Capítulo 5: "Es la primera vez"

La noche seguía envolviendo la ciudad con un aire gélido cuando ambas salieron del hospital. Alice abrazaba la bolsa de medicamentos contra su pecho, sus pasos vacilantes reflejaban el agotamiento físico y emocional de la experiencia. Su cuerpo temblaba ligeramente, aunque no sabía si era por el frío o por la tensión que aún no desaparecía.

Isabel caminaba a su lado, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta y la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante. Sus pasos eran firmes, casi mecánicos, Alice pensaba que era como si el cansancio no lograra afectarla. A pesar de la distancia emocional que proyectaba, su presencia tenía algo estabilizador, como un ancla que mantenía a Alice conectada con la realidad.

Alice, por su parte, sentía que poco a poco su energía regresaba, aunque todavía estaba lejos de sentirse normal. Cada vez que su mirada se desviaba hacia Isabel, un extraño consuelo se apoderaba de ella. Era difícil explicarlo: no era por las palabras, porque Isabel no hablaba mucho, ni por el gesto distante en su rostro. Era simplemente el hecho de que seguía ahí. Cuando Isabel podía haberse marchado, se había quedado. Y eso era suficiente para que Alice encontrara algo de paz en medio del caos que seguía resonando en su interior.

—Gracias... otra vez —dijo Alice en voz baja.

Isabel levantó una ceja, pero no dijo nada.

—De verdad, no sé cómo agradecerte todo esto. Si no hubieras estado ahí... no sé qué habría pasado.

Isabel exhaló con fuerza, como si ya estuviera cansada de escuchar esas palabras.

—Ya lo dijiste. Varias veces.

Alice sonrió débilmente y decidió cambiar de tema.

—¿Cuántos años tienes?

Isabel la miró de reojo, y aunque su expresión no cambió, Alice percibió un leve fruncimiento en el entrecejo.

—Veintiuno.

—¿Y a qué te dedicas?

—Hablas demasiado —respondió Isabel, su tono seco pero sin agresividad.

Alice no se inmutó y continuó, ignorando la reacción de Isabel.

—Yo estoy a punto de cumplir 20. Vine a la ciudad porque me aceptaron en un conservatorio. Estudio danza.

Alice notó cómo Isabel levantaba un poco la cabeza. Aunque no dijo nada al principio, había algo en la forma en que entrecerraba los ojos que denotaba cierto interés.

—¿Danza? —preguntó finalmente, su voz apenas audible.

Alice asintió, emocionada por el pequeño atisbo de conversación.

—Sí, es un programa increíble. Me dieron una beca del 50%. Mis padres no estaban muy convencidos, pero... aquí estoy.

Por primera vez, Isabel pareció reaccionar con algo más que indiferencia. Alice no pudo evitar notar cómo la comisura de sus labios se movió ligeramente, casi como si fuera a esbozar una sonrisa.

—Eso es... bastante impresionante —dijo Isabel, con un tono que parecía más honesto de lo que Alice esperaba.

Alice sonrió ampliamente, animada por la respuesta, y continuó hablando. Le contó sobre su pequeño pueblo, famoso por su producción de quesos artesanales, y cómo había pasado toda su vida soñando con mudarse a la ciudad. También mencionó su búsqueda de un empleo de medio tiempo y su desesperada necesidad de encontrar un lugar donde vivir.

—La verdad, no sé por dónde empezar. Apenas llevo unos días aquí y ya siento que me he metido en tantos problemas... —dijo Alice, suspirando.

—Bueno, más te vale conseguir ese trabajo rápido —respondió Isabel finalmente, su tono seco pero sin rastro de burla—. Porque te voy a cobrar intereses.

Alice soltó una risa nerviosa, recordando la conversación de antes.

—Sí, lo sé. Te pagaré todo, lo prometo.

Isabel descruzó los brazos por primera vez y se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas mientras miraba hacia la salida.

—Bueno, ahora sí, ¿dónde te estás quedando? —preguntó Isabel, rompiendo el silencio, su tono seco como siempre.

Alice dudó. Su mente dibujó rápidamente la imagen de su ropa manchada de sangre, sus pantalones rasgados y la mirada de los demás huéspedes al verla entrar. La idea la llenó de incomodidad.

—Está... no muy lejos —murmuró Alice, evitando la mirada de Isabel.

Isabel arqueó una ceja, claramente esperando más detalles.

—¿No muy lejos? Eso no ayuda. Dame una dirección.

Alice bajó la mirada al suelo y apretó la bolsa de medicamentos.

—Es que... —comenzó, pero su voz se quebró un poco—. No quiero ir sola... no todavía.

Isabel se detuvo en seco, girándose hacia Alice con un semblante que denotaba cansancio, pero también algo de incredulidad.

—¿Y qué quieres que haga?

Alice levantó la vista hacia Isabel, sus ojos brillando con una súplica silenciosa.

—Por favor... no sé, llévame contigo, o ven conmigo a mi hote. Solo esta noche. No puedo llamar a mis amigos ahora y... estoy cansada. Y asustada.

Isabel suspiró profundamente, inclinando un poco la cabeza hacia atrás como si intentara contener su paciencia.

—Alice... —comenzó, pero al mirar la expresión de la chica, algo en sus palabras pareció detenerse.

Alice tragó saliva, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir de nuevo. Isabel apretó los labios, su postura rígida, y finalmente sacudió la cabeza en señal de rendición.

—Está bien. Pero solo esta noche —dijo Isabel con un tono que parecía querer dejar claro que no era algo negociable.

Ambas subieron a un taxi que Isabel detuvo con un breve gesto de la mano. Alice entró primero y se hundió en el asiento trasero, abrazando la bolsa de medicamentos como si fuera un escudo. Isabel cerró la puerta tras de sí y le indicó la dirección al conductor con voz tranquila, antes de cruzar los brazos y mirar por la ventana.

Cuando el taxi arrancó, Alice se atrevió a preguntar:

—¿Está muy lejos?

—No mucho. Pero vas a pagarme la mitad del taxi —respondió Isabel sin apartar la mirada de la ventana.

Alice sonrió débilmente.

—Claro. Lo que sea.

El viaje transcurrió en silencio, con Alice lanzando miradas rápidas hacia Isabel, quien parecía completamente perdida en sus pensamientos. Las luces de la ciudad pasaban rápidamente a través de la ventana, creando un juego de sombras en el rostro inexpresivo de Isabel.

El taxi se detuvo frente a un edificio completamente blanco. Alice se inclinó ligeramente para mirar mejor, sus ojos recorriendo la fachada simple pero elegante. Había una gran puerta en el centro y pequeñas jardineras en las ventanas del primer piso.

—Es bonito —comentó Alice mientras Isabel pagaba al taxista.

Isabel no respondió. Simplemente abrió la puerta del edificio y entró, esperando a que Alice la siguiera.

El interior era igual de blanco que el exterior. Las paredes inmaculadas parecían reflejar la luz tenue de una lámpara en la entrada, y el sonido de sus pasos resonó de inmediato, amplificado por la falta de muebles. Alice miró alrededor, notando que el espacio era enorme, casi desproporcionado para lo vacío que estaba.

—¿Te acabas de mudar? —preguntó Alice mientras sus pasos sonaban con eco en el pasillo.

Isabel subió los hombros con indiferencia.

—Hace un par de meses.

—¿Eres rica? —insistió Alice, tratando de sonar casual.

Isabel se detuvo un momento y giró levemente la cabeza hacia Alice, su mirada neutral pero ligeramente cargada de aburrimiento.

—Siguiente pregunta.

Alice rió suavemente, pero paró en seco, el eco resonaba por todas partes, aunque no pudo evitar sentir curiosidad.

—Entonces... ¿por qué no tienes muebles?

Isabel subió las escaleras con pasos lentos pero seguros. Su voz resonó en el espacio vacío cuando respondió:

—No los necesito.

Alice observó las escaleras que subían en espiral, completamente blancas, y luego el pasillo del segundo piso, donde cada paso parecía retumbar con una contundencia casi intimidante.

—Es demasiado espacio para una sola persona —comentó Alice mientras seguía a Isabel.

—Lo sé.

—¿Y no has pensado en rentar habitaciones?

Isabel se detuvo frente a una puerta, sacando una pequeña llave del bolsillo de su chaqueta.

—Esta casa era de mi tía. Solía ser una casa de estudiantes. Mi tía amaba las bellas artes. La idea es que, eventualmente, vuelva a serlo.

Alice sonrió, sintiéndose más cómoda con la idea.

—Entonces... ¿me rentas una habitación?

Isabel abrió la puerta y encendió la luz, revelando una habitación completamente vacía excepto por una cama. No había sábanas, almohadas ni nada más. Pero la ventana grande dejaba entrar una vista hermosa de la ciudad iluminada.

—Voy por sábanas —dijo Isabel, ignorando por completo la propuesta de Alice.

Alice no se rindió.

—En serio. Me puedes rentar una habitación. Seré una buena inquilina, lo prometo.

Isabel salió al pasillo, y Alice la siguió, observándola abrir un clóset y sacar un par de mantas. Isabel le tendió las mantas y la observó con una ceja arqueada.

—Tu nariz se está poniendo morada.

Alice se tocó la nariz con cuidado, haciendo una mueca de dolor.

—¿Lo tomaré como un tal vez? —insistió Alice mientras Isabel le lanzaba las mantas, claramente cansada de la conversación.

—Ya veremos —respondió Isabel, su tono neutro, mientras volvía al pasillo.

Dentro de la habitación, Isabel señaló una puerta que llevaba al baño.

—Ahí puedes bañarte. Traeré cosas para ti.

Alice parpadeó, sorprendida.

—¿En serio? Gracias.

Poco después, Isabel regresó con una toalla que olía a lavanda, un jabón nuevo, champú, gel de ducha y varios productos más que parecían caros. Alice los miró con los ojos muy abiertos.

—Esto es demasiado... gracias.

—Solo báñate.

Además, Isabel le entregó una blusa gigante.

—No tengo otra cosa. Lo siento.

Alice negó con la cabeza, sonriendo.

—Está bien, es perfecto. Gracias.

En la ducha, Alice dejó que el agua caliente cayera sobre su cuerpo, limpiando los rastros de la noche caótica. Mientras se enjabonaba, su mente repasaba todo lo que había sucedido: el miedo, el callejón, Isabel. No podía entender por qué alguien que parecía tan distante había hecho tanto por ella.

Cuando terminó, se puso la blusa que Isabel le había dado y salió al pasillo. La encontró en un pequeño balcón en el segundo piso, con los brazos apoyados en la barandilla, mirando la ciudad brillar en la distancia.

—Es una vista hermosa —dijo Alice, acercándose.

Isabel señaló una mesita con un plato y un vaso.

—Ahí tienes. Sándwich, jugo de manzana, papas.

Alice se sentó y tomó un bocado del sándwich. No se había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta ese momento.

—Gracias... por todo. De verdad.

Isabel no respondió de inmediato. Seguía mirando la ciudad, su rostro iluminado por las luces distantes.

—Eres una persona realmente maravillosa, eres amable, cálida y linda —dijo Alice de repente.

Isabel la miró con una expresión que parecía una mezcla de sorpresa y desconcierto.

—Es la primera vez que alguien dice algo así de mí —respondió Isabel, su tono casi indiferente mientras tomaba un sorbo de su vaso.

Alice frunció el ceño.

—¿Entonces no piensas que lo eres?

—No.

Alice sonrió ligeramente y tomó un sorbo de jugo.

—¿Crees que alguien no amable salvaría a una desconocida, la acompañaría al hospital, le pagaría la cuenta médica, la llevaría a su casa, le prestaría ropa y le haría de cenar a las tres de la mañana?

Isabel la miró fijamente, como si estuviera pensando en una respuesta. Finalmente, una leve sonrisa cruzó su rostro, una que Alice interpretó como melancólica.

—Hablas demasiado —respondió Isabel, antes de girar la mirada hacia las luces de la ciudad - Tla vez simplemente soy tonta.

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