Capítulo dieciocho: "El Dios de los ladrones insoportables: Parte I."
TW: Descripción de escenas violentas, lenguaje vulgar, contenido para mayores de 16 (con aviso no hay engaño).
Las frases que tenga un "*" al final, son fragmentos de un libro: "himnos homericos". Ya entenderán por qué.
La canción de abajo es la del capítulo, pero "Entre caníbales" de Soda Stereo también queda bien, ambas están en la playlist.
Lxs extrañé, les mando besitos.
»D is for delightful
And try and keep your trousers on.
I think you should know you're his favourite worst nightmare«
D is for Dangerous. Artic Monkeys.
Miércoles trece de marzo, cero días para la finalización de la prueba de Luke.
Hay un flash, un silbido que corta el aire.
Hay un grito.
Hay dolor.
Hay mucho dolor.
Hay sangre.
La oscuridad que lo envolvió por un costado fue absoluta y abrumadora. Y solo entonces Aemond descubrió que quien gritaba era él, porque la agonía en su lado izquierdo era ensordecedora, brutal e irreversible. Era tibia. Era roja. Deseó que fuese un espejismo, una alucinación de su cabeza expuesta a golpes que en primer lugar no le correspondían.
Pero no eran invenciones de su cerebro, y cuando logró enfocar la vista, un jadeo ahogado fue todo lo que escapó de su boca.
Entre sus propios dedos, mutilado y espeso, se encontraban fragmentos de su propio ojo, y la sangre se deslizaba entre ellos sin pausa ni final. Caía por su nariz, la paladeaba sobre la lengua, se espesaba en sus palmas, ensuciaba el suelo, su ropa, su cabello. Carmesí, brillante, abundante. Aemond temió desmayarse por la pérdida de sangre antes que por el shock.
Las náuseas tornaron borrosa su visión obstruida.
Su otra mano estaba apoyada en el suelo embarrado, partículas de vidrio cortaron su piel adolorida, pero no era capaz de moverse. Su estómago palpitaba, la cabeza le daba vueltas.
Todo era ruido y dolor, y luces rojas y azules, y oscuridad, y dolor, y ruido, y borrones.
Y dolor.
Era capaz de escuchar un chapoteo a un costado de su cabeza. No era consciente de que había caído sobre el pavimento hasta que tuvo que voltearse y cubrir su vientre cortado.
—¿Aegon. . .?—balbuceó—. Ae–. . .
Pero los impactos no se detenían, y el sonido ya no era seco, sino húmedo.
—Aegon. . .
Fue ignorado.
—Aegon, basta. . .
Los golpes seguían.
—¡Aegon!
Uno. Dos. Tres.
—¡Aemond!
Aemond parpadeó.
—¡Aemond, hijo de puta, llevas una hora en el baño! —Daeron golpeó de nuevo la puerta—. ¡Sal, quiero entrar!
Su reflejo le devolvió la mirada. Un ojo lila y una cuenca vacía. Parecía sacado de una película de terror; la sola cicatriz ya era fea, combinado con ese desagradable espacio Aemond no tenía mucho que decir sobre su apariencia.
Ponerse a pensar en lo que lo llevó a lucir así tampoco cambiaría nada. Ya habían pasado cinco años, las heridas se volvieron cicatrices, y sus recuerdos eran ignorables.
Por desgracia, no podía olvidarlos.
Lo único que le impedía comprarse una prótesis nueva era el precio que tenían. En ese instante ni siquiera le alcanzaba para un par de lentes, mucho menos tendría para algo tan caro. Y la suya se quemó en el incendio.
Chasqueó la lengua, secó completamente su rostro y cubrió el ojo inexistente con un parche negro, dividida por una cicatriz rosácea que cortaba también su ceja hasta el pómulo, descubrió que toda esa línea quedaba bastante bien cubierta con ese nuevo accesorio. Partía su cara y ni siquiera el maquillaje lograba esconderla por completo.
Pensó que el maquillaje en ese instante no era realmente importante, porque un sombrero pronto cubriría un tercio de su rostro.
Abrió la puerta, el ceño fruncido de Daeron se convirtió en una expresión más sorprendida. Él sonrió mientras pasaba a su costado. Aemond tuvo que ojearlo dos veces para recaer en su disfraz.
Bajo sus ojos estaban pintadas unas profundas ojeras liláceas, dos colmillos filosos sobresalían de sus labios, y otros dos puntos habían sido pintados con rojo en su cuello pálido. Llevaba una capa roja y el cabello peinado hacia atrás.
En otro sujeto se habría visto horrible. En Daeron no, porque era perturbadoramente atractivo.
—Eso, pirata —él animó.
—Sirve para disimular.
Daeron emitió un sonidito y alzó su pulgar.
—Se ve cool —dijo—. Tiene estilo, Luke te compró un sombrero y una espada.
No tenía estilo. Se veía ridículo.
—¿Dónde está él?
Daeron hizo un ademán hasta el final del pasillo y se metió al baño. Aemond chasqueó la lengua.
Lo último que necesitaba era tener a Lucerys Velaryon haciendo espacio en su departamento.
Ni siquiera era su departamento, sino de Daemon, y tampoco era de él porque lo arrendaba. Daemon, teniendo un buen colchón financiero, prefirió una vida humilde rentando un departamento que debía tener más años que su abuelo.
Jamás entendería a su tío y su repentino interés por la vida austera. Era innecesario.
Lucerys, en efecto, estaba en su diminuta sala de estar.
Notó su espalda cubierta solo a medias por una tela blanca, que rodeaba su hombro y se volvía más angosta en su cintura, donde una cuerda dorada permanecía atada. En vez de zapatos llevaba sandalias de cuerina, y una corona de laurel de algún metal pintado sostenía parte de su cabello rizado. Otra rodeaba uno de sus brazos.
Aemond apoyó su hombro en el muro cercano a Lucerys, ojeándolo jugar con un sombrero negro. Lo giraba entre sus dedos con gracia, lo lanzaba al aire y después lo atrapaba. Aemond carraspeó y él se detuvo de golpe.
Se formó un silencio, breve y tendido. Lucerys volteó. Lo primero en lo que sus ojos cayeron fue en sus pómulos y párpados, que brillaban. Literalmente habían sido acariciados por algún polvo dorado radiante. No daba la sensación de maquillaje habitual, más bien era una forma de realzar la armonía en sus facciones y enaltecer su disfraz. Combinaba con la corona de laurel y la tela cubriendo sus hombros.
—¿Y Aegon?
—Fue con Daemon a tomar té con mi madre.
Cuando bajó la mirada, recayó en el par de alitas de papel pegadas a cada costado de sus dos sandalias. No pudo evitar una sonrisa poco amistosa.
—Buena pieza. Embaucador, marrullero.*
Lucerys ladeó la cabeza, pero no pareció enojado, en su lugar se cruzó de brazos.
—En verdad, estoy seguro de que muchas veces, tras forzar por la noche casas bien pobladas, dejarás a más de un hombre en el puro suelo —siguió—, llevándote sus enseres por la casa sin ruido, por la manera en que hablas.*
—¿Ahora eres poeta?
—Pues sin duda ese privilegio tendrás en el futuro entre los inmortales.*
La boca de Lucerys se torció en algo que podría considerarse medianamente divertido.
—Ser llamado por siempre Cabecilla de los Ladrones.*
Porque Lucerys no iba de un griego ordinario. O un Dios cualquiera. Quizás era una manera de burlarse, refregarle en la cara lo que había hecho, o lo que constantemente hacían. O tal vez no había recaído en la ironía de su atuendo. Cualquiera fuera el caso, Hermes era definitivamente el Dios de Lucerys.
De los mensajeros y ladrones, astuto y veloz. El único capaz de entrar y salir del inframundo sin provocar la ira de Hades. Cuya primera acción al nacer fue robar a Apolo, y desde entonces no se detuvo.
Le gustaba leer. Leía libros desde que aprendió a decodificar palabras, pasó de fantasía a ciencia ficción, mitología a clásicos. Lo que llamase su atención y estuviese entre sus manos. Su capacidad de poder recordar a la perfección prácticamente todo lo que pasase delante de sus pupilas también lo volvía un tanto selectivo.
Aegon le dijo que debió haber estudiado medicina. Aemond prefería la historia. Pero prefería más la adrenalina. Su título estaba porque disfrutaba estudiar.
Lucerys exhaló una risa entre dientes, breve y ligera.
—Mucho reverencio al Sol y a los demás dioses, también tú sabes que yo no soy culpable.*
No estaba seguro de si le sorprendía más la respuesta acertada, o la falta de malhumor en su desafortunado acompañante. Decidió que no le gustaba las conversaciones banales con Lucerys, y por ello una risa, corta y burlona, escapó de sus propios labios.
—Impresionante —Lucerys arqueó una ceja—. Sabes leer.
Él emitió un sonidito indignado, su diversión se esfumó de golpe, como una bofetada.
—Quizás en vez de sacarte el ojo debieron haberte dejado mudo —él gruñó, lanzándole el sombrero con fuerza. Aemond lo atrapó en el aire sin dificultad—. Eres insoportable.
Aemond pensó en que la última persona que comentó abiertamente algo relacionado a su ojo, no había salido bien parado. El problema con Lucerys era que el imbecil no le temía; no existía una pizca de miedo en su sistema, y eso arruinaba sus propios planes de amenazarlo.
¿Qué iba a decirle? Las amenazas vacías eran patéticas, y no podía hacerle daño. Al menos no mientras estuviese a prueba. Y tampoco después, porque Daeron y Daemon se enojarían. El imbécil tenía como un campo de fuerza protegiéndolo.
Se conformó sabiendo que al menos era capaz de hacerlo rabiar.
—Si descubro que pelearon una sola maldita vez en el robo, los dejaré afuera —Daeron anunció su llegada diciendo—. Lo juro, me dan jaqueca.
—¿Ya buscaste a su reemplazo? —preguntó por encima de la amenaza, señalando a Lucerys—. Hoy termina su prueba y ni siquiera lo ha intentado.
Daeron volteó hacia Lucerys.
—¿No lo intentaste?
—Cada vez que me acerco el imbécil me golpea —Lucerys alegó, sacándole una sonrisa irónica que mantuvo aún bajo la mirada ceñuda de su hermano.
—¿Lo golpeas?
—Nada que pueda causarle algún daño.
Lo descubrió un par de veces intentando tomar el reloj directamente de su muñeca, lo que gatilló una burla y un golpe en su nuca. Debía darle créditos, casi lo roba mientras se bañaba; pero Aemond tenía buen oído.
Lucerys masculló un insulto. Daeron frotó el puente de su nariz con una marcada impaciencia.
Había sido idea suya ir los tres a buscar el bolso de Aegon —el que contenía sus ahorros—, como una forma de limar tensiones y afianzar vínculos. Y porque Aegon seguía demasiado herido como para ir él solo.
No iban, en teoría, a robar esa noche. Solo iban a buscar ese bolso.
El problema estaba en que Aegon lo escondió en el techo del baño de un club nocturno. Su club nocturno, la discoteca Westeros. Era un escondite considerablemente bueno, accesible y disimulado. Aegon se pasaba la mayor parte del tiempo ahí, conocía a todos los empleados y la infraestructura.
¿Por qué iba a sospechar en que llegaría Cole y lo vendería junto con todas sus otras propiedades después de robarles hasta la herencia?
Vender sus propiedades no había sido la parte más molesta de toda la situación. Lo que provocó borbotones en su sangre —y ansias asesinas en Daeron— fue a quien lo hizo.
Incluso Daemon estaba enojado. Pero Daemon no mostraba su enojo a simple vista; él parecía estar haciendo una lista con todas las cosas que Cole hizo, y por las que lo castigaría cuando lo encontrara.
Lo más reciente que tenían de él, fue su casi captura en un país de América del Sur, pero logró darle el esquinazo a los dos sujetos que Daemon envió, y ahora estaban nuevamente en un punto muerto.
—Una pelea —repitió, intercalando una mirada entre Lucerys y él—. Si están listos, repasaremos el plan y nos iremos.
—Voy a buscar mi casco.
Daeron y él se lanzaron una mirada breve. Esta vez Lucerys frunció el ceño.
—No puedes ir en moto —Daeron dijo, empleando un cuidado que Aemond no le solía ver a menudo—. Vamos a ir en auto.
—Puedo cubrirle la patente. . .
—Debemos ir sin causar alborotos o llamar la atención —negó—. Y ya es bastante difícil con la discoteca siendo de los Lannister. Si llega a haber uno de ellos y nos ve, estaremos jodidos.
Tensó la mandíbula. Solo recordar que su discoteca pertenecía a ese nefasto par le provocaba escalofríos de rabia. Si Cole era algo, además de vengativo, era inteligente. Él se aseguró de joderlos a lo grande, vendiendo sus propiedades y cciones a gente con la que sus relaciones no eran ni buenas o estables.
Quizás quemarla sería una buena idea.
Lucerys se dejó caer sobre el sillón, él solo se apoyó en el reposabrazos. Daeron señaló una pizarra blanca donde habían varias cosas escritas. Flechas de un lado hacia otro y algunas frases subrayadas.
—Aprovecharemos que hoy es el día temático y entraremos disfrazados —Daeron inició—. Después. . .
Estacionó el auto a una cuadra de la discoteca. Lucerys no había soltado la manilla al costado de la puerta durante todo el viaje, Daeron parloteó sobre cualquier mínimo pensamiento que cruzase por su cabeza y él ya quería devolverse.
El auto no provocaba sonido además de un agradable ronroneo que Lucerys vio mal.
Pero ni siquiera Lucerys había sido capaz de mantener su cara de malhumor cuando tuvo delante el bonito auto negro mate, hiperdeportivo y con dos únicos asientos cómodamente forrados. La puerta se abrió hacia arriba y las ventanas polarizadas los reflejaron.
—¿Esta es su idea de ser disimulados?
—¿Cuál es el problema?
—¿Un Bugatti?
Los dos miraron el auto. Era un gran auto; Aemond planeaba comprar uno después de tener que entregar el suyo para culpar a Cole del accidente. Cuando recuperase su dinero lo haría, le gustaban los Bugatti.
—¿No te gusta? Dijiste que te daba igual cuando pregunté qué auto querían, así que escogí el más bonito.
—¿Lo robaste? —Lucerys preguntó, un poco demasiado alto.
No pudo esconder una corta sonrisa ante la ingenuidad del sujeto. Daeron, siendo un poco menos desagradable, escondió su diversión y solo negó.
—Está belleza no puede robarse, Luke, pierde su valor simbólico —obvió, frotando su índice y pulgar—. Es rentado.
Lucerys pareció tener la intención de preguntar sobre la definición de rentado, pero lo pensó mejor y simplemente subió junto a Daeron en el asiento del copiloto.
Él manejaba porque Daeron aún no tenía su licencia, y no pensaba darle el volante a un adicto a la adrenalina.
Daeron habló sobre el clima, sobre Caraxes segundo, sobre el robo a Dalton Greyjoy —que iniciaría cuando tuviesen los fondos para costearlo—, sobre la moto de Lucerys, sobre Helaena —que los visitaría pronto aprovechando su semana de vacaciones—, sobre las carreras y sobre los Lannister.
Lucerys no habló, curiosamente, y cuando volteó a verlo descubrió el feo tono verdoso que había adquirido su piel, y lo pegado que iba a la ventana.
Ya le restregaría luego su patética incapacidad de viajar en espacios cerrados sin marearse.
Los autos comenzaron a volverse más costosos a medida que dejaban los edificios de ladrillos y se adentraban en las calles bien pavimentadas y correctamente iluminadas de St. Mayfair.
Estacionó en algún lugar apartado, a una sola cuadra de la discoteca y los tres bajaron. Se guardó las llaves en uno de los bolsillos de sus pantalones después de asegurar el auto.
Aemond no dudaba en que su hermano sería capaz de sabotear la electricidad de todo el complejo en ese mínimo de tiempo. Le habían dado la habilidad computacional al sujeto más manipulador y temerario de la familia. Daeron no dudaría en implantar una bomba o crear un incendio si su plan inicial fallaba, y ese era el problema de tenerlo al mando.
Pero ya habían acordado que así sería. Que Daeron organizara el robo a Greyjoy —y por consecuencia los anteriores a él—, fue su única condición. Esa, y que dejasen de subestimarlo.
Lo consideró factible, y todos, incluyendo a Helaena, estuvieron de acuerdo.
Observó a Lucerys y Daeron chocar sus manos y mantener sus dedos presionados por algunos segundos. Luego se separaron. Daeron le regaló una sacudida de mano y entonces los dos voltearon disponiéndose a entrar en el lugar.
—¡Esperen!
Los dos dieron un pequeño brinco ante el grito de Daeron. Alcanzó a escuchar a Lucerys profiriendo una baja maldición.
Daeron se les acercó, teléfono en mano y sonrisa radiante.
—Una foto —dijo, obligándolos a juntar sus cabezas—. Para el recuerdo, allá adentro no podrán usar su teléfono.
El cabello de Lucerys cosquilleó en su mejilla, al voltearse ligeramente para verlo, notó que sus labios estaban fruncidos en una sonrisa apretada, y que Daeron mostraba los dientes y achicaba los ojos. El flash lo pilló desprevenido, y tan rápido como Daeron sacó su teléfono, lo guardó de nuevo.
—Ahora sí, ¡suerte!
Daeron tenía razón, dentro no podían usar sus teléfonos. Pequeños lockers asegurados con llaves estaban dispuestos para dejarlos. El pretexto era que así podíamos disfrutar correctamente del ambiente y conocer más gente.
Aemond pensó que en realidad solo era una forma disimulada de evitar que se difundieran videos; a Lucerys le dio igual porque no era de los que usaba mucho el teléfono. Respondía los mensajes cada cinco horas —si es que respondía— y hablaban con monosílabos.
El lugar estaba repleto, ruidoso y con luces intermitentes que iban al ritmo de la música. La gente se les acercaba. Descubrió que Lucerys se notaba de todo menos cómodo con la atención que obtenía gracias a su particular disfraz.
Su mano le agarró el antebrazo desnudo y lo guió a través de la pista esquivando e ignorando.
Fueron dos veces las que algún tercero los terminaba empujando. La primera tuvo que hacerse entre empujones hasta donde Lucerys rechazaba con falsa cordialidad una invitación a bailar de una chica. La segunda fue un grupo de gente que prácticamente lo arrastró, y Aemond tuvo que, otra vez, buscarlo.
Cuando llegaron a los baños, ambos jadeaban, su ropa estaba ligeramente desarreglada y definitivamente había sido manoseado por al menos cinco personas diferentes.
Sacó de entre su ropa un letrero de "fuera de servicio" que pegó en la puerta, luego abrió y le dejó la pasada a Lucerys.
La puerta se cerró a sus espaldas. No fueron ni cinco segundos dentro cuando pudo escuchar a Lucerys profiriendo una —varias— maldición.
No demoró en imitarlo al recaer en el suelo y el techo. Antes estaban acartonados y repletos de grafittis —diseñado por Aegon ya que la disco le pertenecía—, ahora estaba recubierto de cerámica. Y el piso de mármol negro que reflejaba perfectamente pequeñas luces instaladas en puntos estratégicos.
Aegon les había explicado a detalle que el lugar del dinero tenía un dragón negro dibujado a mano, y estaba rodeado por otros dibujos de fuego y diseños similares.
Con la cerámica, estaban en un punto muerto. El baño era amplio, espacioso y completamente renovado.
—Estamos jodidos —murmuró, frotando su rostro.
—Espera.
Lucerys presionó el oído contra la baldosa. Aemond tuvo que morder su lengua para no soltar un comentario ante lo antihigiénico que era eso.
—Podría haber sido peor —Lucerys comentó, dejando toquecitos a la pared—. Podrían haber reestructurado todo el espacio, pero solo pusieron la baldosa por encima, el techo de abajo tiene que estar intacto.
—¿Entonces?
—Sonará diferente cuando demos con el espacio que tiene el bolso.
—Esa es solo una hipótesis —alegó, frotando el puente de su propia nariz—. También podrían haber dado con el bolso cuando cambiaban el techo y entonces estaríamos perdiendo el tiempo.
Lucerys chasqueó la lengua. Aemond ojeó el techo otra vez.
La última vez que había hecho un trabajo tan sucio fue cuando tenía quince y Daemon lo había obligado a robar solo en un ambiente "controlado". Se llevó diez millones en joyas de una caja fuerte
Las probabilidades eran minúsculas. Mínimas. Improbables. Perfectamente podrían ganarse la lotería antes de tener ese nivel de suerte.
—No veo que estés sugiriendo algo mejor —Lucerys señaló.
—Irnos y conseguir planos acertados de este lugar —dijo—. Tenemos que saber si hay algo realmente antes de empezar a destruir el techo. Los Lannister sabrán que fuimos nosotros.
—No, lo sabremos ahora, no hay tiempo.
—Lucerys–. . .
—Estoy malditamente seguro de que esas baldosas están superpuestas —interrumpió—. Dame el martillo, romperé una de acá y veremos.
Aemond pensó que lidiar con una mula habría sido más sencillo, pensó en seriamente dejarlo ahí e irse, y finalmente dejó de lado esas ideas y se inclinó para sacar un martillo escondido en la funda de la espalda.
Se lo extendió y observó en un silencio analítico los golpes breves y certeros que daba contra una baldosa en una esquina de la pared. El sonido fue mínimo, y cuando Lucerys extrajo los trozos quebrados, un fragmento de muro de grafitti los saludó.
La sonrisita de Lucerys fue malditamente desagradable.
—Te lo dije.
—Eso no prueba nada —gruñó—. Aún podrían haber reemplazado el techo, no son idiotas.
—Sí lo son —peleó—. Son ricos, se evitarán gastos innecesarios. Los ricos siempre son avaros.
Su lengua picó por pelear aquella sentencia, pero no pudo. No cuando de cierta manera tenía razón. Él solía ser bastante quisquilloso con su dinero, pero era el único entre los Targaryen.
Daemon regaló su dinero para una cafetería destruida en un acto de caridad, y Daeron apenas era consciente de que el dinero tenía valor aún en su temporal pobreza.
Helaena era la única consciente, pero ella estaba al otro lado del país intentando subsistir con sus ahorros y su beca.
—¿Quieres destrozar la baldosa del techo basándote en conjeturas?
—Eres insoportable —Lucerys gruñó.
—Soy lógico.
—No, solo eres un pesimista amargado —el ruido indignado que emitió no apaciguo el ceño fruncido de Lucerys, pero algo tuvo que pasearse por su mente porque de pronto sus ojos adquirieron un nuevo brillo.
Conocía ese brillo, era el mismo que parpadeaba antes de anunciar que iría a alguna carrera, y el que solía aparecerse cuando estaba por soltarle el comentario más desagradable existente.
No era algo normal, era peligroso, tornaba sus iris castaños en algo ambarino y calculador, tan malvado como sus propios pensamientos. Parecía estar calculando la mejor manera de realizar un movimiento arriesgado, con la menor pérdida posible.
—Apostemos —él dijo.
Aemond esperaba un martillazo en la cabeza antes que eso.
—¿Qué?
—Apostemos —repitió—. Es un cincuenta-cincuenta. . .—se detuvo, después siguió—. Cuarenta-sesenta a tu favor, quizás más. Soy bueno con los números.
—Estás siendo irr–. . .
—Noventa mil —siguió, deteniéndolo en seco—. Apuesto noventa mil libras esterlinas a que el bolso está allá arriba.
—No tienes esa cantidad —obvió. Ignorando por completo que él tampoco poseía tanto dinero.
Lucerys se encogió de hombros, el dorado de sus pómulos seguía perfectamente situado, ni una mancha fuera de lugar. Quizás era aprueba de agua.
—La conseguí una vez, puedo hacerlo de nuevo.
—¿Te quedó gustando deberme dinero?
—Por supuesto.
Aemond sabía que Lucerys estaba siendo sarcástico, pero admiró su resolución. Fue consciente de las comisuras de su boca curvándose en algo malicioso.
Lucerys extendió una mano, y no pudo evitar notar la falta de sus guantes habituales. No sabía si por el invierno o por capricho, él siempre escondía sus manos –salvo cuando estaba en la cafetería–. Sus dedos eran delgados y estilizados, y cuando los envolvió en un apretón, los sintió tibios. Fue una observación curiosa.
—Es un trato.
—Lo es.
Soltó su extremidad y se adelantó un paso. Lucerys retrocedió, supuso que fue por inercia. Avanzó otro y Lucerys volvió a retroceder. La irritación volvió a adueñarse de su persona.
—¿Qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? ¿Qué te pasa a ti? No te me acerques.
Una mano se paseó por su propia cara en una señal genuina de estrés, Lucerys se mantuvo en guardia a dos pasos de distancia.
—Explícame —Aemond dijo, obligándose a sonar tranquilo—, ¿cómo vas a llegar tú solo al techo? Eres una pulga.
El rostro de Lucerys se distorsionó en algo molesto. Sus orejas se tornaron rojizas.
—Vete a la mierda, soy de estatura promedio.
—¿Lo eres?
Avanzó un paso tentativo, más lento y cauteloso, Lucerys no retrocedió esta vez, y pronto tuvo que bajar su mentón para seguir manteniendo el contacto visual. Lucerys alzó la mirada, y ese único movimiento logró ampliar su gesto malicioso.
Lucerys quizás fuera de estatura promedio, tirando hacia abajo, pero él mismo se jactaba de su propia altura. Sólo Daemon le ganaba; y quizás Daeron si es que seguía creciendo de esa forma tan estrepitosa. Le saldrían estrías en las rodillas.
—Estás agotando mi paciencia —él amenazó, manteniendo un tono bajo a leguas peligroso.
—Dime, ¿cómo llegarás al techo? —preguntó otra vez.
—No vas a cargarme.
—A la izquierda —Lucerys dijo—. No, mi izquierda, ¡mi–. . .
—¡Esa es mi derecha!
—¡Me da igual!
Todo lo que podía ver de Lucerys era su vientre a escasos centímetros de su rostro. Abrazaba sus piernas con los brazos para poder mantenerlo estable mientras él golpeaba con una lentitud preocupante cada maldita baldosa. No era el peso lo que lo molestaba, Lucerys pesaba menos que las cargas habituales que le ponía a sus pesas, sino la postura, ya llevaban cerca de diez minutos así.
Se le estaban acalambrando los brazos.
—A la izquierda —dijo otra vez.
Aemond blanqueó los ojos y se movió hacia la derecha. Lucerys se mantuvo dando golpecitos cortos sobre la baldosa. Tenía dudas sobre qué trabajo era más tedioso.
—¿Cómo supiste que eres gay? —Lucerys curoseó de la nada.
Aemond se preguntó si realmente había hecho tantos males en su vida como para merecer ese castigo. Supuso que sí.
—¿Te estás replanteando tu sexualidad? —masculló, moviéndose otra vez a la derecha—. ¿Ahora? ¿No encontraste un peor momento?
—Yo pregunté primero, una pregunta por una pregunta, ya sabes como es.
Jesús.
Decidió que hablar de esas tonterías lo distraía del calambre que sus brazos comenzaban a presentar.
—A mi hermano le gustaba Padme, y a mi Anakin —resumió—. No hay más lógica.
—No debes ser gay para que te guste Anakin —Lucerys comentó—. El tipo está bueno.
—O quizás tú también eres gay, responde mi pregunta.
—No estoy replanteándome nada, no soy gay.
—Seguro —dijo, denotando una cantidad impresionante de sarcasmo.
—¿No me crees? —él encuestó.
—¿Esa va a ser tu pregunta?
Lucerys exhaló un suspiro ruidoso, sus nudillos golpeando constantemente las baldosas eran lo único que rompía el silencio.
—¿Te has sentido atraído hacia mí? —fue la casualidad con la que Lucerys hizo la pregunta, la falta de preocupación, la mera curiosidad, lo que encendió una ligera alerta en su cerebro.
—No —avanzó un paso—. En ningún momento.
—¿Porque no te agrado o porque no soy tu tipo?
—Porque no me gusta tu actitud de mierda, ni tu personalidad —enumeró—. Y porque no me interesan los indecisos. Me debes dos preguntas.
Aemond fue capaz de escuchar una risa entre dientes, corta y baja. Alzó la mirada y observó la mandíbula de Lucerys marcada por tener la cabeza alzada.
—Pregunta —Lucerys dijo, después de indicarle que se moviese.
—¿Cómo estás tan seguro de que no eres gay?
—No soy gay —dos golpecitos—. Tampoco bisexual, no soy nada.
—Algo debes ser —alegó—. No puedes ser "nada".
—Lo soy, ¿piensas enojarte porque considero innecesario catalogarme dentro de una sola sexualidad?
—¿Te cuesta tanto decir que eres bisexual?
—No lo soy —Lucerys detuvo los golpes al techo, había hastío en su voz—. Me da igual quien me guste, cuando me guste y cómo me guste, si es sexual o romántico, o la mierda que tenga entre las piernas. No voy a replantearme todo si un día me gusta un hombre, es inmaduro y estúpido.
Aemond de pronto pensó en Cole. No fue algo profundo o doloroso, sino una simple risa irónica, porque lo primero que Cole dijo al besarse fue lo opuesto:
"—No le digas a nadie, sigo siendo hetero."
En su momento le dio igual. Era joven y mientras Cole le correspondiere estaba bien mantenerlo en secreto. Eventualmente la idea de esconder su propia sexualidad por la negación de Cole le resultó molesta.
Bueno, Cole era inmaduro y estúpido. Se agradecía internamente no haber llegado a algo más que algunos besos, lidiar con la homofobia internalizada de Cole definitivamente habría sido el último de sus deseos.
—Eso no tiene sentido.
—Lo tiene para mí, y es lo que importa —se escuchó emitiendo un suspiro bajo—. ¿Cómo te hiciste la cicatriz en el vientre?
Aemond se movió un paso y lo reacomodó, mejorando un poco su postura.
—Una cesárea.
Escuchó una risa entre dientes.
—Un grupo me atacó cuando tenía dieciocho —dijo—. Me confundieron con mi hermano.
—¿Los mismos te quitaron el ojo?
Un escalofrío formó espirales por su columna.
—Sí —pronunció con sequedad—. Me debes dos preguntas, de nuevo.
—Te las quedaré debiendo. Muévete a la izquierda —ordenó otra vez—. Creo que–. . .
—Te voy a bajar —sus brazos estaban hormigueando de una forma incómoda.
—No, espera —Aemond gruñó cuando Lucerys se puso a golpear con más insistencia una parte del techo. Desde su lugar Aemond no lograba encontrar la diferencia, pero debió haber una porque Lucerys pronto agregó un—: es aquí.
Exhalando un suspiro bajo, deslizó el cuerpo de Lucerys otra vez hasta que este tocó el suelo. Solo entonces recayó en las punzadas en sus hombros y el dolor agudo en sus antebrazos. Presionó la curvatura de su cuello, regalándose un masaje corto para disminuir la tensión.
Contó hasta diez y después entrelazó sus dedos para poder impulsarlo.
—Listo.
Lucerys no pareció muy convencido.
—Si te duele. . .
—No me duele una mierda —masculló—. Ven, tenemos poco tiempo.
—Jesús —Lucerys gruñó, pisando sus manos para ser elevado—. Eres como, el tipo más amargado que conozco, ¿seguro que tienes veinticinco?
—Tengo veintitrés —rodeó sus piernas y solo entonces se estabilizó lo suficiente.
—Viejo de mierda.
Aemond pensó en los pros y contras de pellizcar su pierna. Le dolería, sí, pero nada detenía a Lucerys de golpearlo con el martillo. Terminó mascullando un insulto bajo y entonces el silencio solo se vio roto por el constante y bajo martilleo.
Lucerys guardaba los trozos grandes de baldosa para impedir que le cayesen en la cabeza, y comentaba sobre la mala calidad del techo, y el feo diseño.
De saber que Lucerys en realidad sí hablaba, habría elegido ir con Daeron.
—Intenta cubrirte la cara, voy a romper el techo.
Se cubrió como pudo del polvo y los fragmentos de pared. Era yeso delgado, fácil de romper.
—¿Ves algo?
—Súbeme más, hay algo al fondo.
Aemond maniobró para acatar, e impulsando un poco el cuerpo entre sus brazos, logró levantarlo varios centímetros más. La posición era peligrosa y las piernas de Lucerys temblaban, principalmente porque casi la mitad de su cuerpo estaba dentro del agujero que él mismo había hecho, y la otra mitad apenas sostenida por sus manos.
Parecían un dúo cirquero. O un par de porristas.
Había caído demasiado bajo solo por doscientos mil. Él robaba millones. Tenía millones.
—Es un bolso ne–. . .
—¡Está aquí! —exclamó —. Maldición, sí.
—Rápido, las luces van a apagarse pronto.
Y no quería estar encerrado en el baño cuando eso sucediera.
—Sí, solo necesito. . . Está enredado en algo —Lucerys masculló, todo lo que Aemond podía ver era la mitad inferior de su cuerpo removiéndose—. Ya está, es un poco pesad–. . . ¡Mierda!
Algo más chilló allá arriba, y de pronto Lucerys estaba retorciéndose con una cegada velocidad.
La sangre en sus venas se congeló cuando algo peludo y negro de deslizó corriendo por su brazo. Él mismo profirió un grito ahogado, soltando por inercia a Lucerys para quitarse la horrible rata que correteaba por su hombro de un manotón desesperado. Su otro brazo aún lo agarraba, pero no con la fuerza necesaria.
Sus ojos siguieron en cámara lenta la forma desesperada en la que Lucerys se deslizó fuera del escondite. Extendió las manos para retomar el apoyo, sin embargo el bolso pareció escapar de las manos de Lucerys, porque golpeó su cabeza, desestabilizándolo. Todo lo que atinó a hacer con el poco tiempo de reacción, fue rodear sus piernas y retroceder frente al impulso.
La espalda de Lucerys chocó con la pared, y él mismo contra Lucerys. Pero los dos se descubrieron intactos.
Solo cuando se repuso del susto inicial, recayó en que Lucerys abrazaba su cuello como si la vida se le fuese en ello. Y su cintura estaba firmemente rodeada por sus piernas; sus propios dedos se aseguraban de que fuese así, manteniéndolo en alto y apoyado la baldosa.
—Había un maldito nido de ratas —masculló, apoyando la nuca en la pared a sus espaldas. Elevar la voz era innecesario considerando la poca distancia—. Joder. . . Creí que iba a morir.
A Aemond le daba igual lo que hubiese creído. Tenían el dinero, y ahora le debía noventa mil a Lucerys Velaryon.
—Ya me puedes soltar —observó, ganándose finalmente una mirada.
La ceja de Lucerys se arqueó, y, para su maldita mala suerte, el brillo malicioso se hizo presente otra vez en sus iris.
—¿Te molesto? —él preguntó.
Consideró esa como la pregunta más estúpida que había oído hasta la fecha. Pero no se lo dijo, en su lugar asintió, frunciendo el ceño en el proceso.
—Lo haces —susurró—. Cada instante a tu lado es un constante tormento. Y te odio.
La sonrisa de Lucerys estaba deformada por las luces, pero Aemond alcanzó a percibir ese brillo malicioso.
—Dilo de nuevo —él dijo.
—Te odio —gruñó—. Te odio, te odio.
Si Lucerys iba a decir algo más, entonces las palabras quedaron en su garganta, porque de pronto todas las luces en ese baño se apagaron, absorbiéndolos en una oscuridad absoluta y aterradora.
Se llevó su oxígeno, calor y alma, y de pronto estaba solo, envuelto en la negrura perturbadora.
Sintió el vacío en su estómago, la opresión en sus pulmones. De pronto sus manos estaban apretando las piernas de Lucerys con demasiada fuerza, porque lo escuchó sisear. Pero no escuchó más, y eso solo logró incrementar el triple la sofocante sensación de ahogamiento. El pánico hizo cortocircuitos en su sistema, puzante y helado.
Jadeó, obligándose a mantenerse quieto y no dejarse llevar por el terror. Contó internamente hasta diez, notando que cada número salía más débil que el anterior, y que de pronto no estaba seguro de si realmente estaba junto a Lucerys en el baño, o en el hospital, o en su casa, o muerto.
Y no podía respirar.
Una extremidad cubrió sus ojos, cinco dedos tibios que entorpecieron su visión reducida. Observó el panorama en negro, y la carencia de imágenes nítidas le sacaron un bajo sonido. La mano de Lucerys se afianzó contra sus párpados.
—Ciérralos y no pienses —él ordenó.
—No puedo. . .
—Sí puedes.
—Estoy–. . .
—Ciérralos —Lucerys interrumpió—. Cierra los ojos, ahora.
Obedeció, descubriendo la misma tenebrosa oscuridad.
—No estás ciego —lo escuchó susurrar. Estaba cerca, estaba muy cerca—. Solo tienes tu ojo cubierto, volverá la luz y podrás ver. No pienses.
Decirlo era fácil cuando no estaba exponiéndose a su propio miedo involuntariamente.
La angustia era un puño ardiente que apretó su garganta y cortó sus palabras.
Pensó en lo humillante que sería un ataque de pánico en el baño de una disco. En que Daeron aún los necesitaba. En que Lucerys debía estar pensando en lo patético que se veía por temerle a algo tan infantil. Pensó en que no podía pensar. Pensó en que no podía respirar. Y no podía ver.
—Ayúdame. . .
Aemond no recayó en los dedos de Lucerys establecidos en su nuca hasta que estos lo impulsaron hacia adelante provocando un choque entre sus bocas.
Su pulso disparado se detuvo por completo, su respiración se estancó dentro de sus pulmones, el torbellino en su cabeza arrasó con cualquier pensamiento medianamente coherente.
Porque Lucerys lo estaba besando.
De pronto la oscuridad pasó a segundo plano, y el robo se volvió inexistente. No había miedo, asfixia o ceguera, solo un par de labios tibios robándole el oxígeno y la cordura, asaltando su boca, arrebatandole hasta los últimos vagos e innecesarios restos de terror que en algún instante nublaron su buen juicio.
Un escalofrío recorrió toda su espina con una velocidad alarmante, erizó hasta el último bello de su cuerpo. Lucerys enredó una mano en su cabello, la otra aún le cubría los ojos. Él se encargó de mantener su cuerpo enjaulado contra la pared, con sus diez dedos apretando las piernas que lo abrazaban.
No había molestia, su cercanía solo era un cuerpo cálido compartiendo calor, que se amoldaba perfectamente a su propia anatomía.
Los dedos de Lucerys acariciaron su cuello, un roce austero que aumentó su presión sanguínea y le sacó un suspiro ahogado. Una de sus manos dejó su pierna y se paseó hasta lo que, supuso, era su mejilla.
No podía verlo, pero podía imaginarlo. Podía escuchar su respiración acelerada chocando contra sus labios. Podía sentir la dermis de su pómulo provocando hormigueos en sus dedos. El aroma a manzanilla y café inundó sus pulmones.
Y la boca de Lucerys era todo lo que podía saborear. Mentolada y húmeda, permitiéndole tomar las riendas y jugar con su lengua.
Sintió una sonrisa contra sus labios que no pudo ver por la oscuridad que la mano de Lucerys le confería. Y cuando él la quitó, descubrió que la electricidad había vuelto.
La luz cegó su único ojo bueno por algunos segundos. Después recayó en el rostro a pocos centímetros del suyo. Su mano se había enredado entre la mata de cabellos castaños, justo al costado de su oreja rojiza. Notó el calor emanando de esta.
Las palabras estaban estancadas en su garganta, nada coherente era capaz de salir. No después de haberse comido a besos al único sujeto que él mismo juró no gustarle.
Lucerys exhaló un suspiro. Jugó con el cabello de su nuca. Su piel cosquilleó.
—No vayas a tener un pánico gay por esto —él murmuró, su aliento aún rozaba sus labios—. Todavía me caes mal.
—Coincidimos en algo.
—Bájame, Daeron volverá a cortar la luz pronto.
Así lo hizo. Lucerys sacudió un poco de polvo de su propia ropa, tomó el bolso y lo colgó en su hombro. Lucía perturbadoramente tranquilo después de haberse besado.
Notó una arruga sutil entre sus propias cejas, sospechosa y desconfiada.
—¿Esto no pasó? —encuestó Aemond, no como alguien disperso, sino disimulando la verdadera pregunta. "¿Es un secreto?".
Lucerys ladeó la cabeza. Su cabello estaba desordenado y tenía los labios rojizos e hinchados.
—¿Tienes problemas de memoria? —él preguntó—. Sí pasó. Si le quieres decir a Daeron o a mi madre me da igual. Mentir no es lo mío.
No había ninguna duda en el par de iris castaños. Y cuando se acercó, Lucerys no retrocedió. Notó como su mirada bajaba con brevedad hasta su propia boca.
Una mano trazó un camino y sostuvo su mandíbula, el pulso de Lucerys entre sus dedos era errático y desenfrenado, completamente en desacuerdo con la seriedad en su mirada.
—No vuelvas a hacerlo —ordenó, frotando su labio inferior con el pulgar. La herida que Borros le había hecho seguía ahí, Lucerys siseó—. No deseo ser besado por ti.
La furia estalló en su rostro, ensombreció sus ojos y arrugó su entrecejo. Lucerys agarró su muñeca cuando sus dedos apretaron sus mejillas, abultado sus labios.
—La próxima vez —él susurró—, dejaré que te ahogues, ingrato hijo de p–
Aemond juntó sus bocas de nuevo, cállandolo.
No hubo nada amable esta vez. Fue solo rabia vuelta acción. Su mano restante atrapó algunos mechones de cabello, notando como Lucerys correspondía con la misma ferocidad. Él mordió su labio inferior, el dolor fue punzante, tibio, ardiente. Fue capaz de saborear su propia sangre, metálica contra su paladar, y no demoró en compartirlo, introduciendo su lengua y quitándole el oxígeno.
Lucerys jadeó contra su boca, pero en vez de apartarse sujetó la tela de su hombro y se mantuvo cerca.
Los segundos se tornaron un borrón rojizo y nebuloso. Y solo cuando la luz volvió a cortarse, y la oscuridad los absorbió otra vez, Aemond se apartó, notando la mano de Lucerys cubriéndole otra vez los ojos.
—Mantenlos cerrados y sígueme —murmuró. Su voz era irregular, agitada—. Las luces de emergencia estarán encendidas afuera.
Aemond obedeció, obligándose a ignorar la abrumadora oscuridad y simplemente mantener el agarre de Lucerys en su antebrazo.
Avanzaron de a poco, Lucerys palpando la pared para encontrar la puerta, y él siguiéndolo de cerca. Cuando lograron salir, recayó en que tenía razón.
El lugar estaba oscurecido casi por completo. La única iluminación eran las líneas de luz rojizas que marcaban la salida. Volteó hacia Lucerys, él cargaba el bolso y ojeaba la multitud que salía con cierto recelo.
—Dame el bolso —ordenó, recibiéndolo y colgándolo de su hombro—. Iré delante para que no nos choquen.
Lucerys asintió.
—Mantente justo detrás mío, si debes gritar o golpear a alguien, hazlo.
—¿Te han dicho lo increíblemente mandón que eres? —preguntó—. De verdad. Si nos separamos, nos encontramos en el callejón, sencillo.
Aemond asintió, y entonces los dos se adentraron en el caos de gente saliendo de la discoteca, producto de los intermitentes apagones. Lo correcto era una evacuación calmada en caso de alguna posible falla de estructura o iluminación.
Lucerys iba tres pasos detrás de él, aprovechando la brecha que abría entre la gente. El bolso firmemente sujeto en una mano y el sombrero de pirata otra vez escondiendo su rostro de cualquier Lannister en el sitio.
Giró, buscando a su acompañante con la mirada. Localizó el cabello rizado sujeto por la corona dorada, y mientras volteaba le fue imposible no encontrarse con un par de ojos azules y cejas rubias que se alzaron con indisimulada sorpresa al reconocerlo, y luego cayeron en una mueca de furia genuina.
—¡Targaryen! —vociferó Tyland Lannister.
Era Tyland, tenía la nariz vendada.
Apresuró el paso después de asegurarse de que Lucerys lo seguía. Esquivó personas, empujó a algunas otras, ignoró de una forma olímpica los gritos de Tyland intentando atraparlo.
El viento helado golpeó su rostro cuando finalmente salió. La diferencia de temperaturas fue notoria dentro de un lugar donde decenas de personas bailaban y se movían constantemente. Respiró un par de veces y no demoró en movilizarse hasta el callejón donde estaba estacionado el auto.
Daeron ya estaba ahí cuando llegó.
—Tyland nos vio —comentó, soltando su cabello y atándolo otra vez en una coleta suelta, quitándose el horrible sombrero en el proceso—. Le dimos el esquinazo antes de salir.
—Bien, aunque un golpe nunca habría estado de más.
Estaba apoyado en la pared de concreto, despeinado y sonriente. Lanzaba un objeto oscuro y lo atrapaba en el aire, y el maquillaje en su boca se había borrado. En su lugar, habían algunas marcas sutiles decorando su cuello.
Pero esas no eran maquillaje.
—¿Otra vez? —preguntó, sin esconder su resignación.
—Iba disfrazado Neo, no me resistí —Daeron se encogió de hombros, después se ladeó—. Parece que no fui el único que tuvo diversión.
La sonrisa astuta de Daeron señaló la herida abierta en su labio mientras le entregaba su celular.
Aemond tuvo que obligarse a mantenerse serio cuando todas las imágenes golpearon su cabeza. Con la mente halada, podía recaer en la idiotez que acababa de cometer. Lucerys lo besó. Él besó a Lucerys. Él besó a Lucerys, y no lo odió por completo.
Siguió la herida con su lengua y negó.
—Me golpee mientras bajaba el bolso —murmuró, ignorando el hormigueo palpitante en su labio inferior ante el mero recuerdo.
Daeron pareció convencido con su explicación y solo se alzó de hombros.
—Hermano, eso fue sencillo —tarareó, estirándose como un gato perezoso—. Hasta nos sobró tiempo, podríamos pasar por unos tragos a Antigua.
—Antigua queda lejos, y los tragos son caros —descolgó el bolso de su hombro y lo dejó sobre el suelo, ojeando los fajos de billetes correctamente ordenados—. Acá hay más de doscientos.
Daeron se asomó.
—Es Aegon, probablemente metió más de la cuenta. Mejor para nosotros —dijo, alzándose de hombros—. ¿Luke pasó a algún lado?
—Viene detrás mío.
Daeron frunció el ceño y se enderezó, ojeando a sus espaldas la entrada al callejón.
—¿Dónde?
—Venía unos pasos por detrás —indicó, dándose la vuelta también al percatarse de la seriedad en las facciones de su hermano.
La sangre dentro de su propio sistema se tornó varios grados más helada cuando volteó y descubrió el callejón a sus espaldas completamente silencioso. Silencioso y vacío.
Los segundos se extendieron, nadie aparecía. Alcanzó a escuchar a Daeron preguntando algo, pero fue incapaz de decodificar lo que fuese que hubiese dicho por encima del ruido de sus propios oídos.
Lucerys iba tres centímetros por detrás de él, se había asegurado de abrirle el paso escondiéndolo de Tyland, de llevar el bolso para que no tuviese problemas.
—Aemond —Daeron zarandeó su ropa—. ¿Dónde está Luke?
Quédate detrás mío.
Aún podía sentir sus manos revolviéndole el cabello y acariciando su cuello.
La disco fluía con naturalidad, dejando de lado el breve incidente con las luces.
La gente salía por montones.
Pero Lucerys no estaba entre ellos.
Lucerys no había salido.
El rostro de Daeron se iluminó cuando desbloqueó su teléfono, abriendo un mensaje entrante. Su piel pálida se tornó varios tonos más blanquecina, y apenas notó el color casi verdoso que adquirió Daeron cuando una foto y un mensaje corto abarcaron toda su pantalla.
Lucerys, con la boca cubierta y los ojos abiertos de par en par, siendo sujeto por al menos dos personas.
Y un simple:
"¿Se les olvidó algo?"
A
El capítulo fue divido en dos partes ya que sino habría quedado muy largo.
Todo mal, pero despreocuparse, aún no se morirá nadie JAJAJA esbromanomefunen.
No tengo mucho que decir, me disculpo por la inactividad. Les mando muchos besos y cariño, y les regaló un capítulo con mucho contenido y amor como disculpa.
Se esperaban así su primer beso?👀✨️
El capítulo no está editado, por lo que si encontraron algún error es por eso. Eventualmente los iré corrigiendo.
Saludos!
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