero que le expliquen correctamente a mi hijo que llegaré tarde porque ustedes no fueron capaces de avisarme con un poco de tiempo.
Se hizo un silencio.
—Por supuesto que le dejaré una queja. Esto es impresionante, el niño no lleva ni un mes en la escuela y ya–. . . —Daemon apretó los labios—. No seguiré hablando con ustedes.
Y cortó.
Rhaenyra masculló cosas inentendibles mientras se movía a través de la cocina. Laenor le lanzó una mirada cautelosa, frunció la boca y avisó que iría a buscar otra bolsa de tomates porque estaban acabándose.
No estaban acabándose, él se estaba escapando. Daemon también se planteó la idea, sin embargo en lugar de irse, acortó la distancia con lentitud.
Alejó los dedos para que no siguiese mordiéndolos, y solo entonces Rhaenyra se percató de su presencia. Detuvo sus movimientos, delante de ella había algunos pasteles a medio decorar y varios dulces que aún necesitaban empaquetarse.
—¿Qué pasó? —preguntó.
Ella exhaló un bufido.
—La escuela de Joffrey dejó salir a los niños unas horas antes —explicó—. La cosa es que fue de improviso, y debo terminar esto porque vendrán a buscarlo en media hora. No voy a alcanzar a llegar a tiempo a buscarlo.
Daemon la apreció masajeando su cuello con una mano, y siguiendo su propio impulso no dudó en sustituirla por las suyas, comenzando a amasar con suavidad los músculos tensos. Fue capaz de sentir como los hombros caían bajo sus dedos. Apretó con cuidado un punto entre ambos lugares y fue capaz de notar una pequeña mueca adolorida en su boca.
—¿A qué hora sale?
—A las dos.
Eran las una y cuarenta.
—¿Luke no puede ir?
Recordaba que al niño le hacía bastante feliz cuando Luke iba, porque iba en su moto y eso implicaba alardear sobre lo cool que era su hermano. Él le había dicho. También le confesó que a veces lo subía al vehículo y él iba conduciendo.
Daemon lo consideró peligroso, hasta que descubrió que en realidad era Luke el que impulsaba la motocicleta al quitarle el freno de manos; Joffrey solo sostenía el manubrio y dictaba las direcciones. Los había visto llegar así una vez.
—Fue a buscar unos encargos —Rhaenyra exhaló un suspiro bajo y alejó algunos mechones dispersos de su rostro—. Debe estar en el otro lado de la ciudad ahora.
Se formó un silencio corto en el que Rhaenyra recargó una parte de su peso en su pecho. Una sonrisa traidora tironeó de sus labios ante la cercanía, especialmente cuando reposó su mentón sobre su cabeza.
—Yo ya no tengo mesas, y Aegon puede atender algunas solo —Daemon pronunció, dejando los masajes para poder envolver su cuerpo con ambos brazos—. Puedo ir por él.
—No podría pedirte eso.
—Te lo estoy ofreciendo —pudo percibir una sonrisa abarcando parte de su rostro cuando asomó la cabeza por uno de sus costados para besar su mejilla—. Lo llevaré al parque y tomaremos helado, así terminas acá sin prisa.
—Cerraré antes —Rhaenyra dijo, sonando no del todo convencida.
Daemon negó, pero sonrió cuando Rhaenyra volteó aún cercana a su cuerpo.
—Cierra cuando estés lista —musitó—. A Aegon le gusta trabajar acá, seguro será feliz ayudándote a decorar.
—Me gusta él. Es un buen chico.
Daemon hizo una expresión complicada que se ganó una risa entre dientes.
—Que no te escuche —dijo al final—. O se pondrá insufrible.
Recibió una carcajada y un beso corto. Daemon se dio por pagado con eso y pronto estuvo marcando su camino hasta los baños para poder cambiarse de ropa.
La escuela de Joffrey estaba a un par de cuadras caminando, no más de diez minutos. El día lucía un sol que no alcanzaba a quemar, y por lo mismo Daemon solo llevaba una chaqueta negra con una camiseta debajo. Y lentes de sol.
Daemon no era un fanático del sol; se quemaba con facilidad y le dolían los ojos si no los protegía. Era un curioso fallo genético, todos en su familia cercana eran sensibles al sol. Quizás porque todos eran albinos.
Supo que estaba llegando porque pronto a su alrededor comenzaron a circular una gran cantidad de padres y madres llevando niños de la mano. Autos estacionados y en movimiento. Y mucho ruido. Y muchos colores.
Se asomó por una de las puertas.
Frunció el ceño cuando no vio a Joffrey.
—¿Daemon? —Daemon volteó al escuchar su nombre—. ¡Daemon!
Fue consciente de la mata de cabello rizado dirigiéndose en su dirección cuando Joffrey ya estaba casi arriba de él. Lo atrapó con los dos brazos y lo alzó recibiendo una carcajada.
Daemon no esperaba esa efusividad en su saludo, pero no negaría lo feliz que le hizo.
—Tu mamá estaba un poco ocupada hoy —dijo, dejándolo con cuidado en el suelo—. Espero que no te moleste que haya venido yo.
Joffrey negó con una sonrisa dentuda, le faltaban dos colmillos, y una de sus paletas estaba terminando recién de crecer.
—¿No vinieron los demás? —él preguntó en su lugar, ojeando por uno de sus costados en busca de sus sobrinos—. ¿Aemond?
—¿Acaso conmigo no es suficiente?
Tuvo que hacer un esfuerzo monumental por sonar dolido, y sirvió, porque Joffrey no demoró en mover sus manos de una forma repleta de pánico.
—¡No, no! ¡Me refería a–. . .
—Vine caminando desde la cafetería. . .
—¡Es que yo–. . .
—Supongo que ese helado tendrá que ser para otro día. . .
El rostro de Joffrey se distorsionó en algo aún más desesperado, y solo entonces Daemon exhaló una carcajada ruidosa.
—¡Eres malo! —él chilló.
Su posible molestia quedó en el olvido cuando Daemon volvió a levantarlo, esta vez para situarlo sobre sus hombros. El niño se rió, Daemon también esbozó una sonrisa al sentir sus dedos atrapando algunos mechones de su cabello sin llegar a provocarle dolor.
—Daemon, ¿me prestas tus gafas, por favor?
—Sí, amor —Daemon se quitó los lentes polarizados y parpadeó ante el luminoso escenario—. Te las pediré en un rato.
Estaba por moverse fuera del establecimiento cuando una tercera voz se sumó a su conversación.
—¿Disculpe?
Daemon borró su sonrisa antes de voltear.
Una profesora, lo supo por el delantal con estampados, estaba delante de él.
—¿Sí?
Ella señaló a Joffrey. Joffrey estaba observando todo a través de los lentes considerablemente grandes para su anatomía.
—¿Es pariente del niño?
Daemon observó hacia arriba, hacia Joffrey, y después negó.
—No, en realidad —dijo—. Pero vine en lugar de su madre.
—Pues su madre no nos avisó nada a nosotros —había un deje desagradable en su voz, casi acusatorio. Daemon carraspeó, tragándose cualquier comentario ácido—. No puede venir cualquiera a llevarse a nuestros alumnos.
—Daemon no es cualquiera —Joffrey saltó—. Es el novio de mi mamá.
Daemon no tenía ninguna intención de negar eso.
—Entiendo.
—¿Entiende?
—¿Espera que le diga otra cosa? —la mujer enrojeció—. ¿Puede llamar a Rhaenyra para que le diga que sí tengo su permiso? Le prometí al niño un helado y hace calor.
Ella le regaló una mala mirada.
—Quédese allí, volveré en cinco minutos.
Se encogió de hombros, acomodó a Joffrey aún sobre sus hombros y comenzó a dar vueltas por la entrada.
—Es una bruja —él masculló, sacándole una risita.
—Ciertamente.
—Mi mamá me dijo que no debía decirle así.
—Entonces no le digas así delante de ella.
Joffrey guardó un silencio contemplativo.
—Es una buena idea —dijo.
Daemon no quiso pensar en si acababa de inculcar las mentiras en esa pequeña cabeza inocente.
Por su bien, esperó que no.
La profesora-bruja llegó cinco minutos después, igual de ceñuda y notablemente malhumorada. Les dijo que podían irse, y que la próxima vez avisasen con tiempo que iría otra persona.
A Daemon le picó la lengua. Se la mordió.
—¿Sabías que el corazón es un músculo? —Joffrey curoseó cuando ya habían avanzado algunos pasos lejos de la escuela. Lo bajó de sus hombros cuando Joffrey se lo pidió, y en su lugar se colgó su pequeña mochila con estampados de caricaturas.
—¿Es así?
—Sí. Y el de los niños late más rápido —Daemon sonrió—. Mi corazón es más rápido que el tuyo.
—Pero mi corazón es más grande.
Intuyó que Joffrey diría algo para debatirle, sin embargo él cerró la boca y volvió a observar el camino.
Siguieron conversando mientras avanzaban. El parque no estaba a más de una cuadra; repleto de niños, de animales y de ruidos.
Daemon estaba tan acostumbrado a tratar con niños que habían cosas que sabía casi de manual, por ello no encontraba sorpresivos los raspones en algunas zonas de sus manos, o la suciedad en su ropa. Las rodillas de Joffrey estaban repletas de barro, y su cabello era un desastre rizado incluso antes de que empezase a jugar.
Recibió su abrigo cuando encontró una banca vacía cercana a los juegos, y junto a este también sus gafas. Se las colocó y se acomodó.
—¿Prefieres jugar ahora y el helado después?
Joffrey asintió y entonces pudo observarlo correr hasta las estructuras.
Había algo pacífico en esa rutina, algo entrañable y nostálgico.
No esperaba realmente volver a repetir esa situación en lo que le quedase de vida. Pero recordaba a cada demonio al que había acompañado a ese sitio. Aunque con Aegon también iba Viserys.
Ni Helaena ni Aemond fueron fanáticos de los parques, especialmente Helaena. Daemon descubrió que realmente les molestaba el ruido excesivo y la cantidad de niños desconocidos; desde entonces comenzó a llevarlos durante la tarde noche para que pudiesen disfrutar de los juegos con tranquilidad.
Ellos lo hicieron.
Daemon debía admitir que él mismo también prefería esos lugares cuando no había tanta gente. Le era más fácil vigilar a sus niños, y reaccionar si alguno se caía o algo.
Daeron había sido él torbellino que le permitió entender a la gente que le ponía correas a las mochilas de los niños. Corría, saltaba, rodaba. Si Daemon jamás lo perdió de vista fue únicamente porque Daeron era el niño más gritón de toda plaza. Solo debía centrarse en el huracán albino que gritaba y ya lo habría encontrado.
En ese instante si parpadeaba perdía a Joffrey de vista, y eso no le gustaba. Después lo encontraba deslizándose por un tobogán, o impulsándose en los columpios, y volvía a relajarse. A veces incluso lo llamaba para mostrarle algún truco que Daemon no dudaba en alabar con entusiasmo.
Daemon parpadeó y Joffrey desapareció.
Cuando volvió a encontrarlo, él venía caminando en su dirección, pisoteando el suelo y con uno de sus costados repleto de polvo. Su labio inferior temblaba.
—Ya me quiero ir —él masculló frotando su mejilla, estaba roja.
—¿Qué pasó?
—Jhon me empujó del columpio.
¿Quién demonios era ese mocoso de mierda?
Lo ayudó a quitarse el polvo de la ropa y se aseguró de que su mejilla estuviese bien antes observar por sobre su hombro.
—¿Quién? —preguntó.
Joffrey imitó su movimiento e indicó con un gesto desganado a un niño. Era dos cabezas más grande, con un cabello pelirrojo y muchísimas pecas.
—¿Lo conoces?
—Es de mi escuela —Joffrey parecía estar haciendo un esfuerzo por no llorar—. Siempre nos molesta porque es más grande.
Daemon podría envejecer cinco años y los matones seguirían siendo los mismos.
—¿Ya podemos ir por el helado?
Asintió poco convencido, y entonces los dos comenzaron a caminar hacia un puesto en la calle paralela al parque.
Joffrey pidió un helado de dos copos de chocolate y frambuesa pese a que Daemon comentó que sería incapaz de comérselo todo. Él optó por uno de pistacho; Joffrey le dijo que eran gustos de viejos.
Daemon se sintió bastante ofendido.
Los dos volvieron al parque y se sentaron en una banca más alejada de los juegos y gritos.
—¿Tu madre sabe de este niño?
—Todos lo saben —Joffrey dijo, balanceando sus pies—. Mi mamá habló con el director, pero es el hijo de un profesor antiguo de la escuela, así que nunca le dicen nada.
—¿Solo te molesta a ti?
Joffrey asintió.
Daemon guardó silencio y Joffrey comió de su helado.
—¿Por qué no te defiendes? —preguntó al final.
Las orejas de Joffrey adquirieron un tono rosado.
—Me da vergüenza.
—¿Defenderte?
—Me molesta porque no tengo papá —el aire se estancó dentro de los pulmones de Daemon—. Sé que tengo, pero que no está acá conmigo, que murió cuando era más pequeño. Solo me pone triste no tenerlo cuando Jhon se burla de eso, me. . . ¿cómo se dice? No poder moverme.
—¿Te paralizas?
—Eso.
Joffrey volvió a comer de su helado. Debía sostenerlo con las dos manos porque era demasiado grande. Daemon sabía que no sería capaz de comerlo completo, pero también sabía que le daba igual porque le gustaba verlo feliz con su elección.
—¿Crees que sea muy raro no tener un papá? Yo no lo extraño, y sé que debería, pero. . .
Daemon guardó silencio. Había tanto dolor implícito en esa pregunta que la sola idea de pronunciar una palabra de pronto le provocó un ardor peligroso en la garganta.
Al final Joffrey no era como Luke, ni como Jace. Ellos habían alcanzado a vivir a su padre. Lo recordaban como un ser vivo, que sonreía y hablaba, no era solo un rostro colgado con cariño en la pared. El niño solo sabía de Harwin lo que los demás le contaban, y eso era ambiguo. Quizás no le doliese la pérdida, pero sí sufría su ausencia de una forma diferente.
Y los niños podían llegar a ser muy crueles.
—Yo tampoco tuve uno.
Joffrey se giró en su dirección con una velocidad sobrehumana.
—¿No?
Daemon negó. Se preguntó si Joffrey sabría que Rhaenyra tampoco había tenido padres sino hasta después de los dieciséis.
—También murieron cuando era pequeño, muy pequeño. Mi hermano mayor se encargó de mí —sus ojos castaños no dejaban mucho espacio para algo que no fuese sorpresa—. No puedes extrañar a alguien que no conociste, no debes sentirte mal por eso.
—Mis hermanos lo extrañan, y mi madre. Me gustaría poder extrañarlo —Joffrey dijo—. Pero soy feliz solo con mi mamá. Es suficiente para mí.
Daemon se descubrió pensando en todo lo que daría por mantener a ese niño alejado de cualquier dolor.
—Tu helado va a derretirse —observó.
Joffrey también ojeó el helado, y su rostro formó una pequeña mueca.
—No quiero más. . .
Soltó una risa corta y recibió el helado. Aún le quedaba el barquillo y una gran parte del sabor de vainilla. Limpió su rostro con servilletas que tomó de la heladería y después señaló los juegos.
—¿Quieres jugar un rato más?
Los ojos de Joffrey se iluminaron, luego asintió.
—Ve, te iré a buscar cuando nos tengamos que ir.
Joffrey se alejó corriendo y Daemon entonces se quedó en la banca comiéndose el helado de vainilla.
Él no tenía intenciones de involucrarse en temas tan relacionados a la crianza de Rhaenyra, especialmente cuando ella no lo sabía. Todo lo que planeaba hacer era comentarle lo que Joffrey le dijo esa tarde, y actuar si ella llegaba a pedírselo.
Daemon no se iba a involucrar.
Pero entonces dos cabelleras pelirrojas pasaron caminando justo delante de él.
Daemon tuvo que enfrentarse al ángel y al demonio situados sobre sus hombros. Ganó el demonio por votación unánime y entonces él se puso de pie después de asegurarse de que Joffrey siguiese feliz en el tobogán.
—Oye —llamó—. El pelirrojo.
Los dos voltearon. Daemon se dirigía al adulto.
—¿Qué?
—Tengo que hablar contigo —miró al niño. Era un niño feo—. A solas.
El niño feo le lanzó una última mirada, pero no desaprovechó la oportunidad de volver a los juegos.
—¿Te conozco?
—Tu hijo está molestando al mío —dijo.
El hombre lo miró otra vez. Era de su tamaño, quizás un poco más bajo. Corpulento y de cara redonda repleta de pecas feas. No eran como las de Aemond cuando era pequeño.
—¿Sí? —el tipo interrogó—. ¿Quién es tu niño?
—Joffrey Velaryon.
Recibió una carcajada desdeñosa. Su sangre hirvió.
—Entonces debes ser alguna clase de fantasma —él dijo—. Hasta donde sé, el padre del niño está muerto.
—Lo está —Daemon se levantó de hombros—. Pero yo respondo por él ahora, y quiero que tu hijo deje de molestarlo.
El hombre, el padre de Jhon, el niño feo, lo imitó, también esbozó una sonrisa perezosa que Daemon quiso borrar de un golpe muy, muy, merecido.
—Los niños juegan así —él dijo—. No puedo prohibirle jugar, solo es un poco brusco.
—Mételo a un deporte o algo —gruñó—. Está siendo un matón, y eso no es agradable.
Esto último no pareció gustarle, porque el tipo acortó la distancia y situó una mano sobre su hombro. La prepotencia destilaba de su feo sistema, Daemon observó la extremidad de reojo y luego al sujeto.
—Mira, amigo —Daemon bajó el mentón para observarlo por arriba de las gafas—. No es mi culpa que el niño no sepa defenderse. Si tanto te molesta, cámbialo de escuela.
Recibió un apretón en el hombro.
—Te lo estoy pidiendo —dijo—. ¿Puedes, por favor, hablar con tu hijo? Joffrey se siente incómodo.
—Pues si Joffrey se siente incómodo, que él hable con Jhon.
Daemon había intentado el camino pacífico, y no había funcionado.
Agarró la muñeca del tipo y lo acercó al mismo tiempo que su puño conectaba un único y certero golpe en la boca de su estómago, robándole todo el aire. Lo atajó antes de que cayese al suelo y lo apoyó en su cuerpo, como si estuvieran abrazándose. Salvo que Daemon solo estaba escondiendo el hecho de que había agarrado una de sus manos y estaba retorciendo sus dedos hasta ser capaz de sentir un ligero crujido.
El tipo hizo el amago por moverse, y entonces Daemon cambió la sujeción por una firme y mortífera.
—Quieto —ordenó.
El tipo lo hizo; Daemon lo obligó a inclinarse en su dirección.
—No quiero saber que tu feo engendro molestó otra vez a Joffrey —susurró contra su oreja—, si lo hago, volveré, te arrancaré todos los putos dedos uno por uno y haré que te los comas.
Solo para hacer notar su advertencia, torció su extremidad con más fuerza, sacándole un grito que ahogó con su mano restante.
—¿Me entendiste?
El tipo asintió, desesperado. Daemon volvió a girar sus dedos.
—Con palabras.
—¡S–Sí!
—¿Sí qué? —siseó—. Habla bien.
—No volverá a molestarlo.
Daemon lo soltó y el tipo cayó al suelo tosiendo. Daemon amplió una falsa sonrisita amistosa.
—Sabía que lo haría —dijo, sacudiendo sus manos contra su ropa y reacomodando sus lentes—. Que platica más productiva, nos vemos.
Joffrey corrió en su dirección cuando lo vio, y Daemon esta vez no tuvo que fingir nada.
También conversaron mientras caminaban. Daemon le ofreció enseñarle algunos trucos de defensa personal, pero Joffrey no pareció muy cómodo con la idea. Era un niño pacífico y amable. Cada vez que sonreía podía ver el rostro de Rhaenyra en sus mejillas hundidas.
Después le dijo que intentaría convencer a sus sobrinos de juntarse en la noche para ver una película.
Los dos se sumieron en un silencio ameno cuando se quedaron sin tema de conversación, y eso también fue agradable.
—¿Daemon?
—¿Sí, amor?
—¿Qué tanto más grande es tu corazón?
Daemon volteó en su dirección.
—¿A qué te refieres? —curoseó.
Joffrey jugó con una hilacha de sus mangas. El edificio ya se veía a simple vista, y el atardecer tornaba rosado el cielo celeste. Redujo la velocidad para darle más tiempo para hablar.
—¿Crees que haya un espacio para mí?
Su corazón se comprimió.
Se preguntó si Joffrey querría tal cosa sabiendo la verdad sobre él, sabiendo de su mal comportamiento y pasado cuestionable. Quiso saber si siquiera sería capaz de mirarlo a los ojos si descubriese que sus manos estaban sucias. Que era un mal tipo. Que era un mentiroso.
—Por supuesto que sí —dijo al final, carraspeando para aclarar el dolorcito en su garganta—. Para ti, para tu mamá y para tus hermanos.
—¿Y para Arrax y Vermax?
—También para el par de animales.
Joffrey volvió a sonreír. Parecía haberse quitado un peso considerable de sus hombros, porque el resto del breve camino lo acortó brincando y trotando a su alrededor.
Los dos subieron las escaleras contando cada peldaño, e hicieron una pequeña carrera que ganó Joffrey cuando tocó la puerta del departamento.
Rhaenyra les abrió, y su rostro se iluminó en una sonrisa radiante. Saludó a su hijo dejando algunos besos ruidosos sobre sus mejillas, cuestionó qué tal lo pasó, qué hizo en la escuela, de qué sabor comió su helado, todo en una fracción bastante corta de tiempo.
Al final los dos entraron, y descubrieron a Aegon colocando algunas tazas sobre la mesa. Le entregó la mochila a Joffrey y él se perdió en el pasillo para ir a guardarla.
—Te equivocaste de casa —señaló.
Aegon esbozó una sonrisita.
—Rhaenyra me invitó a cenar.
Por supuesto que lo hizo.
—También invité a los demás —Rhaenyra agregó, apareciendo con una tarta de frutas frescas que lucía más que deliciosa—. Luke y Aemond llegarán un poco tarde.
—¿Dónde están?
—Luke dijo que salieron con unos amigos —si eso le pareció extraño, no lo hizo saber. Hasta dónde sabía, Aemond no tenía amigos, y no sé llevaba ni remotamente bien con Luke como para que él le presentase a los suyos.
Daemon la ayudó a situar la mesa y terminar todo para cenar.
Daeron también llegó a comer, y junto con Aegon y Joffrey devoraron una gran cantidad de la comida que Rhaenyra había preparado. Si ella no hubiese guardado a parte porciones para Luke y Aemond, existía la posibilidad de que se hubiesen quedado sin cena. Incluso Daemon se repitió.
Después de comer, y pasado un tiempo en el que parlotearon sobre diversos temas, los tres más jóvenes se retiraron a ver una película —Daemon había tenido la idea, y ninguno se negó—, y ellos dos se quedaron en la cocina terminando de guardar todo.
Daemon lavaba los platos y Rhaenyra los secaba y guardaba.
—¿Cómo estuvo su día en el parque? —ella preguntó habiendo pasado algunos minutos en silencio—. Joffrey me dijo que fue entretenido.
—Lo fue, tomamos helado.
—Realmente agradezco que lo hicieras —Rhaenyra agregó—. A Joffrey le gusta pasar tiempo contigo.
—También me gusta estar con él —dijo, extendiéndole un plato.
Una mueca fugaz surcó el rostro suave de Rhaenyra. Ella deslizó un paño por la loza, la guardó y después se apoyó en el mesón.
—Yo. . . Me preocupaba un poco que pudiera incomodarte —Daemon detuvo su propia labor y volteó—. Es fácil que un niño se confunda y–. . . No quisiera que de pronto dijera algo que te espantara.
—Ya tuve cuatro niños que me dijeron de todo —comentó, ladeando uno de los bordes de su boca en una sonrisa desigual—. Llegado a este punto, nada me espanta. Soy a prueba de balas.
Rhaenyra terminó por soltar una risa baja, y acortó la distancia hasta que sus caderas se rozaron. Daemon situó una mano en su cintura, su pulgar rozando la zona cubierta de una forma puramente distraída.
—Un hombre de hierro —ella murmuró, exhalando una risita cuando Daemon se inclinó para dejar un beso sobre su labio inferior—. Gracias.
—Puede que haya hecho algo —su voz salió bajita cuando musitó esas palabras—. Y puede que ya no quieras darme mucho las gracias. . .
La sonrisa de Rhaenyra se borró de a poco.
—¿Qué hiciste?
—Quizás. . . —desvió la mirada, buscando la forma correcta de explicar que había amenazado de muerte a un apoderado de la escuela de Joffrey, y que casi le rompió un par de dedos—. Mn. . . ¿No has pensado en cambiarlo de escuela?
—Dios Santo, Daemon, ¿qué hiciste?
Daemon carraspeó y se meció con Rhaenyra aún envuelta en sus brazos.
—¿Acaso tú–. . . —ella bajó la voz—. ¿Robaste algo de ahí?
—¿Qu–. . . ¡No! ¿Qué se supone que tomaría de ahí? ¿Lápices de colores? —el espanto se apoderó de sus facciones. Rhaenyra exhaló un suspiro—. Solo le pedí al papá de ese niñito, Jhon, que supervisase más a su hijo.
Sus bonitos ojos celestes pasaron del alivio a la confusión, y de la confusión al alivio otra vez. Ella incluso amplió una sonrisa preciosa. Daemon sonrió de vuelta.
—¿Era eso? Eso no está mal —ella dijo—. No creo que vaya a escucharte, de todas formas, es un tipo bastante bruto. Estoy tramitando una denuncia para que lo expulsen del colegio por malos tratos.
—No va a ser necesario.
—¿Qué?
—El niño ya no lo molestará.
La sonrisa volvió a borrarse de su rostro. Daemon escondió la nariz en su cuello y suspiró cuando Rhaenyra hundió una mano en su cabello.
—Eso es raro —Daemon se frotó contra su piel como un gato—. Él jamás me hizo caso.
—Fue porque lo pedí por favor.
—¿Le pediste que por favor enseñara mejor a su hijo?
Daemon asintió.
—Me dijo que no —Rhaenyra seguía haciéndole cariño en el cabello—. Así que recurrí al plan b.
Las caricias se detuvieron.
—No me digas que–. . .
—Nadie nos vio.
—¡¿Lo amenazaste?!
—Por supuesto que no —él dijo, enderezándose—. Solo le dije que le enseñara mejor o terminaría con un hueso roto.
Rhaenyra lo observó, perpleja.
—O varios.
—¡Daemon!
—Era un bastardo prepotente —alegó—. No habría cambiado jamás, y Joffrey es muy pacífico como para dañar sus puños con ese engendro. El tipo hará que el niño pare, y todos estaremos felices. Ya sabe qué pasará si no lo hace.
—¿Y que pasará?
Daemon extendió su labio inferior.
—Le pediré por favor otra vez —obvió—. Soy un tipo muy educado. La cordialidad es lo primero.
Rhaenyra lo observó. Su boca estaba abierta y había una expresión incrédula marcando sus facciones. Ella iba a decir algo, se arrepintió, volvió a intentar hablar y finalmente solo negó rodando los ojos. Apoyó la frente en su pecho y Daemon fue capaz de escuchar una risa corta.
—Sé que no debí haber hecho eso —murmuró—. Solo. . . No tolero a los matones. El tipo era igual de irrespetuoso, seguro te fue difícil lidiar con él.
—Luke estaba planeando ir a apedrear su casa.
A veces se preguntaba quién sería más problemático entre Daeron y Luke. Decidió que era un empate.
—Que no descarte la idea.
Rhaenyra negó, después se alzó sobre sus pies y abrazó su cuello. Daemon estuvo feliz de acortar la distancia y dejar besos cortos sobre su boca. Él perfectamente podría haberse quedado allí el resto de la noche, con los demás viendo películas en el sillón y él compartiendo risitas con la mujer más bella del mundo.
Pero fue él mismo quien se apartó unos centímetros cuando el tintineo de unas llaves resonaron en el pequeño departamento.
Los dos se asomaron por la cocina justo a tiempo para ver a Luke y Aemond entrar en un silencio fúnebre. Luke les regaló un movimiento de cabeza como saludo y levantó a su gato cuando este corrió a su encuentro. Luke anunció que iría a ponerse el pijama en un tono apagado.
Aemond apretó los labios ante la cercanía con el animal gris, y movió la cabeza. Sus dos manos cargaban los dos cascos, y estaban cubiertas por un par de guantes negros brillantes.
—Les calentaré la comida —Rhaenyra dijo—. Hay para los dos.
—Muchas gracias.
Él siguió a Luke por el pasillo, entonces los dos desaparecieron en su habitación.
—Es bueno que ya se lleven mejor.
Daemon no respondió, pero asintió a sus palabras. Habían cosas que no terminaba de enterarse entre esos dos, partiendo por el momento en que comenzaron a hacerse tan amigos. Hasta donde sabía, apenas eran capaces de tolerarse sin terminar en los golpes.
Curioso.
Volteó hacia Rhaenyra, sonrió, avanzó un paso y el timbre de la casa sonó, interrumpiéndolo.
—Ve —Daemon dijo—. Terminaré de ordenar.
Rhaenyra besó la comisura de su boca y fue a abrir la puerta. Daemon, por otro lado, volteó y retomó su labor lavando los platos.
Escuchaba las risas en la sala de estar, la voz de Rhaenyra diluida por el ruido de la película, sus propios ruidos moviendo objetos y ordenándolos en la cocina.
Solo cuando terminó de lavar, limpiar y barrer se dio cuenta de que Rhaenyra seguía sin volver. Se asomó por la cocina, suponiendo que se había quedado viendo la película, y frunció el ceño cuando no la vio allí tampoco.
—¿Y Rhaenyra?
Daeron volteó.
—Dijo que estaría afuera, fue a hablar con alguien.
Daemon asintió, y entonces se dirigió a la puerta. No tenía la intención de espiar; simplemente deseaba saber que estaba bien.
Abrió la puerta. Salió.
Rhaenyra estaba al final del pasillo, una carpeta café residía entre sus dedos.
Larys Strong, delante de ella, hablaba.
Rhaenyra estaba pálida.
Daemon sintió un apretón peligroso en el estómago.
—¿Sucede algo? —cuestionó.
Los ojos celestes de Rhaenyra se posaron en él, entonces palideció más. Apretó el sobre café entre sus dedos. Se tambaleó; Larys no la ayudó y por eso Daemon no demoró en avanzar dispuesto a sostenerla.
—No, quédate ahí.
Daemon avanzó otro paso, sin entender. Rhaenyra retrocedió.
—¡Te dije que te quedaras ahí!
Daemon se paralizó en su lugar, fue incapaz de moverse incluso cuando ella pasó casi corriendo a su costado y volvió a entrar en la casa.
—Que difícil situación.
Observó entonces la silueta desnivelada de Larys delante de él. Su cabello opaco, revuelto y concordante con la barba de al menos dos días que oscurecía sus facciones. Cuando sonreía, la sombra de unos hoyuelos marcaba las comisuras de su boca, iguales a los de Luke y Joffrey, y si hacía memoria, a los de Jace.
Era escalofriante, porque los tres chicos eran, efectivamente, muy parecidos a él. Pero al mismo tiempo Larys carecía del brillo alegre, y la agradable energía que tenían.
Su cuerpo se movió solo, veloz y automático. Acorraló a Larys sosteniendo las solapas de su camisa, y lo golpeó contra el muro más cercano con fuerza. Con rabia.
Daemon sentía la furia palpitando en sus sienes. Hasta su oídos llegó el ruido seco que provocó el cuerpo de Larys al estamparse contra la pared.
—Qué hiciste —se escuchó gruñendo, tan bajo y apretado que no sonó como una pregunta.
—¿Sabes lo que es curioso?
—Larys, te lo juro–. . .
—Todo este tiempo estuve buscando algo de ella que te alejara —Daemon sintió la respiración atorándose en sus pulmones—. Ex esposo mafioso, deudas, pobreza, gente peligrosa.
—Estás enfermo —pronunció.
—Pero al final del día —Larys dijo—. Todo se resumía a ti, y a lo que ella no sabía.
Daemon apretó su cuello contra la pared, pero eso no hizo nada para desvanecer su sonrisa putrefacta.
—Dímelo —siseó—. Dime qué le dijiste.
Larys se alzó de hombros. Su voz fue distante, gélida, cruel, perturbadora cuando pronunció:
—La verdad.
Su estómago cayó. Las náuseas lo inundaron.
Lanzó a Larys a un costado sin detenerse a ver si al menos había logrado hacerle un poco de daño. En su lugar, corrió otra vez al departamento.
La puerta estaba abierta.
Sus tres sobrinos estaban de pie a unos metros de Rhaenyra, a su lado solo estaba Luke. No pudo ver a Joffrey en ningún lado. Ella había abierto el sobre, y en sus manos en ese instante Daemon pudo apreciar al menos cinco trozos de papel.
El rostro de Luke había adquirido un tono verdoso preocupante. Rhaenyra parecía estar a un paso de desmayarse.
—Déjame explicarlo —pidió, extendiendo una mano en un intento por llamar a la calma.
Sus ojos se desviaron hacia Luke, pero él había retrocedido. Cuando Daeron intentó acercarse él volvió a alejarse negando sin hablar.
—Quiero que se vayan —Rhaenyra pronunció.
—Mamá. . .
—Necesito que se vayan.
—Rhaenyra, lo que sea que te dijo–. . .
Rhaenyra inspiró de una forma ruidosa.
—¿Por qué iba a creerle a Larys? —ella cuestionó—. Es un mentiroso patológico, él lo sabe, yo lo sé. Todos lo sabemos. No le creería una palabra. Pero esto. . . ¿Qué es esto?
Las fotos cayeron sobre la mesa. Daemon las reconoció, su estómago agitado de pronto dio más vueltas ante el rostro desfigurado por los golpes de un sujeto que él conocía a la perfección. Fotos de él en la morgue, archivos certificados sobre su muerte. Y el causante.
Su fotografía cuando fue detenido.
—Joven de dieciocho años —ella balbuceó—. Asesinado a golpes, se hizo pasar por un asalto que salió mal, al asesino no le dieron más de cinco años en prisión.
Luke se estremeció. Fue notorio y penoso, un escalofrío que removió completamente su cuerpo ante la descripción de ese crimen.
—¿Tú lo mataste? —ella preguntó.
—Rhaenyra, por favor.
—Respóndeme.
Daemon inhaló.
Miró a Aegon.
Luego miró a Rhaenyra. Sus ojos celestes aún guardaban esperanza, como si realmente esperase que Daemon negara la evidencia en sus narices. Habían
lágrimas humedeciendo sus mejillas, caían y dios santo, lo rompía no poder ir con ella para enjuagarlas.
—¡Respóndeme!
—Yo lo maté.
Rhaenyra se rompió al oírlo. Ella cubrió su rostro con las dos manos y emitió un sollozo quebrado, doloroso, agónico.
—Hay una explicación —Aemond intentó interceder.
Cuando observó a Luke, recayó en que él no lo miraba.
Y en queestaba intentando reconstruir la confianza en sus hermanos, y esa revelación injusta los había arruinado.
No podía mirar a Rhaenyra y no desear gritar la verdad. No podía mirar a Luke y no sentirse culpable. uke y no sentirse culpable. Agradeció que Joffrey se hubiese ido a su habitación; Daemon no habría soportado oírlo llorar.
—¿Ustedes lo sabían? —él susurró, volteando hacia sus hermanos—. ¿Todos lo sabían?
Rhaenyra no lo escuchó. Ella lo miró directamente a los ojos y señaló la puerta con una mano.
—Vete de mi casa.
Se descubrió negando. Había algo desesperado y doloroso comprimiendo su garganta, tapando sus vías respiratorias. Los ojos le ardían, el pecho le dolía. Le dolía jodidamente mucho. La sola idea de revivir ese dolor lo inundó de un pánico inconmensurable.
—Tú sabías que–. . .
—¡Me dijiste que lastimaste a alguien por estar ebrio! —ella acusó, sosteniendo su cabello con las dos manos— ¡Te conté cómo murió mi esposo! ¡Tú sabías que–. . . Te dije que a él lo–. . .
Rhaenyra se interrumpió, cerrando los ojos cuando volvió a ver las fotos.
notó que ella temblaba, de una forma notoria e incontrolable. Su rostro blancuzco lucía un cenizo poco saludable que sólo lograba aumentar su propia preocupación.
—¡Mataste a un niño, Daemon! ¡Lo mataste a golpes! ¡Un niño de la edad de Luke!
No.
No. No. No.
No.
Volvió a mirar a Luke. Él se abrazaba a sí mismo y miraba las fotos, perdido.
—Por favor —Rhaenyra pronunció—. Por favor, salgan de mi casa.
Daemon no podía mover las piernas, y no fue consciente del silencio tétrico que los envolvió hasta que pudo apreciar a Daeron asintiendo. Él se movió hacia la puerta sin pronunciar nada; Aemond lo siguió después de lanzar una mirada de reojo a Luke.
Aegon fue el último en salir. Él abrió la boca, dispuesto a decir algo, pero nada salió, y abandonó la habitación en completo silencio.
—Daemon, quiero que te vayas. Quiero que todos se vayan.
El dolor palpitaba en su cuerpo como latigazos. Cada segundo recibiendo aquella mirada asqueada lo envolvía en una oscuridad aún más tenebrosa.
No recordaba ser capaz de sentir ese tipo de dolor. Lo creía extinto en su sistema, camuflado entre la naciente felicidad que día a día había comenzado a construir en esa nueva familia.
Frotó sus ojos antes de recaer en la humedad mojando sus dedos y asintió.
Estaba cerca de la puerta. Podía arrastrar sus pies dormidos hasta allí. Podía caminar hasta su casa, y entonces derrumbarse. Solo necesitaba respirar y pensar. Y caminar. Y avanzar. Podía hacer eso, un pie delante del otro e impulsarse. Podía hacerlo. No era difícil.
Sus dedos giraron el pomo y abrieron la puerta. El moral repleto de fotos se despedía de él a su costado. Luke había pegado una nueva del día en que reabrieron oficialmente Velaryon's. Ahí aparecían todos; Luke, Joffrey, Rahenyra, Daemon, Aemond, Aegon y Daeron. También Caraxes II y Laenor con su esposo.
—¿Mamá? —escuchó a Luke pronunciar.
Daemon no se dio la vuelta de inmediato. Él estaba abriendo la puerta, que Aegon había cerrado, cuando un golpe seco resonó a sus espaldas. Volteó por inercia, encontrándose el cuerpo de Rhaenyra tumbado en el suelo, y a Luke a su lado llamándola, meciándola en busca de alguna respuesta.
—¡Mamá! ¡Mamá, despierta! —Luke suplicó—. ¡Daemon, llama una ambulancia! ¡Por favor! ¡Mamá, despierta! ¡Llamen una ambulancia!
Pero Rhaenyra no reaccionó.
L&D
Finalmente sabemos, más o menos, por qué Daemon estuvo preso. Pero aún nos falta saber por qué.
MÁS AÚN, ahora también tenemos los oscuros asuntos en los que está metido Borros, y lo muy afectado que está Luke por todo lo que acaba de descubrir.
Debo admitir que quizás la parte de Joffrey con Daemon fuese más que nada "relleno", pero lo consideré necesario. Ahondar un poco más en su relación y dejar en evidencia el punto de vista de Joffrey sobre la muerte de Harwin.
Y porque quería escribir a Daemon paternal *comienza a sonar Daddy Issues*.
Me disculpo por la demora, sin embargo, el próximo capítulo estará listo más pronto ya que ya lo tengo bastante avanzado.
Llevo bastante queriendo llegar a esta parte de la historia, muchas preguntas van a responderse.
¿Qué pinta Cregan en todo esto?
¿Qué hará Luke con la información que robó?
¿Rhaenyra estará bien?
¿Por qué uno de los Targaryen mataría a golpes a una persona?
No lo sé y ustedes tampoco.
Tengan una bonita noche.<3
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