Capítulo XXXIV

Dentro del cuarto, la penumbra era la principal espectadora, la compañera infame, de las aterrorizadas féminas. Fuera, agudos gritos de espanto y martirizantes gemidos de agonía protagonizaban la ignorada tragedia.

Vanos habían sido los esfuerzos  de la joven governess y a su anciana compañera, para intentar abrir la puerta que las mantenía cautivas. La misma parecía haberse fundido con el marco y este yacía amalgamado al muro de piedra.

Tal era aquella fatídica aleación que Miss Clarke se había quedado con el picaporte en la mano, mismo objeto que apretaba cada vez que un nuevo alarido atormentaba sus oídos.

Sin embargo, lo peor de estar aislada era imaginar lo que estaba aconteciendo en los otros espacios de la casa y no poder hacer nada.

¿Cómo se encontrarían los niños? ¿Y los hermanos Bradley? ¿Alguna persona había logrado escapar de la propiedad antes de que el infierno se desatara?

La institutriz sintió que iba a enloquecer en aquella celda infausta, al tiempo que sentía envidia de la tranquilidad que investía a Ms. Paige y de su capacidad de concentración en sus oraciones. Su alma inquieta, en tanto, no podía darse el lujo de detenerse a suplicar ayuda a un poder superior y sentarse a esperar a ser salva. 

—Repliéguese lo que más pueda Ms. —advirtió, sosteniendo una varilla de hierro que había logrado quitar del camastro—. Voy a intentar hacer palanca para abrir la puerta —dictaminó, decidida.

Armada con su nueva herramienta, avanzó hacia la entrada. Pero, un estruendoso golpe proveniente del exterior la hizo retroceder.

—¡Ms Paige! ¡Miss Clarke! ¿Se encuentran aquí?

La voz pertenecía a Mr. Dominick.

Pese al infortunado panorama que acontecía a su alrededor, los ojos de la muchacha se iluminaron cargados de esperanza.

—¡Estamos aquí! —se apresuró a decir —. ¡Ayuda por favor, nos hemos quedado atrapadas!

Un nuevo temblor sacudió la casa, que bramó como un animal herido a punto de expirar. 

Miss Clarke se apoyó contra la pared para no sucumbir, al tiempo que oía el estrepitoso sonido de cristales quebrándose, sumado a nuevos gritos provenientes del piso inferior.

—¿Están bien? —preguntó el caballero cuando cesó el cataclismo. Ante la respuesta afirmativa de las damas, añadió —: Voy a sacarlas de ahí, manténgase alejadas de la puerta —recomendó.

Tiempo después el portal estallaba en astillas, gracias al filo del hacha que sostenía en su mano.

Cuando los pies de Miss Clarke atravesaron los escombros, la joven deseó volver a la seguridad de cuarto.

Observar los sangrantes cortes en el asolado rostro de su rescatador, misma linfa que había teñido de granate su ropa maltratada, le provocó mayor pavor. 

—¡Por todos los cielos! —dijo, conteniendo las ganas de rodearlo con sus brazos y brindarle consuelo. Ya no habían rastros de su enfado anterior—. ¿Está malherido? ¿Cómo están los niños?

—Estoy bien, dentro de lo que cabe —informó en tono tranquilizador, aunque en su interior reinaba el caos—. Todos se encuentran a salvo por ahora. Hemos podido refugiarnos en el Gran Salón. Mas no sé a ciencia cierta cuánto dure esa seguridad —admitió con franqueza. 

Sus ojos resplandecieron a la luz de la flama de la farola que sujetaba en su mano, misma que alejaba parcialmente a las hambrientas sombras que se arrastraban sigilosas a su alrededor, como vaporosas masas amorfas.

—¿Qué está sucediendo? —profundizó la joven, a la vez que ayudaba a su compañera a travesar la destrozada portezuela.

Ms. Paige se había demorado para ir en busca de su atesorado arcón.

—Es la casa, Miss —susurró Mr. Dominick y, por más esmero que había puesto en ocultarlo, el más profundo sentimiento de horror se derramó como negra tinta en sus ocelos—. "Whispers House" ha decidido arrastrarnos con ella hacia sus propios cimientos execrables—reveló.

Conformé avanzaban, la mujer pudo hacerse una idea más clara de lo que estaba aconteciendo.

La propiedad había comenzado a plegarse sobre sí misma y con cada nuevo cismo se hundía un poco más en las profundidades del terreno. Lo más alarmante era que sus ocupantes no podían escapar subiendo, ya que el derrumbe era más severo en los pisos superiores y eso aumentaba el peligro de muerte. Por ende, lo único que podían hacer para mantenerse con vida era guarecerse en los niveles inferiores, hasta que encontraran una vía alterna de escape.

—¿Qué ha pasado con las ventanas? —interrogó Ms. Paige, buceando en esa oscuridad aplastante, mientras descendían las irregulares escaleras.

—Ya no están —comprobó Ava, enfocando su propia farola hacia el sitio donde antes yacían las aberturas —. La propiedad las ha sellado, al igual que en su cuarto —reconoció.

Cada salida al exterior había sido tapizada, comprimida, lacrada de manera hermética impidiendo el paso de la luz del sol, así como también limitando cualquier intento de huida.

La institutriz sintió como sus vellos se erizaban cuando, durante el descenso, algo se le enganchó en la pantorrilla provocando que perdiera el equilibrio, al punto de casi rodar por aquellos escalones maltrechos.

Por fortuna, la férrea mano de Mr. Dominick la sostuvo, salvándola de una certera desgracia.

—¡Cuidado! —vociferó el muchacho, agitando la fuente de luminiscencia—. Esas cosas se deslizan por cualquier sitio donde la luz no las alcance. Debemos darnos prisa —apremió, apurando el paso.

Poco después llegaron hasta el recibidor.

La temperatura en la planta principal había aumentado unos cuántos grados, así como también un aroma pestilente había impregnado el espacio.

Miss Clarke notó con agitación que, allí donde antes se encontraba la puerta principal, había un tapiz de gruesos tallos y ramales entrelazados que se agitaban y retorcían como oscuras y pútridas culebras de clorofila.

—¡Por amor al Altísimo! —exclamó, llevando su mano hacia su propio crucifijo, aquel que su padre le había otorgado, sin tener en cuenta que invocar el nombre divino no era una buena idea en aquel sitio impío.

Un nuevo estremecimiento tectónico provocó que el edificio se agitara, mientras un sonoro estallido proveniente de la planta alta anunciaba otro  desprendimiento.

La escalera terminó por colapsarse, dejando el piso superior en el abismo, sostenido únicamente por gracia de las vigas y pilares.

En tanto, la ostentosa lámpara de araña que engalanaba la estancia se desprendió del techo, impactando contra el agrietado cerámico por donde se filtraba un cálido vapor espeso. 

Sin embargo, a pesar de la adversidad, el trío logró acceder al único recinto que parecía reticente a claudicar, el verdadero santuario seguro dentro de aquella maligna propiedad.

—¡Ya están aquí! —exclamó Aurore cuando la puerta se abrió.

De manera automática, corrió hasta los brazos de su tío, para pasar luego a los de su educadora.

Robbie, por su parte, se mantuvo con los ojos cerrados, sujeto a la pierna de Mr. Andrew.

—Me alegra mucho ver que todos estén a salvo —declaró Miss Clarke, recorriendo los rostros de sus seres queridos.

Le contentó ver que Ms Cook y Miss Grey se encontraban allí —no completamente integras emocionalmente—, pero ilesas físicamente hablando.

—¿Dónde está Mr. Baker? —indagó la octogenaria, reuniéndose con sus compañeras de oficio.

Miss Clarke observó a la distancia, como la cocinera negaba, mientras sus pupilas se llenaban de lágrimas.

Miss Grey, por otro lado, estaba completamente en shock y eso justificaba el hecho de que estuviera enganchada al brazo de su congénere. Además, no había musitado palabra alguna y su mirada vagaba perdida por el espacio.

—También me da gusto ver que se encuentra bien —manifestó Mr. Andrew, acercándose a la pareja, tras cargar al pequeño Robbie en sus brazos.

Aquella era la primera muestra genuina de afecto que la institutriz había visto entre el padre y su vástago y, tal vez, hubiera sentido mayor regocijo de verlos reunidos de no ser por la detestable situación que estaban atravesando. Sin embargo, le agradó saber que al menos en esas circunstancias habían logrado esa conexión filial que el pequeño tanto necesitaba.

—Aurore, lleva a tu hermano al piano y toca algo para calmarlo —solicitó su padre.

Miss Clarke intuyó que lo que tenía para decir a continuación no podía ser escuchado por los infantes.

La pequeña obedeció y, una vez que se encontraron a suficiente distancia, el caballero habló:

››¿Has podido hallar una forma de escape? —interrogó, mirando a su hermano.

—Todo está sellado. La maldita casa o lo que sea que la está poseyendo, nos está tragando —se lamentó aquel en voz baja —. Creo que la única forma de escapar es obligando a la propiedad a reaccionar —añadió.

—Ya lo hemos discutido. ¡Eso es una locura! —observó Mr. Andrew, elevando el tono.

—¡¿Por qué tienes que ser tan necio, Andrew?! —interpeló su fraterno, ceñudo.

"Algunas cosas no cambian ni en las peores circunstancias" pensó Miss Clarke, hallándose una vez más en medio de ambos.

—¿Serían tan amables de explicarme de qué están hablando, Señores? —quiso saber la fémina.

—De que Dominick oficialmente ha enloquecido —espetó el mayor de los Bradley.

El aludido hizo un chasquido.

—¡Por favor, hermano! Entiende que iniciar un incendio es la única forma de mantener ocupada a la casa o a sus demonios, mientras buscamos una forma de escapar. ¿No le parece Miss? —indagó, buscando su apoyo.

La mujer abrió los ojos como platos. Por más enamorada que estuviera de ese hombre, era un hecho que había perdido un tornillo después de tantos temblores.

—Por supuesto que no estoy de acuerdo con usted, Mr. —expresó, y en la faz de su interlocutor se dibujó una mueca de decepción—. Incinerar la casa es una locura, podríamos morir todos antes de tiempo—. "Lo ves" oyó murmurar a Mr. Andrew—. Sin embargo, reconozco que generar una distracción es una gran idea, así podríamos mantener a esas sombras ocupadas mientras encontramos una manera de escapar. Aunque francamente no sé si lograremos perpetrar la puerta principal o las ventanas. A estas alturas, el piso donde nos encontramos debe estar completamente sumergido —señaló, llevando la mirada hacia la bóveda de cristal donde se hallaba el piano.

Detrás de aquel intrincado manto vegetal que cubría el vitral, podía vislumbrarse una segunda pared de tierra alzándose.

—No será posible escapar de esa forma—intervino Ms. Paige. En su mano sostenía el viejo libro sacro—. Tampoco podemos enfrentarnos directamente con esas sombrías entidades. He logrado rescatar algunos tótems, pero aun cuando realice la ceremonia vinculante no hay suficientes para salvaguardar a todos de las garras de la oscuridad. La única manera de asegurar nuestra supervivencia es iniciar una distracción para que uno de nosotros pueda descender al sótano y reforzar los símbolos para contrarrestar el mal. Estoy segura que algo ocurrió con las marcas santas, como también estoy convencida de que la fuente de oscuridad que nos ataca surge de ese portal en particular.

—Pero, ¿cómo haremos para descender? La escalera colapsó y la única vía de acceso estaba en la Biblioteca —señaló la governess.

El gesto de asombro en el rostro de Mr. Andrew, al comprobar que el secreto que con tanto ahínco se había esforzado en ocultar había quedado totalmente expuesto, fue evidente. No obstante, no era momento de mayores indagaciones.

—Aquel pasaje no es la única entrada —reveló el heredero—. El Cuarto de las Estatuas, aquel que yace oculto tras la Sala de Costura, esconde también un conducto al subsuelo de la propiedad.

Mr. Dominick liberó el aire contenido. Era notorio su estado de tensión.

—Todavía no puedo creer que hayas sido capaz de mantenerme al margen de este secreto durante tanto tiempo —declaró, dirigiéndose a su fraterno.

A esas alturas él también conocía los pormenores de la situación, ya que su propio hermano se había visto en la necesidad de ponerlo al tanto cuando la casa los tomó prisioneros.

—Te he dicho antes que lo hice para protegerte, a ti y a todos... —se defendió el aludido, una vez más.

—Lo sé... Pero aún así debiste decirme Andrew, el peso que llevaste en tus hombros durante todos estos años fue demasiado grande para cargarlo solo—indicó, y ya no había vestigio de reproche o rabia en su voz, sino una honda aflicción, sumada a una sensación de culpabilidad por la dureza con la que había juzgado sus acciones.

Dominick entendió al fin muchas de las decisiones tomadas por su hermano: su negativa para reabrir las minas, sus esfuerzos para que se marchara de "Whispers House" después de casarse. Comprendió que siempre lo había resguardado, pese a los cuestionables actos que había cometido en el pasado; y por ello, jamás le había pesado tanto su pecado como hasta ese momento.

Su mano se posó sobre el hombro de su consanguíneo, en un auténtico gesto de cariño y entendimiento. En sus ojos se reflejaban un cúmulo de sentidas palabras que era incapaz de pronunciar en voz alta por temor a derrumbarse, pero que en conjunto rezaban: "Perdón y gracias."

Mr. Andrew, sonrió de manera amplia, liberándose de algunos de los fantasmas que encadenaban su alma torturada.

—Disculpen la interrupción, pero el tiempo apremia Señores —manifestó la añosa, que siempre era la voz de la sensatez y la razón—. ¿Están de acuerdo con el plan entonces?

—Absolutamente —profirió Mr. Andrew y el resto de los presentes los secundaron—. Yo bajaré al sótano y reforzaré las runas sacras —dictaminó.

—Pero no puedes —se opuso el menor de los Bradley—. Disculpa que te contradiga, pero ya has hecho demasiados sacrificios por esta familia. Ahora me doy cuenta que te has alejado de los niños para protegerlos, para que ese mal que te acechaba no terminara dañándolos a ellos, pero ha llegado el tiempo de ser ese padre que tanto necesitan —comunicó—. Enséñeme cómo hacerlo Ms. —peticionó al ama de llaves—. Yo llevaré a cabo el ritual.

—Tengo que protestar ante esto —objetó Mr. Andrew—. No puedo permitir que tú, mi único y querido hermano, arriesgues tu vida y te enfrentes solo a la oscuridad. Si hay alguien que debe sacrificarse soy yo, al fin que no queda de mí mucho por salvar —dijo con sinceridad, empleando toda la seguridad y el temple del que era capaz—. En cuanto a los niños, tienes que ser ese padre que necesitan, como lo has hecho hasta ahora. Si hay una persona completamente capaz de brindarles todo el afecto y transmitirle la tenacidad y la sabiduría para que puedan defenderse en la vida, eres tú.

Miss Clarke estaba a punto de intervenir, había estado atenta a cada palabra declamada por los fraternos, con el corazón templando ante aquella magna muestra de amor genuino, pero en ese momento un nuevo temblor, mucho más intenso que los anteriores, tuvo lugar, obligando al grupo a dispersarse y buscar refugio bajo en mobiliario.

No fue hasta que el poderoso terremoto transcurrió y la calma volvió a imperar, que los Bradley se dieron cuenta que la dama en cuestión había abandonado el lugar.

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