Capítulo III
La anunciada cena transcurrió sin sobresaltos. El guisado de codorniz que había preparado Ms Cook le pareció exquisito a Miss Clarke, habiendo despertado en su paladar memorias de deliciosas comidas que cocinaba su propia abuela cuando ella era niña.
En cuanto a la charla, la sintió "tranquila y amena", tanto que una pequeña parte de su ser, aquella que jamás llegaría a comprender del todo, añoró el parloteo incesante de Mr. Long.
—Creo que Mr. Bradley ha regresado de su excursión. Me pareció escuchar murmullos en su habitación —comentó Miss Grey de pronto.
La joven no sobrepasaba los dieciocho años de edad y llevaba a cabo las labores domésticas más pesadas, aquellas que la avanzada edad de Ms Paige le impedía desarrollar.
El oficio lo había recibido de su madre, quien se encontraba avocada a su propio hogar al cuidado de sus hijos más pequeños, a causa de una severa artritis que le impedía continuar desempeñando un trabajo servil en la mansión.
Debido a la forzada política de austeridad de la familia Bradley, solo Miss Grey, Ms Paige y en ocasiones Ms Cook, se dedicaban a los quehaceres domésticos. Un número reducido de personal para tan magnánima propiedad y todo por un mismo salario.
Miss Clarke se preguntó, en esa ocasión con mayor seriedad, si acaso su fin también sería limpiar los desórdenes que causaran los niños, además de contribuir a su formación intelectual. Era probable.
—Tú siempre estás oyendo ruidos donde no los hay—regañó Ms Cook.
—Como sí tú nunca hubieras escuchado nada. El otro día dijiste que oíste sonidos extraños en la despensa—espetó Miss Grey.
—Sí, pero Mr. Baker aseguró que eran ratas.
"Espíritus o alimañas", ninguna opción le pareció mejor a Miss Clarke que sintió como se erizaban los vellos de la nuca.
—Dudo mucho que se tratara de Mr. Bradley —intervino Mr. Baker, en un infructuoso intento por contener la situación.
Era un hecho que la dinámica de la cena había cambiado, para bien o para mal.
—Lo ves, es solo tu imaginación ociosa —señaló Ms Cook—. Bien sabes que el amo prefiere permanecer en el bosque que en la mansión. No lo veremos llegar hasta que despunte el alba, es un hecho —determinó.
—Y no podemos culparlo por ello querida. El pobre necesita un desahogo de vez en cuando, ha recaído sobre él una pesada tarea desde... "el suceso"—recordó Mr. Baker.
Las rollizas mejillas de Ms Cook habían adquirido un tinte similar al vino que, en su momento, había llenado su copa.
Miss Clarke no pudo dilucidar si estaba avergonzada o ruborizada por la observación que había hecho su compañero.
—Sí, todo ha estado de cabeza desde lo ocurrido. Todavía me atormenta la expresión que tenía ella cuando...—murmuró Miss Grey.
—¡Ya basta! —la cortó Ms Paige—. Bien saben que no es propio hablar sobre estas cosas. Lo que hagan los Señores de la casa y por qué solo es asunto de ellos—recordó, poniéndolos en su sitio —Además, ¿qué pensará de nosotros Miss Clarke? ¡Que somos unos chismosos!
—Yo nunca...—inició la mencionada, pero fue interrumpida.
—En especial Mary, que gusta de estar pegada a las puertas de las habitaciones de los Señores todo el rato. Como si no tuviera otras ocupaciones —señaló Ms Cook con sorna.
Miss Grey la fulminó con la mirada. Sus ojos ardían de rabia y de lágrimas.
—Estás celosa porque mis tareas me permiten moverme por toda la casa y estar al corriente de las novedades. En cambio tú, te la pasas enclaustrada entre estas paredes, si no es cocinando, comiendo y engordando. Será por eso que no has conseguido marido hasta ahora—soltó, insidiosa.
Pese a que, Ms Cook solía ponerse a la altura de Miss Grey al momento de las discusiones, lo cierto era que la sobrepasaba en años. La cocinera rondaba los veintisiete, una edad escandalosamente preocupante para alguien de su género. Si no contraía matrimonio antes de los treinta, lo más probable era que el funesto pronóstico de la muchacha se cumpliera y acabara como una solterona.
—¡Suficiente! Se han pasado de la raya señoritas—sentenció Ms Paige golpeando la mesa. Los ojos de Miss Clarke se abrieron como platos. No hubiera imaginado que aquella añosa y, en apariencia inofensiva mujer, fuera capaz de lanzar un grito semejante. Pero las primeras impresiones a veces no suelen ser del todo acertadas —. Mr. Baker, ayude a Ms Cook a levantar la mesa. En cuanto a usted Miss Grey, hablaremos de sus modales de camino a la habitación.
—Pe...pero...si ni siquiera he terminado la cena —sollozó.
Las lágrimas al fin escurrían por su radiante rostro, volviéndolo aún más infantil.
—Hubiera pensado eso antes jovencita —señaló la anciana, levantándose de su asiento —. Siento mucho la terrible imagen que ha de llevarse de nosotros en su primer día. Es por eso que las governess no deben cenar con el personal de servicio. En fin, que pase una agradable noche Miss Clarke. Espero que sus sueños sean mucho más afortunados.
Por desgracia, los buenos deseos de Ms Paige no pudieron impedir las horribles pesadillas que, desde la muerte de su padre, aquejaban el sueño de Miss Clarke, pero que poca relación tenían con aquel.
En esa imagen onírica en particular, ella se encontraba caminando por un desconocido bosque brumoso, jirones de niebla se le enganchan en las piernas como si fueran zarpas vaporosas, mientras que añosos árboles, cuyas gruesas vetas dibujaban rostros de expresiones aterradoras, la observaban conforme avanzaba.
De pronto, un sonido extraño, el de una multiplicidad de voces que se combinaban en un zumbido ensordecedor la hacía temblar, la abrumaba la sensación de que "algo" comenzaba a reptar por la niebla y la perseguía. Entonces corría, pero nunca podía avanzar, los pies se le enredaban en las prominentes raíces y caía en la turba humedecida, lodosa, que parecía querer devorarla, arrastrarla a las profundas entrañas de la tierra, mientras una parvada de córvidos, que descendían de las oscuras copas, se abalanzaba sobre ella y la picoteaban.
Finalmente los cuervos se disipaban cuando ella aparecía. Se trataba de mujer de larga cabellera negra, vestida con blancos atavíos, sus rasgos eran difusos, sus ojos apagados. Poco a poco avanzaba a su encuentro, extendiendo su demacrada mano, sus dedos frágiles y pútridos intentaban alcanzarla y entonces, cuando estaba a centímetros de distancia, a punto de ser tocada por las falanges de la parca figura, despertaba.
—¿Mami? —Oyó una voz infantil. Los vestigios del sueño se disolvían como sal en el agua— ¿Eres tú? —inquirió la vocecita.
Miss Clarke abrió por completo los párpados y pegó un salto bajo las sabanas, tan blancas como el tono de su tez en ese momento, como la túnica de aquella niña que la observaba inmóvil del otro lado del lecho, o como el blanco de sus pequeñas cuencas oculares. Dejó escapar un sonido ahogado que pretendía ser un grito de espanto.
—¡Por el amor del Padre! —exclamó Ms Paige entrando apresuradamente a la habitación—. Miss Aurore, mi niña, vuelva a la cama —Con especial cuidado la anciana tomó del brazo a la hija menor de Mr. Andrew Bradley, que tenía aquella mirada ciega puesta en Miss Clarke, observándola sin verla realmente—. Enseguida regreso, debo llevar a la niña Aurore a su cuarto —comunicó.
Miss Clarke solo fue capaz de emitir un gesto de cabeza, producto de la conmoción.
Una vez que las féminas se marcharon, se dispuso a vestirse y arreglarse de forma apresurada, intentando despojarse del terror ocasionado por la mujer espectral de su pesadilla y el subsecuente encuentro con una versión miniaturizada de aquella.
—Sabrá disculpar lo impropio de mi comportamiento por la intromisión en sus habitaciones, Miss Clarke —dijo Ms Paige a su regreso.
—Queda usted excusada Ms. Sin embargo, si fuera tan amable de explicarme qué ha pasado con exactitud. Todavía sigo sin comprenderlo...
—Por supuesto, es lo menos que merece. La niña Aurore sufre del mal del sueño y debido a ello, en ocasiones, camina dormida por la casa...
—¿Busca a su madre? —indagó Miss Clarke—. Tengo la impresión de que me confundió con ella.
—Es posible, pero quién sabe lo que pasa por su mente cuando se encuentra en semejante estado. A veces murmura frases sin sentido o mantiene conversaciones con las paredes —relató, apesadumbrada.
—Comprendo.
—Lo más importante que debe saber es que ella no está en absoluto conectada con el mundo que la rodea en ese momento, no es consciente de dónde se encuentra y eso amerita un peligro. Pero, despertarla de manera brusca podría ser contraproducente para su mente. Por eso, deberá estar atenta a estos episodios. Si nota que se levanta durante la noche, tendrá guiarla a su cama y quedarse con ella hasta que recupere la normalidad del sueño —recomendó.
Miss Clarke al fin entendió la relevancia de estar cerca de las habitaciones de los niños. Se dio cuenta también que, desde ese punto en adelante, sus pesadillas pasarían a ser el menor de sus males.
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