Capítulo XXVII

—¡Fue Mr. Dominick Bradley! Él asesinó a Miss Kirby.

Los murmullos se alzaron en la habitación y las miradas de los presentes recayeron en el joven heredero, que se encontraba perplejo tras la inesperada acusación.

"¿Por qué Miss Chambers diría algo así?" Reflexionó. Lo más probable era que esa muchacha sintiera gran repudio hacia su persona, solo eso justificaba una falacia semejante.

Recordó la manera en que la sirvienta lo miraba cuando estaba en compañía de su ama, siempre con reserva, manteniendo una prudente distancia. Claro que había atribuído su actitud a los celos que podía despertar el hecho de tener que repartir el cariño de su Señora (por quien sentía una evidente simpatía) con alguien más, pero jamás pensó que esa chiquilla, en apariencia inocente y gentil, pudiera odiarlo con tal vehemencia para inventar algo así.

—¡Está mintiendo! —manifestó el aludido, cuando logró salir del estado de shock—. Ni siquiera me encontraba cerca de Miss Keira cuando cayó por las escaleras. Se trató de un accidente —aseveró.

De manera automática sus iris se posaron en los de su amigo, Mr. Patrick. La expresión reflejada en el rostro del hermano de la víctima, lo consternó. 

"La duda ha sido sembrada". Meditó.

—Esta es una acusación muy seria —intervino Mr. Saunders—. ¿Es capaz de sostenerla en una declaración formal?

Miss Clarke no sabía si atribuirle a la fortuna o la desgracia que uno de los detectives más antiguos y condecorados del departamento de policía de Londres hubiera sido invitado a la celebración. Quizá podía considerarse una suerte que fuese amigo íntimo del fallecido patriarca Bradley y que todavía conservara una evidente simpatía hacia sus descendientes, tal como había comprobado después del interludio compartido con él en la reunión, pero no podía fiarse de aquella amistad, pues ante todo, Mr. Saunders le había parecido un hombre de ley, por tanto, frente a un hecho que transgrediera las normas, lo más probable es que procediera de manera imparcial.

—Lo haré —aseguró Miss Bella, que había pasado a ser el centro de atención.

Después de su escandalosa declamación, el hermoso rostro de la doncella se había convertido en el foco de los reflectores y de las cámaras fotográficas de aquellos inescrupulosos periodistas presentes en la nefasta reunión.

—Yo también deseo prestar declaración —expuso Miss Clarke.

Si había alguien en esa casa capaz de dar un testimonio fehaciente de los recientes eventos, era ella.

—Muy bien Señoritas, en ese caso tendré que solicitarle a Mr. Andrew sea tan amable de permitirme el uso del estudio para realizar los interrogatorios —demandó el detective. El dueño de "Whispers House", que se hallaba mucho más ensimismado y con una expresión más sombría que la habitual, asintió—. También he de pedirle a los presentes que no abandonen esta residencia. Deberán permanecer en la mansión hasta que cada uno exponga lo que vio. Además, y esto es imperativo para la investigación, nadie puede acercarse a partir de ahora al cuerpo de Miss Kirby.

La tensión creció en el ambiente, así como también los gestos de insatisfacción y agravio.

Aquella sería una larga noche, sin duda.

››Eso lo incluye a usted, Mr. Kirby. Lo siento...—se disculpó Mr. Saunders—. No puedo permitir que la escena del crimen se siga contaminando.

La petición era difícil, pero aquella era la forma idónea de proceder y aunque el viejo oficial sentía gran empatía hacia el abatido caballero, pues comprendía la dolencia que acarreaba la pérdida de su hermana, no podía ignorar su deber.

Trazados los pasos a seguir, los criados dirigieron a los invitados hacia el comedor formal, mientras Mr. Saunders procedía a neutralizar la escena armando un vallado improvisado para impedir que los curiosos se acercaran.

Los únicos con pase directo a la habitación eran aquellos caballeros que el hombre de ley había escogido para que montaran guardia en torno al cadáver, hasta que los refuerzos llegaran desde Scotland Yard.

Los años de servicio de Mr. Saunders le habían conferido sobrada experiencia y si algo tenía claro era que cuanto menos contacto tuviera el entorno con el occiso, más probabilidades tendría él de descubrir las verdaderas causas del deceso. Claro que, su amplia trayectoria, no lo había preparado para un episodio de aquella naturaleza donde el culpable del hecho no moraba precisamente en la tierra.

La prensa, por su parte, contaba con acceso limitado a la habitación. Pero, no faltaría aquel periodista que llenara los espacios en "blanco" con alguna noticia sensacionalista surgida de sus más retorcidas especulaciones y eso era algo por lo que preocuparse, pues ese tipo de "información basura" era el alimento predilecto de la sociedad inglesa.

Tiempo después.

—¿Cómo ha estado? —preguntó Mr. Dominick a Miss Clarke cuando la governess salió de la Biblioteca, sitio donde tenía lugar el interrogatorio.

El heredero se encontraba sentado en uno de los peldaños de la escalera de acceso al torreón de su hermano, al abrigo de la oscuridad. De no ser porque se había pronunciado, la mujer no hubiera sido capaz de advertir su presencia. Parecía un fantasma más, pululando en la penumbra de aquella maldita residencia.

—Si lo que desea saber es si he hablado en su contra Mr., puede estar tranquilo. No he dicho nada que pueda perjudicarlo, al contrario —prometió la interpelada.

Lo expuesto era verdad. Miss Clarke había narrado los hechos tal como habían sucedido, omitiendo los detalles sobrenaturales, por supuesto. Pero, su exposición había sido concisa, y ella lo suficientemente clara al recalcar que Mr. Dominick se encontraba a varios pasos de distancia cuando Miss Kirby rodó por las escaleras. Desde su óptica, la muerte de la Señorita había sido un accidente, con un único sospechoso a quien culpar: la infausta adversidad.

—No me refería a eso, sino a ¿cómo se encuentra después del hecho? —aclaró el muchacho—. Pero, le doy las gracias.

Miss Clarke se sintió repentinamente mal por expresarse de manera tan fría. Una parte de ella todavía estaba dolida por su desprecio.

Suspiró profundo y se encaminó hacia las escaleras, tomando asiento al lado del caballero. La gélides ambiental parecía encapsularlo. Los vellos de sus brazos se erizaron bajo sus guantes, ante el mínimo contacto.

—Lo lamento, usted no merecía una respuesta tajante de mí parte. Me encuentro en el mismo estado de conmoción que todos, supongo. Por eso entiendo lo que debe estar pasando y no deseo incrementar su agobio, solo quiero que sepa que cuenta con todo mi apoyo —profirió, sincera—. Tal vez no me crea, considerando que nuestra relación no es la mejor ahora, pero le juro que lo que he dicho allí dentro es la versión real de los hechos. Usted no es culpable de la muerte de Miss Keira...—Se abstuvo de continuar hablando, antes de que pudiera realizar una confesión comprometedora.

Mr. Dominick giró la cabeza para contemplarla. Hasta ese momento sus orbes vagaban perdidos en la negrura. Una parte de las sombras se le habían enganchado en las pupilas, refractando el vacío de su alma. 

—De nuevo, le doy las gracias por creer en mí. Significa mucho —comunicó él, forzando una sonrisa. El corazón de Miss Clarke se empequeñeció—. Pero, si hay alguien que debe disculparse soy yo. No he sido el mismo desde la última charla que mantuvimos y lamento si ha resultado herida a causa de mis actitudes.

—A veces el despecho nubla nuestro juicio —alegó la mujer, comprensiva. No era momento de más reproches—. Así que puedo entender su accionar. No debe disculparse.

—Pero no era despecho lo que sentía —corrigió él—. Sino que era la más inexorable tristeza la que guiaba mis actos —Miss Clarke sintió un escalofrío recorrerla—. Confieso que me rompió el corazón descubrir que sus sentimientos no eran tan profundos como para motivarla a abandonar todo lo demás para seguirme, pero reconozco que mi petición fue demasiado egoísta e impulsiva. Sin embargo, créame cuando le digo que su negativa no contribuyó a aminorar mis sentimientos. La amo de la misma forma...Incluso más que antes.

La institutriz abrió los labios dejando escapar un vaporoso halo de estupefacción. Su voz le fallaba, pero todo su cuerpo demandaba con urgencia el del contrario.

—Yo...debo decirle que no hay momento del día en que no piense en usted y que este amor que siento es tan inmenso que me inunda por completo. De hecho ahora amenaza con desbordarse —declamó, después de un prolongado silencio.

Mr. Dominick tomó sus manos entre las suyas, admirando su rostro con ternura, detallando cada rasgo. Había instantes que habían sido creados para disfrutar el silencio que trascendía a las grandes noticias, para atesorar las sensaciones que estás provocaban. La felicidad era tan frágil y efímera que hasta el mínimo cambio podía ocasionar que se quebrantara, por eso era primordial salvaguardar estos momentos en la memoria.

››Pero, quiero que sepa también, que la exteriorización de este sentimiento no modifica mi decisión. Hay motivos más grandes, razones más fuertes que me mantienen ligada a este lugar —agregó Miss Clarke, rotunda—. Algún día se las diré, pero ahora me veo imposibilitada. Espero que pueda entenderlo.

—Lo comprendo —comunicó el caballero—. Ha sido muy paciente conmigo cuando me he negado a develar mis secretos. Pero ahora ha llegado el momento de hacerle una confesión —"¿Otra?" Se preguntó la dama, sorprendida—. No estaba dispuesto a irme de aquí sin usted. Marcharme solo no era opción, mas tampoco lo hubiera hecho acompañado por Miss Kirby. Por eso, tras su negativa de ponerle fin al compromiso y su apremio por continuar con los planes de boda, me vi en la obligación de hacer algo que, estoy seguro, merecerá su completa desaprobación y tal vez pongan en duda sus sentimientos por mí...

Miss Clarke se sobresaltó. ¿A qué se refería exactamente? Tanto suspenso la estaba matando.

››Antes de que aconteciera la tragedia, me disponía anunciar públicamente el fin del compromiso con Miss Keira —reveló, frunciendo el gesto.

A la governess se le escapó una carcajada cuando la tensión acumulada se liberó.

—Lo lamento —dijo, cubriendo su boca. Probablemente el Altísimo la condenaría por eso—. Esto suena una nimiedad frente al ominoso suceso. Así que, puede estar tranquilo de que no voy a reprochar sus actos, como espero que no condene usted los míos —solicitó.

En esa oportunidad quien sonreía era él.

"¡Es un hecho que me iré al infierno por esto!" Pensó la mujer.

—No lo haré. Incluso, reconozco que suena divertida la ironía del destino. Ahora no tendré que preocuparme por aquel anuncio, ni por sus consecuencias, aunque estoy seguro de que si la declaración de Miss Chambers me perjudica, Patrick va a repudiarme de todas maneras.

—¿Cree que prestará oídos a las acusaciones de su criada antes que a la palabra de su amigo? —cuestionó Miss Clarke, dubitativa.

—Bueno, no puedo darme el lujo de subestimar el afecto que sentía por su hermana, como tampoco puedo omitir el torbellino emocional ha desatado su perdida.

El recuerdo de un Mr. Patrick destrozado flotó en la mente de Miss Clarke. Jamás había visto a un caballero tan atribulado. No le había importado quebrarse en público, ni romper en llanto como un niño pequeño, postrado ante el cuerpo yerto de su congénere.

—Entonces esperemos que la exposición de los hechos de Miss Bella resulte poco convincente a los oídos de los expertos—decretó Miss Clarke, esperanzada.

—Pronto lo averiguaremos —afirmó Mr. Dominck, percatándose de la presencia de la mencionada.

Miss Chambers estaba a punto de ingresar a la Biblioteca, a pasos de sellar su sentencia.

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