«3»


Música clásica resuena por todo el enorme salón compuesto por paredes blancas decoradas con grandes cuadros de pinturas que uno que otro famoso creo, retratos que encierran recuerdos suspendidos en un determinado tiempo, manteniéndose encerrados en un simple marco de madera que a simple vista parece muy costoso. Y en medio de todo ese caos, en el centro de aquel sofá de tres plazas forrado en terciopelo verde abajo de la ventana cubierta por cortinas blancas, se encuentra esa joven más rubia que un lingote de oro, sus cabellos que en grato desorden, se desparramaban por el espacio o bien caían en adorables bucles por su delgada espalda, pues la chica casi estaba en los huesos; sus ojos brillaban como luceros en aquel rostro celestial; los labios rojos y húmedos se entreabrían para dejar ver el aljófar inmaculado de sus dientes cubiertos por metal, que tanto su dentista como ella cuidaban minuciosamente. Desparramada en su totalidad, escucha su propia música con los audífonos puestos, esto, con la intención de sustituir lo clásico que sale del tocadiscos.

—Robin—le llaman, pero ella parece tan sumida en su propia realidad que no es capaz de oírle—¡Robin!—grita quitando los auriculares negros con cierto enojo.

—¡Oye!—se queja frunciendo el entrecejo de inmediato—Abuelo, estaba escuchando eso—le dice levantándose abruptamente del sofá para caminar indignada rodeando la mesa del centro.

—Un día de estos vas a quedarte sorda por escuchar esta atrocidad a la que conoces como música—le reprocho el viejito devolviéndole lo que le pertenecía—Te llame pero no escuchaste.

—Esa atrocidad o como tú lo llamas, es arte en su totalidad—murmuró desconectándolo de su celular—The Cranberries es cultura, una que los jóvenes de hoy en día no son capaces de apreciar.

—¿Cultura? Beethoven, Chopin, Mozart, Paganini ¡Serguéi Rajmáninov! Eso es cultura—corrigió alzando sus manos con exageración. Robin rodó los ojos.

El hombre camino hasta su sofá individual reclinable y tomó asiento, no sin antes prender un puro y darle una buena calada.

—Tú...quieres algo de mi, ¿No es verdad?—cuestionó la chica entrecerrando sus ojos.

—Yo no dije nada...

—¡Pero te conozco, abuelo!—expreso tumbándose al suelo, el frió traspaso a sus piernas debido a esas medias de red debajo de su falda—Te conozco mejor que nadie. Vamos, habla—pidio cruzándose de brazos en espera de.

—Bueno, me gustaría que le dieras clases de piano a un chico que llego recién a la academia, yo debo hacerme cargo del papeleo que tu abuela dejó—habló el hombre acompañado de una tos seca—Algo de paso, y si hay tiempo.

—¡Ja! Lo sabía—gritó levantándose abruptamente—¿Pero que puedo hacer? No creo que sea posible.

—Robin...

—Abuelo, ya no estoy trabajando en eso, me retiré de la música y el baile hace mucho—se excusó caminando a la salida dispuesta a irse sin siquiera mirar atrás.

—Pero querida...—espetó haciéndola detener.

—Suficiente tengo con ver lo de la bendita escuela que me tiene harta—soltó girándose nuevamente.

—Necesita tú ayuda.

—No, tú la necesitas—le recriminó encorvando una de sus cejas—El ni me conoce.

Los dos en aquella habitación se quedan callados. Cruzan miradas confidentes como si pudiesen comunicarse todo a través de ellas, Olle parece suplicante, mientras Robin quiere ser un poco más obstinada y terca. Pero, ¡Joder! Terminaría aceptando al final como siempre y su abuelo lo sabía, eso lo hacía más despreciable.

—¡Agh! ¿Quién demonios es el chico?

—Es un simple joven de bajos recursos, aparentemente, y sólo es mi suposición, tiene una vida muy dura.

—No puedo...no puedo ayudarlos.

—Robin, ¿Ahora por qué? ¿Qué excusa me pondrás ahora?

—Esos chicos son los peores. ¡Podría matarme!

—No seas mimada, tus padres no te educaron así—le regaño dejándola callada—Sólo míralo, míralo y compruébalo por ti misma. Si después de conocerlo dices que no, respetaré tu decisión.


Con pasos sigilosos camina por aquel pasillo que conduce al salón principal de la academia mientras sostiene la mano de una pequeña niña adormilada. Había reconsiderado mucho su oferta y era la más importante que había recibido, había pensado mucho sobre si llevar a su hermana o avisarle a su madre, y terminó en un teléfono público a las siete de la mañana.

Conforme más se adentraba, la distinguida melodía de las teclas entraba a sus oídos como si fuese el canto de un ángel. Y al llegar, observó a un verdadero ángel quien era el responsable de tal sonido. Ella se detuvo al instante en que lo vio llegar, le miró con esos ojos de pistola como le decía su abuelo, y esa expresión cambió a una más desconcertante cuando observó a quien lo acompañaba.

—Buen día—habló sintiendo que las miradas de ambos le traspasaban el cuerpo, y no era él único, su hermanita tan intimidada procedió a esconderse detrás suyo.

—Buenos días—expresó el hombre acercándose con una gran sonrisa en el rostro—¿Pero quién es esta dulce pequeña?

—Ella es Annika, mi hermana—explicó Jimin—Descuida Annie, el no va a hacerte daño.

La niña salió aún tímida y se acercó un poco al viejito.

—Lamentó si los molesto o incómodo por no avisar que la traería, fue de último momento—continuó el rubio bajando hasta su altura para acomodarle la chamarra que se le estaba cayendo—Mamá vendrá por ella en un rato.

—No, no. No es para nada molesto—expresó Olle sin poder evitar no cargarla—¡Wow! Eres igualita a Robin cuando era tan sólo una niña.

—Mmm, holaaaa—expresó la chica sentada en el piano—También existo.

—Ah, si—continuó Olle restándole importancia a todo aquello que no fuera la niña en sus brazos—Jimin, ella es mi nieta, Robin Holmqvist. Estará a cargo de tus clases un tiempo.

—Bueno, aún no es seguro—contestó la rubia acercándose hasta Ericksson para quedar cara a cara y luego estiró su mano—Pero dime sólo Robin, evita decir mi apellido a toda costa, más si vamos por ahí recorriendo las calles de Estocolmo.

—Claro, mmm yo soy Jimin o Ericksson o Park, en realidad no me molesta la manera en que decidas llamarme—contesto el chico correspondiendo tal apretón de manos.

Jimin se detuvo a mirarla un momento, sus facciones para nada grotescas, su nariz respingada con una que otra peca encima, esas dos líneas que tenia por labios, tales metales que alineaban sus dientes, esa sombra guinda que parecían dos simples manchas alrededor de sus ojos verdes y una postura imponente. La vestimenta que llevaba puesta no era muy diferente a la de un arlequín acompañada de un collar que parecía iba a ahorcarla, ese que hacía una perfecta combinación con sus calcetas blancas abajo de sus sandalias minimalistas en color rojo.
«Es rara, de hecho es muy rara» pensó.

—Muy bien, estaremos en tu oficina—hablo la chica caminando descuidada hasta ella, luego de llamar al rubio con su dedo índice.

—¿E-en su oficina? ¿Usted no vendrá con nosotros, señor Guidetti?—cuestionó Park sintiendo como los nervios crecían con lentitud dentro suyo.

—Robin quiere, conocerte—explicó sacando una piruleta de su bolsillo para brindársela a la hermana del muchacho—Descuida, no es tan terrorífica como se ve.

—¡Ey tú, Jimy o lo que sea!—escucho el grito de la chica haciéndolo sobresaltar.

—Suerte—murmuró el viejito—Yo me quedare aquí con Annie, para hacerle compañía.

El otro no respondió nada, sólo se limitó a resignarse y caminar hasta la oficina donde una Robin de brazos cruzados y ceño fruncido ya se encontraba esperando. Cuando entro, la rubia le indicó con la mirada que tomara asiento frente a ella y por supuesto así lo hizo. El silencio reino después, la mirada tan penetrante de la joven lo desgastaba, y Ericksson hacía todo lo posible por evadirla a toda cosa.

—Así que...—habló después de un largo tiempo—¿Por qué estás aquí?

—Por qué tu abuelo me lo pidió—respondió luego de aclararse la garganta.

—Oh, ¿De verdad?—expresó levantando exageradamente ambas cejas, y Park pudo diferenciar el sarcasmo en el tono usado.

—No vas a ayudarme—dijo por fin atreviéndose a mirarle—Sólo aceptaste verme porque el señor es buena persona y te lo pidió....Lo sé, puedo ver a través de ti. ¿Quién ayuda a un chico perdido y sin estabilidad económica? Debes pensar que estoy loco—murmuró jugueteando con sus manos.

—Yo no pienso que estés loco. Sé que lo estás—continuó la chica levantándose, para luego sentarse una vez más pero ahora sobre el escritorio—Lo preguntaré una vez más, ¿Que haces aquí? No fue porque mi abuelo te ofreció una gran oportunidad, el siempre es caritativo con todos, tampoco es como si la música te interesase mucho, porque muy bien sé, que no es así. ¿Entonces?

—Quiero mejorar.—espetó tomándola por sorpresa—Quiero superarme. Quiero darle una buena vida a Annika, esa que siempre se mereció.

El tiempo siguió pasando, el señor Guidetti caminaba de un lado al otro en el salón con una Annie siguiéndole divertida con la mirada mientras lamía su paleta. Este se detuvo cuando escuchó la puerta abrirse y con prontitud se acercó, observando a su nieta salir con sus manos en la espalda y la mirada divagando por el lugar.

—¿Y?—indago.

—Lo haré—soltó suspirando derrotada—Pero sólo, hasta que tú arregles todo lo de mi abuela.

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