Capítulo dos: "Ochenta libras".

»Insane, inside,
the danger get's me high.
Can't help, my self.
Got secret's I can't tell.«
Play whit fire. Sam Tinnesz.

—Estás obsesionado.

Aegon le arrebató la pixeleada imagen del dragón estampado y se ganó un gruñido bien merecido por parte de su hermano. Su cabello platino lucía desordenado y aún habían atisbos de sueño en sus facciones.

—Nos robó.

—¿Y qué? Solo lo hizo una vez, nosotros lo hacemos siempre, no es realmente una pérdida.

—No, pero es un insulto.

—Reportalo con la policía.

Aegon se ganó una mala mirada a la que respondió con una sonrisita floja.

Aemond no se sacaba de la cabeza al motociclista. Atentaba contra su cordura el saber que quien les robó seguía por ahí dando vueltas. Si Daemon supiese que alguien fue capaz de infiltrarse y arrebatarles todo el dinero probablemente se burlaría de ellos lo que restase de sus vidas. Debía hacer algo.

Debía atraparlo, molerlo a golpes y recuperar su dinero.

Quizás hasta llamaría a Cole para que lo golpease también. Si Aemond seguía enojado por el suceso, Cole estaba furioso. Todos allí sabían que el tipo era vengativo.

El único problema era que tenía más cosas que hacer, y concentrarse en un bastardo escurridizo no era una de ellas. Solo le quedaba esperar a que Daeron consiguiese información.

—¿Daeron aún no te ha dicho nada? —preguntó, cambiando abruptamente de tema.

Aegon dio un sorbo a su café. Él hizo lo propio con su té. Ambos estaban sentados a un extremo de la mesa, el silencio los absorbía por cada segundo que su hermano tardaba en responder.

—No sobre dónde está.

—¿Qué significa eso? —Aemond no tenía paciencia. No cuando su tío estaba en algún lugar haciendo de las suyas sin haberles comentado nada.

—Daemon nos dejó, hermano.

—Él no–. . .

—Le dijo a Daeron que le cortaría la lengua si nos decía donde estaba.

Aemond se permitió una mueca incrédula, sin embargo no pudo negar nada. Ciertamente era algo que Daemon diría; no que haría. Estimaba lo suficiente a su familia como para atreverse a hacerles daño.

—¿Y le creyó? —Aegon se encogió de hombros—. Por supuesto que le creyó.

—Razones no le faltan.

Los dos hermanos voltearon cuando una tercera persona se unió a la conversación.

—Hermosa mañana para ti, hermana —tarareó Aegon. Haelena lo miró de reojo, pero aparte de un pequeño movimiento de labios no le dijo nada—. ¿Nos explicas?

—Daemon no volverá —dijo—. Está bien, en cualquier caso. 

Sirvió agua hirviendo en una taza y se sentó del lado izquierdo de Aemond. Él debió voltear ligeramente la cabeza para poder observarla. Ya estaba completamente vestida, a diferencia de Aegon que seguía con su pijama y Aemond que permanecía con los pantalones de chandal con los que durmió.

—¿Cómo lo sabes? —cuestionó, Aegon no dijo nada pero parecía igual de interesado. Llevó la taza hasta sus labios y dio un sorbo tentativo que inundó su garganta de calor. Cuando su hermana respondió, él definitivamente podría haberse atragantado.

—Él me lo dijo

Aegon tosió.

—¿El qué?

—¿Hablaste con Daemon?

—Me llamó el día en que salió —contó, sus dedos guiaban la cuchara por los bordes de su taza, lo hizo tres veces antes de dejar el objeto donde mismo. Una bolsita de té de manzanilla sobresalía por un extremo—. Dijo que prefería tragar vidrio molido que volver a relacionarse con ustedes. Que eran unos "bastardos desleales" y que aún estaba planteándose el no venir a golpearlos.

Aegon exhaló un jadeo. Aemond sintió sus dedos enfriándose.
De pronto ni el calor de su bebida sirvió para disminuir el helado temor que recorrió su sistema.

—Él no nos lastimaría —aseguró su hermano. Cuando nadie respondió su tono se tornó algo dudoso—. ¿Lo haría?

—Dijo que lo haría —fue lo único que respondió—. Y sus motivos para odiarnos son válidos.

—Es fácil para ti decirlo —Aegon alegó—. Siempre fuiste la favorita, a ti no va a odiarte porque tú si querías ir.

—No —Haelena le contradijo—. Su favorito era Aemond.

Él ya no estaba escuchando la discusión sobre favoritismos. De haberlo hecho, habría coincidido con Aegon. A Daemon definitivamente le agradaba más Haelena. Pero él no era quién para decir nada, ciertamente también prefería pasar su tiempo libre con ella.

Aemond no los escuchaba. Su mente solo podía rememorar los últimos cinco años, y la mucha falta que les hizo Daemon. Él no pudo hacerse cargo correctamente, Aegon encontró un buen consuelo a sus traumas y ni siquiera sabía qué pasaba por la mente de Daeron. Su relación con Haelena era la más estrecha, sin embargo a veces se descubría el perturbador pensamiento de que no era por gusto sino por una obligación autoinflingida.

Daemon nunca había hecho una distinción entre hermanos. A los cuatro los trataba por igual –no de la mejor manera, si debía ser sincero–, pero nunca les faltó nada y jamás se atrevió a provocarles alguna clase de daño.

Daemon era simplemente un tipo poco expresivo obligado por las circunstancias.

Pero de tan solo pensar en el rostro de su tío las tripas de Aemond se retorcían. Algo entre la vergüenza y el odio hacia si mismo le impedían ver a los ojos a ese hombre. Era una suerte que Daeron no les dijese dónde estaba, la idea de saber y no ser capaz de ir a disculparse lo carcomería vivo.

—Si tú te hubieras encontrado con él seguramente te habría golpeado.

—Si tú te hubieras encontrado con él seguramente te invita a vivir juntos.

Aemond parpadeó cuando se dio cuenta de que Haelena no respondía.

—¿¡Lo hizo!?

—Lo ofreció —la chica bebió un sorbo largo antes de encogerse de hombros. Aegon elevó las manos como si estuviese buscando explicaciones del techo.

—Increíble.

Los próximos minutos los tres se sumieron en un silencio tranquilo. Aegon ojeaba algo en su teléfono, Haelena creaba formas en su taza y Aemond pensaba.

Pensó en Daemon porque, y aunque le doliese admitirlo, estaba en su derecho al querer tener un espacio. El hombre los cuidaba desde que Aemond tenía memoria porque su hermano era incapaz y su madre escapó gracias a la presión. Él nunca quiso hijos y aún así acabó al cuidado de tres niños con un comportamiento cuestionable.

Ellos serían un ejemplo de una historia trágica si no fuese por su tío. Ese mismo al que dieron la espalda cuando se encontraba solo contra el mundo.

Ni siquiera la llegada de el único faltante en la casa lo sacó de sus lúgubres cavilaciones.

—El sol brilla y ustedes parecen listo para un funeral, queridos hermanos —Daeron habló—, y querida hermana.

Se dirigió directamente hacia la cafetera. Su cabello azabache, corto y lacio, se desparramaba en diversas direcciones dejando en evidencia su dejación por las mañanas; su cara aún tenía marcas de la almohada y estaba en medio de un bostezo cuando tomó su lugar al frente de Haelena. Daeron debía ser el único en la casa que despertaba tan animado como se sentía. El tipo destilaba buen humor.

Aemond lo observaba y a seguía sin comprender qué demonios pensaba cuando consideró una buena idea teñir su cabello de ese color.

Situó su teléfono delante de Aemond, estaba desbloqueado y la pantalla mostraba una foto de un chico sonriente y repleto de rulos. No pasaba de los dieciocho, notó que tenía hoyuelos.

—Tu chico —dijo Daeron. Él frunció el ceño, Aegon se inclinó y se acercó hasta la pantalla para husmear.

—No lo conozco.

—La patente que me pediste hace unos días seguro te refresca la memoria. ¿Sabías que maneja una Kawasaki Ninja? Y no una cualquiera, una H2R, ¿sabes que necesitas un permiso especial? Haelena, pásame el azúcar, por favor. Aunque Cole hubiese intentado seguirlo el tipo lo habría hecho polvo, esas cosas están hechas para carreras, son hiperdeportivas. ¿Sabías que un tipo turco rompió el record con una sobrealimentada? Volviendo al caso, una H2R es–. . .

—Daeron —Haelena lo detuvo—. Tu café se enfría.

Aemond dejó de escucharlo después de la primera frase. Sus ojos estaban fijos en la imagen, el ruido nuevamente tornándose un agudo pitido. Esa cara juvenil pertenecía al sujeto que fue capaz de burlar su seguridad y hacer idiota al tipo que podía hacerle frente incluso a su tío. No lo creería si no confiase en las fuentes de Daeron para conseguirse información.

Si el chico tenía dieciocho quería decir que apenas y había sacado su licencia, era inviable que encima fuese capaz de manejar aquella moto con la precisión que mostró el otro día. Expandió la imagen, centrándose en el par de ojos castaños que miraban con fijeza a la cámara. Seguro que había estado feliz ese día, brillaban.

La rabia se acrecentó en su sistema cuando pensó que quizás pagó la licencia con su dinero robado.

—Es él.

Daeron, quien no paró de parlotear sobre cuántos kilómetros alcanzaba y que motoristas profesionales habían probado a esa belleza, alzó la mirada.

—¿Es quién?

—El ladrón.

Los tres volvieron a mirar la foto.

—No jodas.

—Lo vi el otro día, la moto era la misma y cuando intenté seguirlo se escapó.

Daeron alcanzó su teléfono otra vez y pareció rebuscar otra cosa en los archivos.

—Es un niño —Aegon señaló, sin creerle un ápice—. O lo ayudó un experto o es un puto genio, ese lugar estaba mejor resguardado que los malditos secretos del Vaticano.

—Si fuera realmente un genio se habría llevado todo —comentó Haelena—. Pero solo se llevó noventa mil. Ni siquiera intentó lastimar a Cole.

—Lo noqueó.

—Cole lo habría matado.

Aemond chasqueó la lengua porque su hermana tenía un punto y él no entendía una mierda. Quería su dinero de vuelta, quería golpear al bastardo que consideró buena idea llegar y tomar algo que no le pertenecía. Y si eso sonaba hipócrita no podía importarle menos. 

—Es probable que si le decimos quién es, lo mate igual —Daeron dijo. No era un secreto que el tipo era rencoroso e impulsivo.

—Por cierto, ¿quién es?

—Te acabo de mostrar la foto —su hermano indicó con un gesto burlesco. Aemond le lanzó una mala mirada—. Dieciocho, caucásico, atractivo, uno punto setenta. Sin antecedentes aunque debería tenerlos ya que aparentemente está metido en carreras ilegales. El niño es una joya.

—Es mayor que tú —indicó Haelena, ganándose una nariz arrugada como señal de protesta—. Eso te vuelve también un niño.

—¿Hay carreras por la zona? —curoseó Aegon a su vez.

—A las afueras de la ciudad suelen hacer las más grandes —Aemond dijo—. Las apuestas dan lo suficiente como para sobornar incluso a la policía.

Aegon silbó.

—Seguro que el sujeto les da mucho que apostar, pongo las manos al fuego por que es el ganador invicto en esas mierdas. Y tiene dieciocho. Jesús debo conocerlo, ¿crees que sea como una celebridad? Lo buscaré en Instagram–. . .

—Su nombre, Daeron, no has dicho el maldito nombre —Aemond no tenía paciencia.

—Ah, sí.

—Lucerys Velaryon, puedes decirme Luke.

—Daemon —Daemon sostuvo su mano y le entregó un apretón suave—. Es un placer, Luke.

—¿No tienes apellido? —Luke preguntó.

—El que tengo no me gusta.

Luke se conformó con esa respuesta.

Daemon deslizaba un paño de algodón por dentro de vasos de cristal, repasándolos. Luke a su lado limpiaba cubiertos recién lavados. Era una rutina; abrir, barrer y trapear, asegurarse de que los vasos y cubiertos estuviesen correctamente lavados y algunas otras cosas que les llevaban la mañana. Su madre le había avisado hace un par de días que ahora ese hombre trabajaría con ellos.

—¿Es cierto que mataste a una persona?

Daemon lo observó con ambas cejas alzadas, pero pronto su sonrisa se tornó algo maliciosa que a Luke no le dio buena espina. El hombre tenía un tono particular, como si la mitad de lo que decía en realidad podría considerarse una burla. O una amenaza.

—No —dijo—. Maté a cuatro.

—Ah.

Luke prefirió no cuestionarlo otra vez, principalmente porque no estaba seguro de si decía la verdad o estaba bromeando. También porque molestar a un exconvicto no era uno de sus principales intereses. Decidió que tampoco quería saber.

—¿La moto de afuera es tuya? —Daemon preguntó a su vez.

—Lo es —Luke asintió. El adulto hizo un gesto de entendimiento, casi de admiración.

—¿No es un poco cara?

Volteó hacia él. La pregunta no hecha estaba implícita en su mirada. "¿Cómo te alcanzó para comprarla?". Luke lo entendía, estaban en una zona conocida por ser bastante pobre, que tuviese ese vehículo era similar a ir por ahí con un descapotable o un audi.

—Herencia —dijo. No necesitaba ni pensaba decir más. Daemon pareció entenderlo porque no insistió.

Le agradaba Daemon.

—Ya veo.

Daemon le habló un poco sobre su vida. Le contó que tenía cuatro sobrinos, le dijo que en ese instante definitivamente no tenía interés en verlos; pero Luke no se perdió la pequeña sonrisa en la comisura de sus labios cuando comentaba algo sobre ellos.

Luke, por otro lado, le habló de su familia.

Le contó sobre Joffrey, que tenía diez y le gustaba mucho dibujar. También sobre Jace, quien en ese instante estaba en la universidad ya que se había ganado una beca.

Evadió el tema de su padre. Siempre evadía a su padre, no porque no lo quisiese, sino que porque su pérdida aún era un dolor recurrente que atacaba a su corazón. Cuatro años le ayudaron para poder vivir con el hecho de que él no volvería, pero no lo hacía extrañarlo menos.

Daemon era un buen compañero de trabajo. Y Luke pensó que podría ser porque era un adulto y él solía llevarse mejor con los adultos. A Laenor, el cocinero, también le cayó bien, lo suficiente como para comentar que si no estuviese casado definitivamente lo habría invitado a salir.

Luke soltó una carcajada cuando Daemon lo miró con ambas cejas arqueadas en un gesto plenamente sorprendido. Laenor era así, y también notó que a Daemon le sorprendió más el hecho de que estuviese casado siendo tan joven, a que lo estuviese con otro hombre.

De esa manera Daemon se ganó la completa amistad de Laenor.

Se pasaron el resto del día conviviendo los tres. Como la cafetería no era particularmente grande no se veían realmente estresados a menos que llegasen demasiadas personas de golpe, y en cuyo caso Luke entraba a ayudar a Laenor mientras Daemon se encargaba de la gente. Era un tipo carismático a simple vista, nadie pensaría que hacía poco salió de prisión. Incluso Luke habría tenido sus dudas de no ser porque tenía una pequeña obsesión por analizar a fondo a la gente.

Luke no era un particular allegado a la cocina, pero sabía lo necesario y con eso bastaba.

Laenor solía ser el primero en irse cuando la cafetería no estaba muy llena. Por eso cuando ya estaban por ser las siete el sujeto agitó una mano en la puerta y se perdió silbando una melodía alegre. Luke debía terminar de sacar algunas cuentas, Daemon acomodaba algunas sillas. Cuando terminó tomó asiento en una de una forma plenamente despreocupada.

—¿Estudias? —curoseó tras algunos segundos en silencio.

—El próximo año, quizás —su atención estaba más fija en los cálculos hechos en una hoja y la calculadora a su lado—. Aún no sé qué estudiar.

—Que nada te apresure, niño, eres joven e inteligente, toma los años necesarios —animó Daemon. Su tono no cambió, pero no parecía estar empleando ese ligero deje desdeñoso o burlesco.

Luke levantó la mirada y se permitió esbozar una pequeña sonrisa en su dirección. Daemon le hizo un gesto sutil con la cabeza de vuelta.

—Terminaré acá y cerraré —comentó—. Puedes irte si lo deseas.

—¿No necesitas ayuda en algo más?

Luke negó devolviendo su atención a las cuentas y el dinero, cuando estaba por agradecerle la campanilla de la entrada anunció a un nuevo cliente.

—Ya estamos cerrados —Daemon explicó, seguía sentado. Agregó tras algunos segundos—. Puede volver mañana.

Encontró algo gracioso ese último comentario ya que recordó a su madre parloteando sobre que Daemon tenía pésimas habilidades sociales los primeros días trabajando, y que algo tan simple como un "buenos días" o "muchas gracias" no parecían estar en su lenguaje cotidiano. También cuestionó a la gente cuando no querían incluir propina y ahí fue cuando su madre tuvo que intervenir y explicar la correcta forma de una buena atención al cliente.

Ella lo contaba con gracia, como una anécdota. Pese a su actitud algo cuestionable, también parecía caerle bien Daemon.

—¿Lo están?

La sangre en el cuerpo de Luke perdió varios grados de calor cuando la voz helada en la entrada lo cuestionó.

Sus dedos hormiguearon alrededor de su lápiz y su garganta de pronto se sentía seca, como si hubiese tratado tierra. El escalofriante sonido de su bastón al chocar contra la cerámica generaba un eco en sus oídos y lo aislaba de otros ruidos, como la voz de Daemon haciéndole frente al maldito rey de sus pesadillas.

—Solo vengo por el dinero —dijo el hombre.

—Yo creo que no —respondió Daemon.

—¿No?

—No.

Luke debió morder el interior de su mejilla con una fuerza demoledora para obligarse a mantener una postura recta y levantar la mirada de las líneas con sumas y restas que ahora lucían borrosas y movedizas.

Tomó el efectivo de la caja fuerte dejando una mínima cantidad y avanzó lanzando una mirada de reojo a Daemon. Seguía sentado de la misma manera, una pierna sobre la otra y los hombros relajados. Lo único que revelaba su evidente tensión era el brillo casi demencial en sus ojos cuando observaba al sujeto delante de ellos. Sonreía.

Daemon destilaba violencia. Como una serpiente, quieto y atento, listo para lanzar el primer golpe al mínimo movimiento brusco. Pero no hizo nada, se mantuvo al margen y, Luke supuso, esperó a ver qué hacía él.

Se detuvo delante y extendió el fajo de billetes. El hombre no tardó en recibirlos y deslizar el pulgar contando la cantidad.

—No está todo —comentó, guardándolo todo en un sobre y, posteriormente, en uno de sus bolsillos.

—Te daré lo que falta pasado mañana.

—¿Lo harás?

Luke tragó y asintió. Escondió sus manos temblorosas dentro de sus bolsillos.

—Lo haré.

—No olvides los intereses.

El ceño de Luke se frunció cuando escuchó aquello. Su miedo quedó momentáneamente de lado.

—Están pagados desde hace tres meses.

Luke aún recordaba la desesperación en el rostro de su madre cuando avisaron que, de no pagar los setenta mil que habían acumulado, las consecuencias abarcarían a toda la familia y de maneras poco amistosas.

Su madre ya hacía lo suficiente. Manejaba la cafetería sola, se aseguraba de darles una vida decente y lidiaba constantemente con los matones que los visitaban buscando asustarlos. Luke sabía que ella no resistiría ver a uno de sus hijos siendo golpeados por dinero.

Luke hizo cosas de las que no estaba orgulloso, pero que no se arrepentía. Prefería robar a ladrones que a gente como él, y por eso ideó un plan detallado basándose en los robos anunciados en la televisión.

Descubrió a un grupo organizado que vacíaba cajeros y bancos sin dejar un solo rastro, llevaban meses siendo buscados por la policía sin éxito. No tenían pistas ni sospechosos, nadie a quien pudiesen relacionar con los crímenes.

A Luke no le llevó mucho encontrar un rastro. La información por los bajos corría como rumores y cualquiera estaba contento de compartirlos con él ya que tenía una buena relación con mucha gente. Después de eso solo le bastó con tirar de ese delgado hilo para dar con una furgoneta escondida en alguna bodega a nombre de un sujeto muerto.

En otra circunstancia él jamás habría golpeado a un tipo distraído, pero en ese instante todo lo que su mente abarcaba era el dinero embolsado en la parte de atrás del auto. Lo suficiente como para estabilizar un poco las cosas y darle un respiro a su familia. Necesitaba ese dinero.

Luke no pensó en nada. Él solo lo tomó y corrió. Y corrió y corrió. Y cuando lanzó las bolsas delante de él, el hombre lo miró con unos ojos codiciosos y nauseabundos que lo atormentaban a veces en pesadillas.

—Bien —el tipo ojeó el lugar sin interés. Cuando recayó otra vez en Daemon su boca formó una curva sutil—. Quizás deba cobrar más si son capaces de pagar a otra persona.

Daemon le regaló un gesto con la cabeza, algo que Luke, habiendo convivido con él durante el día, sabía que se trataba de una burla. Se movió un poco, cubriendo al adulto sentado con su propio cuerpo.

—Sin alguien más no podremos llevar el ritmo en las vacaciones —explicó, forzandose a sonar tranquilo.

El sujeto no lo miró cuando asintió, pero sí lo hizo unos segundos después. Sus ojos castaños carecían por completo de sentimientos; opacos y crueles, justo como él.

—El próximo mes espero todo el mismo día —indicó ladeando la cabeza—. Si tardas más te cobraré el doble. ¿Soy claro?

—Sí.

—¿Sí qué?

Luke odiaba esa palabra. Odiaba a ese hombre. Y odiaba como él disfrutaba obligándolo a decirlo.

—Sí, tío.

El hombre sonrió.

—Estupendo —extendió una mano y dejó una palmadita sobre su hombro. Luke podía sentir como un charco de suciedad se extendía lentamente por la zona—. Saluda a Joffrey y Rahenyra de mi parte.

Entonces volteó e hizo un lento camino hacia la puerta. Su bastón resonaba en el establecimiento vacío, golpeaba sus oídos y enviaba pequeñas descargas por su columna.

Cuando Larys finalmente se fue, Luke pudo respirar. Volteó como un autómata y encontró su sitio nuevamente con sus números.

Daemon emitió un breve silbido.

—Ese tipo debe tener un bastón de repuesto metido en el culo —cuando Luke no respondió, el hombre cambió la táctica—. ¿Estás bien?

—Lo estaré pasado mañana —pronunció deslizando una mano por su cabello—. Agradecería si no comentas esto. Por lo general viene cuando ya no hay nadie.

—¿A cobrar?

Luke no respondió.

Explicar a Daemon sobre su tío fue, probablemente, el momento más incómodo que había vivido en bastante tiempo. Principalmente porque todo lo que dijo fue:

—Es un familiar al que le debemos dinero.

Daemon no le creyó, pero no lo dijo. Solo asintió y cuando se fue, lo hizo dejándole un apretón ligero en la misma zona que Larys había tocado.

Luke demoró otra media hora cuadrando los nuevos números. Diez minutos más cerrando y otros tres saliendo por la puerta de empleados después de cambiarse de ropa y mojar su rostro a conciencia.

Marcó un camino hacia su vehículo mientras desenredaba sus guantes. Un par de cuerina sintética que se amoldaban bastante bien a sus manos y le impedían producir callosidades por el constante uso del manubrio. Esos sí le pertenecían, ya que los que poseía su padre le quedaban algo grandes.

Su ceño se frunció cuando divisó a una figura parada demasiado cerca de su moto. Apresuró el pasó, apretando el casco contra sus costillas hasta encontrarse a menos de dos metros del tipo y su vehículo.

—¿Necesitas algo? —cuestionó, ganándose así la atención del extraño.

El sujeto lo observó en silencio, algo largo y tendido. No mostró reparos en analizar desde sus zapatos –algo gastados y viejos– hasta su propio cabello. Luke se preguntó si estaría bien de la cabeza o algo así. Había algo helado y escalofriante danzando en su mirada.

—¿Es tuya? —preguntó finalmente.

Luke elevó una ceja y observó de forma inquisidora el casco en su brazo. Se vio tentado a decirle que no.

—Lo es.

Luke no ignoraba que su vehículo fuese, a veces, un objeto llamativo para algunas personas. El valor para él era más bien simbólico, eso no significaba que no supiese qué tan impresionante era. Aunque él realmente no tomó el peso hasta que decidió inscribirse en una carrera y las apuestas a su favor se triplicaron.

—¿Cuánto? —dijo, consiguiendo que el ceño de Luke solo profundizara su arruga.

—¿Qué?

—Cuánto me cobras por una vuelta —explicó.

Solo entonces Luke lo analizó con otros ojos.

Una gabardina negra cubría la mayor parte de su ropa, salvo por los pantalones de mezclilla negros. Cabello lacio un poco por debajo de los hombros, la mitad atrapado en una coleta. Luke pensó que en cualquier otra persona aquel corte se vería extravagante o algo feo, pero en el sujeto lucía particularmente acorde con sus facciones. Una mandíbula afilada y labios finos curvados en una sonrisa que ni siquiera hacía el esfuerzo por aparentar ser amable.

Le pareció curioso el tono blanco platinado de su cabello, muy similar al de Daemon salvo que el de Daemon era corto y estilizado, y el de este tipo era largo y bien cuidado. Daba aires de poseer albinismo si no fuese porque su ojo izquierdo era celeste –y tenía una cicatriz– y el derecho azúl con toques liláceos. Pensó en que jamás había visto a alguien con heterocromia, era interesante.

—Setenta libras.

El sujeto soltó un sonidito sorprendido. Luke avanzó hasta su vehículo, notando que el extraño también era una cabeza y algo más alto que él.

—¿Estás bromeando?

—La gasolina está cara —se excusó elevándose de hombros.

—Con eso te pagas la gasolina lo que resta del mes y el siguiente.

—¿Es un no?

No recibió una respuesta inmediata, sino que el tipo pareció sopesar si valía o no la pena pagar setenta libras esterlinas por dar una vuelta en una Kawasaki Ninja. Luke estaba por cuestionarlo nuevamente cuando el hombre sacó la billetera de su bolsillo.

—Máxima velocidad —dijo. Luke negó—. Doscientos.

—Ciento cincuenta —el tipo hizo un sonido, un "mh" poco convencido—. Las multas son caras.

—No deberías tener esa moto si vas a preocuparte por el dinero.

—Si tienes el dinero para pagarle a un tipo por una vuelta, mejor cómprate una.

Luke tenía sueño, le dolían los pies por estar constantemente parado trabajando y su cuerpo se sentía sucio después de ese enfrentamiento con Larys. Tener a un tipo cuestionándolo no ayudó mucho a su malhumor.

Este alzó las manos en un gesto pacífico y sacó un par de billetes de su billetera.

—Setenta libras —anunció extendiéndoselos. Luke observó el dinero y luego al sujeto.

—Ahora son setenta y cinco.

El tipo se congeló en su lugar.

—¿Y eso?

—Mi tiempo libre también es caro.

Sinceramente habría aceptado por veinticinco, a veces incluso llevaba gente porque eran amistosos, pero Luke no tenía un mayor interés por sacar de paseo a nadie en ese momento. Debía llegar a su casa, su madre estaba cada día más agotada y quería poder ayudarla un poco en los quehaceres antes de dormir.

—No puedes hablar en serio.

—Ochenta.

—Jesús. . .

Luke rodeó al tipo, dando por sentado que no recibiría esa cantidad. Nadie pagaría casi cien libras por una vuelta en moto, por más que la moto fuese bonita o veloz. Tirarse en paracaídas seguro tenía un precio similar y la experiencia era bastante más elevada.

Estaba por quitar los soportes cuando el sujeto extendió los billetes en su dirección. Luke se preguntó si el tipo era consciente de lo peligroso que era moverse con tanto efectivo en lugares como ese.

—Ochenta libras —repitió, ganándose una mirada extrañada. Aparte de eso no dijo nada, si el tipo quería gastar su dinero en esas cosas, Luke no tendría ningún problema. Lo tomó y escondió dentro de uno de sus bolsillos con cierre.

—Iré a buscar un casco.

—No lo necesito.

—Sin casco no te subes —sentenció devolviéndose a la cafetería. Siempre dejaba uno ahí en caso de que su hermano quisiese una vuelta o tuviese que llevar a alguien—. Los hospitales son caros.

Escuchó una risa, no se volteó para saber si realmente le había hecho gracia.

Cinco minutos después estaba de vuelta con un casco en cada brazo. El suyo, pintando completamente de negro y con un vidrio polarizado que bloqueaba el sol, y otro que adquirió después, quizás un poco menos agraciado.

—Tiene stickers —observó el tipo.

Ciertamente los tenía, estaba lleno de ellos. Desde caricaturas hasta animalitos. Joffrey se tomó en serio el "puedes personalizarlo como quieras". Debajo de todos esos estampados podía notarse la pintura blanca algo desgastada.

—Sí, es el de emergencias —le extendió el casco y esperó a que lo tomase—. A veces llevo a algún amigo.

—¿También les cobras ochenta libras?

Luke se permitió esbozar una sonrisa sutil.

—No, a ellos solo diez.

En realidad Luke no tenía amigos. Lo más cercano a un amigo podría ser Laenor. Y no le cobraba porque le quedaba de paso a su propia casa.
Debía ser sincero, no se sentía capaz ee cobrar a nadie por algo como una vuelta. Solo aprovechaba porque el sujeto delante suyo lo había ofrecido.

—Quiero el negro —dijo el sujeto, extendiéndole de vuelta el casco. Luke frunció el ceño.

—No.

El tipo también frunció el ceño. Aparentemente no le hacía gracia recibir aquella respuesta tan rotunda, pero Luke no tenía ningún interés en prestar algo tan suyo. La única persona que había usado su casco, aparte de él, era su padre, y así se quedaría.

—Mh.

Se puso el casco con estampados sin volver a alegar, dejando el vidrio hacia arriba para poder observar todo. Luke agradeció lo primero y se subió para luego encenderla. El suave rugido lo saludó y las luces se encendieron justo cuando quitaba el soporte metálico y apoyaba el pie en su lugar.

Lanzó una mirada inquisitiva hacia el tipo cuando se percató de que seguía donde mismo.

—¿Vas a subir o–. . .? —dejó la frase inconclusa.

Luke no tenía una manera correcta de describir la extraña mirada que el tipo tenía; como si de alguna forma intentase comprender algo que estaba lejos de su interés y conocimiento. Era como un investigador buscando descifrar un enigma. Algo extraño que le gritaba a Luke que tuviese cuidado porque parecía de la clase de persona que no reaccionaba pacíficamente a un estímulo violento.

Subió dejando algunos centímetros entre sus cuerpos. Él en no tenía problemas con esa clase de acercamientos. Estaba acostumbrado a llevar a personas.

—Rodea mi cintura y no te sueltes —indicó, su voz salió ligeramente ahogada por el aislamiento que tenía el casco—. Si quieres bajar avísame.

—¿Cómo?

—Un grito o algo —dijo, luego agregó—. Por cierto, no sé tu nombre.

El sujeto no respondió en seguida. Acomodó su cabello de manera que no llegase a tirar –Luke admiró lo bien cuidado que lo tenía– y solo entonces habló.

—Aemond, a secas.

Aemond sonaba como si estuviese tragando vidrio molido. Luke se preguntó qué le provocaría esa actitud tan desagradable.

—Un placer, Aemond a secas, soy Luke.

Aemond no pudo responder porque entonces Luke ya había arrancado, y las manos que se encontraban flojas en su cintura pronto afianzaron el agarre, tensándose. Lo consideró gracioso ya que era una reacción habitual.

El viento helado y la ligera humedad se adhirieron a su cuerpo y habrían congelado sus dedos si no llevase guantes. A sus espaldas podía sentir el cuerpo de Aemond, había olvidado mantener esa distancia y ahora podía notar como su pecho se ampliaba, como si estuviese inhalando una bocanada amplia y profunda. Luke se preguntó qué habría motivado a ese sujeto a pagar una cantidad tan alta solo por un paseo en moto; si su deseo por viajar en una hiperdeportiva, alguna afición a esos vehículos o simplemente porque el dinero no le hacía falta.

Lo que fuese, Luke pensó que ya estaban en marcha, ir un poco más rápido no afectaría a nadie. Por ello su muñeca de a poco fue doblándose, acelerando lentamente pero de forma periódica.

De reojo pudo notar que una de las manos de Aemond habían abandonado su cintura y cortaban el viento a su costado como un niño pequeño jugando cuando las ventanas del auto estaban abajo.

Sonrió, algo nostálgico removiéndose en alguna parte de su corazón al pensar que él hacía lo mismo cuando su padre lo llevaba.

—¡Más rápido! —lo escuchó gritar, aferrándose otra vez a su estómago con las dos manos.

Su tono ya no era algo prepotente y ensayado, y solo por eso Luke negó con cierta diversión y obedeció.

Los faros se tornaron algo difuso y preciosos, Aemond volvió a respirar cuando se acostumbró a la tenebrosa velocidad. Sintió su pecho expandiéndose, otra vez. Las veredas estaban iluminadas, y siendo una zona poco concurrida durante las noches, lo único que se escuchaba era el ladrido de algún perro y un auto pasando por alguna calle aledaña. Y ellos, que sobre la moto generaban un rugido sutil pero constante debido al buen funcionamiento del vehículo.

Luke disfrutó de la siempre bienvenida libertad.
No había nada ahí salvo luz y viento. Era él contra el mundo, y podía vencerlo mientras el marcador estuviese por encima de los doscientos. Daba igual el peligro. Daban igual los problemas. Daba igual Larys y sus abusivas formas.

A esa velocidad incluso podía imaginar momentáneamente que quien estaba detrás de él era su padre, y no un extraño antipático.

No dio una vuelta, sino varias.

Cuando vio la hora descubrió que llevaba casi diez minutos acelerando y reduciendo la velocidad paulatinamente con Aemond lo suficientemente entretenido a sus espaldas como para darse cuenta.
Redireccionó de a poco y se detuvo finalmente en el mismo punto de partida. En vez de quitarse el casco solo elevó el vidrio polarizado. Aemond bajó a sus espaldas.

—Fue entretenido —anunció quitándose el casco con estampados. Su cabello lució algo despeinado por la estática, pero era tan lacio que cuando Aemond pasó una mano por entre las hebras estas se acomodaron de inmediato. Luke casi lo envidió, él mismo debía hacer bastante por no parecer diariamente desareglado.

—Lo fue —convino Luke—. ¿Necesitas que te acerque a alguna parada de buses?

Aemond lo miró. Sus ojos eran otra vez una máscara fría y desagradable.

—No es necesario. Vine en auto.

Si a Luke eso le pareció extraño, no lo hizo notar en voz alta.

—Pues entonces adiós, Aemond a secas —bajó el vidrio y sacudió la mano tras encender la moto otra vez y colgar el casco restante en uno de los costados del manubrio.

—Nos vemos, Luke.

Luke partió, notando por uno de los espejos que Aemond continuó observándolo.

»Raro« pensó, pero no le dio más vueltas.

A&L

Segundo capítulo y actualización nocturna porque ya lo tenía muy avanzado. Solo advierto que no esperen actualizaciones tan seguidas porque considero esto casi un record para mí.(?)

Creo que escribir la dinámica familiar de los Targaryen es de mis cosas favoritas por su disfuncionalmente funcional manera de vivir.

Ya que es un hecho que Luke no le quitó el ojo a Aemond, ¿cómo creen que lo perdió?

Cap sin editar, si encuentran algunos errores será por eso.;;;

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