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—Llamar la atención del gran mafioso, Agust D, fue mi principal objetivo desde el principio. —miro a los hombres del nombrado. —Sabía que, con su poder y recursos, podría conseguir lo que quería y así fue como lo hice.

El silencio en la habitación se volvió ensordecedor, interrumpido solo por la respiración entrecortada de su madre. Jimin se enderezó, con una sonrisa fría y calculadora en su rostro.

—Ustedes creían que me habían condenado a un destino trágico. —soltó una risa. —Pero lo que no entendieron es que ese destino fue mi puerta de entrada al poder y ahora, soy yo quien tiene el control.

Los rostros de sus padres se desmoronaron al comprender la magnitud de lo que Jimin les estaba diciendo. Su madre, con lágrimas rodando por sus mejillas, intentó acercarse a él, pero los hombres de Agust la detuvieron con un gesto severo.

—Por favor, Jimin... —suplicó su madre con voz quebrada por la desesperación. —No puedes hacer esto, somos tu familia... Ten piedad...

Su padre, aunque menos expresivo, también bajó la cabeza en señal de sumisión, incapaz de soportar el peso de la mirada de su hijo. Su medio hermano permaneció inmóvil, sus ojos llenos de miedo y arrepentimiento, pero sin el valor suficiente para hablar.

Jimin los observó en silencio, dejando que sus súplicas se impregnaran en el aire antes de responder. La compasión en su rostro era inexistente; en su lugar, una expresión de fría determinación.

—¿Piedad? —repitió, con una risa amarga. —¿De verdad me están pidiendo piedad después de todo lo que me hicieron?

Los ojos de Jimin destellaron con una intensidad oscura mientras se inclinaba hacia adelante, acercándose aún más a ellos.

—No, no habrá piedad. —negó. —No después de lo que ustedes me hicieron pasar, pero, al menos, puedo asegurarme de que sus vidas tendrán algún valor... en el mercado negro.

Sus palabras golpearon como un martillo. El horror se apoderó de los rostros de su familia al comprender el destino que les aguardaba. Jimin sonrió, un gesto carente de toda calidez, y dio un paso atrás.

—Espero que sus órganos sirvan para algo. —dijo con una frialdad escalofriante. —Al menos así, finalmente, serán útiles en este mundo.

Con un gesto de la mano, los hombres de Agust se movieron rápidamente, comenzando a arrastrar a sus padres y a su medio hermano hacia la salida. Las súplicas desesperadas llenaron la habitación, pero Jimin no les prestó más atención. Se quedó allí, observando cómo se llevaban a aquellos que alguna vez habían sido su familia, con una satisfacción helada reflejada en su rostro.

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