Capítulo único




Era una noche cálida.

No era verano, no era invierno. No hacía tanto frío, ni tanto calor. Nada extraño, una noche común.

Lo que sí había de diferente eran las respiraciones entremezcladas en aquel departamento pequeño, casi opresivo.

Dos pares de ojos mirándose eternamente. Unos eran muy claros, los otros muy oscuros, pero igual de hermosos.

Nadie podría entender aquella combinación tan perfectamente imperfecta, el blanco y el negro, el amor y el odio, el ying y el yang.

Pero esas chicas entendían que todo lo diferente encajaba perfectamente.

Eran dos piezas de un rompecabezas diferente, pero que extrañamente, se completaban entre sí.

Ailén y Keira eran polos opuestos.

Sin embargo, en ellas se podía hallar lo que muchos buscan sin éxito: el amor.

Desde el día que se conocieron, notaron cuán disparejas eran, que nunca podrían estar de acuerdo.

Amantes de cosas opuestas, dos niñas enemistadas desde muy pequeñas, pero con una relación inquebrantable.

Se habían declarado la guerra, y pensaban que el único sentimiento que las unía era el infinito odio.

Eso fue hasta que llegaron a la adolescencia, cambios recurrentes y extrañas sensaciones aflorando de ellas.

Mientras Ailén guardaba todo lo que tenía para su <<príncipe azul>>, Keira descubrió que los chicos no le gustaban en absoluto y decidió buscar en las chicas lo que en ese entonces se podía definir como amor.

Al menos hasta que notó que sentía celos al observar a su "enemiga" de ojos grises con algún desafortunado muchacho que terminaba por espantar casi a golpes,

Entonces pudo darse cuenta de que estaba enamorada de Ailén.

En cambio, a la chica de cabello rubio blanquecino le molestaba mucho que Keira la "molestara" con sus acciones.

La joven de cabello caramelo y ojos oscuros como la misma noche lograba sacarla de sus casillas con todo lo que hacía, supuestamente para hacer enojar a su contraria.

Lo curioso era que, a pesar de su odio auto-declarado, ambas jóvenes sabían, muy en el fondo, que su relación no era simple enemistad.

Una fría tarde de otoño, en aquel salón de tercero de secundaria, ocurrió lo inevitable.

Ailén y Keira se encontraban solas en el aula vacía, limpiando todo el desastre que hicieron gracias a una de sus jugarretas comunes entre ellas.

En cuanto Ailén terminó su parte, quiso irse rumbo a su casa, quizá pasando por otros lugares en el camino. Pero lo que no esperaba era que la pequeña y suave mano de Keira tomara la suya con nerviosismo.

Los ojos grises se encontraron con los negros, en una mezcla extraña de sentimientos, sensaciones arremolinadas en el momento.

—¿Me vas a soltar ya? No tengo tiempo para esto.—Se quejó la menor, tratando de evitar que su contraria notara el rubor en sus mejillas. La expresión de la castaña se endureció, llenándose de una determinación absoluta.

—No.—Se negó, tan firmemente que no daba opción a réplica.—No voy a dejarte ir. No esta vez.—Soltó. Su mirada reflejaba el nerviosismo que sentía, sus mejillas estaban teñidas de un rojo carmesí, pero no le importó. Ailén intentó hablar pero no lo logró, estaba sorprendida y una extraña sensación se posaba en su estómago, revolviéndolo de una manera agradable, casi placentera.

Entonces, Keira jaló suavemente el brazo de su compañera, ella se dejó llevar, quedando muy cerca del rostro de Keira.

—Y-yo...—Intentó, pero no pudo seguir en el momento en que sintió las manos de Keira envolviéndose en su cintura.

—Lo siento.—Dijo como última cosa antes de acercarse peligrosamente al rostro de Ailén. Se fueron acercando lentamente, una tortura silenciosa, un deseo plasmado al fin.

Sus narices chocaron, un suave roce entre ellas, sus respiraciones acompasadas, formando una sola, casi indistinguible.

Y finalmente pasó.

Sus labios, unos finos, otros carnosos, se fundieron en un beso, un beso, puro, casto.

Y en ese momento Keira supo que era ahí donde quería estar. Se sintió tan idiota por no haberlo intentado antes... y sintió... sintió que Ailén sentía lo mismo, sintió que ese beso significaba más de lo que querían admitir.

Juraba que era mutuo, y lo comprobó en el instante en el que los brazos contrarios envolvieron su cuello, profundizando más el beso.

Y sonrió.

Sonrió contra los labios ajenos antes de volver a atacarlos con sed. La sed de un viajero en el desierto, como si aquellos labios fueran el oasis con el agua más dulce, pura y fresca que jamás había probado.

Era extraño, estar con ella le daba una paz infinita, inexplicable, pero a la vez era la única que podía acelerar su corazón de la manera en que únicamente Ailén lo hacía.

Se separaron, no por falta de aire, sino más bien para comprobar el estado de la otra. Curiosamente, era el mismo; mejillas sonrosadas, pupilas dilatadas y una mezcla de confusión y satisfacción adornando sus rostros.

Keira se dio cuenta de lo que hizo, casi pareciendo un tomate cuando finalmente notó que lo que había pasado no era producto de su– siempre activa– imaginación.

—L-lo siento, y-yo—Intentó explicar, apresurada. Antes de que pudiera continuar, un ligero golpe en su hombro la hizo mirar hacia esos brillantes ojos grises.

—Sólo cállate, idiota.—Le dijo la chica, una ligera sonrisa escondida en su mueca de molestia.

Ninguna dijo nada más después de eso. Salieron de su salón de clases y se dirigieron a sus casas juntas, como usualmente pasaba; solo que, en esa ocasión, no había peleas sin sentido ni burlas sobre nada. Solo existía un silencio, tan cómodo que ni siquiera las molestó.

El día comenzó a mostrar tonalidades rojas, amarillas y naranjas, indicando que estaba a punto de llegar la noche.

En algún punto del camino sus manos se chocaron, quedando juntas, entrelazadas, una promesa silenciosa, un voto secreto.

Porque sabían que no se odiaban ni despreciaban, y, muy en el fondo, siempre lo supieron.

Eran como el sol y la luna.

El día y la noche.

Tan distintas, pero tan iguales, necesitaban la una de la otra para existir,

Así fue, y así sería siempre.

Un latido, un amor, dos muchachas que crecieron, destinadas a quererse.

De una manera distinta, de una manera perfecta.

Porque amor es amor.

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