Capítulo 9:

Luna me despertó con insistencia pero que Denia abriera las cortinas solo provocó que me enterrara con mayor profundidad en las sábanas.
- No puedes demorarte. Debes llegar al desayuno a tiempo - insistió Luna.
- ¿Estás con resaca? - preguntó Denia.
- No me juzguéis - gruñí con un terrible dolor de cabeza.
- Espero que no montaras escenita de borracha - me regañó Luna.
- No... Fue cuando me marché de la fiesta.
- Hemos oído que te fuiste antes porque estabas indispuesta - dijo Luna.
- Lo cierto es que me agobie bastante. El príncipie Jaime me encontró y me ayudó. Y nos fuimos del baile robando un par de botellas.
- ¿Que hiciste qué? - preguntaron ambas al unísono.
Aunque cada una uso un tono. A Denia le brillaban esos ojitos de adolescente emocionada por el cotilleo mientras que Luna negaba con la cabeza entre suspiros.
- Vamos a bañarte. Ya hemos preparado las sales de melocotón, el champú y el jabón - me apresuró Luna.
- ¿Y qué tal con el príncipe? He oído que es muy simpático. ¡Hasta con el servicio!
- Es encantador. Fue muy amable en ayudarme. Y también un buen compañero para beber - dije aun cansada mientras me medio arrastraban al baño.
El agua caliente me relajó y me dieron ganas de dormirme allí mismo.
- Cuéntame más, porfa. Alguna cosa del baile. O del príncipe. De cualquiera de los dos - me pidió Denia.
- Yo antes quiero saber si estás bien. ¿Por qué te agobiaste? ¿Pudiste solucionarlo? - me preguntó Luna humedeciendo el pelo para lavarlo.
- Sí, no os preocupéis. Es solo que había mucha gente, era un espacio cerrado y ya llevaba muchos cambios en un día - le tranquilicé.
Bostecé ampliamente lo que Denia aprovechó para meterme el cepillo de dientes. Me los fui lavando mientras Luna terminaba con mi pelo y cuando terminé, escupí en un pequeño cuenco metálico. Denia me trajo agua para aclararme la boca y Luna me ofreció una toalla. Me envolví en la toalla y me enjuagué antes de ponerme una fina bata para ir al cambiador.
- Creo que usaré el de encaje negro que me prové ayer - decidí.
No me apetecía mucho pensar y ver tantos colores hacía que me dieran vueltas la cabeza.
- Luna, recoge la habitación mientras la visto.
Me ayudó con el corset y después a embutirme en el vestido. Finalmente seleccionó unas zapatillas de charol sin nada de tacón.
- He encontrado esto - dijo Denia entrando al vestidor con algo dorado en la mano.
Las tres ojeamos el anillo dorado con el escudo de la familia real y supimos al instante de donde había salido. Jaime.
- Me encargaré de devolvérselo - dije colocándolo en una cadenita dorada y colgándomelo al cuello.
- Entonces vayámos al desayuno o llegarás tarde.
Me acompañaron hasta el comedor. Esta vez sabía donde sentarme y parecía que la mayoría estaban ya allí. La familia real tampoco tardó mucho en entrar. Todas nos levantamos y realizamos una reverencia. En cuanto se sentaron les imitamos. El desayuno estaba delicioso aunque me pareció algo excesivo en cantidad. El zumo de naranjas era ligero y dulce, y había una macedonia de lo más deliciosa. También sirvieron huevos con bacon y salchichas, y unas tortitas con chocolate y caramelo. Pensaba que iba a explotar. Lo único que había echado en falta era el café. Esa bebida de los dioses me había salvado más de una vez y el fuerte olor y sabor eran increíbles. Preferí no cagarla preguntando. Ya tenía dos damas de compañía con las que meter la pata para saber que hacer y que no. Debido a las ligeras nauseas por lo de la noche anterior, no desayuné en exceso y tardé bastante menos que la familia real. Alcé la vista hacia la mesa principal donde Jaime parecía aún más cansado que yo. Se apoyaba en una mano para sujetar el peso de la cabeza y escudriñaba todo con la mirada. Entonces mi mirada pasó a Nathaniel. Tenía la cabeza agachada y miraba su plato con desganas. No había que ser un genio para notar que algo le sucedía. El rey estaba concentrado en su desayuno y la reina hablaba con su hija mientras la limpiaba algún resto de comida de la mejilla. El desayuno tardó más en finalizar de lo que me habría gustado. Seguía pendiente de la familia real para tratar de devolverle a Jaime su anillo. Lo que llamó mi atención fue como el rey cogió a su hijo por el brazo con algo de brusquedad y se inclinó a susurrarle algo. Nathaniel asintió y en vez de abandonar la sala por donde de costumbre, se acercó a la pelirroja e hizo una reverencia.
- Parece que ella es la primera - susurró alguien a mi espalda.
Me giré y me encontré con una chica de piel oscura y cabellos negros pero con unos brillantes ojos azules. Llevaba un vestido azul y dorado que la hacía precer toda una reina.
- Perdona, creo que no nos conocemos - contesté.
- Soy Mika.
- Calíope - respondí tendiéndole la mano.
- Sí, lo sé. Lo cierto es que ya se habla de ti por aquí.
- ¿Sí? - pregunté disgustada.
- Sí, pero no pongas esa cara. Son cosas buenas.
- Aún así no me hace mucha gracia.
- Imagino que no estás acostumbrada. Pero las de clase 6 y 7 somos las que peor lo tenemos para adaptarnos.
- Espera, ¿eres de clase 7?
- Sí - sonrió orgullosa.
- ¡Eres preciosa!
- Gracias - se rió algo tímida.
- Quiero decir, jamás lo habría deducido.
- Tú también sabes envolverte bien.
- Eso espero.
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Supongo.
- ¿Que opinas del príncipe?
- Es sinpático. Amable. Responsable. No sé muy bien que esperas como respuesta.
- Algo más personal. ¿Qué vibraciones te ha dado a tí?
- Que es un buen chico. Algo estricto pero con un corazón de oro. ¿Y a tí?
- Algo similar. Pero me parece que esta muy presionado ahora mismo.
- Es un momento importante, es lo normal.
- Por cierto, ¿tú por qué te apuntaste?
- Eres muy directa. Me gusta. Aquí casi todos dan mil vueltas antes de llegar a la cuestión.
- ¿Verdad? En cuanto empiezan con los halágos preparate porque algo viene detrás.
- ¡Sí! - me reí encantada de encontrar alguien con quien congeniar.
- Bueno, ¿entonces?
- Pues me apunté por el dinero. Para conseguir medicamentos. Mi padre está enfermo.
- Yo algo similar. Es por la granja. Hubo un incendio y mi familia aún no se ha recuperado. Con ese dinero podrían reconstruirla del todo y comprar animales nuevos.
- ¿Y te interesa ganar?
- El príncipe es un buen partido pero no creo que esté a mi altura. La buena noticia es que tengo a alguien esperándome en casa.
- Pues espero que tenga que esperar un poco más a que vuelvas. Me gustaría poder tener alguna amiga por aquí con la que no rivalizar.
- ¿Tú vas a ir a por él?
- No, para nada - me reí -. Eso sería imposible. Pero si voy a intentar aguantar bastante.
- Pues entonces estaré encantada de ser tu amiga. Debo decir que había oído que eres muy borde pero me has caído bien. Ser sincera y borde a veces está cerca.
- Tampoco suelo ser muy habladora si no me siento cómoda. Y no descartaría ser un poco borde - me reí.
- Debo prepararme para la cita. Me toca en un rato. Pero encantada de conocerte - se despidió con una amplia sonrisa.
Miré a mi alrededor. Nos habíanos entretenido hablando y solo quedaba yo. Me dirigí a la puerta por la que siempre entraba y salía la familia real y me aseguré de que nadie me veía. Bajé el pomo con cuidado y entorné la puerta. Agudicé el oído pero solo había silencio y aunque parecía entrar luz natural de algún lado, estaba principalmente a oscuras. Abrí un poco más la puerta y me topé con una pequeña salita similar a la que había al hacer la entrevista incial con Nathaniel.
- ¿Qué haces ahí? - dijo una voz casi susurrándome al oído.
Me giré con el corazón en un puño solo para encontrarme con la mirada divertida de Jaime.
- Casi me da un infarto - me quejé.
- Eso te pasa por cotilla.
- Solo quería ver que había.
- Un salita de espera. Hasta que no estamos todos no entramos. Y sería un coñazo esperar de pie.
- Menudo vocabulario, alteza.
- La resaca me suelta la lengua. Que le voy a hacer.
- Tengo algo para tí.
Me miró curioso y siguió con la vista la mano que iba al escote aunque cuando retiré el anillo sus ojos seguían perdidos en mis pechos. Me aclaré la garganta recuperando su atención.
- Gracias. Me di cuenta de que no lo tenía y por eso también estaba buscándote - explicó.
- Pues todo tuyo - le dije dejando caer el anillo y la cadena sobre su mano.
Se inclinó sobre mí y su cambio de actitud me hizo retroceder lentamente. Era la actitud de un león que acababa de encontrar una presa. Sus ojos brillaban de lujuría y no pude evitar sentir como el calor inhundaba mis mejillas.
- Debe haber algún modo de agradecértelo - susurró con voz grave.
El hecho de que solo hablar así casi sonara como Nathaniel hizo que un cosquilleo se asentara en mi estómago. Había estado con algún chico ya antes. Podía identificar la química que había aún con los ojos cerrados. Una química sin sentimiento pero muy persistente. La noche anterior me había nublado el juicio el acohol y de hecho la razón de que su anillo se perdiera fue esa química. Solo fue un beso que se alargó más de lo debido pero sería un escándalo dejarlo ir a más. Mi espalda chocó con una pared y Jaime colocó una mano a cada lado.
- Esto no esta bien - susurré bajo la presión.
- Será nuestro secreto - sonrió burlón.
Su mano comenzó a tocar la piel desnuda de mis hombros y no me pude controlar cuando mis manos se deslizaron por su nuca. Dejé que los dedos se pasearan por el cabello castaño algo largo y aunque una parte de mí me decía que no lo hiciera, otra me gritaba que adelante. Jaime dejó caer todo su peso contra mí. Mi respiración se aceleraba y se volvía cada vez más evidente.
Jaime me besó con fuerza y yo le devolví el beso con igual intensidad. Era un beso acalorado y apasionado. Los besos continuaron en la protectora oscuridad de aquella salita mientras mis manos deshacían uno a uno los botones de su camisa. Deslicé mis labios por su cuello. Jaime me acercó a él presionando sus manos en la parte baja de mi espalda y acercando su cadera hacia la mía.
- Eres sin duda la mejor Seleccionada de todas - susurró.
- ¿Solo por esto? Eres realmente fácil de complacer - bromeé.
- No es solo esto. Tu y yo somos iguales. La borrachera de anoche lo demuestra.
- Sin contar la clase, el dinero, la infancia, la familia, la vivienda principal y demás detallitos.
- Tú me entiendes - se rió buscando mis labios de nuevo.
Nos separamos de golpe cuando alguien llamó a la puerta. Jaime se levantó de un salto y abrió la puerta solo una rendija.
- Hermano, ¿has visto a Lady Calíope? - dijo Nathaniel al otro lado de la puerta.
Me incorporé de golpe y me acerqué a la espalda de Jaime.
- ¿Necesitas algo de ella?
- Solo saber si está bien. La útima noticia que tengo de ella es que anoche estaba enferma.
- Está bien no te preocupes.
- ¿Sí? ¿La has visto?
- Más o menos...
La voz de Nathaniel parecía realmente de preocupación por lo que le di un toque a Jaime para avisarle de que quería hablar con él. Se apartó ligeramente y me asomé. En cuanto me vio se lanzó a examinarme balbuceando chorradas y terminó con un rápido abrazo. Fue entonces cuando pareció darse cuenta de lo que sucedía allí dentro.
- No me lo puedo creer - bufó -. Te dije ayer que no hicieras algo así pero desde luego la que más me decepcionas eres tú - dijo señalándome claramente molesto.
- No ha llegado a tanto como te estás imaginando. Así que tranquilízate - trató de calmarle Jaime abrochándose la camisa.
- ¿Y qué se supone que te decepciona? No estoy aquí por tí y eso ya quedó claro y no pareció importante. ¿Es que ahora si quieres que me dedique a pelear con otras chicas por tí? Sabes perfectamente que esta competición la va a ganar cualquiera de las de clase 1 o 2. Asi que, ¿qué más te da? Pensaba que éramos amigos.
- No imaginaba que fueras así - su tono y su cara lo dijeron todo pero yo insistí.
- ¿Que fuera cómo exactamente?
- Una putilla barata que se abre de piernas ante el primer tío de una clase social más alta que pasa.
- Me alegra saber tu opinión - espeté -, amigo - añadí con un tono irónico.
Me dio la espalda y se marcho sin añadir nada más. Cogí un jarrón cercano que vi sin pensar, y estaba a punto de lanzárselo cuando Jaime me detuvo.
- Nada le da derecho a decirte esa burrada. Pero si le llegas a lanzar esto estarías en un lío de los de verdad. Sería considerado traición contra la corona.
Gruñí cabreada y lo pagué dando un puñetazo a la pared.
- Anda, ven. Conozco el lugar perfecto para tí.

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