Capítulo uno: "Tiempo."

»And I'm talkin' to myself at night
Because I can't forget
Back and forth through my mind
Behind a cigarette«.
Seven Nation Army. The White Stripes.

La vida de una persona puede cambiar la perspectiva de alguien si cuenta su historia correctamente.

Pero hay historias simplemente tristes, apasionadas, o que ya tuvieron su final feliz. Hay historias para todo. Cortas o largas, de amor o de tragedia. Algo fantástico que llena la mente de quienes desean escapar de la pesada realidad, y también sobre la realidad para quienes desean un poco más de pesadez.

También hay historias incompletas. Que por a, b, c o d motivo aún siguen en creación pese a creerse que ya no tienen una forma de seguirla.

Como la del chico que huye. Va a ciento cincuenta por hora como si la vida no valiese nada, pero para él lo vale todo, solo que su única forma de afrontar los problemas es escapando de ellos. Pero estos arañan las ruedas de su moto, tiran de su ropa y rozan sus brazos amenazando con atraparlo y hundirlo en un mar de terrores. Por eso escapa. Porque le aterra sentir tanto miedo.

También hay alguien saliendo de la cárcel. Él solo quiere paz. Ciertamente se la merece. Sueña con una taza de café humeante frente a la ventana, el silencio a sus espaldas como un viejo amigo. Está aburrido de la violencia, cansado del dolor. Ya lo vivió lo suficiente, pero no se abstiene de este si es lo que se requiere.

Hay muchas personas, quizás la más nostálgica es ese que roba para llenar su corazón vacío. Él no sueña. Él no escapa. Él simplemente existe, y eso cada día lo entristece un poco más. Buscó detener su desasosiego; trató con alcohol como su hermano, trató con amigos, trató en soledad. Es infeliz, y no sabe por qué.

Solo desea cerrar los ojos y dejarse llevar por las turbulentas corrientes a las que él mismo se ha impulsadom

Se llama Aemond, y en este instante está por atropellar a quien podría ser capaz de cambiar su modo de ver el mundo. El chillido del freno y la ruidosa bocina definitivamente son una manera algo abrupta de comenzar, por lo que iremos una cuantas semanas atrás.

Martes por la tarde a finales de noviembre, son las cuatro con cuarenta y cinco minutos. Aemond entregaba toquecitos a su volante. Debía esperar por Haelena, y como era una hora muerta habitualmente se la pasaba leyendo o planeando su siguiente golpe. A veces aprovechaba para ir a comprar insumos. En ese instante solo observaba la calle.

—Estaré acá cuando vuelvas —había asegurado antes de que su hermana saliera del auto.

Le faltaban menos de veinte minutos por lo que ya podía considerarse un poco inquieto.

Estaba en un estacionamiento junto a un semáforo, así que se descubrió entreteniéndose intentando adivinar sobre la vida de quienes manejaban. Él en realidad no tenía mucha más experiencia en auto que lo que había aprendido con su tío cuando estaba ellos, sin embargo todo lo que sabía se lo debía a él.

Daemon solía ensuciarlo con grasa cuando Aemond se volvía, con sus propias palabras, demasiado metiche y comenzaba a meterse en lugares que el adulto aún no le permitía. Le amarraba el cabello en un moño destartalado similar al suyo que a Aemond le gustaba únicamente porque era como el de su tío. Y le permitía peinarlo porque sabía que esa era la manera hosca que tenía el hombre de mostrarle cariño.

Cada vez que lo visitaba en la mecánica Daemon le enseñaba algo nuevo sobre algún auto. Como cambiar ruedas, qué partes eran más inflamables. Qué hacer y qué nunca hacer.

A los catorce Aemond ya sabía manejar, Daemon le enseñó bajo el juramento de que no lo haría hasta los diecisiete.

Daemon le dijo una vez que el auto de una persona decía mucho de ellos.

"Al dueño de un descapotable le gusta la adrenalina, pero no tanta, es alguien precavido" o "los clásicos son para coleccionistas o fanfarrones, gente egocéntrica". Daemon tenía una personalidad para cada tipo de auto, sin embargo Aemond siempre tendría una preferencia por la de las motos.

"Si la vida fuera un juego, ellos serían los tramposos."

Eran libres, alocados, impredecibles. Aemond pensaba en esas palabras cada vez que veía a uno de esos vehículos.

Por eso ojeó con mayor detenimiento a quien frenó debido a que la luz indicaba rojo.

Aemond trabajaba con autos, sabía de autos y motos. Pero incluso un ignorante del tema sabría, viendo aquella belleza, que se trataba de un objeto digno de admiración. Era todo aerodinámico y suave, completamente negra salvo por algunos detalles en rojo y luces en las ruedas. Aemond se inclinó un poco más, agradeciendo tener la ventana abajo para poder apreciar mejor esa obra japonesa.

Una maldita Kawasaki Ninja. Ahí, ronroneando a unos pocos metros.

Casi parecía un crimen que no estuviese moviéndose a los trescientos por hora que alcanzaba.

El que conducía parecía vestirse únicamente para hacer juego con su precioso vehículo. Un conjunto negro mate ceñido, una chaqueta de cuero y guantes. Su casco era afilado y el vidrio polarizado le impidió ver siquiera un atisbo de su dueño. Por el contrario de la persona, quien ladeó ligeramente la cabeza en su dirección al descubrirse siendo observado. Le regaló un asentimiento que Aemond no respondió y aceleró.

Aemond seguía mirándolo cuando dobló en la esquina,y,  Dios Santo, esas ruedas. Lo único discordante en la lisa y perfecta estructura era una pegatina de dragón en uno de sus costados.

»—Es el karma —había dicho Aegon, relajado como siempre—. Nosotros robamos a gran escala sin hacer ruido y alguien se aprovechó de eso. Déjalo ser.«

Aemond así lo hizo, solo después de tres meses sospechando de cada motociclista existente.

Algo en su estómago se hundió y luego se retorció. La sorpresa, seguida por una ira helada se adueñaron de su cuerpo. Había buscado hasta la inconsciencia a quien les robó. Removió a todos sus contactos, interrogó a cualquiera que le pareciese sospechoso. Aemond jodidamente dio vuelta la ciudad buscando al bastardo.

Y él en su maldita Kawasaki simplemente lo saludaba como si nada.

Lo mataría.

Su auto se estaba moviendo incluso antes de darse cuenta, y aprovechando la velocidad que alcanzaba su propio vehículo pronto estuvo detrás de la moto. La patente se grabó en su retina con fuego, cada letra, una por una. Si no lo atrapaba en ese instante se aseguraría de hacerlo apenas diese con el conductor.

Siguió a la moto intentando no parecer sospechoso. Doblaron a la izquierda, luego a la derecha. Él avanzaba, siempre con un auto cubriéndolo para no levantar sospechas. Cuando este dobló en una dirección y la moto en otra, se situó otra vez directamente detrás. Doblaron dos veces más a la derecha. Frenaron en un semáforo.

Aemond observó la espalda ceñida del bastardo con una frialdad practicada. Este, contrario a lo que esperaba, se giró ligeramente y lo observó. Aemond sabía que lo estaba mirando. Podía sentir sus ojos a través del vidrio polarizado, algo enigmático y curioso.

»—Atrápameparecía decir—. Inténtalo. Falla.«

El semáforo marcó verde. No se movió. Aemond escuchó el rugido silencioso de la moto, el sujeto volvió a dirigirse hacia adelante, se inclinó casi recostandose en la moto y arrancó.

Entonces le permitió a Aemond saber por qué consideraban a la Kawasaki Ninja la segunda motocicleta más veloz. En tres segundos ya estaba desapareciendo por la esquina. Silencioso y mortal, como un rayo rojizo.

La moto era, Jesucristo, magnífica. Pero ni siquiera eso servía para aplacar la motivación acerada que lo impulsaba. Las casi noventa mil libras esterlinas que se robó definitivamente lo hacían.

El sujeto escogía calles aledañas y vacías, zigzagueaba y se detenía. Aemond tardó un poco en entender qué hacía, y cuando lo hizo sus puños apretaron con una fuerza demoledora el volante.

Se burlaba.

Sabía quién era, sabía lo que conducía. Él simplemente disfrutaba la carrera. El adrenalínico subidón de estar tan cercano al peligro, pero al mismo tiempo siendo capaz de afrontarlo. Aemond lo entendía, él también adoraba aquella sensación. Su vientre se revolvió y la sombra de una sonrisa tironeó de sus labios.

Giró en una esquina y el frenazo que tuvo que dar le dejó una marca en el cuello gracias al tirón de su cinturón de seguridad. Delante de él una fila de autos interrumpía su carrera. La moto no se veía por ningún lado. Su ojo se removió por el escenario delante de él, manteniéndolo tan absorto que cuando unos golpecitos a su costado resonaron dentro del auto no pudo más que brincar y mirar.

El ladrón estaba ahí. Su casco polarizado ligeramente ladeado mientras abría y cerraba su palma en un saludo que destilaba fanfarronería. Luego hizo algo aún mejor, cerró su puño dejando únicamente su dedo de en medio extendido, apuntándolo.

Entonces volteó y se fue.

Aemond hizo el ademán por retroceder, demasiado inmerso en su necesidad por atraparlo como para darse cuenta del auto detrás de él. Recibió un bocinazo atronador, su cuello volvió a doler cuando el cinturón tiró otra vez.

Descubrió demasiado tarde que el hijo de perra lo había atrapado a propósito en el tráfico.

Golpeó el volante y se sentó recto. Su corazón aún martilleaba, rápido y rítmico, la sangre bombeaba por sus oídos, ensordecedora y caliente. Se obligó a inhalar y exhalar para calmarse. No tenía nada más que hacer que eso. Respirar y pensar. Debía pensar. Planear movimientos. La impulsividad era para gente sin ideas, pero sus ideas en ese momento eran igual de alocadas.

»Ve por la vereda.«

»Llama a Daeron.«

»Intenta seguirlo.«

Frotó sus ojos con fuerza y sintió un sutil dolor. Eso aclaró un poco su mente. Él no podía simplemente perder el tiempo persiguiendo al sujeto. Haría algo mejor.

Tomó su teléfono, abrió el contacto de uno de sus hermanos, percatandose de que no había visto el último mensaje que este le había enviado; un sticker de gato con corazones. No le sorprendió, Daeron tenía una cantidad insana de esos. Escribió un simple:

STGN47, búscala.

Recibió un nuevo stiker como respuesta, Aemond solo rodó los ojos ante el gato levantando un pulgar.

No alcanzó a bloquear la pantalla cuando una llamada entrante de Haelena iluminó la zona superior. Respondió y llevó el teléfono a su oído.

¿Estás bien?

La pregunta lo extrañó, tanto o más como su falta de saludo. Su hermana mantenía un tono sereno habitual que no sirvió para aplacar su duda.

—Lo estoy —dijo—. ¿Por qué?

No estás.

Aemond sintió su sangre congelarse cuando cayó en cuenta de la hora. Las cinco con diez minutos. Ella salió y él no la estaba esperando.

—Carajo —soltó—. Mierda —observó la fila a sus espaldas y luego el casi infinito tráfico delante suyo, estaría allí por bastante tiempo—. Lo siento, me distraje. Aegon irá por ti.

Lo esperaré —dijo, y luego le colgó. Haelena no solía cuestionar a la gente y eso solo lo hacía sentir más culpable.

En unos segundos el teléfono estaba otra vez en su oreja, el pitido taladraba su oído y lo hacía dolorosamente consciente de su error gracias a una decisión impulsiva.

—Hermano —saludó Aegon al responder.

—Necesito que vayas por Haelena al consultorio.

Estupenda tarde para ti también —Aemond hizo un ejercicio de paciencia y no dijo nada—. ¿No estabas tú con ella?

—Me atrapó el tráfico —no quería volver a hablar sobre aquella humillante situación. Aegon, por el contrario, exhaló una carcajada.

—Pero nunca hay tráfico cerca del consultorio.

Jodidamente cierto.

—¿Puedes ir o no?

Estoy yendo —desde el otro lado se escucho el rugido de un motor. Aemond agradeció internamente que Aegon pudiese tomar el peso a algunas pocas cosas—. Quiero una explicación cuando llegues.

—Bien —dijo—. Gracias —Apartó el teléfono de su oreja dispuesto a colgar, sin embargo su hermano gritó un "espera" del otro lado—. ¿Qué?

Si alguien le hubiese ducho hace unos días que se preparase para la noticia que estaba por recibir, él probablemente lo habría intentado y fallado de una manera miserable.

Daemon salió.

Aemond hubiese preferido un golpe.

—¿Qué?

Daeron me lo dijo hace una hora. —algo hizo eco en su oído, el ruidoso escenario de pronto se tornó tenebrosamente silencioso, dejándolo a él y un pitido preocupante. Aegon dijo algo más, no escuchó hasta que su nombre lo espabiló—. Aemond, ¿me escuchas?

El aire dejó de fluir por sus pulmones y esta vez agradeció no estar manejando porque cuando se dio cuenta sus dedos se habían entumecido alrededor del volante. Los nudillos blancos indicaban la presión que infringía. Si soltaba aquel objeto sólido se daría cuenta de que estaban temblando de una forma preocupante.

—Lo hago.

¿Estás bien?

Aemond sentía su corazón golpeando dolorosamente fuerte contra su pecho. Debió inhalar y tragar el repentino nudo en su garganta, algo que ni siquiera venía de la tristeza o dolor, sino directamente del miedo, de la vergüenza. Aegon seguía en la línea, sin embargo no decía nada. Él entendía, de alguna retorcida forma, lo difícil que era esa noticia.

—Bien —dijo, carraspeando. Bajó la ventana y asomó la cabeza para que el viento frío golpease su rostro—. ¿Dónde está? —Aegon no dijo nada, Aemond observó el teléfono—. ¿Aegon?

No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes??

No lo sé —repitió, con menos paciencia—. Llamaron a Daeron hace un rato porque era el contacto de emergencias que dejó y debían rectificar el número o una mierda así.

Algo se retorció en el pecho de Aemond.

—¿Hace cuánto salió?

Tres días.

—Joder.

No tiene dónde ir —Aegon dijo—. ¿Cómo es que no avisó?

Eso también le gustaría saberlo, pero no tenía la más remota idea y por eso solo atrapó su labio inferior entre sus dientes y apretó.

¿Tienes una idea de dónde podría estar?

—Si no estuvieras hablándome justo ahora creería que golpeándote —su tono salió tan cansado como se sentía. Aegon soltó una risa, Aemond sabía que no tenía nada de gracia.

Daeron nos dirá —aseguró—. Te llamo después.

—¿Por qué cree que debería darle el puesto?

Daemon había escuchado esa pregunta una tres o cuatro veces ese día, y se sentía seguro de no aguantarla mucho más. Lo único que evitó que rodase los ojos fue la mirada curiosa de la mujer que tenía delante. Le dio puntos por eso, la mayoría perdía el interés después de leer su currículum.

Debes ser paciente e intentar en varios lados  —dijo su oficial de condicional el día que salió—. Te daré una lista de trabajos si no encuentras uno.

Tres días, estaba tentado a pedirle esa lista si las cosas no resultaban en ese lugar.

—Me encuentro particularmente interesado en un trabajo tranquilo que no me meta en problemas.

La mujer asintió. Decir la verdad se sentía bien, Daemon pensó, para variar podría acostumbrarse a no ir por la vida como un maldito mentiroso.

—Es un trabajo de tiempo completo, y me avergüenza decirle que por ahora solo podré pagarle el salario mínimo y la mitad de las propinas ya que estamos un pocos escasos de dinero, ¿está de acuerdo con eso?

Las cejas del adulto formaron un arco, la mueca habitual en su boca pasó de una línea a una fina sonrisa que evidenció su sorpresa. Llevaba cerca de tres días únicamente buscando algún lugar que le diese empleo. Pasó desde una lavandería hasta cajero, en diversos restaurantes como cocinero, auxiliar de limpieza; incluso sopesó la idea de taxista. Pero las respuestas siempre eran las mismas:

»Lo llamaremos.«

»Recientemente encontramos a alguien y. . . «

»Como sabrá, las personas con. . .«

Daemon consideraba cada día más factible golpear a alguien e ir a prisión. Definitivamente sería más sencillo. Lo recibirían como a un rey.

¿Cómo esperaba el gobierno que fuese un miembro activo de la sociedad si nadie le daba la maldita oportunidad?

—¿Señor Targaryen?

—Lo estoy, absolutamente —no demoró en responder.

La mujer esbozó una sonrisa sutil que formó pequeñas arrugas en los bordes de sus ojos. No debía pasar de los cuarenta, pero parecía de treinta y tantos, sus ojos eran azules y amables, a los costados de su boca se mantenían aferradas algunas líneas de expresión sutiles, una muestra de que no le había negado su sonrisa a nadie.
Pese a su suave belleza, había algo en su postura o rasgos que gritaban cansancio. Las ojeras que, aunque disimuladas, aún se hacían notar, o quizás la ligera postura encorvada.

Daemon sopesó la idea de pedir su número, sin embargo había perdido ese tipo de interés cuando un pequeño niño pasó corriendo a su lado al ingresar en la cafetería hacía algunos minutos.

—Trabajará conmigo la mayor parte de los días, cerramos los lunes y los martes tiene libre, los fines de semana es probable que mi hijo lo acompañe —contó—. Lo principal es saber manejar una bandeja y tratar bien a la gente, yo le enseñaré a usar la cafetera y a decorar los postres.

Daemon podía hacer bien una de esas dos cosas. Lo consideró un avance.

—¿Su hijo. . .? —repitió, desviando la vista inconscientemente hacia el niño sentado a algunos metros. Sus pies se balanceaban mientras jugaba con un pequeño peluche.

Daemon marcaría su límite si encima de preparar café –algo que en cualquier otra situación ciertamente habría encontrado humillante– debía hacer de niñero.

—Oh, no —negó la mujer cuando siguió su mirada—. Él me acompaña hoy porque salió temprano de la escuela. Quién estará con usted es uno de mis hijos mayores y será para ayudarlo —explicó, ampliando la curva en sus labios cuando el pequeño los observó y agitó una mano—. Somos un sitio un tanto familiar, espero no le sea un problema.

Definitivamente le era un problema, las familias funcionales le producían repelús. No es que la suya fuese algo así como disfuncional, sino que solo funcionaba distinto. Los unía la particular adicción a la adrenalina heredada de generación en generación. Daemon no tenía una manera lógica de explicar cómo era posible que todos –o casi todos– en esa casa de locos pudiesen disfrutar tanto situación estresantes y difíciles como lo eran un robo o una persecución.

De solo recordar a las cuatro bestias que prácticamente había criado él solo le daban ganas de cambiar su nombre e irse a China. Tres de ellos eran un reflejo de él en su juventud, la otra, por suerte, sacó todo lo bueno de su madre, y nada de su padre. Una bonita bendición.

Sin embargo Daemon no rechazaría a la única persona que le estaba ofreciendo trabajo porque tuviese hijos y los quisiese. Él mismo quería a sus sobrinos.

A varios kilómetros de distancia, pero los quería.

—¿Cómo sería eso un problema? —respondió con el tono más agradable que pudo emplear. Eso le gustó a su futura jefa, porque asintió.

—Lo esperaré mañana, entonces —dijo, ojeando los papeles que Daemon había entregado. Este ya comenzaba a ponerse de pie cuando su voz lo detuvo—. Una cosa más, señor Targaryen.

—¿Sí?

—Soy consciente de que posee antecedentes. . . —inició, su tono volviéndose algo un poco más cuidadoso—. Sin embargo no están específicados. . .

Daemon no tenía cómo explicar que técnicamente el convicto no era él. Él no hablaba ni hablaría sobre la historia porque ni siquiera tenía una certeza de que sabía correctamente lo que sucedió. Optó por lo más sencillo.

—Me pasé de copas y alguien salió herido, ocho años reducidos a cinco por buena conducta —resumió, ocultando su puño cerrado en uno de sus bolsillos—. Estuve en rehabilitación, llevo cinco años sobrio.

—Oh —su sonrisa vaciló. Ahora era cuando la mujer se replanteaba si era buena idea dejar a un loco ex–alcohólico acercarse tanto a sus hijos.

—¿Aún. . .

—Sí, sí, solo fue curiosidad —ella no tardó en asentir—. Mañana a las nueve, traiga zapatos cómodos.

Daemon sonrió como respuesta y agitó una mano hacia el enano. Era una réplica de su madre en miniatura, la misma nariz y sonrisa encantadora con margaritas, salvo que era castaño y con unos desordenados rulos.

La campanilla sonó cuando salió.

Daemon no había herido a alguien en un bar, realmente. Pensó que mentir a esa mujer amable se sintió bastante peor que amenazar con un arma a un sujeto al azar. Pero él buscaba cambiar, y decirle la verdad significaría perder la oportunidad de poder vender café y panecillos por un triste salario. Daemon quería tranquilidad. Él había cumplido su cuota y ahora haría las cosas bien, o tan bien como le fuese posible.

Introdujo la manos en su abrigo y saco una cajetilla. Extrajo un cigarrillo, lo metió entre sus labios y con un encendedor cuadrado lo encendió. No era un allegado a la nicotina, pero algunos hábitos de la cárcel serían difíciles de olvidar. El humo contaminando sus pulmones sería uno.

Tenía trabajo y pagaba una habitación por día. El dinero no le faltaba en ese instante, se había asegurado de dejar en su cuenta una suma generosa antes de irse preso, pero sí necesitaría buscar una opción a largo plazo. Su casero era demasiado viejo y demasiado desagradable.

"—No mascotas. No ruidos fuertes. No visitas. La lavadora solo funciona los lunes. La luz se apaga a las diez. No hay Wi-Fi."

Daemon no salió de la maldita cárcel para convivir con un viejo que bien podría haber sido el Alcaide de una. Necesitaba un piso en el que pudiese respirar tranquilo.

—¿Ahora fumas?

—Quizás el tabaco me mate antes que ustedes.

No se detuvo, pero sí se tensó cuando alguien avanzó a su lado y chocó ligeramente sus hombros.

—¿Qué haces acá? Tu jefa pensará que solo eres un exconvicto sin familia. Y ese es el peor lugar para trabajar, todos saben que cafeterías como esas pagan una miseria.

Daemon se descubrió trancando la mandíbula para no responder algo desagradable. No era un tipo empático, bien podría decir que conocía a pocas personas más desagradables que él. Sin embargo escuchar a ese mocoso insultando el lugar donde trabajaba esa mujer que además se había disculpado por el bajo suelo, no le agradaba en absoluto.

—¿O ya nos olvidaste? —la voz juvenil del chico sonaba demasiado alegre para ser sincero. Era bueno reconociendo emociones; ahí había un poco de temor.

—Tengo planeado hacerlo. Vete.

—No puedes ser así —Daemon definitivamente podía, pero en vez de responder solo lo observó de reojo y se apartó para seguir caminando.

—Mírame.

Los pasos sonaron como un trote, el chico lo alcanzó pronto. Esta vez mantuvo algunos centímetros entre sus cuerpos. Observaba el panorama delante de ellos y cuando habló, su voz ya no era amigable o divertida.

—Papá murió.

Si eso le dolió, Daemon no lo hizo notar. Él era un sujeto desalmado, un exconvicto con suerte. La memoria de su hermano solo servía para revivir emociones que sepultó bajo capas y capas de tierra y desinterés

—Lo sé —el chico esperó, pero Daemon no tenía nada más que decir.

—¿Y solo te irás? —Daemon no debió mirarlo para saber que la incredulidad afectaba sus facciones. Nadie pensaría, objetivamente, que sería Daemon el primero en abandonar el negocio, no cuando solía ser quien más lo disfrutaba.

—Ya no me necesitan —inhaló y exhaló, la nube de humo se extinguió a los pocos segundos, adhiriéndose a su ropa—. Son mayores y están todos libres, terminé con ustedes.

—Tú no terminas con tu familia —alegó, sonaba indignado, quizás un poco dolido.

La maldita hipocresía.

Daemon botó las cenizas y volteó, quién lo seguía se detuvo de golpe, estaba lo suficientemente cerca como para chocar con su pecho.

Era una cabeza más bajo, su cabello era tan negro como el plumaje de un cuervo, tanto que parecía falso. Eso era porque lo era; el sujeto delante suyo era tan albino como sus hermanos, simplemente estaba teñido. Sus ojos liláceos permanecían entrecerrados y su ceño fruncido. Era el menor, y, por supuesto, el más temerario.

Era el que le plantaba cara a un tipo dos cabezas más alto y en su nariz se burlaba de su apariencia. Daemon nunca entendió si lo hacía porque sabía que sus hermanos lo respaldarían o porque directamente no le asustaba recibir golpes.

Había crecido bastante, se fijó. Y, en contra de su voluntad, pensó en cuánto habrían crecido los demás en su ausencia. Eso solo aumentó su infelicidad. Mordió la colilla y se llenó los pulmones otra vez. Cuando habló, la nube grisácea casi golpeó el rostro del chico.

—¿Me visitastaron?

Eso lo tomó por sorpresa. No respondió. No había nada que responder.

—¿Respondieron alguna maldita llamada?

—Yo no–. . .

—Un guardia me notificó la muerte de mi hermano cuando ya había sido enterrado. Él quería que lo cremaran.

El recuerdo lo llevó a ese doloroso instante. Algo se había roto en su pecho porque Daemon habría podido ir al velatorio si hubiese sido avisado. Pero no fue, y el sujeto que simplemente le había hablado para darle su pésame acabó recibiendo toda su furiosa tristeza.

Pasó en aislamiento casi dos semanas por eso.

El chico palideció. Daemon egoístamente pensó que era mejor que fuese él quien lo había encontrado, así podía realmente parecer enojado.

—Cinco años —murmuró, apagando la brasa de la colilla con dos de sus dedos—. Y ninguno de ustedes, bastardos malagradecidos, hicieron un amago por saludar al imbécil que se sacrificó por su bienestar. Dile a tus hermanos que ellos ya no tienen una familia conmigo, no cuenten conmigo, no me busquen. Yo ya no existo para ustedes.

Daemon se volteó tras lanzar una última mirada al rostro congelado de su sobrino, y agradeció cuando su inoportuno acompañante permaneció en su sitio, estático. No lo miró cuando volvió a hablar, simplemente acomodó las solapas de su gabardina de manera que cubriesen parte de su rostro.

—Y, Daeron.

—¿Sí? —Daeron sonó quizás un poco bastante asustado.

—Si le dices a alguien donde estoy te arrancaré la lengua.

Luego siguió.

Daeron no fue tras él esta vez, y eso se sintió bien. Había querido confrontar a los tres hijos de su hermano desde que aceptó que no recibiría visitas de ellos. Disfrutó perdiéndose en las calles con la certeza de que no sería seguido ni buscado.

No tanto, debía decir, como la curiosa sensación de libertad que lo había invadido cuando se le entregó la ropa con la que ingresó en la prisión hacía cinco años junto con su celular apagado y un llavero que Viserys le había regalado a los quince. El llavero iba fiel en su bolsillo y su celular se fue a la basura justo después de marcar a la única persona con la que le interesaba tener una conversación, y a la que había prohibido estrictamente visitarlo.

—Te extrañamos —le dijo. Y—. Espero que un día los perdones.

Lo puso al día sobre muchas cosas, y cuando llegó la hora de colgar, ella lo hizo sin más.

Había hecho una lista de cosas por hacer para reorganizar su vida una vez colgó. Se lo habían recomendado en la prisión ya que la reinserción a la sociedad podía ser un poco abrumadora para un exconvicto. Daemon encontró más difícil plasmar sus deseos. Él solo quería silencio y tranquilidad, por eso anotó:

Conseguir un trabajo. ✓

Conseguir un departamento.

Solo tenía dos puntos porque no sabía hacer una lista, y ahora que había tachado uno tendría que comenzar a pensar en más cosas ya que la idea de quedarse sin motivaciones sonaba malditamente deprimente para un sujeto que acababa de salir de la cárcel.

Daemon aún tenía muchas cosas que hacer. Aprendería a preparar café, conviviría con gente a la que debería soportar, quizás hasta le preguntaría a la bonita mujer de la cafetería si no quería salir un día.

No las anotó, pero sí se lo recordó hacer para más tarde.

Hacía su camino sin un particular destino llamándolo cuando una Kawasaki Ninja pasó rumiendo a su costado Daemon emitió un silbido encantado y la siguió con la mirada. Incluso se detuvo para observarla.

Un objetivo tan pequeño apoderándose de las dos vías de la calle sin un miserable interés por meterse en problemas; yendo tan rápido que la sutil corriente de viento que levantó se sintió como el beso de una divinidad.

Eso era libertad, convino.

Cuando se perdió entre los edificios, Daemon introdujo las manos en sus bolsillos y guardó su papel.

Comprarse una de esas parecía un buen punto para agregar a la lista.

A&D

Aquí finaliza el primer capítulo de esta historia. Debo decir que no está del todo editada así que si se encuentran algún error por ahí me disculpo JAJAJA.

Me emociona bastante escribir esto, tengo la mayor parte de la trama y capítulos ya resumidos por lo que consideré prudente ya ir publicando el primero después de investigar sobre motos, Inglaterra, libras esterlinas y reinserción a exconvictos.

Creo que Daemon y Aemond serán mis puntos de vista preferidos a partir de ahora. Es posible que salgan un poco del personaje en algún momento o cuando se vean empujados en alguna situación.

¿Por qué creen que Daemon estuvo en prisión?

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