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3 am.
¿A quién demonios se le ocurre hacer un maldito traslado a las 3am?
Apenas y podía dormir. Las pastillas seguían sin hacerme efecto y me habían negado una dosis más alta pensando que se me pararía el corazón. Si no concilio el sueño un sólo día más, me detendré el corazón yo mismo.
Claro. Como a ellos les importa un pepino mi opinión —y posiblemente, no les vendría mal liberar una habitación— trajeron a un nuevo invitado en plena madrugada con el sigilo de un tractor.
“Es lo que te ganas por no ser discreto” Fueron las palabras exactas de Papyrus apenas tuvo oportunidad de visitarme después de que me atraparan con las manos en el cadáver y me trajeran aquí, al loquero, como si mis preferencias alimenticias me hicieran más desagradable que ellos.
Una completa injusticia.
Me acerque con pereza a la puerta, intentado ver algo interesante a través de la ventanilla enrejada, pero nada. Sólo hombres de blanco llevando a cuestas algún pobre diablo al que no pude discernir a la habitación de al lado. Eso sólo podía significar que Morís estaba curado... O muerto. Me daba igual, no iba a extrañarlo de todas formas.
Una vez terminaron sus procedimientos, dejaron al susodicho a solas en su celda. En este punto de mi vida sabía que mi nuevo vecino debía encontrarse tan drogado que fácilmente podría confundir un palito de pan con uno de sus dedos.
Mejor, no me molestará ésta noche.
. . .
Debe ser una maldita broma...
—¡¿Puedes callarte de una condenada vez?! —Le grité mientras aporreaba la pared con los puños, deseando que los blanquecinos muros acolchados fuesen la cara de ese sujeto.
Mi nuevo vecino me ignoró rotundamente por vigésimo sexta vez, empezaba a hartarme. Sus conversaciones susurradas y carcajadas estridentes me provocaban punzadas en la cabeza que el insomnio sólo terminaba por volver insoportables.
1 hora. 1 hora fue lo único que necesitó aquel tipo para que pudiese odiarlo con toda el alma. Debo admitirlo, es un récord.
Apenas había terminado de acostarme y medio taparme con la sábana cuando aquel tarado empezó a reírse como poseso y hablar sin descanso con alguien que tenía por seguro, no estaba allí.
De no ser porque a todos los internos con habilidades especiales se nos coloca un collar que inhibe nuestros poderes —brindandonos un agradable choque eléctrico cada que lo intentábamos—, ya hubiese derribado la pared a base de Gasterblasters para poder silenciar permanentemente al ruidoso inquilino.
Pero no, tenía que quedarme tranquilo en mí celda si quería tener una mínima oportunidad de salir de aquí y volver a casa con Paps...
Una nueva e interminable risotada grave se hizo presente en la quietud del piso de contención y yo, simplemente exploté.
—¡Se acabó! Apenas esté libre, voy a buscarte y convertirte en mí maldita cena —Grité furioso, la risa paró de golpe y hubo silencio por un par de minutos que utilicé para calmar mi respiración.
Pegué el oído a la pared buscando señales de vida. Si la fortuna decidía sonreírme hoy, aquel tipo habría muerto ahogado con su propia saliva o algo.
Un minuto en completa tranquilidad generó un aumento perceptible de mi marchito sentido del humor. Pero al igual que siempre, parecía no ser mi día de suerte.
Capté al poco tiempo una risa diferente a las psicóticas de antes. Pausada y suave, como de alguien que escucha algo completamente ilógico.
—¿Tú cena? Creó que tendrías que acabar con toda la seguridad de éste sitio para lograrlo, no pienso que vayan a soltarme al mundo mientras tengan oportunidad —Por primera vez, el sujeto me dirigió la palabra.
—Tengo mis métodos... —Contesté secamente.
No iba a comentarle a un extraño que mi hermano trabajaba para la lavandería del psiquiátrico —al igual que yo hace no mucho tiempo—, podría arruinar mi única oportunidad de escape.
—Uy, que miedo —Contestó sarcástico—. Se nota que nos metimos con el monstruo equivocado, ¿verdad Paps?
Di un sobresalto por la sorpresa.
—¿Cómo sabes que soy un monstruo...? —Pregunté incómodamente curioso.
No sólo estaba el hecho de que la gran mayoría de la población eran humanos, sino que tampoco es como si hubiese muchos monstruos aquí metidos.
De casi trecientos pacientes, únicamente eran monstruos el pirómano de Fell, el rarito de Napstablook, Error, y ese chico, Lust.
—No lo sabía, ahora lo se —Comentó con cierta burla—. ¿No se supone que todos los que estamos encerrados aquí somos unos monstruos por tener la cabeza rota?
Esa frase final había sido demasiado.
—No me vengas con idioteces, ¿quien te lo ha dicho? —Exigí una explicación, ese tarado estaba logrando asustarme.
—También tengo contactos —Comentó con burla.
Chasque la lengua con molestia.
—Desagradable —Escupí.
—¿Desagradable? Auch, pensé que nos estábamos llevando bien —El tono sarcástico en su voz sólo logró irritarme más—. Dejame adivinar, ¿tenías de causalidad un trabajo mediocre que detestabas, pero mantenías porque la discriminación racial no te permitía un puesto con más dignidad y al final te atraparon dándole su merecido a esos malnacidos que se aprovecharon de tú posición durante años?
Sólo pude guardar silencio, estupefacto.
—No me digas. ¿Me dirás que tu también pasaste por eso y a partir de ahora seremos los mejores amigos y el paño de lágrimas del otro hasta en un trágico incidente uno de los dos muera pero el que sobreviva se llevará una lección de vida que lo volverá mejor persona? —Comenté burlesco, aunque el shock anterior hacía estragos con mi voz de vez en vez.
—No —Dijo fríamente—. Solamente lo dije por que eres alguien muy fácil de leer, lamento decirte que YO si tuve una buena vida y estoy aquí por las enfermeras, que son una hermosura.
No dije una palabra más, voy a odiar a este sujeto...
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