Capítulo tres: "Invicto."

Me disculpo por la falsa actualización, vean los dibujitos al final del cap.

Wattpadylaconchetumareavisalaactualización.

TW: Descripción explícita de escenas violentas.

Les recomiendo escuchar Mount Everest (Labrinth) o Dangerous (Royal Deluxe) o ambas(?) desde la segunda parte. La escribí con esas canciones de fondo.

Saludos. <3

»Take a look in the mirror
And what do you see
Do you see it clearer?
Or are you deceived
Human. Rag 'n' Bone Man.

Las cosas que Daemon debía mover cabían en una mochila ya que él se había escapado. No de prisión, ni de gente peligrosa, sino que de cuatro demonios albinos que compartían, desgraciadamente, sus genes.

Daemon era un bastardo resentido, no tenía reparos en admitirlo. ¿Haría algo al respecto? No. ¿Les rompería los dedos si se acercaban? Lo pensaría. A Haelena no, pero eso era porque sabía que la chica no haría algo que a él le resultase incómodo.

Esa mujer era simplemente demasiado buena para las tres bestias con las que convivía. Pero confiaba en que justamente por eso sería protegida. Al menos Aemond lo haría. Aegon lo intentaría. Le bastaba con eso.

-Dos llaves en caso de extravío, la renta se paga cada quince del mes, los gastos comunes incluídos -la señora daba indicaciones-. Se permiten mascotas, ruidos fuertes hasta las doce, la lavandería está abajo, debe llevar su propio detergente.

Daemon asentía, y solo volvía a asentir. La vieja terminó de hablar eventualmente y lo dejó acomodarse.

El departamento lucía bien. Mejor que la habitación en renta en la que estuvo durante unos días. Tenía tres habitaciones, era barato, estaba cerca de su trabajo y venía con los muebles, lo que Daemon consideró una ganga. Podía acostumbrarse a ese sitio. Le gustaba. Solo debía hacer algo con la horrible pintura y el polvo. Y amoblarlo un poco más. Hasta ese instante solo tenía un hervidor y algunos alimentos enlatados ya que aún no iba de compras.

El agua caliente burbujeaba en el aparato. Tomó la única taza que tenía y se preparó un café. Dos de café, una de azúcar y agua hasta arriba; el vapor escapó con lentitud e inundó su nariz con ese aroma amargo tan característico. Por algunos segundos la imagen borrosa de su hermano con una taza similar fue casi algo palpable a su lado.

Su corazón se comprimió en un doloroso nudo.

Viserys había sido una persona enfermiza, eso le había impedido disfrutar abiertamente de sus hijos y lo obligó a él a estar presente en su nombre. Y lo hizo con gusto, porque Daemon quería a esos niños como si fuesen suyos.

Los crío como lo habría hecho de haber tenido hijos, cosa que nunca quiso porque desde siempre fueron sus sobrinos quienes llenaban su vida.

Vio la alegría en Aemond cuando aprendía algo sobre autos o la sonrisita maliciosa de Aegon al hablarle de los increíbles robos que haría cuando grande. Escuchó a Haelena parlotear sobre insectos y disfrutó de su emoción cuando le regalaba algún libro nuevo. Fue las primeras palabras de Daeron y presenció sus primeros pasos.

Ni la infelicidad de Alicent o los constantes viajes al hospital con Viserys le harían adorar menos esos momentos.

Él haría todo por ellos. Y si algo dentro de él alguna vez se removió cuando Daeron lo confundió y llamó "papá", Daemon jamás lo diría en voz alta. Él solo lo corrigió; "no, tío", le había dicho, ganándose una mirada confundida del niño y algo más profundo de Aemond, porque él escuchó todo.

Daemon no podía perdonarlos. No aún. No cuando él estuvo encerrado por ellos, y ellos no tuvieron la descendencia de permitirle despedirse de su hermano. De decirle que él no había sido. Que él era inocente. Que él jamás lo abandonaría así.

Viserys nunca sabría que sus cargos no le pertenecían. Murió creyéndolo un criminal, y eso ardería por siempre en su corazón.

Giró el contenido marrón delante suyo. Lo elevó ligeramente, como si estuviera haciendo un brindis al aire.

-A tu salud, hermano.

Unos cuchicheos al otro lado de la puerta llamaron su atención y lo detuvieron de dar el primer sorbo. Sonaba a una mujer. Escuchó un "¿llaves?" y "ay, no". Y fue todo lo que necesitó para acercarse a su propia puerta y así oír con mayor claridad.

Daemon con todo orgullo podía decir que era un chismoso.

-Joffrey, amor, ten mi bolso un minuto -se hizo un silencio breve, una voz infantil preguntó algo-. A tu abuelo, él debe tener unas llaves de repuesto.

Él conocía a esa voz. Trabajaba con esa voz.

Motivado por una curiosidad tirante y casi infantil, abrió la puerta y descubrió a su jefa al otro lado. Un teléfono contra su oreja y su mano restante rebuscando algo en una cartera sostenida por un niño. Él también conocía a ese niño, y el niño pareció reconocerlo a él, porque sus delgadas cejas castañas se levantaron en un gesto de sorpresa que pasó inadvertido para su madre hasta que el mismo habló.

-Mamá, es el tipo de tu trabajo.

Daemon sonrió.

-¿Qué?

-El señor Targaryen.

La mujer entonces volteó, y su sorpresa fue la misma cuando se encontraron cara a cara.

-Lyonel, te llamo en cinco minutos -y colgó.

Ella lucía bien. Su cabello blanco iba atado en una trenza floja de la que escapaban algunos mechones rebeldes y traía un abrigo negro que cubría un suéter rojo de cuello alto. Joffrey a su lado agitó una mano a modo de saludo, él hizo lo mismo. Habían al menos cuatro grandes bolsas en el suelo junto a ellos.

-Señor Targaryen -habló, una sonrisa cordial curvó sus labios-. No sabía que rentaba el departamento. Ha estado vacío desde hace bastante.

-La renta me convenció y terminé de mudarme hoy.

-Creí escuchar que estaba un poco en. . . -ella buscó alguna palabra-. Mal estado.

-Nada que mucha limpieza y una capa de pintura no resuelvan -Daemon consideró prudente responder, también sonrió-. Tiene un problema ahí, al parecer.

Su jefa volteó hacia la puerta cerrada y exhaló un suspiro cansado mientras asentía.

-Mis llaves debieron quedarse adentro cuando salí hoy en la mañana -se lamentó lanzando una mirada frustrada a la madera-. Fue un día algo agotador.

-¿Necesita ayuda? -Daemon preguntó incluso antes de pensar bien en qué conllevaría ofrecer ayuda.

-Un poco, mi suegro vive a algunas calles y tiene una llave de repuesto, ¿puedo dejar las bolsas en su casa mientras voy a buscarlas?

Daemon ojeó la puerta. El edificio era bastante antiguo, hecho de ladrillo y madera. La cerradura no debía haberse cambiado desde hacía mucho tiempo, porque lucía igual de vieja y gastada. Era un juego de niños para alguien que creció forzando candados con clips y alambres.

-Puedo abrirla -se escuchó diciendo, ganándose una mirada sorprendida de los dos presentes.

-¿Puede?

-Claro, deme un minuto.

Entró otra vez en su casa después de asegurar aquello. Sus pertenencias no eran muchas, pero entre ellas se encontraba un pequeño set de ganzuas que solía llevar escondido entre su ropa. Cuando palpó su chaqueta lo encontró, y tras extraerlo volvió a salir.

La señorita Velaryon seguía donde mismo, su hijo a un costado lo observaba con unos grandes ojos castaños, curiosos y expresivos. Se parecía bastante a Luke.

Se acercó a la puerta, extrajo dos de las pequeñas herramientas y tras arodillarse delante de la chapa comenzó a trabajar.

Descubrió con humillante rapidez que había perdido la práctica después de cinco años sin acercarse a una cerradura. Estuvo cerca de dos minutos manipulando la chapa y girando los pequeños metales hasta que dio con lo que necesitaba, el pequeño mecanismo trancado para impedir el paso sin una llave.
Con una maestría entregada por los años dio un último empujón al sitio obstruido y entonces los tres presentes pudieron escuchar un débil "clic" antes de que la puerta se abriera. Joffrey fue el primero en reaccionar.

-¡Genial! ¡Cómo en las películas!

La mujer no estaba tan entusiasmada como su hijo, pero el alivio por no tener que seguir caminando definitivamente aplacaron un poco la sospecha en su mirada.

-No sabe cuánto se lo agradezco, señor Targaryen.

-Por favor, dígame Daemon.

Ella sonrió.

-Daemon -repitió la mujer-. Usted también -agregó-, puede decirme Rahenyra.

-Rahenyra -dijo Daemon.

Rahenyra asintió, y aunque su sonrisa seguía siendo algo sutil y agradable, había un deje filoso en sus ojos cuando volvió a hablar. Daemon descubrió que a esa mujer no se le escapaba nada, sus ojos celestes lucían atentos y astutos.

-No debo preocuparme por que use ese truco mientras no esté, ¿verdad?

Daemon alzó las manos tras guardar las ganzuas en uno de sus bolsillos.

-Jamás -dijo con solemnidad-. Soy incapaz de robar a mi vecina y empleadora. Cinco años en la cárcel me reformaron, ahora soy un hombre de bien que usa sus habilidades solo como buenas acciones.

Joffrey soltó una carcajada, Rahenyra se permitió sonreír con más tranquilidad.

-Es un alivio, entonces.

Hizo el ademán por inclinarse para recoger las bolsas. Lucían a leguas pesadas y cuando Daemon observó con mayor detenimiento notó las líneas rojizas en sus manos por haberlas estado acarreando durante un trayecto aparentemente largo. Él también se acercó un paso.

-Te ayudo -ofreció extendiendo una mano hacia las bolsas.

Rahenyra elevó un brazo, claramente planeando negarse. Daemon notó que después lo pensó un poco mejor y terminó por asentir, tomando solo dos de las cuatro.

-Muchas gracias.

La puerta se abrió al máximo y Daemon tuvo un vistazo de una bonita casa con unas dimensiones similares a las de su propio departamento, salvo que los muebles estaban en otras direcciones y tenía muchas más cosas. Rahenyra avanzó y él la siguió ojeando todo el sitio sin contener su curiosidad.

-Joffrey, ve a darle comida a los gatos -la escuchó decir. Joffrey así lo hizo. Daemon seguía observando la casa.

Era todo hogareño y bonito, por decirlo de alguna manera.

La pared del pasillo estaba decorada con una cantidad casi ominosa de fotografías. En la mayoría eran cuatro personas. Daemon notó que en cualquier foto que Rahenyra apareciese, ella sonreía con una amplitud admirable.
Descubrió que era casi como una línea temporal. Las primeras solo eran Rahenyra, un sujeto que, supuso, era el padre de los niños, y un bebé. Luego algunas con un niño y otro bebé. Y finalmente dos niños y un bebé.

Habían otras más recientes, pero Daemon apenas conocía a Luke -y un poco a Joffrey-, por lo que solo le quedó teorizar que el tercer muchacho era el otro hijo que Rahenyra tenía.
Había una en particular que llamó su atención porque era un tanto más grande. Ahí estaban los tres siendo abrazados por el hombre; este a su vez besaba la mejilla de Rahenyra. Sonreía con una felicidad envidiable y brillante. Leyó:

"Rahenyra, Jace, Luke y Joffrey son mi sonrisa".

Después de esa el hombre dejó de aparecer.

Habían más; reconoció a Luke en varias. En ninguna sonreía tan abiertamente.

-Por acá -la voz de Rahenyra lo hizo voltearse y dejar de apreciar la pared. Lo miraba desde el marco de una puerta.

-Es bonito -confesó, señalando el mural.

-Lo es -asintió-. Ya no hemos puesto tantas, por desgracia. A Luke no le gusta que falte familia en las fotos.

-¿Su hermano? -Daemon adivinó.

Rahenyra observó el mural otra vez, ese cansancio pareció abrumarla.

-Su padre -dijo.

-¿Se fue?

-Falleció.

Carajo.

Daemon quiso golpear su cabeza contra la bonita pared.

-Lo siento, no debí preguntar.

Ella no dijo nada más y Daemon solo tomó las bolsas otra vez y se acercó a la cocina. Joffrey había desaparecido por un pasillo. Rahenyra ordenaba las cosas de las bolsas. La cocina no era espaciosa, pero aún así lucía ordenada y limpia. Dejó el par de bolsas delante de ella y se enderezó, siendo imitado.

-Te lo agradezco mucho -le dijo. Él solo le regaló un asentimiento breve.

-Me estaré yendo si no necesitas nada más.

Rahenyra movió la cabeza y solo le quedó dar la vuelta dispuesto a volver a su casa.

Consideró la idea de ir de compras al día siguiente después de ver la cantidad de cosas que ella había comprado, él no tenía más que unas cuántas frutas y un refrigerador vacío listo para ser llenado con lo que quisiera. Haría una lista sobre lo que compraría.

Últimamente hacía listas de distintas cosas. Mantenían su cabeza ocupada y lo ayudaban a mantenerse en el presente. Cuando lo abrumaba la realidad solo debía observar su primer listado de cosas y respirar.

Encontrar trabajo. ✓
Rentar un departamento.✓
Adoptar a un perro.
Invitar un café a la señorita Velaryon.
Llamar a Alicent.

Tenía tan pocas ganas de hacer esa llamada que extendía su viaje a algún centro de adopción, y asimismo evitaba ese café. Pero le servía para saber que aún le faltaban cosas por hacer y algunas desencadenarían en otras cosas más complicadas, y eso lo llevaría a momentos estresantes, por lo que debía disfrutar ese tiempo tranquilo.

-Tengo comida.

La voz de Rahenyra detuvo su caminata y lo hizo voltear. Un atisbo de diversión bailoteó en su mirada, reemplazando una breve confusión inicial.

-Yo también -respondió.

Ella negó, como si se arrepintiese de sus palabras, e hizo un breve gesto con la cabeza.

-Digo, sé que las mudanzas son un poco agotadoras -comenzó, deslizando una mano por algunos cabellos despeinados-. Tengo comida ya que Luke está afuera con unos amigos y llegará tarde.

Daemon arqueó ambas cejas.

-Me estás invitando a comer.

-Lo hago. Si no te molesta esperar un poco a que termine de ordenar estas cosas. . .-ella se encogió de hombros-. Puedes tomarlo como un agradecimiento, en verdad no tenía ganas de ir a buscar esa llave, ¿quieres quedarte a cenar?

Una sonrisa sutil tironeó la comisura de sus labios.

-Me encantaría.

Rahenyra también sonrió, algo pequeño y breve que Daemon no pudo evitar admirar.

-Estupendo -dijo-. A Joffrey le va a gustar, le agradas bastante.

-¿Es así? -Daemon no se había puesto a pensar en eso, solo había compartido un par de palabras con el niño cuando este acompañaba a su madre en la cafetería. Le había contado que tenían dos gatos.

-En realidad uno es de Luke y otro de Jace -se corrigió-. Pero Luke los cuida a los dos, así que son de él. Y cuando él no está lo hago yo. Y yo tendré uno cuando sea más grande, se llamará Tyraxes.

Era el nombre más horrible que había escuchado. Pero él no podía hablar de nombres, tuvo un perro llamado Caraxes.

-Sí, cree que eres genial.

Daemon emitió una risa entre dientes.

-Después de lo de la puerta, creo que también lo pienso -agregó, formando un gesto sutil para que se acercara-. ¿Te gustan las papas?

Daemon se encontró rehaciendo su camino detrás de Rahenyra. Se detuvo en el marco de la puerta y cruzó sus brazos, apoyándose en él.

-Me gustan.

Aemond pensó en que un lugar como ese definitivamente le gustaría a Daeron, y por ello se prometió decirle a Aegon que lo llevase porque él no pensaba volver a poner un pie en ese sitio lo que restase de su vida.


El lugar era, en palabras simples, grande. Aparentemente antes era una pista de aterrizaje de avionetas que fue abandonado o estaba en deshuso. Algunos tipos lo arreglaron para hacer la pista más grande y ahora tenían cerca de un kilómetro de ida y otro de vuelta. Los bordes de camino estaban adornados por luces que marcaban todo el trayecto. Aemond notó que la curva para devolverse era una peligrosa U que casi se asemejaba más a una V.

Algo le decía que ganaba quien lograse llegar vivo.

Había mucha gente; estimó que unas doscientas personas reunidas alrededor de la partida sin considerar a quienes participarían en las carreras. Aparentemente eran varias, tres de autos y una de motos. Aemond tenía la sospecha de que la de las motos iban al final para evitar que las personas se fueran. Pero a medida que avanzaba el tiempo y las carreras pasaban, más personas llegaban.

Llegó el punto en que Aemond debía observar la pantalla para saber quién iba ganando debido a que el cumulo de gente obstruía su visión a la pista, y aún así no podía interesarle menos quien ganaba aquellos ruidosos encuentros.

Él no estaba allí para animar a personas desconocidas a ganar, él estaba ahí para saldar una deuda.

Aún se cuestionaba por qué no lo hizo hace un par de días mientras el tipo estaba indefenso. Habría sido tan fácil como dar una indicación y acorralarlo en un callejón. Lejos de la moto y en la soledad de la noche nadie se habría extrañado de ver una pelea callejera.

¿Entonces qué?

Recordaba el viento contra su cuerpo, erizándolo porque era frío gracias al clima otoñal. Había subido el vidrio del casco y entonces las ráfagas golpearon su rostro como diminutos cuchillos. Su ojo se sintió lloroso, y solo en ese instante pensó en que podría aplazar su deuda si podía sentirse así otros cinco minutos. Libre. Feliz. Completo.

Era todo silencioso. Su propia respiración hacía eco en sus oídos y sus dedos helados cortaban el aire, volviendo aquella experiencia real. Nada lo ataba, nada importaba. Ni Daemon o Aegon. Ni los robos o Criston. Era él recortando la escena, la oscuridad rota por la luz cálida de miles de faroles pasando con rapidez a sus costados.

Debería haber cortado aquella sensación de raíz y no permitirle expandirse hasta su cabeza, porque ahora estaba allí en un sitio ruidoso y con gente ebria, lejos de su casa y con frío únicamente debido a su debilidad.

-¡Los últimos de la noche!

Todos exclamaron cuando cinco motos en un estado excepcional se situaron lentamente en la línea de partida. Iban en una hilera, una un poco detrás de la otra.

Aemond reconoció a cuatro. Y aunque todas lucían veloces y peligrosamente imponentes, ninguna era la Kawasaki.

-¡Hoy nos acompaña también un nuevo competidor! -vociferó-. ¡Directo del norte de Inglaterra y con la promesa de tomar el primer lugar! ¡El señor del invierno!

Se preguntó cuál sería la necesidad de apodos tan ridículos. Lo único que permitía al tipo relacionarlo con el invierno era el estampado de un lobo aullando tras unas montañas que tenía como logo de su chaqueta y la moto de un tono grisáceo sucio.

Su estómago se apretó ante la idea de haberse equivocado. Quizás el tipo del otro día en realidad solo era un sujeto al azar que Daeron confundió. Quizás el ladrón sí se había ido a Hawaii con su dinero. Quizás Lucerys en realidad solo tenía una moto que se parecía y le había cobrado de más porque era un simple canalla de los barrios bajos.

Quizás. Quizás. Quizás.

Un rugido lo devolvió a la realidad. Y si antes se habían emocionado, ahora definitivamente habían explotado en exclamaciones; algunos gritaban incoherencias cuando una sexta moto pasó a una velocidad inhumana, elevando una nube de polvo a su paso.

Ahí estaba él.

Su moto negra a juego con el ropaje igual de oscuro. Yacía casi recostado sobre el vehículo, su casco sobresalía y reflejaba todo entregándole esa aura misteriosa. Elevó un puño hacia la multitud y la gente bramó.

Aemond podía entender hasta cierto punto por qué. El sujeto era atrayente. No podía pensar en él como Luke, el que le le dio una vuelta por ochenta libras. Era algo más peligroso y llamativo. Como si el no poder apreciar sus expresiones le diese un aire superior.

El chico de oro que esperaban! ¡Ganador invicto con un total de cero pérdidas registradas! -gritó el presentador-. ¡Nuestro campeón más adorado! ¡Nuestro rey fantasma!

Aemond quería burlarse del apodo porque "rey fantasma" no le quedaba bien a un tipo que llamaba tanto la atención. Pero entre el bullicio y los desaforados gritos de apoyo hacia el sujeto, él no quería parecer un aguafiestas.

El "rey fantasma" tomó posición en el último puesto después de dar una vuelta peligrosa que elevó aún más polvo y vitores. El conductor delante suyo le hizo un gesto desdeñoso que Lucerys respondió abriendo y cerrando su palma en un saludo que Aemond conocía bien.

La cuenta regresiva llegó al número tres. El chico se acomodó, y Aemond inconscientemente imaginó a un guepardo agazapado. Listo para atacar y devorar.

Dos.

Los motores rugieron y la gente enloqueció. El ruido ensordecedor llenó sus oídos y le impidió escuchar el uno. Alcanzó a observarlo justo cuando un disparo llenó el cielo y entonces entendió por qué Lucerys Velaryon fue capaz de robarle noventa mil libras esterlinas sin hacer ruido ni elevar sospechas.

Él manejaba como si estuviese solo en el mundo. Y lo hacía con una perfección inexplicable.

Mientras los otros cinco competidores chocaban y derrapaban, él iba recto y esquivo, como si hubiese nacido para ese momento.
No hacía ruido, su oscuro ropaje absorbía cualquier atisbo de la escasa luz en la zona y lo volvía uno más con el escenario. Una sombra veloz e implacable que realzaba las líneas rojizas brillantes en sus ruedas y casi podría dejar una estela de luz a medida que avanzaba.

Era hipnótico. Era atrayente. Era como su apodo, un fantasma.

La televisión sobre sus cabezas mostraba una trasmisión en vivo desde un dron que seguía a los delanteros. Él estaba allí, seguido de cerca por "el señor del invierno", quien hacía hasta lo imposible por intentar aventarlo lejos del vehículo. O a él junto al vehículo. La situación era tensa y todos parecieron notar el peligro inminente cuando la peligrosa curva se acercaba y el tipo no se apartaba del lado de Lucerys.

Uno debía desacelerar, era imposible ladear esa curva estando ambos tan juntos. Aemond se descubrió conteniendo el aliento cuando Lucerys, en vez de disminuir la velocidad, la aumentó.

¿Qué tan demente debía estar ese sujeto para atreverse a hacer esa locura a tan pocos metros de una curva casi cerrada?

Dejó atras al tipo de gris y dos segundos después se perdió entre la nube de polvo y tierra que él mismo levantó cuando giró de una manera tan brutal que Aemond se sorprendería si es que seguía vivo. Los jadeos no se hicieron esperar, la sorpresa seguidos de la incredulidad ante la idea de ver perder, finalmente, al ganador más aclamado. Porque esa era una caída segura.

Aemond sintió un vacío en el estómago cuando quien apareció entre la polvadera no fue el campeón invicto sino el otro sujeto. El tipo elevaba un brazo en un gesto victorioso, incentivando a los gritos. Pero nadie lo hacía. Los murmullos sobre el rey fantasma se extendían entre la multitud. El aire pareció llenarse de estática.

Inhaló, preparándose para presenciar la inevitable caída de un rey.

Eso no sucedió. Y Aemond fue consciente de la extraña sensación de plenitud cuando un casco negro se materializó entre el polvo y provocó eufóricos vitores. Su dueño guiaba el vehículo a una velocidad que, incluso desde su lugar, parecía simplemente adrenalínica. Avanzaba y avanzaba, acortaba metros hasta que estuvo rozando al sujeto que, ilusamente, se creyó capaz de ganar a una persona con el título de campeón.

Lo rebasó y Aemond desde el televisor pudo ver como le regalaba un gesto sutil y veloz de cabeza cuando pasó a su costado.

Solo entonces elevó la moto sobre una rueda y se adueñó de la pista, dejando un espacio amplio y generoso entre él y cualquier otro sujeto en la competencia. Ni siquiera cuando estaba a pocos metros de la meta se detuvo.

Él manejaba como si nadie más existiera, porque él mismo se había encargado de que en ese instante cualquier oponente solo fuese capaz de apoderarse del pobre título de segundo lugar.

Aemond encontró un pequeño consuelo al saber que al menos quien le robó no era un simple perdedor de segunda. Luego se molestó porque claramente el bastardo iba a ganar teniendo esa moto.

Lucerys pasó por la meta, y cuando él elevó su brazo la multitud rugió.

-¡Nuestro campeón, damas y caballeros! -chilló eufórico el comentarista-. ¡El rey fantasma nuevamente se corona en el primer lugar!

No tenía más que ver ahí salvo como el aclamado ganador pasó con su moto ronroneando a pocos metros de él. La gente vitoreó, él simplemente lo siguió con la mirada hasta que se perdió en un oscuro y corto callejón entre dos casetas a unas dos cuadras de su posición.

Avanzó haciéndose paso entre la multitud, caminando con ambas manos en sus bolsillos y un destino fijo grabado en sus pupilas.

La gente celebrando, o quejándose quienes apostaron por el otro tipo prometedor, se convirtieron en un ruido de fondo a medida que avanzaba. Cuando llegó al lugar donde estaba estacionada la moto observó hacia el interior.

Lucerys estaba al final del callejón, lo observó justo cuando guardaba un sobre en el interior de su chaqueta y asentía a un hombre mayor. El tipo de gris también estaba ahí. Él se mantenía arriba de su moto y su casco aún puesto.

-Si van a pelear asegurense que no los vea la policía, no quiero tener que pagarles otra vez -gruñó el viejo antes de cerrar con un ruidozo portazo la puerta de la caseta.

Aemond pudo adivinar que el tipo de gris lo estaba molestando, porque Lucerys solo le alzó el dedo de en medio con un silencioso desdén y le dio la espalda. Recibió una carcajada aislada como respuesta y entonces el sujeto se fue.

La moto de Lucerys estaba justo al lado suyo. Aemond deslizó un dedo por el acolchado asiento. Había rastros de polvo y un sutil raspón en la pintura que lo llevaron a cuestionarse si el chico realmente había sorteado esa curva o si había caído.

-Son ochenta libras -lo escuchó hablar.

Caminaba en su dirección, su cabello lucía salvajemente revuelto y parte de su ropa estaba sucia por la tierra. Uno de sus brazos sostenía su casco negro.

Lucerys avanzaba con el aire tranquilo de un ganador.

-Me recuerdas -no pudo evitar responder.

-Difícil olvidar a alguien que pagó esa cantidad por un paseo.

Aemond volvió a mirar el vehículo.

Él no olvidaba por qué y para qué estaba ahí. Y aunque se jactaba de un autocontrol envidiable, nada podía impedirle en ese instante ocultar la furia helada en su sistema. Asimismo nadie podría ayudar a Lucerys; ni un viaje en moto ablandando su sistema o la posibilidad de ser interrumpidos por la policía.

-Es una linda moto -observó, su tono salió tan frío como el invierno. Lucerys no dijo nada, pero notó que asentía. Su mandíbula dolió por la presión que ejerció al apretar los dientes-. Y yo me pregunto. . . ¿a quién le robaste el dinero para pagarla?

No se perdió como el rostro de Luke cambió de una manera abrupa. Pasó de una tranquila indiferencia a la sorpresa, y de la sorpresa a una directa sospecha afilada. Su ceño frunció; no se movió. Aemond se preguntó si es que el chico se daría cuenta de lo expresivas que eran sus reacciones.

-No sé de qué hablas -dijo, haciendo el ademán por rodearlo para dirigirse hacia la moto.

Él le interrumpió el camino. Los ojos de Lucerys adquirieron un brillo peligroso. Aemond sintió una inexplicable emoción ante la idea de una pelea.

-¿No?

-No -repitió, la certeza con la que lo decía casi habría convencido a un tipo cualquiera-. No te he robado nada, no soy un ladrón.

-¿Y por qué estoy acá, entonces?

Lucerys arqueó una ceja en su dirección y se alzó de hombros. Aemond notó que su boca se curvaba en una sonrisa sutil y difusa, algo que se perdía con el panorama oscuro de la noche.

-Después de pagar ochenta libras por una vuelta, cualquiera pensaría que para verme correr.

La ira ardió en su sistema como la gasolina con una chispa. Algo demoledor y peligroso que cortó de golpe cualquier ruido y solo lo hizo consciente de sus acciones cuando el cuello de Lucerys yacía entre sus dedos, blando e indefenso. La pared golpeó su espalda con crudeza y le sacó un sonidito melodioso de dolor.

Cuando el chico intentó golpearlo con su casco, sostuvo su muñeca y la dobló hasta que el objeto golpeó el suelo con un ruido sordo.

-Repítelo -siseó.

La mano libre de Lucerys rodeaba su muñeca, buscando en vano hacerle disminuir la presión. Él no lo hizo, pero tampoco la aumentó, consciente de que generar un daño irreparable sería contraproducente.

-No te robé nada -fue lo que dijo en su lugar, con la voz rota y adolorida.

-Lo hiciste -gruñó-. Noventa mil libras en efectivo después de golpear a mi mejor hombre.

Podía sentir su pulso golpeteando rápidamente contra su pulgar. Lucerys podría ser un poco más alto que Daeron y su complexión ciertamente era de alguien que se ejercitaba. Pero Daemon Targaryen se había encargado de volverlo lo suficientemente peligroso en caso de que un robo saliese mal. Era más alto, más definido y tenía más experiencia.

Un chico como él no era rival.

El par de ojos castaños de Lucerys estaban abiertos con una sorpresa mal disimulada. Aemond supo que el chico ya lo recordaba, e internamente quiso saber a cuántas otras jodidas personas había robado para que le fuese tan difícil acordarse de él.

-No era tu dinero -balbuceó sin aliento.

-Tampoco tuyo -Aemond presionó más.

Lucerys se encontró retorciéndose en busca de oxígeno, ambas manos buscaban inútilmente detener el agarre de hierro en su cuello. Aemond no mostraba signos de querer soltarlo y eso solo parecía aumentar los desesperados movimientos de su víctima.

-Me dirás cómo lo hiciste -ordenó, inclinándose en su dirección-. Y luego lo devolverás, o tú jodidamente vas a lamentarlo.

Se descubrió siendo analizado de una manera más profunda cuando los ojos de Lucerys se pasearon desde su ojos sano al falso. Lo hizo un par de veces, ese breve intercambio que duró apenas un segundo, luego habló.

-Vete a la mierda.

-Mala elección.

Su puño cerrado dio en alguna zona blanda de su vientre, ganándose así un jadeo ahogado que no pudo terminar de emitir por su mano aún inmovilizándolo. Redujo un poco la presión sobre su cuello para permitirle respirar, y obtuvo una inhalación lenta y obstruida seguida de toses. Lucerys gruñó una maldición y levantó la mirada otra vez, Aemond creyó que fue una coincidencia la atención que puso a sus ojos.

Creyó mal.

-No tengo tu dinero -masculló-. ¿Qué harás?

Se permitió esbozar una sonrisa maliciosa.

-Te arrancaré el corazón -susurró como respuesta-. Y lo venderé. O quizás me lo quede. Así tu alma recordará por la eternidad por qué fue mala idea meterse conmigo.

Lucerys lo observó desde su lugar con una expresión que bordeaba la sorpresa y el disgusto. Aemond juraría que casi podía escuchar la velocidad con la que trabajaban sus pensamientos. Luego la curva de su labio superior evidenció un deje astuto.

-Esa es una forma bastante oscura de coquetar -fue todo lo que respondió.

Una mueca de pura repulsión surcó su propio rostro.

-Me cortaré la lengua el día en que tenga la intención de coquetarte.

Después de eso todo sucedió muy rápido.

Lucerys escupió directo a su ojo sano. Aemond emitió una maldición al verse cegado.

Lo soltó por inercia para llevar ambas manos a la zona afectada, y fue ese segundo todo lo que necesitó el bastardo escurridizo para escaparse de su agarre y lanzar un golpe certero al costado de su cabeza. Aemond vio destellos que no alcanzó a procesar porque una nueva colisión justo en sus costillas terminó por derribarlo. La gravilla se clavó en sus manos cuando cayó sin gracia al suelo, atontado y adolorido.

Escuchó a Lucerys toser a algunos metros, su respiración pesada y acompasada. Se consoló un poco sabiendo que al menos eso le dejaría una advertencia marcada en el cuello.

-Tendré ese dinero de vuelta -masculló, presionando la zona aún latente por el golpe. Algo le decía que había sido el casco.

-No vas a tener una puta libra -Lucerys replicó. Cuando volteó para verlo lo encontró ya montado en su moto-. Acércate otra vez a los barrios bajos y te atropello, loco de mierda.

Escupió al suelo delante de él, entonces hizo girar la rueda trasera con un rugido demoledor, e inundó el pequeño callejón de polvo. Pequeños fragmentos de tierra lo golpearon cuando el vehículo se movió, marchándose.

Aemond golpeó la suelo con su puño cerrado. La sensación de su piel aún latente entre sus dedos. Pero algo más le impidió ser carcomido por la furia. Un pensamiento mordaz y momentáneo.

Se divertiría atormentándolo.

D&A

Tenía ganas de escribir este capítulo desde hace días. La dinámica de enemies to lovers es mi favorita, pero creo que sigo prefiriendo el punto de vista de Daemon.

Creo que si me alcanza el tiempo subiré otro capítulo más a la tarde.

¿Qué creen que le pasó a Harwin?

HOLA
Venía a dejar algunos bocetos que hizo un chico al que pagué una comisión.
Es un artista increíble y sus ilustraciones son preciosas, además de que es muy amable;;;. Pronto estará un dibujo a color sobre una de estas escenas y quería compartir los bocetos porque también me encantaron (y me emociona mucho que esta historia tenga un fanart propio).

Lo pueden encontrar en Instagram como: @abowtalex
y en Tik Tok como: @aboutalex0
Sus ilustraciones de GoT y HOTD son preciosos. Me inspiré en sus dibujos del AU moderno para hacer este fic.

Escena del capítulo dos, Luke conociendo a Aemond.

El primer paseo en motocicleta.

"-No era tu dinero."
"-Tampoco tuyo."

"-Me cortaré la lengua el día en que tenga la intención de coquetarte."

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