Capítulo nueve: "Errores."


TW: Contenido sexual explícito, descripción de escenas violentas.

Creo que esto de los capítulos largos ya podría ser costumbre.

*Información actualizada: El capítulo fue censurado en sus partes más explicitas para no meterme en problemas con wattpad. Su versión sin censura la podrán encontrar en AO3.

Un besito, en especial a todxs lxs que cayeron el 28, me seguiré riendo en el infierno JAJAJA.

»Please understand that I'm trying my hardest
My head's a mess but I'm trying regardless
Anxiety is one hell of a problem
She's latching onto me, I can't resolve it.«
Consume. Chase Atlantic.

Si Daemon hubiese sabido que tomarían represalias contra la cafetería de Rhaenyra, él habría dejado que lo golpeasen sin emitir queja. Él, de hecho, habría preferido ser golpeado si eso le evitaba presenciar el agónico silencio con el que su jefa y vecina observaba aquel lugar.

Todo había ocurrido durante la noche, mientras Jace estaba afuera y ellos tomaban té con Joffrey. Fue un poco más caótico que eso.

Jace anunció su llegada gritando, golpeó la puerta un par de veces y cuando finalmente entró, lo hizo derrumbándose sobre los brazos de Rhaenyra. Él tuvo que correr a sostenerlo también. Su nariz sangraba y jadeaba como si hubiese corrido kilómetros y kilómetros sin detenerse a respirar.

—¡Jace!

Cuando lograron calmarlo, Jace se mantuvo pálido en una silla. Rhaenyra detuvo el sangrado con un poquito de algodón y agua oxigenada y el ardor debió despertarlo del trance porque bebió sorbos pequeños mientras levantaba a uno de los gatos para situarlo en su regazo cuando este se acercó a observar la situación. El naranja, notó Daemon, el que aparentemente le pertenecía.

—Fue Gyles —murmuró, masajeando el puente de su golpeada nariz—. Me acorralaron en un callejón cuando estaba volviendo. Dijo algo sobre cobrarse  lo de su nariz.

Daemon hizo una pequeña mueca a sus espaldas y llevó una mano a su nuca cuando los ojos castaños de Jace lo miraron.

—¿Le rompiste la nariz?

—Podría ser.

Jace frunció el ceño y abrió la boca, dispuesto a cuestionar su actuar. Joffrey habló antes de que Jace pudiese decir nada.

—Él lo hizo por mamá —Rhaenyra asintió mientras guardaba las cosas en su botiquín—. Gyles la insultó.

—Debió haber sido un insulto bastante feo —observó Jace, Daemon no se perdió el deje afilado.

—Lo fue —ella dijo en su lugar—. Gyles se merecía lo que pasó, Daemon nos hizo un favor al partirle la cara.

Daemon esperaba que Rhaenyra no se arrepintiese de esas palabras, especialmente al día siguiente. Ella había cerrado por navidad y año nuevo, queriendo disfrutar al máximo los días que tenían sus tres hijos para estar juntos.

Él no podía evitar una presión en su pecho. Algo inevitable y agudo que se mantenía profundamente clavado en su corazón desde que salió de la cárcel. Aún intentaba adecuarse a todo; a su propio libre albedrío que traía consigo demasiads responsabilidades que intentaba no olvidar y acostumbrarse. Como pagar las cuentas o no tomar todo como una provocación, cocinar, comprar comida, comparar precios.

¿Cuánto podían subir los precios en cinco años?

Trabajar en la cafetería lo ayudaba, convivir con Rhaenyra, Joffrey y Luke también. Estaba obligado a mostrar un trato cortés ante los clientes y para hacerlo solía imitar algunas frases de Luke y de Rhaenyra. Como un reto hacia él mismo, se dispuso a recrear algunas de esas actitudes fuera del trabajo, mientras iba al supermercado o salía a caminar. Fue un éxito, una anciana amable incluso le regaló un caramelo.

Su lista había crecido, tuvo que empezar a agregar más cosas básicas y algunos recordatorios y entonces llamar a Alicent y adoptar a un perro se pospusieron varios peldaños.

Regalos para navidad (preguntar a Luke).
Reparaciones en el departamento.
Daeron.

Daemon no sabía como agregar su nombre a la lista, y al hacerlo su mano definitivamente había temblado un poco. Dieciocho años, y él se había perdido cinco de ellos. Posiblemente Aemond le enseñó todo sobre la mecánica y Aegon a manipular las ganzuas. Helaena debió aconsejarle cuando tuvo su primer enamoramiento y casi podía verla enseñándole defensa personal.

Dejó a un niño de trece en medio del llanto y se encontró con un joven adulto. Dio su vida por su familia, lo que ellos hicieron con ese regalo Daemon ya no podía repararlo, no podía lamentarlo y sentir eternamente lástima por si mismo. La vida eran elecciones, eran subes y bajas, momentos buenos y momentos malos.

Daemon miraba su departamento, su trabajo, a sus nuevos amigos, y con una inusual alegría supo que podía exhalar el aire que tenía comprimido en su pecho y respirar.

Y aunque la noticia le llegó al día siguiente muy temprano y él pudo seguir respirando, no sirvió de nada para aplacar la opresión dolorosa que inundó su sistema cuando estuvo delante de la cafetería con Rhaenyra a su lado. Jace y Joffrey seguían durmiendo, ella no quiso, no fue capaz, de levantarlos para darles la noticia.

Daemon no tenía por donde comenzar a describir el desastre. Desde los vidrios rotos hasta los grotescos rayones a lo largo de toda la blanca pintura. "Velaryon's", el cartel con el nombre de la cafetería, estaba tachado y en su lugar habían escrito "bastardos"

Ese ni siquiera era el peor insulto que Daemon pudo leer mientras observaba el bonito establecimiento reducido a ese. . . desastre.

Rhaenyra no hablaba. No se movía. Daemon la observó por algunos segundos para asegurarse de que estuviese respirando. La expresión en su rostro era de agonía pura. Había un dolor en su estado más crudo brillando en sus ojos en vez de las lágrimas que Daemon esperaba.

—Déjame entrar primero —murmuró, ganándose su atención. Rhaenyra pareció dudarlo, ella apenas y formó un ligero asentimiento y entonces Daemon ingresó.

La campanilla no sonó y la puerta barrió vidrio molido al abrirla. Sus zapatos crujieron cuando pasaron por arriba, el silencio lo envolvió. Cuando Daemon llegaba, los Beatles le daban la bienvenida, o Queen, y si Luke estaba trabajando a veces ponía Artic Monkeys. Era casi sobrecogedor escuchar su propia respiración en un sitio que siempre estaba repleto de ruidos y risas.

Donde mirase había destrucción. La loza blanca era nieve en el suelo, todos los platos y tazas, algunos recipientes, vasos. Los cubiertos estaban doblados a propósito y otros desperdigados por toda la superficie.

Y la cafetera. La cafetera. . .

Daemon apartó la mirada del cúmulo de cables y metal que justo ayer estaba siendo alegremente usada por Jace para aprender a calentar leche.

La cocina estaba igual, el refrigerador volteado, los implementos, si no estaban destruídos, yacían desparramados por el suelo. Los cuchillos de cocina que Laenor solía usar estaban todos clavados en una puerta. Uno en particular servía como sujetador para una foto. Daemon se acercó, podía sentir su corazón acelerandose en su pecho cuando pudo apreciar la misma imagen que Rhaenyra tenía cariñosamente pegada en su pared, la de ella junto a su difunto marido y sus tres niños.

El cuchillo estaba directamente clavado en la frente de Harwin. Se leía: "los muertos recuerdan y los vivos también".

Daemon arrancó la imagen y la guardó en uno de sus bolsillos con rapidez al escuchar los vidrios crujiendo bajo nuevas pisadas. Observó todo a su alrededor, buscando más fotos u otra cosa similar, pero nadie entró ahí. Daemon salió de la cocina, primero observó todo recayendo en que no había nadie. Frunció el ceño, pero no alcanzó a dar medio paso cuando un pequeño sonidito a su costado le hizo voltear.

Rhaenyra estaba sentada, encogida, en el espacio detrás del mostrador. Lucía pequeña. Frágil. Sola y rota.

Una mano abrazaba sus rodillas como si intentase detener el frío que envolvía el lugar ahora que las ventanas estaban rotas. Sostenía una imagen, y cuando Daemon se acercó pudo notar que era idéntica a la que él había arrancado, salvo que el rostro de su difunto esposo estaba completamente rayado.

Avanzó de a poco, asegurándose de ser escuchado antes de encontrar un lugar a su lado. El lugar era lo suficientemente pequeño como para hacer que sus hombros y rodillas se rozaran. Ella no se movió, ni siquiera cuando Daemon deslizó con cuidado la fotografía de entre sus dedos, impidiendo que Rhaenyra siguiese viéndola.

—Lo siento —musitó, escuchando como ella inhalaba.

—Lo sé —sonaba rota—. No es tu culpa, Daemon.

Daemon podría repetirse eso cien veces, y las cien veces sabría que estaba mintiendo.

—Se puede reparar —sugirió en un tono bajo—. Laenor nos ayudará. . . Y los niños. . .

—Mis niños. . . —Rhaenyra cubrió sus ojos con las dos manos, sus hombros se estremecieron—. Esto es todo lo que nos quedaba. . . Todo lo que tenía de él. . . ¿Cómo les diré? No puedo. . . Luke ya se esfuerza demasiado, y Jace. . . Él ni siquiera ha logrado superarlo. . .

Daemon tragó, se sintió como un puño de hierro ardiente en su garganta. Conocía bien esa sensación.

Presionó los labios, sus dedos se flexionaron de forma nerviosa antes de deslizar uno de sus brazos por encima de sus hombros. El cuerpo de Rhaenyra se presionó contra el suyo, ella exhaló un aire tembloroso y no se apartó. Daemon terminó rodeándola con sus dos brazos, acortando la poca distancia hasta que solo eran ellos dos compartiendo el miserable y estrecho espacio sin nada separándolos.

Un único y bajo sollozo rompió el silencio, y Daemon se descubrió presionándola un poco más contra si mismo, como si de esa manera pudiese absorber o diluir su tristeza.

—Es demasiado. . . —murmuró, su voz se ahogaba contra la tela de su abrigo, salía baja y agravada—. Es demasiado y nunca lo logro. . . ¿Por qué tengo que exponer a mis hijos a esto?

Su corazón comprimido lloró. Recordó a su hermano, al tiempo antes de volverse lo suficientemente buenos como para aprender a robar, su estómago jamás estuvo vacío porque Viserys se aseguró de mantenerlo sano a costa de su propia salud. Aunque eso no fuese lo que lo enfermara.

—Solo estoy cansada. . . —dijo.

—Lamento arrastrarte a esto —dijo.

—Cinco minutos más y estaré bien. . . —dijo.

Rhaenyra se limpió los ojos con un movimiento rápido que Daemon no alcanzó a percibir. Tampoco se dio cuenta de en qué momento ella lo había abrazado de vuelta.

—Déjame ayudarte —ella no se movió—. Arreglaremos este lugar antes de que se acaben las vacaciones, no te preocupes por el dinero.

La escuchó respirar, de a poco se enderezó, pero no se alejó. Los dos permanecieron con sus hombros juntos. La cabeza de Rhaenyra seguía ligeramente apoyada en su hombro, ella observaba sus manos, que estaban enlazadas sobre sus rodillas. Aún habían algunos moretones en sus nudillos, Rhaenyra extendió su propia mano y dejó un roce quedo en la zona.

—No sabes lo mucho que lo agradezco, pero no puedo aceptar algo así.

Daemon pensó en ella, mirándolo a él y después a su currículum. Pensó en sus primeros días quemando el café y recibiendo quejas que Rhaenyra disuadió argumentando que era nuevo. Pensó en Luke, en que lo primero que hizo después de conocerlo fue intentar defenderlo de un sujeto al que temía. Pensó en los ojos brillantes de Joffrey cuando forzó la cerradura, y en que la cena que comió junto a ellos ese día definitivamente había sido una de las cosas más exquisitas que probó. Pensó en que Luke lo había llevado casi al otro lado de la ciudad solo porque le dijo que sus sobrinos estaban presos, y se quedó con él incluso después de descubrir que eran los mismos que llevaban molestándolo por semanas. Recordó a Joffrey preguntándole qué quería de regalo, porque pasaría navidad con ellos.

¿Era eso posible? ¿Que realmente ellos lo hubiesen invitado cuando no tenía nada más que su sola presencia para ofrecer? ¿Por qué harían algo así?

Daemon se habia descubierto un día releyendo su lista, asegurándose de que no lo había soñado, de que la invitación estaba allí y era algo factible.

Comprar regalos (preguntar a Luke).

—Estaría feliz —musitó, extendiendo de a poco sus dedos—. Soy un ex convicto, nadie daría una libra por mi, si tú no me hubieses dado el empleo quizás ahora estaría otra vez en la cárcel. Eres lo más cercano que tengo a una amiga, tú y tu familia no han hecho más que ser amable conmigo una y otra vez sin esperar algo a cambio, te debo más de lo que podrías imaginar. Estaría feliz —repitió—, de ayudarte.

Rhaenyra sollozó, Daemon no hizo el ademán por impedir o detener su llanto. Consideró prudente dejarla desahogarse, por lo que solo se mantuvo a su lado en silencio.

Pensó en lo fácil que sería llamar a un par de amigos y encargarse del problema, sin ruidos ni policías. Simplemente llegar y cortarle las manos a todos los que se atrevieron a romper siquiera una taza de esa cafetería. Pero eso no solucionaría nada además de su propia sed de venganza. Si el karma existía, entonces Gyles y Perkin y todos esos bastardos recibirían lo que se merecían.

—Tengo ahorros —ya habían pasado unos minutos  cuando volvió a hablar, Rhaenyra se mantenía a su lado en un silencio casi contemplativo—. Lo suficiente como para cubrir la mayor parte de los gastos. Quizás todos.

—No te puedo pedir eso —Rhaenyra dijo, volteándose para poder encontrarse con su mirada. El borde de sus ojos estaba rojizo por el reciente llanto.

—Puedes considerarlo mi regalo de navidad —una risa triste escapó de sus labios—. No planeo gastar ese dinero, no lo conseguí de una manera limpia y estoy intentando dejar eso de lado. Tendrá un mejor uso contigo.

El rostro de Rhaenyra era una mezcla entre el infinito agradecimiento y una incredulidad forjada por años de desconfianza.

Permanecieron cerca de treinta de minutos más en ese escondite, simplemente abrazados y respirando, y Daemon intentando calmar su corazón adolorido.

También estuvo junto a ella recogiendo los trozos más grandes de vidrio y empapelando las ventanas para cubrir los vacíos que habían quedado cuando Jace con Joffrey aparecieron. Joffrey lloró, un llanto largo y tendido que fue difícil de consolar incluso para Rhaenyra.

Jace se mantuvo en un silencio pálido, pero Daemon pudo divisar sus ojos vidriosos cuando observó el suelo repleto de platos y tazas rotas. Jace limpió sus lágrimas antes de que cayeran y se quedó junto a su madre y Joffrey hasta que Luke llegó.

Luke no dijo nada. No lloró ni habló. Él solo tomó una escoba y comenzó a barrer junto a Joffrey. Daemon pensó en cuánto debía estarle rompiendo por dentro ver su lugar de trabajo reducido a escombros.

Su voz no tembló cuando sugirió que sería buena idea aceptar el ofrecimiento de Daemon.

—Sin ese dinero no lograremos arreglar todo para el próximo año —él dijo. Jace asintió a su costado—. Y cuando. . . Cuando juntemos lo suficiente. . . Se lo devolveremos, te lo devolveremos —se corrigió—. Si a mí me pagas menos le puedes dar un aumento a Daemon. De todas formas tengo otros trabajos.

Daemon no estuvo muy contento con ese intercambio, principalmente porque no le gustaba mucho la idea de quitarle dinero a Luke. Pero fue él quien le lanzó una mirada rápida cuando hizo el ademán por negarse. Rhaenyra guardó silencio, pensándolo.

—Mamá, necesitamos esta ayuda —Jace intervino—. Es lo de Daemon o el dinero de mi beca.

La mirada de Rhaenyra fue tan mortal como la de Luke hace algunos segundos.

—Si se te ocurre mencionar eso de nuevo, te mandaré a Bristol a patadas.

Jace levantó las manos en señal de paz, Luke negó emitiendo un suspiro bajito, algo cansado y malhumorado. Tenía ojeras, la fiesta donde Daeron debió haber sido movida porque hasta tenía una una mejilla raspada.

Rhaenyra no se negó a la idea, y después de casi cuatro horas discutiendo los pros y contras, Rhaenyra accedió. Algo pequeño pareció iluminar su mirada cuando lo miró, la sonrisa que extendía su boca definitivamente disolvió cualquier posible duda sobre sus elecciones.

Los cinco comieron en la cafetería, y Laenor se les unió durante la tarde junto a su esposo, ayudándolos a limpiar la mayor parte de ese desastre. A la noche los cinco cayeron rendidos, Daemon en su departamento después de haber recibido un abrazo apretado por parte se Rhaenyra y una cantidad de agradecimientos inconmensurables.

Daemon pasó la navidad con los Velaryon.

Recibió dibujos de Joffrey, un bonito encendedor recargable de esos antigüos, metálico y con dos dragones como relieve por parte de Luke, el niño era algo ambientalista y casi le dio un infarto cuando lo descubrió usando encendedores desechables, y Jace con Rhaenyra le regalaron juntos un vino caro que Daemon abrió para compartir pese a las negativas de ambos alegando que era un regalo que debería disfrutar solo.

Le dio a Luke una camiseta de la banda que le gustaba, él en realidad estuvo bastantes días buscando alguna que no pareciese tan sencilla y considerando el brillo en sus ojos cuando le agradeció, debió haberle gustado. A Joffrey le regaló boletos para ir al cine, llevaba parloteando sobre una nueva película de sujetos azules que quería ir a ver por lo que lo consideró algo apropiado, especialmente porque la verían en 3D. No conocía lo suficientemente bien a Jace, así que siguió el concejo de Rhaenyra y le compró una taza personalizada con un estampado de su gato.

Rhaenyra ya sabía cual era su regalo, y por eso cuando le regaló un sobre sellado ella solo le regaló una mirada brillante. No lo abrió pese a las quejas de Joffrey.

Daemon compartió el vino con los tres Velaryon, sin incluir a Joffrey a quien solo se le permitió probar un sorbo, y después de la segunda copa los cinco se encontraron intercambiando historias graciosas. 

Solo por esa noche se permitieron olvidar momentáneamente el dolor de su cafetería, de sus pérdidas y falencias y se dejaron llevar por el relajado mareo que confería el buen vino y la alegre calidez de compartir en familia.

Daemon se había tomado unos segundos, solo unos poquitos instantes, para apreciar a los cuatro integrantes de esa casa riéndose sobre una anécdota de Luke. Luke gesticulaba de forma exagerada, expandiendo los brazos y haciendo muecas. Incluso Daemon se descubrió emitiendo una risa entre dientes, apenas un rumor que pasó desapercibido. Fue como una infusión tibia que calentó su garganta y envolvió su corazón helado.

Y si alguien alguna vez le preguntaba, Daemon podría jurar que si cerraba los ojos habría podido sentir la sombra de su hermano a sus espaldas. Las risas se mezclaron con otras más, y el recuerdo de sus tres bestias correteando por la casa con sus regalos nuevos fue algo que no le provocó dolor, sino una nostalgia amorosa. Helaena prefería quedarse a su lado, a ella le gustaba peinarlo.

Daemon no cerró los ojos, no alcanzó porque pronto la voz de Luke lo estaba sacando de sus cavilaciones. Al otro lado de la habitación él lo miraba, al igual que Rhaenyra y Jace y Joffrey, expectantes. Daemon esbozó una sonrisita.

—¿Les conté sobre la vez que le teñí de verde el pelo a mi hermano? —los tres negaron, intrigados de pies a cabeza—. Bueno, cuando tenía quince años, él. . .

Daemon no había disfrutado una navidad así desde hacía más de seis años.

Luke pasó la fiesta de año nuevo con Daeron, y a juzgar por las ojeras que traía el día siguiente, Daemon podía asegurar que lo pasó bien. Jace tuvo que irse un día después ya que debía organizar todo su nuevo año universitario. Algo sobre reubicar a los próximos transferidos y cosas que Daemon realmente no entendía.

Él vio los fuegos artificiales con Joffrey y Rhaenyra, y se fueron todos a dormir temprano porque estaban en pleno proceso de reparación y aún tenían demasiadas cosas que comprar y arreglar.

Y cuando Daemon observó la nueva cafetera instalada, definitivamente sintió su corazón un poco menos adolorido.

Daemon barría y pensaba a solas, tranquilo y relajado. Luke entró en la cafetería y lucía de todo menos tranquilo y relajado. Una parte de su cuerpo estaba humedecida por la lluvia constante que azotaba las calles. Él sacudió su cabello y pasó con demasiada rapidez a su costado. Jadeaba, como si hubiese corrido una maratón.

—Si alguien pregunta salí por la puerta trasera.

Estaba seguro de que no tenían, pero Luke ya se había metido en la cocina. Observó por donde había pasado y centró su atención en quien fuese que pudiese llegar a entrar que provocase una reacción así en el niño.

No pudo esconder su sorpresa cuando un minuto exacto después, Criston Cole hizo sonar la campanilla. Él también tenía el cabello mojado y también jadeaba. Algo helado y tenso recorrió su columna, y no pudo evitar sentir una incalculable satisfacción cuando el idiota cayó en la cuenta de su presencia. Se paralizó en su sitio.

—Daemon —él dijo, sonaba ligeramente agudo.

—Cole —saludó de vuelta, barriendo los últimos trozos de vidrio escondidos bajo su nuevo escaparate—. Estás algo lejos de tu casa, ¿se te perdió algo?

Cole se meció de forma a leguas tensa. Daemon apenas alcanzó a conocerlo como un ligue de Aemond, y no le cayó bien. Demasiado arrogante y orgulloso, apostaría su propia vida a que Aemond solo se interesó en él por su físico. Helaena le contó que ahora trabajaba con ellos.

Se burlaría el resto de su vida sabiendo que Luke había sido capaz de robarle. Y de Aemond, por sus pésimas elecciones.

—Un niño —Daemon sopesó la idea de partir la escoba en su cabeza—. De dieciocho o diecinueve, castaño, lo vi esconderse acá.

—No me suena, no hay nadie aquí así.

—Él entró acá.

—No hay nadie además de mí —repitió, suavizando significativamente su tono. Cole tragó—. Por si no viste el letrero, está cerrado.

—Yo lo–

—Me enteré de que alguien te robó —dijo en su lugar, apoyándose en el mostrador. El rostro de Cole se tornó pálido, enfermizo—. No bajes la guardia, Cole, eres amigo de mis sobrinos, no mío.

—¿Y el niño que estás escondiendo lo es?

—¿Quieres pasar y averiguarlo? —Daemon se movió, dejando la entrada a la cocina completamente despejada.

Cole no lo hizo. Lo observó inhalar y darse la vuelta con extrema lentitud hasta la salida, los ojos liláceos de Daemon clavada en su espalda. Él miró un poco más allá, al auto negro polarizado con los faros encendidos. ¿Por qué no?

—Dile que lo espero en el callejón que está al lado o yo mismo iré a buscarlo a su casa.

Criston Cole desapareció a través de la puerta dejando que un rumor de lluvia y viento ingresara en la cafetería antes de volver a cerrar. Cuando volteó, los ojos castaños de Luke husmeaban a través de una pequeña ventanilla que conectaba la cocina con el resto de la cafetería.

—Hombre. . . —él dijo—. A veces olvido que eres algo bastante tenebroso.

Daemon pensó que le asustaban demasiadas cosas como para ser considerado tenebroso.

—¿Por  qué te seguía?

Luke se alzó de hombros.

—La lista puede ser algo amplia, aprendí a escapar primero y preguntar después.

Daemon negó, rindiéndose ante sus ocurrencias. Palmeó sus bolsillos asegurándose de que le quedaba una cajetilla, después se dirigió hacia la puerta.

—Voy a fumar —anunció—. Relévame diez minutos.

—Se te caerán los dientes y tendrás los pulmones negros a los cincuenta —Luke le dijo cuando salió de la cocina. Aún intentaba secar su cabello, estaba el triple de desordenado gracias a eso—. No falta mucho para eso.

Daemon observó la sonrisita que le regaló y le lanzó algunos granos de café como respuesta. Luke emitió una risita entre dientes.

—A los niños de ahora no les enseñan a respetar —suspiró, asegurándose de haber sido escuchado.

Luke ya estaba barriendo cuando Daemon se perdió a través de la calle. La lluvia mojó sus hombros y apelmasó su cabello, por suerte estaba corto y no necesitaba preocuparse por tener que peinarse luego.

El chico delante suyo sí tenía ese problema, y justamente por eso parecía haber escogido un sitio cubierto de la humedad. Jamás había sido un secreto que Aemond era quisquilloso cuando se trataba de su cuidado personal.

Daemon se permitió unos segundos para verlo. Absorbió la imagen del joven alto y de ojos impares que estaba delante suyo. Él ya lo había visto una vez, cuando fue a pagar su multa, pero se sentía tan enojado que definitivamente no había analizado correctamente lo mucho que él había crecido. Y lo perturbadoramente parecidos que eran. Desde la estatura, aunque Daemon seguía siendo un poco más alto, hasta su manera de vestir.

—Te cortaste el pelo —él le dijo.

—Tú te lo sigues alisando.

Aemond frunció el ceño, sutil y breve.

—No lo hago.

Llevó un cilindro de tabaco hasta su boca y lo encendió con su nuevo súper encendedor ecológico.

—¿Fumas?

Daeron le había dicho algo parecido.

—Quizás esto me mate antes que ustedes.

Daemon se apoyó en el muro paralelo, observando el rostro ceñudo de su sobrino. Agradeció que tuviese dos dedos de frente y no hubiese llevado a Cole con él, terminaría golpeando a ambos. Aemond estaba sepulcralmente callado.

—¿Por qué es celeste? —curoseó, tocando su propio ojo izquierdo para darse a entender. Aemond demoró algunos segundos en responder—. Podría haber sido lila.

—Es un recordatorio —él murmuró, tocando la placa falsa.

—Estar ciego de un lado es un recordatorio suficiente, creo —exhaló el humo, Aemond no respondió.

Los segundos en silencio se extendieron. Daemon inundaba sus pulmones con el humo amargo y la nube que emitía era amplia y turbia, distinta al vapor sutil que escapaba de su acompañante por el frío.

—¿Por qué tu perro lo estaba buscando? —volvió a preguntar. Si a Aemond no le gustó como se dirigió hacia su amigo-ex casi novio, no lo dejó ver.

—¿A quién?

—No eres idiota, no actúes como uno.

Aemond ojeó por sobre su hombro antes de alzarlos con aparente desinterés. Daemon notó que extendía y cerraba sus dedos antes de esconderlos en sus bolsillos.

—Intentó golpearlo en el cumpleaños de Daeron —contó, Daemon mordió la colilla con sus paletas—. Le dije que se disculpara, pero cuando se acercó a Lucerys él salió corriendo.

"Aprendí a escapar primero y preguntar después" recordó. Y se encontró preguntándose cuántas veces habrían perseguido a Luke para desarrollar esa acción instintiva. Y cuántas veces él no fue capaz de correr lo suficientemente rápido.

—¿Es como tu saco de boxeo personal? —curoseó, notando como Aemond se paralizaba—. ¿Solo tú puedes golpearlo y nadie más?

Daemon se enderezó, solo un poco, lo suficiente como para aumentar aún más la tensión en su sobrino.

—Explícame —inició—, por qué lo primero que escucho sobre ti de otra persona es que lo llevas atormentando por meses.

—¡Nos robó!

Daemon perdió la paciencia, presionó la brasa contra el muro húmedo, escuchando el siseo al apagarse y guardandola en su bolsillo no demoró en acercarse a grandes zancadas. Aemond le mantuvo la mirada incluso cuando agarró las solapas de su gabardina.

—¡Estás desquitando tus frustraciones con un inocente! —gruñó—. Te aprovechas de alguien más pequeño, débil y vulnerable que tú ¿por qué? ¿Un poco de dinero? Yo mismo me aseguré de dejarles el dinero suficiente para vivir sin trabajar el resto de su maldita vida, ¿necesitas más? Róbalo, trabaja, me importa una mierda, pero a ti no te falta nada que ese niño pueda tener. Yo no te crié para ser un abusador. Mucho menos un hipócrita.

Las facciones de Aemond se contrajeron en una mezcla de dolor y vergüenza. Dolor, dolor, dolor. Sabía que le iba a doler, que ese era un tema sensible. Todo su cuerpo pareció estremecerse entre sus manos.

—Él te lo iba a devolver —Aemond parpadeó—. Luke, el ladrón, te lo iba a devolver. Les robó porque estaba desesperado, ¿puedes entender eso? ¿Que se había quedado sin opciones?

—¿Por qué te esfuerzas tanto en defenderlo?  —alegó, su mandíbula estaba apretada. No lo miraba a los ojos, sino que observaba algún lugar al final del callejón—. ¿No somos nosotros tu familia al final? ¿Por qué no volviste a casa?

Daemon sintió su corazón rompiéndose un poco más ante el tono bajo de su sobrino. ¿Quién era sino el niño pequeño que se dejó largo el cabello largo para parecerse a él? Y Daemon deliberadamente se lo había cortado como primera acción en sus primeros meses en la cárcel, cegado por el dolor. ¿No era el mismo mocoso que solía seguirlo como una sombra por cada rincón de su taller? ¿Al que le enseñó a conducir casi cualquier tipo de automóvil?

De pronto sus manos ya no se sentían bien apretando la tela, presionándolo contra la pared, intentando lastimarlo.

—Porque no soy capaz de mirarte y no odiarte —murmuró, ignorando lo brillante que se había puesto el único ojo lila que poseía—. Porque me abandonaron. Porque les di todo, y lo único que necesité a cambio me lo negaron. Porque esa ya no es mi casa, y hasta que logre perdonarlos, ustedes no son mi familia.

Daemon pensó en algún momento de su encierro y posterior liberación, que decirlo en voz alta se sentiría bien. Como un peso menos. Una liberación. Mentira. Seguía sintiéndose igual de infeliz y acongojado sabiendo que Aemond tenía esa expresión de constante agonía.

—Yo. . . —Aemond farfulló, atragantándose con sus propias palabras—. Lo siento.

Daemon inhaló, el aire frío heló sus pulmones y le permitió tragar ese ardor en su garganta.

—Seguro lo haces —obligó a sus manos a mermar la presión, soltándolo. Retrocedió un par de pasos y sacó un nuevo cigarrillo—. No te acerques a Luke si lo que buscas es lastimarlo, nadie quiere a los matones —su índice marcó un camino justo hacia él, hacia su pecho—. En mí opinión, él se merece una disculpa.

—No voy a–

—Es mejor ladrón que Cole —agregó, interrumpiéndolo—. Y más listo. Sería prudente estar en buenos términos con él o algún día se va a aburrir de soportarte y los reportará a la  policía. Piénsalo, a ti te caerán más años que a mí, después de todo el "ladrón tuerto" eres tú.

Daemon no esperó a oír la respuesta de Aemond, le dio la espalda y avanzó. Hacía un frío de mierda y aún no terminaba de reorganizar todas las tazas que Rhaenyra había comprado.

Decir que Aemond durmió como la mierda se quedaba corto. Pero esa noche en particular había sucedido algo curioso.

Aemond podía sentir el calor vertiéndose en su vientre. Algo electrizante, caliente y frío que aceleraba su respiración bajo un peso no sofocante sobre su pelvis. Una persona, un hombre, que se mecía suavemente encima de su entrepierna abultada. Tentándolo. Despertándolo.

Estaba seguro de que no había invitado a nadie a su cama esa noche, pero en ese instante él definitivamente no pensaba echarlo. En su lugar rodeó la cintura con sus manos, sintiendo la piel tibia, húmeda, suave y tensa contra sus dedos. Estaba desnudo, descubrió para su deleite, y cuando delineó la figura no demoró en apretar el par de piernas que abrazaban sus caderas, sus dedos presionaron solo lo suficiente. Si el chico era pálido, sus dedos quedarían marcados.

Bien.

Parpadeó, intentando descubrir el rostro de su acompañante con su único ojo bueno. Todo lo que alcanzó a percibir fue una silueta borroneada y oscurecida, la luz mezquina y sutil que brindaban las estrellas en su pared no le alcanzaba para dejarlo ver más allá, y en ese instante le pareció bien. Podía adivinar su contextura basándose en su tacto.

Vientre tenso, atlético, piernas firmes. Si Aemond tenía un tipo, definitivamente era ese.

Aemond se enderezó y tironeó del chico hasta su regazo. Piel húmeda contra piel húmeda, cuerpo contra cuerpo. El frío del invierno era apenas un suspiro contra el febril calor que inundaba su habitación. Debía ser cercano a él porque en otra situación aquello le habría parecido casi insoportable.

Un par de manos se enredaron en su cabello, y toda su piel se erizó. Jesús, se sentía bien. Escondió la cabeza en su cuello, inhalando un aroma tibio y sutil a café y shampoo. Besó y mordió, asegurándose de dejarse impregnado en esa piel blanda, y el chico tiró de su pelo, suspiró, se ladeó para dejarlo seguir .

—No muerdas —lo escuchó, ahogado y jadeante por el constante movimiento.

—Pídelo bien.

—Por favor. . . Aemond.

Jesús maldito.

—¿Cómo se siente? —él susurró, Aemond estaba demasiado distraído para reconocer esa voz.

—¿Mn?

—Follarte a tu demonio personal.

¿Qué. . .?

Su espalda chocó contra la cama cuando fue empujado, demasiado rápido y demasiado sorpresivo. Una mano se apoyó en su pecho desnudo, justo sobre su corazón acelerado y lo mantuvo ahí. Aemond no se movió, no podía, no quería, todo lo que hizo fue parpadear intentando enfocar su mirada y hacer el ademán por rodear sus caderas.

Hizo hacia atrás su cabeza y atrapó su muñeca para tirarlo aún encima suyo, el chico gimió por el repentino movimiento, Aemond agarró un puñado de cabello y lo acercó hasta su rostro, buscando su boca a tientas.

Los rayos matutinos inundaron su habitación, apenas una luz sutil y ligera que dio directamente contra el perfil de su acompañante. Unos ojos cafés brillaron bajo su escrutinio, brillantes y altaneros, el cabello entre sus dedos adquirió tonalidad, se volvió de un castaño chocolate que heló hasta el más caliente de sus pensamientos.

Una sonrisa fría curvó esa boca obscena.

—¿Qué pasa, Aemond? —susurró Lucerys, demasiado cerca de su cara—. ¿No te gusta esta posición?

Aemond dejó de respirar cuando Lucerys acortó la escasa distancia, lanzandose directamente a besarlo. Antes de que sus labios pudiesen tocarse, Lucerys se volvió una bruma oscura sobre su cuerpo. Hundiéndose en él como si se tratase de un fantasma poseyendolo.

Su corazón se detuvo, se paralizó. Entonces despertó.

Se incorporó sobre la cama inhalando una bocanada amplia de aire. El sudor humedecía su frente y se deslizaba por su cuello como gotitas saladas. Aemond podía escuchar su propio corazón, era algo peligrosamente cercano a un zumbido contra sus oídos. Llevó una mano hasta ahí y observó a su alrededor aún jadeante. El cielo estaba claro y rosado, y su teléfono marcaba las nueve con siete minutos.

Se dejó caer sobre la cama y llevó dos manos hasta su rostro, frotando su cara.

Ignoró de forma deliberada el bulto dolorosamente presente en sus pantalones. Él no iba a tocarse. No cuando todo pensamiento racional lo llevaba otra vez hacia esos malditos ojos castaños y boca rojiza después de haber chupado la–. . .

El hijo de puta lo atormentaba hasta en sus sueños, no le bastaba con ya ser un constante incordio desde que a Daeron se le ocurrió adoptarlo como amigo y Daemon como ¿cómo qué? ¿Hijastro?

Que se fueran todos a la mierda.

Especialmente Aegon, él le había metido en la cabeza que le faltaba sexo y ahora había soñado con el único bastardo al que jamás se le ocurriría follar.

Puto Aegon.

Volvió a sentarse y lanzó una mirada corta hacia la enorme jaula al otro lado de la habitación. Vaghar lo miraba.

—¿Qué? —alegó—. Todo el mundo tiene pesadillas, no me jodas.

El animal le sacó la lengua. Lagartija irrespetuosa.

Entró en la ducha obligándose a mantener la mente en blanco. El agua caliente golpeó su cuerpo, masajeó sus músculos tensos y le permitió cerrar los ojos y relajarse. Cuando volvió a abrirlos fue por el hormigueo conocido en su zona baja. No tuvo que mirar para saber con lo que se encontraría, en su lugar aprovechó su mente vacía y comenzó un bombeo lento que repartió olas de electrizante placer por sus piernas y espalda.

Succionó su labio inferior y suspiró, disfrutando de nada más que sus dedos sobre su propia piel sensible.

"Por favor. . . Aemond."

Cambió el agua hasta dejarla helada y emitió una sarta de insultos hacia nadie en general cuando el líquido gélido golpeó su piel, bajando su erección en el proceso.

Todo eso era el karma. El karma lo estaba jodiendo por haber bailado con él mientras estaba medio mareado por el alcohol. Él dijo "Lucerys solo me causa repulsión" y después no tuvo quejas en llegar y manosearlo como si lo conociera de toda la vida. En bailar con él. En salvarlo de Cole y después asegurarse de que durmiese bien. Porque una cosa era su desagrado palpable hacia él, y otra era exponer deliberadamente a un chico inconsciente. Y Aemond tenía límites.

Salió temblando del baño, pero despierto. Se vistió, secó su cabello con una toalla de algodón y bajó pensando en las cosas más asquerosas y grotescas que pudo haber presenciado hasta el momento. Aegon ya estaba sentado en la mesa con una taza de café entre sus dedos.

—Soy afortunado de verme iluminado por tu brillante presencia, hermano —saludó, recibiendo la mirada más fea que pudo poner a esas horas como respuesta—. Uh, mala noche.

—Cállate —masculló, buscando en una repisa su bebida mañanera habitual—. ¿El té?

—Se acabó ayer —Aegon dijo—. Te tocaba comprar la mercadería hace tres días.

—Te tocaba a ti.

Aegon negó, y Aemond frunció el ceño acercándose al refrigerador donde tenían colgado un calendario con los turnos perfectamente estructurados y bien repartidos. Ese día le tocaba a Daeron lavar los platos, y mañana Aegon se encargaría del taller.

03 de Enero
»Aemond, reponer la despensa (falta té).«

—Lo olvidé. . . —su propio tono no pudo salir más peligrosamente sorprendido.

—Eso es nuevo, ¿qué te tiene tan distraído?

El atraco fallido que debía volver a planear desde cero. Cole y su actitud de mierda que cada día lo cansaba un poco más. Daemon, que era un peso en su pecho que no podía evitar, y ahora tampoco enfrentar. Lucerys, a quien aparentemente dejaría en paz.

—Nada —cortó—. Dame de tu café.

—Pídelo bien —Aegon se burló, sin notar como todo su cuerpo entraba en tensión.

"—Por favor, Ae–. . ."

Chasqueó la lengua y se sirvió tanto café como su taza le permitió, y si se quemó los dedos mientras se servía, mejor, así podía ignorar el pinchazo en su entrepierna ante el recuerdo.

Se sentó y bebió. Odió cada trago amargo tanto como disfrutó de la sensación caliente cuando el líquido se vertió por su garganta. Los dos se mantuvieron en un silencio ameno, Aegon leía algo en su celular, el cabello ligeramente ondulado y largo hasta las orejas dejaba claro que no se había peinado y la camiseta arrugada era probablemente con la que había dormido. Pero estaba despierto y bebía café, era algo que Aemond apreciaría internamente.

Aemond llevaba unas semanas observándolo, analizando sus acciones en silencio. Aegon estaba intentando dejar el alcohol, no lo había anunciado en voz alta y probablemente no lo hiciese, pero Aemond lo había notado en el instante en que prefirió una cerveza en vez de un trago fuerte en el cumpleaños de Daeron. Quizás él mismo le había prometido a Daeron intentarlo y Aemond no lo sabía, o quizás solo fue una elección personal, lo que fuese, llevaba sobrio bastantes días y eso era de admirar.

Cuando Daeron entró en la cocina, los dos ya habían terminado su café y Aemond mordisqueaba una ensalada de frutas. Él se dirigió directamente a un estante, lo abrió, rebuscó un par de veces y luego se volteó hacia ellos.

—¿El té?

Aegon emitió una risa entre dientes.

—No hay.

—Nunca hay nada en esta jodida casa.

Daeron siguió quejándose mientras se servía café, y luego otra sarta más de alegatos cuando se sentó y le echó una cantidad insana de endulzante. Aemond deslizó un cuenco con fruta en su dirección y su hermano le regaló una mala mirada.

—No vas a comprarme con tu dieta saludable —gruñó—. ¿Y el cereal? Necesito azúcar.

Aegon y Aemond se dirigieron una mirada breve que Daeron no demoró en interpretar, y entonces estuvieron los próximos diez minutos escuchando al menor de los Targaryen enumerando cada uno de sus defectos por orden  de importancia. El principal de Aemond era que era un imbécil demasiado orgulloso. El de Aegon era su mala higiene personal.

Helaena llegó justo a tiempo para escuchar el monólogo de Daeron mientras masticaba las frutas troceadas, al mismo tiempo para hacerles la vida aún más infeliz. Dio los buenos días aún con algo de sueño, su voz algo baja y adormilada. Se dirigió al estante, rebuscó unos segundos y se volteó hacia ellos.

—¿Y el té?

Aemond apretó los labios. Aegon profirió una nueva risa y Daeron lo acusó como el chismoso que era.

Aún escuchando a sus hermanos conversando de fondo, la cabeza de Aemond pronto se lo llevó a algún lugar lejano. Las palabras de Daemon seguían frescas en su memoria. No había un punto de comparación entre ellos, pero Aemond se descubrió el pensamiento egoísta de que realmente quería a Daemon otra vez acompañándolos en la casa.

Si pudiese ir al pasado cambiaría tantas cosas que en ese instante hasta Daeron tendría el pelo tan albino como los demás.

Fue un poco más allá. Lucerys pensaba devolverle ese dinero, lo tomó en un momento de desesperación, al parecer. ¿Él podía entender eso? No, jamás había estado en tal situación, nació con dinero. Pero Daemon sí, en algún momento de su vida su padre le contó cómo fue su infancia, y todo lo que hicieron para superarla. ¿Qué tan jodido tendría que estar Lucerys para robarle directamente a ladrones?

A Aemond le importaba una mierda lo que él tuviese para decir. Lucerys podría deberle dinero a la maldita mafia rusa y le daría igual. Pero quería a Daemon. Le debía lo suficiente como para atreverse a pasar por encima de él –otra vez–, por lo que él podría pedirle que expulsase a Cole y Aemond, lamentándolo un poco, lo haría. Porque confiaba en su tío con su vida.

Frotó sus ojos y emitió un suspiro. Le daría jaqueca. Podía sentirla amenazando con golpear su cerebro si no dejaba de sobrepensar situaciones innecesarias.

—Necesito un favor —pronunció, dirigiendo su mirada hacia Daeron. Él esbozó una sonrisita.

—¿Qué gano yo?

—¿Qué quieres?

Daeron lo pensó algunos segundos.

—La casa, haré una fiesta —Aemond chasqueó la lengua, pero asintió—. Uh, debe ser un favor enorme.

Lo primero que escuchó Aemond cuando bajó del auto fue una carcajada de Daeron. Chocó contra las paredes del callejón y le permitió saber que no estaba solo. En vez de sorprenderse, avanzó haciéndole un gesto con la cabeza a Cole para que lo siguiera de cerca, un par de pasos por detrás.

Una ligera llovizna cubría las calles, pero el frío era lo suficiente como para permitirle saber que esa noche probablemente caería nieve.

Vio a la espalda de Daeron y su cabello negro. Estaba sentado en una bonita moto negra, como si estuviera por hacerla andar, salvo que el vehículo no estaba en movimiento y su dueño lo vigilaba a algunos pasos sin reclamar. Daeron apretaba el manubrio como si buscase acelerar, y estaba seguro de que lo escuchó haciendo un sonidito muy similar al "rooom" de una moto.

—¿Puedo conducir?

—¿Tienes licencia?

Aemond relentizó el paso, únicamente queriendo escuchar qué respondía su hermano. Ciertamente tenía una, no del todo verdadera si había que ser sincero, pero Daeron, al igual que él y el resto de sus hermanos, sabía conducir a la perfección. Haría la prueba para sacar su licencia pronto.

—Manejo desde los doce, no la necesito.

—Entonces no.

—Buh —Daeron alegó—. Te queda poca gasolina.

—¿Sí? —un silencio—. La cargaré cuando vuelva a mi casa.

Lucerys era perturbadoramente quisquilloso cuando se trataba de su moto. Se preguntó si la respuesta habría sido otra de haber tenido los documentos correspondientes.

Avanzó, haciéndose notar cuando salió del callejón directo a la vereda en la que ambos estaban. Lucerys lo vio primero, toda su postura se enderezó. Aemond notó como una pequeña sonrisa se borraba de su rostro y era sustituida por una mueca. Frunció el ceño, ¿de qué se enojaba él? Ni siquiera lo había molestado la última semana.

Daeron también lo miró, el sí le sonrió, pero borró la expresión cuando Criston apareció a sus espaldas. Volvió a mirarlo. Aemond no le había dicho que no iría solo cuando le pidió a su hermano que acordase una junta con Lucerys, y Daeron tampoco había preguntado porque dijo que solo quería discutir un trato.

Y era cierto. Le doliese o no Daemon tenía razón, no sobre lo de molestarlo para desquitarse, sino sobre lo de acusarlos con la policía. Ellos tenían todo para perder, especialmente porque la informante de ese bastardo también tenía los detalles suficientes como para joderlo, y Lucerys en media borrachera le había admitido abiertamente que le caía bien a ella. ¿Qué sería capaz de hacer una persona así si un amigo estaba en problemas?

Aemond no se arriesgaría. Molestar a Lucerys no valía exponer a su familia.

—Vine a hablar —anunció, recibiendo una mirada de pies a cabeza en respuesta.

—Son tres, hablen entre ustedes.

Esos ojos castaños lo observaron. No brillaban con altanería, no sonreía con ese aire superior. Ese Lucerys jamás le pediría por favor que–. . .

Abrió y distendió su mano, obligándose a no pensar en nada que pudiese meterlo en un problema más grande.

Daeron bajó de la moto apenas notó que Lucerys se acercaba, pero en vez de dejarle el camino se interpuso cuidando de no ser brusco. Lucerys frunció el ceño en su dirección.

—Espera, espera, quiere hacer un trato —el murmuró—. No está aquí para pelear.

Lucerys pasó desde Daeron hasta él, y luego a Criston un poco por detrás. No se veía muy alegre ante la idea de estar acorralado.

—¿Y vino con su perro porque no puede caminar solo? —inquirió.

Criston gruñó e hizo el ademán por adelantarse antes de ser detenido. Lucerys tomó su tiempo en observarlo, Aemond sintió un frío recorriendo su columna porque él ni siquiera había pensado en la posibilidad de que Lucerys recordase lo que Criston casi había hecho. Pero lo vio, en su expresión, en la manera en que palideció cuando volvió a mirarlo, cuando sus ojos castaños se agrandaron ante la realización que lo golpeaba. Supo que lo había expuesto demasiado, que había cometido un error confiándose.

Aemond no estaba seguro de cuánto había recordado, pero a juzgar por su mirada, fue lo suficiente.

—Creí que tenías límites —él dijo, no dirigiéndose hacia Daeron, quien no pudo esconder una mueca confundida—. Al final solo eres la misma mierda con otro nombre.

—Ten cuidado —gruñó Criston.

Si Lucerys no estaba feliz con la situación, esa acotación pareció gatillar toda su impulsividad oculta, porque no demoró ni tres segundos en rodear a Daeron y avanzar con decisión hacia Criston. Daeron atrapó su brazo en un intento por detenerlo, Lucerys, en efecto, se detuvo. Pero en su lugar observó a Daeron. No había nada más que un frío desagrado en sus facciones, porque Lucerys no sabía que Daeron no tenía que ver en eso. Él solo veía a tres sujetos, y dos de ellos ya lo habían golpeado lo suficiente.

—No me toques —él dijo, a Aemond lo recorrió un escalofrío ante el tono. Tironeó de su brazo, pero Daeron no lo dejó.

—Luke, mi hermano no vino a pelear —intentó de nuevo.

Lucerys apartó su brazo y lo empujó. Daeron cayó de espaldas sobre el asfalto mojado, y la furia embargó su propio sistema al apreciar a su hermano en el suelo, pero él parecía más confundido por el comportamiento de Lucerys que directamente por haber sido golpeado.

Lucerys tomó el casco negro que estaba colgado en su moto y no se lo puso aún, todos sus movimientos era rápidos. Aemond alcanzó a percibir un temblor sutil en sus manos enguantadas mientras se subía a la moto.

—Te dije lo que pasaría si no me dejabas en paz —él siseó—. Te salvé el culo de la cárcel a ver si se te ocurría usar la puta cabeza. ¿Creíste que no me iba a acordar? ¿Realmente piensas que soy tan imbécil?

—Vino a disculparse —respondió, procesando la sonrisa irónica que Lucerys le regaló. Criston se mantuvo en un silencio sepulcral a sus espaldas. Podía sentir la mirada de Daeron quemándole la cara.

—¿De qué mierda están hablando?

—Que se disculpe con la puta policía —escupió, cubriendo su cabeza con el casco negro. Había otro blanco colgado en uno de los costados de su manubrio—. Veremos qué tan bien tratan a los abusadores en la cárcel.

Lucerys arrancó antes de que ninguno pudiese agregar nada, elevando gotitas de agua y llevándose todo el poco calor que tenía su cuerpo.

Estaban jodidos.

Criston desapareció a sus espaldas sin decir una palabra, Daeron se estaba poniendo de pie. Su rostro se había tornado de un gris enfermizo.

—¿De qué estaba hablando?

Aemond frotó su rostro, intentando no pensar en el ruido persistente en sus oídos. Un pitito agudo que amenazaba con acabar con cualquier atisbo de racionalidad en su cabeza. La situación lo estaba superando, lo mareaba la cantidad de cosas que podrían haber salido mal, y lo hicieron. Necesitaba silencio. Necesitaba pensar.

—¿Cole le hizo algo? —el silencio se extendió—. ¡Respóndeme!

—Lo intentó, lo alejé antes de que hiciera algo —masculló—. Pensé que no lo recordaría, estaba demasiado ebrio, que sería mejor si Cole se disculpaba como una forma de paz.

Eso fue suficiente para que la expresión de Daeron se distorsionase en una mezcla de emociones. Herido, traicionado, arrepentido, furioso. Retrocedió un paso y observó hacia donde Lucerys se había ido. Sabía lo que estaba pensando, no quería escucharlo en voz alta.

—Me mentiste —él dijo—. Me usaste para llegar a él, para que el maldito Cole llegara a él. Lo expusiste.

—Tú aceptaste llamarlo.

—¡No te atrevas a meterme en esto! —Daeron negaba, una de sus manos pasó por encima de su cabello en un gesto de puro estrés—. ¡Tú me dijiste que hablarían, que ibas a dejarlo en paz! ¡¿Cómo mierda se te ocurre traer al maldito Criston Cole contigo?! Yo no accedí a esto. Pasaste por encima de mí como un maldito manipulador, me hiciste traicionar la confianza de un amigo. ¡Trajiste a su abusador! ¡¿Qué está mal contigo?!

El chirrido de unas llantas se llevó su respuesta. Pero Aemond en ese punto habría dicho cualquier cosa y nada lograría enmedar su error.

Él tenía un plan, una idea, pensó en que Lucerys seguramente creía que alguien lo había golpeado y por eso Criston se disculparía. Pensó en que sería sencillo acordar una tregua, llegar a un trato. Daemon lo había hecho ver tan sencillo que ni siquiera se re planteó la idea de meter a Criston en el asunto. Pero escuchando a Daeron él definitivamente sonaba más bien como un manipulador sin cabeza.

Criston detuvo el auto frente a ellos en un derrape y abrió la puerta del copiloto.

—La comisaría está lejos, alcanzamos a interceptarlo antes de que llegue —él dijo.

Volteó hacia su hermano, Daeron le dirigió una mirada que rozaba el rechazo. Apretó los labios, tragándose las malas palabras.

—Ayúdame a intentar explicarle —pidió—. Es tu amigo, va a escucharte.

Daeron pasó a su costado, golpeando su hombro. No lo miró a los ojos.

—No te perdonaré esto —murmuró, subiendo al asiento trasero. Cerró de un portazo y Aemond emitió un suspiro y se encaramó sin más al copiloto. Algo apretaba su pecho, doloroso y ardiente. Como si todos sus errores se hubiesen personificado y vuelto una enorme figura que lo golpeaba una y otra vez.

Criston aceleró, haciendo chillar las ruedas contra el asfalto mojado. El vidrio se llenaba cada pocos segundos de agua, anunciando el inicio de una lluvia casi torrencial.

—Sigue la principal hasta la comisaría —indicó, rompiendo el silencio fúnebre—. Él no excede el máximo de velocidad.

Daeron siseó algo a sus espaldas, el motor del auto era todo lo que los mantenía lejos de esa línea silenciosa, la velocidad rompiendo por varios kilómetros el máximo establecido para las avenidas. La espalda de Criston estaba encorvada y tensa mientras manejaba su auto. Después del tercer año con ellos se lo había permitido.

—¿Lo sabe Aegon? —sus dedos se sintieron helados—. ¿Helaena? ¿Que compartimos nuestra información con este animal? ¿Lo sabe Daemon?

—Cállate —gruñó Criston, Daeron lo ignoró, solo tenía ojos para él, pero Aemond se negó a apartar la mirada de los focos difuminados por la velocidad.

—¿Eres sordo? —volvió a hablar—. ¿No escuchaste cuando te dije qué pasaría si se aparecía en la fiesta? Tu palabra vale una mierda, la mía no. Reza para que lo encontremos y esto se solucione, porque sino seré yo el que vaya a la puta policía.

—¿Podemos discutir esto cuando lleguemos a casa?

—Claro, quiero saber que piensan los demás sobre esto —Daeron siseó—. Y hacer mis maletas.

Criston emitió una risa entre dientes.

—¿Y a dónde irás? —curoseó—.  ¿Tu querido abuelo el desaparecido? ¿A Alemania con tu mami? ¿Con tu tío?

—Cállate y conduce —Aemond interrumpió, notando el brillo asesino en los ojos de su hermano cuando observaba el cuello descubierto de Criston.

Una silueta se hizo visible delante de ellos. Una pequeña figura que se adueñaba de la avenida y esquivaba los pocos autos de esas horas. Criston tocó la bocina y Daeron bajó el vidrio, sacando casi la mitad de su cuerpo por la ventana cuando lograron situarse a su lado.

—¡Luke! —gritó—. ¡Escúchanos, es un malentendido!

Lucerys volteó, Aemond se encontró con ese vidrio polarizado directamente mirándolo. Todo lo que hizo fue levantar su dedo de en medio y acelerar.

—¡Luke! ¡Maldita sea, Cole, maneja bien por una puta vez! —Criston apretó la mandíbula y sorteó algunos vehículos antes de lograr situarse otra vez a su costado—. ¡Luke, por favor! ¡Déjame explicarlo!

Aemond gruñó un insulto cuando Lucerys giró en una callejón aledaño y se perdió entre las calles menos transitadas. Criston siguió de largo mientras Daeron entraba otra vez en el auto. Su cabello era un desastre mojado y despeinado.

La velocidad se tornó algo peligroso cuando Criston divisó a Lucerys en la calle paralela, avanzando a con una silenciosa disposición. Aemond sintió ese hormigueo en su estómago producto de los adrenalínicos movimientos, los focos no eran más que una línea rojiza y amarillenta sus costados. Criston giró en una intersección y se encontraron otra vez directamente detrás de Lucerys. Él volvió a desviarse hacia otra calle, ellos lo siguieron. Los autos cada vez se volvían más escasos y las calles más angostas.

—Vas muy rápido —indicó con cuidado, intentando que Daeron no lo escuchase. Falló de manera miserable.

—Baja la velocidad, Cole, vas a matar a alguien —gruñó Daeron.

Lucerys aceleró, Criston también. Aemond se descubrió sosteniendo la pequeña manija junto a su puerta. Daeron a sus espaldas cada vez sonaba más histérico. Los focos fallaban, la luz trasera de Lucerys estaba cada vez mas cerca de su propio auto. Parecía como si de alguna manera estuviese perdiendo rapidez.

—Cole, desacelera.

Criston lo ignoró.

—Disminuye un poco —ordenó también—. Lo importante es no perderlo de vista. Esto es peligroso.

El cuerpo de Lucerys brillaba por el agua que se deslizaba sin tregua a través de él. Los limpiaparabrisas trabajaban sin tregua, meciéndose a su máxima velocidad para despejarles la vista.

Un frenazó le golpeó el cuello cuando Criston estuvo a pocos centímetros de golpear la rueda trasera.

—¡Cole, baja la puta velocidad! —Daeron se asomó por la ventana—. ¡Luke, muévete a la vereda! —también dijo—. ¡Luke, por favor! —y—. ¡Cole, para el auto!

—¡Cole! —se descubrió gritando—. ¡Desacelera!

—¡Para esta mierda!

—¡Cole!

—¡Para el auto!

No hubo un bocinazo, su cuello no dolió ante el golpe abrupto cuando se detuvieron. Los dedos de Cole estaban blancos contra el volante. Pero Aemond no escuchaba nada, no veía nada, no sentía nada aparte del salto que dio el auto y el repentino silencio que se extendió.

Y siguió.

Y siguió.

Y Daeron gritaba. Y Cole estaba pálido. Y la lluvia seguía. Y Aemond no escuchaba nada. Y su corazón podría perfectamente haberse detenido o el mundo estallado, pero él no veía nada. Y el silencio seguía.

Y  Lucerys estaba a unos metros delante de ellos.

Tendido en el suelo.

Inmóvil.

D&A

Bonita semana, qué les regalaron para navidad? 

Les traigo smut a cambio dee, no sé, un mal final (?) Todo perfectamente equilibrado.

No tengo mucho que decir, mañana es año nuevo así que les deseo un precioso 31 y muchas cosas buenas para este nuevo año.<3

Como dato curioso, ese pitido que tiene Aemond desde el primer capítulo se llama tinitus.

¿Qué opinan sobre el actuar de Aemond?

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