Capítulo 30:
- Empezaba a pensar que habías huido - dijo una voz grave a mi espalda.
Me giré y vi a Nathaniel sonriendo ampliamante. Seguramente no se contenía porque en aquel balcón solo yo podía disfrutar de esa maravillosa vista.
- Ha sido Jaime quien me ha dicho que estarías tomando el aire.
- Me sentía muy agobiada ahí dentro.
- Lamento oír eso. Pero... - aquello me hizo levantar la vista curiosa - ¿y si nos escapamos?
- ¿Puedes hacer eso?
- Jaime lo hace continuamente.
- Jaime no es el príncipe heredero.
- No, no lo es.
- No quiero meterte en problemas de nuevo.
- Ha sido idea mía.
- ¿Y a dónde podríamos huir?
- A algún lugar donde no nos encuentren.
- Algo me dice que ya tienes pensado donde.
- Así es.
Me tendió una mano y no dude en tomarla con suavidad. Tiró de mí hasta que mi pecho tocó el suyo y puso su otra mano en la parte baja de mi espalda. Dejé de respirar cuando sus labios atraparon los míos. Fue un beso muy dulce pero también muy corto.
- No sé a donde vamos pero si antes pudiera cambiarme... Etse vestido pesa una tonelada.
- Por supuesto.
- ¿Cómo piensas salir de aquí?
- Tú eres la experta.
- Nadie me mira la mayoría del tiempo. Pero a ti... como no te pongas un saco en la cabeza o saltes del balcón, dudo que puedas salir.
- Pues yo no veo ningún saco cerca - murmuró acercándose al borde del balcón.
- ¿Estás loco?
Tiré de él para alejarle de la balaustrada de mármol.
- Si no hay más opción saltaría de un acantilado por ti.
Iba a regañarle cuando escuché realmente lo que había dicho y no supe que responder. Aquello pareció hacerle gracia porque dejó escapar una corta risa.
- Eres tan adorable cuando te sonrojas - susurró alzándome la barbilla con el índice.
Aparte la mirada algo avergonzada y me sentí algo desnuda cuando no pude esconderme tras la cascada de pelo castaño que seguía recogido.
- Puede que engañes a todos con tu cara de chico bueno, pero eres lo peor - protesté aún notando las mejillas sonrojada y empujándole suavemente.
- ¿Osas ponerle la mano encima a un miembro de la familia real? - preguntó con una media sonrisa que casi habría parecido más típica de Jaime.
- ¿Y cuál es el castigo, su alteza? - le provoqué acercándome a él hasta casi rozar su cuerpo.
- Tendré que pensar en algo adecuado para un acto tan... poco adecudo para una dama.
- ¿Y quién te ha mentido tan descaradamente al decirte que soy una dama?
Sonreía divertido por aquel juego y parecía a punto de decir algo cuando un hombre nos interrumpió. Llevaba el uniforme del palacio.
- Su majestad le reclama, príncipe Nathaniel.
- Dígale que estoy ocupado - contestó volviendo a su semblante serio.
- Sí, su alteza.
Hizo una reverencia y se marchó tan sigilosamente como había llegado.
- Tenemos que irnos antes de que venga el mismo a buscarme.
Me asomé al baile y busqué una forma de salir. Sonreí con malicia cuando descubrí la mejor manera de salir de allí.
- Miedo me da tu propuesta. Sigo barajando la opción de saltar del balcón.
- Puedes ir por debajo de las mesas de los tentempiés. Con el mantel no puede verte nadie. Es como jugar en los túneles de niño.
- Digamos que no me dejaban jugar mucho de pequeño.
Noté cierta nostalgia en su voz. Pensé que era algo triste pero no me dio tiempo a responder. Se abalanzó al interior de la sala y yo le seguí apresurada.
- Iré junto a las mesas y te avisaré cuando puedas salir - le dije bajando la voz.
- Debo confesar que estoy algo nervioso.
- Tu confía en mí.
- Siempre - susurró.
Se agacho sutilmente fingiendo que limpiaba algo en el zapato y ambos vigilamos que nadie mirara en nuestra dirección. Se abalanzó bajo la mesa y como había dicho, caminé junto a él fingiendo que analizaba los entrantes.
- Lady Calíope - me saludó el rey cortándome el paso.
Realicé una reverencia algo cuestionable debido al repentino encuentro. Noté los mervios apoderarse de mi estómago.
- ¿Dónde está mi hijo? - preguntó.
Miré aleededor buscando una excusa y me di cuenta de que a pesar del distinguido color de pelo de Velvet, rojo como la sangre, no la veía por allí.
- Creo recordar que iba a buscar a Lady Velvet.
Me miró de arriba a abajo tratando de analizar si le decía la verdad y se marchó aparentemente satisfecho con la mentira. Suspiré para aliviar la presión en el pecho y noté como Nathaniel me daba unos toques en el tacón. Continuamos hasta la salida sin más intromisiones y cuando vi que nadie miraba la salida, agité el mantel para que saliera. Abrí la puerta silenciosamente y ambos nos escabullimos. A pesar de que nadie nos había visto, corrimos por los pasillos entre risas. Casi tropecé por culpa del ajustado vestido y los altos tacones pero Nathaniel me ayudó a mantener el equilibrio.
- Vamos a tardar mil años si sigues corriendo con esos - bromeó algo fatigado.
Me agaché para quitármelos cuando me cogió en brazos y me lanzó sobre su hombro. Solté un pequeño grito pero enseguida me eché a reír.
- Pero qué haces.
- Salvar una damisela en apuros.
Ambos nos reímos y enseguida llegamos a la puerta de mi habitación. Me dejó de nuevo en el suelo y me apoyé sobre la puerta de madera blanca para quitarme los tacones dorados.
- No sabes las ganas que tenía de poder estar a solas contigo - dijo aún algo fatigado por la carrera.
El corazón ya me latía con fuerza pero aquellas palabras fueron una explosión en mi pecho. Su mano me rodeó la cintura y yo me dejé llevar y me abalancé sobre sus labios. Aquel beso fue tan apasionado como el que nos dimos a escondidas tras la entrevista. Un beso de necesidad. Le necesitaba a mi lado como si aquel contacto fuera el aire que respiraba. Abrí a ciegas la puerta y caminé de espaldas para entrar. El cerró de un portazo mientras yo dejaba caer los tacones al suelo para poder pasar mis dedos por su pelo. Sus manos que se aferraban a la parte baja de la espalda, bajaron un poco más sin que yo quisiera detenerle.
- Debería cambiarme - dije casi sin aire.
Gruño ligeramente mientras se apartaba de mí y aquel sonido hizo que me cosquilleara todo el cuerpo. Me quité la capa y me solté el pelo bajo su atenta mirada.
- ¿Podrías? - le pregunté dándole la espalda para mostrar la cremallera del vestido.
Sujeté la parte delantera del palabra de honor mientras sus dedos rozaban mi piel a medida que la cremallera dejaba al descubierto toda la piel de la espalda. Caminé lentamente hacia el vestidor y le lancé una mirada. Como un león cazando a su presa, Nathaniel caminó con elegancia hasta mí y volvió a besarme. Dejé caer el vestido y apoyé mis manos en su pecho. Ya tenía la chaqueta desabrochada por lo que se la quité torpemente. Traté de desabrochar los botones pero me parecieron demasiados. Se separó ligeramente y su aliento me rozó los labios con suavidad. Se quitó la camisa sin desabrochar los botones y la dejó caer de forma descuidada. Cuando volvió a mirarme, con los ojos iluminados y las mejillas algo rosadas, se deleitó con cada rincón de mi cuerpo. Dio un paso hacia mí con sensual lentitud y rozó mi piel con las yemas de los dedos. Sus dedos se deslizaron entre mis pechos y descendieron hasta mi ombligo. Después se deslizó por mis costillas y rodeó uno de mis pechos con dulzura. Me puse de puntillas para poder alcanzar sus labios ahora que no tenía los tacones y mordí su labio inferior mientras notaba el calor de su pecho contra el mío. Nos desplazamos enredados entre besos hasta la cama y me dejé caer bajó su peso.
- No sé como eres capaz de hacerme sentir así - murmuró con la voz ronca en mi cuello.
- Yo tampoco - respondí ahitada -. Solo sé que no quiero parar.
- No podría ni aunque quisiera - respondió con una sonrisa ladeada antes de volver a mis labios.
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