Capítulo doce: "Té de jengibre y un casi-algo muy resentido".
TW: Violencia física explícita. Mención a una ship pasajera. Escenas sangrientas.¿
Llevo esperando doce capítulos para poner a Manu Chao. Algún día la canción de abajo será "me gustas tú" y todas seremos felices JAJAJA.
felizviernes.
»Yo llevo en el cuerpo un dolor,
que no me deja respirar.
Llevo en el alma una condena
que siempre me echa a caminar.«
Desaparecido. Manu Chao.
Aemond le dio su primer pago un día después de que Daeron lo visitase. Diez mil en efectivo que guardó sin decir una palabra. Quizás eso mejoró lo suficiente su ánimo como para decirle a Daemon que bueno cuando él habló sobre dejar que Daeron trabajase en la cafetería.
Una semana y media después, Luke seguía sin acostumbrarse a la constante compañía que Daeron significaba. Él, por otro lado, sí se había hecho amigo de todos y ahora Luke tampoco podía enojarse abiertamente con él porque sería decir que Daeron estuvo estrechamente involucrado en su accidente, y eso desencadenaría en más situaciones complicadas.
Habían avanzado el doble con su ayuda voluntaria, y teniendo a Daemon para ponerle altos de vez en cuando todo lo que Luke estaba orillado a hacer era sentarse y conversar de vez en cuando.
Daemon llevó a su perro ese día, Joffrey insistió en que sacarlo a pasear le haría bien, Luke no estaba muy seguro de eso considerando el frío que hacía y el poco pelo que el animal poseía, y todos descubrieron que Daeron no mentía cuando dijo que era una cosa fea. Luke lo miró por algunos segundos, el animal movía la cola y sacaba la lengua.
—¿Realmente estás seguro de que es un perro? —terminó por preguntar, sin apartar los ojos de los bizcos que poseía el perro—. Mis gatos han traido ratones más grandes.
Daeron se carcajeó cuando pasó a su costado.
—Es un perro y tiene oídos —Daemon le hizo cariño, el perro ladró—. El veterinario dijo que está un poco viejo y tiene un problema en la nariz.
—Está desahuciado —Daeron alegó.
—Cállate.
Caraxes segundo terminó acostándose al lado de su pie inmovilizado, muy a su pesar. Luke después de un rato se rindió y le dio algunas palmaditas en la cabeza.
Laenor y Joffrey conversaban mientras ordenaban platos. Daemon y su madre también ordenaban loza en la cocina. Daeron entró cargando una nueva tanda de utilería cuando lo vio.
—Te vas a arrugar si sigues con esa cara de enojado —Daeron comentó, dejando una caja sobre la mesa—. ¿Sabes qué suelo hacer en días como estos?
—¿Cometer un fraude fiscal?
Daeron le lanzó una mala mirada.
—Eso no fue gracioso.
—Lo fue.
—El término correcto es delito de guante blanco, y llevo una racha de un mes sin haber robado nada.
—Robaste unos dulces en el supermercado —le acusó Joffrey, asomándose por un costado de la cafetera. Daeron se giró hacia él y lo señaló, vocalizando un "soplón" al mismo tiempo.
—Esos no cuentan porque todo el mundo le roba a los supermercados —alegó—. Además, ellos ya tienen pérdidas asumidas, no van a llorar por unos chocolates.
Daeron lucía orgulloso, Luke no estaba muy seguro de que fuese algo de lo que sentir felicidad. En su lugar balanceó su pie inmovilizado. El tobillo le palpitaba de una manera incómoda después de estar de pie tanto tiempo, y por el frío. La cabeza le dolía.
—Luke, dile a tu amigo cleptomano que deje de darle malas ideas a Joffrey —Laenor señaló a Daeron, Daeron le regaló una sonrisita maliciosa.
—Solo es una mala idea si no sabes ponerla correctamente en práctica.
—Daeron —Daemon le lanzó una mirada cuando salió de la cocina, siendo capaz de escucharlo. Su madre avanzó detrás de él, ella se tomaba las "bromas" de Daeron con humor.
—Mientras no lo atrapen puede robar lo que quiera en un supermercado —Luke no pudo evitar un gesto de sorpresa cuando la escuchó intervenir. Daemon se volteó hacia ella con una expresión similar, ella notó la abrupta reacción y todo lo que hizo fue encogerse de hombros—. No creo que esté mal ir en contra del sistema de vez en cuando. Cuando era joven también robaba cosas.
Luke no estaba seguro de si le sorprendió más el descubrir aquel particular dato, o la tranquilidad con la que ella lo contaba. Daemon y Daeron lucían igual de impactados, y ellos eran ladrones profesionales. Luke no se perdió el nuevo brillo en los ojos de Daemon ante esa revelación. Él demoró varios segundos antes de devolver su atención a los demás.
—No conocía ese lado antisocial —Daemon comentó. Ella acomodó un mechón de cabello tras su oreja.
—Mi comportamiento en la adolescencia podría ser un poco cuestionable.
Laenor jadeó a su lado, como si la realización le hubiese dado una bofetada.
—¿Mi alcancía?
—Después repuse el dinero —ella dijo—. Lo dejé en tu cómoda.
—¡¿Sí fuiste tú?!
Su madre le regaló una breve sonrisita astuta.
—Fue idea de Laena.
Laenor emitió un nuevo sonidito indignado.
—Las dos son un par de. . . —Laenor masticó alguna palabra antes de agregar— ¡de brujas! La edad solo las hace más retorcidas. Joffrey, vámonos, dejemos a este grupo antes de que nos contagien.
Joffrey lo siguió, y entonces los dos desaparecieron por la cocina. Su madre sonrió negando.
—¿Entonces sí son familia? —Daeron preguntó.
—Claro, pero estos niños irrespetuosos prefieren tutearme —Laenor se asomó por la ventanilla que unía la cocina con el resto de la cafetería para agregar eso.
Daemon lo señaló, dándole toda la razón. Luke se descubrió blanqueando los ojos.
Su madre estuvo cerca de diez minutos explicándole la extraña línea familiar que se resumía en ella siendo adoptada por los Velaryon cuando tenía dieciséis.
Ella no lo dijo, pero Luke sabía que en gran medida jamás terminaría de acostumbrarse a esa familia. Ella prefería ver a Laenor y Laena como unos amigos cercanos aunque en los registros dijese que eran hermanos. Nunca fue capaz de llamar "madre" a Rhaenys o "padre" a Corlys, aunque ellos estaban bien mientras Luke y sus hermanos sí les dijesen abuelos.
Existían fragmentos de la vida de su madre que ni Luke o Jace conocían, como lo eran su infancia y adolescencia. Luke solo sabía que conoció a su padre a los diecisiete y de alguna forma no pudo no enamorarse de él.
Luke no podía negar que saber que su madre también tenía dotes de ladrona volvía toda la situación algo irónica, y cuando descubrió la mirada de Daemon encima de él supo que debía pensar algo similar. Al menos ahora Luke ya sabía de quién había heredado esas cualidades.
Disfrutó viéndolos conversar, aunque él mismo se mantuvo bastante ajeno. La garganta le ardía.
A Luke le dolía todo. No de una forma concreta como ya casi podría serle constumbre. La cabeza le daba vueltas y su garganta quemaba cuando tosía. Tosía y le dolía. Respiraba y le dolía. Los ojos le ardían.
—Tienes fiebre.
—No tengo —masculló, incorporándose en la cama. Ni siquiera tuvo que ver el rostro de su madre para saber que eso no era cierto. Le ardía todo y tenía frío—. Me duele la cabeza. . .
—Eso te pasa por salir mientras te estás recuperando —ella situó una mano sobre su frente, se sentía helada en comparación, lo recorrió un escalofrío—. Estás resfriado, Luke.
—Te ves feo —agregó Joffrey.
Luke no tuvo la fuerza para sacarle la lengua.
—Quédate en cama hoy —su madre guardó el termómetro en el botiquín y lo dejó en el suelo antes de sentarse sobre la cama a su lado—. Duerme, te dejaré algo para que comas y volveremos como a las siete. Si te sientes muy mal llámame.
—¿Y si vuelve Gyles? —murmuró.
Una mano helada se deslizó por su cabello, peinando el probable desastre que tenía.
—Tenemos a Daemon —Luke no pensaba admitir que eso lo aliviaba bastante—. Es como Superman, estará contento con romperle otro hueso.
Luke emitió una risa que terminó en una tos fea. La costilla le dolió como advertencia.
Vida de mierda.
Cerró los ojos y se dedicó a dormir por tramos breves interrumpidos únicamente por Arrax acomodándose a su costado y Vermax despertándolo para recibir comida. Luke le cobraría a Jace todo lo que gastaba en alimento, la cantidad que comía ese animal no era normal.
Odiaba el silencio que se formaba cuando no había nadie. Luke prefería escuchar los constantes parloteos de Laenor y Joffrey, o hacer café con Daemon, que sufrir de esa carencia tan notoria de sonidos. Podía escuchar su propia respiración, pausada y adolorida, era demasiado consciente del latir tranquilo de su corazón y el ronroneo de sus gatos junto a él.
Luke se durmió y despertó. Despertó y volvió a dormir y volvió a despertar y eventualmente dieron las una de la tarde. Afuera nevaba, la luz diurna era apenas notoria y tornaba todo aún más depresivo.
Odió el silencio una vez más y observó el techo blanco crema de su habitación. No tenía ganas de revisar su teléfono, le pesaban los brazos, estaba medio dormido porque no terminaba de despertar antes de caer otra vez. Bebía agua de vez en cuando queriendo aclarar su garganta, pero no servía de mucho.
Estaba en medio de ese limbo nebuloso cuando lo despertó la vibración de su teléfono. Luke arrugó el ceño ante el número desconocido que había perturbado su sueño. Seguro era alguna venta por catálogo. Lo llevó hasta su oreja y respondió.
—¿Hola?
—¿Lucerys?
Luke se enojó de solo escuchar su nombre de pila. La voz sonó ligeramente familiar.
—¿Sí? —el silencio se extendió—. ¿Quién es?
El sueño lo inundó durante los segundos que la persona al otro lado de la línea pasó sin responder. Luke se descubrió cabeceando cuando volvió a hablar.
—Voy a colgar —advirtió, y eso sirvió porque pronto el sujeto respondió.
—Es Aemond.
Luke habría preferido ventas por catálogo.
—Vete a la mierda.
Cortó antes de que Aemond terminase de pronunciar su nombre. Su teléfono vibró un par de segundos después y Luke lo dejó sonar un rato antes de responder. La voz producía eco contra su oído.
—¿Qué quieres? —cada palabras le raspaba la garganta y salía como si alguien estuviese arañando un plato con un tenedor. Luke carraspeó, pero no sirvió de mucho.
—En tres días se cumplen dos semanas —él dijo. Su voz era suave incluso a través del teléfono.
—¿Y?
—¿Y? —Aemond repitió, parecía estar tragando vidrio molido. Bien, que le doliera—. ¿No recuerdas tus propios tratos? ¿Eres tonto?
Luke tosió.
—¿Te enfermaste?
Luke pudo perfectamente imaginar la sonrisa burlona con la que pronunció esas palabras. El malhumor se asentó en su interior.
—Por tu maldita culpa —gruñó, escuchando un sonidito indignado al otro lado—. A las ocho frente a la cafetería en tres días, ¿algo más?
—El té de jengibre con miel es bueno para la garganta —él dijo—. Suenas horrible.
—Vete a la mierda —y colgó. Otra vez.
Sopesó la idea de bloquear el contacto, pero si estaría dándole el dinero entonces sería contraproducente. No lo agregó a sus contactos, tampoco, no quería leer su nombre cuando marcase a su madre o a Jace.
Luke volvió a dormirse, y en sus sueños lo atormentaron esos ojos bicolores en diversas e hilarantes situaciones. No se encontró particularmente sorprendido; sí bastante molesto. Cuando despertó no habían pasado ni diez minutos y él realmente quería salir a correr. Necesitaba el aire frío llenándole los pulmones y el poder de no ser alcanzado por nadie. Quería tanto escuchar el rugido de su moto que la sola idea de no ser capaz de bajar y verla le apretó aún más la garganta.
Y ahora ni siquiera tenía el trabajo para distraer su angustia. Estaba condenado a marinarse en su propio dolor hasta que el bastardo de Aemond le devolviese su vehículo. Luke lo atropellaría, seguro le rompería un par de huesos y estarían a mano.
Le tomó más de lo que admitiría levantarse de la cama. Envuelto en un abrigo de polar y descalzo ni siquiera quiso pensar en lo lamentable que lucía, él solo arrastró los pies por la madera y ojeó la comida. Decidió que no tenía hambre y entonces se dispuso a volver a la cama cuando tres golpes en la puerta lo hicieron brincar.
Luke observó el final del pasillo y sintió su corazón acelerándose de una manera violenta y peligrosa. No podían ser su madre o Joffrey porque volverían a la tarde, y Daemon con Daeron estaban con ellos.
Su cuerpo acalorado bajó varios grados ante la idea de que fuese alguien más, y de pronto sus palmas sudaban. La puerta sonó otra vez y Luke avanzó un paso. Podía ignorar a quien estuviese del otro lado y eventualmente se iría, él podía hacer eso, nadie entraría a la fuerza a su casa. Era un departamento, quedaría grabado. Luke estaba a salvo allí.
Sus dedos temblaron. La desconfianza se asentó en su estómago vacío y lo revolvió, amenazándolo con devolver lo que comió el día anterior.
Los golpes resonaron una tercera vez; tres veces. La sombra crecía en el espacio bajo la puerta y rozaba los dedos de sus pies. El sudor helado humedeció su espalda.
Luke podía enfrentarlo. Tenían un bate. Era un edificio, si gritaba algún vecino lo escucharía. La puerta tenía pestillo, nadie entraría. El espacio a su alrededor dio un giro tenebroso y Luke fue perturbadoramente consciente del acelerado latir contra su pecho. Golpeaba fuerte y preciso el espacio tras sus costillas, uno por cada microsegundo resonando sin tregua en sus oídos.
Avanzó otro paso y apretó los dedos para que no se notara el temblor incontrolable. Si fuesen Gyles o Larys ya le habrían hablado. Ellos no tenían como saber que estaría ahí solo. No eran ellos. No eran. No. No. No podían–. . .
—¡Luke! —Luke saltó—. ¡Ábreme, me estoy congelando el culo!
Luke se movió como un fantasma y abrió. No debió fingir estar enojado porque él jodidamente iba a matar a Daeron por asustarlo de esa manera. Daeron le sonrió, su cabello estaba húmedo y aún habían delgados cristales de hielo adhiriéndose a algunas hebras, cuatro dedos de pelo albino dejaron en evidencia que le faltaba un retoque. Formó un gesto con la boca cuando lo vio.
—Amigo, te ves como la mierda —él dijo—. ¿Seguro que solo es un resfriado? Pareces a un estornudo de empezar a comer cerebros.
—¿Por qué no estás en la cafetería? —cuestionó, apretando su propia nariz cuando esta hormigueó.
—Daemon dijo que mejor viniera a verte, y Rhaenyra estuvo de acuerdo —Daeron levantó dos bolsas blancas y arqueó las cejas—. Traje comida.
—No tengo hambre.
—Yo sí, déjame pasar o vas a empeorar por estar pescando frío.
Luke sopesó seriamente la idea de cerrarle la puerta en la cara.
—Tendrías que estar ayudando en la cafetería —gruñó, sonó lamentable porque su voz era un chirrido vergonzoso.
—Vamos —Daeron se balanceó sobre sus pies—. Si vuelvo Daemon me va a obligar a venir otra vez hasta que me abras. Estaré callado, seré un mueble que respira y come.
Chasqueó la lengua y lo dejó pasar. Se sentía lo suficientemente mal como para no cuestionar más a Daeron. Él podía estar allí, Luke dormiría hasta que su madre llegase y entonces se iría.
Daeron no fue un mueble que respiraba y comía, él lo siguió hasta su habitación en silencio, sí, y después se dedicó a comentar sus últimos días en la cafetería ignorando la mala mirada que recibió. Luke se volvió a acostar, cubriéndose completamente con las frazadas. Daeron se sentó apoyando la espalda en la cama y comió lo que probablemente fuese un sándwich de miga; eran de los que más se vendían en la cafetería, y uno de los favoritos de Luke.
Lo escuchó hablar, y de vez en cuando hasta respondió con algunos monosílabos. Eventualmente Luke se durmió. No soñó con nada, pero descubrió que tampoco se despertó en intervalos de tiempo breve, y cuando vio la hora recayó en que eran las casi las tres y Daeron no estaba en ningún lado.
Ojeó su teléfono, tenía varios mensajes sin leer, los dejó para después porque la luz de la pantalla le ardía en los ojos y se puso de pie. La bota quirúrgica era ruidosa, anunciaba su llegada a cualquier lugar, pero Luke no esperaba sorprender a nadie cuando avanzó sin prisa por su pequeña sala de estar. Él sí se sorprendió cuando descubrió que Daeron no se había ido y estaba acostado en el sillón doble que poseían. Le sonrió, Luke no le devolvió la sonrisa.
Vermax estaba encima de él, ronroneaba.
Gato traidor.
—¿Por qué sigues acá?
—Estar enfermo es una mierda —él tarareó sin enderezarse—. Cuando tengo fiebre mi hermano me hace té de jengibre y miel y se queda conmigo.
Luke chasqueó la lengua y se sentó con cuidado en el sillón individual. La sola idea de Aemond siendo un humano normal le provocaba repelús. Seguro su té sabía como la mierda.
—¿El sujeto de la pared es tu papá?
Siguió la mirada de Daeron hasta el mural de fotos que había en el pasillo, luego apretó los labios y asintió una sola y triste vez. Hacía más de dos años que no agregaban ninguna foto a esa pared. Luke frotó sus ojos, la nariz le ardía lo suficiente como para mantenerlos en un constante lagrimeo.
—Hey, no tienes que llorar, ya no preguntaré de nuevo —agregó.
—No estoy llorando, me duele la nariz, estoy resfriado.
Daeron asintió, pero no le volvió a preguntar. El silencio los envolvió.
Luke seguía enojado. Cada vez que se movía y le dolía se enojaba. Cada vez que recordaba su moto podía sentir esa furia revolviéndose dentro suyo. Cuando recordaba la voz suave de Aemond definitivamente deseaba golpear algo. Lo que más rabia le daba de todo eso era que no lograba odiar por completo al idiota que tenía delante. Ni siquiera estaba seguro de odiarlo. Solo estaba perturbadoramente enojado, y lo estaría hasta el día en que pudiese moverse libremente e ir otra vez a ganar dinero a sus carreras.
Pero Luke no podía negar que tener a Daeron ayudando en la cafetería lo aliviaba. Mientras antes estuviese abierta al público, más pronto sus ingresos volverían a la normalidad y entonces solo necesitaría recuperarse para retornar todo a como estaba antes.
No es que estuviese particularmente bien, pero Luke encontraba calma en ese caos habitual.
Luke estornudo, Daeron le tendió una caja con pañuelos de papel. Luke la aceptó.
—¿Nos robaste porque le debes? —Daeron curoseó. Luke no tuvo que preguntar a quién se refería.
Sonó su nariz de manera ruidosa antes de pensar en responder.
—Lo hice —murmuró.
—Mh. . .—él asintió—. ¿Y por qué le deben tanto?
—No estoy seguro —Luke confesó, ojeando la nieve caer por la ventana—. Él apareció unos días después de que mi padre murió y dijo que teníamos una deuda de varios millones a él y su grupo. Debemos pagarle protección para que su gente no nos joda, y al mismo tiempo intentar bajar un poco todo lo que debemos.
Luke jamás había visto a su madre tan devastada como la vez que la espió esa noche y descubrió su semblante rendido frente a una pila inmensa de papeles. Larys ni siquiera le había dado tiempo para ahorrar, él simplemente anunció su visita el próximo mes para recibir su pago correspondiente.
—¿Por qué no escapan? Podrían vender la cafetería e irse, no sé, a América latina con otros nombres —Daeron se giró para mirarlo—. Ese cojo de mierda no puede ser realmente tan peligroso.
—Es como el perro de un mafioso o algo así —Luke se alzó de hombros, se descubrió queriendo dormir otra vez—. ¿Craghas Drahar? Algo así. No creo que le haga gracia.
Daeron de pronto se encontró aún más interesado. Él se sentó recto en el sillón, y a Luke hasta le dio un poco de lástima no ser capaz de contarle mucho más. Él seguía acariciando al gato naranja, lo cual sí era sorpresivo considerando que Vermax solo era así de amistoso con Jace, a Luke lo toleraba porque le daba comida.
—Uh, lo conozco, Aemond lleva queriendo meterse a su casa desde que apareció en las noticias que es como de los más ricos en Inglaterra —Luke no encontró sorpresiva esa declaración—. ¿Le debes dinero a él? Eso sí que está jodido. Seguro hasta es amigo de algunos cárteles en México. Mejor róbale a más gente y termina de pagar esa deuda. Jesús, creo que entre los dos no estoy muy seguro de quién es la peor influencia, ¿sabes? Si me dices que tu tatarabuelo era Jack el destripador no pienso ponértelo en duda.
Una sonrisa floja e inconsciente tironeó de la comisura de sus labios ante el parloteo incansable de Daeron. Se borró cuando tragó y su garganta ardió, provocándole más tos. Toser le dolía. Ni siquiera podía resfriarse tranquilamente porque encima le dolería el doble. Luke carraspeó y descubrió que Daeron lo miraba.
—¿Té? —él ofreció—. Me tomé la libertad de revisar tu cocina, sé que tienes jengibre.
Luke lo pensó algunos segundos, Arrax maulló a su lado. Luke extendió una mano y su gato se frotó cariñosamente contra esta.
Él seguiría molesto por bastante tiempo, y Daeron aparentemente tenía mucha paciencia. Luke no podría castigarlo por siempre, eventualmente recuperaría su moto y entonces no tendría un motivo para estar enojado salvo su propio rencor. Y Luke no era un tipo rencoroso. Malhumorado como la mierda y demasiado orgulloso, sí.
—Un té estaría bien.
La sonrisa de Daeron podría fácilmente haber iluminado a medio Londres.
Lucerys estaba muerto.
Su cuerpo permanecía flácido y maleable, pálido y helado, interte, con los ojos opacos, sin brillo ni vida. Y entonces Aemond despertaba, cubierto de sudor, con el corazón acelerado y rodeado de estrellas.
Dormía. Lucerys moría en sus brazos. Despertaba.
A veces no moría, a veces le susurraba: ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Y lo hundía en un mar de brea del que no podía salir, ni nadar, ni escapar. Y la oscuridad lo absorbía, mortal y tenebrosa, y todo lo que podía escuchar era la voz de Lucerys arañando sus oídos.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Descubrió al cabo de unos días que se encontraba considerablemente más tranquilo después de pasar horas en el taller reparando la bendita moto que él mismo destrozó. Su mente se vaciaba, dejándolo a él solo con un montón de piezas que podía acomodar y reparar.
Aemond a veces pensaba en lo fácil que sería la vida si se le pudiesen sacar las zonas defectuosas como él lo hacía con ese vehículo. Entonces él removería dos o tres momentos claves y definitivamente en ese instante estaría asaltando el castillo de Buckingham con Daemon y sus hermanos.
Por el bien de su cerebro maltratado por la falta de sueño, volvió sus visitas a la mecánica algo rutinario. Trotaba hasta allá, porque era un adicto al ejercicio y la mecánica quedaba considerablemente lejos metida en una calle que ni siquiera estaba pavimentada, y permanecía todo el día tramitando el envío de algunas partes que él no poseía y arreglando otras que tenía más a la mano. Eso lo agotaba lo suficiente como para que al llegar la noche y trotar de vuelta a su casa, todo lo que su cuerpo alcanzase a hacer antes de dormir fuese ducharse y cepillar sus dientes.
Era una buena rutina, y además de atrasar su último golpe realmente no afectaba en algo su desempeño. Aegon era feliz con la casa para él solo, especialmente porque su primer mes sobrio lo tenía de un humor asqueroso.
Aemond no escuchaba algo más que la fuerte música a través de sus audífonos. La última vez que lo chequeó estaba escuchando a Queen, sin embargo cuando se limpió un poco las manos y volvió a revisar la fila de reproducción, recayó en que la siguiente canción era de las que Daeron solía poner. Y después de esa a Spotify le pareció buena idea lanzarle todas las canciones que su hermano menor escuchaba.
Ahora Aemond estaba odiando su vida y a si mismo con algún cantante de habla latina de fondo.
No podía marinarse en su propia miseria cuando lo que resonaba en sus oídos eran palabras altamente sexuales e inconsistentes.
No soportó más de cinco minutos antes de pausar las canciones. Si había algo en lo que jamás coincidiría con su hermano era en gustos musicales.
Siguió trabajando en silencio. Si sus propios pensamientos eran vinilos, los últimos días se moldeaban perfectamente como un tocadiscos a medida. Los reproducía como películas viejas y se cuestionaba cada vez que descubría un error estúpido que él perfectamente podría haber evitado.
Confiar en Cole. No escuchar a Helaena. No escuchar a Daeron. Seguir cubriendo a Aegon. Ser incapaz de enfrentar a Daemon. No conducir él mismo.
Sus dedos estaban sucios con grasa y polvo, la moto delante suyo lucía bastante mal porque Aemond había desarmado y rearmado diversas partes para asegurarse de que el funcionamiento interno estuviese bien antes de ponerse a trabajar en todos los daños.
Aemond observó una línea creada por su contacto contra el pavimento. Su ojo siguió hasta la rueda pinchada y el foco quebrado. En sus oídos lo único que resonaba era el golpe seco que detuvo al auto.
»—No quiero morir. . .«
Chasqueó la lengua y apartó la mirada, dirigiéndose sin miramientos hasta la mesa con herramientas. Sus manos estaban en un modo casi automático, reparar ese vehículo era en realidad bastante fácil porque los daños se mantenían casi todos en el exterior. Se veía fea, pero no estaba exponencial e irreparablemente destruída como lo creyó en primer lugar.
»—No me dejes morir. . . «
La pequeña herramienta que estaba entre sus dedos voló hasta golpear con furia el otro lado del amplio cuarto.
El choque resonó en medio del silencio, probablemente destruyendo algo en el proceso. A Aemond no le interesó, y en su lugar deslizó su antebrazo por encima de toda la mesa para arrasar con cualquier objeto arriba de la ordenada superficie.
Fue estruendoso y zumbó contra sus oídos, como el motor de un vehículo, y Aemond notó que lo único que permaneció sobre la mesa fue un único guante de cuero sintético. Solo tenía uno porque era el que le había quitado a Lucerys mientras él peleaba por respirar. Ni siquiera se había dado cuenta de que seguía en su mano hasta que la ambulancia partió y el apretaba algo con demasiada fuerza.
El adagio de Morphy decía: "si algo puede pasar, pasará" siendo bueno o malo. Y todo había salido jodidamente mal.
Aemond fue esa noche al hospital, casi dos semanas semanas. Lucerys dormía cuando dio con su habitación. Él ojeó la ficha; una costilla rota, un pie esguinzado y muchos hematomas. Lo tranquilizó un poco el saber que no tendría alguna secuela de por vida. Él se sentó y esperó. Lucía curiosamente pacífico durmiendo, debía ser la primera vez que lo veía con algo que no fuesen chaquetas y abrigos. Lucerys era más delgado de lo que había pensado, y dormía con el ceño fruncido.
El idiota debía vivir y dormir enojado. Seguro se enojaba con sus sueños también.
Después de ese día las pesadillas se dedicaron a atormentarlo, y semanas después Aemond solo encontraba tranquilidad en la soledad de su mecánica, donde ni la voz de Cole o Daeron le jodían el cerebro. Y el llanto de Lucerys solo era un susurro liviano capaz de irse con el viento.
Estuvo recogiendo piezas y herramientas por al menos diez minutos. Cada vez que se inclinaba para tomar una, sentía menos ganas de levantarse. Terminó por dejarse caer sin gracia en el suelo y apartó en el proceso algunos mechones albinos de su rostro, así notó que la coleta se le había desecho.
—Está quedando bien.
Aemond brincó cuando una voz se hizo valer en la entrada, golpeando su mano en el proceso.
—Mierda, Helaena —masculló—. Me asustaste.
—Lo siento.
No sonaba como si realmente lo hiciese, pero Aemond no pensaba cuestionar su inalterable tono de voz. En su lugar frotó su rostro sin girarse, notando como su hermana encontraba un sitio a su costado. Ella no lo miró, Helaena no solía mirar a la gente.
—Daeron está con Daemon —ella dijo—. Trabaja en la cafetería de su amigo.
La idea de Daeron siendo amigo de Lucerys seguía sonando surreal y ridícula. Aemond no lo hizo saber en voz alta.
—Lo sé, Aegon me lo contó ayer.
Helaena asintió, ella creó algunos círculos sobre la tela de sus pantalones y Aemond disfrutó de su compañía silenciosa. Después de un minuto Helaena emitió un suspiro bajo.
—Estoy tramitando mi traslado.
Aemond se volteó hacia ella, pero Helaena seguía ojeando sus dedos. No estaba seguro de cómo tomarse esa noticia.
—¿A dónde? —terminó por preguntar, ignorando la ligera incomodidad en alguna zona de su pecho.
—La universidad de Bristol —Aemond asintió—. Terminaré mi especialidad allí. Me iré en unas semanas.
Él siempre admiraría la destreza de su hermana para dividir tan bien sus tiempos. Sus notas en la universidad eran de las mejores, siempre estaba presente en los planes y para acompañarlos en malos momentos. Aemond se descubrió apoyándose en ella un poco más. Helaena se lo permitió sin moverse. Cuando volvió a hablar, sus palabras lo azotaron, punzantes y heladas como una bofetada.
—Deberías venir conmigo —sugirió—. Descansar un poco. Daeron estará bien con Daemon y Aegon lleva sobrio más de un mes.
Quizás no fueron tanto sus palabras lo que lo sorprendieron sino él mismo, quien lo pensó. Desenredó esa idea y se visualizó en alguna casa solitaria junto a Helaena. Sin Daeron ni Aegon. Sin Cole ni pesares. Incluso hasta su desagrado por Lucerys terminaría desapareciendo. No habría nada allí que lo atormentara. Probablemente hasta dormiría bien.
—No significa que no pueda recaer —observó, humedeciendo sus labios.
—Tiene veintisiete, Aegon es dueño de su vida y puede arruinarla como él desee —Helaena no era una mujer particularmente piadosa—. Pero no puede seguir arrastrando a la familia con él.
—Mh. . . —tarareó—. No hay nada en Bristol para mí. Londres es mi hogar, no creo poder ser feliz allá.
—No eres feliz acá, tampoco, ¿cuál sería la diferencia?
Aemond no tenía una respuesta, así que se encogió de hombros y abandonó la conversación. La felicidad era subjetiva, él encontraba algo parecido después de un robo exitoso y con eso le bastaba.
—Seré feliz cuando termine esa cosa —señaló, lanzando una mirada a la moto medio desarmada. Helaena también la miró—. Y cuando arregle las cosas con Daeron.
—Daeron está enojado porque no lo escuchaste y él tenía razón —Aemond no pensaba negarlo—. Deja tu orgullo y discúlpate.
Su nuca se apoyó en la pared a sus espaldas. Decirlo era veinte veces más fácil que hacerlo, especialmente cuando Helaena no tenía problemas en reconocer sus errores, a diferencia de él.
Aemond pensó en Cole y lo mucho que detestaba a Daeron. Y después pensó en Daeron y las miles de veces que le había advertido. Volvió a pensar en Cole; algo desagradable revolvió su estómago.
—No es mi orgullo —masculló, frotando sus ojos.
Escuchó a Helaena suspirar.
Compartir espacio con ella no era como tomar té con Daeron o pelear junto a Aegon. No había nada en su presencia que le provocase aunque fuese una pequeña incomodidad. Helaena era su confidente, y le gustaba pensar que él lo era de ella aunque ella tuviese un poco más de afinidad a Aegon por su edad.
Helaena era quien lo defendió en la escuela. Helaena le enseñó a aceptar su sexualidad. Helaena estuvo junto a él para acompañar a Daeron, y Helaena permaneció a su lado cuando Aegon estuvo hospitalizado.
—No sientas vergüenza por algo que no pudiste evitar —ella dijo, y habló antes de que Aemond pudiese refutar—. Fuiste un niño y él se aprovechó, Cole merece mucho más que un golpe. Si ahora eres consciente, entonces harás las cosas mejor. Repara la moto, págale al niño y déjalo en paz.
No pensaba cuestionar lo fácil que Helaena lo hacía ver. Quizás sí lo era. Aemond dudaba realmente que él pudiese alguna vez llevarse bien con Lucerys, todo en él le chocaba, pero podía hacer eso; reparar su moto, pagarle y dejarlo en paz.
Tendría que hacer demasiados ejercicios de paciencia. Lucerys tenía un rostro que pedía a gritos ser golpeado. Especialmente esa sonrisa altanera con hoyuelos.
—¿No te asusta ir a otra ciudad completamente sola? —preguntó cuando el silencio se alargó entre los dos.
Helaena se tomó su tiempo. Parecía debatirse entre decir algo o no, y Aemond ocupó esos segundos para repasar la moto de manera superficial. Tendría que conseguir otra pegatina de dragón y definitivamente darle una capa de pintura.
—No estaré completamente sola —confesó—. Algunos alumnos de ingresos especiales son voluntarios para ayudar a los transferidos y nuevos. He estado hablando con uno de ellos, hace unas semanas vino a Londres y salimos un par de veces. Es bastante agradable.
Eso no se lo esperaba.
—¿Lo conozco?
La comisura de su boca tembló, pero el rostro de Helaena mantuvo una expresión plácida. Ella negó.
—No lo creo —Aemond asintió y la observó poniéndose de pie—. No te va a agradar.
Una arruga se formó en el espacio entre sus cejas.
—¿Qué significa eso?
—Es tarde —Helaena lo ignoró y en su lugar le extendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie—. Vamos a casa, Aegon hizo la cena.
—¿Por qué no me caería bien? —insistió.
Helaena no mencionó otra vez el tema, y Aemond estuvo teorizando durante toda la cena mientras Aegon y ella conversaban.
Sin Daeron los silencios se volvían aún más pesados. Los tres recayeron en la falta que les hacía su parloteo. El asiento vacío junto a él y Helaena parecía brillar por su ausencia. Aegon apostó a que Daeron en ese instante probablemente estaría hablando sobre Luke y su moto. Helaena se fue a la segura y dijo que Daeron estaría insultando a Cole y los Lannister.
Aemond estaba seguro de que Daeron se quejaría y en realidad hablaría de lo mucho que les hacía falta tener un perro.
Aemond no tuvo pesadillas esa noche.
La moto rugió cuando Aemond giró el acelerador. Fue un sonido bestial y ensordecedor, y le dejó en claro que el funcionamiento interno estaba correctamente instalado. Aún le faltaban algunas piezas, cambiar una rueda, los focos y el vidrio de los indicadores de velocidad.
Él se movió hasta el otro lado de la mecánica, donde había dejado la pintura, unos guantes y mascarilla. Amarró su cabello a conciencia para evitarse cualquier incidente y solo entonces volvió con las manos llenas hasta el espacio donde permanecía el único vehículo que tenían en reparación.
Aemond frenó de golpe cuando fue capaz de percibir a una figura sentada sobre la moto.
Recayó en los rizos y la postura erguida. Dedos desnudos apretando el manubrio maltrecho. Algo caliente y peligroso arañó su pecho.
—Aléjate de la moto, Cole —gruñó, depositando sobre una mesa todo lo que llevaba en sus manos.
Sus ojos siguieron los movimientos de Cole con una helada precisión, desde la forma lenta que él empleó para bajarse, hasta el rostro arrugado al que se enfrentó cuando lo tuvo delante. Aún tenía un pómulo morado y el labio partido.
—Me vendiste —él acusó.
Aemond se alzó de hombros.
—Te regalé, en realidad —corrigió—. Si hubiese sido una venta yo habría recibido algo a cambio.
Daeron se habría reído. A Cole no le hizo gracia su acotación porque lo encaró lanzándole una mirada sucia.
—Tengo a la maldita policía respirándome en la nuca —siseó—. No he podido dormir tranquilo en semanas, ¿y tú reparas su puta moto?
Asintió sin ganas. Además de regalar a Criston cedió su auto para que la policía tuviese la evidencia suficiente, y debía pagarle a Lucerys una cantidad ridícula por su silencio. Lamentaba lo de su auto, realmente le gustaba ese Audi.
Mirando el panorama de manera objetiva, Cole era la menor de sus pérdidas; con su salida Daeron estaría más feliz, se ahorrarían peleas, Aemond podría despejar su cabeza y tendría el pase libre para meditar de una manera correcta como abordar a Daemon y todo lo que le debía.
Y podrían reclutar a alguien que sí supiese trabajar en equipo. De preferencia que se llevara bien con su hermano.
Era increíble lo que un par de semanas alejado del peso de todas sus obligaciones podían hacerle. Sin tener preocuparse por Aegon ni Daeron, sabiendo Lucerys no los delataría y con Daemon libre –enojado pero libre–. Aemond se sentía bastante aliviado. Debía solucionar demasiadas cosas, pero todas eran, una vez más, reparables.
Conversar con Helaena le había desenredado muchos nudos complicados en su sistema.
—Para variar estoy limpiando tu desastre —masculló, golpeando su hombro cuando pasó a su costado—. Vete.
—Le diré a la policía —él dijo—. Le diré a la policía todos y cada uno de los robos. Desde las joyas de tu hermana hasta los relojes de tu hermano. Daemon no habrá disfrutado de cuatro meses libre cuando tenga que volver. Y a tu hermanito seguro lo recibirán con los brazos abiertos.
Aemond se detuvo de golpe. La sangre rugió en sus oídos, caliente y espesa. Se volteó con lentitud, Cole seguía en su sitio, una sonrisa autosuficiente decoraba su boca. Si se trataba de muecas desagradables, Aemond definitivamente prefería la sonrisa altanera de Lucerys.
—Tú no dirás una mierda —dijo a su vez.
Lo vio avanzar en su dirección, él se mantuvo quieto hasta que lo único que lo separaba de Cole eran algunos desagradables centímetros.
—Haz que tu hermano borre mis datos de los registros policíacos —Cole demandó. Sus ojos negros brillaban de una forma cruel—. Sé lo suficiente como para ganarme la libertad si los delato.
Encontró cierta gracia en su petitorio, principalmente porque Daeron preferiría romperse él mismo los dedos con un martillo que hacerle un favor a Cole. Se lo comentaría algún día, los insultos que le dedicaba eran realmente floridos y extensos.
—Entonces delátanos y gánate la libertad —invitó, manteniendo una expresión pétrea—. Solo espero que seas consciente de que no vivirás para disfrutarla.
—¿Vas a matarme? —Cole preguntó, su voz pasó de la furia a una nota burlesca en cuestión de segundos—. ¿Tú?
Aemond paseó su mirada por la anatomía de Cole. El tipo era de su tamaño, definitivamente le daría algunos problemas.
—He hecho cosas peores —sentenció—. Vete, Cole, si tengo que repetírtelo otra vez lo haré a la mala.
Cole rió, y Aemond pudo ver en cámara lenta como una de sus manos trazaba un camino hasta su cara. Justo hasta la zona izquierda donde la cicatriz surcaba de su pómulo a su ceja; donde todo era una completa y ya acostumbrada oscuridad.
Su cuerpo se tensó, porque Aemond odiaba verse sorprendido, y odiaba aún más el constante recordatorio que era vivir con un lado cegado.
Aemond odió, por sobre todo, la sonrisa condescendiente de Cole. Se preguntó si eso habría sido lo que Daeron siempre veía; una máscara putrefacta creada por un psicópata. Su piel de pronto se sentía sucia, y sus oídos se habían cerrado, ignorando lo que sea que él decía. No debía ser realmente inteligente para saberlo, con solo analizar su voz suave cayó en la cuenta de que debía estar dando razones por las que alejarlo no era una buena idea.
—¿Quién te querrá? —él preguntó—. Necesitas a alguien que te apoye. Siempre hemos sido mejores juntos. Hacemos más dinero, nuestros planes son mejores. Somos los dos contra el mundo.
Otra mano se posicionó en su rostro, lo apretaban. Cole seguía hablando. Sus propios dedos siguieron un camino similar y se enterraron en el cabello con rizos de Cole. Cole sonrió, otra vez, Aemond llevó su mano restante a la zona y no estaba seguro de qué vio él en su cara, pero por primera vez Aemond encontró un consuelo en sus rasgos estoicos.
Se descubrió peleando contra el profundo azabache en sus ojos por algunos segundos. El pitido era ensordecedor y vibraba contra su nuca.
Aemond asintió.
—Tienes razón —murmuró, notando como los dedos en su cara perdían tensión—. Hablaré con Daeron.
—Eso está mejor —Cole murmuró, acercando su cara. Pudo sentir su aliento tibio azotandolo por la cercanía, los dedos en su cara dejaron de ser un agarre y se tornaron una caricia. Alguna zona lejana de su nuca susurró algo, y sonó perturbadoramente similar a su tío.
Aemond hizo su cabeza hacia atrás, solo un poco, solo lo necesario.
Pensó en lo que Daemon le había enseñado cuando tenía catorce. Cuando los niños lo molestaban y Daemon, además de ir a su escuela y amenazar a medio mundo hasta que cinco mocosos fueron expulsados, le contó que las zonas más sensibles del cuerpo eran la nariz, la boca del estómago y las pelotas en los hombres. Daemon había aprendido en el salvajismo de los barrios bajos porque su infancia fue pobre y triste, pero Aemond aprendió bajo su régimen, y Daemon no solo enseñaba lo que sabía, sino que se aseguró de enseñarle a como también seguir aprendiendo por su cuenta.
Daemon le enseñó todo lo que a Aemond lo volvía Aemond en ese instante. Y con eso en mente sus dedos se cerraron en un agarre salvaje sobre el cabello de Cole, manteniéndolo dolorosamente fijo en su sitio. Cole jadeó por la sorpresa, y luego jadeó otra vez cuando fue consciente de sus intenciones, pero Aemond era rápido y tenía un destino definido desde el instante en que al hijo de puta se le ocurrió tocarlo.
Los huesos crujieron cuando su frente se estampó contra la nariz de Cole en un movimiento brutal y veloz. El sonido resonó en la mecánica vacía, fue crudo y húmedo y la voz de Cole salió entre borbotones al estarse mezclando con su propia sangre.
Aemond no lo dejó chequear sus propios daños, él en su lugar se alejó un paso y con una mano aún firmemente agarrada a su cabello estrelló su cara destrozada contra su propia rodilla. Un nuevo crujido resonó en la estancia seguido del bramido de dolor que profirió Cole. Había olvidado la última vez que estuvo involucrado en una pelea real, con huesos quebrados y dedos manchados; era bueno recordar que seguía siendo capaz de romperle la cara a alguien.
Él cayó al suelo, Aemond pudo ver como escupía a un costado, ensuciándolo. Su boca se torció con disgusto, pero no le impidió clavar un golpe que dio en alguna zona de su magullada mejilla. Lo persiguió el chapoteo húmedo que generaron sus nudillos después de cada golpe.
Sin nadie a su alrededor que lo detuviese, él tuvo que hacer acopio de su propio autocontrol. No era realmente una fuerza de su moral; era como la voz de Helaena diciéndole que terminaría arrepintiéndose si seguía.
—Lo único que me impidió asesinarte hace años fue mi propia debilidad —siseó, agarrando sus mejillas con una mano. Su piel lucía aún más blanca manchada de tanta sangre. Le ardían los huesos—. Y lo único que me detiene ahora es lo jodido que sería esconder tu puto cadáver.
Cole se retorció, pero bajo su cuerpo solo fue un movimiento débil y lamentable.
—Grábate en la cabeza esto —él gritó cuando apretó su nariz destrozada—. Me convertiré en lo que sea necesario si tú vuelves a amenazar a mi familia. Si tengo que asesinarte entonces aplazaré tanto tu sufrimiento, que cuando finalmente te vayas al infierno no serás más que malformidad asquerosa.
Lo escuchó toser. Su barba incipiente estaba manchada, y Aemond podía apreciar el líquido carmesí ensuciando sus dedos. Era tibio y espeso. Jodidamente desagradable. Su ropa estaba arruinada y él definitivamente lo había hecho bien al amarrarse el cabello, mancharselo habría sido contraproducente.
Se puso de pie, y con la misma determinación helada lo agarró del cabello ignorando los gritos ahogados, y lo arrastró por toda la superficie de la mecánica hasta salir de esta. La nieve y el viento lo saludaron humedeciendo la tela de sus pantorrillas. Cole farfullaba cosas inentendibles, sostenía su muñeca como si de esa manera pudiese hacerlo mermar la fuerza cruel con la que lo agarraba.
Lo lanzó sobre los casi treinta centímetros de nieve que se habían formado para esas horas, y asestó una última patada en su abdomen.
—Y si se te ocurre volver a joder a Lucerys tu final será el mismo —gruñó, consideró prudente agregarlo—. Te quiero fuera de la ciudad.
Aemond regresó a mecánica con el chapoteo de sus pisadas como único acompañante. Sus zapatillas estaban empapadas y creaban un camino de agua mientras se movía por el cemento. Sentir sus calcetines mojados definitivamente era incómodo. Tendría que limpiar todo e ir a cambiarse.
Aemond quitó la sangre de sus manos y del suelo con la música de Daeron de fondo. Y limpiar lo que parecía una escena del crimen con música latina de fondo definitivamente le brindaba a la situación un aire bizarro.
Tomó té con Helaena y Aegon, y durmió bien por segunda vez en semanas.
Si la situación fuese vista desde un punto de vista objetivo u omnisciente, Aemond definitivamente sería catalogado con alguna pseudo psicopatía. O sociopatía. Le daba igual, él no era psiquiatra.
Amenazó de muerte a un sujeto, era incapaz de mostrar u expresar emociones, casi mató a golpes a una persona y ahora está observando a otra en un silencio fúnebre.
Pero tenía una explicación para todas esas acciones. Actualmente esperaba a que Lucerys saliese de la cafetería para pagarle los diez mil que equivalían a un mes de recuperación. La nieve caía encima del techo bajo el que estaba escondido y le helaba la nariz. Sus dedos estaban escondidos en sus bolsillos y en la oscuridad del callejón, la gente dentro de la cafetería al otro lado de la calle no tenía como saber que había un sujeto raro observándolos.
Velaryon's estaba tachado y habían algunas palabras ilegibles por encima.
Lucerys salió, miró hacia los dos lados y cojeó envolviéndose en un gran suéter de cuello alto. Avanzó hasta el semáforo a unos veinte metros de la cafetería. Pero él no alcanzó a cruzar para encontrarlo porque de pronto un auto se detuvo delante suyo. Negro y polarizado.
La puerta se abrió, pero Lucerys no entró, él en su lugar compartió algunas palabras con quien estaba en el asiento del pasajero. Aemond se descubrió inclinándose con una particular curiosidad. Lucerys dijo algo más, observó por encima del auto y no lo vio porque Aemond seguía escondido en las sombras del callejón.
Él subió al auto, y este partió.
Aemond demoró algunos segundos en percatarse que el hijo de puta lo había dejado malditamente plantado y estuvo por cerca de cinco minutos esperando antes de mandarlo a la mierda. Después lo llamaría. O quizás no. Si no llegaba a recoger su dinero Aemond no pensaba cuestionarlo.
Volteó, dispuesto a irse, pero descubrió que había una persona delante suyo, completamente de negro y con un paraguas cubriéndole la cara. Aemond no alcanzó a tensarse por la cercanía cuando un golpe certero al costado de su cabeza tornó oscuro todo.
Su cabeza palpitaba cuando volvió en si. Una tela le cubría la cara y le impedía ver. Sus manos estaban atadas a sus espaldas, cuando Aemond hizo el ademán por ponerse de pie una mano lo obligó a arrodillarse otra vez.
Algunas voces hablaban. Dos personas, contó.
Su corazón iba demasiado rápido. Podía sentir sus ideas corriendo por su cerebro, teorizando a quien le parecería una buena idea secuestrarlo. Pensó en los Lannister. En Cole. Incluso sopesó algún banquero vengativo. Aemond no pudo memorizar el camino, desmayado por el golpe, solo recayó en que estaban en un edificio, en un piso peligrosamente alto.
Algo tibio se deslizó por el costado de su sien. Las voces seguían conversando. Aemond intentó concentrarse, pero la adrenalina corroía su atención. Tenía que salir de ahí. Helaena notaría su ausencia pronto porque le había avisado que llegaría en menos de media hora.
¿Habría pasado más o menos tiempo? ¿Daeron lo buscaría? ¿Daemon lo buscaría? Quizás solo debiese contar con sus hermanos mayores y no involucrar a Daeron otra vez.
Aemond se removió, sus muñecas estaban apresadas por una cinta plástica. ¿Serían adicionados? Debían serlos, ningún sujeto con dos dedos de frente apresaría a un ladron con una cinta plástica. Aemond solo necesitaba un momento de distracción para soltarse. Pero no podía, alguien detrás suyo lo mantenía pegado al suelo.
—Un regalo —alguien dijo. Aemond apreció el tono femenino y el acento marcado—. Para que veas mi buena voluntad.
El silencio se extendió.
—Creo que unas flores habrían dejado igual de claras tus intenciones.
Su sangre se enfrió. Se congeló en sus venas. Dejó de fluir y se alejó de su rostro con tanta velocidad que agradeció que el género lo cubrirse porque definitivamente no quería que todos notaran lo pálido que se sentía.
—Pero con esta persona no te quedarán dudas —ella dijo—. Sé que esperas a otra persona bajo esa bolsa, pero por desgracia tu tío es una persona escurridiza.
Aemond no tenía como conectar nada. Sus rodillas comenzaban a acalambrarse, el sujeto demoraba tanto en hablar que su propia cordura podría haberse deshecho primero entre hilos.
Alguien agarró el borde de la tela y la elevó. Su ojo se vio cegado por la luz repentina.
Aemond parpadeó, enfocando a las dos figuras de pie delante suyo.
Una mujer lo miraba. Su cabello negro estaba amarrado en una trenza pulcra y bonita que realzaba los rasgos armoniosos y atractivos. Todo en su postura era peligroso y afilado, desde la oscuridad opaca en su mirada hasta sus facciones puntiagudas pero suaves. Algo raro se revolvió en su interior porque Aemond estaba seguro de que la conocía de algún lado.
Junto a ella, Lucerys lucía pequeño y peligrosamente estoico.
—Estaba a pocos metros de tu cafetería —ella anunció. Aemond solo tenía ojos para Lucerys—. Si los informes son correctos, también es quien te atropelló.
Él lo miró, Aemond debería haber considerado preocupante la falta de sorpresa en sus rasgos, especialmente porque él era particularmente expresivo. Cuando habló, incluso su voz carecía de emociones.
—No lo conozco.
L&A
bUenas nochess.
En Chile aún no son las doce así que en teoría no me atrasé.
No tengo mucho que decir, ya tengo casi a la mitad el próximo capítulo y estoy trabajando en el fragmento de Rhaenyra JAJAJA esesíestátriste.
Debo aprovechar las vacaciones porque entraré a la universidad este año y ya no podré prometer actualizaciones estables.;;;
Espero que les haya gustado el capítulo. Ahora diganme:
¿Quién secuestró a Aemond?
besitos
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