El vestido de Cassie se levantaba cuando el viento soplaba; su cabello de movía en la misma dirección que este, cruzando frente a su rostro y alborotándose con cada ráfaga de aire. La cabeza de Hannah seguía sintiéndose pesada y su vista algo cansada; afortunadamente era lo suficientemente consciente para distinguir entre la izquierda y la derecha y recordaba perfectamente que la casa que habían alquilado estaba de su lado derecho ¿o no?

La rubia esforzó la mirada tratando de identificar los números colocados en las puertas de ambas cabañas y con un poco de esfuerzo logró darse cuenta de que dónde su amiga estaba parada no era en la cabaña número dos, sino en la tres.

–Cass, ¿qué haces? Esa no es nuestra cabaña –. Su amiga no se movió de su lugar, parecía drogada y Hannah no dudó que lo estuviera; sin embargo le parecía un comportamiento extraño. Había visto a sus amigos drogarse varias veces y normalmente todo eran risas y burlas, pero en este momento su amiga parecía distante. –Vamos, regresemos –. Poco a poco, Hannah caminó hacia donde la morena estaba parada decidida a arrastrarla hasta su lugar si no reaccionaba de una vez por todas.

Extendió su mano para tomar la de la otra, sin embargo cuando el tacto de formó, su amiga Cassie se esfumó como si nunca hubiese estado allí.

–¿Qué rayos? –Muy confundida Hannah miró a su alrededor –. Ésto me sucede por tomar una cerveza; perdóname Dios –. La chica observó cómo la puerta de la cabaña número tres se abría lentamente causando un rechinido que causó que la piel de la rubia se estremeciera. Un poco temerosa la chica empujó la puerta para que esta quedara abierta en su totalidad; no había muebles y todas las luces se encontraban apagadas. Las escaleras se encontraban llenas de polvo y telarañas y en el primer descanso de estas se encontraba nuevamente Cassie. Su vestido ya no volaba por el viento y mantenía la misma mirada perdida de antes; Hannah pensó que se estaba volviendo loca, que el alcohol se había apoderado de su subconsciente y que la hacía imaginar a su amiga parada allí. Miró sobre su hombro para darse cuenta de que las luces en la cabaña dos seguían encendidas, todo aquello le parecía muy extraño.

Hannah entró a la casa decidida a ir de nuevo por su amiga, recorrió la vacía sala de la cabaña y comenzó a subir uno por uno los escalones y Cassie, sin esperar a que la rubia estuviera a su nivel siguió su camino hacia el segundo piso siendo seguida de cerca por la otra.
El segundo piso era idéntico al de la cabaña de los amigos, la diferencia era que aquel se notaba más sobrío y abandonado. Era un largo pasillo con varias puertas colocadas a los costados y una ventana al fondo por la que los escasos rayos de luz de luna se colaban. Cassie seguía caminando frente a Hannah, con los pies descalzos que posiblemente habían dejado de sentir las frías tablas de madera debajo de ellos; llegando al fondo de aquel pasillo su amiga giro a la derecha hacia una de las habitaciones y por ende Hannah también lo hizo.
Al entrar no había rastro alguno de su amiga, pero si habían dos hombres sentados en unos muebles sencillos. Cuando Hannah entró a la habitación los dos hombres pusieron su atención en ella; uno era flaco y usaba una camiseta sin mangas, el otro era más robusto, sin cabello y con una barba llena de canas.
–¿Qué haces aquí niña?– quiso saber el primero mientras se levantaba rápidamente de su asiento y caminaba hacia la puerta examinando de pies a cabeza a la jovencita.
–Esta no es mi cabaña, lo siento– asustada y con la intención irse la chica se dio la vuelta, sintió una fuerte presión en su antebrazo y volteó solo para darse cuenta de que aquel hombre de mirada pesada la había tomado sin dejarla salir. Se sintió atemorizada e intimidada por aquellos
muchachos, por la manera en la que el chico apretaba su brazo sabía que nada bueno estaba por venir.
–Ya que estás aquí, podemos charlar un rato –. Las sarcásticas sonrisas de los hombres rebelaron sus intenciones y Hannah lamentó por primera vez en su vida no haber seguido la palabra de Dios.