Capítulo VII

La habitación del pequeño Robbie era un auténtico caos: el arcón de los juguetes estaba abierto y los mismos se encontraban diseminados aquí y allí, la ropa yacía revuelta sobre la cama y los objetos decorativos que engalanaban el mobiliario —aquellos que estaban al alcance de sus manos— rodaban por el suelo.

En cuanto al niño, ocupaba el centro de aquel torbellino, preso de un ataque de histeria.

Cuando Miss Clarke ingresó al cuarto, de la mano de la niña Aurore (quien había ido, en estado de desespero, a buscarla hasta el jardín) se sobresaltó ante tal panorama.

—¡Qué bueno que llega Miss! —dijo MS Paige, consternada—. No he podido pararlo. Este es el peor de sus ataques desde que su madre...Bueno, ya sabe —susurró la angustiada mujer.

¡¿El peor de sus ataques?!

Cuando Miss Clarke se postuló para el puesto de institutriz sabía que le tocaría lidiar con niños difíciles, afectados por la pérdida de un ser querido, pero no imaginó que sufrían de padecimientos tan severos. Sin embargo, si el "mal del sueño" que aquejaba a la niña Aurore, pese a haberla impresionado, no había logrado derrumbarla, la crisis nerviosa de Robbie tampoco lo haría.

Respiró hondo, se arremangó las mangas de su impecable camisa blanca y determinó:

—Prepare la tina con agua fría, Ms Paige. Esto se acaba ahora.

"Nada mejor que un baño de agua helada para combatir un berrinche infantil" pensó, rememorando las palabras de su madre.

Fuera por la gélides del agua y los temblores que esta generaba al entrar en contacto o por el consecuente castañar de dientes, lo cierto era que el método resultaba eficaz para eliminar cualquier crisis nerviosa.

La governess se aproximó hacia el chico, que gritaba a todo pulmón como si su vida dependiera de ello, mientras se golpeaba los oídos y se replegaba sobre sí mismo. Sus pálidas mejillas habían adquirido una tonalidad rojiza y algunas lágrimas habían comenzado a brotar de sus redondeados ojos color caramelo, matiz que se asemejaba a los propios.

A Miss Clarke se le estrujó el corazón.
¿Cuál podría haber sido el detonante que lo había puesto en semejante estado? Su hermana no se lo había dicho, al menos no lo había explicado con suficiente claridad.

En su camino de regreso a la mansión, la niña había comentado que su hermano se negado a tomar clases fuera de la casa, que estaba asustado porque decía que "las voces" habían regresado.

Pero, ¿a qué se refería exactamente con eso de "las voces"? La única voz que había oído Miss Clarke estando afuera era la de Mr. Gardener y... las del supuesto "coro celeste", pero esas no contaban.

A esas alturas la joven se había convencido que solo estaban en su imaginación. Además, dejando de lado aquel episodio, "Lyre Garner" era un sitio calmo, tal como había indicado el jardinero.

La institutriz pensó que aquello era una excusa de un niño a quien no le entusiasmaba retomar sus estudios luego de un prolongado y forzoso "receso" escolar.

La reafirmación de aquel pensamiento le dio el coraje que necesitaba para tomar al pequeño entre sus brazos, a pesar de los manotazos que este lanzaba para evitar ser sujetado (y los cardenales que los golpes le harían a sus blancas muñecas) y conducirlo hasta el baño, donde una Ms Paige dirigente y consternada, había seguido las instrucciones de la educadora al pie y la aguardaba con la tina cargada de agua.

Tiempo después el niño dormitaba apacible en su cama, cobijado por una pesada manta de lana tejida a mano, a falta de un buen calentador que ambientara el lugar. No obstante, una sensación cálida envolvió el corazón de Miss Clarke al comprobar que su plan había funcionado a la perfección y le había devuelto la tranquilidad al pequeño y a su entorno.

¿Acaso Mr. Bradley había oído el berrinche? La governess lo dudó, ya que ni siquiera se había molestado en aparecerse por su habitación para comprobar lo que acontecía. Aunque quizá, si aquello era un acto común por parte del menor, debía estar bastante acostumbrado, al punto de ya no ponerle atención.

"¡Tal vez salió de nuevo de excursión!" Meditó, pero rápidamente alejó esos pensamientos de su mente. A ella no debían de importarle los asuntos de sus Señores, como bien había recordado Ms Paige a la servidumbre en el comedor.

—He notado que aquí en "Whispers House" no hay demasiada calefacción, lo que resulta irónico considerando que la mansión se irguió gracias a la producción carbonífera y estoy segura de que el bosque alrededor es capaz de proporcionar madera suficiente para alimentar una chimenea en cada habitación—observó Miss Clarke.

Tanto ella como la anciana se encontraban en la cocina, descansado, junto al crepitante y tibio fuego que ardía en la envejecida chimenea de hierro, la única que la mujer había visto encendida hasta el momento. Tanto el hogar del gran comedor, como el de la sala principal parecían estar en desuso.

Ms Paige, alargó el silencio que sobrevino a su comentario.

"Tal vez fui inapropiada. Quizá hablé demasiado" reflexionó Miss Clarke.

A veces tendía a decir lo primero que pensaba sin detenerse a pensar en las consecuencias y su octogenaria compañera no era muy amiga de las lenguas sueltas.

—Está en lo cierto, Miss —reconoció la aludida después del interludio. A continuación, se acomodó el chal sobre los hombros, envolviéndolos en su totalidad y recuperando aquella imagen frágil habitual —. Resulta una ironía, pero la vida está llena de estas...—se detuvo otra vez y Miss Clarke creyó que había acabado la conversación. Incluso pensó que su acompañante se había quedado dormida, ya que sus ojos eran dos finas líneas. Pero luego añadió, con renovado énfasis —: Además, así como el carbón ha traído grandeza a la propiedad, también la sumió en la ruina.

—Entiendo que la familia se vio afectada por problemas relacionados a la actividad minera…

No era secreto que la producción carbonífera tenía competencia —derivada del surgimiento de nuevas fuentes de energía, más efectivas y menos contaminantes— y que las deplorables condiciones laborales en las mismas de carbón y las consecuentes protestas y reclamos por parte del proletariado comenzaban a influir en la actividad. Miss Clarke pensó que esas situaciones podían llegar a perjudicar al sector cuya mayor afluencia de capital dependía de la producción del, cada vez menos valorado, "oro negro", pero de ahí a generar una total decadencia había una brecha. De hecho, sabía que la actividad aún resultaba un negocio bastante rentable para la floreciente economía inglesa.

—Es correcto. Fueron demasiadas las "consecuencias" que esta acarreó —espetó, chasqueando la lengua.

La institutriz supo, por la circunspecta expresión en el rostro de la contraria, que ese tema acabaría allí y no obtendría mayor información. Sin embargo, podía indagar en otros aspectos relacionados.

—Ya veo... Comprendo que el mineral debe ser un elemento "execrable" para los amos de la mansión.

"Y eso explica la falta de calefacción a base del mismo". Resolvió.

—Mr. Andrew básicamente lo prohibió en la propiedad. Salvo aquí, en la cocina. Habrá notado que tanto la chimenea como la estufa funcionan a leña y carbón. Pero, este es el espacio de la servidumbre y el amo difícilmente lo visita. Por lo demás, el hogar principal no se ha encendido en largo tiempo y se mandaron a retirar las chimeneas de las habitaciones, incluso de la suya. Lo siento...

Miss Clarke lo había supuesto, sabía que antes la habitación estaba calefaccionada, había podido notar la silueta de la chimenea, la turbia sombra causada por el hollín en la pared.

—No se preocupe, las mantas son igual de efectivas —mintió.

En el fondo, por más que comprendiera el rechazo de los herederos Bradley por el mineral que había causado su ruina  económica, se preguntó por qué los Señores no habían invertido parte del capital ganado en volver más competitivo el negocio y así sacarlo a flote o, si acaso no querían continuar con la actividad, bien podrían haber incursionado en fuentes alternativas de energía que mejoraran su situación financiera y de paso sirvieran para calefaccionar tan suntuosa propiedad y evitar que sus ocupantes (en especial los más veteranos) perecieran a causa del frío y la humedad.

Pero, todo parecía indicar que los Bradley habían preferido hundirse en la miseria junto con su negocio fallido.

Miss Clarke sintió un escalofrío en el estómago ante semejante pronóstico. No había conocido a Mr. Andrew, pero sí a su hermano y, pese a su primera mala impresión, al final Mr. Dominick no le resultó tal intransigente y arcaico como había pensado. De hecho, su conducta frente a ciertos temas, le pareció muy propia de alguien de mente progresista. No entendía por qué dejaba que una mala racha económica terminara con todo su legado. Aunque también era cierto que siendo el menor de los hermanos estaba supeditado a los dictámenes del primogénito.

Se encontró aborreciendo al mismo Mr. Andrew Bradley sin siquiera conocerlo.

—¿Le sucede algo Miss? —cuestionó Ms Paige.

—Nada, es solo cansancio —volvió a mentir. No podía compartir semejantes pensamientos con ella —. ¿Ha bordado usted las mantas? —dijo, regresando al tema.

—La mayoría, pero también era un pasatiempo de Miss Elizabeth...un alma diestra para variadas artes —evocó. Sus descoloridos iris, se encendieron a causa del recuerdo.

—¿Era suyo el piano? —indagó.

Una de las cosas que más le habían llamado la atención a la joven, en su breve recorrido por la propiedad, había sido el inmenso piano de cola del salón. Una ornamental pieza que ansiaba tocar cuando tuviese oportunidad.

Pensó en iniciar las lecciones del día siguiente con una clase de música. Imaginó que una melodía armónica mantendría a los niños relajados y los prepararía para las materias más duras. También le serviría a ella para calmar sus ánimos. Con el pesado día que había tenido, apenas si había podido concentrarse en la educación de Aurore. Además, lamentaba el hecho de que se había arruinado su blusa favorita, pues Robbie le había rasgado el bordado del cuello de un tirón. Algo que ni siquiera Ms Paige podría solucionar, por muy habilidosa que fuera.

—En efecto… Fue un regalo, pero ya no se utiliza.

—¿Acaso a Mr. Bradley tampoco le parece grato el piano? —interrogó, frunciendo el entrecejo.

La pregunta había surgido desde lo profundo de su ser y había sido dicha con toda la vehemencia de la que era capaz a esa altura del día.

—De hecho, Miss Clarke, me considero un ferviente admirador de los compositores románticos.

Miss Clarke sintió que el alma se le caía al piso, lugar donde mantuvo la vista fija durante unos instantes, al punto en el que podía visualizar las vetas de la madera aún con los párpados cerrados.

Cuando por fin reunió la suficiente entereza se atrevió a levantarla y mirar a su (probablemente enfadado) interlocutor. Se trataba de Mr. Dominick Bradley.   

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