«7»
Había buscado por cielo, mar y tierra la valentía que nunca creyó tener en cuanto esas palabras salieron de su boca: Lo haré. ¡Dios! Realmente había aceptado y aún se encontraba incrédulo al respecto, sin embargo, ya no había marcha atrás.
Al regreso de tal plática con el señor Guidetti y cuando su reloj marco las doce del medio día, decidió que lo mejor era marcharse de aquella casa ajena a él para no brindar más problemas de los ya dados. Así que, sin dejar nada más que una nota de agradecimiento, salió sin rumbo alguno y con la cabeza hecha un vil desastre. Caminó un par de calles al norte, con pasos algo lentos, la cabeza gacha y las manos dentro de los bolsillos donde tenía guardadas unas cuantas monedas. Pasó por un puesto de comida callejera cerca de los remolques donde había vivido desde que tenía memoria.
—Hola...—murmuró abriendo y entrando con mucho sigilo.
Pero ni un sólo ruido podía escucharse. Depósito lo recién comprado en la mesa con mucho cuidado y con tranquilidad camino por el angosto pasillo que abría paso a la habitación. Su entrecejo se se frunció automáticamente al corroborar que su pequeña hermana estaba ausente en la recámara, sólo pudo observar a su madre durmiendo plácidamente en el colchón desatendido. «Seguro había tomado hasta perder la razón. Otra vez» pensó el chico sosteniendo una manta para cubrirla del frío.
—Park...—le escucho balbucear sin inmutarse demasiado.
—Aquí estoy—le murmuró el rubio acariciando su cabello con delicadeza—Aquí estaré siempre.
Ericksson quedó satisfecho cuando el rostro de su madre se relajó y volvió al país de los sueños.
Repentinamente unos golpes en la puerta le hicieron salir de su pequeño trance y brindándole un último vistazo a su mamá, caminó curioso hasta la entrada.
—¿Señora Milik?—cuestiono al ver a la pálida y ya algo grande mujer al pie de los escalones. Ella era la vecina.
—¡Por Dios!—espeto sonriendo de oreja a oreja, como si le alegrara mucho verlo—¡Te busque como desquiciada toda la mañana!
—Lo lamento, tuve trabajo toda la noche y recién regresé—mintió.
—Ay muchacho, eres demasiado joven para las responsabilidades que tienes.
Una pequeña sonrisa se deslizó por los labios de Jimin mientras se encogió de hombros.
—Bien. Sólo quería avisarte que Annika se encuentra conmigo—comentó tranquilizando a Park al instante—La pobre moría de hambre. ¡Parece que a esa mujer le importa más embriagarse que cuidar a sus propios hijos!—exclamó en voz alta.
Ericksson bajó la mirada de cierta manera afligido.
—En fin...—volvió a hablar aclarándose la garganta al ver la reacción del muchacho—Ella puede quedarse conmigo, al menos hasta que tú madre despierte.
—Señora Milik, yo no podría pedirle que...
—Nadie me está pidiendo nada—le interrumpió sonriente—Sabes que amo a esa chiquilla traviesa y tú, necesitas una vida.
—Señora Milik, tengo una vida—respondió divertido.
—No está clase de vida muchacho. Una de verdad. ¡Deberías salir a divertirte con amigos! Ir a la escuela como todos, asistir a fiestas, festivales, conseguir una novia.
—Ay señora. Usted lo dijo, tengo demasiadas preocupaciones como para ser un adolescente cualquiera.
—Mmm...bien—se resignó la mujer—Ya me voy, que he dejado la comida en la lumbre—se despidió comenzando a caminar de regreso a su casa—¡No te preocupes por Annie, ella estará bien conmigo! ¡Ve a divertirte!
¿Diversión?
Había olvidado ya la última vez que se había divertido tanto, que incluso sintió pena por el mismo. ¿Cómo divertirse? Si cada vez que reía no podía evitar sentirse culpable, creía no tener el derecho de sonreír por el simple hecho de hacer miserable a la persona que más amaba en el mundo.
Un largo suspiro se le escapó de los labios haciéndolos temblar e hizo todo lo posible por retener las pequeñas gotas que ahora luchaban por salir de sus ojos, así que miró el cielo para despejar un poco su mente.
—¡Ey tú!—escucho tal grito que le hizo desviar la mirada, y al ver de quién se trataba su rostro palideció.
—¿Robin?—cuestiono observando cómo la rubia estacionaba una motocicleta fuera de su casa y luego bajaba de ella hecha una fiera.
—Me hiciste perder mi valioso tiempo—habló caminando hasta el—¡Te esperé por más de quince minutos! Pero no llegaste, ¿Por qué no llegaste?
¡Cierto! Esperar por la joven era parte de su "contrato", aquel que la rubia había escrito el mismo día en que se conocieron y lo había olvidado por completo. Jimin seguía creyéndolo arbitrario e injustificado y cada vez que se atrevía a comentarlo, la joven terminaba alegando muchas cosas que en su mayoría desconocía y así terminaba perdiendo tal discusión, Robin era esa tipo de chica, esa que odiaba perder y bueno, no es como si el fuese muy competitivo. No le molestaba, es decir, era la primera vez en los diecisiete años de vida que comenzaba a sentirse como un adolescente normal, uno común y corriente, uno de esos alumnos esperando por su novia para luego ir a tomar un helado quizá luego de tan cansada jornada, sólo que aquí había ciertas cuestiones que remarcar: Uno; el no era estudiante de ese lugar y dos; Robin y Park no eran novios, ni siquiera estaban cerca de serlo.
—¿Te me vas a quedar viendo como un idiota por otros quince minutos o me darás una buena explicación?—le interrumpió la rubia sacándolo de tal trance.
Él se pasó los siguientes diez segundos pensando en una buena respuesta, y cuando por fin tenía planeado hablar, observo a la chica sacarse el casco con rebeldía. Esos rubios cabellos bailaron en desorden siendo juguete del viento, sus pestañas brillaron como hilos de luz al encontrarse con el sol y entre las pestañas volteaban inquietas una pupilas que no tardaron en encontrarlo; una sonrisa se deslizó en el rostro de ese joven hasta que fue consiente de su probablemente boba expresión.
—Lo siento—murmuró bajando la mirada, sintiendo su pecho subir y bajar de forma descontrolada—Perdí la noción de tiempo, y estaba preocupado por mi madre, mi hermana y...
—Bien, bien. Ya cállate—soltó Robin torciéndole la boca—Espero que hayas hecho tu tarea. El abuelo me ha hablado del...concurso.
—¿Cómo llegaste aquí?—cuestiono Jimin cambiando el tema con intriga.
—En una moto, ¿No es obvio?
—No. Hablo de que, yo jamás te di mi dirección.
—¿Olvidas que tengo acceso a tu archivo de inscripción como tu profesora?—dijo con diversión—Tonto.
—Ah, claro. La ficha.
—Bien. Vámonos ya, que el tiempo no nos esperará—habló dando la media vuelta, caminando de regreso a la motocicleta.
—¿Eh? ¿A dónde?
—A ensayar, debemos comenzar a practicar tu canto. Descuida, tengo todo planeado, incluso una audiencia.
—¿A-audiencia?—balbuceó tropezándose con la palabra.
—Claro, yo tocaré el piano y mientras lo hago, tú cantas. Sencillo ¿No?—respondió la chica tomando asiento en aquel vehículo—¿Tienes una canción en mente?
—No voy a cantar. Ni siquiera recuerdo como hacerlo y...
—Espera, espera. ¿Estás diciendo que sufres de pánico escénico?
—No sufro de pánico escénico, es sólo que...
—Tienes pánico escénico—le interrumpió cruzándose de brazos—Lo que acabas de decir es exactamente lo que dice una persona con pánico.
—¡No tengo pánico!
—¿No?—cuestionó elevando una de sus cejas con diversión—Muy bien, entonces canta.
—¿Qué?
—Canta.
—No voy a cantar.
—Ericksson, que cantes.
—¿A-ahora?
—Aquí y ahora. No veo cuál es el problema, si no tienes pánico escénico.
—Es que...no creo que sea una buena idea, molestaré a los vecinos y vendrán a quejarse. Además, me duele un poco la garganta, necesito unos ejercicios para afinar primero y...
—De acuerdo. Ya sube—dijo Robin tratando de no reírse—Ya sé a dónde te llevaré.
Y el rubio no pudo negarle nada, sólo se subió.
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