Capítulo VIII (Especial pre-Navidad)
¿Le creería Mr. Dominick a Miss Clarke si le explicaba que su pregunta no hacía referencia a él?
La joven estaba pensando en su hermano, de quien se había forjado un mal concepto. Pero, la desgracia —o la fortuna— habían querido que la oyera el Señor equivocado.
—¿Se le ofrece algo Mr? —se apresuró a decir Ms Paige, poniéndose de pie. Sus acerados ojos expresaban una honda disculpa ante la crítica manifestada por su compañera.
—Nada que ocupe de sus servicios Ms. Puede retirarse usted a descansar —sentenció y era evidente que aquello no era una sugerencia.
La longeva mujer se dispuso a marcharse, no sin antes dedicarle un gesto de consternación a Miss Clarke, que permaneció silente y rígida en su asiento.
—Lo siento Mr. Me tomo que ha malinterpretado lo que dije —se disculpó, una vez que su compañera se hubo marchado, tomando lugar frente del recién llegado.
La governess era alta y llevaba tacones, pero parecía que Mr. Bradley la duplicaba en tamaño en ese momento.
—¡Qué extraño! Parece que ahora además de ser un déspota también soy un obtuso —espetó, sardónico.
—¡Por supuesto que no! Lo que quise decir...—inició su discurso con énfasis, pero rápidamente las palabras fueron perdiendo fuerza hasta quedar ahogadas en su garganta.
Sintió que el aire le faltaba. Se estaba sofocando de puro nerviosismo. Había empalidecido, tanto como la luna que asomaba su faz difusa a través de la empolvada claraboya de la cocina. Se maldijo por dentro, deseando que la tierra la tragara al igual que en sus pesadillas.
Pero no podía mostrarse débil. ¡Jamás se perdonaría una falta semejante de carácter! Además, ella era inocente, al menos no era culpable de faltarle el respeto a Mr. Dominick.
Respiró hondo, cargó fuerzas y retomó:
—Lo que intenté decir es que he notado que el piano, al igual que varias de las chimeneas de la propiedad, se encuentra en desuso y me preguntaba si esto tiene un motivo particular. También me permití especular al respecto, sobre si la música causa incomodidad o agravio a los Señores. Me disculpo por ello, no debí hacer conjeturas —declaró, manteniendo la vista fija en la de su interlocutor.
¡Esos iris azules, tintados con la oscuridad de la implacable noche, la estaban desarmando! Pero, ella no iba a sucumbir a su intimidante inspección.
—Puede hacer conjeturas Miss pero, para la próxima, manténgalas en reserva o cuídese de que nadie más la oiga. En especial sí tiene la mala fortuna de que sea mi hermano el receptor de su discurso —indicó, parco—. En lo que a mí respecta, considerese excusada.
—Le agradezco su comprensión —Sus facciones se mostraron más relajadas. Incluso el color había retornado a sus mejillas.
—Sin embargo, no puedo permitir que esas "conjeturas" queden sin respuesta o al menos que usted se lleve una impresión equivocada del asunto —Miss Clarke lo miró extrañada—. Si es tan amable de acompañarme al Gran Salón Miss, podré aclarar cualquier duda al respecto.
Aunque el deseo más ferviente de la institutriz era correr al refugio de su habitación y a la seguridad de su cama y dejar atrás la incómoda situación, no tuvo más remedio que aceptar la "proposición".
El gran Gran Salón era el sueño de cualquier amante del arte musical.
Así fuese una víctima más del notorio abandono que imperaba en todos los espacios de la antigua mansión, todavía conservaba aquella belleza devenida de su etapa de gloria.
La excelsa lámpara de plata, colgando de la viga más ancha, llorando cristalinas lágrimas, el desgastado parqué que se esforzaba por no perder su esplendor, aquel que se extendía hasta el podio reservado para la orquesta y el conservado rincón —el más especial de la estancia— la bóveda de hierro y cristal que guardaba la pieza más extravagante, hacedora de melodías angelicales.
La gracia celeste se derramaba en un haz de luz a través del vitral sobre la ornamentada pieza musical y la hacía brillar.
Miss Clarke estaba absorta, maravillada ante aquel obsequio óptico.
—Cuando el techo se abre las notas flotan hasta las estrellas y las hacen temblar...—oyó murmurar.
—¿Ha dicho algo Mr.? —interrogó a su compañero.
—Solo una obviedad —respondió él—. Le preguntaba si le complacía la vista, lo que está más que claro. Basta con mirar la expresión de su rostro para asegurar que está usted embelesada.
"¡Podía ser acaso más falta de misterio! Una dama sin enigma alguno, tan fácil de interpretar como una partitura para infantes." Pensó.
Mr. Dominick, en cambio, le resultaba incomprensible, impermeable.
—El piano siempre ha capturado mi admiración. Teníamos uno en casa, solía tocarlo con mi padre en las celebraciones... —"Y el domingo en la Iglesia" recordó con melancolía, una añoranza nacida de la pérdida del instrumento más que de la falta de misa.
—Entonces adelante, no se contenga —animó.
En esa oportunidad, Miss Clarke pudo notar aquel amago de sonrisa floreciendo en la comisura de sus delgados labios. Tomó asiento frente al instrumento, deslizando sus finas falanges por la lustrosa franja madera que guardaba celosamente las inmaculadas teclas. Notó un suave relieve en la tapa, el grabado de una frase: "Aquí yace encriptado el lenguaje del alma, la esencia del espíritu, la gracia de los ángeles. E.B".
"Las iniciales de Elizabeth Bradley" Caviló.
—¿Qué le parece una pieza de Chopin? —sugirió su compañero, colocándose a su lado.
Su mano se posó sobre la tapa, acariciando con sus yemas parte de aquellos símbolos.
—¿Desea que lo toque? ¡¿Ahora?!—cuestionó sorprendida. No imaginó que su invitación era tan amplia —. Quiero decir, lo haría con gusto, pero en horas más apropiadas. No quisiera interrumpir el sueño de nadie.
Era probable que su negativa disgustara a Mr. Bradley y borrara todo signo de entusiasmo de su rostro, por más mísero que fuera, pero lo que menos deseaba Miss Clarke era que la complacencia de uno de sus Señores acabara incomodando al otro, porque imaginó que a su "poco sociable" hermano no le gustaría despertarse en mitad de la noche con el estruendoso sonido del piano y menos le agradaría tener que trasladarse desde lo alto de su torreón (su sitio de confinamiento estaba ubicado en la torre Este de la mansión) hasta la planta baja, a ordenarle que guardara silencio.
No le cabía duda de que podría oírla, porque en esa casa los gruesos muros estaban de adorno, ya que las múltiples grietas y tuberías se encargaban de trasportar el sonido hasta los sitios más recónditos y ya bastantes exabruptos había causado.
—Le aseguro que eso no sucederá —prometió Mr. Dominick—. La habitación está diseñada para que los ruidos no se filtren al exterior. Es de los pocos espacios discretos y privados que hallará en "Whispers House" —acotó.
"¡Qué suerte!" Pensó. Al menos ahora sabía dónde podía hablar con tranquilidad sin ser juzgada.
—Es privado —retomó, con cierta intencionalidad—, siempre y cuando no se encuentre abierto el tragaluz de la bóveda —Señaló hacia lo alto, a aquel techo cristalino con vista a los astros.
"Cuando el techo se abre las notas flotan hasta las estrellas y las hacen temblar" Rememoró. En ese momento pudo entenderlo.
—En ese caso, lo haré con gusto —comunicó, acomodandose en su asiento. Sus dedos rozaron las perladas teclas descubiertas con anhelo—. ¿Le gustaría que interprete alguna pieza en particular Mr. ?
—"Los nocturnos" siempre han sido mis favoritos. Escoja usted la pieza que más le convenga Miss —autorizó.
Sus orbes brillaron de expectación y su sonrisa fue más que un vago asomo en su rostro. Pero no fue hasta que Miss Clarke empezó a tocar cuando la verdadera magia aconteció, un encanto que permaneció oculto a sus propios ojos, los cuales se encontraban cerrados para mayor concentración.
La música llenó cada rincón haciéndolo vibrar, las estrellas refulgieron con gran intensidad iluminando el taciturno Salón y las sombras del pasado cobraron vida, ancestrales espíritus que empezaron a danzar por todo el lugar.
Mr. Bradley pudo sentir aquella añeja felicidad retornando a su cuerpo, estremeciendo su propia alma adormecida, que se animaba más con cada nueva nota musical.
¡Tantos buenos recuerdos! ¡Tantas viejas memorias se erguían de aquella tumba memorial y transmutaban al plano terrenal!
Rostros que atesoraba volver a ver, personas que había amado y ya no estaban con él.
¡¿Qué importaba si solo era un reflejo, un anhelo, una frágil presencia que había traspasado el plano dimensional que separa la realidad del mundo de los sueños?! Estaban allí y sonreían y danzaban y vivían, haciéndolo inmensamente feliz.
Esa alegría se la debía a ella: la hacedora de sueños, la artífice de una magia que volvía reales los más hondos deseos.
Él solo había conocido a otra persona capaz de ese tipo de hechizos, una mujer que había partido hacía poco tiempo, pero que en ese instante estaba allí y parecía volverse una con la joven que tocaba el instrumento que antaño le había pertenecido.
Sin poder evitarlo, tomó asiento junto a ella, su mano se deslizó grácil sobre las nacaradas teclas acompañando el ritmo de su compañera, potenciando la fuerza que mantenía firme aquella quimera, hasta que un súbito contacto, un encuentro fugaz entre sus dedos provocó el chispazo, la onda que fisuró aquel mundo de ensueño.
—Mr. Dominick... — murmuró Miss Clarke.
Estaba azorada y encantada por partes iguales. Sobre todo porque él mantenía sus iris puestos en los suyos, con añoranza. Un destello de felicidad flotaba en estos y se proyectaba en los propios.
La mujer sintió un sentimiento calido invadiendo su pecho.
—Discúlpeme usted Miss —dijo él, luego de un breve pestañeo que le ayudó a salir de su estado de ensimismamiento.
Rápidamente se puso de pie marcando distancia.
El sentimiento cálido fue reemplazado por un aguijonazo, uno semejante al dolor provocado por la carencia, la ausencia...
››Supongo que me dejé llevar por la encantadora melodía. Sepa disculparme —remarcó.
—No tiene por qué pedir disculpas. Pero, sépase excusado —alegó, recuperando la compostura.
—Ha logrado una interpretación sublime —felicitó él, manteniendo un tono y una pose formal.
—Gracias... —dijo, pero sus elogios le parecieron escasos —. Y considere resulto mi interrogante. No me cabe duda de que es usted un amante de la buena música y un gran interprete, además —subrayó.
Aunque a ella poco le hubiera importado que careciera de talento musical, mientras continuara mirándola con la misma pasión y embeleso de hacía un momento. Una situación que supo no se repetiría. Al menos no en largo tiempo.
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