Capitulo 6: "Son horribles"


Alice despertó con los primeros rayos del sol que se colaban por la ventana. Por un momento, se quedó quieta, confundida por el silencio de la casa y las paredes desnudas de la habitación. Entonces recordó dónde estaba: en la casa de Isabel, la chica que la había salvado la noche anterior.

Se sentó en la cama y frotó sus ojos cansados. Aunque su cuerpo aún estaba tenso por el incidente, se sorprendió al darse cuenta de que había dormido profundamente. Más de lo que habría esperado después de algo tan aterrador. Tal vez fue el cansancio extremo, o quizá, la presencia distante pero tranquilizadora de Isabel.

Sacó su teléfono y lo desbloqueó. Decenas de mensajes y llamadas de sus amigos aparecieron en la pantalla. Sus dedos temblaban mientras escribía un mensaje rápido para calmar sus preocupaciones:

"Estoy bien. Fue una noche complicada. Les cuento después. Estoy en casa de una chica llamada Isabel, pero estoy a salvo."

Sabía que el mensaje los tranquilizaría momentáneamente, pero no podía darles todos los detalles todavía. Guardó el teléfono en su maleta y salió al pasillo.

El aroma a café la guió hasta la cocina. Al entrar, vio a Isabel de pie junto a la barra, sosteniendo una taza de café mientras miraba el exterior por la ventana. En la barra había dos platos con huevos y tostadas, y otra taza de café. Alice sonrió, agradecida por el gesto.

—Buenos días —dijo mientras se acercaba, sentándose en un taburete que había traído de otra habitación.

—Mañana —respondió Isabel sin mucho interés, mientras llevaba la taza de café a sus labios.

Alice tomó un sorbo de su café, pero frunció el ceño.

—¿No tienes leche?

Isabel giró la cabeza hacia ella, con las cejas ligeramente levantadas.

—¿Para qué?

—Para el café, claro.

Isabel dejó la taza en la barra con un leve golpe.

—El café no necesita leche ni azúcar. Así está bien.

Alice la miró, claramente ofendida por la idea.

—¿Qué tienes en contra del café con leche?

—Que no es café.

Alice rió suavemente y tomó un poco más, aunque el sabor amargo no era su favorito.

—Bueno, no lo comparto, pero lo respeto —dijo, guiñándole un ojo.

Isabel no respondió. En cambio, volvió a tomar su taza y se apoyó contra la barra, observando cómo Alice comía con entusiasmo.

Después de un rato, Alice dejó el tenedor en el plato y levantó la vista hacia Isabel.

—Estaba pensando... ¿me rentarías una habitación?

Isabel giró los ojos de manera casi imperceptible.

—No.

Alice apoyó los codos en la barra, insistiendo.

—¿Por qué no? Dijiste que esta casa era de tu tía y que solía ser una casa de estudiantes. Eso encaja perfecto conmigo.

Isabel bebió un sorbo de café antes de responder.

—Porque hablas mucho, gritas mucho, preguntas mucho y probablemente seas problemática.

Alice ladeó la cabeza, fingiendo estar ofendida.

—¿Yo? ¡Soy la inquilina perfecta!

—Ajá.

—De verdad. Soy responsable, puntual, limpia, sé cocinar...

Isabel arqueó una ceja.

—¿Y?

Alice levantó una mano, contando con los dedos.

—Puedo hacer un split, soy muy, muy flexible, y...

—¿Para qué me sirve eso? —interrumpió Isabel, llevándose la taza de café a los labios mientras fruncía el ceño.

Alice se levantó de golpe, casi tirando el taburete, y levantó una pierna en el aire.

—¡Mira! ¡Puedo dar patadas muy alto! Podría defendernos si hay un intruso.

Isabel bajó la taza lentamente y la miró con incredulidad.

—Sí, muy confiable, considerando cómo te encontré ayer.

Sacó su teléfono, tecleó rápidamente y lo dejó en la barra, murmurando algo sobre tener que comprar otro taser mientras lo añadía a su carrito de Amazon.

Alice siguió insistiendo.

—Prometo traer muebles. Pondré una cama, una mesa, lo que sea. Te lo juro.

Isabel la miró de reojo y suspiró.

—Me dan igual los muebles. Puedes hacer lo que quieras. Pintar, decorar, poner clavos en las paredes. No me importa.

Alice abrió los ojos con emoción.

—¿Eso significa lo que creo que significa?

Isabel dejó una llave en la barra con un movimiento indiferente, como si estuviera desechando algo sin importancia.

—Cállate.

Alice brincó de emoción, gritando.

—¡Gracias! ¡Gracias, gracias, gracias! ¡No te defraudaré!

Isabel se cubrió los oídos con las manos y la miró con exasperación.

—Baja el volumen. Haces eco por toda la casa.

—¡Lo siento! —Alice respondió, aunque su sonrisa seguía siendo de pura felicidad.

Isabel se giró hacia la puerta.

—Más te vale encontrar trabajo pronto. Me debes mucho. Y si no me pagas, te echo.

Alice asintió rápidamente, todavía llena de emoción.

Recoger las cosas y el supermercado

Cuando Isabel anunció que saldría, Alice aprovechó para preguntarle cómo podía llegar a su hostel.

—¿Puedes darme indicaciones? Soy terrible con los mapas.

—Google Maps.

—Por favor... no quiero ir sola.

Isabel la miró fijamente durante unos segundos antes de suspirar.

—Está bien. Pero tengo que ir al supermercado después.

—Perfecto, te acompaño.

Recogieron las cosas de Alice sin mayor problema y se dirigieron al supermercado.

Isabel caminaba con paso firme hacia la entrada del supermercado, mientras Alice trotaba ligeramente detrás de ella, arrastrando su pequeña maleta. La puerta automática se abrió con un suave zumbido, dejando pasar un aire fresco que contrastaba con el calor de la calle.

Alice, acostumbrada a supermercados pequeños y familiares en su pueblo, se sintió inmediatamente abrumada por el tamaño del lugar. Las filas interminables de estantes bien iluminados parecían una invitación a perderse entre productos.

—¿Qué necesitas? —preguntó Isabel, agarrando un carrito de metal sin siquiera mirar a Alice.

Alice, aún distraída mirando alrededor, murmuró:

—¿Yo? No sé, quizá algo para desayunar mañana...

—Entonces toma un carrito. Yo no voy a cargar tus cosas —dijo Isabel mientras comenzaba a avanzar por el pasillo.

Alice corrió tras ella, tomando un carrito y siguiéndola con una sonrisa.

—¿No vas a llenar el carrito? —preguntó Alice, notando que Isabel solo había puesto un paquete de huevos y un litro de leche.

—¿Por qué lo llenaría?

Alice levantó una ceja, mirando los pocos productos que Isabel iba añadiendo: plátanos, café molido, una bolsa de frituras, y galletas de avena.

—Esto es... ¿todo? —preguntó Alice, genuinamente confundida.

—Sí. ¿Cuál es el problema? —respondió Isabel mientras examinaba una bolsa de papas fritas y la devolvía al estante.

—¿No vas a comprar verduras? ¿Carne? ¿Algo fresco?

Isabel suspiró y se giró hacia Alice con una expresión de leve irritación.

—No necesito nada de eso.

Alice cruzó los brazos, deteniéndose en medio del pasillo.

—No puedes vivir solo de café y galletas.

—Claro que puedo.

—¡Eso no es saludable!

—Tú tampoco eres un ejemplo de decisiones inteligentes —respondió Isabel sin perder la calma, recordándole con un tono frío cómo la había encontrado la noche anterior.

Alice abrió la boca para responder, pero optó por no decir nada. En su lugar, tomó una caja de avena y la dejó caer en su carrito.

—Entonces, si tú no compras cosas normales, yo lo haré. —Señaló mientras añadía azúcar, leche para café y un par de barras de cereal.

—¿Azúcar? —preguntó Isabel, mirándola como si hubiera cometido un crimen.

—Para el café.

—El café no necesita azúcar.

Alice rodó los ojos.

—¿De verdad tienes una cruzada personal contra el café dulce?

—El café es café. Si necesitas azúcar, probablemente no te gusta en realidad.

Alice agarró un paquete de azúcar y lo levantó frente a Isabel.

—Bueno, a mí me gusta con azúcar. Eso no es un crimen.

Isabel negó con la cabeza y siguió caminando hacia la siguiente sección. Alice empujó su carrito detrás de ella, todavía riendo.

En los pasillos

Mientras Isabel seleccionaba un paquete de café molido, Alice aprovechó para observarla más de cerca. Había algo metódico en sus movimientos, como si siempre supiera exactamente lo que estaba haciendo, pero también algo distante, como si estuviera desconectada del entorno.

—¿Siempre compras así? —preguntó Alice, tratando de romper el silencio.

—¿Así cómo?

—Rápido, eficiente, sin mirar nada más.

—No veo por qué perder tiempo —respondió Isabel, colocando el café en su carrito.

Alice no pudo evitar reír suavemente.

—Eres como un robot del supermercado.

Isabel se detuvo y la miró de reojo.

—¿Eso es un cumplido?

—Más o menos.

Alice empezó a examinar los estantes, buscando algo que realmente quisiera. Su atención fue capturada por un paquete de galletas decoradas con colores vibrantes. Lo tomó y lo mostró a Isabel con una sonrisa.

—¿Qué tal estas? ¿No te parece que alegran el día?

Isabel frunció el ceño.

—Son horribles.

Alice fingió estar ofendida.

—¡No lo son! Son lindas.

Isabel siguió caminando sin responder, lo que hizo que Alice se apresurara a seguirla con el paquete en la mano.

La caja registradora

Cuando llegaron a la caja, Alice empezó a colocar sus cosas en la banda transportadora mientras Isabel esperaba con los brazos cruzados. Los artículos de Alice incluían avena, azúcar, leche, barras de cereal y, por supuesto, las galletas coloridas. Isabel miró el carrito de Alice con desdén.

—¿De verdad vas a comer todo eso?

—Claro que sí. ¿Por qué?

—No tienes espacio para tanto.

—¡Claro que tengo! Mi habitación es enorme.

Isabel no respondió y se giró hacia la cajera, entregando su tarjeta para pagar lo suyo. Alice hizo lo mismo, pero antes de que pudiera terminar, Isabel tomó una de las bolsas de Alice y la cargó junto con las suyas.

—¿Qué haces? —preguntó Alice, sorprendida.

—Apúrate. No tengo todo el día.

Alice sonrió y tomó el resto de las bolsas, siguiéndola de regreso a casa.

De regreso a casa

Cuando llegaron, Isabel se dirigió directamente a la cocina y comenzó a acomodar la despensa. Cada artículo encontraba su lugar con precisión, como si hubiera un sistema invisible que solo Isabel entendía. Alice se quedó observándola, fascinada por la manera en que se movía con rapidez y eficiencia.

—¿Siempre eres así de metódica? —preguntó Alice mientras dejaba sus bolsas sobre la barra.

—¿Qué quieres decir?

—Como si todo tuviera un lugar exacto.

—Porque lo tiene.

Alice rió suavemente y sacó sus cosas, llevándolas a su habitación.

Sola con la sopa

Después de guardar sus cosas y responder algunos mensajes de sus amigos, Alice bajó nuevamente, esperando encontrar a Isabel en la cocina. Pero la casa estaba vacía. La única señal de su presencia era una olla de sopa en la estufa y una nota en la barra que decía: "Puedes comerla si quieres."

Alice sirvió un poco de sopa y se sentó en la barra para comer. A medida que tragaba los primeros bocados, su mente comenzó a divagar. Pensó en la noche anterior, en el callejón, en el hombre que la había atacado. Cerró los ojos, tratando de bloquear las imágenes, pero no pudo evitar que la ansiedad se apoderara de ella.

Pensó en Isabel. En su forma de hablar, en su actitud distante, en cómo parecía no importarle nada, pero siempre terminaba ayudándola. La casa, que antes le había parecido grande y emocionante, ahora se sentía vacía y fría sin Isabel.

Alice no pudo evitar llorar, sus lágrimas cayendo silenciosamente mientras trataba de consolarse con las palabras de Isabel: "Todo va a estar bien."

En ese momento, no estaba segura de creerlo. Pero quería intentarlo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top