━━ 𝒑𝒓𝒆𝒇𝒂𝒄𝒆: the price to pay

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PREFACIO:
EL PRECIO A PAGAR

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Intentaba arrepentirse todos los días de las decisiones que la habían llevado a aquella situación, pero la verdad era que nunca podía.

Su mejor amigo solía decir que era la persona con más compasión que había caminado por su aldea, y eso era decir bastante, ya que su gente se enorgullecía de ser una tribu pacifista; sentada en su celda, algunos días ella pensaba que Kai tenía más razón de la que habría querido tener. Todo lo que había sucedido, con el pueblo, sus amigos, su familia... todo había sido culpa de su débil corazón.

Habían llegado cientos de barcos a su orilla y con ellos aparecieron los hombres de armadura, que arrasaron su isla con antorchas y una ira que su gente no pudo combatir, pues jamás lo habían hecho. No tuvieron oportunidad. Comprendía ahora que tendría que haber sido más responsable, más astuta, porque a la gente que los atacó, ella los conocía.

No pensó que la encontrarían, pero sí sabía exactamente por qué la buscaban. Meses atrás, la pobre viajera quedó varada en una isla remota, lejos de su hogar, y fue allí donde conoció a la criatura más fantástica que había visto. Él tenía una melena que parecía haber sido tocada por un arcoíris, una piel blanca como las nubes y un par de alas que lo elevaban en el cielo. Una parte de ella lo quiso desde el primer momento en que lo vio, y quizás él también, porque cuando sus captores vieron cómo ella lo liberaba, el animal la salvó y la llevó lejos de allí.

Que sorpresa fue para ella, enterarse que la criatura que tanto había querido, el que le había enseñado el cielo, el que la había hecho reír, el que la había maravillado; aquel amigo a quien le dio un nombre, había sido un dragón. Una sorpresa en verdad, especialmente porque ella jamás había visto un dragón.

Aun así, su amistad con él fue la causa de todas sus desdichas, la razón por la que en ese momento se encontraba rodeada de extrañas personas con intención de herirla. Ya lo había dicho; quiso arrepentirse todos los días, desear que aquel dragón hubiera volado lejos cuando ella le dio la oportunidad de ser libre, pero entonces sonreía ante el hecho de que no lo había hecho, que se había quedado por ella.

No había criatura a la que había amado tanto como a él. Llegó a su vida en un momento en que ella necesitaba un amigo que la comprendiera, y aunque él no pudiera hablar como ella, supo que entendía. Era por ello que se rehusaba a dejar que aquella despreciable mujer volviera a capturarlo; lo había salvado una vez, y lo haría de nuevo si era necesario.

¿Era una mala persona por alegrarse de haber hecho todo por él? ¿Era, acaso, una mala persona por no arrepentirse de nada? Había quedado sola por ello, con la única compañía de sus fantasmas y sus recuerdos, aquellos que anhelaba volver a vivir, y la memoria de las personas que tanto deseaba volver a ver.

Cómo todo se había arruinado, solo porque ella no había podido entregar a un dragón. ¿Pero cómo hacerlo, cuando ese dragón le había enseñado tanto en tan poco tiempo?

Sí, aprendió mucho de él, y sobre él, también. Sabía que era solo cuestión de tiempo para que la encontrara, como siempre lo hacía. Los meses pasaban pero ella no perdía la esperanza de que volvería a verlo y la llevaría lejos de aquel lugar, a alguna isla lejana donde podrían vivir en paz y olvidar todo lo que había sucedido.

Cada noche, la prisionera volvía al lugar al que siempre iba cuando algo dolía: al rincón de la habitación, donde esperó poder esconderse del mundo exterior y dejar caer sus lágrimas, aislada de todos como la cobarde que era. Había fallado en salvar su isla y había fallado en salvar a sus amigos, la gente que confió en ella, a su abuela, su única familia... Detestaba la idea de que aún vivía cuando ellos, que eran inocentes, se habían ido solo por un secreto que ella cargaba.

Por meses, no tuvo opción más que convivir con las sombras que la acechaban, deseando más que nunca poder desaparecer de aquel lugar. Odiaba las paredes, beber de goteras; odiaba a los guardias que la vigilaban y odiaba al hombre robusto que se encargaba de torturar a su gente. Comenzó a perder la esperanza de que su amigo llegaría. Quizás él había huído de su isla en el momento en que vio los barcos; quizás había volado tan lejos, que ya se había olvidado de ella. Cómo deseaba también poder olvidarlo a él.

Sin embargo, una tarde en la que finalmente creyó que podría dormir sin pesadillas, el Hombre de una Mano se presentó en su celda, y aunque ella se rehusó, él acabó arrastrándola lejos de allí, como siempre hacía.

Lo observó mientras caminaban; qué misterioso que era. Solía pensar que era una sombra por las ropas negras y el cabello oscuro, pero sabía bien que sus ojos aún irradiaban algo de luz. A veces era agradable, a veces no; la mayor parte del tiempo, ella no lo toleraba. Su nombre era Harald, y en su cabeza, era un bastardo.

—¿Adónde me llevas? —le preguntó, intentando no sonar insegura.

—La Capitana quiere hablar —dijo él con una pizca de diversión. Se detuvo frente a una puerta y abrió, revelando su recámara. Ella la conocía, pues la dejaba limpiarse la sangre allí, de vez en cuando, sin que nadie viera—. Tienes suerte. Dijo que puedes tomar algo de agua antes de ir.

—Vaya, qué amable —contestó, pensando en la cantidad de veces que la habían golpeado en aquel lugar. Aun así, recibió el vaso de agua sin palabra alguna, y luego de dar un sorbo, se atrevió a decir—: Tú también estás de buen humor.

—Que bien que lo menciones —sonrió sarcástico, y ella se resistió de rodar los ojos—, porque si los Dioses tienen algo de piedad, estaré fuera de este barco en solo unos pocos días.

Su corazón pareció quedarse quieto de la sorpresa. ¿Él... se iba? Quiso no parecer afectada, y lo intentó, pero no pudo no fruncir las cejas o controlar su repentino aliento atemorizado. Harald era quien solía frenar al hombre que la golpeaba cuando sabía que podía hacerle verdadero daño, y aunque no lo admitiera, él la cuidaba. Si de verdad se iba...

No eran amigos, y definitivamente no lo admiraba o pensaba bien de él, pero era la única persona en aquel barco a quien le importaba su bienestar. O eso quería creer.

—No te asustes —le dijo, atrapando su atención—. Ella no te hará más daño del que necesita, aún le sirves.

—Que bella manera de decirlo —contestó, sin intención de ser sarcástica, sino honesta. La Capitana no la veía como una persona, mas como el obstáculo en su camino, y ella temía que algún día decidiera removerla—. Así que, uhm... ¿te irás? ¿Adónde?

—De vuelta adónde pertenezco —respondió con tono distante, pensativo. Ella enarcó una ceja algo sorprendida, hasta que él añadió—: He estado lejos de mi jefe por bastante ya, me querrá de vuelta. Además, debo reportarle todo lo que ha pasado por aquí.

En aquel momento, no había pensado mucho lo que Harald había dicho, y quizás fue por ello que no preguntó más nada y se resignó a tomar lo que quedaba en su vaso de agua para así devolvérselo. Entonces él volvió a colocar su rostro frío y neutral, inmediatamente haciéndole una señal para que estirara sus manos; ella lo hizo, mas no pudo no quejarse de lo apretada que sentía la soga en sus muñecas.

—Eso duele —dijo en un gruñido.

—¿Sí? Nunca se es muy cuidadoso. Pusiste una buena pelea cuando llegamos a tu isla —pues claro que sí, pensó ella—. No quiero que se te de por escapar y me golpees como la última vez; aún no creo que seamos tan unidos, akrariana.

—No lo somos —respondió de inmediato.

—Pues qué mal —agregó Harald, atando el nudo de la soga y, una vez más, escoltándola por el lugar.

Observando una vez más el enorme barco en el que se encontraba, se preguntó cómo había olvidado lo espacioso que era, y si no fuera por su predicamento, estaría realmente maravillada en su construcción. El lugar que la mantenía captiva no tenía solo una, sino tres cubiertas, y ellos caminaban por la más grande. Estaba repleto de armas: catapultas, enormes ballestas y, más que nada, soldados.

Intentó no mirar a nadie mientras caminaba detrás de su acompañante —o más bien, su captor—, tomando lista de todo lo que veía. Había logrado notar que otros barcos más pequeños se encontraban atados a las paredes de aquel enorme lugar. Quizás, si lograba ser lo suficientemente lista...

—Aquí estamos —dijo Harald, llamando su atención. Se encontraban en un lugar tan pequeño, que solo cabían ellos tres y el timón del barco.

Decir que no estaba asustada sería la peor mentira que habría dicho en su vida. Aquella era la mujer que le había quitado todo; podía hasta sentir que le temblaba el corazón.

—Recuérdame tu nombre —pidió la voz de la mujer, y ella sintió el repentino escalofrío que le recorrió la espalda. No dijo nada—. He dicho que dijeras tu nombre. ¿O ya lo olvidaste, luego de todo esto?

Sus cejas se fruncieron con furia, desprecio hacia su captora, y aún entonces... sentía que había algo de verdad en sus palabras. Hacía tanto tiempo que nadie la había llamado por su nombre; ¿Acaso había llegado a olvidarse?

Pensó en su abuela, el único familiar que le había quedado. ¿Cuál era su nombre? Talia... ¿Y cómo la llamaban a ella? A Kai, su mejor amigo, le gustaba ponerle muchos apodos; ella solía sonreír con los nombres locos que él le otorgaba, pero había uno que siempre le había gustado.

—Valren —respondió, recordando la blanca sonrisa en su abuela cada vez que admiraban las estrellas—. Mi nombre es Zara Valren.

—Iré al punto, Zara —dijo la mujer, aún sin dar el rostro y observando las nubes que se aproximaban—. Liberaste algo que es mío, algo que he estado buscando por más tiempo del que te imaginas. He perdido mucho por ello... incluso la confianza de mis aliados. Dime, ¿qué esperas que le haga a la persona responsable por esto?

Se rehusó a responder. En su lugar, decidió hacer la pregunta que moría por dejar salir:

—¿Por qué? —dijo en un hilo de voz, al tiempo que un simple pestañeo deja caer las lágrimas de puro enojo que se había estado guardando—. ¿Por qué castigar a toda mi aldea? ¿Por qué no solo llevarme a mí?

Un trueno resonó, cada vez más cerca. Zara sabía que no obtendría respuesta a aquellas preguntas, pero aun así, cuando la lluvia comenzó a golpear contra el gigantesco barco, la rubia dejó escapar otra duda que la molestó desde el inicio.

—¿Qué es lo que quieres con él?

La vio levantarse de su trono y girarse a dar la cara, al fin. Era una mujer alta, con piel medianamente oscura, pero lo que más la atrapó fueron los ojos negros que la miraban desde arriba, y no pudo hacer nada más que observar su semblante ensombrecido.

—Tu pequeño amigo... bueno, no es pequeño, ¿verdad? —dijo con un tono obvio—, es muy valioso para mí, para mi investigación. Lo he seguido por años. Su naturaleza es extraña, pero estoy segura de que me llevará a donde requiero... Si tan solo lo tuviera en esta nave —habló con un tono amenazante que envió un escalofrío bajo su espalda.

La rubia tragó saliva, siendo incapaz de encontrar las palabras que deseaba decir. ¿Qué significaba todo aquello?

Pero entonces, otro trueno resonó sobre sus cabezas y con el mismo, un rugido tan ruidoso, tan potente, que ambas supieron exactamente lo que era. El corazón de la prisionera volvió a latir con esperanza.

La Capitana la empujó fuera del camino y comenzó a bajar las escaleras con apuro, mientras Harald la sujetaba del brazo y la obligaba a seguirla. Una vez estuvieron lado a lado, Zara alzó la vista hacia el cielo, sintiendo la lluvia en su rostro y la alegría inundarla cuando vio su sombra volar sobre las nubes.

Era él. Comprendió entonces, que jamás la había dejado. Que había estado buscándola. Que no se había olvidado de su amistad. Había vuelto por ella.

—¿Qué están esperando? ¡Preparen las redes! —gritaba la Capitana.

El dragón sobrevoló la nave mientras disparaba a las enormes ballestas, convirtiéndolas en nada más que astillas. Pero Zara volvió a sentir miedo; miedo de que lo atraparan, y de que lo lastimaran solo porque ella se había quedado quieta. Decidió, entonces, que no lo haría. Con un golpe bien asestado en el estómago de Harald, Zara logró hacer que el pirata perdiera el equilibrio y su agarre sobre su propio brazo. Se lanzó a correr por la cubierta, esquivando a los soldados que la veían pasar hasta que, finalmente, logró encontrar donde descansaban las armas afiladas contra la madera. Con la punta de una lanza, cortó la soga que sostenía sus manos juntas y tomó prestado un cuchillo, pequeño, pero afilado.

La cubierta de la nave era un campo de guerra. Los soldados corrían de un lugar a otro, atajando las órdenes de la capitana para que la capturaran y derribaran al dragón. Zara comenzó a correr de nuevo; solo necesitaba llegar al borde, saltaría al océano y él la salvaría. Evitarían cualquier sangre derramada... Pero antes de poder llegar, alguien la hizo trastabillar y caer sobre su rostro, dejando escapar el cuchillo de su agarre. Zara rodó sobre su estómago y vio el rostro de la Capitana sonriéndole desde arriba, sintiendo un frío metal contra su cuello. La obligó a ponerse de pie, pero antes de que su captora pudiera decir algo, él aterrizó.

Se veía exactamente como lo recordaba, y verlo allí, aunque temía por él, la llenó de felicidad. Lo había extrañado; a él, su melena, sus grandes y majestuosas alas, y los ojos dorados que le recordaban al amanecer. Zara notó, algo sorprendida, que él aún llevaba la silla que le había hecho.

El dragón gruñía enfurecido, haciendo su camino sobre la nave; usaba sus grandes garras para apartar a cualquier soldado que se le acercaba con facilidad, y su nariz negra se movía sin cesar, intentando encontrarla.

—Llámalo —le dijo la mujer, pero ella se rehusó, intentando zafarse de su agarre. Sin embargo, solo consiguió que el filo de la espada se volviera más amenazante—. ¡Llámalo!

—¡Dash!

Se detuvo.

Desde la otra cubierta, el dragón giró la cabeza a donde provenía el grito de su nombre. Zara logró encontrar sus ojos, volviendo a sentir la felicidad de ver a su mejor amigo de nuevo. El dragón, sin embargo, notó la espada que la mantenía prisionera, y sus orejas cayeron hacia atrás con precaución.

—Harald —llamó la mujer, y el hombre del garfio se acercó con ojos sorprendidos ante la escena—. Intenta que no se escape esta vez, ¿podrías?

Él tomó la espada, sosteniéndola firmemente contra el cuello de Zara, que lo observaba con lágrimas amenazando con resbalar por su mejilla. Sentía su corazón romperse ante la indecisa mirada de su dragón, aquel animal que la había querido y que había confiado en ella, intentando decidir si debía cooperar con aquellas personas para salvarla, como ella lo había hecho con él, o salir volando y nunca ser visto de nuevo. Pero lo que más le dolía era que sabía que él se quedaría, porque lo hizo antes, cuando ella le dijo que era libre, y eso le rompía el corazón.

Entre más se acercaban a él, más Zara sentía sus piernas temblar ante la posibilidad de que lo lastimaran. Entonces, se giró a mirar a Harald, quien observaba a la capitana caminar por la cubierta.

—Por favor —le dijo, llamando su atención. El pirata de corazón frío notó la desesperación en la mirada de la menor, logrando sorprenderlo—, no puedo quedarme a ver. Solo hazlo de una vez.

—¿Qué has dicho? —repitió incrédulo.

—Ella lo hará de todas formas, ya tiene lo que quiere —agregó Zara, intentando controlar su aterrado corazón por lo que estaba por pedirle—. Terminalo. Por favor.

Pensar que todo acabaría en cualquier segundo, era algo escalofriante, pero ella había aprendido a no temerle al pensamiento. Hizo la súplica; lo había perdido todo, y la única luz que le quedaba estaba a punto de ser apagada. Ya no tenía porqué seguir.

Esperó el momento. No supo si lo sentiría, no supo si dolería tanto como decían, pero deseó que fuera rápido. La espera se le hizo eterna, y se preguntó si de repente el mundo había comenzado a ir más lento solo porque estaba a punto de terminarse para ella. Sin embargo, comenzó a pensar, quizás aquel era el precio a pagar por todo lo que había causado, y eso, extrañamente, no le molestaba en lo absoluto.

Pero el momento nunca llegó.

El sonido de metal contra la madera la obligó a abrir los ojos, y Zara observó como Harald clavaba la espada contra el suelo, incapaz de terminar con ella. Sus ojos volvieron a encontrarse con los de él, y esta vez, pudo ver una pequeña luz en las irises azules del contrario.

—Vete —le dijo el hombre que acababa de liberarla.

Aún intentando comprender lo que acababa de pasar, Zara solo pudo responder:

—Te matará —su tono de preocupación lo decía todo.

—Un problema para mañana —sonrió el mayor, el segundo gesto honesto que había recibido de él.

Ella quiso replicar. Quiso decirle que escapara con ella, que fuera libre, cualquier cosa para evitar que sufriera por su culpa, pero entonces, sabiendo lo que estaba pensando, el pirata se acercó hasta la indecisa muchacha y, con mucho pesar, le dijo:

—Buen viaje, akrariana —fue lo último que oyó de él antes de que la empujara por el borde.

El grito desgarrador de Zara llamó la atención del dragón, que antes de que pudieran notarlo, había noqueado a los soldados con un movimiento de su cola, inmediatamente saltando detrás de la muchacha que gritaba su nombre. Ambos se sumergieron en el océano, y antes de que la Capitana pudiera decir palabra, volvieron a ascender.

La tormenta continuó rugiendo sobre los gritos enfurecidos de aquella mujer, a quien Zara esperaba olvidar, y la culpabilidad de haber dejado gente atrás solo logró crecer en su pecho entre más se alejaban. Sobre el lomo de su mejor amigo, sin embargo, ella se regocijó en su compañía tan esperada, así como él. Eran libres, al fin, y estaban juntos, cuando ella había comenzado a pensar que no lo vería nunca más.

Quizás, solo quizás, todo había salido bien al final...

Poco sabía que aquella tormenta, la misma que había sido testigo de su liberación, sería la causa de todos sus problemas.

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Y así es como el público enfureció.

¡Al fin está el prólogo! Uff, de las veces que lo reescribí, pero creo que al fin estoy satisfecha con el resultado. ¡Ah! Quería aclarar unas cositas:

1) No encontré fc para Harald *press f* pero lo imagino como una mezcla entre Sinbad y Colin O'Donoghue para que se den una idea.

2) El dragón de la nena lo he creado yo, cuando avancemos un poco más con la historia subiré una ficha de él para que puedan verlo jsjs

En breve subiré el apartado del Acto Uno. ¡Nos vemos ahí!

—skye.

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