Capítulo diecinueve: "El Dios de los ladrones insoportables: Parte II".

TW: Descripción explícita de violencia. Violencia. Bastante violencia. Escenas gatillantes.

Aviso que todos los crímenes cometidos por nuestros dos locos preferidos están justificados.

Yo los defiendo, es porque tienen sueño.

Capítulo sin editar, podría contener algunos errores ortográficos.

Sin más que agregar, las dejo con

»A star in your eyes.
Guilty or innocent
My love is infinite, I'm giving it
No need for prisoners«
All for Us. Labrith & Zendaya.

Adrian Tarbeck, que había sido pagado por ir y golpear a dos sujetos, estaba aburrido.

Fue una suma generosa, así que no hizo muchas preguntas y su jefe no le dijo mucho más. Supuso que no había más que decir. El resumen fue una pelea interna con otra familia adinerada a la que querían dar una lección, y para ello se encargaron de comprarlo a él y a su grupo.

Llevaba rondando la discoteca desde que los hermanos Lannister la compraron. Según ellos, era la manera más segura de llamar la atención de quien fuera que quisiesen golpear.

Adrian no tenía problemas en golpear a nadie. Pero descubrió inmediatamente que algo no estaba bien cuando no era solo él y su grupo los que estaban en la desierta discoteca esa noche.

Cuando la luz se cortó y la gente comenzó a salir, otros entraron. Todos contratados por los Lannister. Recayó en al menos a veinte a veinticinco sujetos armados con bates y teasers en lo que marcaba su camino hasta la oficina de Tyland. El mismo Adrian tenía uno, era más conveniente y menos sospechoso que una pistola. Algunos reían, otros conversaban, ninguno parecía recaer en lo extraño que era todo.

La situación era extraña, y Adrian no era idiota.

¿Por qué tanta gente para dar una paliza a dos simples hermanos?

—¿Están adentro? —preguntó.

El tipo que resguardaba la puerta dio un breve asentimiento. Adrian dio dos golpes leves, los susurros al otro lado de la puerta se detuvieron y esta se abrió.

Hizo frente al par de ojos celestes pálidos de Tyland. Sabía que era Tyland porque su nariz estaba vendada. Adrian se descubrió varias veces mordiendo su lengua para no soltar algún comentario respecto al feo aspecto que tendría su tabique una vez que se recuperase del todo.

Los Lannister no lo asustaban más de lo que una mosca podía hacerlo. Solo eran un par de sujetos con más dinero del que podían gastar.

—¿Qué quieres?

—Mis hombres están custodiando el lugar —anunció—. Atraparán a cualquiera que entre o salga. Hay otro grupo vigilando los alrededores. Debemos ser más de veinticinco.

Tyland esbozó una sonrisa ponzoñosa y se hizo a un lado. Adrian entró lanzando una última mirada de reojo al sujeto en la puerta. Era grande, corpulento, Adrian podía decirlo porque él mismo no se quedaba muy atrás.

Jason Lannister estaba dentro, junto con otro hombre más y, para su sorpresa, un niño.

Quizás no era un niño, pero no podía tener más de veinte. Su desordenado disfraz y cabello despeinado le restaban años, pero la expresión furiosa en sus facciones pintadas daban la ilusión de alguien mayor. Sostenían sus brazos para mantenerlo quieto, porque el chico cada pocos segundos se retorcía de una manera enérgica. Estaba disfrazado de griego, pero el traje se notaba desarreglado por los zarandeos.

Adrian se quedó mirándolo por un segundo cuando el chico se detuvo para observarlo de vuelta. Ojos castaños y nariz arqueada.

Adrian lo conocía. Lo sentía en la punta de la lengua, había algo en ese sujeto que le era tenebrosamente familiar.

—¿Y esto? —no pudo evitar preguntar al descubrir las manos atadas del desafortunado inquilino.

—Nuestra carnada —Tyland dijo—. No ha querido decirnos su nombre.

Jason soltó algo en alemán que Tyland respondió sin interés.

—Sujétalo —ordenó.

El chico se retorció con ferocidad cuando notó los pasos en su dirección, pero no pudo hacer nada contra un tipo que agarraba sus brazos, mucho menos con dos. Adrian sostuvo uno de sus antebrazos y el otro tipo golpeó el interior de sus rodillas, obligándolo a arrodillarse. Él gruñó.

—¿Crees que tus amiguitos vengan por ti? —Tyland preguntó, sosteniendo sus mejillas para alzar su rostro—. ¿Hasta dónde llegarían por recuperarte?

—No quieres saberlo.

Adrian podía admirar hasta cierto punto la valentía en sus palabras. O quizás el sujeto aún no captaba el peligro de estar prácticamente secuestrado por ese par. Cual fuese el caso, observó en un silencio denotativo la risa entre dientes que su empleador emitió. 

—Sí quiero.

Tyland sacó su teléfono y marcó. La tensión vibraba en el aire por cada pitido que pasaba antes de que finalmente respondiesen.

Di que fue un accidente y déjalo salir, Lannister —alguien pronunció como saludo. Su voz sonaba tensa y peligrosa—. No les haremos nada.

Jason escupió algo en alemán. Adrian no hablaba ese idioma, pero por el tono, no tuvo que adivinar que se trataba de un insulto.

—No creo que estés en posición de amenazarnos —comentó—. Solo quiero al Targaryen inútil, Aemond, esto no es tu problema.

Es mi problema si tienes a alguien de mi equipo.

Hubieron un par de susurros al otro lado del teléfono, casi parecía una discusión.

¿Si entro dejarás salir a Luke? —una persona diferente a la primera habló.

El chico, Luke, alzó la mirada. Todo en sus facciones evidenció la poca gracia que esa pregunta le provocó. Tyland hizo un sonido con su lengua, observó a Jason y él negó.

—No lo creo, Targaryen —dijo—, los perros se adiestran con premios.

Él no te sirve como rehén —Aemond, Adrian supuso, habló—. Si lo lastimas, gente peor irá tras de ti.

Observó al chico arrodillado en el suelo, Luke. Él no parecía una amenaza, si debía ser honesto, ni siquiera parecía un ladrón. Era joven y visualmente atractivo, y las ondas en su cabello denotaban una marcada genética. Lucía más como un modelo, especialmente con la pintura en su rostro. Si decían que era una celebridad, Adrian lo creería.

—¿Es una amenaza?

Es un hecho.

—Mala elección.

Tyland formó un gesto hacia Luke, y Adrian ni siquiera pudo parpadear antes de presenciar el golpe seco en la boca de su estómago que uno de los dos matones le propinó. Luke cayó al suelo, libre, y tosió, intentando respirar. Tyland se encargó de que el par de hermanos escuchase los jadeos adoloridos de su amigo antes de elevar el teléfono otra vez.

—Por cada media hora que me hagan perder, le romperé un hueso —sentenció—. Los estaremos esperando.

Tyland colgó y el silencio solo se vio roto por la respiración irregular de Luke, aún recuperándose del golpe. Los Lannister mantuvieron una conversación breve. Ninguno parecía preocupado, supuso que los dos sujetos de afuera no significaban realmente una amenaza.

—Los quiero lo suficientemente golpeados como para que tengan que traerlos arrastrándose —Tyland lo apuntó—. No los dejen pasar antes de eso.

Regaló un asentimiento y escribió la orden por teléfono. Casi sintió un poco de lástima por los dos hermanos. Casi, era la palabra clave. Nadie los envió a meterse con un par sujetos vengativos. Mucho menos ingresar en una discoteca de su pertenencia.

Observó al chico, Luke.

Sus dos manos estaban apoyadas en el suelo alfombrado, pero se incorporó de a poco presionando la zona golpeada. No lucía menos enojado, o más asustado, y cuando Jason se acercó y con su pie le señaló una mano, Luke alzó la mirada con un marcado malhumor, que se intensificó cuando Adrian rodeó otra vez su brazo y lo obligó a enderezarse.

Adrian notó que en realidad apuntaba al reloj que rodeaba su muñeca.

—Ese reloj —Jason cuestionó—. ¿De dónde lo sacaste?

Luke sonrió, desde su lugar Adrian pudo apreciar el gesto frío y los hoyuelos en sus dos mejillas.

—Amazon.

Jason pisó con fuerza en su dirección y Luke emitió una risa entre dientes. Él levantó las manos en un gesto apacible, Adrian lo permitió.

—Está bien, lo siento —dijo—. Lo robé.

—Deben estar en una muy mala situación si ahora se roban entre ustedes —Tyland comentó, sacándole una sonrisa a su hermano—. ¿A quién? ¿Aemond? ¿Aegon?

—A tu madre.

Adrian pudo escuchar al sujeto junto a él emitiendo un sondito de plena sorpresa. Él mismo no fue capaz de ocultar su propia expresión, especialmente después de recaer en el rojo carmesí que adquirió el rostro de Tyland.

Adrian mordió el interior de su mejilla para no largar una carcajada.

La diversión desapareció en el instante en que Tyland agarró a Lucerys por el cuello de su ropa y lo obligó a ponerse de pie. Adrian tuvo que soltarlo, al igual que el tipo a su lado, y pudo ver a Lucerys teniendo que alzar la mirada para mantener el contacto visual ya que Tyland era varios centímetros más alto.

—Te enseñaré a respetar —Tyland siseó.

—El respeto se gana —Luke masculló—. De donde vengo, los tipos como tú no duran más de un día. Eres una burla.

Pero Luke tenía acento inglés, Adrian notó, y en los únicos lugares donde sobrevivían los más fuertes era en los barrios bajos. Ahí el lema era ese, el respeto no era algo inscrito al nacer, sino una medalla. Un honor.

—Repítelo.

Luke no lo hizo, en vez de eso, Adrian pudo ver en cámara lenta su puño levantándose y apropiando un golpe demoledor en el estómago de Tyland. Jason gritó, Adrian tuvo que moverse rápido. Pero Luke fue más rápido. Él aprovechó que Tyland se encogía por el golpe, y con su rodilla golpeó alguna parte de su rostro.

Luke no corrió hacia la puerta, probablemente a sabiendas de que estaba con pestillo, sino que fue directamente hacia la ventana.

Inteligente. Pensó, porque estaban en un segundo piso bastante cercano al suelo, si saltaba desde esa altura dudaba mucho que saliese con algo más que algunos moretones. Y correr desde ahí era sencillo.

Luke alcanzó a abrirla del todo cuando Adrian presionó la punta chispeante del teaser contra sus costillas, paralizándolo, frenandolo en seco, sacándole un grito ahogado.

Lo observó emitir un ruido bajo, doblarse y jadear y entonces lo electrocutó otra vez, Luke gimió, tropezando en su intento por alejarse del dolor. Al tercer choque, su cuerpo finalmente perdió fuerza.

Luke cayó al suelo, cubriendo la principal zona afectada. Su rostro arrugado en una mueca de dolor que competía con la de Tyland hace unos segundos.

No volvió a moverse.

—Atenlo bien y denle un sedante —Jason ordenó, ayudando a Tyland a levantarse—. Si intenta algo más, rompanle una pierna.

Adrian obedeció en silencio. Era un tipo grande, comparado a Luke, al menos, no le fue difícil levantarlo y sentarlo en una de las muchas sillas que tenía la oficina. Mientras lo movía, fue capaz de oír un sonido bajo y seco de un objeto al caer. Luke ni siquiera intentó resistirse esa vez, pero no parecía del todo inconsciente.

De reojo notó a Jason recogiéndolo. Era una billetera, delgada y gastada. Él la abrió y sacó una tarjeta.

—Así que. . . Lucerys —leyó—. ¿Eres el nuevo perro de los Targaryen?

La sangre en su cuerpo se detuvo a medio camino. Se enfrió, como cada órgano dentro de su sistema. El frío heló cada partícula de su cuerpo con una velocidad alarmante. Tan pronto como fue capaz de amarrar todas sus ideas y recaer en el sujeto que tenía delante, su rostro se sintió blanco. Pétreo. Pálido.

Adrian de pronto quiso llorar, porque el pánico que lo abarcó no era normal. Era estremecedor, paralizante.

Luke no respondió al nombre, pero sí abrió los ojos.

Sentado en la silla, los ojos castaños de Luke le devolvieron una mirada congelada. Fría. Opaca. Como si supiese que había descubierto su secreto.

Un escalofrío se enredó en su columna, espirales subiendo sin desvanecerse.

—¿Lucerys? —repitió, haciendo un intento por sonar banal y fallando estrepitosamente—. ¿Lucerys Velaryon? ¿Él hijo de Harwin?

Luke lo observó, y fue obvio.

¿Te importa?

—¿Lo conoces? —Jason interrogó por encima.

Adrian se apartó del chico como si tuviese alguna enfermedad contagiosa y mortal.

—¿Conocerlo? —balbuceó—. Su tío es un maldito mafioso, tiene a todo el barrio bajo aterrorizado.

Jason se encogió de hombros, sin recaer en el peligro que significaba tener secuestrado al hijo de un Strong. Adrian lo sabía, lo sabía de primera mano porque él había trabajado para ellos antes de que Larys tomase el poder. Eran malos. Crueles. Peligrosos.

El único que se salvaba era Harwin, hasta cierto punto, y por ello había muerto. O bueno, lo habían asesinado.

—Tenemos que soltarlo —Adrian no dudó en dejar en claro esa sentencia—. Sé de lo que son capaces, todos en esta habitación moriremos si Larys Strong se entera de esto. Esa familia acarrea la muerte.

—Cuida tu boca —Luke siseó—. No tengo nada que ver con ellos. Soy un Velaryon.

—Es un Velaryon —Jason dijo, zanjando el asunto—. Ya lo oíste, no se relaciona con los Strong.

Adrian negó, una, dos, tres veces. La desesperación tornó su voz aguda.

—¡No lo entienden! —gritó—. ¡Nos contrataste para golpear a un par de idiotas, no para tratar con mafiosos!

Adrian resintió el silencio tentativo en la habitación. El otro tipo se removió, dudoso, una jeringa con algún sedante se mantuvo estática entre sus dedos. Tyland solo entonces se introdujo en la escena, y con un gesto despectivo señaló a Luke.

—Duermelo, no quiero más problemas.

El tipo iba a moverse, pero Adrian lo señaló con la misma velocidad.

—¡Si le tocas un pelo estaremos todos muertos!

El tipo se detuvo, solo entonces lanzó una mirada a Luke.

Estaba pálido.

—Ese niño es un hijo de la mafia —juró, apuntándolo con su índice—. Simplemente no lo reconocen.

Jason emitió una risa baja. Paso junto a Adrian, acortando la distancia hacia donde Luke permanecía atado y dejó unas palmaditas en su rostro.

—¿No te vuelve eso un bastardo? —curoseó—. Un bastardo de la mafia.

Luke no respondió a la provocación, pero tampoco se quedó sin hacer nada. Adrian alcanzó a percibir un brillo malicioso en su mirada antes de que él escupiese directo a su cara.

Jason gruñó un insulto y asestó una bofetada que corrió la pintura dorada y dejó sus dedos brillantes.

—¡Duermelo! —vociferó—. ¡Ahora!

Ni siquiera la mirada de Adrian, distorsionado por el terror, evitó que introdujese en el sistema del chico —después de agarrar su cabeza por el cabello para impedir los insistentes movimientos— unos pocos miligramos de algún sedante leve.

Lo mantendría drogado algunas horas, lo suficientemente despierto como para gritar cuando Tyland comenzase a aplicar su amenaza.

Eso estaba mal. Toda la situación era un terrible error. Había escogido mal su bando, él jodidamente había cavado su propia tumba.

Observó al chico perder de a poco el conocimiento. Después de cinco minutos su cabeza cayó hacia adelante y todo lo que le permitió saber que seguía vivo era la arruga en su ceño y el respirar constante que mecía sus hombros.

Tapó su boca, desesperado.

Larys Strong los mataría. Lo mataría a él, a Jason, a Tyland. Daba igual si el niño pertenecía o no a su red, Larys se enteraría y ellos sufrirían las consecuencias de la imbecilidad que acaban de hacer.

Debió haberlo sabido. Desde el momento en que escuchó el estúpido apodo debió suponerlo. Luke, de los barrios bajos, cuya facciones y formas no podían más que ser una réplica de su difunto padre. Él incluso lo había conocido cuando era un bebé, porque a Harwin le gustaba presumir.

Pensó en lo que Harwin le habría hecho de haber sabido que lastimó a uno de sus hijos.

Adrian se estremeció.

—Me voy —dijo, ganándose la atención de los Lannister—. Quédate con el dinero, no me meteré en esto.

Jason se adelantó, él limpiaba su cara con un pañuelo de género.

—Tenemos un trato.

—El trato se acabó —gruñó—. Si tú quieres morir, bien por ti, yo quiero vivir.

—Los Targaryen llegarán acá en cualquier momento y entonces se acabará todo —Jason dijo—. El niño ni siquiera pensará en acusarnos.

—¡No me importa! —la tarjeta en su bolsillo tomó peso cuando la sostuvo, dispuesto a abrir la puerta—. No traje a mi gente a morir.

Un clic sonó a sus espaldas y lo detuvo de golpe. Cuando volteó, descubrió la boca de una pistola apuntando su frente. Su estómago se sintió vacío. Quiso vomitar. Adrian estaba acorralado.

—Tendrás el mismo destino si te atreves a irte ahora —Jason pronunció, meciendo el arma con dejación—. ¿Por quién crees que irá Larys cuando se entere? ¿El pandillero sin recursos o dos hermanos con el dinero suficiente para desaparecer?

Adrian pudo sentir el sudor helado perlando su frente, deslizándose por su columna, humedeciendo sus manos. Era frío y pegajoso, desagradable. Como la sonrisa venenosa de Jason, como su voz. Adrian quería matarlo.

Se descubrió deseando que el par de hermanos que en ese instante debían estae sufriendo la paliza de su vida, fuesen lo suficientemente fuertes como para golpear esa sonrisa fuera de su cara. Así él no tendría que hacerlo.

—Quédate afuera y avísanos cuando los traigan —ordenó—. No vuelvas a entrar a menos que sea para decirnos que están muertos.

Adrian salió obligándose a ignorar el palpitar doloroso en sus sienes. No podía hacer mucho más que obedecer y rezar por que no pasase a mayores.

Una cosa era darle unos cuantos golpes a sujetos al azar, y otra cosa era secuestrar y torturar al sobrino de Larys Strong, que de paso también era el mejor amigo de una familia reconocida por su escasa moral y falta de principios.

No alcanzó a dar más de tres pasos lejos de la puerta cuando notó la falta del guardia.

El silencio era tenebroso, y la oscuridad casi absoluta, pero aún tendrían que haberse escuchado a los dos sujetos que apostó para cuidar el lugar. No había nadie, y eso erizó hasta el último cabello de su cuerpo.

Lo único que le permitía una visión de los pasillos eran las luces de emergencia rojizas en el techo. Una por una brindaban un sutil halo carmesí que tendrían que haberlo relajado porque al menos podía ver el final del pasillo.

El problema era que el final no estaba vacío.

Adrian se detuvo cuando fue consciente de una figura recortando la oscuridad. Alto y silencioso. Sostenía a un hombre ya inconsciente por el cuello de su ropa, alzándolo algunos centímetros del suelo. Bajo la débil luz, solo fue capaz de apreciar su perfil helado, observándolo sin un particular interés. Sin vida. Sin emociones. Él sujeto inconsciente era el guardia, quien tendría que estar apostado en la puerta. Estaba ahí, derrotado y flácido.

Él dijo algo que no recibió respuesta, pero Adrian no iba a desaprovechar su distracción.

Adrian no era idiota, no escogería mal sus batallas otra vez. Él no era rival para ese tipo, desde esa distancia parecía un ente maligno, ni siquiera quería pensar en su silueta cerniendose sobre él. Adrian iba a escapar.

Tenía que escapar.

Ya no era su dignidad la que estaba en juego.

Era su vida.

Sus zapatos hicieron ruido cuando retrocedió un paso, y el miedo se deslizó por su cuerpo como ácido empapando su ropa al notar como el atacante volteaba la cabeza y clavaba sus ojos desiguales en él. Uno parchado, otro irreconocible en la oscuridad.

El tipo desmayado cayó al suelo como peso muerto, emitiendo un gemido de dolor cuando el hombre lo soltó. No se movió de ahí, y entonces Adrian descubrió que estaba solo. Solo en la solitaria oscuridad, y frente a él la encarnación de un monstruo se alzaba sin algo que lo protegiese.

Estaba solo, y ese monstruo iba por él.

Se alejó por inercia cuando fue descubierto, y frente suyo la distancia con ese hombre comenzó a disminuir, porque él avanzaba sin temor ni piedad, acortando metros en los segundos que Adrian necesitaba para retroceder sin tropezarse.

Su ojo izquierdo estaba cortado por una cicatriz, dividía su ceja y se perdía bajo el parche negro. Poseía el cabello tan blanco como la nieve e iba amarrado, se mecía a medida que caminaba. Su anatomía lucía roja bajo las luces, como si hubiese sido bañado en sangre. Una sombra que a cada segundo se volvía más alta, alimentándose del miedo. De su miedo.

Los espasmos en su propio cuerpo se volvieron algo factible y humillante. El frío en sus manos se extendió por su cuerpo. Sus rodillas se sentían débiles, blandas, estáticas. El suelo se había derretido alrededor de sus pies, atrapándolo.

Solo cuando menos de dos metros los separaban, Adrian fue capaz de reaccionar.

—¡Espera! —chilló, notando su voz aguda y temblorosa—. ¡Tengo las llaves! ¡Tu amigo está adentro, puedo abrir! ¡Los puedo ayudar!

El tipo no se detuvo, y Adrian no demoró en retroceder más y más.

—¡Por favor! —suplicó—. ¡No sabía que se trataba de ustedes!

Adrian no contuvo un grito cuando un empujón desequilibró todo su sistema. Sus rodillas y manos tocaron el suelo, el dolor estalló en sus huesos, pero no fue capaz de sentirlo.

—¿Lo escuchaste, Aemond? —alguien preguntó a sus espaldas—. Él no lo sabía.

Adrian volteó aún en el suelo, emitiendo un sonido de pleno terror, ahogado y patético, cuando descubrió a otro sujeto cortándole el escape.

Las piernas le fallaron bajo el peso del miedo, imposibilitándole el ponerse de pie.

¿Por qué estaba paralizado? ¿Por qué consideró buena idea meterse en esa situación? Pelear por un poco de dinero para unos niños ricos, secuestrar al hijo de una mafia, enojar a un par de demonios.

Los ojos del chico eran lila, pálidos y profundos. Lucían rojos bajo la luz, y brillaban de una forma demencial. Cada cabello azabache apuntaba hacia un lugar diferente, y su ropa desordenada dejaba en evidencia que había sido él el principal causante de ese desastre.

Sostenía un bate que balanceaba con un aire casi divertido.

Adrian se arrastró hacia atrás como pudo, deteniéndose solo cuando el otro hermano detuvo su patético escape.

—¿Por qué deberíamos dejarte libre? —él curoseó—. A todos tus amiguitos les rompimos algo.

Adrian se sintió palidecer.

—¿Qué pasa si te dejamos ir sin nada y después se te ocurre hablar con la policía? —preguntó de nuevo—. Si no te dejamos un recordatorio, podrías olvidarlo, podrías intentar vengarte.

—¡No hablaré! —juró—. ¡Nadie de mi grupo lo hará! ¡Solo nos pagaron para golpearlos, no sabíamos lo de tu amigo! Por favor. . .

El chico no se inmutó. Consideró impresionante el frío en sus facciones, porque eran perturbadoramente juveniles. Era un niño, así como Luke. Pero en Luke existía aún un atisbo amistoso, Adrian podía apostar a eso. En ese sujeto no había más que una profunda impersonalidad.

Para él, Adrian no era más que un estorbo. Lo miraba hacia abajo, como basura.

—Daeron —el de cabello largo, Aemond, habló. El chico desvió su atención hacia él, sus ojos adquirieron vida otra vez—. Termina con eso.

Daeron asintió. 

—La llave —él ordenó.

Adrian palpó sus bolsillos y le extendió una tarjeta magnética. Su mano temblaba, sudaba, y estaba helada, lo notó al contactarla con la piel tibia del chico cuando él la recibió. Había apoyado el bate en la pared a su costado, no parecía muy interesado en golpearlo. Adrian lo agradeció.

—Hay tres hombres —dijo, intercalando entre Aemond, quien ni siquiera lo miró, y Daeron—. Los Lannister y uno más.

—¿Y Luke?

—Está adentro —los dos asintieron—. Lo drogaron. Los Lannister están armados.

El único ojo de Aemond se clavó en su persona cuando pronunció aquello. Una mano invisible apresó su garganta y le cortó la respiración. Ese sujeto perfectamente pudo haber apuñalado cada fracción de su cuerpo con esa única mirada. Adrian habría jurado que husmeó hasta en sus pensamientos más profundos.

Daeron miraba la tarjeta, la locura inicial parecía haberse aplacado al tener una forma sencilla de entrar. Su hermano, por el contrario, dejó en evidencia su avidez. Su único iris helado perforó sus córneas y creó un agujero en su cráneo.

—Sabes mucho —preguntó, ganándose la atención de su hermano—. ¿Por qué?

—Yo–. . .

—¿Estuviste ahí?

Su corazón se detuvo, sus ojos se llenaron de lágrimas, calientes y grandes, que rodaron por sus mejillas una tras otra sin detenerse.

Adrian era un hombre adulto, la sola idea de estar llorando delante de dos niños sería humillante en otra situación. En cualquier situación.

Pero esa no era cualquier situación, y esos no eran niños.

Fue capaz de sentir su labio inferior temblando. Adrian negó de una manera desesperada. No había humanidad en su ser, sólo el desesperado instinto de supervivencia.

Volteó hacia Daeron, la vana esperanza de recibir misericordia se desvaneció cuando recayó en la turbia oscuridad que se apoderó de su mirada.

Él volvió a tomar el bate.

—Estabas ahí —Daeron adivinó.

—¡No sabía–. . .

—Viste cómo lo golpearon —por cada palabra, Daeron daba un paso que Adrian inútilmente retrocedía arrastrándose.

Chocó con los pies de Aemond, y por ello recibió una mirada venenosa. Aemond pateó su costado, robándole el aire, tumbándolo otra vez en el suelo.

—¡Fue Tyland! —sollozó, rogando—. ¡Tyland Lannister lo golpeó!

—Y tú viste —Daeron siseó—. Como un perro sin humanidad, asqueroso cobarde.

—¡Te lo suplico!

Daeron balanceó el bate.

—¿También lo golpeaste?

De pronto la reproducción de él mismo asestando los choques eléctricos a Luke dio vueltas por su cabeza como un disco rayado. Seguía órdenes, no podía permitir que el chico escapase. Nadie le advirtió quien era o los amigos que tenía. Nadie le dijo que estaba respaldado por dos psicópatas. Nadie le dijo quien era su padre.

Adrian fue un idiota, y ese único segundo que tardó en responder sentenció su destino.

Un sollozo se estancó en su garganta, fue una mezcla funesta entre pánico y llanto.

—Lo golpeaste —Aemond habló esta vez, la realización tornó su voz suave en algo apretado y grave—. Tú. . .

Adrian lloró. El terror agónico apretaba su garganta y nublaba su mirada.

—Piedad. . .

Una mano de dedos helados rodeó su cuello, y su peso fue nada cuando Aemond Targaryen lo alzó, cortándole la respiración. Adrian se retorció, buscando inútilmente un lugar donde apoyarse para poder inhalar un poco de oxígeno.

—El chico al que golpeaste te habría tenido piedad —Aemond murmuró, perturbadoramente cerca de su rostro—. Es nuevo, es más débil. Lo trajimos porque sería algo sencillo.

Daeron le extendió algo a su hermano, y él lo tomó. Adrian alcanzó a percibir, a través de su visión borrosa, la chispa crepitante de un teaser, y el profundo vacío en el único ojo de ese hombre. Su mano estaba helada, y rodeaba su cuello sin dificultad, apretaba sus venas, le impedía el paso de la sangre hacia su cerebro.

Adrian supo que alucinaba cuando fue capaz de ver la silueta rizada de Harwin justo detrás de ese hombre. El aire fúnebre en sus facciones acabó con su racionalidad. Casi parecía decepcionado de él.

Él mismo lo estaba. Se dejó llevar por unas libras, prefirió el camino fácil y ahora moriría.

La respiración no le faltó únicamente porque su mano ya se encargaba de cortarle su único suministro de oxígeno. Adrian se removió una última vez, en un desesperado intento por escapar de su final.

—Esto te quedará como lección —Aemond dijo, y su voz fue baja y suave, sedosa y tétrica. La muerte cantándole melodías.

Adrian lloró cuando el teaser sacó chispas demasiado cerca de su rostro. El único ojo de Aemond lucía tan oscuro como la noche, su pupila dilatada devoraba el iris lila y le daba un aspecto demoníaco.

—No hay piedad —susurró—. No hay excepciones. No con nosotros.

Si Adrian gritó, nadie fue a rescatarlo.

El tipo cayó al suelo, inconsciente. Apestaba porque se había orinado, Aemond no pudo esconder una mueca.

—Era el último —Daeron dijo, tocándolo con la punta del bate—. Hermano, ni un rasguño. En verdad contratan a puros aficionados.

Aemond no pudo evitar pensar en Lucerys y su: son ricos, son avaros.

Seguramente pagaron la más barato, y no lo mejor. No le importaba, no cuando Lucerys estaba al otro lado de esa puerta, peleando una batalla que no le correspondía. Tyland y Jason lo involucraron sabiendo que él ni siquiera conocía a ciencia cierta el por qué de su riña.

Lo habían expuesto demasiado. Él aún estaba recuperándose del accidente. Lo había escuchado quejándose de que con el frío le dolía el tobillo, y aún no tenía permitido levantar cosas demasiado pesadas. Se suponía que iba con ellos porque sería sencillo, una simple extracción.

Si los Lannister le hicieron algo, Aemond no estaba seguro de mantenerse solo en el modo golpear y noquear.

Se acercaron a la puerta.

—¿Ya te habló? —Daeron cuestionó.

—Somerset está a más de treinta minutos de Bristol —indicó, observando la hora en su teléfono—. Necesita más tiempo.

Necesitarían al menos otros quince minutos, como mínimo, si querían que el plan funcionara.

Lucerys no tenía tanto tiempo.

—Voy a entrar yo —dijo—. Los distraeré, necesito que hagas tiempo, todo el que puedas.

—No es una buena idea.

—No tengo más ideas, Daeron —Aemond frotó su rostro—. Te quieren a ti, si entramos los dos, los tres estaremos muertos, pero si solo entro yo, al menos podré asegurarme de que no le hagan daño.

Daeron no se vio muy convencido, pero tampoco parecía tener otro plan. Necesitaban tiempo, dividirse para conseguirlo era todo lo que podían hacer.

Observó como jugaba con sus manos, las venas resaltaban debido al movimiento constante. Había un temblor sutil en sus dedos. Aemond no quería pensar qué era lo que realmente asustaba a su hermano.

—Solo diez minutos —dijo, enredando los dedos en el cabello de su nuca para juntar sus frentes—. Tú querías más confianza y responsabilidad.

—Esta no es la–. . .

—Cuento contigo.

Lo escuchó absorber una respiración profunda, entre dientes, casi un poco malhumorada. Daeron apretó sus manos y le regaló una sonrisita, frotó sus cabezas de una forma puramente amistosa.

—Considera los golpes que te den como tu castigo —él comentó, sacándole un chasquido—. Serán tu karma.

Aemond pensó, algo fugaz y momentáneo, que en realidad su karma sí estaba allá adentro.

Con una lengua mordaz, astuto y disfrazado de un dios griego.

—Al menos finge que te preocupas —alegó, dejándolo ir, Daeron balanceó el bate y se encogió de hombros, la tensión en su postura al menos había disminuido—. Imbécil.

—Trata que no te den en la cara —él indicó—. No querrás que te arruinen el atractivo.

Aemond alzó su dedo de en medio y solo marcó los pocos pasos hacia la puerta cuando observó la figura de su hermano perdiéndose en un pasillo.

—Aemond —escuchó, deteniéndolo en seco. Daeron se había devuelto algunos pasos—. Cuídate.

Aemond asintió, y entonces Daeron desapareció.

La puerta se desbloqueó con la tarjeta, y cuando la luz en el interior alumbró el exterior, todo lo que pudo ver fue la silueta inconsciente de Lucerys atado a una silla. El cabello ondulado cubría fracciones de su rostro al no estar sujeto, y la mitad de su cuerpo estaba despegada de la silla, delatando su estado.

La rabia hizo algo feo dentro de él. Porque ni siquiera él, teniendo una pésima relación con Lucerys, se había atrevido a hacer algo así. Los Lannister no eran nada, por el solo pensamiento de hacerle daño ya debería haberles roto las manos.

Lo haría, pensó, duplicaría cada golpe, arrancaría el deseo de venganza de ese par de raíz.

Irrumpió sin miedo, sabiendo que estaba regalando su espalda y única salida. Entró rápido, demasiado rápido. No le preocupó quienes estuviesen o lo que fuesen a hacer.

Su foco estaba en Lucerys, frente a él. La carnada perfecta.

Se arrodilló delante de su cuerpo y sostuvo su rostro con las dos manos. Lo movió de derecha a izquierda, buscando heridas, cortes, lo que fuese. Solo encontró la piel rojiza en uno de sus pómulos y la herida en su boca abierta otra vez.

—Lucerys —llamó, depositando algunas palmaditas en su mejilla—. Lucerys, despierta. Dime algo.

Él se removió, Aemond exhaló un suspiro al recibir una reacción. Lucerys se enderezó de a poco, pudo notar sus pupilas tan dilatadas como eclipses. Sus párpados caían a momentos, sumiéndolo en la inconsciencia.

Él pareció procesar la imagen que tenía delante, como si realmente no pudiese creer que Aemond había vuelto a buscarlo. Abrió la boca, después la cerró, volvió a abrirla, pero cuando habló, lo hizo mirando algo a sus espaldas.

—Detrás tuyo —susurró.

Por el rabillo del ojo fue capaz de percibir una sombra cerniendose sobre él. Aemond agarró en el aire la mano que viajaba en su dirección, ganándose un jadeo sorprendido. Se enderezó aún sosteniendo con fuerza la extremidad, consiguiendo que el arma crepitante cayese y provocase un ruido sordo.

Apretó con fuerza, con rabia, fue capaz de sentir la muñeca crujiendo bajo sus dedos y hasta sus oídos llegó el quejido involuntario que exhaló el hombre por el dolor.

—¡La vas a romper! —él aulló, intentando liberarse. Todo lo que consiguió fue un nuevo crujido, feo y desagradable.

El tipo cayó al suelo, emitiendo sonidos inentendibles.

—¿Crees que alcance a hacerlo antes de que te desmayes? —retorció la extremidad, ganándose un nuevo grito.

—Targaryen —escuchó—. Suéltalo.

Aemond no lo hizo. Tyland, o Jason, escupió un insulto en alemán.

—¡Targaryen!

Él gritó otra vez, y su voz quebrada inundó el lugar cuando volvió a retorcer la mano de su atacante. No lo conocía, no le costó adivinar que se trataba de uno de los tipos pagados.

Podría vivir sin una mano, decidió.

—Aemond. . .

Aemond frenó de golpe cuando la Lucerys creó un eco débil en sus tímpanos. Volteó, encontrándose con su rostro pálido. Tyland sostenía mechones de su cabello, obligándolo a sentarse derecho, y con la otra mano apuntaba directo a su sien con un arma.

—Suéltalo —Tyland repitió—. Ahora.

Aemond afianzó el agarre, haciendo uso de todo su autocontrol para disminuir la presión, y no aumentarla. Todo lo que veía eran los iris desenfocados de Lucerys. Él le regaló un gesto apenas perceptible que Aemond absorbió. Solo después lo soltó, impulsándolo hacia atrás en el proceso. El tipo cayó al suelo, sosteniendo su muñeca magullada, y Aemond alzó las manos.

—Lo hice —pronunció, obligándose a mantener un tono pasivo—. Deja de apuntarle.

—¿Sabes cuántos problemas nos dio tu pequeño monstruo? —Tyland preguntó, afianzando la presión con la que tiraba del cabello castaño. Aemond tuvo que morder el interior de su mejilla para no hacer nada estúpido. Saboreó su propia sangre—. Tuvimos que sedarlo.

—Lo drogaron —siseó.

—Fue algo leve, para calmarlo, ya sabes —comentó, obligando a Lucerys a asentir un par de veces—. Y sirvió, solo míralo, dócil como un perro manso.

Podía sentir la ira palpitando en cada vena dentro de su ser. La sangre espesa, caliente, pulsante, latía en sus oídos, tornaba rojiza su visión.

Aemond iba a matarlo.

—¿Dónde está tu hermano?

—Nos separamos al entrar —mintió, concentrándose en los ojos de Lucerys. Si lo hacía, al menos podía recordar por qué se estaba quedando quieto—. Él llegará pronto.

Tyland pareció pensar su respuesta. A Aemond le daba igual si le creía o no, mientras alejase el cañón de la pistola. Una mínima fracción dentro de él, algo egoísta y muy lógica, agradeció un poco que Lucerys no estuviese en sus cinco sentidos; al menos no sería capaz de sopesar el peligro, no tendría tanto miedo.

—Tú —Tyland dijo, dejando a Lucerys para apuntar al tipo cuya mano casi rompió—. Ve a buscarlo, no estará lejos.

Tyland hizo un gesto más, y esta vez Aemond no alcanzó a decodificar correctamente la mirada que Lucerys le envió.

Un choque estalló en su costado, recorrió desde su estómago hasta su brazo, entumeciendo la zona de una forma tenebrosa. Apretó la mandíbula ante la dolorosa corriente eléctrica. Se expandió por todo su abdomen en oleadas y solo cuando sus propias rodillas tocaron el suelo, se detuvo. Una mano se apoyó en el suelo, la alfombra se hundió bajo sus dedos y lo distrajo del punzante ardor en sus costillas.

Observó a Tyland tomando su teléfono y guardándoselo.

Jason estaba detrás de él, su sonrisa fue malvada.
Aemond pensó en lo fácil que sería borrarla de un golpe, pero eso solo traería problemas. Necesitaban tiempo. Todo se resolvería con tiempo.

—Ya sabes lo que pasará si intentas algo —Jason tarareó—. La siguiente descarga la recibirá él.

Se permitió unos segundos para digerir correctamente el punzante dolor antes de asentir. Contó hasta diez. Hasta veinte. Hasta treinta. Se concentró en sus propios latidos acelerados.

Solo cuando recayó en el desinterés de los Lannister hacia él, se movió otra vez hasta donde Lucerys permanecía amarrado.

—¿Y Daeron? —él murmuró.

—Vendrá pronto.

Estaba desatando una de sus muñecas cuando recayó en el reloj rodeándola. Plateado, lujoso y sobrio, lucía bastante grande porque no estaba ajustado.

Siguió la joya con su pulgar, intentando hacer algo con la corriente de pensamientos que azotó su tormentosa mente.

Lucerys le había robado. En algún punto durante la noche, cuando su atención estaba dispersa y sus ojos cubiertos, Lucerys había sido capaz de quitarle el reloj, y él no se había percatado sino hasta que lo vio decorando su piel.

Su propia muñeca estaba desnuda, casi como si se burlara.

Aemond se obligó a no pensar. No ahí. No podía enojarse ahí, en esa situación. Tendría tiempo luego. Tendría mucho tiempo porque ahora Lucerys los acompañaría sí o sí en sus próximos robos.

—Háblame —urgió, alzando su rostro otra vez, blanqueando su propia cabeza de cualquier pensamiento innecesario—. ¿Te hicieron algo? ¿Alguien te tocó?

—Tú me estás tocando —Lucerys dijo.

Aemond lo hacía, palpaba sus brazos y hombros, su cabeza y después bajó por su torso, escaneándolo en busca de lesiones. Sus dedos se hundieron sin fuerza en la zona blanda de su abdomen, deteniéndose únicamente cuando lo escuchó largar una queja sutil.

El disfraz de Lucerys era de una pieza, no podía moverlo para asegurarse de que solo fuese superficial. Tocó otra vez el sitio lastimado, Lucerys volvió a quejarse.

—¿Tu costilla está bien? —presionó.

—¿Cuál de las veinticuatro?

—No juegues.

Casi al terminar de decir eso recayó en la petición imposible considerando su estado. Lucerys debía estar volando alto, especialmente si no estaba acostumbrado a consumir opiáceos.

El peso de la situación era cuestionable dentro de su cabeza drogada.

Levantó dos dedos, Lucerys frunció el ceño.

—No estoy ciego.

—¿Cuántos?

Lucerys entrecerró los ojos, fue breve antes de responder:

—Cua–. . . Cinco.

Su mano frotó el puente de su nariz denotando estrés puro y desagradable.

—Solo está drogado, Targaryen —Jason intervino—. No recuerdo esa preocupación por tu novio anterior.

—Quizás por eso terminaron —agregó Tyland—. Estaba bastante enojado cuando nos dio este lugar. Hasta nos pidió que lo llamasemos si lográbamos darles una paliza.

Aemond se descubrió apretando la mandíbula. El solo pensamiento de Cole revolvía demasiado cosas aún sensibles dentro de él. Ni siquiera quería empezar a pensar en su traición, no cuando sabía hacia donde lo llevaría. En su lugar los ignoró y se centró en Lucerys.

—Vamos a sacarte de acá —murmuró.

Lucerys asintió, y Aemond se conformó con eso.

Por cada minuto, los Lannister se enojaban más. Aemond, por otro lado, solo entregaba respuestas austeras. Sus ojos estaban fijos en el reloj pegado a la pared, concentrado, atento. Habían pasado diez minutos, y eso significa que cada instante desde allí era solo un juego.

Ni siquiera recayó en que Jason llevaba un teléfono a su oído hasta que este mismo se lo guardó de nuevo y entonces ni siquiera Daeron habría sido capaz de igualar la maldad en su sonrisa.

—Parece que no son tan peligrosos cuando van por separado —él comentó—. Tendremos una reunión familiar pronto.

Aemond no dejó en evidencia su propia confusión. Pero entendió desde el momento en que los minutos volvieron a pasar y ni Daeron ni el segundo aparecían, que su hermano seguía ganando tiempo.

Fueron casi veinticinco minutos desde que se separaron, cuando la puerta de la oficina se abrió. Entró el desafortunado sujeto que tuvo la desdicha de ser enviado a buscar a su hermano, pero no entró con un rehén. Entró como rehén.

Su silueta recortó el umbral de la puerta, y después el pobre cruzó casi la mitad de la habitación volando gracias al impulso que la patada de Daeron le regaló.

—¡Lannister! —él vociferó—. ¿De verdad pensaron que ese tipo iba a poder atraparme? ¿A mí?

Daeron entró detrás, él ni siquiera se inmutó cuando dos armas cargadas apuntaron directamente a su cabeza.

—Por cada paso que ustedes dan, nosotros ya avanzamos dos kilómetros —Daeron obvió, levantando las manos—. Dejen que mi hermano y Luke se vayan, y arreglemos esto entre los tres. Pero les advierto que yo iré arriba.

—Tienes una lengua podrida, rata ladrona —Jason siseó.

La mirada de Daeron fue aburrida.

—¿Todo esto por cuatro relojes, Jason? ¿Qué vas a hacer cuando tu novia te termine?

—Por honor —Jason escupió—. Tu burla nos persigue, tú hundiste a nuestra familia.

Daeron avanzó un paso tentativo que Tyland detuvo quitando el seguro de su pistola.

—No pongas sobre mí generaciones de corrupción y coaliciones —Daeron alegó—. Yo solo tomé cuatro relojes.

—¡Tú nos expusiste!

—A ustedes se les ocurrió llevarme a un juzgado, ¿de verdad solo comparten una neurona? Les advertí qué iba a pasar si seguían molestandome, les dije que no era un buen rival —Aemond podía atestiguar eso, Daeron no era un tipo mentiroso—. Les dije que hacía trampa.

—Vas a morir —Tyland siseó—. Cada libra que nos robaste será un golpe, y tú tendrás que ver como tus dos cómplices mueren delante de ti. Después te mataremos.

El rostro de Daeron adquirió un tono oscuro, peligroso, cuando Jason situó el cañón de su arma en su nuca, obligándolo a ponerse de pie. Aemond lo hizo, permitió que Jason golpease sus rodillas y entonces estuvo otra vez arrodillado, a pocos metros de su hermano. Los nudillos de Daeron estaban tan blancos como el papel.

No tuvo que moverse para responder al impulso casi automático que mostraba su cuerpo. Con una sola mirada logró detener a Daeron, aunque él aún no se hubiese movido. Un arma lo apuntaba a él, la otra a su hermano. Y mientras Jason se encargaba de regodearse, recogió el teaser que el tipo en el suelo tenía, y lo activó.

Aemond supo lo que venía incluso antes de que el dolor explotase en su costado. Fue ardiente, como miles de latigazos serpenteando por su piel y entumeciendo sus músculos. Ahogó un ruido apretando la mandíbula, y cayó al suelo.

El silencio de Daeron fue tan agónico como el tercer choque, que nubló su vista y amenazó con desmayarlo. Para su suerte, ese no duró tanto. Por el rabillo del ojo pudo ver a Jason incorporándose. Su móvil estaba desbloqueado y evidenciaba una llamada.

Le lanzó el teaser a Tyland y él lo atrapó en el aire. Él dijo algo que provocó fuego en los ojos de Daeron, Aemond no alcanzó a escuchar desde su lugar, pero supuso que fue bastante feo a juzgar por su mirada.

Escuchó a Jason pronunciar un saludo demasiado amistoso para la situación. Pero la sonrisa en su cara se borró.

Aemond miró a Daeron, Daeron miró a Jason.

Jason estaba pálido cuando alejó el teléfono de su oído y marcó el altavoz.

—¿Aemond? ¿Me escuchan?

Su corazón se detuvo ante la voz peligrosamente tranquila de una mujer al otro lado de la línea.

Aemond sabía quién estaba al otro lado, habían hecho tiempo para ella. Cada minuto de dolor valió la pena. Sus músculos entumecidos de pronto se sintieron ligeros, y el alivio que embargó cada mínima fracción de su sistema fue potente y feliz.

—Helaena —pronunció, las palabras salieron casi como un suspiro.

¿Daeron?

—Hermana —Daeron dijo, y si Aemond no estuviese viendo ligeramente borroso, habría jurado que sus ojos se tornaban cristalinos.

—¿Qué significa es–

Estoy acá con. . . ¿cuál es tu nombre? —Helaena entregó el teléfono a alguien, porque se escuchó un murmullo al otro lado.

Loreon —pronunció un niño, fue una voz infantil y aguda. Por el tono, incluso un poco temeroso, pero eso era de esperarse—. Loreon Lannister.

El aspecto de Jason se tornó en algo nauseabundo y enfermizo. Él se tambaleó.

¿Y tú? —su hermana preguntó de nuevo—. ¿Cómo te llamas?

Cerellerespondió una niña.

Que bonitos nombres —su hermana alabó—. ¿Le quieren decir algo a su papá?

—Jason —Tyland urgió, presionando la pistola más fuerte en las costillas de Daeron—. Es mentira.

—Cállate, Tyland.

—Son manipuladores —él aseguró—. Es imposible que haya dado con tu casa tan pronto.

¿Debo probar que no miento? —Helaena cuestionó—. Aunque no creo que a tu esposa Johanna le guste la idea, y no querrás que se estrese, ¿cómo se llamará la bebé?

¡Si les tocas un–. . .

Cállate, Jason, asustarás a los niños —Jason obedeció, su labio inferior temblaba de una manera casi graciosa—. Van a dejar que mis hermanos se vayan.

—No vamos a–

—¡Tyland cállate! —irrumpió Jason. Tyland inhaló una bocanada ruidosa de aire, sus ojos celestes no se apartaban de Daeron.

Si Tyland vuelve a interrumpirme le romperé un dedo a tu esposa.

La mirada que Jason lanzó a su hermano fue mortal.

Aemond podía decir que la frialdad de su hermana era ciertamente escalofriante, pero no desconocida. La habían contactado antes de entrar, porque no era un secreto lo cercano que Somerset estaba de Bristol.

Helaena no estuvo contenta al inicio. Fue quizás la suplica lo que terminó por convencerla de salvarlos, o quizás porque ya extrañaba un poco los robos. Cual fuese el caso, aparentemente ella no tuvo problemas en escabullirse a través de la seguridad mediocre que poseía la mansión de los Lannister y capturar a los tres integrantes que la habitaban.

La esposa embarazada de Jason, y sus dos pequeños hijos, Loreon y Cerelle.

Aemond dudaba que Helaena fuese a hacerles daño más allá del susto, porque ella no era así. Pero a juzgar por el congelado tono de voz, ella no estaba jugando.

Después de todo había sacado el temperamento volátil de Daemon.

Las armas abajo —ella ordenó—. Si mis hermanos no están fuera en menos de cinco minutos llamándome por teléfono, o si descubro que intentaron algo más, el pequeño Loreon y la pequeña Cerelle lo pagarán.

—Por favor —Jason murmuró—. Tiene tres. . .

—¿Tienes malos los oídos, Jason? Cinco minutos. No me pruebes, esto no es una broma.

Y entonces Helaena colgó.

El silencio fue tétrico, fúnebre.

Jason dejó caer su arma, y Aemond no demoró en recogerla y apuntar. El peso del metal entre sus dedos se sentía extraño; hacía mucho que no sostenía un arma, había olvidado la curiosa sensación de poder que confería.

Frotó su hombro acalambrado y se enderezó.

—Jason, estaba mintiendo —Tyland gruñó, él aún apuntaba a Daeron—. Las posibilidades son mínimas.

—También lo eran para nosotros —Daeron pronunció—. Y aún así ganamos.

Aemond no alcanzó a reaccionar lo suficientemente rápido. La culata de la pistola golpeó la nuca de su hermano, lanzándolo al suelo con un ruido sordo, y pronto la boca de esta misma se apretó contra su cabeza.

—Ustedes no han ganado —Tyland siseó—. Ustedes no van a ganarme. Antes los mataré.

—Tyland —Jason intervino—. Bájala.

—¡No! ¡Están mintiendo, Jason! ¡¿No lo ves?! ¡Mienten y manipulan! ¡No van a hacerle nada a tu puta familia!

—¡No voy a arriesgarlos, Tyland! —Jason avanzó un paso, y entonces el arma lo apuntó a él, sacándole un sondito—. ¡Baja el arma, Tyland!

Tyland no lo hizo. La locura relucía en su rostro desenfocado, apuntaba a Daeron, a Jason, a él. Murmuraba incoherencias en alemán y después en inglés.

Aemond apuntaba a Tyland, Tyland apuntaba a Daeron.

Pero Aemond sabía que él iba a disparar, y notó el terror apoderándose de su propio cuerpo cuando descubrió que quitaba el seguro sin alejar el arma de la cabeza de su hermano. Aemond no sería lo suficientemente rápido.

—Daeron Targaryen morirá —Tyland murmuró—. ¡Y nadie va a impedirlo!

La respiración se estancó en sus pulmones. El miedo se reflejó en los ojos de Daeron cuando la realización lo golpeó con la misma fuerza. Que él moriría. Que Aemond no alcanzaría. Que su vida llegaría hasta ahí.

El lila brillante en sus iris se mecía y temblaba por las lágrimas. Jason suplicaba, Daeron no pronunciaba palabra alguna. Y Aemond no podía pensar. No por encima del ruido, del miedo. Del pánico.

Lanzó el arma al suelo y avanzó un paso con las manos en alto.

—¡Yo le di el plan! —dijo, gritó, habló, demasiado rápido—. ¡Fue idea mía!

Contaba contigo, y tú no estuviste.

—¡No es cierto!

—¡Daeron te robó siguiendo mis órdenes! —el cañón lo apuntó a él, Aemond avanzó otro paso—. ¡Yo lo planeé!

Fuiste un bastardo abusivo.

—¡Aemond!

Dime una vez que te hayas detenido.

—¡Si vas a dispararle a alguien, es a mí!

Todo lo que hiciste fue apuñalarme por la espalda.

—¡Aemond, cállate!

Una y otra vez.

—¡Mátame a mí, Tyland!

Una y otra vez.

Aemond después podría admitir que quizás nada sucedió en un parpadeó. Pero él lo sintió así. Y al mismo tiempo en su retina cada microsegundo duraba minutos, y cada acción iba peligrosamente lenta.

Tyland gritaba, lo apuntaba a él y después a Daeron. Y entre la fracción de espacio que se formaba al mover el arma, Aemond pudo observar como una mano presionaba con fuerza la punta azul eléctrico del teaser justo en el cuello  de Tyland Lannister, paralizándolo.

El arma se disparó, pero la bala se incrustó en el suelo peligrosamente cerca de la cabeza de Daeron.

No supo por cuantos segundos Tyland se retorció antes de que un golpe al costado de su cabeza lo mandase finalmente al suelo, inconsciente. Jason corrió a buscarlo.

Lucerys apareció detrás de él, con un teaser en una mano y sosteniendo su abdomen con la otra. Lo vio patear lejos el arma, y observar a Tyland con un calcado desagrado.

—Me debía eso —él escupió.

Aemond jamás pensó en lo feliz que podría hacerlo ver su cara ceñuda. Pero no pensaba darse el tiempo de agradecerlo. No aún.

Todo lo que atinó a hacer fue lanzarse al suelo junto a Daeron, y abrazarlo. Sintió sus manos apretándole la ropa. El temblor en su cuerpo. Su voz cortada. Daeron habló contra su hombro.

—Estoy bien —pronunció—. Estoy bien. . .

Aemond demoró en notar que no era Daeron el que temblaba, sino él.

—Lo siento. . . —se escuchó susurrando.

—Lo sé.

—Estás bien.

Las manos de Daeron seguían aferradas a su abrigo. Su cabello azabache le hacía cosquillas en las manos, y cuando respiró el aroma tibio a shampoo y pudo escucharlo respirar, fue capaz de pensar otra vez.

—Lleva a Lucerys al auto —dijo, alejándose de a poco—. Esperenme ahí.

—¿Qué harás?

Daeron ya lo sabía, porque sus intenciones no eran disimuladas cuando se volteó hacia el par de gemelos. Jason intentaba despertar a Tyland, Tyland seguía noqueado por el choque eléctrico.

—Cuando tienes esa mirada de verdad pareces el diablo —su hermano comentó. Sintió sus dedos dejándole una palmadita leve en su mejilla—. Dales algunos golpes en mi nombre.

—Todos.

El viaje de vuelta fue silencioso solo durante los primeros cinco minutos. Después descubrieron que Lucerys procesaba horriblemente las drogas, tan mal como el alcohol.

Hablaba, hablaba tanto o más que Daeron. Hablaba de todo. Era increíble. Pasó de todo lo acontecido a contar sobre sus gatos, sobre como se hacía el café, sobre como no se hacía el café, sobre su moto.

Lucerys habló jodidamente demasiado sobre su moto.

Daeron conducía, porque Aemond no podía cerrar las manos. Sus nudillos estaban destrozados, pero el ardor era agradable.

A algunas cuadras del edificio, Daeron se detuvo.

—Los dejaré por acá —Daeron anunció—. El auto tiene que estar de vuelta antes de las cinco, y son las cuatro y cuarenta. ¿Puedes llevarlo?

Aemond asintió. 

Necesitaron una cooperación conjunta para lograr que Lucerys se mantuviese sobre su espalda, pero después de un minuto completo, él finalmente estuvo correctamente abrazo a su cuello y entonces Aemond pudo enderezarse para empezar a caminar.

Daeron se alejó regalándoles un bocinazo.

Lucerys se removió. No fue violento o desesperado, pero Aemond pudo sentirlo porque de pronto una corriente de aire tibio chocó con su cuello y erizó hasta el último cabello de su nuca.

Él ya estaba caminando cuando lo escuchó hablar.

—Intenté escapar —murmuró.

—Lo sé —Aemond no dejó de caminar—. Creíste que no iríamos.

—Lo hice —Lucerys guardó silencio por algunos segundos, después agregó—. Lo siento.

—La disculpa te la debemos nosotros —dijo—. Esa pelea con los Lannister no te correspondía.

—Por mi culpa tuvieron que enfrentarse —él balbuceó—. En verdad traté de–. . .

—No vas a poder escapar siempre. No de todos —lo reacomodó sobre su espalda, Lucerys no se movió—. Vamos a entrenarte.

—Fui inútil. . .

—Salvaste a mi hermano —recordó, intentando no pensar en el terror de esos segundos en que pensó lo peor—. Veré por ti, hasta lograr que tú seas capaz de hacerlo por ti mismo. Te lo debo.

Lucerys volvió a guardar silencio,  Aemond se permitió inhalar del aire helado y exhalar un poco de vapor. La noche estaba despejada, y los pocos autos que pasaban iluminaban sus sombras hacia la derecha. Daeron le había dado su abrigo ya que el disfraz de Lucerys era más desabrigado.

—Estaba asustado —Lucerys dijo—. Estoy. . .  ¿Cómo sé que no estoy alucinando? ¿Y si sigo allá y solo estoy imaginando esto? ¿Y si realmente no
fueron por mi?

—Te drogaron —acotó—. No sigues allá, llegaremos al edificio pronto.

—Drogado. . . —repitió. Olvidó bastante rápido la línea turbulenta de pensamientos—. Mi madre no puede verme así.

—¿Rhaenyra es tan estricta? —no se contuvo a preguntar. Ella parecía bastante abierta de mente—. No creo que se enoje.

—No quiero que me vea así —Aemond parpadeó—. No me drogo, no me gusta. No quiero que por un error piense que es algo frecuente. . .

—¿Aunque le dé igual?

—¿Te gustaría que Daemon te viera drogado?

Lo pensó, se tomó algunos segundos para sopesar sus palabras antes de entender que no. Preferiría dormir en la calle que permitirle a Daemon verlo drogado; confiaba en Daemon más que en nadie, para todo. Quizás fuese por eso, por respeto a esa figura.

No quería que alguien que le dio todo lo viese en un estado tan bajo y humillante.

—Puedes dormir en mi casa —finalizó, alzándose de hombros. El edificio estaba a la vista, los ladrillos rojos repletos de pinturas y murales.

Jamás creyó considerar entrañable una vista tan precaria.

—¿Serás la cuchara pequeña otra vez?

—Eres bastante gracioso cuando no estás en tus cinco sentidos —observó—. Hasta podrías caerme bien.

—Uh, no vayas por esa línea —Lucerys musitó—. Ni siquiera drogado consigo que me agrades.

Aemond exhaló una risa entre dientes.

—Dormiré ahora —Lucerys anunció.

Si pensaba decir algo más, no lo hizo. En su lugar Aemond pudo sentir la nariz helada de Lucerys presionándose en el costado de su cuello. Tuvo que afianzar el agarre en sus piernas al notar la pérdida de tensión en sus músculos, y lo acompasada que pronto se volvió su respiración.

Cuando terminó de subir las escaleras, debía admitir que sí se encontró tomándose unos segundos para recuperar el aliento.

Los brazos le dolían por el robo, sus nudillos estaban heridos por la cantidad insana de gente a la que golpeó, su cuerpo palpitaba después de esas descargas. Consideró el peso actual de Lucerys sobre su espalda bastante liviano en comparación.

El sujeto estaba delgado. Demasiado delgado. Lo suficiente como para sentir las vértebras de su columna con un simple roce de dedos. Tendrían que hacer algo con eso; si estaba demasiado delgado, el entrenamiento podría hacerle más mal que bien.

Maniobró para abrir la puerta, intentando hacer el menor ruido posible. Recayó en que era innecesario porque Daemon estaba sentado en la mesa, una luz sutil encendida evidenció sus ojos cerrados. Se abrieron cuando el suelo chilló bajo sus pies, demasiado ruidoso.

Se vio escaneado de pies a cabeza por ese par de ojos violeta. Lo miró a él, después a Lucerys, lacio sobre su espalda.

—¿Y Daeron?

—Fue a dejar el auto.

—¿Lo consiguieron?

Aemond asintió.

—¿Qué le pasó? —cuestionó, señalando a Lucerys.

—No procesa bien el alcohol —dijo. Daemon pareció satisfecho con la respuesta, porque no insistió. Tampoco se movió de su sitio.

Aemond no admitiría en voz alta el apretón que sufrió su corazón cuando cayó en la cuenta de que Daemon los estaba esperando.

—Voy a. . .

—Descansa.

Aemond asintió otra vez.

Dejó a Lucerys sobre la cama después de cerrar la puerta, y frotó su mentón, considerando por varios segundos si sería prudente o no quitarle esa ropa para ponerle un pijama.

Movió su hombro y sacudió su cabeza, deteniéndose solo al conseguir un sonido bajo.

—Te voy a cambiar de ropa —dijo.

Lucerys parpadeó, sus ojos estaban cristalinos y medio cerrados. Él, aún en esa situación, frunció el ceño.

—No me despiertes para idioteces —y volvió a dormirse.

Lucerys era una pequeña mierda maleducada.

Trabajó en silencio, malhumorado y odiando cada mísero segundo de su existencia.

Él jodidamente estaban siendo la niñera de un sujeto que por cada tres palabras en su dirección agregaba un insulto. Le había robado, lo golpeó, se burló. Y encima se aprovechó de su único momento de debilidad para quitarle el reloj.

Pero también salvó a Daeron, lo salvó a él, recibió golpes en su nombre y seguía las reglas que él mismo había impuesto.

Se preguntó hasta qué punto lo hacía por la culpa de haberlo perdido en la discoteca. Al final, su situación actual era responsabilidad de él, y de Daeron.

Se dio cuenta muy tarde de que su pijama le quedaba notoriamente grande a Lucerys. También decidió que le daba igual.

Lo acomodó sobre la cama, lo cubrió y solo entonces él mismo se deshizo de sus zapatos y de la ropa sucia. Se calzó cualquier prenda limpia, porque su pijama lo tenía Lucerys, y se movió en silencio hasta la puerta.

—¿No dormirás acá?

Volteó, Lucerys tenía los ojos cerrados, pero se había movido hasta una esquina de la cama para dejarle espacio. Aemond no tenía la fuerza mentar para negarse a una superficie mullida. No cuando la competencia era un sillón bastante viejo.

Se devolvió, se dejó caer sobre la cama, y se durmió. No tuvo tiempo para pensar en que compartía cama con Lucerys, en que su cuerpo era tibio, o en todo lo que había pasado esa noche.

Solo se despertó a medias cuando fue consciente de un tercer peso acostándose entre ellos. No tuvo que abrir los ojos para reconocer a Daeron, dormido aún con ropa, justo entre los dos.

Aemond, para su sorpresa, no tuvo pesadillas.

Sí tenía casi trescientas mil libras, y un nuevo integrante en su equipo.

Y varios meses de mucho trabajo antes del robo.

A&A

Con esto se finaliza la segunda parte de el dios de los ladrones. Me gustó mucho este capítulo porque se evidenció el gran avance de la relación de Daeron y Aemond. También porque había que darles un cierre a los Lannister y un brote psicótico es algo que jamás había escrito JAJAJAJA

El punto de vista de Adrian fue para evidenciar que en realidad los Targaryen son enemigos formidables, solo que vistos desde Luke no lo parecen, ya que él no les tiene miedo.

Muchas revelaciones, y con eso vuelvo a preguntar.

¿Por qué creen que Harwin murió?

¿Por qué se alejó de la mafia?

Y más importante:

¿De dónde salió la deuda si siendo mafioso debería tener muchísimo dinero?

Preguntas que no me dejan dormir. En fin.

Les mando besos, los próximos capítulos me emocionan mucho porque vienen con más contenido.

Buenas noches.

Besitos, besitos.

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