Capítulo I
Cuando Miss Ava Clarke atravesó el sinuoso sendero que conducía a la propiedad, lo hizo acompañada por el eco de varias voces que narraban historias. Algunas eran melancólicas, nostálgicas, mustias, tan arcanas como los taciturnos abedules que bordeaban el riachuelo, otras más frescas y enérgicas, como el canto de los ruiseñores que anidaban en los tupidos follajes, pero ninguna voz fue lo suficientemente intensa para que ella la oyera sobre el constante traqueteo del coche y el incesante parloteo de su acompañante, Mr. Long, tan largo como su propia estatura.
Los Long habían servido a la familia Bradley desde los cimientos de "Whispers House", habiendo desempeñado tareas administrativas y financieras en relación a la propiedad y los ingresos derivados de la producción carbonífera.
En la actualidad, aunque la fortuna amasada en esa "época dorada" había menguado considerablemente y, pese a los escasos esfuerzos de los herederos Bradley por conservar su legado económico, seguía siendo tarea del primogénito Long, quien había perpetuado el oficio de la familia —al menos en lo referente al campo contable— encargarse de administrar su patrimonio.
No obstante, si alguien le hubiera dicho a Mr. Long que, luego una ardua Colegiatura en Contaduría en Oxford, su función también sería la de contratar una governess para que instruyera a los pequeños hijos de Mr. Andrew, el mayor de los hermanos Bradley, hubiera empleado sus habilidades intelectuales en formarse como Mayordomo. Pero sus aspiraciones también eran altas.
—¿Es usted religiosa Miss Clarke?—inquirió Mr. Long después de un breve intervalo, producto de la conmoción originada por el reciente golpe que había dado su cabeza al chocar contra el techo del vehículo—. Imagino que sí, ya que su familia proviene de una larga línea de fieles devotos cristianos—aventuró.
Era algo característico de la personalidad de Mr. Long hablar y responderse a sí mismo, costumbre que Miss Clarke hubiera notado en su primer encuentro, de no ser porque estaba demasiado nerviosa y concentrada en mostrarse agradable y complaciente ante su entrevistador y obtener el codiciado puesto de institutriz. Pero, después del forzado tiempo compartido a causa del prolongado viaje, la joven pudo darse cuenta de ello, incluso diferenció las fases que componían la perorata de su compañero: la que denominó como "fase narcisista", que consistía en un monólogo interminable formado por anécdotas relacionadas a su insigne experiencia educativa y la mal llamada "fase empática", enfocada en hacer interrogantes de resolución evidente o contestación breve cuyo cabal objetivo era fingir interés en el otro.
‹‹¿Disfruta usted enseñando niños, Miss Clarke? Presumo que sí, dado que las mujeres tienen un don natural para la crianza y educación de los pequeños, un instinto maternal innato diría yo.›› Había comentado con antelación.
¡Instinto maternal innato! A Miss Clarke se le congeló la sangre ante la declaración y se vio imposibilitada de hablar por unos instantes, situación que el hombre aprovechó para continuar su discurso egocentrista.
Pero en esta ocasión daría una respuesta como debía.
—De hecho, no me considero religiosa —Los negros orbes de Mr. Long saltaron dentro de sus cuencas oculares—. Al menos no soy una fiel practicante del dogma.
Esta última añadidura pareció tranquilizarlo un poco. Después de todo, había algo de cierto en sus cavilaciones.
—Pero sí cree en nuestro buen Señor —dijo, casi como una nueva afirmación.
—Creo firmemente en un poder superior que rige ciertos eventos de nuestra existencia, a veces de forma caprichosa o incomprensible al entendimiento humano, pero no considero que nuestra vida se encuentre completamente supeditada a esta fuerza. La mayoría de nuestras acciones son resultado de nuestras decisiones y no hay otro responsable, salvo nosotros mismos, a quien atribuirle la culpa de nuestras equivocaciones.
Aquella respuesta le ocasionó un nuevo sobresalto.
Era incuestionable que Miss Clarke era un "producto" de la Inglaterra moderna hecho que, por algún motivo que escapaba a su comprensión, había pasado por alto en la entrevista. No obstante, pese a sus "progresistas" declaraciones, Mr. Long no estaba dispuesto a aceptar que se había equivocado al seleccionarla entre la multitud de mujeres que se disputaban el puesto; ninguna tan agraciada como la aludida según la óptica del Contador, cabe añadir.
—Y pese a todo eso, usted lleva la sagrada cruz colgando de su cuello —observó con sagacidad.
—Es un símbolo que respeto y un regalo de mi padre —evocó, tocando el objeto sacro.
—Y un elemento depositario de fe. Fe en aquel que es Padre de todos— insistió.
Miss Clarke estaba a punto de objetar, pero era evidente que aquella fastidiosa conversación no acabaría hasta que le diera la razón. De nada valdría explicarle que su apego hacia aquella pieza tenía que ver con un vínculo filial, que esa insignia mantenía fresco el recuerdo de su amado padre fallecido, que llevarla colgando del cuello despertaba un sentimiento cálido en su corazón, porque sentía que su progenitor continuaba cerca.
—Tiene usted razón, supongo que soy religiosa después de todo —expresó, lacónica.
Mr. Long esbozó una larga sonrisa de suficiencia.
—Bueno, parece que hemos llegado —anunció, con renovado ánimo.
En esa oportunidad había acertado.
Imponente como un titán de hierro, madera y roca, "Whispers House" se alzaba frente a los asombrados ojos de los recién llegados. Al menos de Miss Clarke, quien estaba por completo eclipsada ante aquella enigmática y mística belleza que envolvía a las construcciones góticas. Mr. Long, por el contrario, estaba ocupado en persignarse.
—Qué tenga usted una grata estadía Miss Clarke —Retiró una tarjeta del bolsillo de su gabardina y se la tendió. "Barnett A. Long Contador Colegiado..." alcanzó a leer la joven, antes de que el aludido la interrumpiera —. Encontrará ahí un medio de contacto por si me necesita, si tiene algún problema durante su estadía, aunque lo dudo, y claro, si ocupa los servicios de un Contador especializado en el futuro —expresó con una risa nerviosa.
—Gracias —dijo Miss Clarke un tanto confundida. A continuación, guardó la tarjeta en su bolso de mano. Tenía la intensión de engrosar el fuego del hogar más tarde, ya que supuso que las noches en "Whispers House" debían ser frías—. Pero, no comprendo ¿no bajará usted también?
—¡Oh no! Me temo que mi tarea llega hasta aquí. Mr. Bradley me ha pedido que la escolte hasta la propiedad y me asegure que llegue a salvo. Confío que he cumplido con mi deber de manera idónea. Está usted en una pieza ¿cierto? —Volvió a reír y, sin esperar respuesta, acotó—: Además está anocheciendo y tengo la intención de atravesar el bosque antes de que el sol desaparezca por completo tras aquellas colinas —Señaló el paisaje circundante. Los redondeados picos de las sierras se elevaban gloriosos sobre el apretado extracto de niebla, bendecidos en toda su gracia por el brillo dorado del sol—. Ya sabe, es hábito del Maligno hallar guarida en las sombras. Pero, Ms Paige se encargará de usted a partir de ahora. Creo que lo mencioné antes, pero en el fragor de la conversación pude haberlo pasado por alto, Ms Paige es una "suerte" de ama de llaves en "Whispers House". En fin, verá que aquí la costumbre es ser contratado para un servicio y terminar dedicado a otras labores...
A esas alturas, lo que menos le importaba a Miss Clarke era el cargo a desempeñar, si tenía que trabajar de nanny además de governess lo haría. Lo que más ansiaba era ponerse a laborar de inmediato, sobre todo cuando eso significaba alejarse de aquel hombre que no paraba de parlotear.
—Entonces, supongo que es esta una despedida —concluyó, cortando el soliloquio, al tiempo que le tendía la mano —. Ha sido un placer Mr. Long.
—Lo mismo digo, estimada—respondió, un tanto amedrentado por la súbita interrupción y algo atribulado por tener que despedirse de la hermosa joven—. Y querida, si todavía alberga dudas respecto a su espiritualidad, le aconsejo resolverlas lo antes posible. No subestime la importancia de estar comunión con nuestro Señor. Sobre todo si se alarga su estadía en "Whispers House".
Por primera vez, Miss Clarke aguardó la continuidad de aquella declaración, mas no obtuvo de Mr. Long más que silencio y lo que le pareció un extraño gesto de auténtica empatía de su parte: el vestigio de una mirada apesadumbrada asomando tras sus pupilas atezadas.
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