Capítulo 1: "No importa"
El vagón del metro estaba abarrotado, y el calor que desprendía la multitud hacía que Alice sintiera que su elección de ropa había sido un error. Llevaba unos pantalones amarillos de tiro alto, una blusa sin tirantes con rayas pastel, unas sandalias femeninas de tacón bajo atadas al tobillo con delicadas cintas, y, para rematar, un suéter amarillo claro que colgaba despreocupadamente de sus hombros. El conjunto le parecía perfecto esa mañana: alegre, ligero y lleno de vida, un reflejo de la emoción que sentía por su nuevo comienzo en la ciudad. Pero ahora, entre los empujones y el caos del metro, no solo destacaba, sino que sentía que no encajaba en absoluto.
De pie, aplastada contra una pared metálica, Alice intentaba mantener el equilibrio mientras la enorme bolsa que cargaba se le resbalaba del hombro. Sus sandalias, aunque bonitas, no le daban apoyo suficiente para sostenerse entre las corrientes humanas del vagón. Cada vez que alguien la empujaba, tenía que agarrarse de lo que tuviera cerca para no perder el equilibrio.
El aire estaba cargado. Olía a humedad, a metal oxidado y a algo rancio que Alice no podía identificar. Por más que intentaba respirar con calma, cada bocanada de aire parecía aferrarse a su garganta. La sensación de encierro era abrumadora, y los murmullos y conversaciones ininteligibles que resonaban en el vagón se mezclaban con el chirrido de las ruedas sobre los rieles, formando un ruido de fondo ensordecedor.
"Por fin, mi parada", pensó al escuchar el anuncio metálico de la siguiente estación. Miró la señal luminosa del vagón, tratando de confirmar que estaba en el lugar correcto, pero el movimiento de las personas la desorientó. Su corazón comenzó a latir más rápido. Se apresuró hacia la puerta, pero los empujones hicieron que el movimiento fuera torpe y desesperado.
—¡Me bajo aquí, yo bajo aquí! —gritó, pero nadie la escuchó. La corriente humana parecía moverse con una fuerza propia, arrastrándola sin importar cuántas veces alzara la voz.
Finalmente, con un par de empujones y un leve pisotón, logró salir al andén. Apenas había dado unos pasos cuando tropezó. Sus pies derraparon torpemente en las delgadas suelas de las sandalias, y en un instante cayó de rodillas, estrellándose contra el suelo.
El golpe resonó como un eco en su pecho, pero lo peor no fue el dolor. Lo peor fue sentir las miradas. A su alrededor, algunos la observaron con discreción, otros rieron sin molestarse en disimular, y la mayoría simplemente la ignoró. Papeles y hojas sueltas salieron volando de su bolso y se dispersaron por el andén como si intentaran huir de ella.
El frío del suelo le recorrió las manos y las rodillas desnudas. Intentó recomponerse rápidamente, luchando contra el calor que subía a su rostro. Su chaqueta amarilla ahora parecía fuera de lugar, y por un instante deseó ser invisible.
—Tranquila, tranquila, no es nada —murmuró para sí misma, aunque su voz temblaba.
Comenzó a recoger los papeles rápidamente, tratando de ocultar su vergüenza, cuando notó un movimiento en su visión periférica. Una figura se agachó frente a ella, recogiendo una hoja doblada con un gesto sorprendentemente cuidadoso.
—¿Estás bien? —preguntó una voz.
Alice levantó la mirada y, por un momento, olvidó cómo respirar.
Era una joven algo más baja que ella, delgada, con el cabello de un rubio tan claro que casi parecía plateado bajo la luz artificial del metro. Lo llevaba atado en una coleta alta, dejando a la vista su rostro pálido y terso. Había algo en sus rasgos: las facciones delicadas, las ojeras marcadas que contrastaban con su piel y esos ojos azules intensos que no mostraban emoción alguna. Por un momento, Alice pensó que parecía una modelo en una sesión fotográfica... o un vampiro salido de una novela.
Pero entonces reparó en su estatura. Era bajita. La idea le resultó tan discordante con su apariencia imponente que tuvo que apartar la mirada para no reír nerviosamente.
La joven llevaba un atuendo simple pero práctico: pantalones negros que caían rectos sobre unos tenis Converse gastados, una camiseta negra y una camisa de mezclilla azul amplia que le cubría los brazos. En comparación con los colores vibrantes de Alice, su estilo era discreto, funcional y algo intimidante en su sencillez.
Alice se quedó mirándola, boquiabierta, mientras la joven recogía otra hoja y se la tendía.
—¿Estás bien? —repitió, y esta vez su tono sonó más firme.
—¡Sí! —respondió Alice, demasiado alto y demasiado rápido. Se puso de rodillas de un salto, sintiendo cómo el rubor subía a sus mejillas. Sus manos se movieron torpemente mientras recogía el resto de los papeles—. Estoy bien.
La joven la observó por un instante, inmóvil. Sus ojos seguían fijos en Alice, y aunque su tono había sido neutral, su postura reflejaba cierta impaciencia, como si estar ahí fuera una molestia.
—Deberías vestirte mejor para la ciudad.
Alice parpadeó, confundida, y miró su ropa. Sus pantalones amarillos, su blusa de rayas pastel, sus sandalias y el suéter amarillo que colgaba de sus hombros parecían estar perfectamente bien.
—¿Qué tiene de malo mi ropa?
La joven suspiró, como si explicarlo fuera un esfuerzo innecesario.
—Es un grito de "no pertenezco aquí". La ropa es bonita, pero no es práctica. Es como si te hubieras vestido para una sesión de fotos, no para sobrevivir aquí.
Alice bajó la mirada a sus sandalias. Le encantaban por lo ligeras y femeninas que eran, pero ahora, mientras le apretaban los pies y no le daban estabilidad, parecían un error enorme.
—Oh... bueno, no pensé que fuera tan obvio... —murmuró Alice, tratando de excusar su apariencia.
La joven alzó una ceja, como si no tuviera paciencia para explicaciones.
—Deberías pensar más en cómo te ven los demás. Aquí no puedes darte el lujo de parecer vulnerable. —Su tono era serio, pero sus ojos parecían reflejar algo parecido al fastidio, como si estuviera harta de algo que Alice no entendía del todo.
Por unos segundos, ninguna dijo nada. La joven le tendió los últimos papeles, y Alice los tomó, con las manos temblando ligeramente.
—Gracias por ayudarme —dijo Alice en voz baja.
—No hay de qué —respondió la joven, pero ya se estaba levantando, girándose hacia la multitud.
—¡Espera! —gritó Alice de repente, como si el impulso de no perderla fuera más fuerte que su vergüenza—. ¿Cómo te llamas?
La joven se detuvo apenas un instante, pero no giró la cabeza.
—No importa. Ten cuidado. —Y sin más, desapareció entre la gente.
Alice se quedó inmóvil, observando cómo aquella figura se fundía con el flujo interminable de personas. Por más que tratara de seguirla con la mirada, era inútil. En cuestión de segundos, era como si aquella joven nunca hubiera estado allí.
"Maldición", pensó Alice, mirando los papeles arrugados en sus manos. "Ahora que encontré a alguien que parecía saber cómo funciona este lugar, la pierdo".
Con un suspiro pesado, se levantó, sacudiéndose el polvo de los pantalones amarillos y ajustando el suéter sobre sus hombros. A pesar de la incomodidad de las sandalias, comenzó a caminar hacia la salida de la estación, siguiendo las indicaciones que Dan le había dado
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