Capítulo XXIV

Una vocecita interior le repetía a Miss Clarke, de manera cabal, que era de mala educación oír tras las puertas.

Pero, ¿qué culpa tenía ella si era el destino quien se empecinaba en cuestionar su moral?

En esa oportunidad, los murmullos la habían conducido hacia la Biblioteca, mas no se trataba de los sobrenaturales sonidos que se escabullían por los innumerables pasadizos y se deslizaban entre los recónditos recovecos de la propiedad, sino que eran voces humanas las que surgían del mencionado recinto.

La joven había podido reconocer los timbres de los hermanos Bradley desde el final del pasillo por el que avanzaba, ya que la conversación era mantenida en tono elevado. Pero su interés por la charla había aumentado tras  descubrir que los fraternos hablaban de la boda, un tema que era de su completa incumbencia.

—¡Cuántas veces quieres que te diga que no voy a contraer matrimonio con esa mujer! —bramó Mr. Dominick.

—¿Y cuántas veces quieres que te recuerde que es la única vía que tenemos para no acabar en la indigencia? ¿Acaso no te das cuenta que cada día que pasa nuestras finanzas empeoran? Si no accedes a esta alianza, acabaremos absorbidos por este aborrecible lugar—replicó Mr. Andrew.

Aunque la mujer no podía verlos,  podía imaginar la expresión tensa que debían tener los caballeros y cuán peligroso podía tornarse el debate.

"Esta es una lucha de voluntades y ambos son igual de obstinados y necios". Pensó con aflicción.

—El casamiento no es la única alternativa para resolver nuestros problemas económicos y te consta —alegó Mr. Dominick.

—Por favor hermano, si planeas hablar de tus descabellados planes de reapertura de las minas, ahórrate las palabras. Ese es un tema cerrado.

—Cerrado para ti, que te empeñas en sepultar el pasado y todo lo que tenga que ver con ella...

—¡Silencio! —espetó el mayor de los Bradley, colérico—. Esto va mucho más allá de Elizabeth—Manifestó un sonoro suspiro, para tranquilizarse—. Lo mejor será que no hables de aquello que desconoces Dominick o las cosas acabarán mal.

El corazón de la governess dio un vuelco ante la advertencia.

—Me acusas de desconocimiento, pero eres tú quien me ha mantenido en la ignorancia —acusó el menor, moderando el tono—. Puedo entender que te niegues a hablar de ella porque resulta doloroso y que todavía te pese el accidente en las minas, pero de ahí a prohibir todo lo que tenga que ver con estas... No comprendo, ¿a qué le temes tanto Andrew?—cuestionó, obcecado en saber la verdad.

Miss Clarke entendió entonces que las sombras del heredero, en ese aspecto, eran idénticas a las suyas.

—Algún día prometo disipar todas tus dudas y confesarte mis miedos, pero no hoy —sentenció su fraterno.

—¿Entonces cuándo? Cuando me case y me envíes lejos...

"¡¿Enviarlo lejos?! ¿Acaso no vivirán en la mansión?" Se preguntó Miss Clarke consternada.

¿Qué otros alarmantes detalles se había perdido?

—No me mires con tanto odio hermano, como si fuera el monstruo de la historia, el único responsable de tu desgracia.

—En absoluto, soy consciente de que son varios los monstruos moradores de "Whispers House", y dos se encuentran manteniendo esta conversación —subrayó—. También reconozco mi responsabilidad en el asunto. Pero, quisiera pagar la deuda que tengo contigo de otra forma, no puedo perder mi libertad justo ahora...

—¿Por qué no ahora? ¿Qué ha cambiado? —interrogó Mr. Andrew, demandante.

—¿Te parece poco casarme en la flor de la edad, cuando apenas comienzo a descubrir los placeres de la vida? —soltó, tras algunos segundos de exasperante incógnita.

¿Hablaba con la verdad o había algo más profundo oculto bajo esa frívola declaración?

¿De qué deuda estaba hablando?

—Si es por eso, no debes de preocuparte hermano —La voz de Mr. Andrew se oía cansada—. Solo te estoy pidiendo que te cases con Miss Keira para salir de nuestro infortunio, mas no estoy solicitando que le seas fiel únicamente a ella.

—¿En verdad solo esos motivos tienes? ¿O tu interés en atar mi vida a esa presuntuosa dama radica en algo más? —preguntó el más joven, agudo.

—¿Algo cómo qué? —interpeló, el adulto.

—Ambos sabemos que la venganza es un plato que se sirve frío —sugirió el primero, mordaz.

—¿En verdad me crees capaz? —dijo el segundo, dolido.

El silencio de Mr. Dominick le otorgó la respuesta que esperaba.

››Lamento que pienses eso de mí...

—Si lo lamentaras no me estarías sometiendo a esta detestable situación y no me pedirías que, cumplido tu objetivo, me marche lejos. Tampoco te excuses de nuevo alegando que "es por mi bien", "en pos de mi felicidad" y quién sabe qué más, porque si sintieras el mínimo de empatía hacia mí sabrías que no podría ser completamente feliz lejos de ella.

"¿Lejos de quién? ¿De mí?" Cuestionó la institutriz. ¡Tanta incerteza la estaba enloqueciendo! Por no mencionar que tenía el alma destrozada ante un evento que parecía no tener disolución.

"He de perderlo para siempre" Se dijo, mientras las lágrimas comenzaban a descender en aluvión por sus mejillas. Un quejido de angustia se escapó de sus labios, disparando sus alarmas internas. Estaba demasiado cerca de la puerta y ninguno de los dos Señores había emitido palabra hacía rato. ¿Y si la habían oído?

El temor ante el descubrimiento y la pesadumbre que aquejaba su corazón, fueron los detonantes de su decisión.

Pronto se marchó hacia un sitio privado donde podría hallar seguridad y consuelo.

—Podrás verla cuando gustes. Sabes que jamás te la he negado —prometió Mr. Andrew, rompiendo el silencio—. Y ahora hermano, debes irte. Tengo importantes asuntos que resolver antes de la fiesta —puntualizó, dejándole entrever a su consanguíneo que el tema había acabado y que no había nada que dijera que lo hiciera cambiar de parecer.

Lleno de frustración e impotencia, un abatido Mr. Dominick, abandonó el recinto. Aquella apelación era su carta final, el último y desesperado ruego que podría poner fin a su amarga sentencia.

Mientras se alejaba, pensó que era imposible ablandar el corazón de la bestia, y en parte se sintió responsable por crear aquella dura coraza. Pero no era tiempo para mayores lamentaciones; sentimientos de culpabilidad y resarcimiento lo había llevado a contraer esa deuda y ahora había llegado el tiempo de pagar.

A menos que ella le pidiera no hacerlo; ella, la otra mujer por la que entregaría todo por complacerla, por la que renunciaría al firmamento y descendería al mismo infierno a arder eternamente tras romper su promesa. 

—Miss Clarke… Ava, ¿me permite entrar?

La mencionada limpió sus lágrimas de forma precipitada y se levantó del camastro en el que yacía acostada para atender al caballero que se encontraba del otro lado de la puerta, el responsable de su malestar.

¿Era apropiado recibirlo en sus aposentos a puertas cerradas? Y mucho más importante, ¿era buena idea que la encontrara en tal estado? Lo cierto era que a la dama no le cabía otro interrogante más.

Giró el pomo abriendo la puerta, mirando discretamente hacia los lados, para asegurarse de que Mr. Dominick estaba solo y que no había nadie merodeando en los pasillos (al menos ningún individuo de carne y hueso). La conversación que tendría lugar debía mantenerse en completa reserva.

—Adelante —dijo, dando espacio a su avance.

A continuación, puso llave al cerrojo. 

—¿Le ocurre algo Miss? —inquirió el joven, advirtiendo la tensión. 

Su semblante era una amalgama de incertidumbre, preocupación y temor.

—¡Me ocurre todo! —reveló ella—. Pero, si lo que pregunta específicamente es sobre mi aspecto actual, he de decir que mi estado se debe a su mudanza de "Whispers House", la que acontecerá tras su boda con Miss Kirby —expresó, abatida.

Mr. Dominick estuvo a punto de preguntar cómo había obtenido la información empero, la mujer, no dejó que emitiera palabra.

››Sé que se está preguntando cómo poseo tal conocimiento, pero en esta ocasión no soy yo quien debe dar respuestas Mr... —concluyó, fijando sus ojos en los del contrario.

Otra tormenta estaba a punto de eclosionar.

—Tiene razón Miss y le pido disculpas por no haberle confiado una noticia semejante pero, en mi defensa, diré que apenas hoy me he enterado de los alcances del maquiavélico plan de mi hermano —confesó. En su voz había sinceridad—. Mas, no piense ni por un momento que he de dejarme avasallar por sus deseos.

—¿Qué significa eso? ¿Qué esperará hasta que esté casado y con las maletas en la mano para rehusarse? —espetó la institutriz, incrédula.

Ya no podía permitirse mayores condescendencias con su Señor, ni contemplaciones con su lento accionar. 

—¡Por supuesto que no! —clamó el heredero, enérgico—. Porque he de marcharme antes de que acontezcan ambos eventos —dijo, provocando que a ella se le rompiera más el corazón.

De manera instantánea, Miss Clarke alejó su mirada, intentando ahuyentar con el gesto también sus lágrimas.

—En ese caso, buena suerte... Donde quiera que vaya —musitó con dificultad.

Las palabras quemaban en su garganta.

—Debo disculparme, Miss. Me he expresado mal —comunicó él, avanzando a su encuentro. Acto seguido, atrajo su rostro al suyo anexionando sus miradas—. He de marcharme, es cierto, pero no solo. Es mi deseo que usted venga conmigo.

La governess sintió como sus piernas se aflojaban.

¿Irse juntos? ¿Dónde?

››Tengo un buen amigo en Stratford que puede proporcionarnos alojamiento. Posee una pintoresca casa campestre, ideal para comenzar una nueva vida juntos, lejos de esta execrable ciudad y de quienes viven en ella—comunicó, con ansías.

La propuesta era seductora, más que eso: representaba una idea de felicidad concebible en sus más remotos sueños. Además, Stratford era la fantasía de cualquier pareja de enamorados, lugar de grandes amores literarios, sitio de anhelos prohibidos y deseos vedados.

Pero, la mujer era consciente también de la utopía que representaba y, le gustara o no, la realidad siempre primaba.

—Cuando lo dice de esa forma suena como algo sencillo y mentiría si no admitiera que estoy tentada a aceptar su proposición —respondió, notando como la sonrisa del joven aminoraba, anticipándose a la temida objeción—. Pero, no puedo. Hay demasiadas cosas que me atan a este lugar... Mi madre, por ejemplo, que depende de los ingresos de mi trabajo por completo —señaló.

"Y los niños…Incluso su hermano." Recitó en su interior.

—No piense que no he considerado esas cosas, Miss —anunció él, todavía esperanzado—. Ni crea que soy tan insensato o poco prudente para hablarle de huida sin antes haber planeado minuciosamente la forma de escape y sin disponer de los medios que aseguren nuestra posterior supervivencia. La fuente de trabajo está asegurada —prometió.

—Pensé que apenas se había enterado de las intenciones de su hermano... —remarcó ella, confusa.

—Y así fue, pero también es verdad que la idea de irme de "Whispers House" ha estado rondando en mi cabeza desde hace años. No obstante, recién ahora se me presenta una oportunidad idónea, así como también la posibilidad de compartir ese anhelo con alguien más —manifestó el muchacho, tomando su mano. Seguidamente, depositó un cálido beso en el dorso. 

Por unos instantes Miss Clarke pensó en aquella posibilidad como algo probable y su mirada se iluminó.

—¿Y qué pasará con sus sobrinos? —cuestionó, poco después.

El gesto en la faz de su interlocutor fue sinónimo de aflicción, una espina clavada en el medio del corazón.

—Por cada promesa de felicidad, hay un juramento de dolor a considerar —declaró, frugal—. En mi caso, he comprendido a la fuerza que para poder estar junto a usted en paz, debo dejar atrás a otros seres amados —Suspiró con cierta melancolía—. La pregunta sería ahora, ¿estaría dispuesta a pagar ese precio también?

La dama se encontraba abrumada: las palabras de Mr. Dominick tenían mayor implicancia de lo que pretendían transmitir. 

Por un lado, hacían alusión a un sentimiento devocional, incondicional, un amor capaz de sacrificarse y renunciar a otros afectos en pos de una única felicidad. Pero, por otro lado, ese amor también era egoísta, indiferente al bienestar de otros.

"Por cada promesa de felicidad, hay un juramento de dolor a considerar"

¿Soportaría ella ser responsable del sufrimiento de alguien más, si eso implicaba alcanzar su dicha personal?

Amaba al hombre parado frente a ella y su corazón le indicaba cuál era la respuesta que tenía que dar. Sin embargo, no todo lo que se agitaba en su interior tenía que ver con él, su cariño se extendía a todo morador de "Whispers House" y eso la volvía portadora de una intensa sensación de culpa por romper su compromiso, su promesa hacia aquellos seres indefensos que eran ajenos al mal que caería sobre ellos si se marchaba y los dejaba a su merced. Un mal que iba más allá de una simple dolencia emocional y que cada día cobraba mayor fuerza y se manifestaba clamando una promesa absoluta, sin lado antagónico a considerar.

Puede que él la odiara para siempre después de oír su respuesta, pero prefería su rechazo antes de cargar con consecuencias aún más funestas.

Con lágrimas en los ojos y el alma en pedazos, murmuró aquella única y simple sílaba portadora de una enorme potestad: la de sepultar el sueño de ambos para toda la eternidad.

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