Capítulo dieciséis: "Shampoo seis en uno para cerrar ciclos de la peor manera."
TW: Ninguno.
VOLVÍ.
Un capítulo largo y muy gay, sin ninguna advertencia.
Tres semanas en silencio, cuéntenme qué fue de su vida.
»I used to hear a simple song
That was until you came along
Now in it's place is something new
I hear it when I look at you.«
I hear a symphony. Cody Fry.
Aemond tenía un shampoo delante suyo.
Él no iba a bañarse en ese instante, principalmente porque Aegon acababa de salir y le había anunciado que el agua caliente se había acabado, pero miraba el shampoo y reconsideraba toda su vida, otra vez.
Tomó el envase plástico y salió del baño con él en la mano. Daemon estaba sentado y una taza humeaba a su costado mientras leía el periódico, él disfrutaba de su día libre porque los lunes no trabajaba, Aegon estaba acostado en el sillón con su celular en una mano y Caraxes segundo dormido sobre sus piernas. El silencio pesaba porque Daeron no estaba y era demasiado temprano como para escuchar algo más que algunos pocos autos madrugadores.
—¿Qué es esto? —encuestó, dejando el shampoo sobre la mesa. Daemon lo miró por encima del periódico y alzó las cejas.
—Hasta donde llega mi entendimiento, no estás del todo ciego —él dijo—. Lee, dice "shampoo".
—"Shampoo seis en uno, para limpieza, reparación, suavidad, brillo, volumen y con acondicionador incluído" —recitó—. No puedes realmente usar esta cosa.
—¿Por qué no? Es barato e hipoalergénico —Daemon señaló—. Y libre de crueldad, tiene el sello, no testea en animales.
—¿Desde cuándo te volviste animalista? —Aegon curoseó desde su lugar.
—Luke siempre está hablando sobre esas cosas mientras trabajamos —Daemon cambió la página—. El impacto de las industrias textiles, las grandes marcas que testean en animales, el exceso de plástico en los océanos.
Por supuesto que lo hacía.
—Esto son solo químicos —alegó, agitando el envase después de leer los ingredientes en la zona paralela a la etiqueta—, ni siquiera tiene realmente acondicionador.
Aegon dejó el teléfono a un lado y lo observó desde su lugar.
—¿Estás lloriqueando por acondicionador?
—A mí me gusta —Daemon pasó una mano por su cabello—. Deja el pelo brillante.
—Eso no–. . . —se detuvo antes de comenzar a discutir y alzó una mano en un gesto rendido—. ¿Saben qué? No discutiré esto con ustedes. Ojalá queden calvos.
Daemon emitió una risa baja entre dientes. Aemond aún se encontraba sorprendiéndose ante la idea de convivir otra vez con su tío, pese a que sus charlas no pasaban de algo más que algunas líneas flojas. Daemon le dijo, cuando llegó, que debían conversar sobre algo, y Aemond se carcomía internamente la cabeza sopesando cuál de todos los posibles temas tendría que conversar con él.
Daemon hasta ese instante les faba alojamiento porque aún los quería, Aemond no se perdía el silencio que se hacía a veces cuando él y Aegon se quedaban sin algo de lo que hablar.
Aegon silbó.
—¿Mala noche?
Aemond no respondió. No pensaba darle la razón y aceptar que posiblemente hervía en rabia porque no había podido dormir más de tres horas seguidas en varias semanas, y desde que salió del hospital apenas había logrado descansar entre pesadillas.
Él era capaz de golpear a cualquiera que le lanzara una mala mirada en ese instante.
Ojalá fuese Lucerys, todavía estaba enojado por su charla en el hospital.
Avanzó hasta la pequeña cocina unida a la pequeña sala de estar, porque todo en el departamento era claustrofóbicamente pequeño, tomó una taza, una bolsa de té y esperó a que el agua hirviera en un silencio malhumorado. Daemon lo observó, luego su periódico y al final se giró en la silla para encararlo.
—¿Por qué no le pides a Rhaenyra? —Daemon sugirió, ganándose una mirada ceñuda.
—¿Qué?
—Ella debe tener acondicionador —él dijo—. Y me dijo que si necesitaban algo no dudaran en decírselo, ¿por qué no le preguntas si puedes ducharte ahí hoy?
Aemond pensó que prefería romperse él mismo los dedos con un martillo que preguntarle a Rhaenyra Velaryon si podía ducharse en su casa.
—Es la segunda puerta a la izquierda —Rhaenyra indicó, Aemond no estaba del todo escuchando—. El secador de pelo está colgado junto al espejo, Luke salió recién del baño sí que el agua se calentará rápido.
—Sí, muchas gracias.
Aemond odiaba su vida.
Aemond tenía muchas, muchas ganas de lanzarse de algún piso vertiginosamente alto en ese instante, en vez de eso solo asintió hacia Rhaenyra obligándose a regalarle una sonrisa de labios apretados que ella correspondió con demasiada facilidad y avanzó apretando su toalla y ropa que Rhaenyra les había dado hacía unos días.
No pensaba quejarse porque ninguno tenía más ropa que la que traían para el incendio, y ese era su pijama, y no podían darse el lujo de gastar demasiado dinero ya que el dinero que tenían en sus cuentas era todo lo que poseían en total. No era poco al principio, pero una parte se fue en gastos médicos y la otra en las reparaciones iniciales de su casa, dejándolos con un monto peligrosamente reducido.
Cole los había jodido.
Saqueó su bodega, desvió el dinero de sus cuentas secundarias, quemó las tres empresas fantasmas a las que permanecían ligados y borró sus nombres de todas las inversiones a las que estaban asociados.
Daba igual hacia donde mirasen, Cole ya se había adelantado. Estaban sitiados. Pobres y aislados, y hasta que diesen con él, todo lo que tenían era el sueldo mínimo de Daemon y algunos ahorros.
Aemond miró la ropa prestada y después a Rhaenyra.
En teoría el que preguntó fue Daemon, en contra de su voluntad, y eso solo volvía la situación más jodidamente humillante.
Su cabeza eran gritos de sufrimiento y humillación constantes; todo era el karma por haber confiado en Cole, o por ser un ladrón, o por cualquier maldita cosa que hubiese hecho mal en toda su puta vida.
Vida de mierda.
Abrió la puerta. No demoró en descubrir que se equivocó de habitación porque lo que tuvo delante no fue el baño de los Valaryon sino que un vientre desnudo; tenso, ligeramente marcado, delgado y con un único lunar justo al costado del hueso de sus caderas completamente visible porque los pantalones de chandal que las abrazaban estaban un poco demasiado por debajo.
Tuvo que darse unos segundos para procesar la imagen que tenía delante, y solo entonces recaer en que
Aemond alzó la vista y descubrió a Lucerys paralizado en su lugar, con una camiseta con estampados colgando entre sus dedos y las cejas arqueadas en una expresión de plena sorpresa que pronto se distorsionó en una incredulidad molesta. Su cabello estaba mojado y se pegaba a su frente, la forma de sus rizos aún se notaba y se balanceaban bajo el peso de algunas gotas de agua caían con libertad por su piel semidesnuda.
Por sus hombros hasta perderse en su espalda. Por su pecho siguiendo las líneas sutiles de sus costillas hasta su abdomen, hasta su vientre, hasta el elástico de sus pantalones.
Notó que no tenía manchas, ni cicatrices, era una superficie libre de cualquier imperfección además de algunas muy sutiles sombras moradas que debían ser lo que quedaban del golpe que recibió hace dos meses.
Lucerys parpadeó. Aemond parpadeó.
—¿Qué mier–. . .
Aemond cerró la puerta con la misma velocidad, sin ser capaz de escuchar la maldición a medias que Lucerys le estaba confiriendo.
Entró en el baño, puso el pestillo y se obligó a ignorar los últimos diez segundos que daban vueltas alrededor de su cabeza bajo el agua demasiado helada para su gusto. Los siguientes minutos se los pasó blanqueando su mente.
Se sentía limpio y la ropa era cómoda. Le quedaba bien ya que al parecer era del hermano mayor de Lucerys, y él no estaba.
Rhaenyra tomaba té junto a Lucerys y su hermano menor cuando Aemond salió del baño w. Los tres pares de ojos recayeron en él. Rhaenyra sonrió, Lucerys le lanzó una mala mirada y el niño pequeño lo observó en un silencio curioso.
—¿Quieres desayunar, Aemond? —Rhaenyra ofreció, señalando una silla vacía junto al niño. Aemond sabía que se llamaba Joffrey, porque los había investigado y después porque Daeron había parloteado sobre él cuando volvió.
—Tome té hace un rato.
—Si necesitas algo más, nosotros estaremos acá hoy. Solo toquen la puerta.
Aemond asintió. No estaba del todo seguro de haber respondido con palabras, pero Rhaenyra no pareció ofendida y después de agradecer por la ducha él se fue al departamento de Daemon otra vez.
El día no fue interesante, y eso lo deprimía. Daeron sería dado de alta mañana en la tarde, y hasta entonces todo lo que quedaba era llamarlo por teléfono. Consideró buena idea acostarse temprano, y por eso a las ocho de la noche ya estaba yendo a dormir. Por unos minutos creyó que sería capaz de dormir sin pesadillas esa noche.
Él vio a Daeron y Daemon, los dos siendo perseguidos por sus hermanos mayores. Su padre también estaba ahí, así que Daemon reía a carcajadas. Agarró a Daeron, lo alzó en el aire y él chilló. Todos eran felices, disfrutaban del día soleado en el patio de su casa.
Aemond parpadeó, y todo estaba en llamas.
Alcanzó a percibir una mano carbonizada extendiéndose en su dirección, el fuego absorbía cada diminuto tramo de pasto a su alrededor y delineaba la figura de su tío. Él avanzaba hacia Aemond, Aemond trataba de retroceder solo para descubrir sus piernas fundidas con la tierra. No se podía mover, no podía hablar, solo podía escuchar los gritos de su familia mientras eran consumidos por las llamas.
—¡Aemond!
—¡Aemond, ayúdame!
—¿Por qué nos hiciste esto?
—¡Aemond!
Los dedos negruzcos impactaron contra su rostro y volvieron todo una absoluta oscuridad. Entonces despertó.
Aemond pensó que estaba teniendo un ataque cardíaco, su mano viajó hasta su pecho, pudiendo sentir el doloroso palpitar irregular y veloz de su corazón. Su garganta estaba cerrada y las náuseas de pronto se volvieron incontenibles. Aemond tuvo que hacer un esfuerzo para sentarse en la cama y respirar. Los gritos aún hacían eco en sus oídos.
Se tambaleó fuera de la cama y salió sin hacer ruido. El sillón estaba desocupado, pero Aemond no miró eso. Él solo se calzó y salió del departamento en un silencio interrumpido por sus propios jadeos.
Descubrió con vertiginosa rapidez que las paredes a su alrededor daban vueltas, y que él iba a vomitar. Apenas era capaz de escuchar a Daemon como un susurro, contándole cuando llegó que el edificio tenía una azotea en el último piso. Él fue solo una vez, no había encontrado el lugar particularmente llamativo, pero la vista era bonita y en ese instante lo único que necesitaba era silencio.
El frío le pegó en el rostro y pinchó en su dermis con crueldad. Debían ser cerca de la diez de la noche, las estrellas eran visibles sobre el cielo despejado, por primera vez en semanas, y Aemond lo agradeció porque fue fácil distraerse pensando en lo bonitas que se veían.
Aemond se apoyó en la barandilla y tosió, su mano apretó su pecho y temió desde lo más profundo de su sistema, estar sufriendo un ataque cardíaco. Contó entre dientes y se obligó a contar entre dientes, a respirar aunque por cada inhalación escapasen tres jadeos. La ciudad frente a él dio vueltas. El humo aún se colaba por su nariz, ahogándolo. Aemond se estaba ahogando. No tenía casa, no tenía dinero, Daeron podría haber muerto.
Su casa. . .
Vhagar. . .
El hollín ensuciaba sus uñas pese a su esfuerzo por lavarselo todo en la ducha y su propia paranoia lo llevaba a sentir aún el humo apestando su cabello.
Sus pulmones se llenaron de aire congelado. Aemond frotó su rostro, uno de sus ojos permanecía cerrado porque perdió su prótesis en el incendio y prefería cubrir la cicatriz con un parche blanco de algodón. Las luces eran demasiado brillantes y el crepitar de las llamas inundaba sus oídos como golpes explosiones.
Escuchó un carraspeo.
—Hay lugares más altos de los que te podrías lanzar —alguien comentó. Aemond ignoró el pequeño brinco que le provocó ese susto—. Desde ahí solo te romperás muchos huesos.
Volteó. Su único ojo vislumbró la silueta oscurecida de Lucerys al otro lado de la azotea.
Él estaba sentado con una pierna doblada y la espalda apoyada en la barandilla. Una botella de vidrio brillaba a su costado. Su cabeza se había ladeado en su dirección, pero cuando notó que lo estaba viendo el se giró otra vez.
—No te vi —Aemond dijo.
Lucerys asintió.
—Lo noté —él hizo un gesto breve con la mano, notó que arrastraba ligeramente las palabras—. Finge que no estoy, no busco una pelea.
—No creo que estés en condiciones de pelear —Aemond comentó, lanzando una mirada corta a la botella aún casi completamente llena que Lucerys tomó. Lo observó tomar un nuevo trago, su manzana de Adán se meció cuando el alcohol pasó por su garganta.
Aemond exhaló un suspiro bajo, se distrajo observando el perfil de Lucerys.
—Le tumbé dos dientes a Gyles con una costilla rota —él murmuró, no sonaba orgulloso—. Puedo lidiar contigo estando ebrio.
Aemond negó. No pensaba discutir algo obvio.
—Dijiste que no bebías —observó.
Lucerys levantó la botella y la miró.
—Mentí —él dijo—. Soy un buen mentiroso.
—No lo eres.
—No lo soy.
Lucerys no dijo más y Aemond volteó. El aire helado agujereó sus pulmones. Contó las luces que se extendían por la ciudad, eran demasiadas. Llegó hasta doscientos cuando un sonido sutil lo alertó. Aemond descubrió que Lucerys lo miraba, largo y tendido, y de pronto la cicatriz y su ojo faltante le pesaron demasiado.
Pero Lucerys solo le extendió la botella en una invitación silenciosa y señaló con la mirada el concreto a su costado.
Avanzó, notando sus rodillas débiles, y encontró un sitio dejando algunos centímetros entre sus hombros. Cuando tomó la botella y haciendo evidente la cercanía, fue capaz de percibir sus ojos con mayor detalle. El borde de estos estaba rojizo, como si Lucerys hubiese estado llorando. Notó que llevaba sus guantes de cuero, y que crujían cuando movía sus manos. Aemond también pensó en que las veces que lo había visto sin guantes eran bastante contadas.
—Daeron me dijo. . . —Aemond aguantó la respiración—. Lamento lo de Vhagar.
—Sí —murmuró, porque la garganta le ardía demasiado como para agregar algo más—. Yo también.
El alcohol quemó su boca y no pudo no pensar en el humo hace algunos días. Tragó sin formar ninguna mueca y se regaló cuatro sorbos más antes de considerar la idea de detenerse. Sus dedos aún rodeaban la botella cuando la alejó de su cara para ojear la marca.
Parpadeó ante el costoso Rhum Clement que su único ojo bueno demoró en procesar.
—¿De dónde sacaste esto?
Lucerys lo observó sin entender y la tomó para llevarla a su propia boca.
—Daeron me la regaló hace unos días —él dijo. La voz de Lucerys era ronca y estaba fracturada—. Quería que nos embriagaramos juntos hoy. Tendré que hacerlo solo ya que le dan el alta mañana.
Aemond estaba demasiado cansado como para molestarse con su hermano por haber robado de su reserva privada. En ese instante hasta le agradecería; al menos no estaba arruinando su hígado con un ron de mala calidad. Esperó a que Lucerys tomase para imitarlo.
—¿Por qué hoy? —se descubrió preguntando.
El silencio los envolvió, frío y doloroso. Lucerys ojeó algo en su teléfono y luego dio un largo sorbo a la botella. Él esperó, uno, dos, tres segundos. Lucerys humedeció sus labios. Bebió de nuevo. Lucerys frotó sus ojos. Bebió de nuevo.
Aemond consideró la idea de comentar que quizás fuese prudente tomar con más calma, cuando Lucerys le tendió la botella otra vez.
—Es mi cumpleaños.
Aemond se tragó la sorpresa y esta ardió en su garganta. Lucerys apoyó las manos en sus rodillas y lo vio respirar profundamente, como procesando aquella noticia. Aemond dudaba que su cabeza nublada por el alcohol realmente estuviese consciente de lo que eso significaba.
—No pareces feliz —observó.
Los ojos de Lucerys se movieron en su dirección. Aemond apostaría todo su escaso dinero a que si él no hubiese estado ebrio, le habría dado la respuesta más desagradable y astuta jamás inventada. En su lugar él hizo un gesto con su mano y Aemond depositó el recipiente de vidrio en ella. Lucerys no bebió está vez, él solo miró la etiqueta, sus pensamientos se notaban extremadamente lejanos.
—Tengo diecinueve —él murmuró—. Estoy de cumpleaños, comí pastel y vi a toda mi familia intentando estar felices. Mi madre me regaló algo que amé, Jace me llamó y hablamos por casi dos horas y Joffrey me llenó de dibujos que pegaré en mi pared. Y aún así, creo que el único momento que he podido disfrutar ha sido mientras me embriago contigo. Bebe más, me querré disparar en la cabeza si te levantas mañana recordando algo de esto.
—No me gusta embriagarme —Aemond comentó—. Y recordaré igual, tengo buena memoria.
—¿Qué tan buena?
—Memoria fotográfica.
Lucerys lo observó de reojo y terminó por asentir.
—Debe ser una pesadilla —observó—. No olvidar nada.
Su cabeza se ladeó hacia Lucerys. Fue algo casi robótico e inadvertido, y Lucerys no le estaba prestando real atención a sus reacciones. Él observaba el otro lado de la azotea y pensaba. Aemond no dio más vueltas a la curiosa opinión sobre algo que la mayor parte de la gente consideraba un don.
¿Por qué iba a serlo? Él podía recitar cada página de cualquier libro que haya leído. Él podía recordar cada ficha clínica, cada robo, cada despojo de información. Podía recordar rostros con un margen de error mínimo.
Si cerraba los ojos y hacía memoria, podía recordar la sangre en sus dedos cuando tocó su abdomen abierto, y los restos de su ojo mutilado aún sobre su mano. Aemond era capaz de ver con exactitud, cuadrícula por cuadricula, a su hermano a un costado, tan ensangrentado como él.
Aemond no necesitaba realmente pesadillas que lo atormentasen, él solo debía ponerse a pensar en el cuerpo inmóvil de Daeron a tres metros de él durante la explosión, y como por unos segundos él pensó que estaba muerto.
Que su hermano menor había muerto. Que él lo había asesinado con sus elecciones.
—Me debes algo —Lucerys dijo, interrumpiendo el silencio.
—No seas descarado.
—Dime por qué te cubres el ojo.
Aemond mordió su labio inferior antes de beber, disfrutando el ardor en su garganta como nada en varios días. Tragó, respiró y observó algún punto muerto en la pared. Lucerys le había hablado sobre su deuda, él había sido sincero y Daemon los interrumpió antes de que Aemond le respondiese. En teoría sí le debía esa respuesta.
—Porque se ve horrible —murmuró—. Es lo primero que todos ven, es por lo que no puedo dormir sin la luz apagada, es un recordatorio constante que yo no pedí y no merecía. Lo detesto.
Lucerys asintió.
—Eso tiene sentido.
—¿No vas a decirme que debo amarme como soy y esas mierdas? ¿Qué todo pasa por algo? —curoseó, haciendo círculos con el líquido dentro de la botella. Lucerys giró la cabeza y entonces Aemond pudo ver desde su sitio una expresión difícil en sus facciones.
Lucerys era demasiado expresivo. No le gustaba. Quería apretarle la cara y borrar esa arruga entre sus cejas.
—¿Para qué? —él preguntó—. Si no te gusta a ti, nada que yo diga lo cambiará, no pediste mi opinión.
—¿Y qué opinas?
Él apretó los labios y lanzó una nueva mirada al parche.
—Déjame verlo.
—No.
Lucerys se alzó de hombros y se reacomodó apoyando su espalda otra vez en los barrotes. Él tomó la botella de sus dedos, pero no bebió. Sus movimientos eran lentos y mal coordinados, Aemond dudaba que Lucerys fuese capaz de ponerse de pie por si mismo si lo intentaba. Siguiendo esa misma línea de pensamientos, él mismo comenzaba a verse víctima de un mareo que no podría considerar desagradable.
—No tengo nada que opinar, entonces —sentenció sin interés—. No gastaré saliva hablando sobre un parche desechable.
Tragó un poco más de alcohol y suspiró, ignorando la mirada austera de Aemond.
—Una pregunta —murmuró Aemond. Lucerys volteó hacia él y arqueó las cejas.—. Una pregunta, y te lo mostraré.
Lucerys pareció pensarlo, solo fueron unos segundos en los que pudo recuperar la botella y llevarla hasta su boca. Se preguntó si eso era lo que Aegon buscaba cada vez que se ahogaba en alcohol, un poco de paz mental. Lucerys asintió, y entonces él pregunta.
—¿Por qué no te gusta tu cumpleaños?
Lucerys se tensó. Quizás él no pensaba que realmente preguntaría algo con el peso equivalente, o quizás él simplemente no esperaba una pregunta, lo que fuese, el rostro de Lucerys pasó por algo complejo. Él apoyó las dos manos cruzadas sobre sus rodillas y entrelazó sus dedos enguantados.
—¿Quién dijo que no me gusta? —él curoseó.
—Responde.
Lucerys chasqueó la lengua.
—Mi padre murió hace cinco años, mientras volvía una noche de la cafetería —Lucerys comentó. Aemond ya sabía eso—. Lo asaltaron, lo dejaron desangrándose en una calle después de golpearlo, la ambulancia demoró demasiado porque nadie lo vio hasta bastante después —él tiró de la punta suelta de su guante y se encogió de hombros—. La cafetería ya estaba cerrada, él solo había ido a buscar algo que se quedó allí. Era una caminata corta, cinco minutos a pie, ¿qué iba a pasar? Conocía a todos los vecinos, ni siquiera era tan tarde.
Aemond sospechaba hacia donde iba esa historia, y también supuso que solo era tan larga porque Lucerys no estaba sobrio. Era más hablador cuando bebía, ya lo había comprobado. Aún así se descubrió preguntando:
—¿Qué tiene eso que ver?
Lucerys esbozó una sonrisa torcida. Sus hoyuelos no se marcaron. Sus ojos lucían apagados.
—Fue a buscar mi regalo —dijo—. Él murió hoy hace cinco años.
Aemond asintió. No tenía algo correcto que decir ante eso. No tenía nada que decir, en realidad. Su tristeza estaba justificada.
Llevó una mano hasta su rostro y deslizó el parche elasticado en un único movimiento que se obligó a no pensar. Lucerys volteó, su mirada fue tan abrasadora como el fuego que consumió su hogar. Su único ojo sano pudo apreciar como Lucerys tomaba su tiempo analizando en detalle el espacio en su cuenca.
A veces Aemond pensaba que todo era una ironía cruel. Una metáfora. Le faltaba un ojo, una zona de su cuerpo estaba físicamente vacía, y eso hacía alusión a la carencia de emociones que a veces descubría que tenía. Era un sentimiento curioso ese de no sentir nada. Dolía, pero no sabía dónde. Prefería ignorarlo. Era más sencillo aceptar que sus emociones murieron hace mucho y lo único que le quedaba eran migajas que a veces recibía.
Lucerys presionó los labios y le extendió la botella.
—Es llamativo —él murmuró—. Creí que era peor.
—No creo que pueda ser peor.
Dio un trago más a la botella. Estaba mareado y eso lo llevó a preguntarse qué tan ebrio estaría Lucerys llegado a ese punto. Él aún lo miraba.
—Tu opinión es la única que importa —dijo al final—. Lo que hagas para estar cómodo contigo mismo es lo que el resto debe aceptar —Lucerys siguió sus movimientos cuando reacomodó la tela desechable sobre su ojo—. Pero el parche blanco sí es feo, uno negro se vería más genial.
Aemond llevó una mano hasta su boca cuando notó que la comisura de sus labios tironeaba en una sonrisa involuntaria, y la sorpresa lo abofeteó ante ese descubrimiento.
Él no sonreía. No de manera genuina. Él no era un tipo que realmente tuviese un motivo por el que sonreír, así que no lo hacía. ¿Por qué sonreír si no se sentía feliz?
El silencio se extendió, otra vez. Lucerys ya no bebía y estaba mortalmente callado. Aemond se terminó la botella, y llegado a ese punto realmente le daba igual la imagen que podría proyectar. Estando ebrio todo se sentía liviano, por eso no bebía con frecuencia, porque él perfectamente podría volverse adicto a silenciar sus problemas con una botella de ron igual que como su hermano solía hacer.
Estando ebrio ni siquiera debía molestarse por compartir espacio con Lucerys, o preocuparse porque Lucerys lo hizo sonreír, o sobrepensar por qué sería tan fácil comentar sus problemas con él.
Lucerys emitió un suspiro bajo y ojeó el cielo despejado antes de voltearse hacia él.
—¿Cómo estás?
A veces se preguntaba cómo es que en esas específicas ocasiones lograba soportarlo.
—¿Qué te importa?
—No volveré a compartir mi alcohol contigo, ebrio desagradable.
Aemond chasqueó la lengua.
—Estoy bien.
No estaba bien. Y arrastraba las palabras, que humillante.
Lucerys emitió un sonidito, una cosa baja, burlesca y desagradable que dejó en evidencia que no le creía nada, y Aemond solo pudo fruncir el ceño en respuesta.
—¿Por qué no lo estaría? —cuestionó, notablemente a la defensiva—. Tengo un lugar donde dormir, mi tío aparentemente ya no me odia y a mi hermano le dan el alta mañana. Podría haber sido peor.
—Ciertamente —Lucerys asintió—. Mi madre me dijo que Aegon lloró por horas cuando despertó, y que Daemon no pudo separarse de ella desde que llegó, porque era lo único que le impedía golpear a los médicos.
Un escalofrío recorrió su columna ante la imagen, pero no dijo nada. Ellos se habían salvado de morir de una forma horrible y dolorosa. Salieron con quemaduras menores gracias a que ninguno cenó, y en su lugar solo perdieron su hogar. Y su dinero. Y su dignidad. Y a Vhagar.
Jugó con las últimas gotas de la botella y absorbió el aire helado en silencio. Estaba seguro que no podría ponerse correctamente de pie, y que su cara debía verse más relajada de lo que él mismo se sentía. También estaba seguro que al día siguiente él también querría dispararse al recaer en que se había emborrachado con Lucerys Velaryon.
—Soy consciente de eso —masculló.
—Y a Daeron tuvieron que volver a cedarlo para que pudiese dormir.
Aemond ya sabía eso también.
—Yo no soy mis hermanos.
—Ya —Lucerys dijo—. Tu casa se quemó, una persona en la que confiabas y por la que probablemente tenías sentimientos intentó asesinarte a ti y a tu familia, te robó todo, y el animal que te acompañaba desde los diez murió. ¿Por qué no ibas a estar bien?
La furia se atoró en su garganta como una bola de fuego, y cuando tragó, se disolvió con dolorosa lentitud. Fue una mano que apretó su tráquea y entonces el aire de pronto se estancó en sus pulmones de una manera abrupta y repentina. Aemond exhaló una respiración temblorosa, sus dedos se estremecían cuando apoyó una mano en el cemento. Su otra extremidad viajó hasta su pecho justo a tiempo para sentir la primera voltereta de su corazón antes de iniciar un palpitar acelerado.
Aemond no se percató de que su entorno se tornó una imagen distorsionada, hasta que Lucerys pronunció algo y él no lo escuchó, porque en sus oídos solo retumbaba su pulso, rápido e irregular. Él solo pudo reaccionar a medias cuando por el rabillo de su ojo bueno vislumbró un movimiento breve que se sintió como una chispa en la oscuridad.
Sostuvo la mano de Lucerys en un gesto seco. Fue capaz de rodear completamente su muñeca y cuando lo miró, descubrió que Lucerys estaba serio, y que su silueta por momentos lucía doble y borrosa.
—Esto es. . . —Aemond no pudo terminar la oración antes de botar a medias un poco de aire, y eso solo lo llenó de frustración—. Esto es tu culpa. . .
—Es posible.
Hijo de puta.
—Si muero acá. . .
—No morirás —él dijo.
—Lo sé —gruñó.
—Si lo supieras no estarías hiperventilando —Aemond jadeó—. Respira, no estoy lo suficientemente sobrio como para arrastrarte al hospital.
Él tosió, tosió y jadeó, apretó la tela de su abrigo casi por reflejo y la muñeca de Lucerys hasta que la piel se tornó blanquecina.
Cole lo había intentado asesinar.
Su próxima habitación no tendría el espacio para ella, no la escucharía rasguñar el suelo al moverse ni fulminarlo con sus ojos amarillos cuando tardaba un poco más en darle de comer. Ella ya no le sacaría la lengua, ya no trataría de morder a nadie, ya no estaba con él.
Le dolió el corazón, como si un calambre lo comprimiese hasta el grado de tornarse insoportable y se extendió por su pecho, por su garganta. Era un nudo apretado que Aemond definitivamente no recordaba haber sentido.
Pero él no recordaba haber sentido mucho en mucho tiempo. Probablemente desde que Daemon se fue y su padre murió. Aemond solía encontrarse a si mismo divagando, sobrepensando situaciones y superando por si mismo sus problemas, o ignorándolos si no eran importantes. Él ignoraba su infelicidad, porque no la consideraba algo de lo que preocuparse, porque ni siquiera sabía que era infeliz.
Y quizás por eso le había sorprendido esa curiosa emoción que sintió un día hacía casi cuatro meses, cuando había ido a golpear a Lucerys Velaryon y en su lugar terminó pagando ochenta libras por una vuelta. Fueron siete minutos inigualables, veloces y brillantes, y él había sido feliz.
Aemond podía recordar todo, de todos, siempre; libros, imágenes, personas, pero él estaba seguro de que, incluso sin poseer esa habilidad, habría sido capaz de describir a la perfección a Lucerys Velaryon, desde detalles físicos imposibles hasta sus expresiones cuando algo las generaba, porque él sin buscarlo había sido capaz de provocarle una genuina felicidad.
Llevó una mano hasta su cara cuando recayó en algo tibio deslizándose por sus mejillas. El propio movimiento lo hizo rememorar el día en que perdió su ojo, sin embargo en esa ocasión todo lo que había en sus dedos era una sutil humedad. Su mano tembló ante la realización, sintió su manzana de Adán meciéndose cuando tragó con dificultad y llevó su mirada hasta Lucerys. Él seguía sus movimientos con la misma sorpresa.
Lucerys hizo algo más cuando Aemond descubrió su visión nublándose otra vez y la sombra de un nuevo ataque de tos asediándolo. Él, guiado por movimientos bastante relentizados por el alcohol, sostuvo su nuca y lo apoyó en su hombro.
El cuello de Lucerys estaba tibio y olía a shampoo de manzanilla, su cabello le hacía cosquillas en la mejilla y podía escucharlo respirar. Su propia voz sonaba aislada contra la ropa, una cosa baja y apagada de la que se distinguían únicamente unos pocos sonidos que Aemond solo toleraba porque su mente no procesaba aún los hechos:
Se quebraba, como una capa de hielo delgado, como las hojas caídas en otoño cuando se las pisaba, como el vidrio al estrellarse. Y le dolía. Le dolía todo.
Los dedos de Lucerys no fueron más que una presión sutil que no le impedía alejarse si lo quería. Pero Aemond no quería, porque escondido en ese sitio podía ignorar que los débiles sollozos que resonaban en la azotea pertenecían a él.
Lucerys murmuró algo que no procesó aunque su voz inundó sus oídos.
Lucerys no se movió, y Aemond estaba seguro de que no recordaba cuánto tiempo estuvo en esa posición. En algún momento él simplemente se quedó dormido con su único ojo bueno demasiado hinchado por las lágrimas, y la voz peligrosamente ronca. Y ante el mero pensamiento del animal que ya no lo acompañaba, su corazón se comprimía otra vez.
Porque él perdió a Vhagar.
Vhagar ya no estaba.
Vhagar estaba muerta, y una parte de Aemond se fue con ella.
Aemond pensó que estaba teniendo otro ataque cuando despertó y descubrió una presión asfixiante en su pecho. Quizás por eso abrió los ojos tan rápido y no analizó la habitación, sino que directamente al animal que estaba acostado encima de él. Un animal pequeño, peludo, y vibrante, con los ojos amarillos y las pupilas dilatadas.
El gato de Lucerys. El gato gris de Lucerys.
Su nariz le picó apenas inhaló, pero no lo movió. El gato maulló y se inclinó, chocando su cabeza sin fuerza contra su mejilla.
Su pecho dolió, pero no por las alergias, y como respuesta extendió una mano hasta rozar el costado peludo del animal. Él ronroneó, y la sensación se sintió curiosa sobre su corazón, un alivio momentáneo y adictivo. Le dio igual el ardor en su garganta o el dolor punzante en su cabeza, y en su lugar se dedicó a disfrutar por algunos segundos. Había olvidado la última vez que acarició a un gato, probablemente después de eso tuvo un ataque de estornudos y la nariz inflamada por días.
Aemond levantó al gato después de unos segundos, porque sus ojos comenzaron a hormiguear amenazando con hacerlo estornudar.
La habitación no era de la casa de Daemon. Habían dos cascos colgados, uno negro reluciente y otro blanco con estampados, un pequeño escritorio, algunos pósters de bandas musicales. Todo estaba ordenado y la luz estaba encendida aunque el sol ya comenzaba a asomarse por la ventana.
Se destapó, se puso de pie y salió de la habitación sin ponerse los zapatos e ignorando cuanto pudo el dolor atronador que martillaba su cabeza. El gato gris lo siguió de cerca, maullando junto a su pierna y solo se alejó cuando su verdadero dueño apareció en su campo de visión. Las ojeras se le marcaban y su cabello señalizaba en todas direcciones de una manera salvaje.
Lucerys lo miró, sorbió de su té y señaló un asiento vacío con una taza y un plato.
—¿Y Rhaenyra?
—En la cafetería.
Aemond asintió y se movió sin ganas hasta sentarse, llenó su taza con agua caliente y no preguntó antes de sacar una bolsa de té. Descubrió dos pastillas redondas junto a su taza, y también un vaso con agua.
—Antialérgico —él murmuró, antes de que Aemond pudiese decir algo más—. Y una aspirina, te ves como la mierda.
Aemond lo miró mal, pero tragó las dos pastillas sin decir algo más. Lucerys también se veía como la mierda y eso lo hacía sentir mejor.
—Dime que no dormimos juntos —masculló.
La boca de Lucerys se curvó en algo burlón.
—Tú fuiste la cuchara pequeña.
—Imbécil.
Lucerys emitió una risita, Aemond no lo acompañó, en su lugar le mostró su dedo de en medio y bebió té en silencio. Lucerys no lo volvió a molestar, y solo habló cuando estaba recogiendo su taza y plato sucios.
—Si no tienes nada que hacer hoy, me puedes acompañar —él dijo, deslizando tres dedos por su propio cabello.
—¿A dónde? —preguntó.
—¿No puedes solo aceptar sin ser tan desconfiado? —él curoseó—. No es como que fuese a robarte otra vez.
Aemond pensó que lo más costoso que podría robarle en ese instante probablemente fuese su reloj, y solo por eso en vez de insultarlo bebió de nuevo, enojado.
—Tengo mejores cosas que hacer que ir contigo a cualquier parte —masculló—. Me duele la cabeza.
—Te di una aspirina.
La taza de té quedó suspendida por algunos segundos. Ojeó a Lucerys mover sus platos sucios hasta la cocina, y después volver otra vez. Pensó en que la noche anterior se notaba demasiado borrosa en su mente, y estaba seguro de que, en efecto, sí le faltaban varios fragmentos por recordar. Había sido demasiado ron.
—¿Me la diste solo porque quieres que acompañe? —inquirió, recibiendo un ecogimiento de hombros como respuesta—. Eres una pequeña mierda manipuladora.
—No es lejos.
—¿Dónde?
Lucerys resopló.
—A la cafetería.
—No me gusta el café.
Él le lanzó una mirada rara, como si estuviese hablando con una persona tonta. Apoyó el mentón sobre su mano y no dijo nada hasta que Aemond bebió un nuevo trago y entonces dejó la taza sobre la mesa.
—No te estoy ofreciendo café —dijo—. Te estoy ofreciendo trabajo.
Dos días, y la cafetería todavía apestaba a quemado.
Laenor parloteaba desde el interior de la cocina y le decía algo a Aemond, a juzgar por el estruendo que retumbó en todo el lugar, algo se había roto allá adentro.
Aegon quemaba jabón y Daeron se burlaba de él.
Daemon estaba justo a su lado, serio, muy serio. Luke tenía migraña, agradecía que su madre tuviese ese día libre y hubiese salido con Joffrey a matricularlo en la escuela, no quería que ella viese ese desastre.
Luke quería tirarse el cabello como señal notoria de estrés.
—No, lo haces como la mierda.
—Lo estoy haciendo fantástico, mira, sale espuma y todo.
—Está todo quemado —Daeron alegó—. Luke, dile algo.
—Eres un mocoso.
A Luke le gustaría decir que el día mejoró después de que logró que Aegon dejase de quemar cualquier cosa posiblemente inflamable, pero en realidad cada cinco minutos un nuevo desastre los acontecía.
Aegon discutiendo con alguien sobre propinas. Daeron perdiendo las cuentas de tres mesas distintas. Aemond equivocándose con los pedidos. Daemon intentando tener paciencia y fallando de una manera miserable cuando Daeron lo quemó con un recipiente caliente; tuvo que salir a fumar para relajarse.
Luke no fumaba, así que terminó cerrando una hora antes solo para que él, Laenor y Daemon pudiesen explicar correctamente algunas cosas básicas.
Decidieron que por el bien de todos los presentes, Aegon no tocaría la cafetera. También decidieron que Daeron no llevaría cálculos. Curiosamente Aemond se llevó bastante bien con Laenor y entre los dos hicieron sus propios arreglos para no seguir cometiendo errores. Aemond cocinaba bien y Laenor se aseguró de elogiarlo por eso.
Él se había amarrado el cabello en una cola de caballo de la que escapaban algunos mechones desordenados, Aegon no tenía el cabello lo suficientemente largo como para imitarlo, así que en su lugar usó un cintillo negro. Daeron tenía su flequillo semi albino atrapado con dos pinches rosados que su madre solía usar para despejar su rostro.
Los clientes comentaron bastante lo curioso que era que casi el noventa por ciento de los empleados fuesen albinos, y lo agradable que era que todos fuesen tan atractivos. Luke no había recaído en eso, porque todos habían perdido el atractivo ante sus ojos desde el momento en que dejaron en evidencia sus nulos conocimientos en ese trabajo.
Pero Luke era objetivo, y objetivamente podía decir que, en efecto, los tres eran llamativos.
Luke aún procesaba el que estuviesen cuatro de los cinco ladrones más buscados de todo el país trabajando de camareros, y ayudante de cocina, en su cafetería.
A las ocho finalmente se sentaron a comer en una de las mesas más apartadas, escondidas porque habían aprovechado de ampliar la cafetería con el dinero que Daemon les habia dado.
—¿Qué tal su primer día? —Laenor preguntó, arrimándose a su lado hasta que sus hombros chocaron—. Aemond lo hizo bastante bien.
—Dime qué rompió para descontárselo —Luke pidió en su lugar, ganándose una mala mirada.
Laenor le despeinó el cabello sin decirle nada y Luke se dedicó a sacar cuentas, escuchando a los cinco sujetos albinos parloteando a su alrededor, Daeron, Aegon y Laenor siendo quienes hablaban más. Luke no podía evitar sonreír de vez en cuando ante las ruidosas bromas que hacían. Notó que el único que en realidad se mantenía serio era Aemond; él ojeaba los papeles entre sus dedos en un silencio contemplativo, y solo se detuvo cuando se vio descubierto por Luke.
Con las ampliaciones y el personal, Luke recayó en el aumento exponencial en las ganancias. Fue una cifra sorpresiva que no creyó hasta que la calculó dos veces más y fue la misma. Era alta. Era más de lo que ganaban en una semana completa, y no podía negar que en parte se debía a que teniendo a más personas, era mucho más fácil atender a mucha más gente. Laenor tardaba menos entregando los pedidos y él y Daemon tenían tiempo para respirar y ordenar.
—Si están de acuerdo con un pago por día hasta que mi madre les realice un contrato, les pagaré ahora y pueden irse —observó, apilando los papeles.
—¿Descontarás lo que rompimos? —Aemond preguntó.
Luke lo pensó por algunos segundos antes de negar.
—Apuesto mi sueldo a que Daemon rompió más cosas que nosotros en su primera semana acá —el tono de Daeron era malicioso cuando observó a su tío.
—Una más y esta noche duermes en la calle.
Daeron alzó las manos en señal de paz. Laenor emitió una risa entre dientes.
Luke no se percató de que Aemond se había movido hasta que este mismo se asomó por la pared. Había soltado su cabello y tomado únicamente una parte de este, por lo que las hebras albinas se mecían ante cada mínimo movimiento. Él hizo un gesto con la cabeza y lo miró.
—Hay un tipo en la puerta —anunció—. Dice que viene a hablar contigo.
Luke esperó no verse tan pálido como se sintió durante esa primera fracción de segundo.
—Uh, dile que no hay nadie y déjalo afuera —Daeron dijo.
La expresión de Aemond dejó en evidencia cierto desconcierto, sin embargo él seguía observándolo a la espera de una respuesta. Luke se obligó a carraspear y asentir antes de dirigirse hacia la puerta.
Su tío estaba en la entrada, apoyado en un bastón de madera y con una eterna sonrisa cruel curvando ambos extremos de sus labios. Luke notó, eso sí, que Larys lucía bastante más hastiado que de costumbre. Cuando Luke avanzó en su dirección, él observó a sus espaldas y su mueca pareció inevitable.
—¿Es una broma? —él cuestionó.
Luke frenó, y solo entonces fue capaz de sentir un sutil roce en su espalda. Como una brisa ligera que provocó un hormigueo en su nuca. Volteó su cabeza y descubrió el rostro malhumorado de Aemond a menos de un paso de su cuerpo, siguiéndolo como una sombra. Probablemente él simplemente había avanzado detrás suyo y sin preveer su repentino frenazo, no fue capaz de detenerse con tanta rapidez.
—Nos hacía falta personal —Luke murmuró, frotando su nuca para deshacerse de la extraña sensación—. Están de prueba.
Larys observó a Aemond, y Luke volteó para seguir su mirada y descubrió a los tres Targaryen restantes junto a Laenor a pocos pasos. Luke pensó, por una fracción de segundo, en lo intimidantes que debían verse ante desconocidos. Daemon, Daeron, Aegon y Laenor miraban a su tío. Lo miraban en silencio. Lo miraban sin miedo, porque no sabían lo que él era capaz de hacer.
—¿Y es casualidad que todos sean familia?
Luke se alzó de hombros y se movió hasta la caja registradora.
—¿Quién dijo que somos familia? —curoseó Daeron—. Quizás solo somos coincidentemente todos albinos.
Larys le lanzó una mirada sucia, a Daemon y después a sus tres sobrinos.
—Son unas fotocopias —siseó—. ¿No te llamabas Daniel?
—Thompson, soy su sobrino por el lado de mi mamá.
—¿Y los demás?
—¿Te importa?
Daemon ladró algo y Daeron, por suerte, cerró la boca. Luke aprovechó ese silencio para guardar todo en un sobre blanco y sellarlo con rapidez. Avanzó en el mismo silencio por el lado contrario del mostrador y extendió todo el dinero del mes a Larys. Él lo tomó, lo ojeó sin interés y lo guardó en algún bolsillo de su abrigo.
Luke sintió su manzana de Adán meciéndose cuando tragó al descubrir que Larys seguía de pie delante suyo, mirándolo. Sus dedos temblaron, Luke los escondió en su chaqueta. Larys observó a sus cuatro acompañantes y luego se volvió otra vez hacia él.
—Quiero hablar contigo —dijo, cuando Daeron carraspeó, Larys agregó—. En privado.
Fue un apretón en su estómago, la desagradable sensación de bilis en su garganta o incluso el sudor helado que en unos segundos perfectamente tornaría su frente brillante. O la certeza de que estaba pálido. O quizás el escalofrío que estremeció su columna. Daba igual, Luke estaba seguro de que él no había sido capaz de ocultar correctamente el pánico que lo carcomía más cada segundo que pasaba sin responder.
Larys parpadeó, sus ojos vacíos se alimentaban de su miedo.
Tragó e intentó formular alguna negación; cuando no pudo hizo el intento de negar con la cabeza y entonces descubrió que estaba paralizado, y eso solo fue un diluvio de vergüenza porque Daemon y Daeron y todos los demás seguían detrás suyo escuchando.
—¿Me escuchaste? Tenemos asuntos que atender, si los dos ojos te funcionan habrás notado que Gyles murió.
Luke ni siquiera podía teorizar correctamente en lo que haría Larys, porque esos dos últimos meses él no se había involucrado activamente con él al estarse recuperando. Y ahora estaba delante suyo, y Luke no tenía nada en la cabeza salvo una visión doble y su propia respiración irregular.
Él vio las noticias, el cuerpo inerte de Gyles Belgrave en el Tamesis, un solo disparo en la cabeza. Él no era un sospechoso, ni Aemond ni su familia. Luke se había intentado convencer de que solo habían sido las malas juntas de Gyles lo que lo llevaron a su muerte, pero la ansiedad lo carcomía, no lo dejaba dormir. Solo Mysaria confirmando que fue un desconocido le permitió tranquilizarse; Luke no quería hablar de Gyles. Él lo odiaba, pero no le deseaba la muerte.
No podía moverse. ¿Cómo iba a hacerlo? Sus rodillas eran débiles y Luke no quería dar un paso para descubrir que en realidad no se podía su propio peso y terminar humillándose frente a lo más cercano a amigo que tenía.
"Sí te escuché." "No te escuché." "No puedo." "Debo cerrar."
Una mano se situó en su nuca, y Luke saltó. No fue algo férreo y peligroso, no fue cruel. Solo cinco dedos curiosamente helados presionando sin fuerza el final superior de su columna.
—No puede ahora —la voz de Aemond sonó distorsionada en su cabeza, como si de alguna forma entrase como ondas por sus oídos.
Larys parpadeó.
—¿Disculpa?
—Está ocupado —él anunció—. Nuestro turno terminó hace diez minutos y aún nos debe pagar y entregarnos una nómina de datos que no ha terminado.
—Eres un empleado de prueba —Larys siseó—. No te conviene–. . .
—La hora extra no la pagarás tú —Aemond dijo, observándolo de pies a cabeza con un descaro ejemplar—. Su responsabilidad con los empleados es más importante que cualquier charla trivial, y tenemos más cosas que hacer que sentarnos a esperarlos.
Luke pensó en lo fácil que le era a veces olvidar lo escalofriante que podía llegar a ser Aemond. El tipo rozaba los uno noventa, tenía un único ojo tan afilado como el cuchillo de un carnicero y la postura de alguien que no dudaría al momento de irse a los golpes.
Daeron le había dicho que los cuatro sabían pelear. Pero Daeron también le había dicho que el único que realmente se interesó en la defensa personal había sido Aemond. Y que Helaena, su hermana mayor, lo había ayudado porque ella había sacado los reflejos de Daemon.
—Luke. . .
—Déjalo, Larys —Luke reconoció a Laenor, él se había acercado—. La dueña es Rhaenyra, lo que quieras hablar lo haces con ella.
—¿Y dónde está Rhaenyra?
Laenor siguió discutiendo con Larys, terco como una mula y respaldado por Daemon.
—Muévete —murmuró Aemond, ejerciendo un poco más de presión en su nuca. Luke fue consciente de cómo esos mismos dedos se enredaban en su cabello y lo impulsaban sin fuerza, marcando un camino hasta donde Daeron y Daemon se encontraban.
Laenor compartió más palabras con su tío. Era gracioso considerando que Laenor de cierta forma también era su tío. Luke no podía considerarlo divertido porque todo lo que rondaba su mente era a Larys perforando su espalda con la mirada, y la mano de Aemond obligándolo a caminar.
Daeron los interceptó, Luke sintió su presencia tibia apiñándose a su costado libre justo cuando la campanilla sonó, anunciando la salida de una persona, y retumbó en sus oídos como las campanas de una iglesia cada doce del medio día. Daeron rodeó su hombro con un brazo y le regaló una sacudida amistosa.
Luke recayó en el silencio, y en el sonidito sutil que Daeron profirió, y en los dedos de Aemond aún firmes en su cabello, y que Daemon y Aegon observaban la silueta de su tío perdiéndose dentro de un auto con una violencia marcada en sus pupilas.
Y en que él había ignorado un mandato de Larys Strong.
—Veremos la saga de Star Wars hoy —Daeron comentó, ajeno a su propio debate mental. Él frotó sus cabezas juntas como si fuese un gato, Luke solo entonces recayó en que Daeron había crecido algunos centímetros—. ¿Vienes?
—¿Qué episodio? —la distracción fue evidente en su voz porque Luke observó a Aemond cuando sus dedos finalmente dejaron su cabello, alcanzó a notar que él también lo miraba de reojo.
—Cuatro, Daemon solo accedió si las veíamos por el orden original. Es un viejo.
Daemon golpeó la nuca de Daeron cuando pasó a su costado.
—El orden original es mejor —murmuró Luke, sentándose otra vez delante de los papeles. Daeron se mantuvo a su costado.
—Y Aemond solo las verá con nosotros porque tiene un crush en. . .—Aegon se detuvo de golpe y Luke lo descubrió lanzándole una breve mirada—. Uh. . .
—¿Han Solo?
—Más rubio.
Luke no quiso adivinar, pero entendió las carcajadas. Él no se rió, y Aemond tampoco.
Luke no le pagó a Daemon ni a Laenor porque ellos tenían un contrato mensual, por lo que solo le quedó pagar a los tres hermanos y cerrar.
Laenor se despidió cuando sus caminos se dividieron y entonces Luke se vio haciendo el trayecto a su casa en una caminata poco silenciosa porque sus acompañantes eran de todo menos callados.
Pensó en que habría hecho más rápido el camino si hubiese ido en moto, pero siendo tan corto solo gastaría combustible. Luke tendría que ir pronto a ver a Borros si quería mantener su lugar en las carreras, y una buena relación con Mysaria; no estaba seguro de qué tan enojado estaría al enfrentarse a él después de casi tres meses desaparecido.
Daeron parloteó sobre que ya era tiempo de retocar sus raíces porque comenzaba a parecerse demasiado a su familia teniendo la mitad del cabello albino y Luke aceptó con un único asentimiento cuando él le pidió que le ayudase a teñirse.
—Aemond no se acercará a la tintura —él alegó—. Y la última vez que dejé que Aegon tocara mi cabello el hijo de puta me cambió los tintes y lo dejó morado.
—Te veías horrible.
Daeron le levantó el dedo de enmedio y Luke hizo el ademán por escabullirse a su propia casa cuando terminaron de subir las escaleras. Él en realidad no quería ver Star Wars, él quería pasar tiempo con Joffrey y su madre, aprovechar los últimos días de vacaciones de su hermano menor y conversar con Jace.
Tenía una idea de lo que hablarían porque últimamente todo se resumía en la chica de intercambio que conoció hace unos meses.
Él no pudo, y no fue porque se le recordara que aceptó ver una película, sino que porque Daeron prácticamente lo arrastró hasta su departamento. Luke no recayó en que su camino había sido impuesto hasta que la puerta se cerró a sus espaldas y él estuvo encerrado en la casa de Daemon Targaryen. Eso no le habría preocupado si no fuese porque además de Daemon Targaryen, también estaban Aegon, Daeron y Aemond Targaryen.
Demasiados Targaryen; y él solo le agradaba uno. Quizás dos. Y el perro feo que tenían. Luke aún mantenía sus dudas sobre la procedencia de ese animal.
Caraxes saltaba en dos patas, incapaz de contener su felicidad ante la llegada de su dueño. Casi le daba un aire cómico a la situación. Daemon se inclinó y dejó algunas caricias sobre su cabeza.
Luke volteó hacia la puerta con una clara intención y descubrió a Aemond situado delante de ella. Los cabellos de su nuca se erizaron, sintió sus hombros tensándose. Debió verse tan tenso como se sentía, porque Daeron carraspeó buscando llamar su atención.
—Agradeceríamos que escucharas antes de empezar a correr — comentó, su voz era cuidadosa.
La sangre fluía por sus oídos, demasiado ruidosa. Luke no disfrutaba estar en un lugar con su única vía de escape cubierta por un sujeto al que no le agradaba. Él confiaba lo suficientemente en Daemon, pero no estaba allí solo con Daemon, estaba allí con Daemon y sus tres sobrinos, de los que tenía más malas referencias que buenas.
Avanzó hasta que los separaron unos pocos centímetros e hizo el ademán por girar el pomo de la puerta. Aemond la trancó con el pie.
—Muévete —siseó—. O te romperé algo.
Aemond no lo hizo, su único ojo bueno brilló con un deje peligroso.
—Hazlo —Daemon indicó, y Luke deseó que se refierese a partirle algún hueso, pero él le hablaba a Aemond.
—Se irá.
—Será su elección, Luke no está acá en contra de su voluntad —Aemond chasqueó la lengua—. Muévete.
Recibió una única mirada austera y entonces la puerta se vio libre. Él no demoró en avanzar y girar el pomo, haciendo acopio de su libre albedrío, aunque la curiosidad por saber qué se llevaban entre manos fuese grande. Fue Daeron el que lo detuvo.
—Vamos a robar —dijo.
Luke se detuvo de golpe ante su voz apresurada. Giró la cabeza hacia él aún sin soltar el pomo, Daeron inhaló y repitió.
—Tenemos un golpe —anunció—. Será grande, muy grande.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
Fue algo obvio, descubrió, los cuatro lo miraban y él no demoró entender por qué.
La comisura de su boca tironeó en algo raro, una mezcla de sonrisa y mueca rara. Delante de él, los cuatro Targaryen lucían como siluetas oscuras, con los ojos lilas brillantes y aspectos perfectos. Los cuatro ladrones más buscados de toda Inglaterra se alzaban frente suyo, y Luke los sentía tan inalcanzables como los mencionaban en las noticias.
—Helaena está en la universidad —Daeron contó—. Y Cole nos traicionó. Necesitamos a alguien más.
Luke se descubrió emitiendo una risa sarcástica, casi nerviosa. Él esperó a que alguien más riera con él o diese a entender que era una broma, y solo cuando descubrió que ni siquiera Daeron estaba sonriendo, la sonrisa en su cara se transformó en una mueca.
—No soy un ladrón.
—Lo eres —Daeron no lo dudó—. Le robaste a Cole, da igual qué tan hijo de puta fuera, era de los mejores. Tú lo noqueaste y le robaste. Te metiste a la bodega sin hacer ruido, y luego desapareciste. No te habríamos encontrado jamás si no hubiese sido por ese sticker, y aún así le diste el esquinazo a Aemond un par de veces. Tienes hielo en las venas, Luke, estás hecho para esto, igual que nosotros.
Su boca se apretó en una línea, no se percató de que apretaba el metal hasta que notó sus nudillos blancos.
Él no estaba hecho para nada, él solo evolucionaba por desesperación. Corría rápido para escapar de matones y le era fácil esconder sus emociones porque además de su familia no tenía a que le interesasen. Luke no era un buen ladrón, solo estaba desesperado. Él disfrutaba de la adrenalina, pero no tenía ningún interés en ser eternamente asediado por la policía.
Principalmente no tenía interés en introducirse aún más profundo en algo de lo que no podría salir. Luke podía lidiar con la policía, lo que jamás podría soportar sería lastimar a su familia. La sola idea de ellos se viesen involucrados le provocaba escalofríos.
—Recibirías una parte equitativa —Daemon agregó—. Y aún es solo un proyecto, así que faltan varios meses. Debemos organizar muchas cosas antes, si tú–. . .
La puerta se cerró con un portazo a sus espaldas.
Luke estaba subiendo escaleras antes de terminar de procesar las palabras de Daemon. Subió las escaleras, no desesperadamente apresurado pero sí con la intención de alejarse tanto como pudiese de esa propuesta. Quizás las hubiese subido corriendo, pero nadie lo vio así que él perfectamente diría que mantuvo la compostura.
La primavera estaba llegando y se sentía en el ambiente; era un poco menos cruel y helado, aunque hiciera frío. Ese día incluso se asomó el sol a momentos.
El aire se le escapó en un suspiro entrecortado.
Apretó el barandal y observó el suelo húmedo varios pisos por debajo de él. El metal estaba helado y él iba sin guantes, así que los dedos le dolieron; miles de diminutas agujas se clavaron con crueldad en las palmas de sus manos. Fue un buen distractor, cuando finalmente lo soltó su piel se tornó ligeramente rojiza y húmeda.
Luke pensó en que la propuesta era tan tentativa como peligrosa. Pensó en todos los resultados, y descubrió una diminuta parte de su ser deseando aceptar. Robar a gran escala, ganar lo suficiente como para dar una vida mejor a su familia. Intentó descifrar qué haría su padre en esa situación, pero Luke solo alcanzó a conocer su lado amable y risueño; quizás él sí aceptaría, o quizás era un hombre correcto. No lo sabría jamás, y la curiosidad lo carcomería siempre.
Respiró, disfrutó de los despojos que aún residían del aire invernal, y se apoyó en el mismo lugar simplemente permitiéndose un descanso. Luke no alcanzó a contar dos minutos cuando la puerta de la azotea resonó al cerrarse.
—Necesito varios tragos de alcohol para soportarte, y ahora no los tengo —masculló—. Vete.
Aemond lo ignoró, porque al parecer sí estaba sordo además de medio ciego.
—Lo que ganarías en este único robo equivale a todo un año en tus carreras ilegales —él dijo—. Probablemente más. Las matemáticas se te dan bien, haz el cálculo.
—No recuerdo haberte preguntado.
Aemond dio un paso ruidoso en su dirección, tentativo e impulsivo. Cuando Luke lo miró, él se enderezó e introdujo las manos en los bolsillos de una chaqueta que le pertenecía a Jace.
—Lo necesitas —indicó en su lugar.
—Intentalo de nuevo.
—Actúas como un niño.
Luke notó que Aemond debía inclinar la cabeza para verlo. También notó la sombra que se producía en su único ojo cuando fruncía el ceño; se veía varios años más viejo haciendo ese gesto constante. Se alzó de hombros como respuesta.
—Daeron aceptó porque me considera su amigo —dijo—. Daemon porque probablemente cree que podría ser algo útil, y tú solo te sientes en deuda porque he sido medianamente amable contigo. La idea de darles trabajo no fue mía, fue de mi madre, ¿la vas a invitar a ella?
—No, porque al que queremos es a ti.
—"Queremos" suena a mucha gente —Luke se burló—. Y hasta donde sé, tú me odias. Tú no me quieres cerca del robo.
—Te detesto —él coincidió—. Tu presencia me repele y tu cara me desagrada como nada en este mundo. Y aún me debes noventa mil libras.
Luke exhaló el aire entre labios en un bufido malhumorado.
—En otra situación no lo permitiría —agregó, ganándose una mirada.
—¿No crees que sea capaz de trabajar con ustedes? —Luke curoseó.
—No creo que seas capaz de quedarte —Aemond tocó su pecho con un dedo y Luke tuvo que ignorar las ganas de rompérselo—. Escapas a la primera señal de alerta, tienes una actitud igual o peor que la de Daeron y estás acostumbrado a trabajar solo. Sí, no te creo capaz, y no confío en ti.
No dejó en evidencia la ligera sorpresa que le provocó aquella correcta descripción.
—Además de que no tienes una buena razón para negarte —él agregó—. Salvo tu miedo al compromiso.
La indignación lo recorrió como un latido, asentándose en su estómago y reflejándose en su ceño fruncido. Luke se enderezó y lo encaró.
—No discutiré esta mierda contigo, mi respuesta es no y así se quedará —Luke apretó la mandíbula cuando Aemond se interpuso en su camino, otra maldito vez—. No hay una posibilidad, no estoy hecho para lo que ustedes buscan. Los terminarán atrapando por mi culpa, ¿quieres eso? ¿A tus hermanos y tío encarcelados por el resto de sus vidas?
Aemond no respondió, y Luke aprovechó ese lapsus para pasar por su costado y dirigirse a la puerta, otra vez. La cabeza comenzaba a dolerle, y los pies le palpitaban por el día de trabajo. Luke estaba de malhumor y se sentía perturbadoramente sucio como para seguir escuchando lo que sea que Aemond estuviese diciendo.
—¿Qué tal una prueba? —Aemond habló, captando una diminuta fracción de su atención. Luke no volteó, pero sí se detuvo—. Si eres capaz de robar lo que yo te designe, dentro del tiempo que yo te designe sabrás que eres capaz de trabajar con nosotros. Puedes tomarlo como una iniciación.
—¿Por qué te importa tanto?
—Porque ya me equivoqué una vez escogiendo a quien estaría con nosotros, no cometeré el error dos veces. No tomaré a un aficionado.
Luke volteó.
—Soy un aficionado.
—Eres un ladrón —Aemond sentenció—. Una prueba, si la pasas y sigues sin querer unirte, nadie te volverá a molestar salvo tu propia conciencia.
Se descubrió blanqueando los ojos; cruzó los brazos contra su pecho y cambió el peso de un pie al otro. Luke no podía negarse a si mismo su curiosidad, aunque jamás la admitiría en voz alta.
—Dime cuál sería la prueba.
Aemond negó.
—Acéptala y te lo diré.
Aemond era un bastardo insoportable. Luke asintió y él le regaló la sonrisa más cruel y maliciosa que había visto en bastante tiempo.
—Robarás un reloj de colección de las manos de su dueño —dijo—. Tienes cuatro días, puedes pedirle ayuda a Daemon o Daeron, me da igual.
—Eso es austero —Luke alegó—. No puedo hacer nada con esa información.
—Es toda la información que necesitas —Aemond señaló, Luke desvió su mirada inconscientemente hacia una de sus muñecas; un mal presentimiento se asentó en su estómago.
—Necesito un nombre, una dirección —Aemond se alzó de hombros, bastardo prepotente—. No tengo nada con lo que empezar, ¿a quién se supone que robaré?
La sonrisa malvada de Aemond se amplió. Luke se preguntó cómo era posible que un sujeto con rasgos tan armoniosos fuese capaz de lucir tan malévolo.
—A mí.
A&L
El capítulo no está editado, si encontraron algún error fue por eso;;;
Lxs extrañé:( No puedo prometer actualizaciones tan seguidas ya que les estaría mintiendo, pero esta historia no quedará inconclusa (a menos que me la bajen¿¿)
Sabían que desde la perspectiva de Aemond, él se ve como un sujeto bastante "feo" y poco llamativo. Y desde la perspectiva de Luke, él lo ve como un sujeto bastante imponente y muy bello físicamente.
enfin, no hay fecha para el próximo capítulo, pero no creo que vuelva a tardar tanto como este JAJAJA.
besitos
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