Capitulo 2: "todo va estar bien"
Alice salió de la estación del metro justo cuando el cielo comenzaba a oscurecer. La luz del atardecer pintaba las calles con un tono naranja que, lejos de parecer cálido, hacía que las sombras crecieran y se alargaran de manera inquietante. Un aire frío le acarició los hombros desnudos, recordándole que su suéter amarillo no era suficiente para la noche que se avecinaba. Ajustó la tira de su bolsa y apretó el papel con las indicaciones que Dan le había dado, mirando a su alrededor.
Frente a ella se alzaba la glorieta con el monumento al hombre a caballo, imponente y solitario en medio del bullicio de la ciudad. Era la escultura más grande que Alice había visto en su vida, con una figura majestuosa y severa que parecía observarlo todo desde lo alto. Por un instante, Alice se detuvo, maravillada por el detalle del caballo y el jinete, ambos esculpidos con una precisión que le hizo olvidarse por un momento del cansancio en sus pies.
—A ver... —murmuró, sacando el papel con las indicaciones y leyendo de nuevo—. Desde la glorieta del caballo, sigo derecho por esa calle...
Frunció el ceño mientras trataba de orientarse. A su derecha, una avenida llena de coches rugía con el tráfico de la hora pico. A la izquierda, una fila interminable de edificios altos y grises proyectaba sombras que devoraban las banquetas. Frente a ella estaba la calle que debía tomar, pero no se parecía en nada a lo que había imaginado. Era más estrecha y mucho más oscura, con faroles que titilaban como si estuvieran a punto de apagarse.
"Solo son unas cuadras", pensó, obligándose a seguir adelante. Pero el nudo en su estómago se apretaba con cada paso que daba.
Las primeras cuadras no fueron tan malas. Había algunas tiendas abiertas y un par de restaurantes con luces cálidas que se filtraban por las ventanas, iluminando la acera. Las conversaciones de los comensales llegaban hasta ella, mezclándose con el tintineo de platos y cubiertos, y eso le daba algo de consuelo. Sin embargo, cuanto más se adentraba en la calle, más cambiaba el ambiente.
Las luces comenzaron a desaparecer, y con ellas, las personas. Las tiendas y restaurantes dieron paso a fachadas descuidadas, con ventanas cubiertas por grafitis y puertas cerradas con candados. Un olor desagradable, una mezcla de basura y algo agrio que no podía identificar, se apoderó del aire.
Alice se llevó una mano a la nariz, intentando bloquear el hedor mientras ajustaba el suéter sobre sus hombros. Sus sandalias comenzaban a apretarle los pies, y con cada paso sentía cómo las delgadas tiras le cortaban la piel.
"Solo un poco más", se dijo, tratando de calmarse. Pero todo en su cuerpo le gritaba que algo estaba mal.
Vio a un grupo de mujeres apoyadas contra una pared en la distancia. Llevaban ropa ajustada y tacones altos, y fumaban mientras hablaban en voz baja. Una de ellas levantó la vista al verla pasar, esbozando una sonrisa burlona que hizo que Alice apretara el paso.
"Todo estará bien, todo estará bien", se repetía una y otra vez, como un mantra.
Sin embargo, el mantra no fue suficiente para calmar el escalofrío que recorrió su espalda cuando escuchó pasos detrás de ella. Se giró rápidamente, pero la calle estaba vacía. Aceleró el ritmo, sintiendo cómo el corazón comenzaba a golpearle el pecho.
Los pasos se escucharon de nuevo. Más cerca.
Antes de que pudiera reaccionar, unas manos fuertes la apresaron por los brazos y la tiraron hacia atrás con brusquedad.
Alice gritó, pero una mano áspera cubrió su boca, apagando el sonido antes de que pudiera salir. Luchó con todas sus fuerzas, pataleando y moviendo los brazos, pero el hombre que la sujetaba era demasiado fuerte. Sintió cómo la arrastraban hacia un callejón estrecho y oscuro, y el pánico se apoderó de ella.
Su cabeza se estrelló contra el pavimento cuando la arrojaron al suelo. El impacto fue seco, brutal, y por un momento todo dio vueltas. Un pitido agudo resonó en su mente, como un eco que no se detenía, distorsionando el mundo a su alrededor. Trató de enfocar la vista, pero el rostro del hombre se veía borroso, como una sombra que se movía demasiado rápido para seguirla.
El cuchillo apareció frente a ella, su brillo metálico cortando la poca luz que llegaba al callejón.
Alice intentó arrastrarse hacia atrás, pero sus piernas no respondían. Cerró los ojos con fuerza, esperando el dolor, pero lo que llegó fue un ruido diferente.
Un golpe seco.
El pitido en su cabeza disminuyó lo suficiente para que pudiera abrir los ojos. Lo primero que vio fueron unos ojos azules. Seguros, fuertes, como un ancla en medio del caos.
Era ella.
Alice la reconoció al instante, aunque su mente aún no podía procesar cómo alguien tan pequeña, con el cabello atado en una coleta alta y esas ojeras tan marcadas, podía inspirar tanta seguridad. La chica sostenía un taser en la mano derecha, su postura firme como si esto fuera algo que hacía todos los días.
Por un momento, Alice pensó que debía estar soñando. Pero no era un sueño. Era real. Y aquellos ojos azules no la miraban con burla ni con preocupación; había algo más ahí, algo que Alice no sabía cómo interpretar. Era como si la observara buscando algo, evaluándola, aunque no podía imaginar qué pasaba por su cabeza. Nadie la había mirado así antes.
Pero no había tiempo para pensar en eso.
La chica bajó el taser y la tomó por la muñeca, con una fuerza que Alice jamás habría esperado de alguien tan pequeña.
—¡Levántate! —ordenó, sin molestarse en mirarla.
Alice apenas tuvo tiempo de reaccionar. Sus piernas comenzaron a moverse automáticamente mientras la joven la guiaba a toda velocidad fuera del callejón. Sus sandalias le lastimaban los pies con cada paso, cortándole la piel y haciéndole sentir como si estuviera caminando sobre brasas. Pero no soltó la mano de la chica. Había algo en la firmeza de su agarre que le daba un extraño sentido de seguridad, como si esa fuerza pudiera mantenerla a salvo de todo.
No sabía cuánto habían corrido ni hacia dónde. El mundo se había reducido al sonido de sus pasos apresurados, el eco de su respiración y la sensación de su mano siendo arrastrada por alguien que no parecía dispuesta a detenerse.
Cuando finalmente se detuvieron, Alice apenas podía mantenerse en pie. Sus pies dolían como nunca antes, y las piernas le temblaban por el esfuerzo. Se inclinó hacia adelante, tratando de recuperar el aliento, mientras sentía el sudor correrle por la frente.
—Siéntate —dijo la chica, girándose hacia ella por primera vez.
Alice apenas tuvo tiempo de responder antes de que sus piernas fallaran y se dejara caer al suelo. Su nariz le latía con un dolor punzante, y cuando levantó la mano para tocarla, vio manchas de sangre en sus dedos.
—¿Estás bien? —preguntó la chica, su voz aún carente de emoción.
Alice no respondió. Simplemente negó con la cabeza mientras las lágrimas comenzaban a correrle por las mejillas.
La chica suspiró y sacó un paquete de pañuelos de su bolsa. Se arrodilló frente a Alice, sosteniéndole suavemente el rostro mientras presionaba un pañuelo contra su nariz.
—Presiona aquí —indicó, colocando las manos de Alice sobre el pañuelo.
Alice no pudo contenerse más. Rompió a llorar desconsoladamente, los sollozos sacudiendo su cuerpo mientras todo el miedo, el dolor y la tensión se derramaban de golpe.
La chica se quedó inmóvil por un momento, como si no supiera qué hacer. Miró a su alrededor, sacó su teléfono y comenzó a marcar un número.
—Voy a llamar a la policía —le dijo, observando cómo Alice seguía llorando en el suelo.
El teléfono sonó un par de veces antes de que alguien respondiera. La chica dio la dirección rápidamente, su tono tan calmado que parecía irreal dadas las circunstancias.
Colgó y volvió a mirar a Alice.
—Todo va a estar bien —dijo, y aunque su tono seguía siendo inexpresivo, había algo en esas palabras que logró traspasar la pared de pánico de Alice.
Alice la miró a través de las lágrimas, todavía temblando, todavía confundida. No sabía quién era esa chica, ni por qué la había ayudado, pero en ese momento, parecía la única persona en el mundo que podía mantenerla a salvo.
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