Capítulo XXX

Desde pequeña, Miss Clarke había desarrollado aversión por las tormentas.

Recordaba una en particular, acontecida durante su estadía en la casa solariega. El clima al noroeste de Inglaterra suele ser engañoso debido a la variación atmosférica provocada por las corrientes del trópico, así que los penumbrosos nubarrones habían sorprendido a la familia en pleno día de campo. 

La brisa suave de la tarde había tornado en raudas ráfagas de viento que agitaban las copiosas copas de los árboles provocando la caída de los ramajes añejos, y la lluvia había comenzado a derramarse en aguacero azotando tan fuerte la tierra que, en pocos instantes, los caminos se habían vuelto intransitables imposibilitando el regreso. 

Por primera vez en su corta vida Ava había conocido el verdadero terror, tras escuchar un sonido atronador que pareció partir el entoldado cielo en dos. 

Los caballos habían huido después del primer estruendo, perdiéndose en los sinuosos senderos. Pero el equino más joven, el potrillo que le pertenecía de nombre Morningstar (llamado así porque había nacido en las horas del alba cuando en el cielo podía verse brillando el Lucero, la primera estrella de la mañana), no lo había logrado. Se había encajado en el lodo y una de sus frágiles patas se le había roto. 

Su familia había hallado refugio dentro de un gigantesco tronco hueco y desde ahí había observado al corcel caído durante el curso de la tempestad. 

En principio, había deseado ir en su ayuda, pero los rayos se lo impedían. Aquellos latigazos eléctricos descargaban su potente centella demasiado cerca, por lo que resultaba peligroso abandonar la guarida. 

La noche había sido increíblemente larga e infausta, pero el pobre animal había resistido la inclemencia del temporal, logrando sobrevivir hasta la mañana. 

Lo primero que había hecho Ava al despertar había sido correr hacia Morningstar con la esperanza de verlo alzarse nuevamente, espléndido, como aquel lejano astro que lo había bautizado. Pero lo había encontrado rendido, dentro de aquella tumba de fango, respirando con dificultad. 

Su padre le había explicado lo que tenían que hacer en esos casos. Le había dicho que el animal, pese a que se aferraba a la vida con desespero, estaba sufriendo y que aunque lograran trasladarlo a la casa no había mucho que pudieran hacer por él. 

Su llanto había sido tan intenso como la lluvia y los gritos desgarradores que había emitido mientras su madre la arrastraba lejos de aquel sitio para que su progenitor terminara la aciaga tarea, similares a los truenos que habían estremecido el firmamento. 

En la actualidad, después de años de acontecido el hecho, Miss Clarke entendía que su resquemor no se debía sólo a la borrasca sino que aborrecía las desgracias que estas acarreaban, pues sabía por experiencia que de un segundo al otro la tempestad podía llegar a destrozar el alma.

Esa noche, en "Whispers House", la tragedia había adoptado la forma de una tormenta. 

Las gruesas gotas repiqueteaban contra el endeble techo, el viento arremetía contra la desgastada piedra y se abría paso aullando entre las grietas y los truenos provocaban que los cristales de las ojivales ventanas oscilaran amenazando con estallar. 

Después de dar varias vueltas en el camastro, la governess se despertó cuando la vigorosa luz de un rayo atravesó los pesados cortinados y reverberó en sus aposentos, justo a tiempo para ver a Miss Aurore atravesando el pasillo. Dado a que la niña padecía del mal del sueño, Ava se había acostumbrado a dormir a medio ojo y con la puerta del cuarto entreabierta para poder monitorear sus movimientos. 

De un salto salió de su cama, se colocó la bata y el calzado, tomó la lámpara de aceite de su mesa de noche y siguió a la menor a través de los sombríos corredores para averiguar a qué sitio de la amplia mansión la llevaría, en esa ocasión, su noctámbula travesía. 

La pequeña heredera descendió por las escaleras de manera lenta, como si contara en sueños cada escalón. La primera vez que se había acercado al barandal, Miss Clarke creyó que iba a acontecer una catástrofe, pero aquel extraño padecimiento también parecía ir acompañado de un don: la facultad de desenvolverse en ese mundo ciego con la misma destreza de quién podía ver a la perfección. 

Al llegar al primer descanso, el ominoso recuerdo de Miss Kirby cayendo embargó a la joven y la hizo estremecer. Estuvo tentada a tomar la mano de Miss Aurore y guiarla hasta el piso inferior, pero se abstuvo. Las consecuencias de despertarla podían ser atroces, según el diagnóstico médico. Se conformó con vigilar cada paso de la niña hasta que llegó a la planta baja. Desde ese punto todo sería más fácil. 

Debido al rumbo emprendido, la institutriz imaginó que se dirigía al Gran Salón, específicamente al piano de cola, donde solía tocar siempre la misma canción, una melodía insólita y desconocida para ella.  

Tal vez aquella prodigiosa pieza musical era una invención propia, o tal vez su madre había sido la autora de la partitura. Lo cierto era que cuando comenzaba a tocarla Aurore parecía otra. No la frenaba el temor a equivocarse, acariciaba aquellas teclas con tal ductilidad que hasta la governess sentía envidia sana, pero sobre todo, le generaba gran deleite escucharla. 

Un giro repentino le indicó que la pequeña no se dirigía hacia el sitio esperado. Caminó un largo tramo, atravesando numerosos espacios, algunos poco concurridos pero todos visitados, y finalmente se detuvo en el Saloncito de Costura donde hurgó entre el cesto de lanas y retazos de Ms Paige retirando de aquel una llave. 

La curiosidad de Miss Clarke se intensificó tras la revelación. ¿Qué secretos abría la delicada pieza de herrería? 

No demoró en averiguarlo. 

En la pared donde estaba ubicado el viejo telar, detrás de un cortinado, yacía oculta una pequeña portezuela. 

Con la misma facilidad con la que sus manitas recorrían las teclas, Aurore abrió el cerrojo y se introdujo dentro de la misteriosa habitación. 

Su educadora no tardó en seguirla, mas lo que halló tras el portal la inmovilizó.  

Lo primero que sintió fue el aire glacial trepando por su cuerpo, adhiriéndose con rapidez a sus extremidades. Después, el vaho a humedad, encierro y putrefacción impregnó sus fosas nasales generandole un leve mareo. Finalmente, cuando su visión se adaptó a la oscuridad, el terror más absoluto la embargó. 

La flama de la lámpara recorrió  pálidos rostros de perpetua expresión, se posó en blancos orbes carentes de vida y se deslizó por cuerpos destazados y yertos. 

El pulso se le aceleró y su respiración se tornó agitada, hasta que se dio cuenta de que lo que se refractaba en sus pupilas   no eran cuerpos humanos, sino  estatuas que habían sido depositadas en aquella estancia como olvidadas piezas de museo.

Aunque igual de deterioradas que las que adornaban los jardines de la propiedad, esas mayólicas estaban lejos de ser representaciones angelicales, y quizá esa era la razón principal por la cual habían decidido sepultarlas en ese lugar, en aquella cripta ubicada en el rincón más austral de la propiedad. 

La fémina se preguntó quién había sido el artista capaz de crear cerámicas tan pavorosas o por qué alguien desearía conservarlas.

Abriéndose camino a través de las telarañas, que caían cual fantasmales cortinados, fue en busca de su pupila que había desaparecido de su campo de visión. 

En el trayecto descubrió que las estatuas no eran los únicos objetos, aunque sí los más imponentes, depositados en aquel escalofriante lugar. Encontró varios muebles apolillados ocultos bajo manteles blancos. 

Por instinto, deslizó la mano sobre uno de ellos, barriendo el polvo de la superficie, para descubrir que las vetas de la oscura madera creaban horrorosas formas, rostros con expresiones tortuosas. 

Cautiva del pánico, volvió a cubrir el mobiliario y siguió caminando. Se prometió no entrar en contacto con ningún elemento, pero le fue imposible no reparar en los espejos ennegrecidos, los retratos familiares corroídos por el moho de muchos años, demasiados, que había formado nuevos diseños aciagos en el lienzo, en el arcón con juguetes maltrechos o en el  vestuario deteriorado. 

Hubiera podido jurar que uno de los vestidos se lo había visto puesto a Aurore hacía solo unos días atrás y, sin embargo, aquel diseño parecía haber estado reposando allí hacía cientos de años. Incluso el aroma que desprendía la tela era pestilente. 

"¿Qué clase de hórrido lugar es este?" Se preguntó.  

Una sombra cruzó frente a ella, deteniéndose a unos cuantos pasos. Movió la lámpara intentando enfocarla, para comprobar que se trataba de Miss Aurore. Grande fue su conmoción al ver que la niña estaba ubicada bajo un diseño esotérico idéntico al que había visto en el sótano de la mansión. 

Sus pies intentaron avanzar en su dirección. Deseaba alejarla de aquel pentagrama cuanto antes, pero una fuerza sobrenatural dificultó su andar. 

¿Tal impotencia había sentido su potrillo en el lodazal? ¿Y si ella también agotaba sus fuerzas vitales intentando avanzar?

Un trueno quebrantó el cielo sacudiendo la propiedad, abriendo nuevas fisuras que dieron paso a aquel murmullo infernal, la señal de advertencia antes de la calamidad. 

La atemorizada fémina reparó en otra sombra que comenzaba a formarse en el rincón superior de la pared donde estaba ubicada la hija de Mr. Andrew y, desde allí reptaba como una masa de amorfa oscuridad, intentando alcanzarla con sus abominables tentáculos.

—¡Aurore despierta! —vociferó.  

Ningún efecto secundario surgido de un despertar abrupto podía compararse con las nefastas consecuencias de ser alcanzada por aquella parca entidad. Pero, sus intentos fueron vanos, la niña estaba presa de un trance impenetrable y ni siquiera se había inmutado. 

De nuevo, Ava intentó avanzar. Pero sus piernas se habían tornado pesadas, las sentía rígidas como las de aquellas estatuas que la rodeaban. 

—¡Ayuda por favor! —suplicó con la vaga esperanza de que algún inquilino de "Whispers House" (quizá Ms Paige o Mr. Baker que solían merodear de noche por la estancia) pudieran escucharla. 

La vaporosa masa de tinieblas llegó al piso y comenzó a adquirir una forma humanoide, un lánguido cuerpo de largas falanges. Alzó su mano y Miss Clarke descubrió que empuñaba un pico, herramienta idéntica a la que se utilizaba para la actividad minera. 

"Va a asesinar a Aurore". Concluyó, sintiéndose descompuesta, mientras las lágrimas corrían estrepitosas por sus mejillas.

Con el corazón vuelto jirones, se preparó para el impacto, pero un halo de luz de interpuso y alejó a aquel demonio incorpóreo del cuarto. En consecuencia, sintió que sus piernas se liberaban, al tiempo que aquella esfera luminiscente adquiría la forma de una persona.

—¿Mami? ¿Eres tú? —interrogó la pequeña, que había logrado alejar el estado de estupor que la embargaba y experimentaba un breve momento de lucidez.

Aquella fantasmal presencia (un reflejo de la Elizabeth de carne y hueso) sonrió, mientras su pálida mano rozaba la mejilla de su hija. 

—Vuelve a dormir mi dulce niña y regresa a tu cuarto. Estás a salvo —decretó y su vástaga obedeció. 

La voz de la Señora de "Whispers House" no era más que un suave susurro, un murmullo de ultratumba inentendible para la mayoría de los seres terrenales, a excepción de la única mujer viva que se encontraban en esa habitación.

Y si ella podía oírla y entenderla, qué pasaría si...

—Elizabeth... ¿Qué era esa cosa? ¿Por qué quiso dañar a Aurore? —se animó a preguntar Miss Clarke. 

"¿Quién la controla?" Pensó. 

La aparición viró en su dirección, advirtiendo por vez primera su presencia. 

Ava visualizó su atuendo, una larga túnica inmaculada que invisibilizada sus pies y creaba la ilusión de que flotaba, aunque quizá era cierto que volaba. La verdad era que jamás había visto un ser espiritual cara a cara, pero cuando la tuvo enfrente no pudo evitar compararla con la dama de sus sueños: su largo cabello negro, su piel extremadamente clara y aquellos ojos de ébano, huecos como pozos, que la escrutaban con una nota de reconocimiento. 

Elizabeth abrió los labios, a la vez que extendía sus decrépitos dedos con la intención de detallar su rostro. La gelidez caló hondo en sus huesos cuando hizo contacto y las reminiscencias la invadieron, parte de aquel pasado que le había sido negado desde que había puesto un pie en esa casa, memorias de la vida y la muerte de aquella mujer enigmática. 

—¡Ave María Purísima! ¡¿Qué demonios es esto?!

La ambigua expresión provenía de un individuo del plano terrenal: Mr. Dominick. 

Su mera presencia alteró la escena rompiendo el encanto y provocó que Elizabeth abandonara el recinto. Sin embargo, el mensaje ya había sido sembrado. 

—¿Se encuentra bien Ava? ¿Esa cosa le ha hecho daño? —demandó el heredero, avanzando.  

Miss Clarke pestañeó saliendo de su ensimismamiento, hallándose en sus brazos. Su cálido contacto la reconfortó, devolviéndole el hálito de vida que le había sido arrebatado. 

—Ahora lo estoy ...—musitó, hundiendo el rostro en su pecho. 

El corazón del contrario latía frenético.

››¿Cómo me ha encontrado? 

—Me despertó la tormenta… Varios vitrales estallaron —informó—. Lo primero que hice fue dirigirme a las habitaciones de los niños y a la suya, para asegurarme que estuvieran bien. Pero, ni Aurore ni usted se encontraban en sus aposentos. Me dirigí entonces a la planta principal y hallé a mi sobrina deambulando… Ya sabe en qué estado —indicó, apesadumbrado—. La niña habló dormida, me dijo dónde encontrarla como si supiese que la buscaba. Entonces llegué al cuarto de costura y… ¡Por todos los cielos! Ni siquiera sabía de la existencia de este sitio —manifestó, recorriendo el espacio—Y esa cosa que la tenía sujeta… Se parecía... 

—A Elizabeth —terminó la chica, que estaba temblando a causa de las impresiones vividas. 

—Sí...Pero...¡No puede ser posible! ¡¿Cómo?! —inquirió confuso, en una batalla interna con el raciocinio. 

—Como ocurren los milagros, de forma inentendible para el pensamiento humano —aseguró la institutriz—. No intente hallarle explicación racional a este suceso, porque se volverá loco intentándolo.

"Como yo." Meditó. 

—Entonces sugiere que simplemente debo aceptarlo, como la existencia de Dios y de El Oscuro, sin averiguar siquiera cuál fue la energía que le confirió el poder para pararse en este mundo, aun cuando hace tiempo que dejó de caminar entre los vivos. 

—Debería hacerlo, pues es imposible negar lo que ambos hemos visto. En cuanto al origen, dígame usted ¿por cuál se inclina?, ¿fue la luz o la oscuridad la que le otorgó tal potestad? —interpeló la mujer. 

—No lo sé con certeza, pero ciertamente ninguna fuerza que sea enteramente pura puede obrar a favor de un hecho capaz de causar absoluto terror en los mortales —sentenció, rotundo—. Cuando vi aquel espectro junto a usted imaginé lo peor, sin importar lo mucho que se pareciera a mi cuñada, y la sola idea de que le provocara algún mal me destrozó —suspiró, cerrando los párpados. Cuando los abrió, sus rutilantes orbes la abrumaron—. En un instante mi mente se convirtió en un torbellino y pensé en qué haría si llegaba a perderla. Pues así como ocurren los milagros, también acontecen las tragedias... 

—Pero no me pasó nada. Estoy aquí sana y salva —afirmó acercándose más a su rostro, acariciándolo, atraída por el deseo de su mirada, por el ardor de sus palabras. 

—Lo sé, mas todo puede cambiar de un instante a otro. La vida es demasiado imprevisible para tomársela con calma —aseguró y, sin aguardar respuesta, la tomó de la cintura provocando que sus cuerpos colisionaran.  

Un instante después, sus respectivos fuegos acoplaban su flama en un beso perpetuo que desafiaba al tiempo, sin percibir que desde el otro lado de la puerta una última sombra los acechaba.    

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