Capítulo siete: "Paciencia".
TW: Violencia explícita, breve mención a una ship pasajera.
Creo que igual ya es un poco tarde para avisar, pero la edad de la mayoría de los personajes está modificada JAJAJA.
Iba a subir el capítulo mañana, agradezcan a mi beta.
»Bad, bad news
One of us is gonna lose
I'm the powder, you're the fuse
Just add some friction.«
My strange adiction. Billie Eilish.
—Cole, pequeño y precioso pedazo del Cielo, ¿alguna vez te han dicho que te ves veinte veces más guapo en silencio? Porque es así.
Criston observó a Daeron con un desagrado indisimulado. Daeron no le sonrió, y eso le permitió a Aemond saber que su hermano estaba a tres palabras de perder la paciencia y cometer un crimen.
Otro aparte de los más de veinte en su lista de delitos.
—Daeron.
—Es una observación pacífica.
—Eres una maldita molestia.
Daeron elevó su palma extendida hacia Criston y le dio la espalda. Criston emitió un sonidito indignado.
Aemond podía entender hasta cierto punto su molestia. Criston no dejaba de quejarse sobre cómo no habían sido capaces de decirle que ya sabían quién les había robado. Que eran cuatro en la banda. Que había herido su orgullo. Que siempre lo dejaban al final.
En teoría ni siquiera pensaban decirle. Aemond planeaba encargarse solo de Lucerys. Por mucho que la idea de ir a golpear con amigos a ese cabrón fuese bastante llamativa, consideraba ese un asunto algo familiar/personal. Especialmente desde que Daeron se había hecho su amigo, o algo así.
—Debemos matarlo —dijo Cole.
—Jesús maldito —replicó Daeron—. Ya has dicho eso diez veces, y las diez veces te dijimos que no, abúrrete.
—Es lo que tene–. . .
—Yo te mataré a ti si vuelves a mencionar la idea de lastimar a Luke.
Aemond volteó hacia Daeron, Aegon a su derecha hizo lo mismo. Ninguno se perdió el tono peligroso en Daeron. Era algo menos habitual, sorpresivo. Criston presionó los labios, callándose.
—¿Luke? ¿Ahora son mejores amigos?
—Ciertamente no es mi enemigo —él dijo en su lugar—. Y no es una mala persona, me salvó de una paliza incluso después de que fueran unos bastardos con él. Y a Daemon parece agradarle, entonces a mí también.
—No puedes basar todas tus creencias en las acciones de Daemon.
—Mírame —Daeron pasó de Aegon y se centró en él. Aemond sintió su mirada lilácea y supo qué se avecinaba incluso antes de escucharlo, y por ello se preparó mentalmente—. Tú no puedes en serio plantearte la posibilidad de matarlo.
—Sabe demasiado, podría reportarnos con la policía en cualquier momento.
—Él no hará eso.
—Mejores amigos, cierto —Criston comentó, ganándose una mirada venenosa de Daeron.
—¿No es el mismo tipo que dijo que nos entraría a robar solo para joderme? —le fue imposible cuestionar.
—¿Y al que que tú llevas molestando por más de un mes?
Frotó sus sienes cuando terminó la pregunta. Esa discusión no los estaba llevando a nada, y había partido como una reunión para organizar el próximo golpe. Daeron respondió algo de lo que Aegon se mofó y Criston sonrió.
Aemond estaba seguro de que su hermano estaba a una burla de irse a los golpes con el par, y ni siquiera porque se estuviesen burlando de Luke, sino que porque estaban deshechando todas sus opiniones como si no valiesen más que la palabra de un niño.
Habitualmente lo hacían ya que era el menor y la diferencia de edad entre Aegon y Criston era mínima –Aegon tenía veintisiete y Cole veintinueve–; ambos habían congeniado particularmente bien por lo mismo. Daeron ni siquiera era mayor de edad, por lo que fácilmente lo dejaban de lado.
Aemond también había congeniado bien con Criston, pero no de la misma forma. Y lo dejó tan pronto como el sujeto se unió al equipo. Ellos dos ni siquiera se habían besado, en realidad, simplemente coquetearon un par de veces.
Aemond lo dejó porque no tenía un particular interés en sujetos que le llevasen más de seis años. Y porque no mezclaba trabajo con relaciones. Criston lo aceptó eventualmente, al inicio no estaba muy contento. Al parecer sí le gustaba en serio, pero había un motivo gatillante para su pseudo ruptura.
Criston no era gay. El sujeto se declaró heterosexual curioso, y Aemond jodidamente prefería un tiro en la rodilla que meterse con alguien así.
Observando objetivamente a Criston Cole, Aemond podía admitir que Aegon tenía un punto en sus observaciones.
—Lucerys Velaryon es una amenaza, y tú estás fraternizando con él —acusó Criston—. Nos robó y se burló en nuestra cara.
—Te robó —corrigió Daeron—. Se burló en tú cara.
Criston golpeó la mesa cuando se puso de pie, sacándole una mueca a Aegon. Aemond no se movió, ni siquiera levantó la mirada para saber que Criston estaba batallando internamente contra la burla de su hermano. Daeron claramente estaba esperando a que Criston lanzase el primer golpe y así poder romperle la nariz como había amenazado hacía media hora.
—Daeron, déjalo —pronunció sin paciencia, haciendo un gesto a Criston para que se volviese a sentar. Él lo hizo—. Cole tiene un punto, y es válido. Fuiste jodidamente lejos haciéndote amigo de Lucerys.
—Mi maldito punto es válido, somos ladrones, no asesinos.
Aegon emitió una risa sin gracia.
—Eres un ingenuo, pequeño hermano, ¿nunca has escuchado a Maquiavelo? ¿El fin justifica los medios?
—Esto no nos está llevando a nada —interrumpió, deteniendo la naciente queja de Daeron—. No estamos acá para hablar sobre Lucerys, sino por el próximo robo. No falta mucho y es importante que cada uno memorice correctamente los tiempos y sus roles.
—¿Cuánto dinero carga el blindado?
Alguien carraspeó, los cuatro voltearon al mismo tiempo.
Helaena estaba delante de ellos. Aemond no se perdió su cabello, que estaba tomado en una trenza cuidadosa, y el bonito abrigo verde hasta sus rodillas encima de un chaleco amarillo pastel.
—Saldré —anunció, observando algo en su teléfono antes de dirigirse hacia él—. Probablemente vuelva a la noche.
—¿Dónde vas? —Aegon preguntó, nadie se perdió el tono quizás demasiado curioso—. ¿Y con quién?
Además de Aegon, el único que solía mostrarse celoso/sobreprotector con Helaena era Daemon. Aemond podía recordar el día en que su tío estuvo a poco y nada de amenazar a un amigo que su hermana llevó para hacer una tarea cuando ella tenía diecisiete.
De alguna manera Aemond la consideraba demasiado inteligente como para llegar a involucrase con alguien que pudiese lastimarla, ella era mayor y por ende más experimentada; Helaena, además, era tanto o más selectiva que él en términos amorosos, y por eso él se limitaba a analizar en silencio a cualquier posible novio de su hermana. No eran muchos, tenía que decir.
—Si quisiera que lo supieras ya te lo habría dicho.
Aemond hizo un esfuerzo por no esbozar una sonrisa ante su ácida respuesta. Daeron no fue tan disimulado.
—¿Necesitas que te lleve? —se ofreció.
—¿No estábamos en una reunión? —Criston inquirió por lo bajo.
—Cole, callado y bonito.
—Conduciré —ella dijo, Aemond asintió. Helaena volteó hacia Aegon—. Saldré con un amigo.
—¿Qué amigo?
—Llámame si necesitas algo.
Helaena asintió y se volteó tras tomar las llaves de uno de los autos e ignorar abierta y descaradamente a Aegon. Tenían dos. Y dos motos. Ninguna tan bonita como la Kawasaki de Lucerys, pero eso era porque conseguir algo como ese vehículo era bastante difícil.
—Estoy aburrido —Daeron anunció al aire, balanceándose en su silla—. Cole, quedas oficialmente desinvitado de mi fiesta.
—No iba a ir.
—No, porque te desinvité —Aegon soltó una carcajada, Criston masajeó el puente de su nariz.
—Jesucristo.
—Luke vendrá en tu lugar.
Aemond giró con una velocidad espeluznante en su dirección. Criston tuvo una reacción similar.
—Ese bastardo no entrará en esta casa —anunció—. Y esta reunión es para hablar sobre el próximo robo, no de tu cumpleaños.
—Mi cumpleaños viene pronto, es más importante que el robo.
Aemond no podía decir que no lo era, porque el cumpleaños dieciocho de Daeron definitivamente importaba más. Pero, con un maldito demonio, él no podía simplemente invitar a un sujeto que se había atrevido a robarles y estaba constantemente haciéndolo rabiar.
—No invitarás a Lucerys Velaryon.
Daeron lo observó, y Aemond repentinamente entendió por qué su hermano se había llevado tan bien con Lucerys.
Ambos eran tenebrosamente parecidos cuando se trataba de sacar de quicio a la gente –sacarlo de quicio a él–. Daeron tenía ese brillo malicioso que lo invitaba a llevarle la contraria, algo similar al que poseían los ojos castaños de Lucerys cuando le lanzaba algún insulto. Un deje chispeante de sarcástica malicia.
—¿No lo haré? —él preguntó, su tono se volvió tres octavas más bajo.
Aemond cambió la técnica.
—Es un riesgo, aún no estamos seguros de si nos denunciará o no a la policía o si intentará algo nuevo para robarnos —intentó de nuevo, haciendo un esfuerzo por no sonar tan enojado como se sentía. Daeron pareció pensar sus palabras, porque volvió a dejar el teléfono otra vez en su bolsillo—. Piénsalo un poco.
—Si ese cabrón pisa un metro de esta casa, lo asesinaré —amenazó Criston, y cualquier intención de su hermano por escucharlo se fue a la basura.
Aemond frotó su rostro en un gesto frustrado cuando Daeron se puso de pie sin miramientos. Ya no había un interés en él por escucharlo, todo en su postura tenso y erizado porque si a Daeron no le caían bien los Lannister, entonces a Criston Cole simplemente lo odiaba desde alguna retorcida y profunda zona de su ser. Se debía, en cierta medida, a que Criston podría haber tomado de alguna manera el lugar que antes pertenecía a Daemon. En la mesa, en los robos, en la casa. Y Daeron jamás aceptaría ese tipo de insulto.
—Si tú pisas esta casa durante mi cumpleaños me aseguraré de que te pudras tú solo en prisión —aseguró señalando a Criston con un dedo—. Luke vendrá, y si tú o Aemond intentan algo, les arruino la puta vida.
—No eres capaz —dijo Criston, sonaba como si estuviese tragando vidrio molido; algo amargo y prepotente.
La comisura de los labios de Daeron se curvaron en una sonrisa desquiciada, loca, maliciosa, desagradable. Aemond negó sin paciencia, pero no dijo nada.
—¿Quieres apostar?
—Eres un–. . .
—Déjalo, Cole —interrumpió Aegon antes de que Criston pudiese hablar—. El niño vendrá si es lo que Daeron quiere, si roba algo Daeron lo repondrá, simple. ¿Verdad, Aemond?
Aemond apretó la mandíbula con tanta fuerza que no se habría sorprendido si hubiese escuchado a sus dientes crujir. El pitido se hizo algo factible y distractor que lo obligó a inhalar por lo bajo y de manera disimulada.
—No lo apruebo —dijo—. Pero ya eres lo suficientemente grande como para darte cuenta solo de tus errores. Si descubro a Lucerys intentando robar algo, ambos la van a pagar.
Daeron blanqueó los ojos.
—Promete que no le harás nada.
—No.
—No juego, hermano, no quiero peleas ese día.
Aemond se enfrentó al perfecto lila en los ojos de su hermano, tercos y firmes. Daeron le recordaba tanto a Daemon que era escalofriante. Un suspiro irritado fue todo lo que emitió antes de apartar la mirada.
—No habrá peleas —dijo—. Pero no soy responsable si él me molesta.
—Bien.
Criston estaba pálido de la ira.
Aemond sintió un poco de pena por él, pero no la suficiente. Estaba dificultandole demasiado el trabajo su constante rivalidad con Daeron, y curiosamente cada día le encontraba un poco más de razón a su hermano menor. Daeron tenía casi dieciocho, él podía ser inmaduro. Criston no, pero lo era y eso le pesaba al equipo porque lo que necesitaban era a un sujeto con la mente fría.
Observó la hora y suspiró.
—Ya es tarde, mañana terminaremos de ver todo lo relacionado al robo. Daeron, no quiero más sorpresas.
—¿Con qué otra cosa podría sorprenderte, adorado hermano? —curoseó Daeron tras ponerse de pie.
—¿Invitar a los Lannister para una pelea?
Los ojos de Daeron brillaron cuando Aegon habló, se estaba poniendo de pie. Aemond pensó seriamente en dispararles y luego dispararse.
—No le des ideas.
Daeron y Aegon dejaron la habitación. Daeron seguía enojado, pero Aemond pudo percibir que parte de su irritación se desvanecía ante la idea de su cumpleaños. Si Aegon era bueno en algo, era organizando fiestas.
Aemond no quería pensar en qué haría Daemon. Habían tantas posibilidades de que lo felicitara como que no, y Aemond definitivamente ya no sabía de qué manera reaccionaría su tío. Los sacó de prisión, golpeó a Aegon, aparentemente congeniaba con Lucerys; ya nada le sorprendería.
—Me encargaré del ladrón —dijo hacia Criston. Él lo miró—. Necesito que te mantengas fuera del asunto.
—¿Por qué? —él interrogó—. No puedes en serio permitirle invitarlo.
—Porque es un sujeto volátil y sabe demasiado —Aemond dijo, estaba seguro de que ya había repetido eso como tres veces—. Es imposible que no le haya dicho nada a nadie, si vas y simplemente lo lastimas entonces alguien más podría ir a la policía en su nombre y estaríamos jodidos.
Criston no parecía convencido, pero eso en realidad no le importaba mucho a Aemond. Se puso de pie apoyando las manos en la mesa y otra vez observó la hora. Criston lo seguía mirando, si Aemond notó algo aparte de molestia en esos iris azabaches, no lo hizo ni haría saber.
—¿Qué harás con Daeron?
Aemond de pronto se sintió irritado, y no estaba seguro de si por ser cuestionado, o porque no sabía qué hacer. O quizás porque no le gustaba tener a un sujeto externo metiéndose constantemente con su hermano menor. Él podía meterse con Daeron. Aegon podía meterse con Daeron. Helaena podía meterse con Daeron. Criston Cole no.
—Ya veré.
Cuando Aemond dijo "también saldré" no fue cuestionado. Principalmente porque Daeron se había ido primero y era el que le preguntaba por lo general hacia dónde iba.
Aemond tenía un destino fijo, y no le gustaba para nada. Era todo ruidoso y apretado, con gente ebria y autos mal estacionados. Esa vez, eso sí, tardó más en llegar porque a él solo le interesaba la carrera final. Y esa noche avecinaba algo grande ya que el público era el triple.
Ya no solo estaba "el señor del invierno" y "el rey fantasma" para generar chispas, sino que contaban con la presencia inédita de "la dama de las mareas", quien se encargaba de encender por completo el furor entre los espectadores.
Aemond notó que la chica estaba junto al tipo del estampado de lobos. Su casco era celeste y las ruedas de su moto poseían una línea de luces blancas bastante llamativas y similares a las de Lucerys.
Él introdujo las manos en los bolsillos de su gabardina y se balanceó de forma impaciente. No le interesaba ninguno de ellos. No apostaría por nadie sabiendo quién ganaría, y no entendía a quienes lo hacían convenciendose de que el resultado podría ser otro que el obvio; Lucerys como ganador.
Lucerys apareció al final, haciendo ronronear su moto y elevando polvo. La multitud rugió, pero él no parecía tan animado pese a que su performance finalizó con él levantando un puño para avivar los gritos. Había algo raro, Aemond no podía decir qué; quizás su forma desganada al situarse en la última fila o como dejó pasar la burla del tipo delante suyo sin hacerle más que un ademán con la cabeza.
—¡¿Apuestas listas?! —bramó el animador, generando una ola de griteríos. Aemond quería cubrir sus oídos e irse, pero estaba ahí para saldar su último encuentro. Lo único que le impidió romperle la cara esa noche fue Daeron interrumpiéndolo.
Jodido Daeron y su necesidad de hacer las cosas más difíciles. Jodido Criston y su incapacidad de superar el pasado. Jodido Aegon y su irresponsabilidad. Jodida vida.
Y jodido Lucerys. Solo jodido Lucerys. Que estaba situado a pocos metros justo delante suyo, vestido completamente de negro y recto en su brillante vehículo. Se preguntó si alguien en la multitud podría adivinar que debajo de ese casco polarizado estaría un mocoso prepotente demasiado inteligente para su propio bien.
La cuenta regresiva ya iba por el tres y avanzado; un número por latido. Todo se callaron el segundo antes que un único y atronador disparo rompiese el cielo y generase un estallido de vitores.
Una nube de polvo fue todo lo que quedó cuando las ocho motocicletas –habían dos más que lo habitual, aparentemente– avanzaron. Tres cayeron a la mitad víctimas de la brutalidad de las carreras ilegales. Otro perdió el control deslizándose fuera de la pista antes de la curva, dejando a cuatro.
Los tres afamados por los que se había reunido tanta gente, y otro tipo con suerte.
La curva se acercaba, los gritos mermaron hasta volverse susurros preocupados porque el rey fantasma no estaba disminuyendo ni un poco la velocidad. Aemond notó que la aumentaba deliberadamente, e incluso siendo un sujeto diestro en su conducción, a ese ritmo sería incapaz de sortear una curva cerrada.
Los otros tres conductores disminuyeron la velocidad apenas lo necesario. Lucerys no, pero Aemond no se preocupó por eso. El tipo tenía ese afán por sacarse trucos de debajo de la manga.
Aemond no notó nada raro con la nube de polvo que creó al doblar, ni con los tres motociclistas que avanzaron a través de esta, ninguno siendo Lucerys. No notó nada raro cuando la distancia entre el tipo de casco gris y la meta se volvió peligrosamente corta.
Solo sospechó al final, cuando ya fue físicamente imposible para Lucerys acortar la inmensa distancia. Pero él ni siquiera lo intentó, porque no estaba. Aemond se descubrió frunciendo el ceño, porque no tenía ningún maldito sentido que perdiese justo ese día, justo de esa manera. Él lo había visto manejar, esa caída fue demasiado estúpida, demasiado innecesaria. Los principiantes se caían así, en un mal derrape, Lucerys había sorteado algo similar hacía unas semanas.
El señor de invierno pasó por la meta generando un rugido con su moto. Muchos vitorearon, pero la mayoría se mantuvo en un silencio sepulcral.
Una exclamación silenciosa recorrió a la multitud. Aemond giró para ver el gran televisor delante de ellos.
Lucerys se divisó a través de la tierra, una figura pequeña en medio de la pista. Pero no avanzaba a una velocidad escalofriante, sino que caminaba. Su andar era lento, una sutil cojera parecía obligarlo a apoyarse en la moto que empujaba con las dos manos situadas en el manubrio. Estaba cubierto de polvo, su ropa negra adquiría una tonalidad mate en lugar del brillante cuero que solía siempre llevar.
Nadie celebró al ganador como se esperaría, la mayoría demasiado impactados procesando lo que acababa de pasar. Aemond debía incluirse, porque, y en contra de su voluntad, él realmente no esperaba atestiguar su primera derrota.
Porque "el rey fantasma", el invicto, el corredor con un total de cero pérdidas, el chico de oro, había perdido.
Y Aemond sabía, en lo profundo de su ser como fanático de los vehículos, que esa caída había sido deliberada y establecida.
La carrera fue arreglada.
Luke estaba de malhumor. Lo sentía en sus venas desde que sus manos rozaron la tierra y su título de invicto se fue a la basura para irse directamente a los brazos de Cregan Stark. El tipo ni siquiera tenía una buena moto, solo era ágil. Habría preferido perder contra Rhaena. Al menos ella sí sabía manejar.
Se recordó que a él en realidad las carreras no le importaban, sino el dinero que estas traían consigo. Varios miles por una victoria, Borros le prometió, y hasta la fecha lo cumplía.
A Luke le gustaba ganar. Y también le gustaban los retos. Ciertamente Stark era el tipo con mayor probabilidades de vencerlo en una carrera justa. Y aunque esas no eran muchas, daban para un gran pozo de apuestas. Uno que Borros quería a toda costa.
El viejo se le había acercado un poco antes de la carrera, su rostro lleno de barba y canas apenas se había arrugado al hablar.
—Quiero que pierdas —le dijo.
Luke frunció el ceño.
—¿Qué?
—Perderás contra Cregan justo después de la curva.
La idea sonaba irreal, incorrecta, injusta, innecesaria.
¿Por qué él, después de una racha de victorias perfectas, debía perder contra un tipo que ni siquiera se esforzaba en ganar? Todo para entregarle más dinero sucio a Borros y a su grupo de mafiosos de baja categoría.
—No voy a perder, yo no pierdo, sabrían que la carrera está arreglada.
El rostro de Borros Baratheon demostraba su poca paciencia. Observaba constantemente hacia atrás, hacia donde sus amigos estaban, y después volvía hacia él. Al final su tono se volvió algo bajo y peligroso.
A Luke a veces le provocaba gracia el intento de la gente por parecer intimidantes. Él consideraba que eso era algo con lo que se nacía, como Daemon, que generaba respeto sin intentarlo. O incluso Aemond, el tipo sí podría considerarse alguien que asustaba.
El problema era que a Luke solo le asustaba una persona, y era un tipo cojo con aún más tiempo libre que los Targaryen.
—Cáete de la moto mientras doblas o deja que él te tire, me importa una mierda, pero vas a perder.
La discusión había sido más larga e involucró a Borros amenazándolo con no pagarle una libra de las ganancias y denunciándolo a la policía. Eso le valió a Luke cuatro hectáreas de mierda porque denunciarlo a él sería denunciar a las carreras, y Luke ni siquiera estaba inscrito con su verdadero nombre. Borros perdería más que Luke. Cuando eso no funcionó cambió la táctica y le ofreció el triple.
Él ya ganaba unos miles por carrera, servían para los insumos y una parte de los gastos. Su madre creía que tenía un trabajo de medio tiempo como bartender.
Luke solo pensó que con ese dinero podría comprarle a Joffrey y a su madre regalos bonitos para navidad, y pagarle a Larys lo suficiente como para que dejara de joderlos hasta enero. Pensó en que le regalaría un poco de estabilidad a su madre y a él mismo, y serviría para ahorrar si lo que quería era ir a la universidad.
Borros se burló, "todos tienen un precio" dijo. Y era cierto. Luke lo tenía, acababa de pagarlo.
El sentimiento de suciedad solo se triplicó cuando cayó en la cuenta de que acababa de venderse. Su valor había decaído tanto que se obligó a no pensarlo porque sino definitivamente terminaría llorando. Y él no lloraba.
Luke se cayó, como pidió Borros, justo en la curva y cuando Cregan estaba disminuyendo la velocidad, él la aumentó deliberadamente y entonces perdió el control. Su moto y él se deslizaron fuera de la pista y entonces rodó golpeando su cuerpo contra la tierra por varios metros antes de detenerse. Ni siquiera eso le dolió tanto como haber expuesto a su vehículo.
Quería gritar. Quería partirle la cara a Cregan por imitar su saludo. Quería mandar a Borros a la mierda.
Luke estaba tan cansado que ni siquiera hizo el intento por no mostrarse derrotado. Él simplemente lo aceptó y caminó, esperando que cuando hubiese llegado a la meta ya se hubiese disipado un poco la muchedumbre.
—Buen chico —le dijo el Borros, tendiéndole el sobre. Luke corroboró la cifra, cuando se aseguró de que estuviese todo solo asintió y lo guardó.
Pensó en su madre y en Joffrey. Eran lo que importaba. Mañana entrenaría con Daemon –algo leve porque el tipo se había deshecho los nudillos golpeando al cabrón de Gyles–, y a la noche vería películas con su familia. Y entonces ese incidente quedaría en el pasado. Jace llegaría pronto. Todo estaría mejor.
—Es la primera vez que te veo caer.
Cregan estaba ahí, el vidrio de su casco despejado por lo que sus ojos negros permanecían visibles. Sonreía. Algo ligero y poco amistoso.
A Luke no le agradaba Cregan. Era demasiado silencioso y se aparecía solo en las carreras con más personas. Luke jamás se presentó, y había establecido con Borros que nadie sabría su nombre. En ese instante le serviría si podía tumbarle algunos dientes a ese sujeto pretencioso.
—No te acostumbres —masculló.
—Oh, podría hacerlo —él le dijo—. Rey fantasma, tu total de pérdidas registradas dejó de ser cero.
—¿No es un poco vergonzoso burlarte de un mocoso a tu edad?
—Tengo veintinueve.
—Pareces de cuarenta —dijo, observando que Cregan en vez de enojarse sonreía a través del casco—. Consíguete un trabajo estable y deja de joderme.
—Con lo que gané hoy, este perfectamente podría ser mi trabajo estable.
Luke apretó el casco contra sus costillas. El dolor por los recientes golpes despejaron un poco su mente.
—Ganaste porque lo permití, grábatelo en la cabeza.
—No lo permitiste —Cregan bajó el vidrio y encendió su moto—, te vendiste. Disfruta la derrota, rey, así como yo disfrutaré de mi victoria.
Cregan se fue, y Luke quería, necesitaba, golpear algo. Por lo que lo hizo. Su puño enguantado impactó contra la pared de cemento y permaneció ahí. Sus nudillos hormiguearon.
Luke se había vendido. Ya no le quedaba una reputación limpia, no le quedaba orgullo ni honor. Mintió a su madre para ir ahí y perder deliberadamente. Era una farsa. Estaba sucio y desgastado. Todo lo que tenía era un sobre con dinero y el pensamiento constante de que lo que hacía era por un bien mayor.
Se preguntó qué haría Jace en su situación, y la agonía de no tener a su hermano para desahogarse solo incrementó la sensación de soledad.
Apoyó la frente en la superficie. Lamentarse no servía de nada, pensó, tenía suficiente dinero como para poder respirar tranquilo por un tiempo. Su moto estaba bien y Jace llegaría pronto. Inhaló una bocanada amplia de oxígeno e hizo el intento por vaciar su mente.
Todo estaba bien.
—¿De verdad piensas que alguien será capaz de creerse esa caída?
Hijo de la gran puta.
Los pocos gramos de paciencia que había recaudado de pronto se disolvieron entre el mar de malhumor y pensamientos negativos cuando el tono suave y malintencionado de Aemond lo sacó de su pseudo burbuja.
Luke se enderezó, apretando el casco con sus manos, y lo ignoró de una forma olímpica y admirable. Se enorgullecía de si mismo porque cualquiera en su situación ya habría golpeado al maldito.
—¿Ahora eres mudo? —volvió a hostigar—. Te vi allá, espero que te hayan pagado bien porque fue simplemente humillante.
Su cuello se sentía tenso. Luke podía escuchar un pitido peligroso anunciando el fin de su autocontrol. Pero él no reaccionaba a los golpes. Luke en realidad prefería más reírse de la gente. Era bueno en eso. Y algo le decía que disfrutaría más de la compañía de Aemond sacándolo de quicio que yéndose a los golpes, por mucho que fuese más fácil eso último.
—¿Y viniste hasta acá a decirme algo obvio?
Aemond se enderezó.
—No, vine a que me digas cómo lograste robarnos.
—Entré a tu escondite, noqueé al tipo que estaba ahí, Criston Cole, creo que se llama, y luego huí —Luke se encogió de hombros. A Aemond no le gustó esa respuesta, porque avanzó de forma asesina en su dirección.
—No estoy para tus putas bromas —él bramó—. Dime cómo o quién te dio la información o te lo sacaré a golpes, bastardo.
—¡Está bien! ¡Te lo diré! —Luke retrocedió elevando ambos brazos en un gesto pacífico, consiguiendo así que Aemond detuviese su marcha.
Luke abrió la boca, dispuesto a enviarlo directo y sin miramientos a la mierda cuando una idea fugaz surcó sus pensamientos.
Luke jamás fue reconocido por pensar antes de hablar, después de todo, y él definitivamente podría aceptar un golpe si eso significaba verle la cara de estúpido a Aemond Targaryen. Otra vez, debía decir.
—¿Tú conoces a Pin Pon? —preguntó.
Aemond tuvo que tomarse unos segundos para procesar sus palabras, su ceño se frunció. Luke se felicitó a si mismo por lograr mantenerse serio.
—¿Pin Pon?
—Sí, Pin Pon.
Luke mordió el interior de su mejilla para no reírse de la situación surrealista. Él en verdad no esperaba que el sujeto respondiese eso. Aparentemente Aemond no veía películas infantiles; el tipo debió haber nacido con un palo en el culo.
—¿Me estás jodiendo?
Largó una única y clara carcajada.
—Claro, ¿esperas que vaya y te diga todo solo por una amenaza vacía? ¿Meses de investigación por qué? ¿Miedo a un golpe tuyo? —inquirió señalándolo con un ademán irrespetuoso— ¿Te falla la cabeza además del ojo?
Aemond jadeó, y Luke entonces se vio escapando hacia su moto porque no quería morir ese día.
Los pasos veloces de Aemond a sus espaldas sirvieron como una dosis de adrenalina. Pero por mucho que Luke fuese veloz, debía admitir que las piernas de Aemond hacían tramos más largos, después de todo el tipo era bastante más alto. Sintió un tirón en su ropa antes de desestabilizarse y caer al suelo. La gravilla se clavó en sus palmas, abriendo pequeños raspones.
—¿Lo quieres decir de nuevo?
El sujeto avanzaba hacia él con una resolución indignante, disfrutaba saber que tenía el control, y Luke lo odiaba por eso.
—¿También eres sordo?
Alcanzó a esquivar una patada directa a su estómago justo cuando sus dedos se cerraban alrededor de un puñado de tierra. Luke aprovechó la poca distancia y se la lanzó, elevando una ligera nube de polvo y escuchando al sujeto quejándose.
Pero Luke no corrió. La rabia palpitaba en sus oídos y quemaba sus venas, caliente y ruidosa. Él en cambio avanzó directamente hacia Aemond y lo chocó. Sabía que no habría podido hacerlo si él no hubiese estado más ocupado quitándose la tierra de los ojos; lo tomó por sorpresa y eso le permitió posicionarse sobre sus brazos, apretando la articulación con las rodillas, y limitando sus movimientos.
—Quítate de encima, mald–
—Cállate.
Luke atrapó sus mejillas y apretó, obstruyendo sus palabras. El odio brillante en ese iris violeta le habría provocado un escalofrío en otra situación.
—Por si no captas las indirectas, no tengo tiempo para ti —siseó, acercándose hasta que la distancia fue peligrosa—. No tengo tiempo para tus putos juegos retorcidos. Quiero que me dejes en paz, ¿lo escuchas? En paz. Porque ya tengo demasiados problemas, y tú no eres uno de ellos, solo eres un estorbo. Eres un niño rico con demasiado tiempo libre que cree que es el único en el mundo que puede robarle a alguien. Puto hipócrita.
Aemond se retorció, amenazando con tumbarlo cuando levantó una parte de su torso con ambas piernas, elevándolo a él en el proceso. Luke reconoció que el tipo tenía bastante fuerza, por lo que llevó su mano restante hasta su cuello y apretó.
El pulso descontrolado contra sus dedos cubiertos se sintió particularmente bien, sin embargo él no generó una presión asfixiante, solo dejó la advertencia, y quizás un poco más
—Déjame en paz, o iré con la maldita policía y les diré todo —gruñó—. Que su escondite está en una bodega abandonada a las afueras de Londres, donde esconden más de veinte millones en objetos y efectivo. Que Criston Cole es quien lava todos los meses una buena cantidad de dinero en un casino de otra ciudad. Y que su próximo robo será dentro de un mes y cuatro días a un vehículo blindado que transportará cerca de setecientas mil libras esterlinas, pero no se hará porque ese vehículo es en realidad una redada programada por la policía para atraparlos.
El silencio se extendió. Aemond había dejado de retorcerse para procesar con un espanto poco disimulado sus palabras.
Luke por otro lado se permitió un segundo para contar las palpitaciones que podía sentir contra sus dedos aún enguantados. Tener una zona tan vulnerable en sus manos definitivamente le provocaba una sensación de poder inigualable, ya entendía por qué Aemond solía atacar primero ahí.
—Mira —comentó de forma puramente venenosa—, les evité una posible cadena perpetua, puedes pagarme con noventa mil libras. ¡Oh! Es justo lo que te debo, entonces estamos a mano. Dilo.
Luke levantó su rostro y lo estampó contra la tierra cuando no recibió una respuesta. El sujeto debajo suyo emitió un gruñido de rabia pura.
—Dilo, estamos jodidamente a mano.
Aemond no dijo nada, Luke apretó su cuello.
—¡Dilo o te asfixio acá mismo!
—Estamos. . . —masculló Aemond después de unos segundos—, jodidamente a mano.
—Estupendo —Luke asintió, su boca se torció en una sonrisa casi desquiciada—. ¿Ves como hablando se entiende la gente?
Luke no lo soltó. No aún. Él en vez de alejarse se inclinó, liberando su rostro del recio agarre para situar su mano al costado de su cabeza. Aemond no demoró en escupir una cascada de insultos poco ingeniosos que se detuvieron en el instante en que Luke enredó sus dedos en la base de su cabello y tironeó, obligándolo a mantener la cabeza pegada a la tierra.
—Suéltame —siseó—. Suéltame jodidamente ahora, Lucerys, hijo de p–. . .
—No digas mi nombre. No te atrevas a pronunciarlo. —gruñó en su lugar, tirando más fuerte—. Grábate esto en la cabeza, Targaryen, el hecho de que no me defienda no te da el poder para seguir molestándome. Si sigues así, lo único que podrás hacer dentro de poco es enviarme amenazas desde la maldita cárcel.
Luke acortó aún más la distancia, manteniéndolo fijo al suelo por el cuello y la cabeza. Se inclinó hasta estar tan cerca que sus narices casi podían tocarse; notó que Aemond la respiración de Aemond se tornaba algo más lenta y aparatosa, él incluso se removió, no buscando liberarse, sino que un breve y sutil movimiento de cabeza. Luke se preguntó si la distancia lo pondría nervioso; a él mismo no podía importarle menos.
En ese instante todo lo que quería era estampar un puñetazo en esa mejilla pálida.
—Te soltaré —murmuró, ganándose otra vez su atención—. Pero tú te quedarás ahí como un buen perro. Y si intentas cualquier mierda rara, la próxima vez que tenga tu cuello en mis manos voy a matarte.
—No habrá una próxima —Aemond dijo, la ira teñía sus palabras. Hablaba en un susurro, su voz suave era acorde y armoniosa por debajo del rabioso tono—, así que disfruta tu momento de poder.
Luke sonrió, algo maligno y sardónico.
—Lo hago —el agarre contra su cuello se hizo pesado—. ¿Debería dejarte mis dedos marcados para que así no olvides las próximas semanas por qué llevas chaquetas altas?
Aemond volvió a retorcerse, Luke volvió a tirar de su cabello para mantenerlo en su sitio.
—Inténtalo —él dijo, Luke se vio tentado a hacerlo, sin embargo se contuvo—. No tienes la fuerza.
En eso tenía razón, él no era como Aemond Targaryen.
En su lugar deshizo el agarre de su cabello y se enderezó.
—Quieto ahí —repitió.
—Te mataré —lo escuchó decir—. Te haré lloriquear por piedad, y no la tendré.
—Sí, quizás lo hagas —a Luke no podían importarle menos sus palabras. Rozó la arteria con su pulgar, una caricia maliciosa ahí donde estaba su pulso más desbocado, y finalmente abrió su mano para liberar su cuello—, pero no será hoy. No te muevas.
Luke se puso de pie, y para su sorpresa Aemond permaneció tumbado en la tierra. Recogió su casco, que había caído a algunos metros y se sacudió la tierra.
Aemond seguía donde mismo cuando Luke hizo rodar su motocicleta para irse.
Luke estaba al borde del ataque de pánico. Podía sentirlo en su cuerpo como una mano helada apretando su estómago y pulmones, ahogándolo en un mar de incertidumbre y arrepentimientos.
Tuvo que cambiar la dirección cuando estaba por llegar a su casa. Él no pudo subir hasta el departamento cuando ni siquiera era capaz de respirar correctamente, y por ello en vez de detenerse en su piso siguió hasta la azotea. Nadie iba allá, hacía demasiado frío y la vista no era la mejor.
Sus dedos temblaban cuando bajó el cierre de su chaqueta y expuso su piel al aire helado. Un escalofrío lo recorrió como miles de agujas pinchando su piel, no lo suficientemente fuerte ni lo suficientemente profundo.
Él respiró. Respiró y respiró. Se concentró en eso mientras se quitaba el abrigo. Solo respiró; respirar y después pensar, había leído. No actuar estando enojado. No dejarse llevar por emociones predominantes en un momento de extremo estrés porque podía desencadenar alguna situación irreversible.
Amenazó a Aemond Targaryen, lo golpeó e insultó. Perdió una carrera. Le dolía todo por la caída.
Luke estaba jodido. Jodido y cansado.
¿Quién mandaba al cabrón a molestarlo? Nadie. Se lo merecía. Malditamente lo hacía. Pero eso no significaba que no habría repercusiones. Si el loco lo llevaba molestando por noventa mil libras, no quería pensar en qué haría después de ese golpe a su orgullo.
Daba igual, Luke felizmente lo haría de nuevo.
Mentira, no daba igual.
—Joder. . . —murmuró, hundiendo las manos en su propio cabello tras dejarse caer al suelo. El temblor en sus dedos era algo factible y vergonzoso que ignoró. Todo el mundo tenía sus días malos, eventualmente pasaría y podría sopesar correctamente como abordar la situación de Aemond y su fijación insana con ese dinero.
No pudo pensar mucho más porque su teléfono vibró con rabia en su bolsillo, sacándole un brinco. Lo tomó y leyó el número desconocido antes de colgar. Sonó otra vez un par de segundos después y Luke volvió a colgar, esta vez arrugando el ceño porque tenía agendado el número de todos sus conocidos, incluído Daemon.
A la tercera vez respondió.
—¿Quién es?
—Eres un loco de mierda.
Luke volvió a mirar el número antes de deslizar el pulgar por la pantalla y cortar la llamada. Cuatro segundos exactos después su teléfono volvió a vibrar. Luke pensó seriamente en bloquearlo, después contestó.
—Número equivocado —dijo. Su voz se sentía gangosa y pesada.
—No lo es, ¿intentaste matar a mi hermano?
—No, solo le dije que lo haría si me seguía molestando.
Una carcajada resonó al otro lado.
—Voy a colgar, no te di mi número.
—Te estoy dando el mío, agéndame con un nombre bonito.
Luke observó el cielo estrellado, su garganta dolía y le ardían los ojos. Se sentía agotado física y mentalmente. La cabeza seguía dándole vueltas como si acabase de bajar de un juego adrenalínico; pero de alguna forma curiosa la voz de Daeron contra su oído se sintió como un buen canalizador de malos pensamientos. Por al menos un minuto todo lo que tenía que hacer era escucharlo parlotear y dar respuestas breves.
Daeron dijo algo más a lo que él solo pronunció un "sí" distraído.
—Puedes estar tranquilo —él dijo—. Lo obligué a jurar por Daemon que no te haría nada.
—¿Gracias?
—Sí, de nada, puedes venir tranquilo.
Luke frunció el ceño, otra vez. Le saldría una arruga.
—¿A dónde?
Daeron guardó silencio, Luke comenzó a preguntarse de qué tanto había hablado y a qué había accedido.
—¿Mi cumpleaños? Te lo acabo de decir. La celebración es el sábado pero yo cumplo el domingo ¿te dije que cumpliré dieciocho? Tú puedes llegar como a las siete, lleva ropa negra —Luke no alcanzó a decir nada cuando Daeron volvió a hablar—. Es sorprendente que hayas accedido tan rápido, pero no me quejo. No es necesario que lleves un obsequio o algo, puedes regalarme un paseo gratis en esa preciosa moto.
—Espera, no–. . .
—Ya me tengo que ir, a las siete, ya sabes dónde vivo y tienes mi número. No faltes.
Daeron jodidamente colgó y lo dejó con las palabras en la boca. Jesús, ese tipo era un caso ejemplar de trastorno de hiperactividad o algo así; si hiciese algún deporte él en definitiva sería ganador olímpico.
Guardó el número como "Daeron T." y se prometió enviarle un mensaje luego para decirle que no iría luego guardó su teléfono.
Luke atrapó sus rodillas y las pegó a su pecho, guardando un poco de calor corporal. Seguía haciendo demasiado frío, pero la sensación helada le permitía un consuelo momentáneo. Era más fácil concentrarse en su piel congelándose lentamente y observar la nube de vapor que escapaba de sus labios después de cada exhalación. Lo hizo así, contó sus latidos; resonaban con furia contra sus oídos.
Uno, tiempo, dos, tiempo, tres, tiempo.
—Te vas a resfriar ahí —alguien dijo. Su corazón se saltó dos latidos.
Cuatro, cinco, seis.
—Dieciocho años y te sigues escondiendo en el mismo lugar.
Siete ocho nueve.
—¿Sabes cuánto estuve bajo tu cama en la casa esperando para sorprenderte?
diezoncedocetrece.
—Jace —balbuceó, y sus ojos de pronto estaban demasiado calientes.
que alguien le dé un abrazo a Luke, lloro.
No tengo mucho que comentar, espero que les haya gustado el capítulo, tenía el enfrentamiento de Luke y Aemond escrito desde hace semanas JAJAJA ya hacía falta. Tengo que admitir que la tensión sexual de los enemies to lovers es de mis cosas preferidas sísí.
Lo de Pin Pon fue una improvisación porque estaba viendo la película JAJAJA.
Si quieren un adelanto puedo decirles que los próximos capítulos sí se vienen más entretenidos. 👀✨
El capítulo no está editado, me disculpo si hay algún error.
¿Por qué creen que Larys mató a Harwin?
Sin más que decir les deseo una bonita noche/día.<3
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