Capítulo 36:
Quedaban cinco días para el baile de invierno. Cinco días para volver a verle. Planeaba mentalmente el día pensando que hacer por la tarde. El desayuno empezaría en breves y después tenía clase de historia, aunque antes quería dejar varios libros relacionados con el temario que había cogido de la biblioteca. Sabrina había sido tan amable de recomendármelos, al fin y al cabo, ella pasaba la mayor parte de su tiempo libre entre libros. Luna me cepillaba el pelo frente al precioso espejo del baño cuando alguien llamó a la puerta. No esperaba a nadie pero no sería de extrañar que Mika o Jaime estuvieran al otro lado. El vestido que llevaba era de color celeste y hecho de una suave gasa. Había comenzado a hacer frío pero el interior del placio mantenía una temperatura agradable por lo que las mangas a pesar de ser finas eran suficientes. Unas flores blancas y unas finas plumas adornaban los hombros. La tela acarició mis piernas al andar con rapidez hacia la puerta.
Abrí con una sonrisa emocionada por descubrir quien estaría al otro lado para distraerme de lo que parecía una aburrida mañana. Se me cortó la respiración al ver quien esperaba al otro lado. Nathaniel. Quise preguntarle que hacía aquí pero antes de poder decir nada se abalanzó sobre mí. Mis palabras murieron en sus labios cuando se encontraron con los míos. Tropecé ligeramente pero sus brazos me mantuvieron en el suelo. Mis manos acariciaron su rostro y su cuello y bajaron por su pecho. Noté el corazón acelerarse, la falta de aire y aunque necesitaba ese contacto me vi obligada a separarle. Miré en dirección a la puerta del baño donde Luna y Denia escondían sus sonrisas. Tras una breve reverencia, abandonaron la habitación. Me fijé en el rostro de Nathaniel y descubrí una expresión algo avergonzada. No pude evitar sonreír.
- Yo también te he echado de menos - dije dándole un suave beso en la comisura de los labios.
- Escápate conmigo - dijo acariciando mi mejilla con suavidad.
- ¿Qué? - pregunté confundida y divertida.
- Vámonos de aquí.
Tomó mi mano y me arrastró al pasillo.
- ¿No tendrías que ir al desayuno ya que estás de vuelta?
- Mi padre no sabe que me he ido.
- ¿Te has escapado? - pregunté entre risas mientras bajábamos unas escaleras a toda prisa. Su mano aún sostenía la mía con fuerza.
- Ya están empezando los preparativos para el baile. Era una buena excusa.
- Quién eres tú y que has hecho con Nathaniel.
- Debería preguntarte más bien que has hecho tú conmigo - dijo con una sonrisa de emoción.
No recordaba haberle visto tan feliz. Me recordaba a un cachorro saliendo a correr al campo por primera vez.
- Yo no he hecho nada - me defendí fingiendo estar molesta.
Frenó en seco y choqué con su pecho.
- Y por qué no consigo sacarte de mi mente.
Su aliento rozó mi piel y un cosquilleo me recorrió el cuerpo. Sentía como si todos estos días sin él solo hicieran que estar a su lado por fin fuera mucho más intenso. Me besó de nuevo con la misma pasión con la que me había besado al entrar en la habitación. Una doncella salio de una habitación a nuestro lado.
- Su alteza, lo lamento - se disculpó con una reverencia.
Nathaniel respondió con un gesto de la cabeza pero su cuerpo aún me apresaba contra la pared.
- No sé si podré aguantar otra interrupción - gruñó.
El ceño fruncido, los labios apretados. Aquella expresión molesta era casi tan extraña como la sonrisa ampliamente alegre. No podía parar de sonreír y Nathaniel pareció notarlo.
- ¿Te divierte?
- Un poco - contesté antes de besarle.
- Vámonos - dijo tomando mi mano de nuevo reanudando la marcha.
- ¿A dónde?
- A dónde sea.
Aquella confianza amplió aún más mi sonrisa. Fuera esperaba su caballo preparado. Cogió una capa oscura y la pasó sobre mis hombros antes de ponerse él la suya. Colocó sus manos en mi cintura con suavidad y me besó tiernamente. Me alzó con firmeza y me colocó en la parte de atrás del caballo. Ambos sabíamos que podría hacerlo sola pero que lo hiciera él me hizo sonreír, me hizo sentirme segura.
- Entonces, ¿a dónde vamos? - me preguntó tensando las riendas.
- Son las fiestas de invierno. No hay nada como el cacao caliente de tía Linda.
- ¿Tienes una tía?
- No - me reí -. Tú ve hacia la fuente de la sirena.
- Sí, señorita.
El paseo fue agradable aunque montar de lado hizo que me sintiera dolorida. Alternamos entre el galope y el paso pero aún no habíamos salido de la capital (todos los terrenos y mansiones de las clases 1 y 2).
- Dime que no tienes pensando llegar hasta allí a caballo - lloriqueé.
- Ja, ja, ja, no - se rió -. Pensé que sería romántico escapar a caballo.
Sonreí conmovida por su ternura. Por fin llegamos a una preciosa casa de madera con un jardín lleno de flores.
- Que bonita - murmuré.
- Es un pequeño retiro que tiene mi madre. Un regalo de bodas - comentó con aire nostálgico.
Se volvió hacia mí con una ligera sonrisa triste y extendió los brazos hacia mí. Me dejé caer y él me recogió con delicadeza. Me acomodé en su pecho notando como sus brazos me aferraban a él. Su nariz acarició mi pelo y su respiración me cosquilleó tiernamente.
- He añorado tu aroma - susurró.
- ¿Solo eso? - le tenté.
- Y tu tacto.
Sus dedos rozaron mi mejilla.
- Tu sabor.
Se acercó con una lentitud casi dolorosa hasta que sus labios alcanzaron los míos.
- Ojalá pudiera terminar ya con todo este absurdo espectáculo y poder estar contigo sin interrupciones.
Sujeto mi rostro con delicadeza entre sus manos y note como las lágrimas caían por mis mejillas.
- ¿Cómo puedes decir esas cosas con tanta facilidad?
- Porque nunca he estado tan seguro de nada como lo estoy de que quiero pasar mi vida contigo - respondió besando las lágrimas.
- Apenas hace un mes que nos conocemos. No puedes saberlo. Casi no me conoces.
- Para eso tengo toda la vida.
Sonrió con dulzura. Aquella sonrisa me transmitió tranquilidad pero por cada segundo de seguridad que me ofrecía, las dudas crecían en mi interior.
- Sé que para ti es mucho más difícil. Solo quiero que te sientas cómoda y segura. Ya cometí el error de presionarte y no quiero volver a hacerlo. Quiero que estes conmigo solo si eso es lo que tú quieres y esperaré todo lo que haga falta hasta que tomes tu decisión.
- ¿Y si no funciona? ¿Y si esto es solo... temporal?
- No voy a retenerte. Voy a asegurarme de que tengas la vida que desees, incluso si yo no estoy en ella. Y esa promesa no es temporal.
- ¿Por qué harías todo eso?
- Porque... - tomó aire nervioso y noté como su corazón latía con más fuerza - porque te quiero.
Abrí la boca confundida y sorprendida pero no salieron palabras.
- No hace falta que digas nada.
Soltó mi rostro y se alejó unos centímetros. Pensé que ese espacio me ayudaría a pensar, a calmarme, pero solo sentí el frío. Mi mano se movió por instinto y le detuvo antes de que se alejara más. Cogió mi mano con delicadeza y le dio un cálido beso antes de tirar suavemente de mí y besar también mi frente.
- ¿Por qué no vamos a por ese chocolate caliente?
Asentí y dejé que me guiara hasta el coche.
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