«5»


           El primer día siempre es el más difícil, es algo que todas las personas usan para justificarse o animarse a regresar, más aún cuando pruebas algo distinto, algo fuera de tu zona de confort. Pero Jimin, él no pudo evitar mantener la sonrisa dibujada en su rostro durante todo el trayecto hasta su lugar de trabajo, luego de pasar toda la bendita tarde con esa rubia extraña. Estaba tan feliz de aprender cosas nuevas, de relacionarse con alguien diferente, que ni siquiera se molesto cuando su jefe le pidió quedarse un par de horas extra luego de que mucha gente permaneciera aún cuando el horario ya había concluido.
Entonces, es ahí donde una curiosa pregunta se instala en su cabeza: ¿Existía la suerte? ¡Porque en ese momento se sentía el ser más afortunado!.
Es decir, había tenido la inmensa suerte de nacer justo ahí, de trabajar en ese bar, tuvo la suerte de que justo en su turno, un anciano decaído rogara por al menos una pizca de consuelo, si hubiera estado a unos cientos de kilómetros más hacia el sur o hacia el norte, ni siquiera hubiese tenido esas posibilidades extraordinarias, el milagro de la oportunidad. ¿Había sido muy afortunado por azar o porque el destino así lo quiso?

La suerte es una función de parámetros desconocidos, pero se pueden parametrizar, y aún así, le había tocado.

«¿Por fin algo cambiaría?» se dijo mientras limpiaba vasos.

Sin embargo, luego de estar en la cima, no puede evitar dejarse caer, dejarse llevar por esos malos y negativos pensamientos debido a la inseguridad que siempre osaba en hacerle compañía. "¿Y si me estoy ilusionando por nada?" "¿Qué pasa si me dejo llevar por una vaga posibilidad?" "¿Y si la vida se encarga de fastidiarme como siempre hace?" Miles de cuestiones llegan y se acomodan en pequeñas partes específicas de su cerebro, y no puede evitar sentirse diminuto, tan pequeño como un insecto.

Entonces, una voz siendo ruidosa en su cabeza, se vuelve amiga de todas las voces que albergan dentro de si, es ahí donde aquella que se encargaba de darle ánimo dice: "No lo vas a lograr", la otra que le brindaba la confianza suficiente habla y menciona: "¿Y si pasa algo malo? Vas a fallar como siempre". Repentinamente lo asfixian y lo dejan exhausto, lo abandonan ahogándose en un mar de preocupaciones, perdiéndose en un planeta donde lo único que vive es el miedo. Y lastimosamente, eso es más fuerte que el.

Cuando su jornada termina, una expresión neutra lo acompaña hasta la estación del metro. Su regreso a casa es solitaria como siempre, pero extrañamente se siente más solo que de costumbre. Sin embargo, cuando lo único en lo que piensa es en llegar a su cama y lanzarse a dormir, unos gritos lo obligan a salir de su ensimismamiento, una angustia crece como un hoyo negro en su pecho cuando sabe que provienen de su remolque, y sin pensarlo tan siquiera, se echa a correr acumulando adrenalina dentro.
Este abre la puerta en el momento justo, puede mirar a ese hombre levantando su mano dispuesto a estamparla otra vez contra la mejilla de su madre, quien protege a Annika abrazándola a su pecho y su sangre al ver esto no puede evitar hervir. Con ese enojo creciente, se le va encima y lo empuja con una fuerza que ni él mismo sabía que poseía.

—¡Vuelve a ponerle un dedo encima y te corto la puta mano!—clamo el joven observando como el contrario se ponía de pie, acercándose amenazante como siempre.

—Ey, niño. Quítate de mi camino si no quieres que...

—¿Qué? ¿Golpearla? —le cuestionó mirándole retador.

—¿Quieres eso?

—Ni siquiera se por qué me pregunta que quiero, terminará haciéndolo de todas formas. La golpeara una y otra vez como toda la maldita bestia que es. ¿Pero sabe que, maldito cerdo malagradecido? Esta vez no voy a permitirlo, ¡Ya no!

—Cállate —espetó comenzando a sonar molesto.

Al parecer, hasta ese punto no lo había tomado con seriedad.

—¡No me voy a callar! Estoy harto de usted, un patán mantenido que no aporta nada más que problemas, ya no me importa, puede golpearme, pegueme, máteme si es lo que quiere. Pero a ellas no les va a hacer nada.

—¡Cállate Ericksson! —gritó su madre desde el piso.

—¡Mateme de una maldita vez! —gritó desesperado, pudo incluso haber roto las ventanas con ese grito—Me haría un gran favor.

Y sucedió.
De la nada, un terrible dolor apareció en su cabeza haciéndole perder el sentido de razón un segundo. Su vista pareció desenfocarse, y todo comenzaba a sonar a la lejanía y en un profundo eco, pudo sentir como su cuerpo azotó al suelo con lentitud.

—Ni siquiera sé porque pierdo mi tiempo—apenas si le escucho murmurar a ese canalla antes de mirarlo salir con el dinero de su madre en manos.

Cerró los ojos un minuto tratando de recuperarse, y cuando lo logró, se giró alarmante hasta donde se hallaba su pequeña hermana y progenitora.

—Mamá, ¿Estás bien?—pronuncio arrastrándose en el piso para acercarse a ella.

—¿Por qué hiciste eso?—musitó trémula.

—¿Q-Qué?

—¡No ves que podría no regresar nunca!—lloriqueó levantándose con dificultad.

—¿Es enserio? ¡Pudo matarte mamá!—clamo el muchacho sintiendo sus ojos humedecerse, pero básicamente se obligo a no llorar. No quería hacerlo. No frente a ella.

—Es mi asunto.

—No, desde que nos tuviste a ambos ya no es sólo tú asunto.

La mujer le dedicó una mirada que Jimin no logró descifrar del todo, pudo percibir el resentimiento, el enojo, la rabia o quizá una mezcla de todas y cada una de esas emociones que no traían más que dolor.

—Sólo me he arrepentido de una sola cosa en toda mi vida, Park.—declaró—Y es de tenerte.

De un momento a otro, todo se quedó en silencio. Aquel joven pareció haber quedado enmudecido ante tan cruel confesión. Un nudo se atoró en su garganta y luego se obligó así mismo a tragarlo. Una vez más las lágrimas amenazaban con salir, pero necesitaba soportarlo, no quería darle el privilegio a esa mujer de verlas caer, no cuando sabía que eso era lo que buscaba. Y aunque quiso ocultarlo, aunque quiso parecer fuerte, hacer como si esas palabras no le habían afectado en lo más mínimo, no pudo. Sabía que el dolor o el sufrimiento no podían evitarse, pero en ese instante, en ese, maldito instante, el dolor que sintió pareció casi desgarrarlo por dentro. ¿Por qué el dolor nos llega con frecuencia exactamente de las personas a quienes más queremos?

Jimin se cuestionaba cuál era su defecto, ese que no había alcanzado a eliminar por completo como para que su madre, su propia madre no lo quisiera.

—Eres un monstruo, mamá—es lo único que se permite pronunciar. Porque sabe que si habla más de la cuenta, terminará siendo más débil frente a ella.

Así que sin decir nada más, el rubio sale de ahí con pasos apresurados. El frió golpea su rostro quemándole las mejillas. Sus ojos pican, su pecho se siente oprimido, la respiración es tan agitada que le es casi imposible controlarla. Quiere correr, quiere huir, quiere desaparecer de la faz de la tierra. Se siente insignificante, inexistente, innecesario.

Pero sabe que esos sentimientos no le dejarán nada bueno, sabe que terminarán nublando sus ojos y lo obligarían a cometer algo que en realidad no quiere. Entonces, sin tener pleno uso de sus facultades, se detiene frente a un teléfono público y marca ese número que logró memorizar. Sabe que su llamada puede ser incordia, son pasadas de las doce, aún así no cuelga. Escucha uno, dos, tres timbres hasta que logra oír esa voz adormilada del otro lado de la línea.

—Señor Guidetti—murmura casi inaudible.

—¿Ericksson?—cuestiona el hombre con notable confusión—¿Si sabes que es media noche? Deberías estar descansando.

—Señor Olle...

Pero el viejito sabe que algo no está bien cuando escucha como la voz del joven se quiebra.

—Park, ¿Dónde estás? ¿Está todo en orden?

—Ya no sé qué hacer—menciona titubeante—¿Qué hay de malo en mi? ¿De verdad soy tan despreciable? Yo...yo...Es tan difícil recibir una minúscula muestra de su afecto. Una vil palabra de amor. Así que creo, que simplemente aprenderé a vivir sin él.

—Hijo, dime dónde estás—insiste el hombre algo agitado, Jimin pudo deducir que se había levantado de la cama y justo se colocaba su abrigo listo para salir—Dime algo, Park.

—Yo...estoy en la estación del tren.

Ni siquiera fue capaz de decir algo más antes de que le colgara inesperadamente. Dejo el teléfono en su lugar y camino hasta quedar frente a las vías, a una distancia relativamente segura.
Ni siquiera pasaron más de veinte minutos, cuando pudo divisar a lo lejos una silueta que podría reconocer fácilmente, y conforme se acercó más, también logró visualizar a una chica en camisón de encaje con costuras anudadas, quien prefirió mantenerse distante, temiendo arruinar todo, tal vez.

—Jimin...—murmuró Olle colocándose a su lado.

—¿Puede ver el tren que está a punto de llegar?—preguntó el susodicho mirando al frente. Su voz era débil, átona, gélida.

—Si.

—Podría...—susurró tragándose el nudo en su garganta—Podría, simplemente arrojarme a las vías cuando esté cerca—escupió y sus lágrimas no lograron permanecer ocultas por más tiempo—Sólo...quiero morir.

El hombre cerró los ojos tratando de contenerse, tratando de mantenerse fuerte sólo por él.

—Vamos niño—mencionó dulce tomándole de los hombros para hacerlo caminar y el otro no puso resistencia—Vamos a casa.

Olle lo sabía. Ericksson no quería morir. Simplemente no encontraba razones suficientes como para continuar viviendo.

El rubio no supo en qué momento pasó todo, hasta que logró percatarse de la situación en la que ahora se encontraba. Observó el lugar que le rodeaba, una habitación enorme de paredes blancas, una cama matrimonial con sábanas de seda recién lavadas, un librero con un montón de libros repletos de polvo y una lámpara que apenas alumbraba el cuarto.
De pronto, el llamado de la puerta lo hacen aterrizar y apenas con un hilo de voz responde con un: adelante. Segundos después, está se abre, brindándole paso a una rubia más despeinada que de costumbre, quien lo duda un poco, pero aún así se adentra y sube a la cama para quedar más cerca de él.

—¿Te gusta la habitación?—se atreve a preguntar después de un lapso largo de sólo silencio.

Jimin asintió.

—Era el cuarto de mi madre cuando era una niña—continuó pasando un mechón detrás de su oreja. Mirándole directamente a los ojos.

Park creyó que la chica le daría vueltas al asunto antes de soltar la bomba que lo explotaría en mil pedazos, porque así era ella, pero en su lugar...

—No preguntaré qué pasó, mantente tranquilo—soltó tomándolo por sorpresa—Sé que, este es el momento en que menos quieres hablar al respecto.

Ella se acercó aún más, haciéndolo retroceder con nerviosismo.

—¿Sabes?

—¿Q-Qué cosa?

—Odio a las malas personas—dijo de repente—Pero, ¿Sabes que odio más que las malas personas?

—No.

—A las buenas personas.

—¿Eh?—murmuró desconcertado—Eso no tiene sentido.

—Para mi tiene todo el sentido del mundo. Todo lo bueno es difícil de lograr, y las cosas malas son fáciles de obtener. Cualquier muchacho de escuela puede amar como un loco. Pero odiar, amigo mío, odiar es un arte.

—¿A qué quieres llegar con esto, Robin?

—Si te es difícil amar, odia. Pero no dejes de sentir.

—¿Q-Qué? ¿Qué consejo es este?

Habló de que, está bien si tienes sentimientos desbordados. Está bien si te sientes infeliz, si de vez en cuando quieres gritar, eres libre de manifestar tus emociones como se te de la gana, llora, ríe, o quédate en silencio si así lo deseas. Todo está absolutamente bien, siempre y cuando, sanes.

El chico no pudo evitar mirarle con los ojos destelleándole. Nunca antes nadie le había dicho que estaba bien tan siquiera mostrarse. No era consiente de que necesitaba con urgencia esas palabras, hasta que se las dijeron.

—¿Sabes que me dice mi mamá luego de que papá se va al trabajo?—le volvió a preguntar.

—No.

—No te enamores. Nada es para siempre—soltó tranquila—Y tú dijiste que aprenderías a vivir sin el. Hablo del amor.

—¿Entonces...?

—Por eso me gusta que tú y yo no seamos nada. Tú y yo nos lleváremos muy bien, y eso quizá, pueda ser...para siempre. 

Y Ericksson lloró.
Lloró porque estaba cansado, porque se sintió conmovido, lloró debido a que no tuvo que ocultar nuevamente sus problemas para no cargárselos a los demás, lloró por que por fin, no tenía que fingir ante alguien que todo estaba bien cuando la realidad era que nada lo estaba, de tener noches de llantos y madrugadas de insomnios.

Y Robin esa noche se quedó con él hasta que se quedó profundamente dormido.
Lo vio llorar hasta que se le secaron los ojos, lo vio en su etapa más vulnerable y sabía cuán difícil debió haber sido para él mostrarse así frente a ella siendo aún desconocidos. Y aunque nunca había sido empática al respecto, se dijo así misma que guardaría su secreto. Porque atrevernos a mostrar nuestra vulnerabilidad frente a alguien, requiere de mucha valentía aunque por medio de ella se creen mágicas conexiones.

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