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CAPÍTULO CATORCE
Su cabeza sube por las escaleras de madera dura, la puerta de su habitación se mantiene encerrada en lo que va de mediodía, después de la discusión no ha puesto ni un pie afuera; no la escuchó gritar o llorar, se mantenía allí con miedo de salir y descubrir las consecuencias de sus actos. A él no podría resultarle mayor bendición que esa, requería de un tiempo a solas sin que esté husmeando en asuntos ajenos. Debía hacer una llamada, después de todo ha pasado mucho tiempo, tenía que comenzar la segunda fase antes que las cosas sigan descontrolado. Colocó la llave plateada en la cerradura, el cuarto que se encuentra al lado de las escaleras en un principio era una oficina donde su padre en los días de vacaciones se encerraba a hacer llamadas con su equipo departamental, era un hombre de negocios ocupado. Sin embargo, cuando la cabaña se le fue heredada como un regalo de cumpleaños, quitó todo lo referente al mayor para reemplazarlo por sus preciados objetos que nadie más debía ver.
Aun así dejó el escritorio con el antiguo teléfono de línea. Marcó un número en específico, de los pocos que sabía de memoria.
—Oh, JungKook. Al fin llamas, hemos estado preocupados. —la rasposa voz de su anciano padre le hace sentar en la silla acolchada, recuerda sentarse en su regazo mientras lo veía escribir cartas, admiraba esa parte de él, era su ejemplo a seguir. Lástima que nunca será ni la mitad de hombre que es.
—Hay mala señal por aquí. —contestó, agudizando su tono con inocencia.
—En Rose's House suele pasar, ¿Cómo está Hae-e? Han pasado casi dos meses, ya la extraño.
—Ella está bien, necesitaba relajarse del trabajo.
—Se lo merece después del caso que resolvió. En fin, ¿Cuándo volverán? En algún momento sus vacaciones deben acabarse, aquí en la empresa la necesitamos.
—Sobre eso, papá... Hae-e me ha estado hablando de quedarse aquí a vivir, dijo algo sobre abrir una cafetería en el pueblo.
—¿Vivir allá? JungKook, queda a casi dos horas de Seúl, y dejar tan de prisa la universidad, ella el trabajo... intenta convencerla de que no lo haga, es una mala idea.
—Lo haré, papá. Pero sabes como es Hae-e cuando se le mete una idea a la cabeza.
—Confío en tí, hijo.
—Sí, cuidare de ella. —dio por finalizada la charla con el aparato siendo apoyado de vuelta en su cabina. Exasperado gruñó pasando ambas manos por su rostro, si su padre se le da por ir a buscarlos estarían en grandes problemas, necesitaba evitarlo a toda costa o tendrán que marcharse más rápido de lo previsto. Aunque eso sería peor, el mundo no estaba listo para ellos, sólo la vieja cabaña de su familia podría acogerlos.
Sale de la habitación, yendo a la cocina donde vio su teléfono descuartizado. Lo votó a la basura, no le necesitaba, sólo hablaba con Hae-e y de vez en cuando recibía mensajes de sus compañeros de universidad. Hablar con otras personas no es necesario, no para él.
Saliendo de la cabaña se asegura en dejar la puerta bien cerrada para evitar mayores inconvenientes. Sube a la camioneta que compró hace medio año y conduce hasta el único pueblo cercano, estar en medio del bosque no es malo, hay mucha paz, además de que nadie se atrevía a acercarse a la profundidad por ser una zona privada. Tiene cada detalle bajo control.
—Otra vez aquí. —la energética sonrisa de la cajera lo saludó como bienvenida, había estado yendo a la farmacia del pueblo para comprar medicamentos, ella es quien siempre lo atiende— ¿Qué necesitas hoy?
—Una pomada más fuerte, mi esposa se hizo una herida en el brazo y temo que la cicatriz nunca se vaya.
—Hmmh, creo tener algo. —dándose la vuelta para buscar en los estantes de atrás, toma un pequeño frasco color beige y se lo extiende— Es la mejor del mercado, son diez mil wons. —asintiendo el muchacho saca su billetera dejando los billetes en el mostrador— ¿Vive permanentemente aquí o vacaciona?
—Pienso mudarme pronto, haré una familia con mi esposa en el campo.
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