Capítulo IX (Especial fin de año)

"Ava" "Ava"

El llamado se oía difuso, lejano. Un murmullo que emergió desde los cimientos de la mansión, buscando el conducto adecuado para ser transportado: una vieja tubería, una grieta en la pared que permitiera el paso del aire... Cualquier vehículo era óptimo para alcanzar sus propósitos.

Una vez en el sitio indicado, era cuestión de perpetrar los velos del ensueño y pronunciarse con suficiente énfasis para que la receptora recibiera el mensaje.

Miss Clarke abrió los ojos, pero no podía asegurar si aún continuaba sumida en su universo onírico, uno que le ofrecía un paisaje similar al de su cuarto, donde opresoras sombras se arrastraban con la intención de devorarla o sí estaba despierta y aquella amenaza era real. Pero tenía la certeza de que en medio de la exasperante y aterradora oscuridad del entorno, un haz de luz podría otorgarle un atisbo de seguridad y calma.

Tal vez por ello no se detuvo a meditar cuáles serían las consecuencias de seguir aquel halo incandescente que, como una llama flotante, guiaba sus pasos, ni se paró a pensar con seriedad el origen de aquella peculiar fuente de luminiscencia. El más puro instinto de supervivencia le indicó que debía seguirlo sino quería acabar en las garras de aquel monstruo sombrío que consumía todo lo que tocaba.

Siguió aquel halo por los corredores de forma hipnótica, cual devota subió sin cuestionamiento las escalinatas de caracol hasta la torre más alta. No la detuvo la escarcha que fluía de las ajadas baldosas de mármol y ascendía por sus pies descalzos, dejando esquirlas en sus piernas desnudas, ni el gélido aire que inflaba su camisón de seda agitando sus volantes, tampoco frenó su andar la implícita señal de "advertencia" que imperaba en aquella ala de la propiedad, prohibida incluso para la servidumbre más antigua.

La joven se mantuvo confiada, con un sentimiento de certidumbre floreciente en sus pupilas color ámbar y no frenó hasta que el haz flotó frente a una puerta que yacía entreabierta y se fundió con ella, volviéndose parte de la añeja madera.

¿Qué misterios guardaba la distante recamara? Sus finos dedos se alzaron con la clara intención de develarlos.

El agónico sonar de oxidadas bisagras, la luz de una farola que en lo alto brillaba y una figura humana (de una fisonomía conocida y extraña) signaron el final de aquella marcha.

—¡¿Elizabeth?!

El nombre de la difunta Señora de "Whispers House" fue lo último que la institutriz oyó antes de que las sombras finalmente la alcanzaran.

Una nueva claridad abrumó a Miss Clarke y la obligó a abrir los párpados. Se encontró tendida en un amplio lecho, rodeado por raídas cortinas de encaje blanco por donde se filtraban los destellos dorados del alba.

¿Cuánto tiempo había permanecido allí? El suficiente para ver acontecer un nuevo día, ciertamente.

Un corto examen del entorno le permitió comprobar su primera hipótesis: aquel no era su cuarto.

Se irguió con premura y se dispuso a levantarse con iguales ansias, descubriendo que se encontraba envuelta en una bata masculina.

Vagos recuerdos colmaron su mente: el de unas manos férreas que la sujetaban en su deceso hacia el suelo, un suave roce de su cuerpo contra un torso compacto y el brillo unos ojos verdes, cual esmeraldas, mismos que la contemplaban con incertidumbre y anhelo. Esos ojos que observó con fijación hasta que su "salvador" la condujo hacia el lecho donde finalmente perdió el conocimiento. Un caballero apuesto, cabe añadir, con esa galanura propia de la que eran beneficiarios los varones Bradley (al menos los que conocía Miss Clarke).

Pero, si ser rescatada de una estrepitosa caída, luego de una abrupta irrupción a un sitio vedado —sino por la censura de su propio ocupante, moralmente indebido para una joven de su condición— había sido completamente vergonzoso, peor era ser rescatada por el primogénito portador de tan notable apellido.

Mr. Andrew Bradley.

Si alguien le hubiera dicho a Miss Clarke que su intento de huida la guiaría hasta la misma puerta —incluso a los mismos brazos— del excéntrico y, posiblemente petulante, heredero de "Whispers House", hubiera optado por ser devorada por aquella lobreguez infernal. Pero, ella no contaba con semejante ventaja informativa, incluso a esas alturas intentaba dilucidar por qué había sentido tal pavor hacia la oscuridad, sentimiento que la había impulsado a abandonar su alcoba en primer lugar.

"No se trató de la oscuridad, sino de lo que aquella albergaba". Le recordó su subconsciente, mientras intentaba escapar una vez más, en esa oportunidad de una amenaza menos intangible.

—¿Se va usted tan pronto Miss?

La voz provenía del lado opuesto de la habitación al que se dirigía, por lo que se vio obligada a voltear para ver a su interlocutor.

"¡¿Qué pecado he cometido, Oh Señor, para pagar con tales creces?!" Se preguntó internamente, pero ella era sabedora de la respuesta. El precio que toda oveja descarriada paga por alejarse del camino de su Buen Pastor.

—Sepa aceptar mis más profundas y sinceras disculpas Mr...—inició, girando con lentitud hacia él.

En principio, la mujer no fijó la mirada en su "anfitrión" (por más tentada que estuviera de hacerlo) sino que paseó la vista por la amplia habitación, descubriendo la evidente afinidad que sentía Mr. Andrew Bradley por el arte. No solo poseía un marcado gusto por las buenas obras, como las que exhibían los cuadros de famosos pintores distribuidos a lo largo y ancho de la estancia, sino que él mismo practicaba tan excelsa actividad, tal como revelaban los lienzos en blanco, las paletas de óleo y las obras apiladas en un rincón. También sus manos eran las de un artista, tintadas con los variados colores de las acuarelas.

Miss Clarke recordó el inconfundible aroma del barniz brotando de sus poros, como una segunda esencia, en su breve cruzada hacia el lecho; fragancia que advirtió gracias a la inevitable cercanía entre ellos.

Finalmente, sus orbes llegaron hasta el caballero que descansaba en un sofá individual, con un vaso de whisky en la mano.

El parecido con su fraterno era acentuado, pese a la diferencia de edad. Aunque de rasgos maduros, Mr. Andrew tenía la misma faz angulosa, los pómulos altos, los labios delgados pero definidos, el cabello un tanto más corto, mas igual de alborotado, las cejas anchas y pobladas que le proporcionaban una mirada firme e intensa.

La diferencia más notoria radicaba en el color de sus ojos. Mientras que los de Mr. Dominick eran de un azul profundo, como el cielo besado por la incipiente noche, los de Mr. Andrew eran de un tinte verde esmeralda. No obstante, aquel matiz vivaz era apenas el recuerdo de unos iris que horas antes habían ardido con la intensidad de mil soles y que en ese momento yacían por completo apagados.

—Si hubiera querido sus disculpas Miss, le hubiera reprochando su "irrupción" en mi alcoba y no le estaría preguntando por qué desea abandonarla con premura sin antes concretar su... "propósito". ¿No le parece?—interrogó, agitando el contenido de su vaso de manera automática. Una costumbre que parecía tener bien arraigada.

Aquello era peor de lo que esperaba. No solo Mr. Andrew le resultó más arrogante de lo que había augurado, sino que además era un insolente, ¡un descarado! Pero, ¿podría acaso culparlo? ¿No lo había llevado ella a forjarse ideas equivocadas respecto a su persona y sus intenciones? Una dama respetable jamás habría obrado de esa forma, nunca hubiera entrado a la habitación de su Señor en medio de la noche, vistiendo aquel atuendo sugerente, sino tuviera claros deseos de seducirlo.

La joven empalideció. Estaba a punto de desmayarse otra vez, pero no podía darle el lujo de poner sus aprensivas manos en su cuerpo de nuevo.

Por fin, el hombre pareció apiadarse de su estado de indefensión y añadió:

››Lo que quiero decir Miss, es que no debería marcharse sin antes decirme a qué ha venido en primer lugar. Imagino que, una dama de su clase, ha tenido un buen motivo para haber actuado de una forma contraria a sus principios.

Miss Clarke sintió una punzada de culpabilidad. Sin duda, había juzgado apresurada y duramente a su Señor. De hecho, si lo observaba con detenimiento, sus actitudes, su pose, su expresión, su perfil en conjunto en fin, no se asemejaban al de un libertino (y ella había tenido la mala suerte de toparse con algunos a lo largo de su vida). No había rastros de lascivia en sus gestos, sino amabilidad, una honda aflicción y una pizca de curiosidad también. Pero, ¿tenía ella un buen motivo que ofrecerle? Absolutamente. Lo que no podía afirmar era que fuese completamente honesto.

—Está usted en lo correcto. No fue mi intención interrumpir su descanso Mr. Sucede que padezco de una... "alteración en el sueño". Habrá notado usted que no me encontraba por completo lúcida al llegar aquí —dijo. Una mentira que quizá no se alejaba del todo de lo que había pasado en realidad.

—Admito que logré percibir su estado de somnolencia antes de que perdiera el conocimiento, condición propia de quienes padecen el mal del sueño. Mi...pequeña sin ir más lejos —reconoció el heredero.

—Así es, me temo que padezco a misma afección que Miss Aurore —concordó, manteniendo la farsa —. Una niña de excelentes cualidades, cabe añadir. Ha de sentirse muy orgulloso de ella —acotó, mas no obtuvo respuesta de su parte ante semejante obviedad—. En fin, asumo que ya ha de conocer mi identidad, pero corresponde que me presente adecuadamente. Miss Ava Clarke, a sus servicios Mr. Bradley —anunció, inclinándose ligeramente con educación.

Un ángulo exacto, cabe mencionar, para observar con mayor precisión parte del marcado torso de su interlocutor, que se exhibía a través de su camisa entreabierta. Claro que, la dama no lo había hecho con esa clase de intención. Pero las protocolares muestras de cortesía que exigía el conservadurismo londinense a veces rendían sus frutos.

—En efecto, estoy al tanto de quién es y ahora también de cuál fue el motivo que la trajo hasta aquí. También me queda claro que usted me reconoce a mí, aunque ¿cómo no hacerlo? Soy prácticamente un calco de mi querido hermano o, en todo caso, él lo es de mí —señaló, casi como si aquello último fuera una pesada carga que soportar.

—Ciertamente hay un parecido físico, pero una pequeña disparidad hace por completo la diferencia: sus ojos...

Miss Clarke no solo hacía alusión a la desigualdad de sus matices, sino sus respectivas miradas, a las sensaciones que estas despertaban.

—Por supuesto, cómo no haber reparado en los iris azules de mi hermano. Un índigo difícil de olvidar—remarcó, con intencionalidad.

La governess sintió un ligero cosquilleo en el estómago.

—Si usted lo dice, que es el experto en el área —indicó, sin darse por aludida, haciendo referencia a las paletas de acuarela y a los múltiples lienzos desperdigados a su alrededor.

Uno de ellos había llamado especialmente su atención, un bosquejo en blanco y negro de Miss Elizabeth Bradley. Hecho que le trajo a la mente un nuevo recuerdo.

¿Acaso Mr. Andrew la había confundido con su esposa o eso también había sido un sueño? Miss Clarke supo que ese interrogante formaría parte de los muchos misterios que envolvían la mansión.

—Así es —expresó, con repentina acritud. A continuación, se puso de pie para cubrir con una sábana la totalidad del retrato que reposaba sobre aquel caballete que la joven observaba con atención—. Bueno Miss, creo que ya hemos dicho todo lo que debíamos decir. Resta señalar que, después de conocerla, no me cabe duda que mi hermano ha hecho una buena elección al contratarla. Es usted una dama de bien que aportará una buena educación para mis hijos, estoy seguro.

Ese comentario había sido inesperado. Sobre todo por qué ella no comprendía en qué se había basado Mr. Andrew para hacer semejante afirmación. No es que dudara de sus capacidades como institutriz, o de sus buenos valores, pero sentía que no había demostrado ninguna de sus habilidades o atributos frente a su Señor (excepto aquellos que se podían traslucir bajo la seda de su camisón).

Al menos Mr. Dominick la había puesto a prueba —de una forma algo severa, cabe destacar— pero le había permitido mostrar de lo que era capaz, había valorado su inteligencia, su ética...

¿Sería que Mr. Andrew también lo había hecho? Tal vez había puesto a prueba su moralidad.

—Le agradezco la confianza Mr. Y también le doy gracias por haberme evitado unos cuantos cardenales en el cuerpo al despertar—mencionó, haciendo alegoría a la "inminente caída".

—He obrado como cualquier caballero —declaró y, en ese momento, Miss Clarke supo que en verdad lo era. Sin poder evitarlo, una sensación de empatía comenzó a forjarse en su pecho—. No he de retenerla más, Miss—añadió su Señor, haciendo un ademán hacia la puerta.

Ella obedeció sin mayor discusión. Ansiaba marcharse desde que había puesto un pie fuera del lecho, aunque una parte suya lamentaba la abrupta despedida. Además, no pudo evitar sentir que había alterado la sensibilidad de Mr. Andrew al rememorar a su difunta esposa. Dos faltas imperdonables en tan solo pocas horas.

Se alejó con el pensamiento de que tal vez era una dama de bien para sus hijos, pero no una buena dama para que él la quisiera cerca mucho tiempo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top