Capítulo XII

La oscuridad del boscaje era implacable, de un ébano tan absoluto como el pelaje de la potranca que galopaba a ciegas en la apretada arboleda.

El corazón de Miss Clarke latía a un ritmo frenético, sus piernas estaban entumecidas, firmes a la silla, sus pies fijos en los estribos, en un intento por mantener el equilibrio y los nudillos le dolían de sujetar las riendas con intensidad.

La única ventaja era que las densas copas frenaban un poco la furia de la tempestad, pero el fulgor de los rayos iluminaba los longevos troncos, proyectando extrañas formas en las vetas de la madera, fantasmagóricos rostros de expresiones amorfas, que le infundían temor.

Después de un prolongado tramo, el cielo volvió a temblar bajo el poder de un trueno interminable que provocó que la yegua se irguiera en sus patas traseras generando la tan temida caída.

Durante algunos minutos lo único que vio Miss Clarke fue la negrura ocasionada por el golpe. Pero, poco a poco sus sentidos se fueron encendiendo y recobró el conocimiento.

Estaba tendida de cara al suelo, el aroma a tierra mojada impregnaba sus fosas nasales. Las agujas de los pinos se le habían clavado en las palmas de las manos y las hojas pútridas se le habían adherido a la malograda indumentaria y al cabello revuelto, a causa de la pérdida del sombrero.

Intentó ponerse de pie sin éxito. El cuerpo le escocía a sobremanera y estaba segura de que se había fracturado al menos una pierna. Respiró hondo, el lodo parecía haberse filtrado hasta la garganta pues podía paladearlo. Reunió fuerzas para arrastrarse hasta las prominentes raíces de un provecto árbol, que le servirían como resguardo ante la presencia de animales salvajes.

Era consciente de que debería aguardar hasta que la tormenta menguara para que alguien pudiera rescatarla. Probablemente Mr. Dominick ya había alertado a los sirvientes para que fueran en su búsqueda.

En otras circunstancias hubiera podido valerse por sí misma, pero en su infortunada situación dependía de otros para poder caminar y salir de aquel atemorizante bosque.

Bajo la protección del descomunal tronco, hallándose más tranquila, examinó su pierna derecha— la cual le provocaba mayor suplicio— y notó que estaba sangrando. Por la cantidad de plasma pudo deducir que tenía un corte profundo y si no lo trataba a la brevedad podría perder el conocimiento nuevamente.

Reunió un poco de agua de un charco cercano y limpió lo mejor que pudo la herida. A continuación, rasgó una de las mangas de la chaqueta y se hizo un torniquete, para mermar la intensidad del fluido.

Por fortuna, su profesión le había servido para aprender primeros auxilios, ya que incontables veces había tenido que atender las heridas de los traviesos niños a su cargo. Sabía además que no podía dormirse de inmediato luego de un mal golpe en la cabeza, aquella acción podía provocar severos daños mentales.

No obstante, el cansancio y el sorpresivo silencio que reinaba en el bosque luego del atronador evento celeste, provocaban que sus párpados se cerraran contra su voluntad.

Entonces, en aquel estado de somnolencia, los primeros susurros llegaron hasta ella.

Al principio eran lejanos y se manifestaban como el sonido del viento al deslizarse entre las hojas, luego se fueron acercando, formando una especie de zumbido similar al de un enjambre, tal como ocurría en sus pesadillas.

Miss Clarke aguzó el oído y reconoció una voz que sonaba con más intensidad que el resto. Era una voz masculina, infantil; clamaba ayuda.

De pronto, sus orbes se abrieron como platillos y se puso en alerta.

Tal vez no tenía fuerzas para emprender el camino de regreso a "Whispers House" pero, ¡por todos los cielos!, sí tenía la suficiente energía para auxiliar a un pequeño en apuros.

Se valió de las raíces salientes para ponerse en pie, bizqueando entre aquella oscuridad aprensiva, hasta que se enfocó en un punto de luz ubicado a pocos metros de donde estaba.

"Quizá se trate del fuego de una antorcha", se dijo.

Lo único seguro era que esa fuente de luminosidad la guiaría hasta el niño.

Tomó una vara del piso, lo suficientemente resistente para que le sirviera de apoyo y comenzó a avanzar en dirección a la flama.

"Ayuda por favor", suplicaba la voz.

Sus piernas le ardían, mortificándola con cada nuevo paso, pero su corazón le decía que debía esforzarse para lograr rescatarlo.

En ese momento lo vio: una pequeña figura, famélica, desgarbada, luchando por resplandecer en aquel mar de sombra, de pie junto a la entrada de una cueva.

—¡Espera ahí pequeño! Ya voy—gritó, al tiempo que toda la escena se iluminaba por efecto de un relámpago.

La criatura giró su rostro, negro como el mismo carbón. De hecho, toda su ropa estaba sucia, manchada con aquel mineral. Las hilachas colgaban de sus pantaloncillos y se balanceaban sobre sus piernas delgadas.

La governess dio un paso más.

Estaba a punto de alcanzarlo, cuando aquellas pupilas dilatadas se fijaron en la suyas y pudo oír la voz del menor sonando en su propia mente, un clamor cargado de una profunda aflicción y el más hondo terror.

Su sangre se heló.

"¡Ya viene!" murmuró, antes de esfumarse, en un pestañeo, llevándose consigo todo rastro de luz y dejándola nuevamente sola en medio de la espeluznante negrura.

—¡Miss Clarke! ¡Ava! ¿Dónde estás?—oyó vociferar.

Conocía la fuente de la voz. ¡Se trataba de Mr. Dominick!

—¡Aquí estoy! —bramó con toda la intensidad de la que era capaz.

Todavía se encontraba en shock por lo que acaba de pasar. Su cuerpo estaba trémulo, su voz temblaba, sentía cada uno de los vellos de su cuerpo erizados a causa del terror que aquel encuentro le había generado, y sin embargo, era presa de una profunda felicidad.

Sabía que estaba a punto de ser auxiliada y que era él el caballero que iba a rescatarla.

— ¡Gracias al padre que se encuentran sanos y salvos! —exclamó Ms Paige, persignándose desde el umbral.

Salvos quizá, sanos definitivamente no. Al menos Miss Clarke no lo estaba.

Cuando Mr. Dominick dio con ella corroboró su hipótesis: la pierna derecha estaba seriamente lesionada, incluso podría estar fracturada pues la joven no podía caminar, aunque no lo sabrían con certeza hasta llegar a "Whispers House".

El caballero la había subido, con especial cuidado, al lomo de "Daredevil", el único corcel que les había quedado.

De Storm no había ni rastros, aunque lo más probable era que la yegua retornara por su cuenta a los establos, pues era sabido que los caballos tenían una excelente memoria y un buen sentido de la orientación.

Sin embargo, aquel conocimiento no le proporcionaba el más mínimo ápice de tranquilidad a la governess, quien se sentía culpable por perder a la potranca (pese a que había sido ella a quien el animal había abandonado en medio de la foresta).

Luego de montar él también al purasangre, emprendieron el viaje de regreso, aprovechando que la tormenta había cesado y que el sol había decidido bendecirlos con su presencia.

Del episodio del niño "fantasma" Miss Clarke no había hecho mención, como tampoco él le había manifestado la ardua lucha que debió librar contra la naturaleza y la fortaleza que había tenido que utilizar para dominar a su corcel y llegar hasta aquel lugar.

Pero todo había valido la pena: la había encontrado y tenerla así de cerca, su cálido cuerpo contra su palpitante pecho, era la mayor recompensa que podría desear.

—¡Por todos los cielos! Si está usted malherida mi niña —observó el ama de llaves, al notar la dificultad en el caminar de Miss Clarke, luego de que su Señor la ayudara a descender del caballo.

—Permítame auxiliarlo Sr. —ofreció Mr. Baker.

El panadero había aparecido, tras oír los desesperados gritos de la anciana.

¡Y no había sido el único!

Pronto, el recibidor se había llenado con preocupados miembros de la servidumbre que se esmeraban por ayudar a los recién llegados, pero que terminaban interfiriendo con su entrada a la casa.

—Sean tan amables de hacerse a un lado.

La inconfundible voz de Mr. Andrew (que se había grabado en la memoria de la institutriz con demasiado ahínco), se había hecho oír sobre el bullicio.

De inmediato, los empleados abrieron paso guardando silencio.

Miss Clarke estaba por completo abochornada ante la inesperada presencia del mayor de los herederos, sobre todo porque había llegado prácticamente colgada del cuello de su hermano. Pero su situación de vulnerabilidad la justificaba.

"Algún día Rapunzel deberá abandonar su torre" Había dicho Mr. Patrick y, en efecto, su presentimiento se había cumplido.

¡Pero vaya momento que había escogido el hado para concretar aquel presagio!

››¿Necesita ayuda Miss? —ofreció, brindando su brazo.

—No es necesario —intervino su fraterno, en tono tajante—. Notarás que la tengo bien sujeta.

La joven desvió la mirada hacia su salvador.

Mr. Dominick tenía el rostro color de hormiga, pero por una razón completamente opuesta a la suya. Se notaba que estaba molesto y sentía una necesidad imperiosa de marcar territorio. Una reacción masculina muy típica.

—De hecho caballeros, creo que desde este punto puedo llegar sola a mi alcoba —comentó la "damisela", ilusa.

¡Cómo si a alguno de los dos se le hubiera cruzado por la cabeza considerar sus deseos!

—Pero si no estoy ciego hermano —espetó Mr. Andrew—. Puedo ver que apenas si dejar respirar a la pobre.

"¡La pobre!" Ser víctima de circunstancias que se escapaban a su control era una cosa, pero ser victimizada adrede era otra.

Miss Clarke estaba empezando a alterarse.

—¡Señores, por favor! —chilló Ms Paige, tomando el mando—. Si realmente quieren ayudar, en vez de discutir, escolten ambos a esta muchacha a su habitación —resolvió.

Los hombres cesaron aquella disputa infantil y obedecieron, pues nadie en su sano juicio se atrevería a cuestionar los dictámenes de aquella vetusta y sabia mujer.

››Miss Grey, necesitaremos paños de algodón, agua caliente y algún fenólico. Cuando reúna los elementos llévelo a la habitación de Miss Clarke, la ayudaremos con esa herida —dictaminó.

Al menos alguien sabía qué hacer para garantizar la comodidad de la paciente.

››Y usted Ms Cook prepare una sopa caliente. Se nota a la legua que la joven está helada. No ha parado de temblar desde que entró.

Era verdad, Miss Clarke estaba tiritando y tal vez aquellos temblores se debían a la fiebre que estaba comenzando a obrar y no al frío que había pasado por estar a la intemperie.

En cuanto a Mr. Dominick, él se había desecho de aquella gélides apenas había divisado a su hermano.

"¿Qué estrategia habrá usado Patrick para que claudicara de su confinamiento?" Meditó. Aunque tal vez los motivos que habían impulsado a su fraterno a salir de su torre tenían que ver con la dama a su lado.

Aquel pensamiento le revolvía las entrañas.

—¿Y yo qué hago? —inquirió Mr. Baker, confuso al ver que todos tenían una ocupación.

—¡No lo sé hombre! Lleve al caballo al establo y procure que tenga agua y comida suficiente para pasar la noche—sugirió Ms Paige girando sus ojos —. ¡¿Es que acaso nadie sabe qué hacer o cómo comportarse en esta casa?! —rezongó, mientras se alejaba.

Finalmente, Miss Clarke fue guiada por ambos caballeros hasta su recamara.

Por fortuna, el Señor le había regalado dos brazos y una paciencia sobrehumana. Aunque, pese a la sofocante situación en la que había sido arrastrada, a causa de la constante competencia entre ambos hermanos, no pudo decir que no disfrutara del viaje.

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